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Polaris por Yori Kibara

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Habían pasado ya algunas semanas desde que el joven ruso desapareció de la vida de William y lo único que le quedaba era una delgada cicatriz en el costado que siempre traía a su memoria el último beso que le robo y el eco de sus palabras esa tarde "este no es tu mundo, nunca lo será". Por supuesto que le dolía recordarlo, pero había decidido no permitir que le lastimara más.

 

Sin embargo, cada vez que se desvestía para entrar a la ducha, las pequeñas placas metálicas chocaban sonoras en su pecho. Docenas de veces las arranco de su cuello y quiso arrojarlas lejos, desaparecerlas de su vida, pero nunca lo conseguía, simplemente no podía hacerlo.

 

Pareciera que sería una mañana cualquiera, de algún modo el sonido del agua chocando en su cabello y sus oídos a la hora de la ducha, le relajaba. Como si pudiera aislarse de tal manera que nada excepto el sonido y el existieran, entonces en medio de la distorsión sonora, alcanzo a escuchar el golpeteo en su puerta principal. Por un segundo, sus esperanzas le traicionaron y le hicieron pensar que quizás se trataba de Mikhael, ese pensamiento lo llevo a cerrar la llave del agua rápidamente y poner atención al sonido, que en ese momento pareciera más una ilusión.

 

Esta vez en silencio, con las manos en la pared y quieto, volvió a escuchar el golpeteo en la puerta. Abrió los ojos en sorpresa, no lo estaba imaginando, era real. Se puso rápidamente la bata y se dirigió a abrir la puerta. Pero para su sorpresa lo único que encontró al pie de la puerta, fue un paquete con una nota de entrega de un servicio de paquetería local, eso le desanimo un poco. Llevo el paquete dentro, no era pesado, el tamaño sin embargo era engañoso, al agitarlo no había ningún sonido, así que lo puso con cuidado en la barra de la cocina. Según la nota de servicio, el paquete era entregado desde un almacén de una tienda en línea, sin nombres ni detalles adicionales. No recordaba haber comprado nada, pero por otro lado, a veces olvidaba cuando lo hacía. Sin más, tomo un cuchillo y decidió abrirlo con cuidado.

 

Sus ojos se volvieron a abrir en sorpresa al encontrar en el interior de la caja, un par de hermosas botellas cuidadosamente empacadas, una de ron y una de vodka. Recordó que Mikhael le había dicho que le enviaría una botella de ron de reemplazo a la que se terminó aquel día en que se encontraron. De ninguna botella lograba entender una sola palabra, pero el acabado era bellísimo. Al final encontró un sobre con su nombre y una nota dentro que leía  "Puente de las ninfas. Media noche".

 

Todo dio vueltas, el muro contra sentimientos que apenas terminaba de construirse a su alrededor, colapsaba lentamente. Y en el fondo detrás de ese muro, expuesto, como si estuviera desnudo  temblaba el deseo lleno de esperanza de volver a verlo susurrando enajenado "Mikha... Mikha...".

 

Sacudió su cabeza, necesitaba regresar a la realidad, regresar a su vida. Miro en su muñeca el reloj, se había hecho tarde. Rápidamente termino de ducharse y posteriormente de arreglarse para salir a prisa. La vida del ejecutivo, falta de entusiasmo y resumida a un puñado de colores "sobrios" para vestir en la oficina, era aburrida para William, pero ciertamente estaba acostumbrado a ella. Toda su vida, su padre se ocupó de que ese estilo de vida fuera el único que William lograra considerar sin dudarlo. En el camino, de repente, lo invadió el recuerdo de su padre, él era un muchachito cuando lo llevaba a sus juntas de trabajo y tenía que pretender estar interesado, cuando la verdad, en ese tiempo lo único que quería era viajar y disfrutar de su vida, convencido de que debía hacerlo para encontrar a la persona correcta para él, viajaría por todo el mundo si fuera necesario. Claro que eso no pasaría, no entonces.

 

Antes de salir del auto reajusto su corbata, respiro hondo, se miró al espejo retrovisor para asegurarse de que su sonrisa luciera de lo más genuina posible y se dirigió al alto edificio de la compañía de su padre, de cierto modo le molestaba un poco que el apellido familiar colgara en una lujosa marquesina en la recepción, pero después de todo, la empresa no era suya para hacer a su antojo. La chica rubia lo saludo como todos los días y el simplemente sonrió, no quería más tediosa interacción con nadie, el ascensor lo llevaría a su oficina, en lo más alto del edificio.

 

Quizás eran sus nervios por pensar que se vería con el intrigante ruso en el puente de aquel parque, no estaba seguro, pero el tiempo pasaba lentamente. Su carga de trabajo estaba terminada y solo había pasado medio día, así que sin saber que hacer salió a la calle, después de todo era el jefe, nadie le diría nada. No se llevó el auto, le gustaba caminar y parecía distraerlo lo suficiente, hasta que vio salir a un joven con un bello ramo de rosas de una florería pequeña, en ese rostro lograba ver cierta felicidad, seguramente le llevaba esas flores a su chica y en ese momento le golpeo la duda de si debiera llevar algún obsequio para su encuentro. No, que tonterías pensaba, por supuesto que no. Él no se equivocó en nada y quien debería llevar un obsequio sin duda era Mikhael.

 

Al volver a casa, se encontró con la escena de siempre, su apartamento silencioso y obscuro esperándolo en completa quietud. En sus adentros, pensaba que era muy triste pero una vez encendidas las luces y aquel pequeño estéreo lo lúgubre se esfumaba gradualmente hasta volverlo un lugar “habitable”. Su propia curiosidad lo llevo a la cocina donde aún reposaban las hermosas botellas entregadas esa mañana, jugueteo sus dedos en la tapa de vidrio cortado de la botella de vodka.

-demasiado… ruso ¿no?- se dijo a si mismo irónico, decidió abrirla y vaciar un poco en un vaso. Simbólicamente lo levanto al aire como si se tratara de un brindis para beberlo de un trago después. Sorprendido pues el sabor era distinto, para ser vodka al menos. En medio de la sensación en la garganta había un toque de extraña dulzura, cual espejismo y esa duda lo hiciera beber de nuevo, solo para asegurarse de que era real. Sin darse cuenta, termino tirado en el sofá completamente dormido y ebrio.

De la nada, una sensación de que el tiempo se le había resbalado de las manos lo invadió despertándolo de golpe. Miro el reloj en su muñeca algo aturdido, 3:18 am. Demasiado tarde, una parte de él se preocupaba pues deseaba ver al ruso y la razón le decía que ignorarlo sería lo mejor para él. Sin embargo esta vez gano el deseo, como pudo tomo sus llaves y salió rápidamente hacia aquel puente donde esperaba encontrar a aquel hombre.

Rezando por que estuviera ahí, esperándolo… como él había estado haciéndolo todo ese tiempo.


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