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Simpatía por el Diablo por Annika Blomkvist

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Notas del capitulo:

Notas: ¡Hola a todos/as! ¿Cómo les ha ido? En esta segunda parte seguiremos urgando en el pasado para conocer cómo fueron las reencarnaciones de Ciel y Alois, y se terminarán de atar los cabos sueltos que quedaron por allí. Espero que les guste y me perdonen la tardanza.

Ahora sí, a leer!

Letras en cursivas para indicar hechos pasados.


Capítulo VII

Remembranzas de un pasado: parte II


Otoño de 1900


Un viento gélido comenzó a soplar y las hojas marrones de aquel árbol comenzaron a caer, amontonándose en el jardín. Un niño pequeño, de unos 5 años, se entusiasmó al ver aquello, y sin pensárselo dos veces, se dejó caer sobre el montoncito de hojas. Dejó escapar una hermosa risa, y su madre, quien lo observaba a lo lejos, se contagió también de aquella risa infantil, deleitándose al ver a su pequeño disfrutar de esa fresca tarde otoñal.

Al rato, el padre del chiquillo se unió a la tertulia familiar, y junto a su esposa, observaba al niño pasárselo en grande con las hojas de los árboles. También la mascota de la familia comenzó a jugar con el pequeño, revolcándose en la grama y de cuando en cuando lamiéndole la cara, cubriéndolo con sus babas.

Aquella escena era tan perfecta y agradable que parecía parte de una postal navideña. Los típicos padres amorosos, el pequeño juguetón, el perro fiel, la gran casa con hermosos jardines, el atardecer idílico…

...Pero qué asco daba aquello, pensó Sebastián Michaelis para sus adentros.

Al margen de aquella hermosa escena familiar, estaba un ser sediento de almas observando a esa familia feliz, acechándolos, y esperando que fuera el momento oportuno para saciar su sed. A Sebastián le producía repulsión ver a su joven amo así, teniendo un alma tan pura y blanca, para nada apetitosa.

Todavía seguía sin comprender cómo funcionaban realmente las resurrecciones hechas por Undertaker. Era muy confuso. Su joven amo y Alois Trancy no habían reencarnado pasados los 20 años como se esperaba por los Shinigamis, sino al transcurrir 6 años. En 1895 habían dado con el paradero de los Phantomhive reencarnados; pero lo curioso de aquello había sido que tanto Vincent como Rachel no resucitaron desde su nacimiento, si no como adultos; en cambio, el pequeño Ciel, sí reencarnó como un bebé. Aquello era sumamente desconcertante e incomprensible para Sebastián. William T. Spears le había explicado que automáticamente la Cinematic Record de los Phantomhive se llenaba con recuerdos cotidianos de su vida pasada, lo cual podía ser problemático.

Pero tanto Claude como Sebastián, se mantenían en el desconocimiento sobre el proceso para volver a recuperar el alma de sus contratistas. El hermetismo por parte de los Shinigamis los mantenía al margen de la situación, y sólo debían limitarse a seguir instrucciones como unos borregos y obedecer las órdenes de William T. Spears. Para empeorar el panorama, Grell Sutcliff había sido designado como colaborador en el caso, así que para Sebastián era una tortura tener que aguantar las insinuaciones y comentarios fuera de lugar de aquel degenerado.

De la poca información que les había sido suministrada, supieron que los Shinigamis estaban trabajando en un complejo proceso para revertir el desbarajuste ocasionado por Undertaker, el cual requería una gran cantidad de almas y múltiples rituales y procedimientos a realizar. El principal problema radicaba en que no tenían forma de conseguir las almas necesarias, ya que técnicamente los Shinigamis no podían recolectar ningún alma por la alteración de los ciclos de vida y muerte. Así que se encontraban en un punto muerto, y cada vez que Sebastián intentaba conversar con Will respecto al tema, éste se dedicaba a ignorarlo olímpicamente, no queriendo reconocer que estaban ante un callejón sin salida.

Así que la única opción que tenían era esperar. Esperar a que Ciel y Alois cumplieran las edades en que murieron (13 y 14 años), y realizar uno de los rituales que podría solucionar aquello. Ya que al ser el alma de ellos dos con las que Undertaker inició aquella locura, eran por ende las almas con las que se debía terminar ese desequilibrio. Y había sido de este modo en que Claude y Sebastián habían pasado a ser los vigilantes y protectores de Ciel y Alois; cada uno cuidaba de su respectivo contratista, y cada uno terminaba más asqueado que el otro al ver tan cambiados a sus jóvenes maestros.

Sebastián tenía esperanzas de que funcionara el plan de los Shinigamis y pudiera recuperar al antiguo Ciel, que el joven Conde pudiera recordar completamente su vida pasada y su contrato. Ya que no le gustaba para nada la esencia de éste Ciel, que era un niño mimado e inocentón con un alma para nada apetecible. Y ni hablar de Alois Trancy, quien había reencarnado como Jim Macken y vivía feliz junto a su familia. Pero ambos demonios debían recordarse constantemente que apenas eran unos chiquillos de cinco y seis años, y que obviamente al poder vivir felices junto a su familia y no tener el pasado turbio de sus vidas anteriores, era lógico que tuviesen esa esencia tan pura.

Pero la espera se les hacía larga y tortuosa, estaban apenas a principio de un nuevo siglo, y su sed necesitaba ser saciada lo más pronto posible. Sebastián confiaba y creía en aquellos Shinigamis -no le quedaban más opciones-, esperaba que cumplieran su palabra y arreglaran aquel desastre que los afectaba a todos.

Lástima que sus expectativas se vieron frustradas tan pronto. En 1908, cuando finalmente Ciel y Alois tenían las edades correspondientes, se intentó realizar un primer ritual, el cual fue un completo fracaso. Ninguno de los dos jóvenes había recuperado los recuerdos de su vida pasada, a pesar de que se había intentado recrear ciertas situaciones traumáticas (el asesinato de los padres de Ciel, el incendio, la muerte del hermanito de Alois), pero aquello no dio resultado, y por ende, ni Ciel ni Alois tenían idea de quiénes eran aquellos extravagantes personajes, ni qué estaban haciendo con ellos. Se encontraban confundidos, asustados y traumados; ambos terminaron muriendo en medio del ritual, arruinando los planes de los Shinigamis y demonios.

