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50 Sombras de Park. (ChanBaek, BaekYeol) por firelights

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La doctora Greene es alta y rubia y va impecable, vestida con un traje de chaqueta
azul marino. Me recuerda a las mujeres que trabajan en la oficina de ChanYeol. Es
como un modelo de retrato robot, otra rubia perfecta. Lleva la melena recogida en
un elegante moño. Tendrá unos cuarenta y pocos.
—Señor Park.
Estrecha la mano que le tiende ChanYeol.
—Gracias por venir habiéndola avisado con tan poca antelación —dice
ChanYeol.
—Gracias a usted por compensármelo sobradamente, señor Park. Señor Byun.
Sonríe; su mirada es fría y observadora.
Nos damos la mano y enseguida sé que es una de esas mujeres que no soportan
a la gente estúpida. Al igual que Kyung. Me cae bien de inmediato. Le dedica a
ChanYeol una mirada significativa y, tras un instante incómodo, él capta la
indirecta.
—Estaré abajo —murmura, y sale de lo que va a ser mi dormitorio.
—Bueno, señor Byun. El señor Park me paga una pequeña fortuna para que
lo atienda. Dígame, ¿qué puedo hacer por usted?
Tras un examen en profundidad y una larga charla, la doctora Greene y yo nos
decidimos por volver abajo, a la galería de
arte que es el salón de ChanYeol.

Está leyendo, sentado en el sofá. Un aria conmovedora suena en el equipo de
música, flotando alrededor de ChanYeol, envolviéndolo con sus notas, llenando la
estancia de una melodía dulce y vibrante. Por un momento, parece sereno. Se
vuelve cuando entramos, nos mira y me sonríe cariñoso.
—¿Ya habéis terminado? —pregunta como si estuviera verdaderamente
interesado.
Apunta el mando hacia la elegante caja blanca bajo la chimenea que alberga su
iPod y la exquisita melodía se atenúa, pero sigue sonando de fondo. Se pone de pie
y se acerca despacio.
—Sí, señor Park. Cuídelo; es un joven hermoso e inteligente.
ChanYeol se queda tan pasmado como yo. Qué comentario tan inapropiado para
una doctora. ¿Acaso le está lanzando una advertencia no del todo sutil? ChanYeol se recompone.
—Eso me propongo —masculla él, divertido.
Lo miro y me encojo de hombros, cortado.
—Le enviaré la factura —dice ella muy seca mientras le estrecha la mano.
Se vuelve hacia mí.
—Buenos días, y buena suerte, Baek.
Me sonríe mientras nos damos la mano, y se le forman unas arruguitas en torno
a los ojos.
Surge Kris de la nada para conducirla por la puerta de doble hoja hasta el
ascensor. ¿Cómo lo hace? ¿Dónde se esconde?
—¿Cómo ha ido? —pregunta ChanYeol.
—Bien, gracias. Estoy totalmente sano. Pero, me ha dicho que tengo que abstenerme de practicar cualquier
tipo de actividad sexual durante las cuatro próximas semanas.
A ChanYeol se le descuelga la mandíbula y yo, que ya no puedo aguantarme
más, le sonrío como un bobo.
—¡Has picado!
Entrecierra los ojos y dejo de reír de inmediato. De hecho, parece bastante
enfadado. Oh, mierda. Mi subconsciente se esconde en un rincón y yo, blanco
como el papel, me lo imagino tumbándome otra vez en sus rodillas.
—¡Has picado! —me dice, y sonríe satisfecho. Me agarra por la cintura y me
estrecha contra su cuerpo—. Es usted incorregible, señor Byun —murmura,
mirándome a los ojos mientras me hunde los dedos en el pelo y me sostiene con
firmeza.
Me besa, con fuerza, y yo me aferro a sus brazos musculosos para no caerme.
—Aunque me encantaría hacértelo aquí y ahora, tienes que comer, y yo también.
No quiero que te me desmayes después —me dice a los labios.
—¿Solo me quieres por eso… por mi cuerpo? —susurro.
—Por eso y por tu lengua viperina —contesta.
