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Simpatía por el Diablo por Annika Blomkvist

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Notas del capitulo:

Lo prometido es deuda, capítulo 5 recién subido!

Capítulo V

El árbol del ahorcado


La mano firme de Ciel Phantomhive chocó con fuerza contra la mejilla de Sebastián, quien aún se encontraba con la rodilla hincada en el suelo, haciendo una reverencia a su amo. Lo golpeó una, dos, tres, cuatro veces. Estaba completamente fuera de sí. El demonio aguantó la descarga de ira de su joven amo sin rechistar, por los momentos el tiempo de divertirse había acabado, y ahora debía un respeto, renovado por el contrato que no había estado atado desde hacía unos cuantos años.

Sebastián comprendía a la perfección la furia de Ciel, él debió haber acabado con todo eso desde hacía tiempo atrás, pero su obsesión no tenía límites y casi lo arruinaba todo nuevamente. No era la primera vez que estaban en ese lugar, el ex Conde ahora que recordaba todo se fastidió al notar que estaban en la misma mansión abandonada de siempre, ¿Cuántas veces habían vivido ya lo mismo, y en ese mismo lugar? ¿Cinco, seis veces?

Para el demonio era incomprensible por qué se le hacía tan difícil dejarlo ir definitivamente y acabar con su vida. ¿No era eso lo que había deseado desde el momento en que hicieron el contrato? ¿No era eso lo que había estado a punto de hacer hace ya 126 años atrás, absorber su alma y ver como quedaba su cuerpo vacío y sin vida, cuando el miserable de Claude le arrebató su festín? Aquella época la veía tan lejana ya, los deseos de ese momento se le hacían ajenos. Se percató de que algo en él había cambiado, y por algún motivo desconocido, se negaba a desprenderse de su joven amo.

―¡¿Por qué Sebastián?! ¿Por qué rayos no terminaste con esto la última vez hace 20 años? ―Ciel volvió a atizar otro golpe contra el rostro de su mayordomo―. ¡Ya estoy cansado de seguir reencarnando tantas veces! ¿No te has puesto a pensar en el dolor que me causa tener que volver a ver otra vez a mis padres y a mis seres queridos vivos, y que luego ustedes los asesinen nuevamente? ¡Cinco veces! Durante las cinco reencarnaciones los he visto morir. Dime algo, ¿Siguen vivos todavía en esta resurrección? Obviando a Edward, por supuesto ―añadió con rencor.

―No lo sé ―respondió secamente el demonio mirando al vacío―. Supongo que no, Grell se iba a encargar de todas las reencarnaciones que no nos iban a ser útiles para el ritual.

Ciel se sorprendió con la frialdad que Sebastián dijo aquellas palabras, al fin y al cabo, todo giraba en torno al ritual, y su mayordomo seguía siendo un demonio, no iba a apiadarse de él ni mucho menos detenerse a pensar si estaba causándole dolor al asesinar otra vez a sus seres queridos. Levantó la mano con intenciones de volver a descargar su ira contra Sebastián, pero se detuvo en seco. No valía la pena seguir gastando sus energías en un ser que no tenía sentimientos. Aunque en algún momento del pasado Ciel creía recordar que su mayordomo estuvo cerca de sentir algo, o al menos fingió hacerlo. Pero daba igual, todo eso había quedado ya atrás.

―Vaya, pero qué irritante eres. Eh, Phantomhive, ¿Ya terminaste tu numerito? ―intervino Alois Trancy con cierta frialdad.

―No te metas en lo que no te incumbe, Trancy. Yo termino cuando tenga que hacerlo. ¿Por qué mejor no te vas a lloriquear a donde el inútil de Claude?

―El único que anda lloriqueando como un histérico eres tú ―dijo el rubio sin inmutarse en lo absoluto― ¿Dices que Claude es un inútil? ¿Y en dónde dejas a tu querido demonio? Si no fuera por su culpa ya esto se hubiese acabado hace mucho y lo sabes bien.

