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AMOR Y VIDA por Korosensei86

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Notas del capitulo:

 “ Yuuri, puede que no lo hayas notado, pero muchos otros recibieron esas palabras con L, gracia a ti.”


¡Ya llegó el Gran Día! Yuuri va a enfrentarse al programa corto en el temido Grand Prix, con Viktor de la mano, ambos dispuestos a darlo a todo por el Oro. 


Pero...


¿Y si no todo saliese tan bien como imaginan? ¿Sería entonces Viktor capaz de estar a la altura de las circunstancias? 


  

Las sábanas retorcidas por la surealista postura, la respiración acompasada como una nana constante a penas interrumpida por un delicioso ronquido ocasional, con el sol ya reinando cual monarca distante en el caldeado cielo invernal. Viktor sabía que debía despertarle, se aproximaba un largo día y les quedaba mucho por hacer, y sin embargo la tentación de hacer aquel momento algo eterno, de alargar aquella visión que nunca lo empachaba lo suficiente, lo mantenía sentado en aquella silla. Demasiado receloso de sí mismo, temía levantarse y tropezar con una realidad tan bella como frágil, como una pompa de jabón a punto de explotar al mero toque. 
 
Afortunadamente, una espesas pestañas tomaron la decisión antes que él. Abanicando ligeramente el  aire a su alrededor, Yuuri le devolvió una mirada ennublecida por la miopía y el incipiente despertar. 
 
-¿Viktor? ¿Qué haces ahí sentado? -balbuceó con aquella graciosa lengua pastosa y el cabello embravecido cayéndole como una curiosa alimaña oscura sobre la frente.- ¿Qué, qué hora es? 
 
-Tranquilo. -se apresuró a calmarle Viktor.- Sólo son las nueve. No te preocupes, si fuéramos a llegar tarde, ya te habría levantado.- mintió.
 
Yuuri asintió sin muchos debates mientras rebuscaba con las manos sus anteojos en la mesilla de noche. De pronto, todo su cuerpo se tensó como si lo hubieran detenido con un control remoto, y se giró hacia Viktor con otra de sus inexplicables expresiones.
 
-Viktor...-titubeó apurado.- ¿Me observabas?
 
El ruso no pudo evitar réir como un pilluelo irremediablemente pillado en una travesura imposible de disimular. 
 
-Siempre lo hago. -reconoció antes de percatarse de lo sospechosas que parecían sus palabras fuera de su mente.- Es sólo que quería tener un recuerdo de ti antes de que te conviertas en el campeón. 
 
Esta vez fue Yuuri quien rió casi silenciosamente arqueando sus pesadas cejas en un interrogante casi cínico que cubría todo su rostro. No importaba, Viktor no había estado tan seguro en su vida, al menos no como lo estaba de la imagen de Yuuri entre las sábanas. 
 
El trayecto hasta la pista fue como un sueño, como si un oleaje benévolo los condujera cuidadosamente hacia allí. No intercambiaron palabras en aquel idioma fronterizo y común con el que ninguno había crecido. No hacían falta las palabras. En el taxi, se limitaron a cogerse casi furtivamente de la mano, entrecruzando sus anillos, rozándolos como habían hecho con sus cuerpos apenas hacia unas horas. Era como si sus almas tiraran la una de la otra , como si un hilo invisible pero no por ello menos tenso, tenaz, las uniera.
 
 Ya dentro del edificio,Viktor no podía sino hincharse de orgullo, mientras acompañaba a Yuuri. Y es que el japonés caminó por el estrecho pasillo haciendo resonar sus pasos, como otro gran felino más, dirigiéndose a aquel coliseo, hermoso y cruel, que es la pista de patinaje.  Así, los patinadores salieron al ruedo con la diligencia muda de una bestia amaestrada.  Mientras, los contendientes iban repasando de manera casi mecánica cada uno de los elementos, desorganizados y descontextualizados, de sus rutinas, Viktor sólo tenía ojos para su chico. Al poco tiempo, el locutor dio por terminado el tiempo de rigor y todos los patinadores fueron abandonando el hielo, todos menos Yuuri, quién se acercó a Viktor con la desapasionada familiaridad de un gato que vuelve con su dueño, de tal modo que, sin ser su mente capaz de evaluar todo lo que venía estando en juego en aquellos instantes, se regodeó en la certeza, aparentemente inamovible, de que ese gato le pertenecía. 
 