Me besa apasionadamente, y luego me suelta de pronto, me coge de la mano y
me lleva a la cocina. Estoy alucinando. Tan pronto estamos bromeando como… Me
abanico la cara encendido. ChanYeol es puro sexo ambulante, y ahora tengo que
recobrar el equilibrio y comer algo. El aria aún suena de fondo.
—¿Qué música es esta?
—Es una pieza de Villa-Lobos, de sus Bachianas Brasileiras. Buena, ¿verdad?
—Sí —musito, completamente de acuerdo.
La barra del desayuno está preparada para dos. ChanYeol saca un cuenco de
ensalada del frigorífico.
—¿Te va bien una ensalada César?
Uf, nada pesado, menos mal.
—Sí, perfecto, gracias.
Lo veo moverse con elegancia por la cocina. Parece que se siente muy a gusto
con su cuerpo, pero luego no quiere que lo toquen, así que igual, en el fondo, no
está tan a gusto. Todos necesitamos del prójimo… salvo, quizá, Park ChanYeol.
—¿En qué piensas? —dice, sacándome de mi ensimismamiento.
Me ruborizo.
—Observaba cómo te mueves.
Arquea una ceja, divertido.
—¿Y? —pregunta con sequedad.
Me ruborizo aún más.
—Eres muy elegante.
—Vaya, gracias, señor Byun —murmura.
Se sienta a mi lado con una botella
de vino en la mano—. ¿Chablis?
—Por favor.

—Sírvete ensalada —dice en voz baja—. Come.
La ensalada César está deliciosa. Para mi sorpresa, estoy muerta de hambre y,
por primera vez desde que hemos comido juntos, termino antes que él. El vino
tiene un sabor fresco, limpio y afrutado.
—¿Impaciente como de costumbre, señor Byun? —sonríe mirando mi plato
vacío.
Lo miro con los ojos entornados.
—Sí —susurro.
Se le entrecorta la respiración. Y, mientras me mira fijamente, noto que la
atmósfera entre los dos va cambiando, evolucionando… se carga. Su mirada pasa
de impenetrable a ardiente, y me arrastra consigo. Se levanta, reduciendo la
distancia entre los dos, y me baja del taburete a sus brazos.
—¿Quieres hacerlo? —dice mirándome fijamente.
—No he firmado nada.
—Lo sé… pero últimamente te estás saltando todas las normas.
—¿Me vas a pegar?
—Sí, pero no para hacerte daño. Ahora mismo no quiero castigarte. Si te hubiera
pillado anoche… bueno, eso habría sido otra historia.
Madre mía. Quiere hacerme daño… ¿y qué hago yo ahora? Me cuesta disimular
el horror que me produce.
—Que nadie intente convencerte de otra cosa, BaekHyun: una de las razones por
las que la gente como yo hace esto es porque le gusta infligir o sentir dolor. Así de
sencillo. A ti no, así que ayer dediqué un buen rato a pensar en todo esto.
Me arrima a su cuerpo y su erección me aprieta el vientre. Debería salir
corriendo, pero no puedo. Me atrae a un nivel primario e insondable que no
alcanzo a comprender.
—¿Llegaste a alguna conclusión? —susurro.
—No, y ahora mismo no quiero más que atarte y follarte hasta dejarte sin
sentido. ¿Estás preparado para eso?
—Sí —digo mientras todo mi cuerpo se tensa al instante.
Uau…
—Bien. Vamos.
Me coge de la mano y, dejando todos los platos sucios en la barra de desayuno,
nos dirigimos arriba.
Se me empieza a acelerar el corazón. Ya está. Lo voy a hacer de verdad. El dios que llevo dentro da vueltas como un bailarín de fama mundial, encadenando
piruetas. ChanYeol abre la puerta de su cuarto de juegos, se aparta para dejarme
pasar y una vez más me encuentro en el cuarto rojo del dolor.
Sigue igual: huele a cuero, a pulimento de aroma cítrico y a madera noble, todo
muy sensual. Me corre la sangre hirviendo por todo el organismo: adrenalina
mezclada con lujuria y deseo. Un cóctel poderoso y embriagador. La actitud de
ChanYeol ha cambiado por completo, ha ido variando paulatinamente, y ahora es
más dura, más cruel. Me mira y veo sus ojos encendidos, lascivos… hipnóticos.
