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AMOR Y VIDA por Korosensei86

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Notas del capitulo:

 "Tambaléandose por la brutal herida en su corazón, haciéndose a la idea de haber perdido el único regalo que le había enviado la vida, Viktor se levantó para adentrarse en su lado de la cama. Las sábanas, limpias y perfectamente planchadas y estiradas, desprendían un toque gélido. De esta forma, tumbado y desnudo, Viktor reparó en una verdad mordaz. Él era el responsable de lo ocurrido. Si hubiera prestado más atención a Yuuri, este no lo hubiera malinterpretado todo. Tal y como había temido, el castigo definitivo había llegado. Tras una vida de egoísmo y manipulación, simplemente no merecía ser feliz. "


 


Después de la pelea en la que Yuuri declara su deseo de retirase mientras Viktor vuelve al patinaje, ambos deben enfrentarse al programa libre de la peor manera posible. 


Como si esto fuera poco, Viktor deberá lidiar con el miedo y el dolor que le suscita la posibilidad de perder a Yuuri para siempre, no sólo como pupilo, si como al gran amor de su vida.

Viktor no pudo dormir aquella noche que pasó con la lentitud de una condena. Atrapado en aquellas sábanas frías y cortantes como cuchillas, las mismas que él y Yuuri se ocuparan de hacer arder tan sólo un par de noches atrás, se esforzaba por permanecer quieto y evitar el cadáver de su amor. 
 
Con el ocioso paso de las horas insomnes, la mente de Viktor se empeñaba en esclarecer la situación, como quién monta un puzzle sin poder percibir cómo van a encajar las piezas. A diferencia de todos sus fracasos anteriores, Viktor tenía dolorosamente claro que ya no podía huir  o escurrir el bulto. Debía admitir que parte de la culpa era suya, y aquella certeza le laceraba el alma. 
 
Era él quién no había sido del todo sincero. Era él quién había mentido sobre sus verdaderas intenciones, volando al fin del mundo, fingiendo ser el entrenador de alguien con tal de volver a tirárselo. No era de extrañar que el resto no le tomaran en serio, cuando el que había faltado el respeto a la profesión de entrenador era él y nadie más que él. 
 
Había jugado con la confianza de Yuuri, sólo por despecho y lujuria. Que más tarde se enamorara de él, no lo negaba. Y puede que después quisiera genuinamente ayudarle, pero siempre lo hacía, ante todo, porque lo amaba y deseaba que fuera feliz, no sólo porque le interesara su carrera. 
 
Era él quién había entrado en la relación enmarañando desde el principio sus facetas como amante y entrenador. Yuuri había demostrado saber separarlas perfectamente, lo cual lo hacía más sincero y coherente, pero si realmente ambos tenían puntos de vista tan distintos sobre su futuro y el papel que cada uno debía jugar en él, el conflicto solo había sido cuestión de tiempo. Como pareja, debían ir a una. Ahora Viktor lo sabía, pero era demasiado tarde. 
 
Y, sin embargo, pese a todas esas verdades con las que su conciencia se empeñaba en golpearle como un yunque, el ruso no podía acallar un cierto murmullo malicioso en su interior. En cierto modo, él también había sacrificado mucho para estar con Yuuri. Había dejado su carrera, se había dedicado a él por entero, puede que no por los motivos más éticos, ¡pero lo había hecho! 
 
Yuuri , por su parte, había tenido al mejor del mundo a su disposición. ¿Y cómo había aprovechado semejante ventaja? Era cierto que el patinaje de Yuuri se había vuelto mucho más consistente desde el fiasco de la temporada anterior, pero seguía cometiendo errores imperdonables a esas alturas, como la odiosa mano de aquella mañana... Aunque claro, Viktor siempre le insistió en que apostara por su  destreza en los elementos artísticos, pero no, él quería demostrar que podía ser alguien que nunca fue. Si tal vez lo hubiera escuchado, ahora la situación sería tan halagüeña como en las previsiones de Viktor. 
 
O quizá el que estaba equivocado era Viktor, o quizá le había exigido más de lo que él quería dar, o debería haber tenido más en cuenta sus ambiciones, o tal vez, Viktor, por mucho que fuera un campeón en la pista, simplemente era un mal entrenador...
 
¡Da igual! Si iba a dejarlo tirado, ¡¿a qué venía entonces todo ese numerito del aeropuerto?! 
 
“¿Cuida de mí hasta que me retire?” ¿Es que acaso ya lo tenía pensado desde el inicio? ¡El inocente! “Porque Yuuri Katsuki no va de nada.”, había dicho Minako.  ¡No, claro que no! ¡De mosquita muerta!
 
¿Y entontes, qué fue eso de la Iglesia? Intercambiando anillos, con ese rubor y esa mirada azorada en su precioso rostro redondito que ahora no paraba de torturarle en sus recuerdos, él mismo que yacía sobre la almohada varios centímetros a su izquierda y que ya no se atrevía a mirar...
 
¿De verdad no creía que eso se podía malinterpretar? ¿Había creído que no afectaría a sus sentimientos? ¿Yuuri pensaba siquiera que Viktor los tuviera? Bueno, eso explicaría su cara de idiota cuando el ruso se echó a llorar, como si contemplara un acontecimiento paranormal. 
 