Desconcertados por el resultado, los Shinigamis comenzaron nuevamente a revisar qué habían hecho mal, y se percataron que la recolección de cierta cantidad de almas era parte esencial del ritual, cosa que no habían podido conseguir aún. Y así fue como se sumieron en una nueva investigación para hallar la forma de conseguir aquel número de almas, mientras esperaban que Ciel y Alois reencarnaran nuevamente…


Invierno de 1925


Aquella mañana, la ciudad de Londres había amanecido cubierta de nieve. Sus calles estaban intransitables, y muchos negocios se vieron obligados a cerrar debido a los dos o tres metros de nieve cubriendo sus entradas. Las clases habían sido suspendidas, lo cual se tradujo en una felicidad y algarabía por parte de todos los niños y jóvenes londinenses; pero más aún, para un pequeño niño de cabellos de oro y brillantes ojos azules.

Aquel niño rubio, de unos diez años, era el hijo mayor de dos comerciantes del centro de Londres, amaba como nadie los inviernos y las navidades; le encantaba salir cuando el clima estaba así. Durante esa mañana, salió junto a su hermano pequeño a la calle para hacer muñecos de nieve.

Pero su pequeño hermano se mantuvo más entretenido librando una batalla de bolas de nieve con otros chiquillos, y pronto aquel niño rubio se quedó solo intentando armar un muñeco de nieve. Con su escasa fuerza apiló mucha nieve, de forma que tuviera una base para su muñeco, luego, hizo una bola mediana, y después otra más pequeña para la cabeza. Mientras estaba afanado en su labor, no se percató que todo ese tiempo había estado siendo observado por una silueta envuelta en una chaqueta negra, que estaba recostada contra un árbol.

Terminó su obra maestra. Decoró con unas rocas la boca y nariz de su muñeco de nieve, y con unas ramitas hizo los brazos. Lo observó y no le gustó lo que vio, estaba deforme y tenía un aspecto tétrico, parecía más bien una decoración de Halloween que de navidad.

—¡Hey Luka! Ven a ver mi muñeco de nieve —gritó a su hermanito, quien seguía jugando a las bolas de nieve.

El pequeño dejó su labor y fue hasta donde su hermano mayor. Se detuvo frente al muñeco y lo observó en silencio durante un buen rato.

—¿Y bien? ¿Qué opinas? —apremió el rubio.

—¡Está horrible! —exclamó otro niño que se había acercado a ellos.

—Sí, se parece a ti por lo feo, Jim —dijo otra niña refiriéndose al rubio. Un coro de risas crueles se escuchó tras el comentario.

—¡Qué patético! —grito un gordito al tiempo que le daba una patada al muñeco de nieve. Los otros niños le siguieron el juego y comenzaron a destruir la creación del rubio.

Gruesos lagrimones comenzaron a deslizarse silenciosos por los pómulos de Jim Macken. Aquellos niños no dejaban de reírse y burlarse del pequeño. Luka, su hermanito, trató de intervenir y detenerlos, pero fue en vano, el gordito le dio un manotazo que hizo que cayera en la nieve.

—¡No te metas con Luka! —gritó el rubio furioso abalanzándose sobre el gordito.

Se formó un forcejeo entre los dos, Jim trataba de propinarle puñetazos al otro niño, pero sus débiles brazos no le permitían imprimir la fuerza necesaria. El gordito llevaba una clara ventaja, y había logrado inmovilizar al rubio en el suelo, lo tomó por las solapas de la chaqueta y alzó el puño para golpearlo directo en la cara. Los otros niños los rodearon en un círculo y alentaban la pelea. Jim Macken cerró los ojos con fuerza preparado para recibir el golpe... Pero éste nunca llegó.

Abrió los ojos, y vio que alguien detuvo el trayecto del puño del niño gordo. Era un hombre alto, de cabello negro y ojos de color ámbar, tenía puesta una elegante chaqueta de invierno negra, usaba lentes, y tenía una expresión de indiferencia en su rostro. Había una aura intimidante en la presencia de ese hombre. Los niños que rodeaban la pelea salieron corriendo, había algo que les olía a peligro en el misterioso hombre.

El niño gordo gritó asustado, y como pudo, se zafó del agarre de aquel hombre, y salió corriendo despavorido. Solo quedaron Jim, Luka y el hombre. El rubio se quedó paralizado en el suelo observando con los ojos muy abiertos la elegante silueta del hombre, éste a su vez lo miraba fijamente con cierta indiferencia y frialdad.

—¡Jim! ¡Vámonos de aquí! —exclamó el pequeño Luka ayudando a su hermano a incorporarse del suelo—. Recuerda lo que dice mamá sobre los extraños en la calle —le susurró bajito al rubio.

Pero Jim una vez que se incorporó del suelo, se quedó allí plantado, observando con atención al hombre. Por algún motivo sentía que lo había visto antes, o que lo conocía de algún lado, ¿sería un cliente de la tienda de sus padres?

—Hermano, por favor, vámonos —siguió apremiando el pequeño Luka.

—Adelántate tú a casa. Luego te alcanzo —dijo el rubio en voz baja.

Luka dudó, pero obedeció a su hermano y con paso inseguro se marchó a casa.

El rubio y aquel hombre se quedaron viendo un buen rato, tratando de descifrarse el uno al otro. El mayor se acercó lentamente hasta quedar lo suficientemente cerca del niño, y con una de sus enguantadas manos limpió los restos de lágrimas que habían quedado en el rostro del rubio.

—Esas lágrimas no deberían estar en su rostro, Su Majestad —dijo el hombre con formalidad.

El rubio dio un paso atrás, sorprendido por el tacto de aquel hombre, pero luego, una sonora carcajada escapó de sus labios. El hombre frunció el ceño un tanto desconcertado.

—¿Su Majestad? ¡Estás confundido, yo no soy un príncipe! —exclamó el niño, todavía riéndose—. Me llamo, Jim. Jim Macken. Mis padres son comerciantes en el centro de Londres.

—Eso ya lo sé —respondió el hombre con cierta molestia—. Por un segundo pensé que habías recordado todo.

—Creo que te he visto en algún lado... ¿Recordar todo? ¿A qué te refieres?

—Nada. Olvídalo —dijo el hombre dándose la vuelta, dispuesto a marcharse.

—¡Hey, espera! —exclamó el menor—. ¿Quién eres? ¿Cómo te llamas? ¿Por qué me ayudaste?

—Eso no tiene importancia —suspiró con cansancio aquel hombre. Miró hacia un lado, y vio el muñeco de nieve destruido. Una idea fugaz cruzó su mente—. ¿Quieres que te ayude a hacer un nuevo muñeco de nieve? —soltó sin pensarlo.