Yuuri bajó la cabeza, en un gesto introspectivo, como si intentara reunir toda la fuerza latente en su interior en un mismo punto, crear su propia armadura, pero Viktor había aprendido, precisamente de su mano, que no se podía luchar solo.
 
- Yuuri. -le llamó Viktor y Yuuri, curioso, levantó la mirada diligente. 
 
 Le levantó la muñeca para asir su puño y Yuuri correspondió al gesto, entrelanzando una vez más sus dedos. Sus palmas quedaron pegadas la una contra la otra, tan solo separadas por una lógica y difusa pátina de sudor. Besarle el anillo de la mano fue una consecuencia natural. Los labios de Viktor se esforzaron en verter tanto amor como le fuera posible, para retener al objeto de sus deseos que, a pesar de todo,  planeaba alejarse deslizándose, pues el ruido de la chismosa audiencia le llegó como difuminado por aquella atmósfera acuosa que sólo ellos compartían como una matriz conjunta. Con el tacto del metal, toda una escena distinta pero no tan ajena se instaló en su memoria: con la luz tenue de la catedral, el sonido envolvente del coro, el sonrojo de Yuuri cuando le colocó el anillo, sus propias palabras resonaron como eco perenne: 
 
“Quiero que mañana me muestres la forma de patinar que más te guste.”
 
Cuando volvió al presente, Yuuri seguía allí, fiero, alzando un puño repujado en oro, símbolo de victoria, pero su su sonrisa estoica era más sólida y brillante que el propio y noble metal. 
 
-Ya me voy.- dijo simplemente. 
 
Con esta actitud, se encaminó a la guerra, como un soldado que se abre de brazos ante la armada enemiga. Una vez más, el público se volvió loco ante tan desinteresado gesto, y, una vez más, Viktor, no lo oyó, concentrado en cada movimiento de Yuuri, como si pudiera controlarlos con el pensamiento.  En la esperanza tal vez pueril de que sus sentimientos le llegaran, beso aquel pedazo de metal como si de una reliquia se tratara. La conexión pareció efectuarse debidamente. Yuuri también repetía ciegamente el mismo gesto desde el centro de la pista. 
 
En el preciso instante en que el japonés dejó caer su mano, se desataron los primeros acordes de Eros. Evidentemente, no era la primera vez que Viktor veía a Yuuri intepretar aquellas notas con su cuerpo ondulante. Sin embargo, esta vez y lejos de todos los arquetipos sensuales otrora encarnados , decidió mirar a la audiencia con la rabia del luchador selvático en el que se había convertido. Era un inicio prometedor, pero algo no le dejaba estar tranquilo al ruso. 
 
Viktor agudizó la mirada para recorrer aquella secuencia de pasos que ya conocía tan bien, en un intento por mitigar las sospecha que resonaba dentro de él, discreta pero infatigable como el eco de un grifo malcerrado.  Y es que Yuuri se había empeñado, cabezota como era, en introducir el flip, un salto de mayor dificultad, en el peor momento posible.  Viktor sabía perfectamente las escasas posibilidades que había de que Yuuri lo clavara, pero no pudo evitar que el derroche de entusiasmo de su pupilo lo volviera a encandilar. Después de todo, no sería la primera vez que Yuuri lo sorprendiera logrando un hito que parecía imposible unas horas antes. 
Mientras tanto, Yuuri sobrevolaba el hielo cual cisne negro, para después, mimar  sus excelenes piruetas como un alfarero experto.  La altanería con la que Yuuri se irguió casi lo convenció por un instante.
 
“Yuuri ya no duda de sus decisiones... Sin embargo, mi corazón está por estallar.”
 
Y tras la pronunciada curva, llegaron los decisivos saltos. El triple axel, un viejo conocido, casi la especialidad de la casa, dibujó un sublime lazo en el aire que levantó a Viktor de su asiento.  El bien entrenado cuerpo de Yuuri iba realizando los movimientos con acierto, a pesar de la tremenda dificultad solo visible en  tortuoso rostro. A pesar de ello, Viktor guardó silencio ante la proximidad de la combinación.  En el aire, Yuuri se estiró vertical con el precario y bello equilibrio de un hoja de té en el agua templada, para después caer con su aplomo de bailarín. 
 
-¡Bien! -bramó Viktor, ajeno a su alrededor, saltando parte de la tensión acumulada en aquel grito.
 