Afortunadamente, en aquella precoz mañana, Viktor se había quedado, temporalmente y con toda seguridad,  sin lágrimas con las que llorar. Las había derramado todas en el baño, durante alguno de sus múltiples paseos nocturnos por la habitación, rezando por no despertar a Yuuri, por que no lo viese en tan patético estado. 
 
Porque , por muy enfado que estuviera, por mucho que le repateara reconocerlo, la verdadera razón tras esa acuciante sensación de vacío y vértigo, de falta de suelo bajo sus pies, era la certeza de perder a Yuuri: lo único que jamás había querido verdaderamente, lo único que había hecho que su vida mereciera ser vivida.  
 
Había tantos momentos de felicidad perecedera de los que despedirse, que a veces Viktor se debatía contra sí mismo por creer que todo había sido mentira, pero lo más doloroso de todo es que no lo había sido. Yuuri y él se habían amado de verdad, cada uno con sus miedos y  titubeos, pero había sido real... y ahora, sencillamente, debía dejarlo partir. 
 
La alarma sonó como una alerta de bomba, irritante, aguda y letal, pero los residuos de la mala noche en su cuerpo no le permitieron levantarse con la premura que hubiera querido. A su lado, Yuuri se desperezaba, soñoliento e incauto. De pronto, el sueño pareció evaporarse de la mirada del japonés. Sus ojos se agrandaron cuando cayó en la cuenta de que estaba siendo observado y la pesada losa de la culpabilidad se instaló en su rostro. 
 
-Buenos días, Viktor. -carraspeó incómodo. Como si fueran dos malditos desconocidos.
 
-Yuuri, date prisa en vestirte.- ordenó Viktor con la firmeza que le procuraba su rabia a penas inhibida.- Tenemos poco tiempo hasta la práctica de la mañana.
 
Yuuri bajó aún más la mirada, como un niño amonestado. Con su diligencia habitual, el japonés tuvo a bien no mirarle a la cara. En cierto modo, a Viktor aquello le dolía, pero también se lo agradecía. Quería verle, hablarle, decirle todo lo que tenía dentro de si, pero, al mismo tiempo, sentir la mirada de obsidiana de Yuuri sobre él, le cortaba la respiración. Sabía que corría el peligro de querer retenerlo de alguna manera, y la falta de contacto visual le apremiaría a rebajarse hasta tal extremo. Quería abrazarle hasta tal punto que dolía, pero temía su reacción de un modo tal que le dolía también. El mundo se había convertido en una gran masa de dolor que amenazaba con  asfixiarle. 
 
La mañana trascurrió lenta e hiriente, como un cutter sobre la piel.  Durante la practica de la mañana, Viktor ni siquiera se dignó a darle a su pupilo indicación alguna. Yuuri por su parte se limitó a practicar su rutina del programa libre de forma totalmente robótica. Viktor ni no lo notó, pues el patinaje de Yuuri, el mismo que antes le hacía levantarse del asiento y aplaudir como un loco, había pasado a ser un mero ruido de fondo. 
 
Total, tampoco quería encariñarse mucho con algo que estaba a punto de serle arrebatado.  Tan sumergido  estaba Viktor en su propio sufrimiento que no observó como las miradas del resto de patinadores y entrenadores se clavaban en ellos, con una mezcla de alivio y compasión, en especial un par de ojos de verdes pubescentes en los que se arremolinaba una emotividad complicada de leer a simple vista. Meses más tarde, supo que Chris se había percato en seguida de su lamentable estado, pero, dueño de aquella sabiduría felina, había dilucidado no intervenir en un asunto que parecía exceder sus competencias. Viktor agradeció el silencio, pues hubiera odiado tener que justificarse ante nadie. Estaba demasiado agotado para ello. Después de todo, eso era lo que ocurría cuando se mezcla deporte y placer, ¿verdad?
 
Ah, el deporte. 
 
El crujido del hielo abriéndose bajo los patines, el dulce hormigueo en los pies al dejarse llevar por la inercia, el adictivo arte de volar en los saltos, el picor de una nariz humedecida por el frío, llevar tu cuerpo hasta el extremo, dejándote jadeante y destrozado, pero sobre todo, los aplausos, los maravillosos aplausos, ¡el espectáculo!, proyectar una parte de tu ser sobre el hielo y hacerla arte hasta ganar el favor del público...
 
¡Por supuesto que lo echaba de menos!
 No en vano había formado parte de su vida durante demasiado tiempo, un tiempo que, después de Yuuri, parecía arcaico y legendario, perdido en la bruma. Creía haber renunciado al patinaje por una oferta mejor. ¿Qué más se suponía que debía hacer a su edad, si no dejarlo cuando todavía estaba en lo alto? Sin embargo, tan cerca de la pista como estaba, el paisaje se sentía melancólico y tentador. ¿Pudiera ser que Yuuri hubiera adivinado sus deseos incluso antes que él mismo? 
 
“¿Echas de menos competir, verdad? Yo no soy quién para arrebatarte eso. Yo no puedo ser responsable de apartarte del hielo.” 
 
“Te quiero, Viktor, te he querido desde que tenía doce años.”
 
