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50 Sombras de Park. (ChanBaek, BaekYeol) por firelights

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—No se trata de eso. ¿Por qué tendrías que comprarme esta ropa?
—Porque puedo.
Sus ojos despiden un destello malicioso.
—El hecho de que puedas no implica que debas —le respondo tranquilamente.
Me mira alzando una ceja, con ojos brillantes, y de repente me da la sensación
de que estamos hablando de otra cosa, pero no sé de qué. Y eso me recuerda…
—¿Por qué me mandaste los libros, ChanYeol? —le pregunto en tono suave.
Deja los cubiertos y me mira fijamente, con una insondable emoción ardiendo en
sus ojos. Maldita sea… Se me seca la boca.
—Bueno, cuando casi te atropelló el ciclista… y yo te sujetaba entre mis brazos y
me mirabas diciéndome: «Bésame, bésame, ChanYeol»… —Se calla un instante y se
encoge de hombros—. Bueno, creí que te debía una disculpa y una advertencia. —Se pasa una mano por el pelo—. BaekHyun, no soy un hombre de flores y
corazones. No me interesan las historias de amor. Mis gustos son muy peculiares.
Deberías mantenerte alejado de mí. —Cierra los ojos, como si se negara a
aceptarlo—. Pero hay algo en ti que me impide apartarme. Supongo que ya lo
habías imaginado.
De repente ya no siento hambre. ¡No puede apartarse de mí!
—Pues no te apartes —susurro.
Se queda boquiabierto y con los ojos como platos.
—No sabes lo que dices.
—Pues explícamelo.
Nos miramos fijamente. Ninguno de los dos toca la comida.
—Entonces sí que vas con hombres… —le digo.
Sus ojos brillan divertidos.
—Sí, BaekHyun, voy con hombres.
Hace una pausa para que asimile la información y de nuevo me ruborizo. Se ha
vuelto a romper el filtro que separa mi cerebro de la boca. No puedo creerme que
haya dicho algo así en voz alta.
—¿Qué planes tienes para los próximos días? —me pregunta en tono suave.
—Hoy trabajo, a partir del mediodía. ¿Qué hora es? —exclamo asustado.
—Poco más de las diez. Tienes tiempo de sobra. ¿Y mañana?

Ha colocado los codos sobre la mesa y apoya la barbilla en sus largos y finos dedos.
—KyungSoo y yo vamos a empezar a empaquetar. Nos mudamos a Seattle el próximo
fin de semana, y yo trabajo en Clayton’s toda esta semana.
—¿Ya tenéis casa en Seattle?
—Sí.
—¿Dónde?
—No recuerdo la dirección. En el distrito de Pike Market.
—No está lejos de mi casa —dice sonriendo—. ¿Y en qué vas a trabajar en
Seattle?
¿Dónde quiere ir a parar con todas estas preguntas? El santo inquisidor
Park ChanYeol es casi tan pesado como el santo inquisidor Do KyungSoo.
—He mandado solicitudes a varios sitios para hacer prácticas. Aún tienen que
responderme.
—¿Y a mi empresa, como te comenté?
Me ruborizo… Pues claro que no.
—Bueno… no.
—¿Qué tiene de malo mi empresa?
—¿Tu empresa o tu «compañía»? —le pregunto con una risa maliciosa.
—¿Está riéndose de mí, Señor Byun?
Ladea la cabeza y creo que parece divertido, pero es difícil saberlo. Me ruborizo
y desvío la mirada hacia mi desayuno. No puedo mirarlo a los ojos cuando habla
en ese tono.
—Me gustaría morder ese labio —susurra turbadoramente.
No soy consciente de que estoy mordiéndome el labio inferior. Tras un leve
respingo, me quedo boquiabierto. Es lo más sexy que me han dicho nunca. El
corazón me late a toda velocidad y creo que estoy jadeando. Dios mío, estoy
temblando, totalmente perdido, y ni siquiera me ha tocado. Me remuevo en la silla
y busco su impenetrable mirada.
—¿Por qué no lo haces? —le desafío en voz baja.
—Porque no voy a tocarte, BaekHyun… no hasta que tenga tu consentimiento
por escrito —me dice esbozando una ligera sonrisa.