A continuación, Yuuri alzó sus brazos al cielo como quien se sabe admirado, una obra de arte en movimiento. Su semblante dadivoso y orgulloso a partes iguales, atrajo a Viktor como la miel a las moscas. 
 
“Es una descarga de emoción que me recorre de pies a cabeza”, dedujo todavía conmovido. 
 
Lento e inexorable, Yuuri fue acercándose al momento temido, como un barco a toda vela, reflejando en su rostro una belleza resuelta que tan sólo Viktor conocía. 
Ante el inminente flip, el ruso reaccionó agazapándose tras la barrera, expectante como si él mismo se preparase para saltar. 
 
“Bien, si usas esa velocidad...”
 
Entonces, ambos, conectados como nunca antes en espacio y tiempo, saltaron a la vez. 
 
Cada vez que Viktor repasara el desarrollo de los siguientes acontecimientos, su conclusión  era un par de grados. Siempre unos miseros par de grados de inclinación. Eso fue lo que truncó el vuelo de aquella flamígea ave sobre el hielo, como una flecha certera y asesina. 
La visión llegó en cuanto Yuuri aterrizó e hizo que a Viktor se le secara la garganta. Tal vez, todo por lo que habían trabajado juntos, lo vivido y compartido, todo aquel mundo que habían creado los dos, ¿se había venido abajo como una vidriera agrietada, sólo por aquel detalle? 
 
Yuuri creó un pequeño, dulce torbellino en su despedida del programa corto. Parecía comprometido en no venirse abajo hasta el final, si bien, en cuanto terminó la música, una expresión de profundo pánico corrompió su rostro. Derrotado, se dejó caer al hielo, a cuatro patas, con los mismos puños, antes victoriosos, ahora agarrotados de ira contra sí mismo. Era obvio que él también lo sabía: lo cerca y lo lejos que se había quedado de la gloria prometida. Desde el kiss and cry, aquel fracaso relativo amargó la lengua de Viktor. Como si de un anhelo de muerte se tratara, vio pasar aquel año ante sus ojos, cuando todavía podía verse a sí mismo en el hielo. 
 
“Siempre sorprendí al mundo abordando cada programa como un nuevo inicio. Pero eso también me reprimía. Creía que la única manera de encontrar nuevas fortalezas era la soledad.”
 
Ahora que había aprendido el verdadero valor del compromiso, había descubierto el amor de verdad y hasta conocía el sabor de la derrota, podía reconocerse como un hombre más sabio y fuerte que entonces. Aún así, dejó pronto la reflexión para ocuparse de su pupilo, recogiendo sus pedazos como los de un bello y fino jarrón de porcelana, acompañando le en la espera de los resultados. 
 
Finalmente, las decepcionantes puntuaciones se reflejaron en una mueca de Yuuri que Viktor no pudo ignorar. Era consciente de todas las emociones que debían nadar en su bullicioso interior. Por eso mismo, decidió darle el espacio que supuso que necesitaba para digerirlas. 
 
Y, sin embargo, un eco resonó dentro de Viktor, cuando Phichit Chulanont salió a la pista. Era como  si alguien se hubiera apropiado de la voz de Viktor  para intepretar con ella una canción ajena. Orgullo mezclado con pocas gotas de envidia. Era Yuuri. Era el amor y el respeto hacia su amigo, vividos desde su fracaso. No  le costó mucho a Viktor entender la mecánica de aquel sentimiento, al tiempo que los dedos de Yuuri jugueteaban con la toalla en silencio. 
 
“¿Qué podría darle yo ahora?”, se interrogó nuevamente Viktor para quedar otra vez en silencio ante sí mismo. 
 
A continuación, Chulanont se enfrentó al hielo con el encanto descarado que ya lo caracterizaba, todavía más acentuado por la caída de un competidor. En cuestión de segundos, se erigió en una suerte de bandera nacional, ondeándose grácilmente. Como no podría ser de otra forma, el público se enamoró inmediatamente, puesto que , a pesar de que la rutina era sencilla , estaba ejecutada con una perspicacia y cuidados casi hechizantes. Viktor quiso morderse el labio de rabia al reconocer que esa era la estrategia que había diseñado para Yuuri en un primer momento. El error del japonés había residido en abandonarla para intentar ser alguien que no podía ser. Y ahí estaba su chico, con los ojos brillando de emoción al contemplar a su amigo. No era para menos, cuando Chulanont se empeñaba en forzarte a que te divertieras observándole incluso a pesar tuyo. Era la ilusión hecha danza, pero, ¿entenderían los jueces de emoción?
 