¿Pudiera ser que Yuuri lo amara lo suficiente como para renunciar a él? La idea era tan paradójica que casi amenazaba con llevarse por delante lo poco que le quedara de seso, especialmente si se tenía en cuenta que en aquel sacrificio el japonés seguía siendo deliberadamente egoísta. Se atrevió a observarle sólo durante unos instantes, mientras el japonés se encaminaba a  su resabido toe loop. A pesar de todo, seguía siendo hermoso verle levantar escarcha en pleno vuelo, para luego aterrizar con gracia y soltura, como si no hubiera girado tres veces a centímetros del suelo gracias a una velocidad de infarto. Habría quién diría que ese es el encanto del patinaje, pero Viktor sabía de primera mano que en aquella fluidez natural residía una magia que tocaba sólo a unos pocos. Ese había sido su chico. 
 
Así, sólo por un segundo, Viktor resolvió casi contra sí mismo, que todo aquel dolor  merecía la pena, solo por el privilegio de haber sido suyo, de fundirse con aquel muchacho con una valentía y sinceridad que sólo Yuuri había sabido evocar en él, de despertar a su lado.  
 
El ruido de una botella rebotando contra el suelo rasgó el hilo de sus pensamientos.  
 
-¡Dejadme!
 
Viktor reconoció la estridente voz de J.J al momento, pero el ver al joven esconder su rostro con ambas manos para sollozar sonoramente, casi le hizo dudar. ¿De ese modo se estrellaban contra el suelo los que no podían volar demasiado alto? 
 
Su entrenadora pareció susurrarlo algo con una expresión de conmovido cariño.
 
-Perdón, mamá, perdón. -se disculpó compungido y avergonzado ante sí mismo.- Ya no sé qué hacer...- admitió entre los brazos de su madre. 
 
No saber qué hacer... desde luego, Viktor sabía lo que era eso. Así que, ¿era esa la turbulencia por la que Yuuri había pasado después de su fracaso anterior? ¿Eran esas las heridas que Viktor había ayudado a cerrar? Todavía podía recordar como Yuuri se había amarrado a él antes del duelo en Hasetsu. Su primer abrazo después de Sochi había sido una silenciosa petición de rescate. 
 
Cuando regresó a su lado, Yuuri pulía sus giros como un maestro orfebre, tan sublime como raudo. Sí, Yuuri había crecido a su lado. Ahora era tan fuerte que se atrevía a dejarle marchar, y Viktor no podía sino admirar aquella fortaleza que a él tanta falta le hacía. 
 
Pronto llegó la tarde, el momento en el que todo se decidiría, y conforme iban acercándose a aquella especie de juicio final, tanto Viktor como Yuuri se reafirmaron en sus posiciones. No se hablaron. No se miraron. Se esquivaron mutuamente con la vergüenza interiorizada de un par de rateros. Resultaba aterrador pensar que aquellas serían las últimas horas vividas en compañía. 
 
A Viktor le habría gustado tener la voluntad de hacer algo, dejar de lado aquel mutismo selectivo, aquel vidrio invisible de malestar y reproches que los separaba y plantear la tregua, quizá tenerlo en sus brazos una vez más, un último beso; pero volvía a temer que ese último contacto lo reenganchara a esa droga que era entonces para él Yuuri Katsuki. La abstinencia ya estaba siendo terrible.  
 
Y de esta forma, el padecimiento estaba empezando a supurarle por los poros. Por primera vez en décadas, era incapaz de fingir un rostro calmado aunque fuera por mera cortesía. Iba restregando su expresión cansada por el suelo del estadio, con Yuuri con unos pasos tras de él, caminando lenta e inevitablemente, como un par de condenados colocándose delante del pelotón de fusilamiento.  
 
Súbitamente, un micrófono apareció debajo de su hocico, así de debilitados estaban sus instintos. Pronto, un erizado Viktor se tranquilizó al constatar que se trataba del bueno de Morooka. Este se apresuró, quizá por su cortesía nipona, quizá por la mirada de pura irritación que le había soltado Viktor antes de reconocerlo, a pedirles si podían saludar en una conexión en directo. El otro corresponsal no sería otro que el ex-patinador Stéphane Lambiel, un mago de las piruetas como Yuuri. Su carrera competitiva no había coincidido en el tiempo con la de Viktor, pues se retiró en cuanto el ruso alcanzó la categoría senior. Sin embargo, Viktor lo había seguido en su adolescencia y sentía por el suizo, una cierta reverencia. No pudo decir que no, y terminó mirando a cámara mientras alguien le ajustaba un micrófono. Intentó ensayar una sonrisa y los músculos del rostro, obstinadamente descendentes, se le rebelaron. 
 
La imagen del exdeportista apareció en pantalla. 
 
-Bon soir, c'est Stéphane Lambiel, en directe dés l' Espagne. (Buenas tardes, aquí Stéphane Lambiel en directo desde España. -se presentó con acertada profesionalidad y Viktor que entendía perfectamente el francés hablado no tuvo ningún problema para seguirle.- Comment allez vous, Monsieur Morooka? (¿Cómo le va, señor Morooka?)
 
Mooroka le correspondió con una ligera reverencia propia de sus modales asiáticos. Como de costumbre, la lengua japonesa se le seguía resistiendo al ruso, pero esta vez pudo captar un par de palabras que arrojaron luz sobre una incómoda circunstancia: su ausencia de la mayoría de las  prácticas compartidas no había pasado desapercibida, ni para competidores ni para seguidores. ¿Hasta dónde habrían llegado ya las habladurías? ¡Qué habrían cavilado, especulado aquellas mentes calenturientas? ¿Hasta qué punto conocería el público la verdad? Las cosas estaban mucho peor de lo que Viktor imaginaba, debía hacer algo para arreglar la situación y se retorcía de rabia por no estar en mejor forma. Planeó  huir pero fue demasiado lento. 
 