―¿Y quién fue el que comenzó todo esto? ¡¿No fue el imbécil de tu mayordomo?! ―exclamó Ciel furioso.

―Basta. Los dos.

La voz grave de Claude resonó en la estancia, él entró por la gran puerta antigua de madera y sostenía un candelabro en sus manos. El tono había sido neutro, pero se notaba la severidad oculta tras su voz. Sebastián simplemente permaneció estoico en medio del salón, parecía estar ajeno a lo que sucedía a su alrededor.

Se nos acaba el tiempo, Sebastián ―dijo Claude en aquel idioma que no podían comprender los humanos―. Ya los Shinigamis tienen todo listo, hay que llevarlos a cuartos separados para hacer la preparación previa al ritual. Los de Violet Wolf se encargarán de Ciel.

―Prepárate Phantomhive, ya pronto acabarán con nosotros ―susurró el rubio maliciosamente al oído de Ciel.

El ex Conde dio un respingo al escuchar esas palabras por parte del rubio. Él quería que todo aquello terminara, en verdad lo deseaba, ya no quería seguir sufriendo más, ni ser más el juguete de Sebastián, pero el simple hecho de pensar que esta vez sí iba a ser definitivo y que no iba a volver a reencarnar, lo asustaba un poco. Ahora se daba cuenta de que no estaba realmente preparado para ese momento.

Tengo que hablar antes en privado con el joven amo, debo hacerlo ―dijo Sebastián con gravedad.

No, esta vez no. Ya no queda suficiente tiempo y no vas a hacer tus trampas. Han pasado ya demasiados años, Sebastián. Acabemos de una vez por todas con esto ¿Quieres? ―dijo Claude comenzando a perder la paciencia―. Encapricharse con un humano no trae nada bueno, ¿Vas a cometer el mismo error que Hannah Anafeloz? No olvides cuál es nuestra verdadera naturaleza, no podemos permitir que las emociones humanas nos afecten.

No estoy encaprichado ―gruñó Sebastián―. Solo necesito cinco minutos.

Faustus hizo caso omiso y prosiguió de acuerdo al plan. ―Your highness, joven Phantomhive, acompáñennos por acá ―Acto seguido Claude salió por la puerta principal siendo seguido por los menores y por Sebastián escoltando detrás de mala gana. Michaelis se contuvo y decidió seguirle la corriente a Claude. Ya luego tendría tiempo de encargarse de aquel imbécil cuando las cosas se normalizaran.

Alois parecía resignado, pero Ciel, en cambio, hacía su mejor esfuerzo por ocultar su nerviosismo.


Subieron una interminable escalinata y llegaron hasta un vestíbulo en penumbras. La luz del candelabro que sostenía Claude les permitía ver dos escaleras de caracol, una que daba hacia una torre del lado derecho, y otra, del izquierdo. Faustus le lanzó una mirada desconfiada a Sebastián e hizo una señal con la cabeza, indicando que debía tomar la escalinata derecha. Éste último miró a Claude del mismo modo desconfiado, pero finalmente guió a Ciel hasta el lugar señalado. Los otros dos se fueron por el lado opuesto.

Ciel y Sebastián comenzaron a subir manteniendo un silencio muy incómodo entre ambos. Había tantas cosas por decir que ninguno sabía por dónde era más oportuno comenzar, ni tampoco sabían si era el momento o el lugar adecuado para hacerlo.

―¿No se aburren de utilizar siempre esta mansión? Podría recorrerla hasta con los ojos cerrados ―susurró Phantomhive, aunque el sonido de su voz reverberó por toda la escalera.

―Esta mansión es necesaria para el ritual, Joven Amo. Usted lo sabe muy bien ―repuso Sebastián con frialdad.

―Claro, el ritual. ¿Y por qué la última vez no lo hicieron bien? ¿Por qué tuviste que…?

―Un error ―cortó el mayordomo molesto―. Un error que no pienso repetir.

―¿Piensas que fue una equivocación? Pero, ¿y lo que dijiste…? ―preguntó Ciel visiblemente molesto.