Por fin, la magia se rompió por obra de una patada gamberra, y cuando terminaron de aterrizar con en el suelo con la dureza implacable de la realidad, la única respuesta que hallaron fue un angelical rostro adolescente congestionado  y un afilado dedo índice apuntando hacia ellos. 
 
-¿No vais a dejar el kiss and cry, idiotas? -rugió Yurio.
 
Era cierto. Habían copado el asiento durante casi toda una actuación, como si este les perteneciera. Su deber era ceder educado el asiento a un Chulanont agotado. Por si fuera poco, entendía que estarían haciendo esperar a la prensa. Casi, podía vislumbrar a Morooka con el micrófono ardiéndole en las manos. Sin embargo, y a pesar de su habitual labia, Viktor, sólo fue capaz de pronunciar una palabra.
 
-Dabai.
 
Obedeciendo, todavía sin saber muy bien porqué a un crío que no tenía ninguna autoridad sobre ellos, se dejaron escurrir entre las costuras del recinto. Por primera vez desde aquellos años oscuros e inciertos de su preadolescencia, Viktor se sintió arrastrar los pies. ¿Cómo era posible que una derrota, que era menor, relativa, que ni siquiera se pudiera considerar todavía como tal, un simple desajuste en las expectativas que no alcanza la decepción, fuera capaz de drenarle a uno hasta tal punto la energía? ¿Dónde quedaba el valor de uno, diluido en miles de sacrificadas horas de trabajo que  al final no encontraba salida alguna y se perdían en el tiempo? 
 
Tal y como Viktor había predicho por sus artes de perro viejo, un tropel de periodistas los aguardaban en las cercanías de los pasillos internos, como una manada de carroñeros salivando ante una víctima desfalleciente. Las dentelladas no se hicieron esperar: primero tentativas, como catando la carne precavidas en busca de un veneno protector que nunca manó para después ir tornándose cada vez más atrevidas. Que si cómo se sentía después de su programa corto, que si qué impresiones tenía, que cuáles eran su disposición para el programa libre del día siguiente, que qué pasaría si no llegaba al podio... 
 
Yuuri, templado por unas ansias de supervivencia que sólo dan el haberse visto al borde del desastre, asumió su defensa con el mejor ánimo del que fue capaz. Después de todo, en aquellos meses, Viktor le había enseñado bien. Y Viktor sabía que su deber era permanecer a su lado, y, sin embargo, la reacción atronadora del público apelaba a sus instintos como un antiguo reclamo, pues en la pantalla no sólo  reverberaba un ángel hecho carne, un haz de luz cristalino aprisionado en el rudo fluir de un cuerpo a medio construir. Era, más bien, un viejo eco, la búsqueda en el espejo por parte de una  reina malvada, de un yo más joven y más atractivo, un pasado mejor cobrando vida, sádico y arrogante, ante sus ojos.
 
 En aquel instante, Yurio ya había terminado gran parte de sus rizados e intrincados saltos, de ahí el aplauso de las masas, y se adentraba en una vertiginosa pirueta. No había dolor, no había dudas, ni un asomo de rictus en sus caprichosos labios. En aquel momento, Yurio ya no era él mismo, sólo era Ágape, la personificación del amor más etéreo y puro. Al final había sido ese niñato quién le había aclarado su significado a Viktor y este quería morirse de rabia. Más aún, el muchacho le recordó a él mismo a su edad: volando con unas alas infundidas solo de arrogancia y avidez, perfecto aún a pesar de su estar inacabado. Era como verse a través de un catalejo hecho de tiempo y recuerdos, sobre todo cuando aquel niño vapuleó su flamante récord con aparente facilidad. 
 
La visión era evidentemente dolorosa, pero al mismo tiempo cautivadora, como una buena adicción. Tal vez, por ello, tardó tanto tiempo en sentir una tensión que tiraba de él en dirección contraria. Entonces, cuando la rigidez empezaba a lacerarle el pecho, un alivio repentino le hizo volverse. Dos enormes ojos oscuros, hondos y abandonados, como un cachorro en el arcén, que le interrogaban temerosos. Viktor se limitó a devolverle la pregunta. 
 