-Salut, Viktor! -le llamó el patinador reconvertido en reportero.
 
¡Maldita sea! ¡Ahora Viktor debía dar el do de pecho! Tiró de sus mejillas con fuerza en un intento de ahondar su triste intento de sonrisa. 
 
-Salut, Stéphane! -respondió también en francés, para después volver al idioma sajón. Quería que su mensaje quedara claro a la mayor audiencia posible.- Espero que todos en Japón sigan apoyando a Yuuri en el día de hoy.
 
-Merci, Viktor. Bonne chance! (Gracias, Viktor. ¡Buena suerte!) 
 
Porque Yuuri todavía era su chico, y Viktor lo apoyaría hasta el final.  Por desgracia, sus palabra del ruso, desvirtuadas sin su carisma habitual, no sólo no fueron suficientes si no que provocaron nuevas sospechas. 
 
- On dirait que ni Yuuri Katsuki ni Viktor Nikiforov ont l'énergie qu'on  leur connait d' habitude. (Se diría que ni Yuuri Katsuki ni Viktor Nikiforov tienen la energía que se les conoce de costumbre-) - aventuró el ex patinador suizo. 
 
 Poco importaron sus pobres intentos por mantener la compostura, los habían pillado en sus horas más bajas. Y mientras Viktor avanzaba por su via crucis personal, sólo podía arrastrar susurros tras de sí. 
 
Los aplausos destinados a otros reverberaban en las entrañas de la bestia. En aquellos pasadizos de hormigón gris y austero, en los que Viktor los había metido, ya más por costumbre que por precaución, lo único mínimamente destacable era el hermoso y orgánico perfil de Yuuri.
 
Seguían sin hablarse.
 
Y Viktor seguía empeñándose en observar a Yuuri, apoyado en la pared, defendiendo su pecho herido con los brazos cruzados, como quien contempla en el escaparate una alhaja que jamás podrá permitirse pero que no por ello deja de ser menos brillante. 
 
Y mientras tanto, Yuuri se dedicaba a hacer estiramientos, como si el ruso ni siquiera estuviera allí. ¿Se habría olvidado el japonés ya de él? ¿Qué pasaría por la cabeza de aquella desconcertante criatura? Con el tiempo, Viktor había llegado a la conclusión de que la mente del asiático funcionaba como un reloj: con una lógica interna y eficaz para sí mismo, pero inasible desde el exterior. La tenaz incapacidad de Viktor para enfrentarse a aquella insondable marea de pensamientos podría explicar porqué, a esas alturas, sólo había sacado a relucir la mitad de su potencial. De esa forma, Yuuri, danzando por  los pasillos, seguía siendo un diamante a medio pulir, una mariposa a medio salir de su capullo. 
 
La masa volvió a rugir como el animal irracional y hambriento de sensaciones que era, un nuevo patinador salía a escena, pero Viktor apenas lo notó. En su interior, empezaba a palpitar una rebeldía nueva, la idea peregrina de que todo lo que había aprendido ese año no podía haber sido en vano. 
Después de todo, su vida, antes monocrome y superficial como un lienzo incompleto, se había llenado con toda una serie de matices, luces y colores antes insospechados, como un calidoscopio. ¿De verdad Yuuri esperaba que volviera su antigua y gris existencia anterior como si nada? ¿Sin luchar?  
Además, estaba la promesa, aquella promesa que ahora sonaba a un eco antiguo pero continuamente renovado, como el mar.
 
“Ganemos el oro juntos en el Grand Prix”
 
¿Dónde había quedado todo ese empuje, toda esa lucha, ese amor? No podía haberse desintegrado en la nada. 
 
Aquella rebeldía se extendió por su pecho, abrasiva  como lava burbujeante. Quiso, sintió la tentación de retenerle, de tirarle de la chaqueta, de exigir su derecho a replica, su segunda oportunidad...
 
Pero, una vez más, y como venía siendo habitual Yuuri dio el primer paso... en otra dirección.
 
Puso patín delante de patín, golpeando la tarima con el impacto seco y pesado de las protecciones, un sonido que para Viktor venía a replicar su propio corazón acelerado. Caminaron por el estrecho camino sólo destinado a los más dignos contendientes, hasta llegar a un telón oscuro, que levantaron juntos pero separados, en una suerte de coincidencia acertadamente casual, remarcando con sus figuras contrapuestas su soledad compartida. Tras la tela, se hizo la luz y las proclamas. La turba famélica demandaba su sacrificio, y más valía no hacerla esperar. 
 
Prosiguieron con el proceso, como si nada más en el mundo importara más que cumplir con lo que había venido a hacer, aunque las razones para hacerlo se fueran desconchando como la pintura vieja. Y pese a todo, ahí estaba Yuuri: con su fabuloso traje del programa libre, el mismo que le arrebatara el aire de los pulmones cuando lo vio por primera vez, con aquella chispeante chaqueta enfundándole tan bien las excelsas caderas, su pelo, que tanto le habría gustado peinar él mismo, resistiéndose a un mismo tiempo al gel y a la gravedad y aquel par de ópalos  afilados como el filo de un samurai y que bajo los focos relucían con una luz propia pero absorbente. 
 