—Mientras estés aquí dentro, eres completamente mío —dice, despacio,
midiendo cada palabra—. Harás lo que me apetezca. ¿Entendido?
Su mirada es tan intensa… Asiento, con la boca seca, con el corazón desbocado,
como si se me fuera a salir del pecho.
—Quítate los zapatos —me ordena en voz baja.
Trago saliva y, algo torpemente, me los quito. Se agacha, los coge y los deja
junto a la puerta.
—Bien. No titubees cuando te pido que hagas algo. Ahora te voy a quitar el
traje, algo que hace días que vengo queriendo hacer, si no me falla la memoria.
Quiero que estés a gusto con tu cuerpo, BaekHyun. Tienes un cuerpo que me gusta
mirar. Es una gozada contemplarlo. De hecho, podría estar mirándolo todo el día,
y quiero que te desinhibas y no te avergüences de tu desnudez. ¿Entendido?
—Sí.

—Sí, ¿qué?
Se inclina hacia mí con mirada feroz.
—Sí, señor.
—¿Lo dices en serio? —espeta.
—Sí, señor.
Me quita la chaqueta.
—Bien. Levanta los brazos por encima de la cabeza.
Hago lo que me pide y él me desabrocha el primer botón de la camisa y me la sube por el vientre, el pecho, los hombros y la cabeza.
Retrocede para examinarme y, con aire ausente, la dobla sin quitarme el ojo de
encima. La deja sobre la gran cómoda que hay junto a la puerta. Alarga la mano y
me coge por la barbilla, abrasándome con su tacto.
—Te estás mordiendo el labio —dice—. Sabes cómo me pone eso —añade con
voz ronca—. Date la vuelta.
Me doy la vuelta al momento, sin titubear. Me desabrocha el pantalón y tira de él hacia abajo, rozándome la piel con los dedos y con las
uñas de los pulgares mientras me lo quita. El contacto me produce escalofríos y
despierta todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo. Está detrás de mí, tan
cerca que noto el calor que irradia de él, y me calienta, me calienta entera. Me ladea la cabeza. Recorre con la nariz mi cuello descubierto, inhalando
todo el tiempo, y luego asciende de nuevo a la oreja. Los músculos de mi miembro se
contraen, impulsados por el deseo. Maldita sea, apenas me ha tocado y ya lo deseo.
—Hueles tan divinamente como siempre, BaekHyun —susurra al tiempo que me
besa con suavidad debajo de la oreja.
Gimo.
—Calla —me dice—. No hagas ni un solo ruido.

Hago lo que me manda, con la respiración agitada por una mezcla de miedo y
deseo. Una mezcla embriagadora.
—Cuando te pida que entres aquí, vendrás así. Solo en boxers. ¿Entendido?
—Sí.
—Sí, ¿qué?
Me mira furibundo.
—Sí, señor.
Se dibuja una sonrisa en sus labios.
—Buen chico. —Sus ojos ardientes atraviesan los míos—. Cuando te pida que
entres aquí, espero que te arrodilles allí. —Señala un punto junto a la puerta—.
Hazlo.
Extrañado, proceso sus palabras, me doy la vuelta y, con torpeza, me arrodillo
como me ha dicho.
—Te puedes sentar sobre los talones.
Me siento.
—Las manos y los brazos pegados a los muslos. Bien. Separa las rodillas. Más.
Más. Perfecto. Mira al suelo.
Se acerca a mí y, en mi campo de visión, le veo los pies y las espinillas. Los pies
descalzos. Si quiere que me acuerde de todo, debería dejarme tomar apuntes. Se
agacha y me coge del pelo, luego me echa la cabeza hacia atrás para
que lo mire. No duele por muy poco.
—¿Podrás recordar esta posición, BaekHyun?
—Sí, señor.
—Bien. Quédate ahí, no te muevas.
Sale del cuarto.
Estoy de rodillas, esperando. ¿Adónde habrá ido? ¿Qué me va a hacer? Pasa el
tiempo. No tengo ni idea de cuánto tiempo me deja así… ¿unos minutos, cinco,
diez? La respiración se me acelera cada vez más; la impaciencia me devora de
dentro afuera.