-¡Ah! -se sorprendió Yuuri al sentirse interpelado.- Yo también quería ver el  evento.- dijo a modo de una justificación que nadie le había pedido.
Chris está por entrar, sentémonos.- concedió Viktor, sin más fuerzas que para dejarse llevar.
 
Yuuri le siguió sin rechistar. Se sentaron al lado de los hermanos Sara y Michele Crispino que también se encontraban en las gradas. 
 
Cuando Chris finalmente salió a la pista, lo hizo como sólo sabía hacer, derrochando aquel encanto empalagoso que supuraba de él como la miel de una colmena. Sus primeros esfuerzos fueron los de saludar y dar besos a aquellos seguidores que le apoyaban con sus animos gritados a pleno pulmón. Entonces la música de su programa, igualmente torrida y pegajosa, se instauró en la pista y Chris empezó a contonearse como una ramera experimentada. Sin embargo, cuando los saltos llegaron, la calidad, que había sido construida ladrillo a ladrillo a lo larga de la temporada, prevaleció.  Así, cuando Chris se deslizó en su pirueta combinada fue transportado por una inercia tan fluida y natural como aguerrida y planeada. 
 
Todo en Chris, la forma en la que su cuerpo y su rostro se torcían como cuerdas pellizcadas por el mismo músico exhala un coqueteo familiar.  Era más que obvio que Chris iba sin reparos a por él, tratando de llamar su atención con una posesión que no le correspondía, pero al cotemplarlo, Viktor no pudo evitar sonréir, acariciado por una cálida melancolía. ¿Era así como el suizo se vengaba de él por abandonar sus devaneos, sus dulces danzas entre la amistad confiada y un algo más que Viktor nunca permitió que ocurriera? ¿Así pretendía echarle en cara todos sus intentos de rivalidad? 
 
Era cierto que Chris se había pasado parte de su carrera profesional, corriendo tras él, como un chiquillo con un dibujo nuevo que mostrar. Tal vez ahora había conseguido jalarle de la ropa y llamar su atención, o simplemente un Viktor herido y confuso se viera tentado a disfrutar de aquel pedazo de ego edulcorado que era el sentirse tan demandado. Pero, tal vez, y solo, tal vez, esa fuera la razón por la que una vez no escuchó la alarma, aquella tirantez en su pecho, los ojos de Yuuri clavándose en él. 
 
De esta forma, Chris terminó su programa con la confianza que le procuraba haber sabido ensalzar el valor de casi todos sus elementos, a excepción de un salto al que le faltó rotación. Pese a ello, su experiencia le ayudó a plasmar la sensación de un programa redondo, y Viktor cedió al impulso de reconocer  a su amigo y rival con el broche del aplauso. Ni siquiera se abstuvo de ello, cuando la puntuación del suizo se impuso a la de Yuuri, desbancándole. 
 
Por muy doloroso que pudiera resultarle, no tenía más remedio que rendirse a la evidencia de que Chris lo había hecho mejor. Después de todo, Yuuri no necesitaba de él que le agobiara con la clasificación: ya se centrarían en recuperar terreno con su sublime programa libre. Además, poco a poco, conforme su mente iba internándose en las actuaciones ajenas, con el afán quirúgico y degustativo de un crítico de arte, notaba como el Viktor entrenador iba adormeciéndose, para dar paso a otra faceta de sí mismo: su relegado amor por la competición. Sí, después de tantos meses, renegando de esa parte tan fundamental de sí mismo, Viktor hervía de ganas de saltar a la pista y enseñarle a esa panda de aficionados cómo se hacían las cosas, porqué el siempre sería el campeón; y aquella emoción contenida le hacía temblar con frenesí. 
 
Por el momento, resolvió saludar:
 
-¡Chris! 
 
A continuación, le tocaría el turno a Otabek Altin, quién se erguía sobre el hielo, atabiado con un pintoresco traje tradicional. El ruido de dos maleducadas deportivas colocándose impúdicamente entre los asientos, aturdió a gran parte de la fila, como una improvisda y disruptiva declaración de intenciones. Yurio, imponente tras su record, se limitó a cruzar las piernas como si se encontrara en la casa de su abuelo.
 
-¡Dabai!- gritó a lo lejos.
 