―Joven Amo… ―suspiró Sebastián cansado―. No. Ciel… ―Pero el demonio no pudo terminar la frase, puesto que llegaron al final de la escalinata, donde estaba una puerta con dos figuras conocidas aguardando por ellos.

Oculto tras su capucha negra, estaba Gregory Violet, con su típica expresión de indiferencia y su aspecto tétrico de siempre. A su lado, estaba Cheslock sosteniendo un candelabro, había una sonrisa burlona en su rostro al observar llegar a Ciel.

―Bienvenido de nuevo, Phantomhive… ―su sonrisa se amplió aún más. Cheslock parecía estar disfrutando en demasía aquel momento por alguna razón.

Ciel a modo de respuesta simplemente hizo un asentimiento de cabeza, pasó al lado de los ex estudiantes del Weston y se adentró en la habitación oculta tras la puerta. Sebastián hizo ademán de seguirlo, pero Violet lo bloqueó enseguida.

―Ya conoces las reglas… ―dijo Violet sombríamente―. Sólo Phantomhive.

Michaelis frunció el ceño molesto. Si tan sólo pudiera tener cinco minutos para hablar a solas con su Joven Amo. Pero decidió no insistir, hubiese levantado sospechas. Ya de por sí, todos desconfiaban de él, debido al error que cometió la última vez hace 20 años, lo mejor era aguardar el momento oportuno.

Violet y Cheslock entraron a la habitación y cerraron la puerta, dejando en la penumbra al demonio. Aunque aquello no suponía ningún problema para Sebastián, ya que su aguda vista sobrenatural le permitía ver en la oscuridad. Rápidamente, el demonio decidió que ya era tiempo de ejecutar un plan de acción, debía hacer lo correcto esta vez. Descendió rápidamente por la escalinata teniendo en mente lo que era un plan brillante, según él. La cuestión sería convencerlo a él para que lo ayudara. Esperaba estar tomando la decisión acertada.


―Sabes de sobra el procedimiento. Quítate la ropa ―espetó divertido Cheslock.

Ciel gruñó en respuesta y comenzó a desvestirse. Estaban en un pequeño salón lúgubre que sólo alcanzaba a ser iluminado por la débil luz que emitía el candelabro. Al igual que todas las habitaciones de esa mansión, el cuarto tenía un estilo medieval y antiguo, había una pequeña mesa de madera, una silla, y una ventana amplia con los respectivos barrotes de acero.

Todo sigue igual. Pensó Phantomhive. Encima de la mesa había una túnica negra que debía colocarse, y estaba lo que parecía ser el block de dibujo de Violet, junto a unos gruesos libros.

Luego de desvestirse parsimoniosamente, echó un vistazo al block sin importarle un comino que los de Violet Wolf lo observaban y aguardaban por él. Pasó varias páginas y observó el mismo dibujo que había visto otras veces: estaba él de perfil mirando hacia la nada, y detrás, había un monstruo en posición de ataque, listo para devorarlo. No obstante, el Ciel del dibujo parecía ajeno a ese hecho, sólo estaba pensativo, enfrascado con algo en su mente, mientras el monstruo aprovechaba su oportunidad para atacar. Aquella bestia recordaba al Jabberwocky del libro de Alicia en el País de las Maravillas.

―Siempre he pensado que hay un error en esta proyección que tienes de mí y mi relación con Sebastián ―soltó Ciel con cierta frialdad. Dejó la libreta de dibujo sobre la mesa y comenzó a ponerse la túnica negra.

Evidentemente, aquel dibujo se trataba de una representación de Ciel y de su mayordomo. Violet, tenía "premoniciones" del futuro, y cada vez que llegaba una imagen a su mente, las plasmaba en aquel block. En esa visión que tenía en particular, demostraba que Sebastián sólo estaba interesado en el alma de Ciel y estaba esperando el momento oportuno para degustar su festín.

Violet no le respondió, permaneció recostado contra la pared y le lanzó una mirada de indiferencia al ex Conde, instándolo a continuar.