¿Cuándo volvería Viktor a ver algo tan hermoso? 
 
Recordó que eran sus últimos momentos juntos, unos segundos para resumir toda un universo de un año. Recordó que debía decirle algo, algo que realmente le ayudara, que le hiciera sentir mejor, que le diera ánimos. 
 
La voz de Viktor salió de su garganta con la suave sensualidad de una pluma. 
 
-Tranquilo , el oro está a tu alcance, Yuuri.- lo cual no dejaba de ser matemáticamente posible.
 
Víctima de hábitos adquiridos, demasiado caros como para ser erradicados con presteza, Viktor posó sus manos sobre las de Yuuri, en un infantil intento por atrapar algo del calor que se le escapaba. Como si de un dispositivo alquímico se tratara, sintió la carga eléctrica transferirse a su anillo.
 
-Confía en ti mismo.- dijo como consejo final, el único que entendía como realmente válido para Yuuri.
 
Sin embargo, Yuuri, el mismo animalito rechoncho y trémulo que en su momento vibrase en respuesta de cada una de las acciones de Viktor, como las cuerdas de un violín presionadas por el arco y los  dedos, no se conmovió. 
 
-Oye, Victor. -contestó con la dureza hermosa y fría de un diamante, tanto es así que esta vez fue Viktor quién tembló.- Dijiste que querías mantenerte fiel a ti mismo, ¿verdad?
 
¿Lo había dicho realmente? Bueno, seguramente. Eso sonaba mucho a su yo anterior, al que anhelaba el aplauso del público, la continua sorpresa. Sin embargo, en esos instantes era Viktor el sorprendido. Con todo lo que a él, le quedaba por descubrir del vasto mundo que era Yuuri, este lo tenía totalmente calado. Con todo lo que Viktor había pulido su farsa a lo largo de los años, Yuuri sabía perfectamente cuando fingía. 
 
-No empieces a hablar como un entrenador modelo.- replicó.
 
Viktor empezó a sentir una presión sutil pero firme abrazar sus manos y en ella había una respuesta implícita.  Y entonces, la deliciosa, la preciosa voz de Yuuri también se sintió cosquillosa y elegante como una pluma. 
 
-Quiero dejar la pista con una sonrisa.
 
De fondo, el público ovacionaba a Phichit Chulanont que se había clasificado segundo tras Jean Jacque Leroy, pero ellos estaban en un mundo completamente distinto.  
 
¿Con que ser sincero, eh? Eso sí que era una asignatura pendiente. Tal vez, desde el principio sólo había que empezar por algo tan sencillo. Y, bueno, ya que estábamos con las confesiones, de pronto y por primera vez en su raquítica carrera como entrenador, Viktor sí supo lo que decir. En realidad, no se pudo callar. Acercó sus labios anhelantes a la redonda y tentadora  frente. 
 
-Yuri, escúchame. -susurró. Y Yuuri, abrió los ojos, cual pétalos oscuros,  dirigiéndolos al ruso por primera vez en aquella infernal jornada.- No sabía si decirte esto o no, pero..- Tomó aire durante un momento de indecisión. Aquello que iba a decir no era fácil de digerir...pero ya no podía tomarse mucho tiempo con sutilezas. Lo soltó. Sin más.- Me tomé un descanso para volverme pentacampeón sólo para entrenarte. ¿Cómo es posible que no hayas ganado ni un solo oro? 
 
Yuuri lo miró impavido, casi noqueado por la revelación pero, afortunadamente, no dolido. Quizá fuera el momento de aminorar el golpe... Pero Yuuri le había pedido que fuera sincero, y tal y como Viktor había estado aprendiendo, la belleza de la sinceridad residía paradójicamente en su brutalidad. 
 
-¿Cuándo dejarás esa actitud de calentamiento?- le preguntó al fin con una media sonrisa triste. 
 
“Maldita sea, ¿Por qué vas siempre a media potencia? ¿Por qué no lo das todo? ¿Por qué no demuestras todo lo que sé que eres capaz?”
 
Frente a él, seguía Yuuri, boquiabierto, tan endemoniadamente adorable como sólo él podía ser. ¿Quién no cometería la imprudencia de estrecharlo entre sus brazos, cuando todo aquel cuerpecito parecía tan bien diseñado para ese propósito? Así, Viktor, quien había estado reprimiéndose durante todo el día, volvió a abrazar a Yuuri, con la picardía mal disimulada de tiempos pasados, como si aquella estúpida pelea nunca hubiera tenido lugar; y de este modo, terminó por pronunciar su más salvaje, indecente e inconfesable deseo.
 
-De verdad quiero besar la medalla de oro.- declaró caprichoso. 
 
 
Cuando Viktor levantó el rostro del hombro de Yuuri, para volver a encontrar la mirada de su amante con todo el amor que podía ofrecer, este seguía digiriendo las palabras que acababa de recibir. Entonces, un destello travieso volvió a refulgir en aquel cielo límpido y nocturno de sus ojos. La tensión de sus labios se crispó al fin y de entre ellos estalló una catarata de risa, refrescante  y poderosa. 
 
¡Ah, la risa de Yuuri! ¿Cómo había podido olvidar Viktor que aquel era el sonido más hermoso del mundo?  Se unieron en un abrazo, mientras sus risas sanadoras, hacían estremecer sus cuerpos hasta purificarlos de  cualquier resquicio de discordia entre ellos. Desearon permanecer así: refugiados en el manto protector de su reciente reconciliación, ajenos a la realidad, pero la realidad vino a buscarles.
 