El kazajo,  para quién, al parecer, iba los ánimos, se bastó en su respuesta con un contenido pulgar levantado. Ante aquella inesperada escena, Viktor observó a Yurio casi por instinto, sentado como estaba con aquella pose vulgarmente chulesca que sólo un adolescente atolondrado como él podría considerar poderosa. ¿Yurio animando a alguien? ¿Sin sarcasmos, sin dobleces, sin halagos disfrazados de reproches? ¿Qué demonios habría podido pasar entre esos dos para que el muchacho cambiara tanto en una sola tarde? 
 
Por su parte, Altin avanzó hacia el centro de la pista sin un resto de turbación en el rostro. Al poco tiempo, la música elegida se alzó con una rotundidad que imbuyó al kazajo  como una segunda piel. Viktor y su entrenado ojo crítico repararon en seguida en su originalidad: no era que sus movimientos tuvieran la ductilidad de los de Yurio o Chris o la delicadeza sensible de los de Yuuri, ni siquiera el divertido atractivo de los de Chulanont. 
 
Más bien, al contrario, eran toscos y rudos, socavaban el aire ciegamente como los enérgicos y directos puñetazos de un karateka, pero Otabek Altin, lejos de pulirlos había optado por utilizarlos como un íntimo recurso. Desde luego, Otabek no era un suave bailarín, mucho menos un equilibrista: era un guerrero, alguien que patinaba desde la aceptación de sus flaquezas y fortalezas, esgrimiéndolas sin culpa. Era por ello, por lo que su patinaje resultaba fresco y personal, y también por lo que a Viktor le resultaba imposible apartar la mirada de semejante espectáculo.  De esta forma, el aplomo con el que el kazajo aterrizó tras su combinación de toe loop cuádruple y triple dejó a los asistentes, Plisetsky incluido, en una veneración casi solemne, para después proseguir su paso por el hielo como si este le perteneciese por pura derecho.
 
-Otabek no solía ser alguien memorable. -comentó de pronto una sorprendida Sara Crispino.- Ahora es muy diferente.
 
-Fue invisible incluso de junior.- corroboró, a su vez, Michele. 
 
Pero estas afirmaciones, lejos de restarle mérito, a ojos de Viktor, lo incrementaban, máxime cuando  Altin se reafirmaba en un alto y potente triple axel que hizo que hasta Plisetsky se quedara boquiabierto.  Tras un espléndido salchow y una retorcida secuencias de paso, Otabek selló su programa con una pose que a Viktor se le hizo exótica y gallarda a partes iguales. 
 
Honrado por los vitores del público, zanjó la lucha con sus enérgicos puños.
 
-Otro que supera al cerdo.- sentenció Yurio, jactancioso, y a Viktor le habría encantado propinarle un capón de no ser por lo vibrante y nuevo que le parecía el patinaje de pronto. 
 
-¡Es buenísmo!- exclamó admirado.- Fue muy exótico. ¡Qué novedoso!
 
Y una vez más, Viktor no supo identificar aquel tirón, aquel certero aviso silencioso que le prevenía de un peligro tan eminente como inconcebible para él entonces. 
 
Pero todavía faltaba el broche final, el contendiente más temible. En el preciso instante en el que J.J  Leroy hizo acto a de aparición, todas las gradas se vinieron arriba. Mientras tanto, el impresentable canadiense parecía no verse afectado por toda aquella atención, situándose en el punto de inicio y rezando, como si reconociese una autoridad mayor que la suya.  Sólo entonces, se concedió el gusto de exponer su ostentosa oreja a su coro de fans, al tiempo que las banderas de Canadá salpicaban el paisaje. Al principio, todo transcurrió igual. J.J comenzó su rutina con sus amplios aspavientos al ritmo de su autocomplaciente tonada. Pero algo falló, y, como siempre, fue una cuestión de segundos. Su sonrisa autosuficiente se cortó en el aire y el cuádruple se quedó solo . Un alarido de consternación invadió las gradas y el aire se congeló aún más si cabe.
 
J.J, por su parte, intentaba no verse afectado, con una risa soberbia prosiguió su rutina, fingiendo que nada había ocurrido. Viktor le alabró secretamente el gesto, ya que sabía por experiencia propia que en esa actitud residía la diferencia entre los que se recuperan y los que se condenan a sí mismos.  
Y, pese a ello, el triple axel se deshilachó en las alturas, dejando tras de sí un triste sencillo. Allí estaba: la sombra de la derrota que podía ceñirse sobre cualquier campeón, en cualquier momento, como una amenaza tácita pero constante. Ahora, siendo consciente de ello, observaba como la sonrisa confiada de J.J comenzaba a desencajarse. Durante unos segundos, parecía absolutamente acabado, o eso es lo que daba a entender su rostro empalidecido y desmejorado cuando realizó su pirueta. Sin embargo, aquel giro debió de ayudar al canadiense a reconectar algún mecanismo oculto en su interior, puesto que al terminarlo, la inercia había tensado la piel de su cara como si de un tambor de guerra se tratara.
 