Los ojos del niño se iluminaron. —¿Harías eso por mi? —preguntó el rubio esperanzado.

—Sí —dijo secamente el hombre—. Lo que usted quiera, Su Majestad.

Acto seguido el mayor hincó su rodilla en el suelo e hizo una pomposa reverencia. Jim no pudo evitar reírse de nuevo, ¡pero qué extravagante era aquel hombre!

—¡Qué extraño eres! —dijo el rubio, y antes de que el mayor pudiera incorporarse, arrojó una bola de nieve sobre su cabeza.

El hombre pareció descolocado por eso durante unos segundos, pero luego decidió seguirle el juego al niño. Y así estuvieron, jugando a la pelea de bolas de nieve, y luego el mayor ayudó al rubio a hacer el muñeco; el cual, por supuesto, quedó perfecto y sí parecía un verdadero muñeco de nieve.

El rubio no cabía en sí de felicidad, a pesar del estoicismo y formalidad de aquel hombre, pasó un rato agradable y logró divertirse. Pero todavía seguía rondándole la duda de si se conocían de antes.

Cuando terminaron el muñeco, iba a volver a preguntarle, pero unos gritos lo distrajeron.

—¡Jim! ¡Jim! ¿Jim? —exclamaron un par de voces—. ¡Allí está, mamá! Te lo dije —gritó el pequeño Luka.

—Jim, por el amor a Dios, ¿qué estás haciendo? —dijo la señora Macken al tiempo que abrazaba a su hijo—. Estábamos muy preocupados por ti al ver que no llegabas, ¿qué haces por aquí solo?

—Yo sólo estaba con … —comenzó diciendo el rubio, volteando para señalar al hombre, pero ya no había nadie más allí.

—¿Con…? —apremió su madre.

—Con… Peter, mi amigo imaginario.

—¿Otra vez con eso del amigo imaginario? —la señora Macken suspiró con frustración—. No me digas que vamos a tener que llevarte otra vez con el doctor Thompson, tu padre y yo pensamos que ya te habías dejado de eso, no puedo creer que…

La señora Macken tomó a Jim y a Luka de las manos, y mientras caminaban de regreso a casa, siguió con su sermón al rubio. Éste no dejaba de mirar hacia atrás, en dirección al muñeco de nieve, esperando que apareciera nuevamente el misterioso hombre. Estaba completamente seguro de que él no se había imaginado nada de eso, tenía que ser real, el muñeco de nieve era prueba fehaciente de ello. Además su hermano y los otros niños lo habían visto también, ¿no?

Claude Faustus salió de su escondite una vez que el rubio se alejó con su familia, y el asomo de una sonrisa se formó en sus labios.

—¿Estoy viendo mal o estás sonriendo? —dijo burlón Sebastián Michaelis, saliendo también del escondite.

La expresión de Claude cambió inmediatamente.

—¿Qué haces aquí, Michaelis? ¿No deberías estar pendiente de Phantomhive?

—Él por ahora está bien. ¿Y qué hay de ti? ¿Rompiendo las normas?

—Tenía que intervenir, estaban molestando a Alois —dijo Faustus.

—Sabes muy bien que no tenemos permitido interactuar con nuestros contratistas, a menos que sea algo de vida o muerte —siseó Sebastián—. ¿No quieres arruinar todo lo que hemos hecho para el ritual, o si?

Claude simplemente gruñó en respuesta. —¿Y qué hace él aquí?

Señaló en dirección a la figura vestida de negro que estaba recostada contra un árbol. Era Gregory Violet, y estaba afanado haciendo trazos en su block de dibujo.

—Ni idea, seguramente el idiota de William lo mandó. Supuestamente ve el futuro, y dibuja lo que ve en la libreta esa.

—¿Un humano teniendo visiones del futuro? Por favor —se burló Claude—. ¿Acaso te consta? ¿Has visto alguno de sus dibujos?

—No —suspiró Sebastián con hastío—. William le prohibió mostrar sus dibujos o hablarnos de sus visiones. Pero me tiene sin cuidado, honestamente prefiero tener que lidiar con ese mocoso que con Grell Sutcliff.

—¿Pero qué hace aquí? ¿Nos está vigilando acaso? —susurró Claude—. ¿En serio quieres que nos quedemos de brazos cruzados? ¿Por qué no actuamos mejor por nuestra cuenta?

—No es prudente por ahora, Faustus. Esperemos un poco más.

—¿De verdad crees que todo esto funcione? No creo que estas almas valgan tanto la pena para todo lo que estamos sacrificando.

—Habla por ti, querido Faustus. El alma de Ciel Phantomhive vale cualquier cosa. Bueno, la del Ciel que conocí —se corrigió Sebastián—. No la de este nuevo Ciel reencarnado.

—¿No te estás como obsesionado demasiado con ese mocoso más allá de su alma?

—No seas ridículo —bufó Michaelis—. ¿Y qué hay de ti? Pareces demasiado interesado en las actividades de Alois.

—No seas ridículo —imitó Claude secamente.

—¿Quieren cerrar la boca los dos? —interrumpió Gregory Violet al acercarse—. William T. Spears convocó una reunión muy importante relacionada con el ritual, y debo asegurarme de que ustedes vayan, así que no hay tiempo que perder.

Sebastián y Claude gruñeron en respuesta. Si de por sí era humillante para un demonio tener que que doblegarse ante unos Shinigamis, lo era aún más tener que obedecer a la reencarnación de un odioso adolescente que se las daba de vidente. Pero después de todo, no tenían opción, ya estaban involucrados en todo aquello, y debían continuar hasta el final; el único consuelo que quedaba era el festín que se iban a dar una vez que recuperaran el alma de sus contratistas...


Primavera de 1968


Sebastián suspiró con hastío por enésima vez. Estaba sentado en un escritorio fingiendo leer un clásico de la literatura inglesa, pero realmente no estaba prestando la más mínima atención. Echó un vistazo frente a él, y vio al montón de alumnos holgazanes que tenía a su cargo durante esa tarde; en serio, ¿en qué estaba pensando cuando aceptó formar parte de aquello? Ah, claro, el alma de Ciel Phantomhive.

Tenía que recordarse constantemente el motivo por el cual todavía seguía órdenes y ayudaba a los Shinigamis, quienes aún, a pesar de haber transcurrido ya más de medio siglo, no habían podido tener éxito en los rituales. Los demonios estaban hartos de aquello, ¿cómo era posible que un chiflado como Undertaker los hubiese jodido a todos de esa manera? ¿Es que acaso en aquel montón de libros sagrados que los dioses de la muerte tenían no existía alguno que dijera cómo revertir aquello?