“Representing Japan...” llamaba la cacofónica megafonía.  
 
Sí, todavía había trabajo que hacer. Había algo que demostrar. Se dieron la mano. Sus anillos se conectaron de inmediato, de manera que cuando Viktor dejó ir a Yuuri, lenta y dolorosamente, estos siguieron respondiéndose a través de la distancia. 
 
Cuando Yuuri se internó de nuevo en el hielo, al abrigo del público que lo acogía, con una sonrisa en los labios, Viktor se estremeció, pues había llegado el momento de la verdad. 
 
Las primeras notas de piano se deslizaron pizpiretas por los altavoces y Yuuri las recibió alzando sus manos en señal de oración, como si con ello pretendiera aminorar su caída. Incluso desde la lejanía, su expresión parecía limpia e iluminada, casi angelical, como si los poros de su piel irradiasen luz propia. ¿Así sería la expresión inocente de un niño que se interna en el patinaje sin entender lo que este significaría años más tarde? La fotografía de un Yuuri de seis años, ataviado con el jersey de su inicial y aquella tierna y rolliza sonrisa salpicó la mente de Viktor. 
 
Mientras tanto, en  el hielo, el japonés se dejaba llevar por el hielo, abriéndose ante el público como una tímida y delicada flor invernal. Tras unos cuantos giros con aquella expresión al mismo tiempo desapegada pero principesca, Yuuri dio muestras de estar preparándose para la primera combinación de saltos. Así, Yuuri voló sobre la pista con la majestuosidad aérea de un albatros. Tan sólo Viktor, que conocía el programa al dedillo se dio cuenta de que algo no encajaba. Aquellos toe-loops cuádruples y triples eran indudablemente de su pupilo y, sin embargo, ¿de quién era la estela que dejaban discretas las cuchillas cuando marcaban el hielo? ¿Quién era la sombra que consiguió vislumbrar en aquellos escasos segundos de vuelo? 
 
Yuuri aterrizó maravillosamente, como siempre conseguía hacer cuando su mente y su corazón conseguían entrelazarse. Avanzó formando un círculo perfecto sobre la pista, con el tesón orgulloso de un navío transatlántico sobre la tormenta, imparable ante la adversidad. Volvió a girar sobre sí mismo, intentando alzar el vuelo con aquellos elegantes y pronunciados ademanes. Entonces, el trenzado que iba dibujando sobre la superficie helada presagiaron el salchow, si bien a Viktor a penas le dio tiempo a preocuparse. El salto fue ejecutado con una belleza y altura casi etéreas, así como con una pulcritud que aparentaba una facilidad natural, prevista por el orden lógico de las cosas. Era algo al mismo tiempo espectacular y humilde pero innegablemente sobrecogedor, como los pétalos rosados que Viktor vio caer durante la primavera que pasó en Hasetsu. Algo espectacular pero sencillo, como el mejor y más divertido de los borrachos. 
 
Sin embargo, aquel salchow no era de su Yuuri, si no de otro Yuri. Una punzada de orgullo y celos centró su atención. Su chico había aprendido a echar mano de todos sus recursos. Al fin.
 
Y Yuuri siguió planeando imparable por el hielo, recreándose en su propia libertad. Entonces, el japonés volvió a saltar y algo volvió a no encajar en lo absoluto. No es que aquel divertido triple flip hubiera estado sobregirado o lo hubiera precipitado sobre el hielo, es que tendría que haber sido  un triple loop. Viktor arrugó la nariz. Había una idea extraña, una intención oculta, que sobrevolaba toda aquella rutina. ¿Qué se proponía ese chico? 
 
En ese instante, Yuuri se abandonó a su propia inercia, como una hoja que es arrastrada por la corriente.Viktor intentó encontrar, en aquel extraño fluir, la respuesta que tanto ansiaba.
 
“Yuuri, ¿acaso...?”
 
El público que antes enloquecía con cada uno de los aterrizajes de Yuuri, ahora guardaba un clamoroso silencio, como si temieran perderse alguna de aquellas fragiles notas que goteaban durante la secuencia de pasos. Por su parte, el japonés languidecía sobre la pista, con aquella expresión sentida que conseguía estirando sus brazos y piernas hasta el último músculo. No daba puntada sin hilo, esforzándose en mimar cada uno de sus elementos artísticos, cuidando los detalles, hasta confeccionar el más cuidado de los bordados, la belleza más espectacular y pura escenificada en vivo para los afortunados asistentes. 
No, Yuuri ya no se andaba con tonterías. Ya había dejado esa “actitud de calentamiento”, de autoboicot, que tanto irritaba a Viktor, y estaba floreciendo allí y entonces frente a los ojos del extasiado ex campeón.  Así, poco a poco, aquella conjunción casi orgánica entre el hielo y las cuchillas de Yuuri se vio interrumpida por un magistral y siseante triple axel. Pese a ello,  Viktor no pudo evitar tensarse como un arco a punto de ser disparado, expectante ante un programa que empezaba a no reconocer. Desde luego, Yuuri era un mago a la hora de sorprenderle. 
 