-J.J NUNCA SE RINDE -aulló. 
 
El público se conmovió ante semejante afirmación, derritiéndose en un llanto que mezclaba compasión y admiración, aplaudiendo y coreando aquel himno personal. En tan sólo una leve fracción de tiempo, aquel individuo petulante e insoportable había obrado magia en el auditorio, sirviéndose de la derrota para convencer a miles de personas de que lo apoyaran. J.J se lo agradeció recobrando una sincera sonrisa. 
 
Era uno de esos momentos históricos a los que todos querrían asistir alguna vez, y a Viktor se le puso la piel de gallina en cuanto lo reconoció.  Tanto era así que cuando J.J volvió a fallar su cuadrúple, a Viktor le dolió de verdad, le dolió tanto que no pudo evitar recordar a un pobre chico japonés venirse abajo con cada caída: la angustiosa observancia de un buen patinador incapaz de manifestar todo su encanto y potencial...Con un año de diferencia. 
 
Finalmente, tras el coro de aplausos, se irguió un murmullo pudoroso e incómodo. Sólo había que mirar el rostro aterrorizado de J.J para percatare de lo mucho que le estaba hiriendo aquella despiadada lección de humildad, y aquel horror terminó contagiando a todos los presentes. 
 
De esta forma, la frialdad de las puntuaciones no se hizo esperar con un humillante 86.71 que hizo que J.J agachara la cabeza como Viktor nunca sospechó que le vería hacer. En cierto modo, presenciar aquel inesperado vuelco de los acontecimientos, logró que el ruso se decidiera a poner el supuesto fracaso de Yuuri en cuestión. Yuuri había aprendido de un fracaso similar al de J.J. Yuuri, aún con menos confianza en sí mismo, había sabido levantarse de sus cenizas y se había transformado a sí mismo en el patinador que siempre debió ser. Y en consecuencia, su chico había ejecutado rutinas realmente deliciosas durante la temporada, había maravillado a jueces y audiencia, callando de paso muchas bocas que lo daban por vencido, incluida la suya propia. 
 
Era cierto que seguía siendo inconsistente, pero nunca al nivel anterior. Con todo eso en mente, era obvio que las conquistas recolectadas superaban con mucho las derrotas: ya no era el animalito timido de antes. Era un competidor que , por mucho que hubiera cometido un desliz, todavía tenía oportunidades de luchar por el podio, sobre todo con J.J fuera de juego. 
 
-¡J.J! ¡J.J! ¡J.J! 
 
Una voz femenina se alzó por encima de aquella nube de hipocresía, coreando el nombre de su prometido con los ojos enjuagados en sinceras lágrimas y aplausos. Y con ella, todo el público se vino arriba. Aquella declaración de amor, auténtica, valiente, desvergonzada, enraigada en una aceptación tan profunda como desinterada, logró sacar a Viktor de su abotorgamiento. 
 
¿Cómo había podido ser tan necio? ¿En qué momento había olvidado que Yuuri, ante todo, era su amor? ¿A caso había intentado levantarle el ánimo como aquella joven lo estaba haciendo, incluso delante de todos y en un fracaso todavía más atenazante? Estaba claro para el ruso, lo mucho que debía de aprender de aquella dama, la misma que horas antes había tenido el ignorante descaro de mirar por encima del hombro. 
 
Sin mucho tardar, Isabella consiguió que el público se le sumara. Poco importaba la derrota ahora. Todos estaban orgulloso de un Jean Jacques Leroy que no se dejaba abatir por las circunstancias y así se lo hacían saber en uno de los tributos más emotivos e inesperados de la historia del patinaje. Sin embargo, rendirse ante la emoción no era algo que fuera del estilo de J.J. Aún tembloroso, y luchando contra el llanto, el canadiense se levantó del banco. 
 
-¡Stop!- ordenó voz en grito y con los brazos extendidos.
 
El auditorio, respetuoso y obediente, enmudeció mientras aquel campeón maltrecho adoptaba su famosa pose.
 
-IT'S J.J STYLE. 
 