Previo al presente en que se hallaban, habían realizado dos rituales fallidos, uno en 1929 y otro en 1949, en los que William T. Spears había asegurado que esos sí iban a ser los definitivos e iban a tener un éxito rotundo y total. Pero esas ceremonias —y las anteriores— habían fracasado esencialmente porque tanto Ciel como Alois no recordaban nada de sus vidas pasadas, lo cual hacía inefectivo los intentos por volver todo a la normalidad. Cuando hicieron estos rituales, ellos dos simplemente morían y reencarnaban nuevamente pasado un promedio de cinco a diez años…

William T. Spears y el resto de los Shinigamis seguían buscando la manera de activar los recuerdos de las vidas pasadas en las Cinematic Record de Ciel y Alois. Si ellos lograban recordar, el ritual podría resultar efectivo según sus cálculos. Claude y Sebastián no estaban para nada convencidos de aquello, pero debían cumplir el deber de hacerse cargo de un montón de chiquillos en el Weston College.

El Weston College. Esa había sido la "elegante" solución de los Shinigamis para resolver el problema de la cantidad de almas necesarias para el ritual. Decidieron que manejar aquel colegio, en el cual había una cantidad considerable de estudiantes que aumentaba cada año, podría facilitarles la tarea al momento de hacer la colecta. Como los Dioses de la muerte no podían hacer la recolecta de almas debido a la alteración ocasionada por Undertaker, los demonios realizaban un ritual en el cual eran ellos quienes se encargaban de esa tarea —siempre supervisada por un Shinigami—; y fue así como se resolvió el problema de las almas. Habían preparado un montaje bien elaborado en el que el Weston era sólo una fachada para ellos poder utilizar a los estudiantes para sus rituales. También les ayudaba a mantener controlado a Phantomhive, de quien por supuesto se encargaron de hacer que estudiara allí para tenerlo vigilado.

Pero lo que más cabreaba a Sebastián de todo aquello, era que a parte de la responsabilidad de hacer los rituales de recolecta, debía trabajar en el Weston e interactuar con aquellos mocosos descerebrados, así como con las reencarnaciones de los 4P y el insoportable de Soma Asman Kadar. Para colmo, William había confiado más en Claude y le otorgó el cargo de Subdirector, mientras que Michaelis, no sólo era profesor de Literatura, sino que debía cumplir deberes como Jefe del Dormitorio Sapphire Owl, estar encargado de la sala de castigos y colectar las almas necesarias en los rituales. Menudo lío en que se había metido sólo por el alma de un mocoso. Sumado a eso, estaba el ruido que hacían las desapariciones de algunos de los estudiantes que utilizaban para su ritual, por lo que Scotland Yard estaba respirando sobre sus nucas. No era que realmente les importase o temiesen de la policía; pero sí resultaba molesto para Sebastián responder las preguntas y tener que atender todos los días a los oficiales que se dirigían al Weston con intenciones de investigar la escuela. Aquello se estaba convirtiendo en un verdadero caos.

Volvió la vista al frente y se fijó en el objeto de su interés. Allí estaba Ciel Phantomhive con su típica cara de amargura en la sala de detenciones. Había terminado allí por accidente, ya que sus queridos compañeros organizaron la noche anterior una pequeña fiesta en la que colocaron a todo volumen la horrenda música esa -a juicio de Sebastián- que estaba de moda durante esa época. La música Psicodélica y el Rock N' Roll era lo que sonaba por todos lados, en especial una bandita que Michaelis detestaba particularmente. ¿Los Batles? ¿Battles? ¿Beatles? Algo por el estilo. Los odiaba.

Siguió observando a Ciel.

A pesar de que la personalidad de su joven amo había cambiado durante las reencarnaciones, debía reconocer muy a su pesar que no dejaba de ser interesante comparado con el resto de los humanos. Ciel era diferente al resto; no era el típico chico que seguía modas estúpidas o hacía cosas para complacer al resto y encajar. Dentro de todo mantenía esa esencia que lo caracterizaba, aún conservaba esa personalidad introvertida y arisca como un gato que tanto le gustaba.

Lástima que pronto su vida estaba por terminar, pero ya era hora de que se cumpliese el contrato y Sebastián obtuviese esa alma que le pertenecía. Muy a su pesar, debía reconocer que iba a extrañar el mal genio de su joven amo y sus caprichos, le había cogido cariño después de todo; no era lo común, los demonios nunca sentían simpatía o aprecio por nada ni nadie. Pero suponía que después de tantos años, y después de haberlo seguido durante sus reencarnaciones, se despertó alguna clase de extraño afecto hacia Ciel. ¿Será que después de todo iba a ser tan idiota como Hannah Anafeloz para tomarle aprecio a un ser humano? Absurdo.

Miró el reloj que estaba en la pared de la sala de detenciones. Ya faltaba poco para que terminara aquella tortura.

—Cinco minutos para que terminen sus transcripciones —dijo Sebastián con cierta frialdad.

Muchos de los castigados comenzaron a escribir más rápidamente, ya que si no terminaban a tiempo, Sebastián probablemente les duplicaría la tortura. Ciel en cambio, bufó hastiado, y miró con desprecio al profesor Michaelis. Cómo odiaba a todos en esa escuela.

Transcurrido el tiempo comenzaron a entregar apresuradamente sus transcripciones en latín, una parte de los castigados no terminó a tiempo, y fueron por supuesto reprendidos por Michaelis, y citados para el sábado en la tarde a la misma hora. Ciel estaba entre ese grupo, y no pudo más que odiar con todo su ser a Sebastián.

—¿Tiene alguna queja, joven Phantomhive?

—No, para nada, profesor —respondió el menor de mala gana—. Idiota —murmuró bajito.

—Tsk, ¿Acaso no le enseñan modales en su casa, joven Phantomhive? ¿Sus padres le permiten que usted trate a los demás de 'idiota'?

—Yo no quise decir eso… —balbuceó Ciel, sorprendido de que el mayor hubiese llegado a escuchar su murmullo.

—Sobra decir que tiene el castigo duplicado. No sólo debe venir el sábado, sino el domingo también. Nos vemos aquí a la misma hora —respondió Sebastián con malicia—. Que tenga un buen día, joven Phantomhive.

Dicho esto el mayor se retiró dejando a un muy frustrado y cabreado Ciel.


