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Polaris por Yori Kibara

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-------------------- 06 --------------------

Los ojos de zafiro de William se encontraban llenos de emoción, estaba teniendo una probada de una vida totalmente diferente a lo que había conocido. Mikhael se mantenía en silencio mientras caminaba, no lo parecía pero estaba completamente concentrado en su alrededor, sabía bien que hacer en caso de que surgieran problemas, pero una parte de él le decía que quizás, sería la mejor manera de mantenerlo a salvo. Lejos del peligro… pero, si pudiera ser honesto consigo mismo, la idea de alejar a ese joven castaño de ojos magnéticos, no le agradaba. Ni un poco.

-William, debo advertirte de un par de cosas antes de llegar ahí- Mikhael respiró hondo y continuó -Número uno. No bebas ni comas nada de lo que Yuki pudiera ofrecerte, esto es muy importante ¿sí? Dos. No te quedes mirando sus ojos, no importa cuán intrigantes te parezcan- El castaño asintió. Ambos se detuvieron en un gran portón de madera rojiza con caprichosas molduras de apariencia japonesa que se encontraba abierto de par en par, desde donde podía verse al interior un jardín apacible y un estanque tranquilo. En el fondo había una persona sosteniendo una pequeña lámpara de papel y vestida como una sacerdotisa japonesa. Un faro vivo que tan pronto se percató de la presencia de los dos hombres en la puerta, camino rápidamente hacia ellos y con una seña de su brazo los invito a pasar, cruzando al lado de ellos por aquel jardín para iluminar sus pasos. Los escoltó hasta la puerta principal, dio la vuelta y volvió a su lugar.

El castaño estaba sorprendido, pero si debía pensar como espía, el lugar era demasiado tranquilo…

La puerta se deslizó abierta, un fuerte olor a té herbal les dio la bienvenida, seguido del ruido de la música en alto y las luces de laser multicolores bailando entre el humo de cigarrillos. A William le costaba creer lo que veía, pero ciertamente no era distinto a entrar en cualquier bar. Mikhael entró con confianza pero se detuvo al ver boquiabierto al castaño.

-Número tres. No te alejes- Dijo el pelinegro al tomarle el brazo en señal de que lo siguiera. William asintió, sin embargo no se sentía precisamente a salvo… La puerta detrás de ellos se cerró y el pelinegro se dirigió hacia una pared que ocultaba un cuarto muy parecido a los de pánico. Aislado del sonido, lo notó en cuanto esa pared volvió a su lugar y todo el ruido de afuera se ahogó en su totalidad. El cuarto parecía una sala de té, común y corriente. Pasos apresurados chocaban contra el piso de madera y se acercaban imperativos hacia ellos. De un salto, una chica delgaducha con un kimono pequeño se fue sobre Mikhael en un abrazo. Era pequeña, no más de 1.65, cabello largo atado en una coleta alta, un ornamento mediano en su cabeza y era obvio que estaba mucho muy contenta de verlo.

Esa apariencia le traía a la mente un artículo de una revista turística que alguna vez leyó, sobre las Oiran, que eran prostitutas de lujo y alto rango, confundidas con las geishas más a menudo de lo que a estas últimas les gustaba.

Para sorpresa de William, la voz de esa pequeña “muñeca” dejo en claro que no se trataba de una chica; de nuevo volvió a ignorar totalmente de lo que hablaban, pues evocaron de nuevo ese idioma. Ruso.

-¡MikhaMikha~~! ¡Cuánto tiempo sin verte! ¡Cómo has crecido!- Le decía aquella “muñeca” de ojos amatistas y cabello opaco cual ceniza –Creí que no volvería a verte después de que Dimitri puso una recompensa por tu placa- Su mirada entristeció, incluso William sería capaz de descifrar eso –Suerte que aun llevas la mía ¿no?- Y señalo el cuello de Mikhael.

-Yuki… Así que es un rastreador- Replico serio el pelinegro

-Se trata de un transmisor modificado que los cerebritos de la agencia crearon para mí y que solo a mí me pertenece- Respondió tocando las placas en el cuello de Mikhael.

A pesar de no entender una palabra de lo que decían, William sentía celos y se reprendía en el interior por sentirlos, pero no podía evitarlo. –Me llamo William- Dijo en voz alta, rompiendo con su conversación –Que tal… ¿Yuki?- Sonrió tan falsamente como su rostro se lo permitió.

El chico Oiran cambio su lenguaje a uno que William pudo entender. –Yo sé quién eres- Y lo miro fijo con esos ojos violetas que parecían hipnotizar –Lo que no entiendo es… ¿Qué haces aquí señorito Du Etoile?- Hizo una reverencia sarcástica.

Los zafiros de William seguían fijamente a las amatistas de Yuki –Estoy con él- Señalo al pelinegro.

-Dime, William… ¿Te gustó tanto mi pequeño Mikha como para arriesgar tu muy lucrativa vida?-

William titubeo.

-Yuki, ya basta- Mikhael intentó detenerlo –No es peligroso-

-shhshhshh Silencio- Con un movimiento de su mano arrojo algo hacia el cuello de Mikhael acertando, obligándolo a caer de rodillas de inmediato

Mikhael arranco la delgada aguja clavada en su cuello mirando confundido a Yuki, sin embargo se resistía al efecto del fuerte sedante que al final lo hizo sucumbir.

William se paralizo de miedo. Yuki se le acerco a paso lento y por reacción retrocedió. –Mala elección- Susurro el pequeño de ojos violetas. William sintió un pinchazo ligero en el brazo y descubrió una aguja igual a la que durmió a Mikhael. Sin embargo, él no cayo inconsciente, solo lo paralizo. Viendo entonces como un par de ¿mujeres? Se llevaban al pelinegro y regresaron a sentarlo en el piso frente a la mesa donde el té estaba siendo servido por el pequeño Oiran, con una gracia que no le dejo ninguna duda. “Yuki” era el dueño y señor del lugar, su territorio, sus reglas.

Quizás simplemente habían hecho algo mal, quería pensar que solo era un malentendido. Pero se veía mal y se sentía aun peor, el cosquilleo en su espina dorsal no había parado y algo le decía, que podía ser peor, mucho peor...


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