De pronto vuelve, y súbitamente me noto más tranquilo y más excitado, todo a
la vez. ¿Podría estar más excitado? Le veo los pies. Se ha cambiado de vaqueros.
Estos son más viejos, están rasgados, gastados, demasiado lavados. Madre mía,
cómo me ponen estos vaqueros. Cierra la puerta y cuelga algo en ella.

—Buen chico, BaekHyun. Estás precioso así. Bien hecho. Ponte de pie.
Me levanto, pero sigo mirando al suelo.
—Me puedes mirar.
Alzo la vista tímidamente y veo que él me está mirando fijamente,
evaluándome, pero con una expresión tierna. Se ha quitado la camisa. Dios mío,
quiero tocarlo. Lleva desabrochado el botón superior de los vaqueros.
—Ahora voy a encadenarte, BaekHyun. Dame la mano derecha.
Le doy la mano. Me vuelve la palma hacia arriba y, antes de que pueda darme
cuenta, me golpea en el centro con una fusta que ni siquiera le había visto en la
mano derecha. Sucede tan deprisa que apenas me sorprendo. Y lo que es más
asombroso, no me duele. Bueno, no mucho, solo me escuece un poco.
—¿Cómo te ha sentado eso?
Lo miro confundido.
—Respóndeme.
—Bien.
Frunzo el ceño.
—No frunzas el ceño.
Extrañado, pruebo a mostrarme impasible. Funciona.
—¿Te ha dolido?
—No.
—Esto te va a doler. ¿Entendido?
—Sí —digo vacilante.
¿De verdad me va a doler?
—Va en serio —me dice.
Maldita sea. Apenas puedo respirar. ¿Acaso sabe lo que pienso? Me enseña la
fusta. Marrón, de cuero trenzado. Lo miro de pronto y veo deseo en sus ojos
brillantes, deseo y una pizca de diversión.
—Nos proponemos complacer, joven Byun —murmura—. Ven.
Me coge del codo y me coloca debajo de la rejilla. Alarga la mano y baja unos
grilletes con muñequeras de cuero negro.
—Esta rejilla está pensada para que los grilletes se muevan a través de ella.
Levanto la vista. Madre mía, es como un plano del metro.
—Vamos a empezar aquí, pero quiero follarte de pie, así que terminaremos en
aquella pared.
Señala con la fusta la gran X de madera de la pared.
—Ponte las manos por encima de la cabeza.
Lo complazco inmediatamente, con la sensación de que abandono mi cuerpo y
me convierto en un observador ocasional de los acontecimientos que se
desarrollan a mi alrededor. Esto es mucho más que fascinante, mucho más que
erótico. Es con mucho lo más excitante y espeluznante que he hecho nunca. Me
estoy poniendo en manos de un hombre hermoso que, según él mismo me ha
confesado, está jodido de cincuenta mil formas. Trato de contener el momentáneo
espasmo de miedo. Kyung y JongIn saben que estoy aquí.
Mientras me ata las muñequeras, se sitúa muy cerca. Tengo su pecho pegado a
la cara. Su proximidad es deliciosa. Huele a gel corporal y a ChanYeol, una mezcla
embriagadora, y eso me vuelve a traer al presente. Quiero pasear la nariz y la
lengua por ese suave tapizado de vello pectoral. Bastaría con que me inclinara
hacia delante…
Retrocede y me mira, con ojos entornados, lascivos, carnales, y yo me siento
impotente, con las manos atadas, pero al contemplar su hermoso rostro y percibir
lo mucho que me desea, noto que se me endurece la entrepierna. Camina
despacio a mi alrededor.
—Está fabuloso atado así, señor Byun. Y con esa lengua viperina quieta de
momento. Me gusta.
De pie delante de mí, me mete los dedos por los calzoncillos y, sin ninguna prisa, me
los baja por las piernas, quitándomelas angustiosamente despacio, hasta que
termina arrodillado delante de mí. Sin quitarme los ojos de encima, estruja mi ropa interior en su mano, se la lleva a la nariz e inhala hondo. Dios mío, ¿en serio ha
hecho eso? Me sonríe perversamente y se la mete en el bolsillo de los vaqueros.