¿Qué?
—¿Qué quieres decir?
—Exactamente lo que he dicho.
Suspira y mueve la cabeza, divertido pero también impaciente.
—Tengo que mostrártelo, BaekHyun. ¿A qué hora sales del trabajo esta tarde?
—A las ocho.
—Bien, podríamos ir a cenar a mi casa de Seattle esta noche o el sábado que
viene, y te lo explicaría. Tú decides.
—¿Por qué no puedes decírmelo ahora?
—Porque estoy disfrutando de mi desayuno y de tu compañía. Cuando lo sepas,
seguramente no querrás volver a verme.
¿Qué significa todo esto? ¿Trafica con niños de algún recóndito rincón del
mundo para prostituirlos? ¿Forma parte de alguna peligrosa banda criminal
mafiosa? Eso explicaría por qué es tan rico. ¿Es profundamente religioso? ¿Es
impotente? Seguro que no… Podría demostrármelo ahora mismo. Me incomodo
pensando en todas las posibilidades. Esto no me lleva a ninguna parte. Me gustaría
resolver el enigma de Park ChanYeol cuanto antes. Si eso implica que su secreto es
tan grave que no voy a querer volver a saber nada de él, entonces, la verdad, será
todo un alivio. ¡No te engañes!, me grita mi subconsciente. Tendrá que ser algo
muy malo para que salgas corriendo.
—Esta noche.
Levanta una ceja.
—Como Eva, quieres probar cuanto antes el fruto del árbol de la ciencia.
Suelta una risa maliciosa.
—¿Está riéndose de mí, señor Park? —le pregunto en tono suave.
Pedante gilipollas.
Me mira entornando los ojos y saca su BlackBerry. Pulsa un número.
—Kris, voy a necesitar el Charlie Tango.
¡Charlie Tango! ¿Quién es ese?
—Desde Portland a… digamos las ocho y media… No, se queda en el Escala… Toda la noche.
¡Toda la noche!

—Sí. Hasta mañana por la mañana. Pilotaré de Portland a Seattle.
¿Pilotará?
—Piloto disponible desde las diez y media.
Deja el teléfono en la mesa. Ni por favor, ni gracias.
—¿La gente siempre hace lo que les dices?
—Suelen hacerlo si no quieren perder su trabajo —me contesta inexpresivo.
—¿Y si no trabajan para ti?
—Bueno, puedo ser muy convincente, BaekHyun. Deberías terminarte el
desayuno. Luego te llevaré a casa. Pasaré a buscarte por Clayton’s a las ocho,
cuando salgas. Volaremos a Seattle.
Parpadeo.
—¿Volaremos?
—Sí. Tengo un helicóptero.
Lo miro boquiabierto. Segunda cita con el misterioso Park ChanYeol. De un café
a un paseo en helicóptero. Uau.
—¿Iremos a Seattle en helicóptero?
—Sí.
—¿Por qué?
Sonríe perversamente.
—Porque puedo. Termínate el desayuno.
¿Cómo voy a comer ahora? Voy a ir a Seattle en helicóptero con Park ChanYeol.
Y quiere morderme el labio… Me estremezco al pensarlo.
—Come —me dice bruscamente—. BaekHyun, no soporto tirar la comida… Come.
—No puedo comerme todo esto —digo mirando lo que queda en la mesa.
—Cómete lo que hay en tu plato. Si ayer hubieras comido como es debido, no
estarías aquí y yo no tendría que mostrar mis cartas tan pronto.
Aprieta los labios. Parece enfadado.
Frunzo el ceño y miro la comida que hay en mi plato, ya fría. Estoy demasiado
nervioso para comer, ChanYeol. ¿No lo entiendes?, explica mi subconsciente. Pero
soy demasiado cobarde para decirlo en voz alta, sobre todo cuando parece tan
hosco. Mmm… como un niño pequeño. La idea me parece divertida.

