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50 Sombras de Park. (ChanBaek, BaekYeol) por firelights

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Lo primero que noto es el olor: piel, madera y cera con un ligero aroma a limón. Es
muy agradable, y la luz es tenue, sutil. En realidad no veo de dónde sale, de algún
sitio junto a la cornisa, y emite un resplandor ambiental. Las paredes y el techo son
de color burdeos oscuro, que da a la espaciosa habitación un efecto uterino, y el
suelo es de madera barnizada muy vieja. En la pared, frente a la puerta, hay una
gran X de madera, de caoba muy brillante, con esposas en los extremos para
sujetarse. Por encima hay una gran rejilla de hierro suspendida del techo, como
mínimo de dos metros cuadrados, de la que cuelgan todo tipo de cuerdas, cadenas
y grilletes brillantes. Cerca de la puerta, dos grandes postes relucientes y
ornamentados, como balaustres de una barandilla pero más grandes, cuelgan a lo
largo de la pared como barras de cortina. De ellos pende una impresionante
colección de palos, látigos, fustas y curiosos instrumentos con plumas.
Junto a la puerta hay un mueble de caoba maciza con cajones muy estrechos,
como si estuvieran destinados a guardar muestras en un viejo museo. Por un
instante me pregunto qué hay dentro. ¿Quiero saberlo? En la esquina del fondo
veo un banco acolchado de piel de color granate, y pegado a la pared, un estante
de madera que parece una taquera para palos de billar, pero que al observarlo con
más atención descubro que contiene varas de diversos tamaños y grosores. En la
esquina opuesta hay una sólida mesa de casi dos metros de largo —madera
brillante con patas talladas—, y debajo, dos taburetes a juego.
Pero lo que domina la habitación es una cama. Es más grande que las de
matrimonio, con dosel de cuatro postes tallado de estilo rococó. Parece de finales
del siglo XIX. Debajo del dosel veo más cadenas y esposas relucientes. No hay ropa
de cama… solo un colchón cubierto de piel roja, y varios cojines de satén rojo en un
extremo.
A unos metros de los pies de la cama hay un gran sofá Chesterfield granate,
plantificado en medio de la sala, frente a la cama. Extraña distribución… eso de
poner un sofá frente a la cama. Y sonrío para mis adentros. Me parece raro el sofá,
cuando en realidad es el mueble más normal de toda la habitación. Alzo los ojos y
observo el techo. Está lleno de mosquetones, a intervalos irregulares. Me pregunto
por un segundo para qué sirven. Es extraño, pero toda esa madera, las paredes
oscuras, la tenue luz y la piel granate hacen que la habitación parezca dulce y
romántica… Sé que es cualquier cosa menos eso. Es lo que ChanYeol entiende por
dulzura y romanticismo.
Me giro y está mirándome fijamente, como suponía, con expresión
impenetrable. Avanzo por la habitación y me sigue. El artilugio de plumas me ha
intrigado. Me decido a tocarlo. Es de ante, como un pequeño gato de nueve colas,
pero más grueso y con pequeñas bolas de plástico en los extremos.
—Es un látigo de tiras —dice ChanYeol en voz baja y dulce.
Un látigo de tiras… Vaya. Creo que estoy en estado de shock. Mi subconsciente
ha emigrado, o se ha quedado muda, o sencillamente se ha caído en redondo y se
ha muerto. Estoy paralizado. Puedo observar y asimilar, pero no articular lo que
siento ante todo esto, porque estoy en estado de shock. ¿Cuál es la reacción
adecuada cuando descubres que tu posible amante es un sádico o un masoquista
total? Miedo… sí… esa parece ser la sensación principal. Ahora me doy cuenta.
Pero extrañamente no de él. No creo que me hiciera daño. Bueno, no sin mi
consentimiento. Un sinfín de preguntas me nublan la mente. ¿Por qué? ¿Cómo?
¿Cuándo? ¿Con qué frecuencia? ¿Quién? Me acerco a la cama y paso las manos por
uno de los postes. Es muy grueso, y el tallado es impresionante.
—Di algo —me pide ChanYeol en tono engañosamente dulce.
—¿Se lo haces a gente o te lo hacen a ti?
Frunce la boca, no sé si divertido o aliviado.
—¿A gente? —Pestañea un par de veces, como si estuviera pensando qué
contestarme—. Se lo hago a personas que quieren que se lo haga.
No lo entiendo.
—Si tienes voluntarios dispuestos a aceptarlo, ¿qué hago yo aquí?
—Porque quiero hacerlo contigo, lo deseo.
—Oh.
Me quedo boquiabierto. ¿Por qué?
Me dirijo a la otra esquina de la sala, paso la mano por el banco acolchado, alto
hasta la cintura, y deslizo los dedos por la piel. Le gusta hacer daño.
La idea me deprime.
—¿Eres un sádico?
—Soy un Amo.