Se levanta despacio, como un guepardo, me apunta al ombligo con el extremo
de la fusta y va describiendo círculos, provocándome. Al contacto con el cuero, me
estremezco y gimo. Vuelve a caminar a mi alrededor, arrastrando la fusta por mi
cintura. En la segunda vuelta, de pronto la sacude y me azota el trasero. Grito de sorpresa y todas mis terminaciones nerviosas se
ponen alerta. Tiro de las ataduras. La conmoción me recorre entero, y es una
sensación de lo más dulce, extraña y placentera.
—Calla —me susurra mientras camina a mi alrededor otra vez, con la fusta algo
más alta recorriendo mi cintura.
Esta vez, cuando me atiza en el mismo sitio, lo espero. Todo mi cuerpo se
sacude por el azote dolorosamente dulce.
Mientras da vueltas a mi alrededor, me atiza de nuevo, esta vez en el pezón, y
yo echo la cabeza hacia atrás ante el zumbido de mis terminaciones nerviosas. Me
da en el otro: un castigo breve, rápido y dulce. Su ataque me endurece y gimo ruidosamente, tirando de las muñequeras de cuero.
—¿Te gusta esto? —me dice.
—Sí.
Me vuelve a azotar en el culo. Esta vez me duele.
—Sí, ¿qué?
—Sí, señor —gimoteo.
Se detiene, pero ya no lo veo. Tengo los ojos cerrados, intentando digerir la
multitud de sensaciones que recorren mi cuerpo. Muy despacio, me rocía de
pequeños picotazos con la fusta por el vientre, hacia abajo. Sé adónde se dirige y
trato de mentalizarme, pero cuando me atiza en el miembro, grito con fuerza.
—¡Por favor! —gruño.
—Calla —me ordena, y me vuelve a dar en el trasero.
No esperaba que esto fuera así… Estoy perdido. Perdido en un mar de
sensaciones. De pronto arrastra la fusta por mi miembro, desde abajo hasta la punta.
—Líquido preseminal, BaekHyun. Abre los ojos y la boca.
Hago lo que me dice, completamente seducido. Me mete la punta de la fusta en
la boca, como en mi sueño. Madre mía.
—Mira cómo sabes. Chupa. Chupa fuerte, nene.
Cierro la boca alrededor de la fusta y lo miro fijamente. Noto el fuerte sabor del
cuero y el sabor salado de mi fluido. Le centellean los ojos. Está en su elemento.
Me saca la fusta de la boca, se inclina hacia delante, me agarra y me besa con
fuerza, invadiéndome la boca con su lengua. Me rodea con los brazos y me
estrecha contra su cuerpo. Su pecho aprisiona el mío y yo me muero de ganas por
tocar, pero con las manos atadas por encima de la cabeza, no puedo.
—Oh, BaekHyun, sabes fenomenal —me dice—. ¿Hago que te corras?
—Por favor —le suplico.

La fusta me sacude el trasero. ¡Au!
—Por favor, ¿qué?
—Por favor, señor —gimoteo.
Me sonríe, triunfante.
—¿Con esto?
Sostiene en alto la fusta para que pueda verla.
—Sí, señor.
—¿Estás seguro?
Me mira muy serio.
—Sí, por favor, señor.
—Cierra los ojos.
Cierro los ojos. Empieza a besarme el cuerpo mientras desciende. Cuando llega a mi pene lo introduce repentinamente en su boca, una, dos, tres
veces, una y otra vez, hasta que al final… ya, no aguanto más, y me corro, de forma
espectacular, escandalosa, encorvándome debilitado. Las piernas me flaquean y él
me rodea con sus brazos. Me disuelvo en ellos, apoyando la cabeza en su pecho,
maullando y gimoteando mientras las réplicas del orgasmo me consumen. Me
levanta, y de pronto nos movemos, mis brazos aún atados por encima de la cabeza,
y entonces noto la fría madera de la cruz barnizada contra mi espalda, y él se está
desabrochando los botones de los vaqueros.