―¿De verdad piensas que ese demonio se preocupa por ti? Por favor ―interrumpió Cheslock burlón―. Sólo porque en la última reencarnación se acostó contigo no quiere decir que le importes. Sabes muy bien que todo este ritual es para que él por fin pueda consumir tu alma y cumplir con ese contrato que hicieron hace tanto tiempo atrás y arreglar el de...

―Cállate ―dijo Ciel con voz gélida―. Tú no sabes absolutamente nada.

―Aunque a veces me pregunto qué ve ese demonio en ti. Eres realmente molesto y malcriado.

―Cheslock. Ya basta ―susurró Violet fríamente. El interpelado se paralizó al escuchar la voz del ex Prefecto de la casa violeta. Cheslock reconocía ese tono de voz que éste utilizaba cuando estaba molesto. No era necesario que Gregory Violet alzara la voz para volverse amenazador.

Volteó a verlo y él seguía recostado de la pared, con ese gesto aparentemente imperturbable. Pero Cheslock llevaba demasiado tiempo conociéndolo, y sabía cuando algo cabreaba a su compañero. Decidió cerrar la boca inmediatamente y empezar a tomarse aquello con más seriedad. Violet comenzó a caminar lentamente hacia Ciel, quien seguía de pie, ya con la túnica puesta.

Se detuvo frente al menor y lo observó detenidamente sin decir nada durante unos segundos.

―Algunas veces también pienso que esa proyección es errónea ―dijo Violet entre susurros.

Ciel ocultó su sorpresa y permaneció estoico, aguardando que el otro continuara.

―El primer Violet, es decir, mi yo original, tuvo esta visión, que continuó con las dos primeras reencarnaciones. Pero luego, durante la tercera reencarnación en 1935, empezaron a cambiar un poco las proyecciones de tu futuro, a difuminarse. Ya no estaba tan claro qué sucedería… Pero esta vez… ―dejó de hablar y tomó la libreta de dibujos. Pasó las páginas y se detuvo en la cuarta. Se la mostró al ex Conde.

El dibujo hecho a grafito era confuso. Ciel parecía ir en caída libre por un abismo, miraba hacia arriba y tras él, también iba Sebastián cayendo; la mano del demonio que tenía el sello del contrato estaba atada con unos grilletes y una cadena, que terminaba en la mano derecha del Ciel del dibujo. Estaban atados. La expresión del demonio era de resignación, pero la del ex Conde, era de miedo total, se veía aterrado.

¿Qué rayos significaba aquello? ¿Que el destino de ambos estaba atado el uno al otro y era Ciel quién estaba llevando a Sebastián hacia el abismo? ¿Eso era? Phantomhive le lanzó una mirada confusa a Violet, quien permanecía indiferente. Le quitó la libreta al menor y pasó a otra página. Había otro dibujo desconcertante.

Estaba la silueta de un joven, no se podía distinguir a ciencia cierta de quién se trataba, pero era del tamaño y la contextura de Ciel. Estaba de pie frente a un árbol ubicado en el medio de la nada, pero en aquel árbol había una cuerda guindando.

El árbol del ahorcado. Ciel dio un respingo y dejó caer la libreta al suelo. Un miedo irracional lo invadió. No sabía por qué, pero un mal presentimiento comenzó a invadirlo, aquel dibujo lo dejó aturdido. Era una especie de premonición.

―Tu futuro está cambiando constantemente... ―continuó Violet de forma siniestra―. La primera premonición se hace cada vez más lejana, y estas dos últimas visiones del futuro han sido las que más solidez han ido tomando. Pero ya estamos cansados, Phantomhive, al igual que tú, queremos que todo termine esta noche. Así que nos encargaremos de que la primera premonición se cumpla sin importar qué. A fin de cuentas, ¿eso es lo que tú también quieres, no?… Así que nos ocuparemos de que se cumpla el ritual. Y ya no tendré que seguir dibujando estas patéticas visiones sobre tu futuro.