Y el público enloqueció, de manera que los ruegos de un aturdido Yurio por conseguir silencio fueron, irónicamente silenciados. Viktor torció el gesto. Casi se había conmovido, casi había considerado pasar por alto sus estupideces. Casi. Ahora, toda aquella emoción parece estar a mundos de distancia. Sin embargo, tras aquella intensa vivencia le seguía quedando claro al ruso, que tenía trabajo por hacer: cuidar y mimar a Yuuri como se merecía, para que al día siguiente saliera a la pista a darlo todo.  Eso es lo que el ruso planeaba hacer, en cuanto tuvieran un momento de tranquilidad. 
 
Poco a poco, el abarrotado palacio del hielo fue vaciándose como un reloj de arena roto. A la salida, el aire frío y levemente húmedo de la Barcelona invernal le cosquilleó la nariz, de forma que Viktor se apresuró en encontrar taxi. No permitiría que su chico pasara más frío que el necesario. Tan afanada estaba en aquella tarea que la mirada perdida de Yuuri, fría e inerte a pesar de su brillo como la obsidiana, le pasó completamente desapercibida. Así, el camino de vuelta no pudo ser más distinto del de ida. Al final, el oro se tornó gélido en la soledad de su mano y Viktor se dirigió por fin a su amante, ante la inexplicable falta de contacto humano. Pero, cuando se giró hacia él, su rostro estaba vuelto hacia la ventanilla, concentrado en el insondable juego de luces que representaba la ciudad nocturna. 
 
-Yuuri, ¿Te ocurre algo?- preguntó intrigado.- Estás muy callado. ¿Estás cansado? ¿No te sentirás mal? 
 
.Cuando el japonés le encaró, la tristeza callada y meditabunda que rebosaba su mirada debería haberle advertido nuevamente, pero nuevamente Viktor no supo interpretarla.
 
-No, no es eso.- le contestó antes de tomar aire y pronunciar que había estado buscando todo ese rato en su interior.- Viktor, cuando lleguemos al hotel, tenemos que hablar.
 
Viktor levantó las cejas en señal interrogativa. No entendía a qué venía tanta seriedad de pronto, y más después de toda la entrega anterior. 
 
-Claro.- se limitó a contestar. 
 
Y mientras Yuuri volvía a perderse entre aquel mar de neón, Viktor siguió sin identificar aquel tirante escozor, el hilo que se tensaba hasta el punto de querer quebrarse.
Notas finales:

Bueno, ante todo, mis disculpas por la tardanza en actualizar. 

Planeaba ponerme a ello en Halloween/Todos los Santos/ Día de los Muertos pero me llegaron obligaciones inesperadas. A partir de ahí, me costó mucho encontrar un momentito para mi y para escribir ( y creo que me va a volver a pasar).

Por eso mismo, quería darles todo el capítulo 11 de una tacada, y porque realmente no pasa nada relevante para el Viktuuri. 

En cuanto al cap en sí, la verdad es que cuando veía el anime no entendía las acciones de Viktor. Si mi pareja hubiera dejado de prestarme atención en un momento tan importante, yo también me habría apenado, más aún si encima es mi entrenador.  De todas formas, espero que las reflexiones de Viktor al respecto hayan quedado creíbles. 

Luego está J.J y su épica derrota. La verdad es que este personaje, lo siento mucho por sus fans, no me cae demasiado bien. No soporto a la gente arrogante, es superior a mi. Intento escribir desde la postura de Viktor, pero me da la impresión de que a él tampoco le cae demasiado bien, je, je. Sin embargo, esta escena es totalmente genial y creo que refleja algo que realmente me hace amar el patinaje: que da igual que seas el mejor, siempre puedes fastidiarla profundamente.

También les aviso de que no sé cuando demonios voy a volver a actualizar. Puede que escriba la semana que viene como que no, pero mi objetivo es terminar el fic para finales de año, en las vacaciones de Navidad, Año Nuevo y Reyes. Espero que así sea y aún así,  ¡este titánico fic me habrá costado un año!

En fin, muchas gracias a la gente que me sigue leyendo a pesar de la espera. Muchas gracias a los que comenzaron recientemente, a pesar de que no he actualizado, y sobre todo, muchas gracias por su apoyo y por estar al otro lado. 

Espero que la espera haya valido la pena, y que estén muy bien hasta que nos podamos volver a leer. 

Besos!!!


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