Me apoya un instante en la cruz
mientras me prepara durante unos minutos con los dedos. Se pone un condón, luego me coge por los muslos y me levanta otra vez.
—Levanta las piernas, bebé, enróscamelas en la cintura.
Me siento muy débil, pero hago lo que me dice mientras él me engancha las
piernas a sus caderas y se sitúa debajo de mí. Con una fuerte embestida me
penetra, y vuelvo a gritar y él suelta un gemido ahogado en mi oído. Mis brazos
descansan en sus hombros mientras entra y sale. Dios, llega mucho más adentro de
esta forma. Noto que vuelvo a acercarme al clímax. Maldita sea, no… otra vez,
no… no creo que mi cuerpo soporte otro orgasmo de esa magnitud. Pero no tengo
elección… y con una inevitabilidad que empieza a resultarme familiar, me dejo
llevar y vuelvo a correrme, y resulta placentero, agonizante, intenso. Pierdo por
completo la conciencia de mí mismo. ChanYeol me sigue y, mientras se corre, grita
con los dientes apretados y se abraza a mí con fuerza.
Me la saca rápidamente y me apoya contra la cruz, su cuerpo sosteniendo el
mío. Desabrocha las muñequeras, me suelta las manos y los dos nos desplomamos
en el suelo. Me atrae a su regazo, meciéndome, y apoyo la cabeza en su pecho. Si
tuviera fuerzas lo acariciaría, pero no las tengo. Solo ahora me doy cuenta de que
aún lleva los vaqueros puestos.
—Muy bien, Baek —murmura—. ¿Te ha dolido?
—No —digo.
Apenas puedo mantener los ojos abiertos. ¿Por qué estoy tan cansado?
—¿Esperabas que te doliera? —susurra mientras me estrecha en sus brazos,
apartándome de la cara unos mechones de flequillo sueltos.
—Sí.
—¿Lo ves, BaekHyun? Casi todo tu miedo está solo en tu cabeza. —Hace una
pausa—. ¿Lo harías otra vez?
Medito un instante, la fatiga nublándome el pensamiento… ¿Otra vez?
—Sí —le digo en voz baja.
Me abraza con fuerza.
—Bien. Yo también —musita, luego se inclina y me besa con ternura en la
nuca—. Y aún no he terminado contigo.
Que aún no ha terminado conmigo. Madre mía. Yo no aguanto más. Me
encuentro agotado y hago un esfuerzo sobrehumano por no dormirme. Descanso
en su pecho con los ojos cerrados, y él me envuelve todo, con brazos y piernas, y
me siento… seguro, y a gusto. ¿Me dejará dormir, acaso soñar? Tuerzo la boca ante
semejante idea y, volviendo la cara hacia el pecho de ChanYeol, inhalo su aroma
único y lo acaricio con la nariz, pero él se tensa de inmediato… oh, mierda. Abro
los ojos y lo miro. Él me está mirando fijamente.
—No hagas eso —me advierte.
Me sonrojo y vuelvo a mirarle el pecho con anhelo. Quiero pasarle la lengua por
el vello, besarlo y, por primera vez, me doy cuenta de que tiene algunas tenues
cicatrices pequeñas y redondas, esparcidas por el pecho. ¿Varicela? ¿Sarampión?,
pienso distraídamente.
—Arrodíllate junto a la puerta —me ordena mientras se incorpora, apoyando las
manos en mis rodillas y liberándome del todo.
Siento frío de pronto; la temperatura de su voz ha descendido varios grados.
Me levanto torpemente, me escabullo hacia la puerta y me arrodillo como me ha
ordenado. Me noto flojo, exhausto y tremendamente confundido. ¿Quién iba a
pensar que encontraría semejante gratificación en este cuarto? ¿Quién iba a pensar
que resultaría tan agotador? Siento todo mi cuerpo saciado, deliciosamente pesado.
El dios que llevo dentro tiene puesto un cartel de NO MOLESTAR en la puerta
de su cuarto.
ChanYeol se mueve por la periferia de mi campo de visión. Se me empiezan a
cerrar los ojos.
—Lo aburro, ¿verdad, señor Byun?