—Mira lo que encontré, Michaelis. Creo que he dado con la solución al problema de los recuerdos del joven Trancy y Phantomhive —Claude Faustus le tendió un pesado libro a Sebastián—. ¿Lo ves? Aquí dice que si logramos marcar unos versos en su piel podrán recor…

—Sí, pero fíjate que dice que ellos deben marcarse los versos por voluntad propia, no puede hacerlo un tercero —dijo Michaelis pensativo mientras leía—. ¿Y cuáles son los versos que hay que utilizar? No lo especifica.

—No dice nada al respecto. Creo que es dejado a la voluntad del que haga este ritual.

—Mmm… Interesante —Michaelis observó con detenimiento aquel libro. Se titulaba "Rituales Satánicos y algo más". Parecía el típico libro escrito por algún humano chiflado y obsesionado con cosas de ocultismo, pero debía reconocer que algunos de los rituales descritos allí de hecho eran reales y algunos demonios los realizaban. Qué curioso—. ¿Dónde conseguiste este libro, Faustus?

—En la biblioteca del Weston —dijo encogiéndose de hombros—. ¿Qué opinas? ¿Nos arriesgamos?

—Está bien, pero que esto quede en estricto secreto. Es mejor que por el momento los Shinigamis no sepan nada todavía.

—Por primera vez algo sensato sale de tus labios, Michaelis —dijo Claude con cierta frialdad—. Ahora bien, ¿Cómo haremos para que ellos por voluntad propia marquen en su piel los versos? ¿Cuáles palabras se van a utilizar para validar el ritual?

—No te preocupes por eso, Faustus —respondió Sebastián con una gran sonrisa cargada de malicia—. Creo que se me están ocurriendo un par de ideas para solucionar esos problemillas.


Ciel Phantomhive iba tras su profesor cargado de dudas y desconfianza. Preguntarle hacia dónde se dirigían, ya no tenía sentido, Michaelis se dedicaba a ignorarlo olímpicamente y no le decía nada al respecto.

Había llegado puntual el domingo para la sala de detenciones, a cumplir el odioso castigo por haber llamado 'idiota' a su profesor. Cuando llegó, Michaelis ya lo estaba esperando; pero en lugar de darle gruesos libros con frases absurdas para transcribir en latín, le pidió que lo siguiera a otro lugar, ya que iba a tener un "castigo especial". Aquello puso en alerta a Ciel y por el tono de su profesor no auguraba nada bueno.

Subieron por unas escalinatas de caracol que jamás había visto en el colegio. Estaba todo oscuro y la única iluminación era un candelabro que sostenía su profesor. Ciel estaba realmente asustado y no sabía con qué se iba a encontrar, le preocupaba que su profesor cometiera castigos ilegales y le gustara torturar estudiantes o cosas por el estilo. Después de todo, siempre estaban los rumores sobre las misteriosas desapariciones en el Weston College.

Llegaron al final del recorrido y estaba una puerta de madera. Michaelis la abrió, y cuando Ciel entró, sólo vio una pequeña habitación. Sebastián lo invitó a sentarse en la silla que tenía frente a un escritorio de caoba. Ciel con cierta timidez se sentó y miró con ansiedad todo a su alrededor, aún desconfiaba de aquel idiota, siempre había tenido mala espina respecto al "correcto" profesor Michaelis.

—Vamos, relájese, joven Phantomhive. No le pienso hacer nada malo —"todavía", pensó Sebastián para sus adentros.

Ciel simplemente asintió con algo de nerviosismo, y para distraerse se quedó mirando fijamente un gramófono que Sebastián tenía en la habitación.

—¿Le gusta escuchar música, joven Phantomhive? —comentó Sebastián tratando de sonar casual—. ¿Quiere que ponga algo de música? ¿Qué tal si la escoge de esos discos que tengo allí en la estantería?

Ciel se levantó de inmediato y comenzó a chequear los discos de vinilo que tenía Sebastián. Le sorprendió el buen gusto que tenía su profesor, al menos no escuchaba esa basura de Rock N' Roll que estaba de moda por esos días. Ciel abrió mucho los ojos cuando vio que su profesor tenía varios discos de una de sus bandas preferidas.

—¿Le gusta escuchar The Rolling Stones, profesor? —Ciel miraba con devoción uno de los discos que tenía en sus manos, el cual era de sus preferidos, titulado Their Satanic Majesties Request.

—Por supuesto —respondió Michaelis con arrogancia—. Soy íntimo amigo de Mick Jagger.

El menor soltó una estruendosa carcajada. —Tienes que estar jodiéndome.

—Ese vocabulario —suspiró hastiado Sebastián—. De hecho lo conozco desde hace un par de años. Hasta he servido de inspiración para muchas de sus canciones.

—Claro,cómo no —Ciel no paró de carcajearse con aquel comentario. —No sabía que a usted se le daba tan bien el humor, profesor. Ahora en serio, ¿Cuál es su disco preferido? Yo particularmente no soy muy fan del rock psicodélico pero me encanta la irreverencia de sus canciones, es más podría dec…

—Estoy hablando completamente en serio, joven Phantomhive. ¿Quiere saber por qué he servido de inspiración para muchas de sus canciones? ¿No ha notado que algunas letras hablan acerca del diablo? —dijo Sebastián con una sonrisilla siniestra—. Mick me ha dicho en múltiples ocasiones que soy la encarnación del diablo hecha persona… Y creo que, por primera vez, un humano nunca había estado tan cerca de dar en el clavo con algo respecto a mí.

Sebastián siguió sonriendo maliciosamente y Ciel palideció un poco, por un segundo le pareció que los inusuales ojos escarlata de su profesor comenzaron a brillar con intensidad. Había algo siniestro en la forma de mirar de su profesor. Sintió una imperante necesidad de salir corriendo.

—¿Pero por qué mejor no se sienta? ¿Quiere escuchar ese disco? —dijo Michaelis con una extraña amabilidad repentina—. Their Satanic Majesties Request, ¿eh? Curiosa elección, joven Ciel.

Sebastián retiró el disco de sus manos y lo colocó en el gramófono. Ciel se volvió a sentar con nerviosismo. Aquel hombre y su extraño comportamiento lo comenzaban a desconcertar.

—Es más, tengo por acá un borrador de una de las nuevas canciones de su próximo disco que saldrá en diciembre de este año—dijo Sebastián con una extraña sonrisa en su rostro.

Rebuscó entre unas carpetas y extrajo un papel con unos versos.