—¿Qué te hace tanta gracia? —me pregunta.
Como no me atrevo a decírselo, no levanto los ojos del plato. Mientras me como
el último trozo de tortita, alzo la mirada. Me observa con ojos escrutadores.
—Buen chico —me dice—. Te llevaré a casa en cuanto te hayas secado el pelo.
No quiero que te pongas enfermo.
Sus palabras tienen algo de promesa implícita. ¿Qué quiere decir? Me levanto de
la mesa. Por un segundo me pregunto si debería pedirle permiso, pero descarto la
idea. Me parece que sentaría un precedente peligroso. Me dirijo a su habitación,
pero una idea me detiene.
—¿Dónde has dormido?
Me giro para mirarlo. Está todavía sentado a la mesa del comedor. No veo
mantas ni sábanas por la sala. Quizá las haya recogido ya.
—En mi cama —me responde, de nuevo con mirada impasible.
—Oh.
—Sí, para mí también ha sido toda una novedad —me dice sonriendo.
—Dormir con un hombre… sin sexo.
Sí, digo «sexo». Y me ruborizo, por supuesto.
—No —me contesta moviendo la cabeza y frunciendo el ceño, como si acabara
de recordar algo desagradable—. Sencillamente dormir con un hombre.
Coge el periódico y sigue leyendo.
¿Qué narices significa eso? ¿Nunca ha dormido con un hombre? ¿Es virgen? Lo
dudo, la verdad. Me quedo mirándolo sin terminar de creérmelo. Es la persona
más enigmática que he conocido nunca. Caigo en la cuenta de que he dormido con
Park ChanYeol y me daría cabezazos contra la pared. ¿Cuánto habría dado por
estar consciente y verlo dormir? Verlo vulnerable. Me cuesta imaginarlo. Bueno, se
supone que lo descubriré todo esta misma noche.
Ya en el dormitorio, busco en una cómoda y encuentro el secador. Me seco el
pelo como puedo, dándole forma con los dedos. Cuando he terminado, voy al
cuarto de baño. Quiero cepillarme los dientes. Veo el cepillo de ChanYeol. Sería
como metérmelo a él en la boca. Mmm… Miro rápidamente hacia la puerta,
sintiéndome culpable, y toco las cerdas del cepillo. Están húmedas. Debe de
haberlo utilizado ya. Lo cojo a toda prisa, extiendo pasta de dientes y me los cepillo
en un santiamén. Me siento como un chico malo. Resulta muy emocionante.
Recojo la camiseta y los boxers de ayer, los meto en la bolsa que me
ha traído Kris y vuelvo a la sala de estar a buscar la chaqueta. ChanYeol me observa con
expresión impenetrable mientras me la coloco. Noto cómo sus ojos me
siguen mientras me siento a esperar que termine. Está hablando con alguien por su
BlackBerry.
—¿Quieren dos?… ¿Cuánto van a costar?… Bien, ¿y qué medidas de seguridad
tenemos allí?… ¿Irán por Suez?… ¿Ben Sudan es seguro?… ¿Y cuándo llegan a
Darfur?… De acuerdo, adelante. Mantenme informado de cómo van las cosas.
Cuelga.
—¿Estás listo? —me pregunta.
Asiento. Me pregunto de qué iba la conversación. Se pone una americana azul
marino de raya diplomática, coge las llaves del coche y se dirige a la puerta.
—Usted primero, señor Byun —murmura abriéndome la puerta.
Tiene un aspecto elegante, aunque informal.
Me quedo mirándolo un segundo más de la cuenta. Y pensando que he dormido
con él esta noche, y que, pese a los tequilas y las vomiteras, sigue aquí. No solo eso,
sino que además quiere llevarme a Seattle. ¿Por qué a mí? No lo entiendo. Cruzo la
puerta recordando sus palabras: «Hay algo en ti…». Bueno, el sentimiento es
mutuo, señor Park, y quiero descubrir cuál es tu secreto.
Recorremos el pasillo en silencio hasta el ascensor. Mientras esperamos, levanto
un instante la cabeza hacia él, que está mirándome de reojo. Sonrío y él frunce los
labios.
Llega el ascensor y entramos. Estamos solos. De pronto, por alguna inexplicable
razón, probablemente por estar tan cerca en un lugar tan reducido, la atmósfera
entre nosotros cambia y se carga de eléctrica y excitante anticipación. Se me acelera
la respiración y el corazón me late a toda prisa. Gira un poco la cara hacia mí con
ojos totalmente impenetrables. Me muerdo el labio.
—A la mierda el papeleo —brama.
Se abalanza sobre mí y me empuja contra la pared del ascensor. Antes de que
me dé cuenta, me sujeta las dos muñecas con una mano, me las levanta por encima
de la cabeza y me inmoviliza contra la pared con las caderas. Madre mía. Con la
otra mano me agarra del pelo, tira hacia abajo para levantarme la cara y pega sus
labios a los míos. Casi me hace daño. Gimo, lo que le permite aprovechar la
ocasión para meterme la lengua y recorrerme la boca con experta pericia. Nunca
me han besado así. Mi lengua acaricia tímidamente la suya y se une a ella en una
lenta y erótica danza de roces y sensaciones, de sacudidas y empujes. Levanta la
mano y me agarra la mandíbula para que no mueva la cara. Estoy indefenso, con
las manos unidas por encima de la cabeza, la cara sujeta y sus caderas
inmovilizándome. Siento su erección contra mi vientre. Dios mío… Me desea.
Park ChanYeol, el dios griego, me desea, y yo lo deseo a él, aquí… ahora, en el
ascensor.
—Eres… tan… dulce —murmura entrecortadamente.
El ascensor se detiene, se abre la puerta, y en un abrir y cerrar de ojos me suelta
y se aparta de mí. Tres hombres trajeados nos miran y entran sonriéndose. Me late
el corazón a toda prisa. Me siento como si hubiera subido corriendo por una gran
pendiente. Quiero inclinarme y sujetarme las rodillas, pero sería demasiado obvio.
Lo miro. Parece absolutamente tranquilo, como si hubiera estado haciendo el
crucigrama del Seattle Times. Qué injusto. ¿No le afecta lo más mínimo mi
presencia? Me mira de reojo y deja escapar un ligero suspiro. Vale, le afecta, y el
pequeño dios que llevo dentro menea las caderas y baila una samba para celebrar
la victoria. Los hombres de negocios se bajan en la primera planta. Solo nos queda
una.
—Te has lavado los dientes —me dice mirándome fijamente.
—He utilizado tu cepillo.
Sus labios esbozan una media sonrisa.
—Ay, Byun BaekHyun, ¿qué voy a hacer contigo?
Las puertas se abren en la planta baja, me coge de la mano y tira de mí.
—¿Qué tendrán los ascensores? —murmura para sí mismo cruzando el
vestíbulo a grandes zancadas.
Lucho por mantener su paso, porque todo mi raciocinio se ha quedado
desparramado por el suelo y las paredes del ascensor número 3 del hotel
Heathman.

Notas finales:


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