Me despierto de golpe y tengo a ChanYeol delante, de brazos cruzados,
mirándome furioso. Mierda, me ha pillado echando una cabezadita; esto no va a
terminar bien. Su mirada se suaviza cuando lo miro.
—Levántate —me ordena.
Me pongo en pie con cautela. Me mira y esboza una sonrisa.
—Estás destrozado, ¿verdad?
Asiento tímidamente, ruborizándome.
—Aguante, señor Byun. —Frunce los ojos—. Yo aún no he tenido bastante de
ti. Pon las manos al frente como si estuvieras rezando.
Lo miro extrañado. ¡Rezando! Rezando para que tengas compasión de mí. Hago
lo que me pide. Coge una brida para cables y me sujeta las muñecas con ella,
apretando el plástico. Madre mía. Lo miro de pronto.
—¿Te resulta familiar? —pregunta sin poder ocultar la sonrisa.
Dios… las bridas de plástico para cables. ¡Aprovisionándose en Clayton’s!
Ahogo un gemido y la adrenalina me recorre de nuevo el cuerpo entero; ha
conseguido llamar mi atención, ya estoy despierto.
—Tengo unas tijeras aquí. —Las sostiene en alto para que yo las vea—. Te las
puedo cortar en un segundo.
Intento separar las muñecas, poniendo a prueba la atadura y, al hacerlo, se me
clava el plástico en la piel. Resulta doloroso, pero si me relajo mis muñecas están
bien; la atadura no me corta la piel.
—Ven.
Me coge de las manos y me lleva a la cama de cuatro postes. Me doy cuenta
ahora de que tiene puestas sábanas de un rojo oscuro y un grillete en cada esquina.
—Quiero más… muchísimo más —me susurra al oído.
Y el corazón se me vuelve a acelerar. Madre mía.
—Pero seré rápido. Estás cansado. Agárrate al poste —dice.

Frunzo el ceño. ¿No va a ser en la cama entonces? Al agarrarme al poste de
madera labrado, descubro que puedo separar las manos.
—Más abajo —me ordena—. Bien. No te sueltes. Si lo haces, te azotaré.
¿Entendido?
—Sí, señor.
—Bien.
Se sitúa detrás de mí y me agarra por las caderas, y entonces, rápidamente, me
levanta hacia atrás, de modo que me encuentro inclinado hacia delante, agarrado al
poste.
—No te sueltes, BaekHyun —me advierte—. Te voy a follar duro por detrás.
Sujétate bien al poste para no perder el equilibrio. ¿Entendido?
—Sí.
Me azota en el culo con la mano abierta. Au… Duele.
—Sí, señor —musito enseguida.
—Separa las piernas. —Me mete una pierna entre las mías y, agarrándome de
las caderas, empuja mi pierna derecha a un lado—. Eso está mejor. Después de
esto, te dejaré dormir.
¿Dormir? Estoy jadeando. No pienso en dormir ahora. Levanta la mano y me
acaricia suavemente la espalda.
—Tienes una piel preciosa, BaekHyun —susurra e, inclinándose, me riega de
suaves y ligerísimos besos la columna.
Al mismo tiempo, pasa las manos por delante, me palpa el miembro suavemente.
Contengo un gemido y noto que mi cuerpo entero reacciona, revive una vez más
para él.
Me mordisquea y me chupa la cintura, sin dejar de recorrerme el miembro, y
mis manos aprietan con fuerza el poste exquisitamente tallado. Aparta las manos y
lo oigo rasgar una vez más el envoltorio del condón y quitarse los vaqueros de una
patada.
—Tienes un culo muy sexy y cautivador, Byun BaekHyun. La de cosas que me
gustaría hacerle. —Acaricia y moldea cada una de mis nalgas, luego sus manos se
deslizan hacia abajo y me mete dos dedos—. Qué dilatado… Nunca me
decepciona, señor Byun —susurra, y percibo fascinación en su voz—. Agárrate
fuerte… esto va a ser rápido, bebé.
Me sujeta las caderas y se sitúa, y yo me preparo para la embestida, pero
entonces alarga la mano y me agarra el pelo, sosteniéndome la cabeza. Muy despacio, me
penetra, tirándome a la vez del pelo… Ay, hasta el fondo. La saca muy despacio, y
con la otra mano me agarra por la cadera, sujetando fuerte, y luego entra de golpe,
empujándome hacia delante.