—Éste, va a ser de hecho su castigo. Transcribir en latín esta canción.

Ciel miró con curiosidad lo que decía:

Sympathy for the devil

Composed by Mick Jagger

—¿Quiere que transcriba al latín esta canción? ¿Es en serio? —preguntó Ciel desconcertado.

—Así es. Ahora comience por favor, que no queda mucho tiempo.

Sebastián sonrió con malicia al ver el desconcierto del menor. No pudo evitar relamerse los labios; si todo salía bien, y Ciel podía recuperar sus recuerdos, posiblemente podrían hacer el ritual definitivo para solventar todo aquel mal rollo generado por Undertaker y él podría por fin darse su festín con el alma de su joven amo. Ya casi podía saborearla.

Ciel comenzó a escribir con curiosidad las primeras estrofas, desconociendo que estaba cavando su propia tumba…

Please allow me to introduce myself

I'm a man of wealth and taste

I've been around for a long, long year

Stole many a man's soul to waste...


Verano de 1995


Allí estaban. De nuevo. Maldecía el día en que había decidido involucrarse en aquello, es que en serio, ¿Nunca iban a poder hacer bien el endemoniado ritual? ¿Hasta cuándo las cosas iban a salir mal? Aunque ahora, debía admitir que estaba dudando si realmente deseaba tanto como antes consumir el alma de su joven amo, unos sentimientos extraños había comenzado a embargarlo desde hacía tiempo, aunque se negaba a admitirlo en voz alta.

Era ya la cuarta reencarnación. En el ritual anterior habían sido exitosos los métodos de Sebastián para recuperar la memoria de Ciel y Alois; pero Claude lo había arruinado intentando consumir antes de tiempo el alma de Trancy, creyendo que porque el chico había recuperado su memoria, ya el alma estaba lista para ser consumida. Terminó asesinándolo en el proceso y todo se fue al caño. Tuvieron que esperar nuevamente. Ahora ahora. Ya estaba casi todo listo, Ciel y Alois habían recuperado sus recuerdos gracias a los métodos de Sebastián. Sólo les restaba terminar de recolectar una cierta cantidad de almas y todo estaría listo.

Pero existía un problema. Uno muy gordo. E inesperado. Sebastián se había enrollado románticamente con Phantomhive. Por supuesto que el demonio lo calificaba como un simple arrebato lujurioso producto del deseo exacerbado que sentía hacia el alma de Ciel. Pero en el fondo, había algo más allí.

—¿Ya te vas? Quédate, es una orden —dijo Ciel demandante.

Él y Sebastián se encontraban en una pequeña cabaña situada en un bosquecillo que estaba en los alrededores del Weston College. Habían acordado que ese sería el lugar secreto para sus encuentros "románticos". Pese a la resistencia inicial de Ciel, y la rabia que sintió hacia el demonio una vez que hubo recuperado sus recuerdos, al final igual terminó dejándose seducir por Sebastián y cayó en sus redes como era de esperarse. Después de todo, ¿Qué sentido tenía resistirse? Su vida ya estaba por llegar a su fin, y no podía negar que desde siempre había sentido una atracción por Sebastián, ¿Que tenía de malo caer en la tentación?

—Joven amo, no me busque más problemas con los Shinigamis. Debo irme para ultimar detalles para el ritual de esta noche. Faustus está comenzando a sospechar, creo que deberíamos tener más cuidado.

—Precisamente, ¿Este no es ya el penúltimo ritual? El próximo va a ser el definitivo, ¿no? Hay que aprovechar el tiempo que nos queda —respondió Ciel en un tono sugerente.

—Vaya, vaya. Quién lo diría, joven amo. Usted para tener 16 años es un insaciable —dijo Sebastián burlón—. No me malinterprete. Créame que no me apetece para nada tener que marcharme, pero acordé encontrarme justo ahora con Spears, así que debo irme.

Ciel pareció bastante ofendido por el comentario. —De acuerdo. Tú te lo pierdes —respondió de mala gana.

Sebastián sonrió maliciosamente y se acercó hasta donde estaba su joven amo en la cama y le revolvió los cabellos. —¿Nos vemos en la madrugada, después del ritual, Ciel?

—Soy tu amo y como tal debes respetarme. No vuelvas a llamarme Ciel. Mejor vete.

El demonio ensanchó aún más su sonrisa, dio un leve beso en la sien de su joven amo y se marchó de la cabaña, dejando a un muy cabreado Ciel. El exconde era un amargado y a Sebastián realmente le encantaba molestarlo como solía hacer antaño. En su fuero interno debía reconocer que iba a extrañar aquello; pero el festín que iba a obtener a cambio valía el sacrificio.

Sacó de su bolsillo el antiguo reloj que utilizaba cuando era mayordomo de Ciel, y vio que iba retrasado, para variar. Suspiró hastiado sabiendo lo problemático que iba a resultar su impuntualidad para la reunión con Spears. Estaba harto de aquellos Shinigamis; ya había pasado casi un siglo y aquellos ineptos no habían resuelto nada. Maldecía el día en que aquel demente de Undertaker los había metido en ese lío. Se repitió mentalmente que sólo les quedaban dos rituales más y aquello acabaría.

O eso era lo que pensaba…


—¿A dónde vas con tanta prisa, Michaelis? ¿Acaso tienes algo urgente que hacer? —soltó de sopetón Claude Faustus.

Eran aproximadamente las 3 de la madrugada y habían podido terminar el ritual, aunque les había tomado más tiempo del estimado. Como era agosto y ya estaban en verano, era natural que el Weston estuviese vacío; los únicos que asistían eran los miembros del equipo de críquet del dormitorio de Green Lion, quienes tenían arduas sesiones de prácticas para prepararse para la competencia anual que se organizaba en el Weston. Así que de allí fue que utilizaron a dos chicos para su ritual; pero ambos habían dado algo de batalla, así que las cosas se retrasaron un poco. Spears estaba cabreadísimo, como de costumbre, quejándose sobre la cantidad de horas extras.

—No veo porqué eso tenga que ser asunto tuyo —dijo Sebastián de mala gana. Iba ya retrasado para su encuentro con Phantomhive, por lo que una vez que hubo concluido el ritual, intentó retirarse con cierta prisa, despertando suspicacias por parte de Claude.

Faustus le bloqueó el paso.

—¿Sabes, Michaelis? Últimamente has estado muy ausente y distante —dijo Claude mientras lo escrutaba analíticamente—. Llegas tarde para las reuniones, no pareces muy concentrado en el ritual, la mayor parte del día no estás en el Weston. Si no me equivoco, podría decir que estás..