Violet ágilmente arrinconó al menor contra la pared y lo inmovilizó. Con una cuerda ató las manos de Ciel a su espalda, y luego rodeó el cuello del ex Conde con sus manos, pero sin ejercer la suficiente presión como para asfixiarlo.

―Cheslock, trae el elixir ―pidió Violet con premura. El otro sin replicar hizo inmediatamente lo que se le pidió. Extrajo de su chaqueta un pequeño frasco con un líquido violáceo. Lucía realmente desagradable.

―Bébelo ―ordenó al tiempo que ejercía más presión al cuello de Ciel. Pero éste se negaba a abrir la boca y terminó lanzando un escupitajo directo a la cara de Violet.

Sin inmutarse, Violet sólo se limitó a limpiarse la cara y luego extrajo de su túnica un artefacto metálico, de color negro y tenía forma de lo que parecía ser una pera. Ciel abrió los ojos como platos, aquello era la pera de la angustia (1). Se removió inquieto al ver como el ex Prefecto sacaba aquel objeto.

―¿Sabes qué es esto, no? Ya lo hemos utilizado antes. ¿Vas a cooperar o voy a tener que volver a usarlo contigo? ―dijo Violet sin emoción en su voz.

Phantomhive, simplemente suspiró cansado y asintió. Ya no valía la pena resistirse. Cheslock abrió la botellita y vació el contenido en la boca del menor. El líquido estaba caliente y era viscoso; se sentía bastante desagradable. Ciel tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para no vomitar. Primero retuvo el líquido en su boca, y luego pasó por la garganta aquel elixir. Estaba cansado ya de todo ese espectáculo, sólo quería que le pusieran fin.

―Buen chico ―dijo Cheslock. Violet soltó las ataduras de Ciel y éste se desplomó en el piso. No tenía fuerzas, estaba cansado, muy cansado.

―Ya está casi listo, prosigue con la fase 2 ―ordenó Violet―. Iré a ver si Redmond y Aleister prepararon a Trancy.

Ciel quedó hecho un ovillo en el suelo. Cheslock lo levantó del suelo de muy malas maneras y lo obligó a mantenerse en pie. Phantomhive había terminado por resignarse.

Justo cuando Gregory Violet se disponía a abandonar la habitación, alguien entró repentinamente sin llamar previamente: se trataba de Aleister Chamber, mejor conocido como el vizconde Druitt. Algo en el estómago de Ciel se removió. Algo parecido al asco y la repulsión. Nunca superaría el desagrado que le producía aquel hombre, incluso después de tantos años y después de haberlo visto en varias reencarnaciones, la repulsión que le generaba era cada vez mayor.

El vizconde Druitt parecía estar bastante alterado, ni siquiera reparó en Ciel ni hizo sus típicas insinuaciones fuera de lugar. De hecho parecía otra persona, no estaba su sonrisa ni amabilidad de siempre, se encontraba más serio que nunca. Tras él, se asomó su sobrino, Edgar Redmond; hecho que resultó desconcertante para Ciel, ya que se suponía que ellos dos eran los encargados de Trancy, si ellos no estaban con él, ¿Qué pasó con Alois? ¿Habría escapado o algo así?

―Necesitamos tener una charla con ustedes. En privado. Inmediatamente ―dijo el Vizconde completamente serio―. No tenemos mucho tiempo.

―No podemos dejar sin supervisión a Phantomhive, lo mismo deberían hacer ustedes con Trancy. ¿Qué rayos hacen aquí los dos? ―exclamó Cheslock con impaciencia.

―Es un asunto delicado ―intervino Redmond―. Salgamos un momento y hablemos afuera. Ahora.

Con cierta desconfianza, Violet y Cheslock accedieron salir y dejar encerrado a Phantomhive en la pequeña habitación.