—¡Aguanta, BaekHyun! —me grita con los dientes apretados.
Me agarro más fuerte al poste y me pego a su cuerpo todo lo que puedo
mientras continúa su despiadada arremetida, una y otra vez, clavándome los
dedos en la cadera. Me duelen los brazos, me tiemblan las piernas, me escuece el
cuero cabelludo de los tirones… y noto que nace de nuevo esa sensación en lo más
hondo de mi ser. Oh, no… y por primera vez, temo el orgasmo… si me corro… me
voy a desplomar. ChanYeol sigue embistiendo contra mí, dentro de mí, con la
respiración entrecortada, gimiendo, gruñendo. Mi cuerpo responde… ¿cómo?
Noto que se acelera. Pero, de pronto, tras metérmela hasta el fondo, ChanYeol se
detiene.
—Vamos, Baek, dámelo —gruñe y, al oírlo decir mi nombre, pierdo el control y
me vuelvo todo cuerpo y torbellino de sensaciones y dulce, muy dulce liberación, y
después pierdo total y absolutamente la conciencia.
Cuando recupero el sentido, estoy tumbado encima de él. Él está en el suelo y yo
encima de él, con la espalda pegada a su pecho, y miro al techo, en un estado de
glorioso poscoito, espléndido, destrozado. Ah, los mosquetones, pienso distraído;
me había olvidado de ellos.
—Levanta las manos —me dice en voz baja.
Me pesan los brazos como si fueran de plomo, pero los levanto. Abre las tijeras y
pasa una hoja por debajo del plástico.
—Declaro inaugurado este Baek —dice, y corta el plástico.
Río como un bobo y me froto las muñecas al fin libres. Noto que sonríe.
—Qué sonido tan hermoso —dice melancólico.
Se incorpora levantándome con él, de forma que una vez más me encuentro
sentado en su regazo.
—Eso es culpa mía —dice, y me empuja suavemente para poder masajearme los
hombros y los brazos.
Con delicadeza, me ayuda a recuperar un poco la movilidad.
¿El qué?

Me vuelvo a mirarlo, intentando entender a qué se refiere.
—Que no rías más a menudo.
—No soy muy risueño —susurro adormecido.
—Oh, pero cuando ocurre, señor Byun, es una maravilla y un deleite
contemplarlo.
—Muy florido, señor Park —murmuro, procurando mantener los ojos abiertos.
Su mirada se hace más tierna, y sonríe.
—Parece que te han follado bien y te hace falta dormir.
—Eso no es nada florido —protesto en broma.
Sonríe y, con cuidado, me levanta de encima de él y se pone de pie,
espléndidamente desnudo. Por un instante, deseo estar más despierto para
apreciarlo de verdad. Coge los vaqueros y se los pone a pelo.
—No quiero asustar a Kris, ni tampoco a la señora Jones —masculla.
Mmm… ya deben de saber que es un cabrón pervertido. La idea me preocupa.
Se agacha para ayudarme a ponerme en pie y me lleva hasta la puerta, de la que
cuelga una bata de suave acolchado gris. Me viste pacientemente como si fuera un
niño. No tengo fuerzas para levantar los brazos. Cuando estoy tapado y decente, se
inclina y me da un suave beso, y en sus labios se dibuja una sonrisa.
—A la cama —dice.
Oh… no…
—Para dormir —añade tranquilizador al ver mi expresión.
De repente, me coge en brazos y, acurrucado contra su pecho, me lleva a la
habitación del pasillo donde esta mañana me ha examinado la doctora Greene. La
cabeza me cuelga lánguidamente contra su torso. Estoy agotado. No recuerdo
haber estado nunca tan cansado. Retira el edredón y me tumba y, lo que es aún
más asombroso, se mete en la cama conmigo y me estrecha entre sus brazos.
—Duerme, precioso —me susurra, y me besa el pelo.
Y, antes de que me dé tiempo a hacer algún comentario ingenioso, estoy
dormido.

Notas finales:


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