—¿Que estoy qué? —interrumpió Sebastián con brusquedad—. ¿Actuando a espaldas de ustedes? No digas cosas absurdas. Si soy el primero que quiero que esta pesadilla acabe.

—Mmm… Tu actitud me recuerda mucho a alguien que conocimos en el pasado muy bien. ¿Te suena para algo el nombre Hannah Anafeloz?

Sebastián gruñó en respuesta. —No te atrevas a compararme con esa demonia de baja categoría. Lo que yo haga o deje de hacer con mi tiempo libre no es asunto de nadie. Limítate a hacer todo bien para que mañana terminemos con esto de una vez por todas.

—Lo mismo te digo, Michaelis. No cometas ninguna imprudencia.

Dicho esto Claude le abrió el paso a Sebastián. Ambos se dirigieron miradas desconfiadas, y luego cada uno siguió su camino. Claude lo sabía. Sebastián no entendía cómo, pero se percató de que Faustus de algún modo conocía su pequeño secreto. Esperaba que aquello no llegara a oídos de Spears.


—¿Joven amo? —Sebastián entró con sigilo a la cabaña secreta que compartía con Ciel. Como era de esperarse, estaba ya dormido.

Lo observó un rato con detenimiento, y recordó aquellas noches en las que su joven amo le pedía que se quedase con él hasta que consiguiera dormirse. Aquella época en la que eran amo y mayordomo y vivían en la esplendorosa mansión Phantomhive. Debía admitir que hubo varias ocasiones en las que se quedó allí casi toda la noche, así Ciel se hubiese dormido, vigilando su sueño. Había cierta paz que desprendía su joven amo estando así, que le resultaba fascinante verlo en esa faceta débil y sosegada que portaba cuando se sumía en el mundo de los sueños.

Suspiró con cansancio. ¿Qué hacer? Una parte de él, se negaba a dejarlo ir, pero por otro lado, el hambre voraz que lo atacaba desde hacía más de un siglo lo estaba volviendo completamente loco. Había luchado consigo mismo en varias ocasiones para no abalanzarse sobre Ciel e intentar devorar su alma, sabiendo que sería inútil, ya que debido a la alteración, no iba a poder consumir su alma. Pero también, había luchado contra esa extraña sensación que se apoderaba de él cada vez que pensaba en que ya pronto Ciel Phantomhive no iba a existir más; que esta vez iba a ser definitivo y no iba a volver a reencarnar.

Claude tenía razón después de todo. Había terminado como Hannah Anafeloz. Se habían despertado sentimientos en él hacia Ciel Phantomhive. ¿Qué más bajo podía caer un demonio?

No. Tenía que llegar hasta el final. No podía seguir postergando la muerte de Ciel Phantomhive. Su sed tenía que ser saciada.

—Sebastián, ¿está todo bien? —Tan sumido estaba en sus pensamientos, que no se percató que el menor había despertado y había encendido una lámpara. Ciel lo observaba algo pasmado—. ¿Por qué tienes esa expresión?

—Lo siento, ¿lo desperté? Debería volver a dormir —evadió Sebastián.

—Pareces preocupado por algo. ¿Anda todo bien? ¿Por qué tardaste tanto?

—Nada de qué preocuparse, Joven amo. Sólo unas pequeñas complicaciones.

Ciel salió de la cama y quedó frente al demonio. Lo escrutó con detenimiento. Sebastián también lo observó intensamente, manteniendo una mirada impasible que no revelaba ninguna emoción.

—Estás mintiendo —concluyó Ciel tras unos minutos de observación—. Maldición, Sebastián. Dime qué está pasando, ¡es una orden!

El demonio sintió el ya conocido ardor sobre su mano, donde estaba el sello del contrato. Suspiró hastiado. Su joven amo iba a terminar de volverlo loco.

—Estaba pensando en que ya no sé si sea tan buena idea… —se detuvo en seco, ¿qué rayos estaba haciendo?

—¿Tan buena idea qué?

—Lo del ritual. Hacer el definitivo.

—¿De qué rayos me estás hablando, Sebastián? —Ciel estaba completamente en shock, y perplejo, ¿es que acaso aquel idiota no quería terminar con todo aquello y consumir su alma?—. ¿Cómo que no te parece buena idea hacer el ritual definitivo? ¡Explícate!

—Yo… no sabría decirle —Sebastián había bajado la cabeza, dejando que unos mechones le taparan la cara—. Sólo quiero que usted tenga de vuelta lo que le fue arrebatado.

Ciel observaba a Sebastián como si tuviese en frente a bicho raro, ¿es que acaso había escuchado bien? ¿Qué le sucedía a aquel demonio idiota?

—¿Estás escuchando lo que estás diciendo, Sebastián? ¿Acaso has perdido la cordura? ¡Nadie puede devolverme lo que me han arrebatado! Mis padres están muertos desde hace más de un siglo. ¿Que han reencarnado? Sí. Pero al final son una imitación, una mala copia de lo que fueron mis padres. ¡Yo soy una mala copia del Ciel Phantomhive que fui! Todas esas experiencias vividas en las reencarnaciones no fueron más que una ilusión; un espejismo que se desvaneció en el momento en que recuperé mis recuerdos y supe quién era realmente y cómo estaba mi destino sellado desde hacía muchísimo tiempo —Ciel había comenzado a alzar la voz cada vez más al punto de gritar como un histérico—. Lo mejor que puedes hacer por mí, Sebastián, es terminar con todo esto y sellar nuestro contrato. ¡Así que te ordeno que te dejes de idioteces y acabes con todo esto lo antes posible! ¿Entendido?

Ciel sin darse cuenta había agarrado con brusquedad a Sebastián por las zolapas de su camisa y lo zarandeaba con violencia. —¡¿Me escuchaste Sebastián, o tengo que repetirlo de nuevo?!

—Como usted ordene —Sebastián se mantuvo impasible durante el monólogo del menor. Ciel tenía razón en todo lo que decía, pero el demonio sentía un extraño sentimiento apoderándose de todo su ser.

Una presencia extraña en las cercanías de la cabaña puso inmediatamente en alerta a Sebastián. Frunció el ceño con molestia al reconocer de quién era aquella presencia. El maldito de Claude por lo visto lo había delatado con William T. Spears. Nada bueno podía salir de aquello.