Ciel oyó cómo se alejaban los pasos por las escaleras. En otras circunstancias hubiese pensado en un plan de huida, pero ¿Qué sentido tenía? Al fin y al cabo, los Shinigamis y los demonios eran quienes controlaban todo, siempre fue así desde la primera reencarnación, o ¿por qué no? Prácticamente desde que hizo su contrato con Sebastián. Él nunca había sido el que movía las piezas del tablero, ni mucho menos el que controlaba el juego, siempre fue una simple pieza más.

Se dejó caer al suelo y se volvió a hacer un ovillo. Cubrió su rostro con la capucha de la túnica, y sólo se veía un pequeño bulto negro en la esquina del salón. Estuvo así durante un buen rato, al menos quince minutos, hasta que finalmente escuchó el crujir de la puerta.

Volvieron muy rápido. Demasiado pronto. Pensó Ciel. Decidió mantenerse en la misma posición y esperar. Los pasos se acercaban lentamente, podía sentir la luz de un candelabro posicionándose encima de él. Luego una mano descorrió la capucha y Ciel se sorprendió al ver de quién se trataba, ¿Pero qué demonios?

―¡Sebastián! ¿Pero qué ray… ―no pudo terminar la frase, la mano de su mayordomo cubrió su boca inmediatamente.

―Joven amo, no disponemos de mucho tiempo. Debemos irnos ya. Luego le explicaré todo con más detalle ―susurró Sebastián al tiempo que alzaba a Ciel del suelo.

―¡No me toques! ―exclamó al tiempo que le daba un manotazo al demonio―. No iré contigo a ningún lado. No sé a qué juegas Sebastián, pero ya te he dicho que estoy cansado de todo esto. Mientras más rápido termine, mejor.

El demonio suspiró con hastío. En momentos como esos era cuando más detestaba la testarudez de su amo. ¿Por qué nada podía ser fácil cuando se trataba de Ciel? Exactamente. Nada era sencillo con su joven amo, él era diferente. Por esa razón es que se había interesado en su alma, ¿No? Todo con él siempre suponía un reto nuevo e inesperado. Si había logrado manejarlo durante más de un siglo, ¿por qué no poder ahora?

―Ciel, por favor, necesito que me escuches. Ya no va a ser posible hacer el ritu…

―No quiero oírlo ―interrumpió Ciel―. ¿Qué rayos quieres de mí? Dímelo porque no lo entiendo. ¿No era mi alma lo que querías? ¿Por qué lo retrasas todo cuando ya vas a obtener finalmente lo que quieres?

―Han cambiado las condiciones. Sucedió algo…

―No. No, Sebastián. No me interesa lo que haya sucedido, el ritual debe hacerse. Ya estoy harto ―espetó Phantomhive al tiempo que volvía a echarse en el suelo―. No me pienso mover de aquí.

Michaelis escuchó a lo lejos unos pasos, posiblemente Violet y Cheslock debían venir de regreso. No sentía la presencia de Claude, pero tenían que salir de allí antes de que Faustus fuera a por ellos. Sebastián no tenía tiempo para discutir con Ciel, lo mejor era utilizar la fuerza, siempre le daba mejores resultados.

Lo siento, joven amo, no me deja otra opción. Fueron las últimas palabras que Ciel escuchó antes de caer en la oscuridad.


Al despertar, se encontraba en medio de un bosque oscuro y desolado, las copas de los árboles se mecían al compás del viento gélido que soplaba. Había algo siniestro en el ambiente que le causó cierto temor, ¿en dónde estaba? No era de noche todavía, pero todo a su alrededor se encontraba en la penumbra, y el sonido que producía la brisa, le generó cierta intranquilidad. Las alertas de su mente se dispararon y le anunciaron que un peligro estaba próximo a llegar. ¿Y Sebastián? ¿Dónde estaba cuando lo necesitaba?