Sus ojos grises se vuelven abrasadores, intensos.
—¿Qué significa eso? —le pregunto en un susurro.
—Significa que quiero que te rindas a mí en todo voluntariamente.
Lo miro frunciendo el ceño, intentando asimilar la idea.
—¿Por qué iba a hacer algo así?
—Por complacerme —murmura ladeando la cabeza.
Veo que esboza una sonrisa.
¡Complacerle! ¡Quiere que lo complazca! Creo que me quedo boquiabierto.
Complacer a Park ChanYeol. Y en ese momento me doy cuenta de que sí, de que es
exactamente lo que quiero hacer. Quiero que disfrute conmigo. Es una revelación.
—Digamos, en términos muy simples, que quiero que quieras complacerme
—me dice en voz baja, hipnótica.
—¿Cómo tengo que hacerlo?
Siento la boca seca. Ojalá tuviera más vino. De acuerdo, entiendo lo de
complacerle, pero el gabinete de tortura isabelino me ha dejado desconcertado.
¿Quiero saber la respuesta?
—Tengo normas, y quiero que las acates. Son normas que a ti te benefician y a
mí me proporcionan placer. Si cumples esas normas para complacerme, te
recompensaré. Si no, te castigaré para que aprendas —susurra.
Mientras me habla, miro el estante de las varas.
—¿Y en qué momento entra en juego todo esto? —le pregunto señalando con la
mano alrededor del cuarto.
—Es parte del paquete de incentivos. Tanto de la recompensa como del castigo.
—Entonces disfrutarás ejerciendo tu voluntad sobre mí.
—Se trata de ganarme tu confianza y tu respeto para que me permitas ejercer mi
voluntad sobre ti. Obtendré un gran placer, incluso una gran alegría, si te sometes.
Cuanto más te sometas, mayor será mi alegría. La ecuación es muy sencilla.
—De acuerdo, ¿y qué saco yo de todo esto?
Se encoge de hombros y parece hacer un gesto de disculpa.
—A mí —se limita a contestarme.
Dios mío… ChanYeol me observa pasándose la mano por el pelo.
—BaekHyun, no hay manera de saber lo que piensas —murmura nervioso—.
Volvamos abajo, así podré concentrarme mejor. Me desconcentro mucho contigo
aquí.
Me tiende una mano, pero ahora no sé si cogerla.
KyungSoo me había dicho que era peligroso, y tenía mucha razón. ¿Cómo lo sabía? Es
peligroso para mi salud, porque sé que voy a decir que sí. Y una parte de mí no
quiere. Una parte de mí quiere gritar y salir corriendo de este cuarto y de todo lo
que representa. Me siento muy desorientado.
—No voy a hacerte daño, BaekHyun.
Sé que no me miente. Le cojo de la mano y salgo con él del cuarto.
—Quiero mostrarte algo, por si aceptas.
En lugar de bajar las escaleras, gira a la derecha del cuarto de juegos, como él lo
llama, y avanza por un pasillo. Pasamos junto a varias puertas hasta que llegamos
a la última. Al otro lado hay un dormitorio con una cama de matrimonio. Todo es
blanco… todo: los muebles, las paredes, la ropa de cama. Es aséptica y fría, pero
con una vista preciosa de Seattle desde la pared de cristal.
—Esta será tu habitación. Puedes decorarla a tu gusto y tener aquí lo que
quieras.
—¿Mi habitación? ¿Esperas que me venga a vivir aquí? —le pregunto sin poder
disimular mi tono horrorizado.
—A vivir no. Solo, digamos, del viernes por la noche al domingo. Tenemos que
hablar del tema y negociarlo. Si aceptas —añade en voz baja y dubitativa.
—¿Dormiré aquí?
—Sí.
—No contigo.
—No. Ya te lo dije. Yo no duermo con nadie. Solo contigo cuando te has
emborrachado hasta perder el sentido —me dice en tono de reprimenda.
Aprieto los labios. Hay algo que no me encaja. El amable y cuidadoso ChanYeol,
que me rescata cuando estoy borracho y me sujeta amablemente mientras vomito
en las azaleas, y el monstruo que tiene un cuarto especial lleno de látigos y
cadenas.
—¿Dónde duermes tú?
—Mi habitación está abajo. Vamos, debes de tener hambre.
—Es raro, pero creo que se me ha quitado el hambre —murmuro de mala gana.

—Tienes que comer, BaekHyun —me regaña.
Me coge de la mano y volvemos al piso de abajo.
De vuelta en el salón increíblemente grande, me siento muy inquieto. Estoy al
borde de un precipicio y tengo que decidir si quiero saltar o no.
—Soy totalmente consciente de que estoy llevándote por un camino oscuro,
BaekHyun, y por eso quiero de verdad que te lo pienses bien. Seguro que tienes
cosas que preguntarme —me dice soltándome la mano y dirigiéndose con paso
tranquilo a la cocina.
Tengo cosas que preguntarle. Pero ¿por dónde empiezo?
—Has firmado el acuerdo de confidencialidad, así que puedes preguntarme lo
que quieras y te contestaré.
Estoy junto a la barra de la cocina y observo cómo abre el frigorífico y saca un
plato de quesos con dos enormes racimos de uvas blancas y rojas. Deja el plato en
la encimera y empieza a cortar una baguette.
—Siéntate —me dice señalando un taburete junto a la barra.
Obedezco su orden. Si voy a aceptarlo, tendré que acostumbrarme. Me doy
cuenta de que se ha mostrado dominante desde que lo conocí.
—Has hablado de papeleo.
—Sí.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, aparte del acuerdo de confidencialidad, a un contrato que especifique
lo que haremos y lo que no haremos. Tengo que saber cuáles son tus límites, y tú
tienes que saber cuáles son los míos. Se trata de un consenso, ChanYeol.
—¿Y si no quiero?
—Perfecto —me contesta prudentemente.
—Pero ¿no tendremos la más mínima relación? —le pregunto.
—No.
—¿Por qué?
—Es el único tipo de relación que me interesa.
—¿Por qué?
Se encoge de hombros.
—Soy así.

Notas finales:


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