—Joven amo, por favor le pido que se calme. Debo salir unos segundos afuera a atender unos asuntos. Le recomiendo que me espere aquí tranquilo…

—Ni hablar. ¿Acaso crees que puedes darme órdenes? Además, ¿qué clase de asunto tienes que atender? Si es relacionado con el ritual yo también soy parte de ello, ¿recuerdas? Así que yo también iré.

—Joven amo, usted no entiende… —El estruendoso ruido de la puerta siendo derribada fue lo que interrumpió a Sebastián. William T. Spears irrumpió en aquella cabaña y cargaba una cara de pocos amigos. El primer instinto del demonio fue ponerse delante de Ciel y protegerlo de aquel Shinigami—. Spears… —escupió con desprecio Sebastián.

—Michaelis… Con que éste había sido tu plan… —murmuró el Shinigami.

—¿Plan? ¿De qué rayos habla, Sebastián? —intervino Ciel.

—Spears, lo que sea que te haya dicho Faustus, te aseguro que no es así. No es lo que piensas—dijo Sebastián con cautela.

—¿Ah no? ¿Y qué es todo esto entonces? ¿Por qué te ocultas aquí con este mocoso?

—Puedo explicártelo, pero ¿Por qué mejor no hablamos afuera?

—¿Para que después el mocoso se escape? Ni hablar —Spears desenfundó su guadaña y apuntó a Sebastián—. Apártate. No permitiré que arruines todo lo que hemos hecho. Voy a reiniciar la partida; tocará empezar de nuevo.

—No vas a tocar a mi joven amo. ¿Por qué mejor no te calmas y conversamos esto afuera? ¿No ves que esto no afecta para nada el ritual?

—Claro que sí afecta. El hecho de que te hayas enredado románticamente con ese mocoso es inaceptable. Es evidente que están tramando algo y planean huir, así que Michaelis, quítate del medio.

Sebastián se volteó y observó a Ciel, quien estaba confundido y no parecía captar el curso que estaba tomando la conversación. Una parte de él quería quedarse allí y enfrentar a Spears, pero otra, sabía que lo correcto era acabar con ese círculo vicioso, y terminar de devorar de una vez por todas el alma de Ciel Phantomhive. Las dudas lo invadían completamente, y el demonio no sabía qué camino tomar en esa encrucijada. De todos modos de nada servía enfrentar a Spears, tenía que hacer lo que él dijera. Sólo por esta vez tenía que ceder.

—¿Sebastián? ¿Qué rayos pasa?

El demonio suspiró hondamente y pronunció un débil "los siento, Ciel", y se hizo a un lado. El Shinigami en menos de un segundo clavó su guadaña directo en el corazón del menor, atravesándolo por completo y arrancando en el proceso aquel órgano vital. El cuerpo sin vida de Ciel se desplomó en el suelo. Sebastián en todo el proceso observó impasible el bosque que se veía en la ventana. No podía creer lo que había hecho. Permitió que aquel Shinigami profanara a su joven amo.

—Por lo visto tu instinto de bestia todavía puede más que tú lado sentimental —comentó Spears mientras limpiaba los restos de sangre de la guadaña—. Que conste que si debemos hacer otro ritual y esperar un par de años más es tu entera culpa y responsabilidad.

—Fue innecesario lo que hiciste —escupió Sebastián—. El ritual igual pudo haberse hecho, lo nuestro no afectaba para nada…

—"Lo nuestro" —remedó Will—. Nunca pensé que pudieras dar más asco, demonio.

—Hablo en serio —gruñó Michaelis—. Mi relación con el Joven amo no afectaba para nada el ritual. Él era el primero que quería terminar con esto; tú en el fondo lo sabías muy bien. ¿Por qué lo has asesinado? ¿Algún deseo retorcido no realizado?

—Quizás.

El Shinigami le dio la espalda a Sebastián dispuesto a marcharse. Hasta que se volteó repentinamente y dijo en un tono muy socarrón:

—Por favor encárgate de este desastre y del cuerpo del mocoso. Ah, y otra cosa, Michaelis, que te quede claro que nadie desafía mi autoridad. Les había dejado bien en claro a Faustus y a ti que no quería que interactuaran más de lo necesario con sus contratistas y mira lo que pasó, espero que sirva de lección que no se desobedecen nuestras normas —remarcó Spears—. ¿Y sabes qué? No me importa hacer horas extras y volver a esperar a otra reencarnación, pero no pienso darle el gusto a unos demonios ineptos como ustedes de hacer lo que les venga en gana. Espero que en la próxima reencarnación sepas comportarte y controlar tus impulsos, Michaelis.

Dicho esto el shinigami dio media vuelta y se marchó de aquella cabaña. Sebastián simplemente se quedó de pie, con los puños apretados y unas ganas inmensas de abalanzarse contra Spears y hacerlo pedazos. Aquel maldito Dios de la muerte iba a pagárselas algún día. Cuando se sellara el contrato y todo volviera a la normalidad, iba a vengarse de aquel imbécil.

Mientras tanto, debía resignarse y hacer lo que ellos dijeran. Observó el cuerpo inerte de Ciel tirado en el piso, estaba bañado en un charco de sangre. Sintió repulsión por aquello. ¿Qué rayos estaba haciendo? Estaban en 1995 y aún seguían en las mismas. ¿Hasta cuándo iba a durar esa pesadilla?

Tomó la sábana de la cama y con ella cubrió el cuerpo de su Joven amo.

Aquella iba a ser una noche larga.

—Lo siento mucho, joven amo —susurró antes de prender fuego a la estancia.


Notas finales:

¿Qué les ha parecido? :) Como pudieron leer, se vio un poco lo que fue la relación entre Ciel y Sebastián en la reencarnación previa al presente de la historia, así como también parte de las reencarnaciones anteriores y los fracasos en los rituales. Espero que se hayan despejado varias de sus dudas. Ahora bien, ya estamos en la fase final del fic, este fue el último capítulo narrado en flashback, a partir de ahora la historia sí será narrada desde el presente que dejamos en el capítulo 5 El árbol del ahorcado, en el que Ciel y Sebastián están siendo perseguidos por Claude y los Shinigamis.

Espero que les haya gustado! Quiero darle las gracias a las personas que se han animado a dejar review y a las que leen este pequeño fic, eso me da ánimos para continuar! Si les gustó, tienen alguna duda o lo que sea, pueden hacérmelo saber con sus comentarios que con gusto responderé y agradeceré :)

Se me cuidan, les mando un abrazo muy grande. Hasta la próxima!


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