El asiático sostuvo sus brazos en lo alto, con un gesto que recordaba a las bailarinas de las cajas musicales. Enarboló su anillo que relució a la par que la purpurina que cubría sus hombros. Al mismo tiempo, disponía los brazos como si moviera el aire a su alrededor, como los pétalos de una flor que juega con el viento, algo que contrastaba con la expresión ruda de su rostro. Entonces, como si pretendiera dar al traste como toda aquella ligereza, emprendió un tremendo salto que lo proyectó  al otro lado de la pista. El aplomo con el que se mantuvo de pie en la impresionante caída, levantó al público en vítores. Sin embargo, la cara de Yuuri parecía algo más  afectada por la velocidad mientras se adentraba en nuevas secuencias de giros.  El salto había sido un cuádruple toe-loop, cuando esperaba un triple flip.
“¿Un cuádruple? ¿Acabarás con un total de cuatro cuádruples, Yuuri?”
 
De pronto, el plan oculto de Yuuri se le había vuelto evidente hasta lo ridículo: no iba a ir a lo fácil y no sólo por probarse. Yuuri estaba dando lo mejor de sí para llegar hasta  Viktor. Era un mensaje directo para él. Si en el vídeo donde interpretaba Stammi Viccino, pretendía imitarle, ahora su objetivo no era  sólo ponerse a su nivel, si no superarle. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral con la contundencia de un rayo.
 
“Si Yuuri posee tanto carisma, ¿no le gustaría enfrentarlo un día en la pista?”
 
Yuuri se deslizaba levantando traviesamente uno de sus patines, como si probase lo fácil que era  recorrer el hielo sin perder el equilibrio, ocultando al ojo no entrenado las muchas horas que Viktor sabía que podía alargar los entrenamientos, y en un abrir y cerrar de ojos volvió a elevarse, moviendo los brazos cual alas propulsoras. Esta vez regresó a tierra con una singular combinación de triple axel, loop sencillo y triple salchow, enlazando astutamente lo exquisiteces de su repertorio. 
 
Viktor sonrío: aquella era la hermosa bestia de la que se había enamorado. 
 
Pero, al tratarse de Yuuri todas esas sorpresas no podían ser suficientes. Siempre había algo aguardando en las sombras, algo que hasta el propio Yuuri ignoraba hasta el último momento. Así, surgieron, casi de la nada, unos triples lutz y toe-loop. Pareciera que Yuuri, consciente de lo decisivo del momento, quisiera echar el resto. O, tal vez, si todo aquello no iba dirigido a los jueces, si no a Viktor, ¿estaba intentando tentarle? ¿Quería mostrarle todo los recursos con los que podía retarle como patinador? Viktor clavó sus mirada sobre el joven nipón. Al tiempo que este, con un gesto gallardo, se adentraba en el flamante torbellino de la secuencia de paso, una idea fue abriéndose en la mente del ruso. Siempre había pensando en ello como en una disyuntiva, y era lógico que así lo hiciera, pues nadie lo había hecho de otro modo antes. Pero, ¿y si no tuviera que elegir entre Yuuri y el patinaje competitivo? ¿Y si pudiera tenerlo todo? La perspectiva se iba haciendo cada vez más atractiva, conforme Yuuri bailaba impecablemente sobre el hielo, alternando con gracia los filos de sus patines. 
 
Una vez más, el público aplaudió, agradecido por aquella admirable representación, si bien Viktor permaneció a la espera, pues presentía que aún quedaba el toque final. Así, tal y como el ruso sospechaba, cuando la música iba llegando a su momento más álgido, Yuuri salió raudo de su vertiginoso baile para volver a saltar. Fue el cuádruple flip más bonito que Viktor hubiera presenciado jamás, mucho más que los que él solía realizar. En la regia altura, con una perfección técnica que opacaba todo desliz del pasado, Yuuri tejió aquellas espirales aéreas con un astuto sello de escarcha, que aportó un toque poético a la ejecución. Aquella era, sin lugar a dudas, la más perfecta declaración de amor que Viktor hubiera soñado recibir jamás.  
 
Reconocido en aquel descarado homenaje, Viktor sintió su corazón inundarse por demasiadas y variadas emociones. Sonriendo como un niño ante aquel regalo, con la boca abierta por aquellos giros de guión que sólo Yuuri había aprendido a orquestar para él, lloró conmovido. Tras todo aquel miedo y rabia, tras enfrentarse a la idea de perderlo para siempre, Yuuri lo seguía amando de verdad.  Desde luego, nadie le seducía con el patinaje como él. 
 
De esta forma, Yuuri inició su secuencia de piruetas, perfilando lentamente cada rotación hasta terminar elevándolas en una delicada espiral ascendente. Finalmente, los brazos de Yuuri se desliaron en una ceremoniosa despedida al público. Sin embargo, en el movimiento final, Viktor no quiso pasar por alto que el cuerpo de Yuuri se disponía hacia él. 
 
Todavía jadeante y sudoroso por el titánico esfuerzo, con una expresión casi de ruego en su compungido rostro, la mano derecha de Yuuri se dirigía hacia Viktor, queriendo tirar de él.  Encantado, Viktor le correspondió posando la suya sobre el pecho. 
 
Pronto, Yuuri recuperó el aliento, que utilizó para bramar eufórico, y acto seguido, empezó a llorar. Viktor sonrió, aprobando aquella reacción desbocada. Daba igual lo que dijeran las puntuaciones, pues en lo que a él respectaba, Yuuri Katsuki había conseguido la mayor de las victorias: se había vencido a sí mismo. Contra todo pronóstico y contra todos los impedimentos... ¿Acaso alguien podría hacerle sentir más orgulloso? 
Viktor se moría por abrazarle. 
 