Había varios caminitos y bifurcaciones que se extendían a lo largo de aquel bosque. Ciel, con cierta inseguridad, optó por tomar uno que estaba hacia su derecha, y comenzó a caminar en línea recta todo el tiempo. Dentro de ese camino, habían más extensiones y atajos, pero Ciel los pasó por alto, suponiendo que se podían tratar de vías que no llevaran a ningún lugar. Luego de media hora, llegó hasta un claro del bosque. El viento seguía soplando con fuerza, parecía estar hablándole. Lanzándole una advertencia. ¿Qué era esa sensación de angustia que se estaba instalando en su pecho? ¿Qué iba a suceder ahora?

Una fuerza poderosa comenzó a llamarlo y a atraerlo, justo como si se tratase de un imán, y frente a él, pudo vislumbrar un inmenso árbol sin follaje, sólo con su grueso tronco y las ramas desnudas. El árbol estaba atrayéndolo. Podía sentir una fuerte energía emanar de él. Lo que lo hacía más tétrico, era la soga que colgaba en la rama más gruesa. Ciel lo reconoció al instante: se trataba del árbol del ahorcado que había dibujado Violet en su block. Automáticamente, se preguntó en dónde estaría la silueta del chico que había visto en el dibujo. Miró a su alrededor, pero no había nadie más. Su nerviosismo fue en aumento. Se trataba de él mismo. Él era el joven que aparecía en el dibujo de Violet.

Sin desearlo, sus pies comenzaron a moverse por cuenta propia, y se dirigió hacia el árbol. Sin poder controlar sus acciones, trepó resueltamente por las ramas, y se acercó hasta la cuerda, la tomó entre sus manos, y la colocó alrededor de su cuello. ¿Qué estaba sucediendo? ¡Él no quería hacer eso! Que alguien lo ayudara. Sebastián. ¡Sebastián! Sólo necesitaba llamarlo. Pero su voz no salía, no podía hablar, ni controlar ninguna parte de su cuerpo. Sus manos apretaron bien la soga. ¡Sebastián! Sintió que le comenzaba a faltar el aire.

Nadie lo escuchaba. El aire ya no pasaba por sus pulmones y su cuerpo comenzó a balancearse hacia adelante. Ya sabía lo que iba a pasar a continuación, el terror lo invadió. Él no quería morir, no así, no de esa forma. Finalmente, se dejó caer al vacío. Antes de que todo se oscureciera vio un par de ojos rojos. ¿Sebastián?


Abrió los ojos de sopetón y el cielo nocturno fue lo primero que vio. Su respiración estaba agitada. Decidió incorporarse lentamente, y el pánico lo invadió al ver que se encontraban en medio del claro de un bosque.

―¿Se encuentra bien, Joven Amo? ―dijo Sebastián a su espalda. A pesar de la ecuanimidad del demonio, había algo que lo estaba perturbando, su voz había temblado.

―Sólo… sólo un mal sueño ―atinó a decir Ciel, colocando las manos alrededor de su cuello, verificando de que efectivamente aquello no había sido real―. ¿Dónde estamos ahora? ¿Por qué me sacaste de la mansión?

El miedo había atenuado un poco el malhumor del ex Conde, pero seguía molesto con Sebastián. ¿Por qué hacía todo tan complicado? ¿No era su alma lo que quería?

―Ya le dije, las condiciones han cambiado… ―hizo una breve pausa que pareció eterna―. El otro componente esencial para el ritual no está… Alois Trancy ha muerto.

―¡¿Qué?! No puede ser cierto. ¿Tú lo has matado?

―Se ha suicidado. Redmond y el vizconde Druitt lo descuidaron unos minutos y Trancy se ahorcó.


 

Notas finales:

1. La Pera de la angustia: Era un objeto de tortura utilizado por la Inquisición durante la edad media y empezó a ser empleado como método de castigo contra hombres y mujeres acusados de herejía, sodomía y brujería. Dicho artefacto era introducido a través de la cavidad bucal, anal o vaginal del reo, quien moría debido a los desgarros producidos por la presión y fuerza desmedida del mecanismo. Fuente: Blog: Temas de Interés, por Akasha Valentine... Si tienen más curiosidad respecto al tema, google es su amigo.

 

P.D. Las fans de Alois no me vayan a odiar, por favor xD


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