-¡Yuuri! - lo llamó con los brazos abiertos y el japonés se giró con una carita de niño obligado a dejar el juego antes de tiempo. ¡Él también tenía miedo! Viktor, por fin liberado de sí mismo, podía entenderlo. 
 
Yuuri entró receloso al Kiss and Cry, como si los logros que acababa de realizar no le pertenecieran, con la mirada gacha y la actitud nerviosa. En cuanto se sentaron, Viktor detectó con presteza los conocidos síntomas de la ansiedad: Yuuri se encerró en sí mismo, empezó a mover rítmicamente la pierna izquierda e incrementó su respiración. Mientras, las imágenes repetidas de su fabuloso flip colmaban las pantallas. Afortunadamente, Viktor ya sabía qué hacer. Empezó por acariciarle la espalda.
 
-Tranquilo. -le calmó cariñosamente.- Lo hiciste con tal perfección que te darán una buena puntuación.
 
Entonces la megafonía anunció la llegada de aquellas temidas cifras. Yuuri casi gimió del susto, por lo que Viktor no cesó en su apoyo, mientras unas malvadas mariposas imaginarias hacían estragos con su estomago. Cuando las leyó, Viktor no pudo si no agrandar los ojos, por lo enormes que eran. Los jueces habían recompensado el impecable programa libre de Yuuri con un irrefutable 221.58, lo que sumado al programa corto, lo llevaban a la primera posición con nada menos que 319.41 puntos. ¿Un momento? ¿Eso no era más que su record en programa libre? 
 
Viktor torció el gesto. No había errado cuando dijo que Yuuri estaba cerca del oro, de hecho, lo estaba demasiado. Nada le alegraría más que Yuuri recibiera el primer puesto por el que tanto habían trabajado, si no fuera por que, con absoluta probabilidad, el japonés lo interpretaría como la señal definitiva de que había alcanzado el cenit de su carrera, y se retiraría. Eso era algo que Viktor no podía consentir, y menos ahora que tenía un plan. Además, ¿Ese muchacho pasaba de estrellarse en el Grand Prix Final de Sochi para en un año arrebatarle su récord? ¡Su récord! Tenía que actuar. Debía ser rápido y certero, o su oportunidad se perdería para siempre. 
 
Yuuri, todavía incrédulo, buscó la mirada cómplice de Viktor, lo que obligó a este  a volver a la realidad. Sonriendo le tendió la mano, para atraerlo en un abrazo. Después del día de rígida separación, la adicción por el joven asiático se había vuelto todavía más inclemente. 
 
¿Cómo podía ser tan agradable el contacto con otro ser humano? ¿Cómo podía haber pasado un día entero sin tocarle, cuando precisamente Yuuri eran tan suave, tierno y cálido? Necesitaba recuperar el tiempo perdido. Viktor internó su rostro en la dulce y fragante cuenta que era el cuello de Yuuri y respiró con avidez. Su voz, sofocada por la ropa del japonés, resonó como un susurro íntimo y cavernoso. 
 
-Felicidades Yuuri. Que ambos Yuris superaran mis marcas es algo que me deleita como su coreógrafo y entrenador, pero no me gusta nada como competidor.- admitió.
 
Yuuri se separó de inmediato tras aquella revelación velada, no sin soltar la mano de Viktor, afortunadamente. Un millón de constelaciones refulgieron en aquel negro firmamento que era la mirada de Yuuri. 
 
-¿Qué? -preguntó.- ¿Osea que regresarás?
 
Viktor sonrío enternecido. ¡Pero qué adorable! Si hubiera sabido que era tan fácil hacer feliz a aquel principe, ¿se habría complicado tanto la vida? 
Bueno, lo cierto es que el viaje había demostrado valer la pena. 
Notas finales:

Bueno, pues ya hemos llegado hasta aquí. Siento no haber podido actualizar la semana anterior. Estuve pensando en publicar lo que tenía escrito que más o menos era... Viktor llorando hasta la actuación de Yuuri (pobrecito). Pero luego pensé que ya había publicado muchos capítulos en los que la historia apenas avanzaba, y creía que era mejor esperar y hacer las cosas cómo se debe. 

¡Así que espero que les haya gustado el resultado! Como mi corrector ha dejado de funcionar de pronto ( tal vez tenga que ver que ya tengo 350 páginas de word escritas, es una posibilidad XD) he intentado ser lo más pulcra posible con las faltas, pero como soy yo, seguro que algo se me ha debido de escapar... me disculpo por ello. 

¡Y también me disculpo por el francés que seguro también está mal escrito después del tiempo que llevo sin repasarlo! No debí hacerlo porque además era del todo innecesario pero...¡Stéphane Lambiel! ¡Aún recuerdo lo que grité cuando lo reconocí en el anime!

¡Ah! Como he tenido unos días de vacaciones, he podido adelantar la escritura del capítulo de la semana que viene que tendrán puntualmente, a menos que ocurra algo fuera de mi control...

Como sea, muchas gracias a la gente maravillosa y de una naturaleza excepcional que me sigue leyendo. Espero que el esfuerzo se  esté siendo  compensado, que les guste el cap y que tengan una semana estupenda.

¡Besos y nos leemos pronto!


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