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50 Sombras de Park. (ChanBaek, BaekYeol) por firelights

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ChanYeol cruza como un ciclón la puerta de madera de la casita del embarcadero y
se detiene a pulsar unos interruptores. Los fluorescentes hacen un clic y zumban
secuencialmente, y una luz blanca y cruda inunda el inmenso edificio de madera.
Desde mi posición cabeza abajo, veo una impresionante lancha motora en el
muelle, flotando suavemente sobre el agua oscura, pero apenas me da tiempo a
fijarme antes de que me lleve por unas escaleras de madera hasta un cuarto en el
piso de arriba.
Se detiene en el umbral, pulsa otro interruptor —halógenos esta vez, más
suaves, con regulador de intensidad—, y estamos en una buhardilla de techos
inclinados. Está decorada en el estilo náutico de Nueva Inglaterra: azul marino y
tonos crema, con pinceladas de rojo. El mobiliario es escaso; solo veo un par de
sofás.
ChanYeol me pone de pie sobre el suelo de madera. No me da tiempo a
examinar mi entorno: no puedo dejar de mirarlo a él. Me tiene hipnotizado. Lo
observo como uno observaría a un depredador raro y peligroso, a la espera de que
ataque. Respira con dificultad, aunque, claro, me ha llevado a cuestas por todo el
césped y ha subido un tramo de escaleras. En sus ojos grises arde la rabia, el deseo
y una lujuria pura, sin adulterar.
Madre mía. Podría arder por combustión espontánea solo con su mirada.
—No me pegues, por favor —le susurro suplicante.
Frunce el ceño y abre mucho los ojos. Parpadea un par de veces.
—No quiero que me azotes, aquí no, ahora no. Por favor, no lo hagas.
Lo dejo boquiabierto y, echándole valor, alargo la mano tímidamente y le
acaricio la mejilla, siguiendo el borde de la patilla hasta la barba de tres días del
mentón. Es una mezcla curiosa entre suave e hirsuta. Cerrando despacio los ojos,
apoya la cara en mi mano y se le entrecorta la respiración. Levanto la otra mano y
le acaricio el pelo. Me encanta su pelo. Su leve gemido apenas es audible y, cuando
abre los ojos, me mira receloso, como si no entendiera lo que estoy haciendo.
Me acerco más y, pegado a él, tiro con suavidad de su pelo, acerco su boca a la
mía y lo beso, introduciendo la lengua entre sus labios hasta entrar en su boca.
Gruñe, y me abraza, me aprieta contra su cuerpo. Me hunde las manos en el pelo y
me devuelve el beso, fuerte y posesivo. Su lengua y la mía se enredan, se
consumen la una a la otra. Sabe de maravilla.
De pronto se aparta. Los dos respiramos con dificultad y nuestros jadeos se
suman. Bajo las manos a sus brazos y él me mira furioso.
—¿Qué me estás haciendo? —susurra confundido.
—Besarte.
—Me has dicho que no.
—¿Qué? ¿No a qué?
—En el comedor, cuando has juntado las piernas.
Ah… así que es eso.
—Estábamos cenando con tus padres.
Lo miro fijamente, atónito.
—Nadie me ha dicho nunca que no. Y eso… me excita.
Abre mucho los ojos de asombro y lujuria. Una mezcla embriagadora. Trago
saliva instintivamente. Me baja la mano al trasero. Me atrae con fuerza hacia sí,
contra su erección.
Madre mía.
—¿Estás furioso y excitado porque te he dicho que no? —digo alucinado.
—Estoy furioso porque no me habías contado lo de Georgia. Estoy furioso
porque saliste de copas con ese tío que intentó seducirte cuando estabas borracha y
te dejó con un completo desconocido cuando te pusiste enferma. ¿Qué clase de
amigo es ese? Y estoy furioso y excitado porque has juntado las piernas cuando he
querido tocarte.
Le brillan los ojos peligrosamente mientras me baja despacio el pantalón.
—Te deseo, y te deseo ahora. Y si no me vas a dejar que te azote, aunque te lo
mereces, te voy a follar en el sofá ahora mismo, rápido, para darme placer a mí, no a ti.
El pantalón apenas me tapa ya el trasero desnudo. De pronto, me coge el miembro con
la mano y con la otra me mete un dedo muy despacio. Contengo un gemido.

—Esto es mío —me susurra con rotundidad—. Todo mío. ¿Entendido?
Introduce y saca el dedo mientras me mira, evaluando mi reacción, con los ojos
encendidos.
—Sí, tuyo —digo, mientras el deseo, ardiente y pesado, recorre mi torrente
sanguíneo, trastocándolo todo: mis terminaciones nerviosas, mi respiración, mi
corazón, que palpita como si quisiera salírseme del pecho, y la sangre, que me
zumba en los oídos.
De pronto se mueve haciendo varias cosas a la vez: saca los dedos dejándome a
medias, se baja la cremallera del pantalón, me empuja al sofá y se tumba encima de
mí.
—Las manos sobre la cabeza —me ordena apretando los dientes, mientras se
arrodilla, me separa más las piernas e introduce la mano en el bolsillo interior de la
chaqueta.
Saca un condón, me mira con deseo, se quita la americana a tirones y la deja caer
al suelo. Se pone el condón en la imponente erección.
Me llevo las manos a la cabeza y sé que lo hace para que no lo toque. Estoy
excitadísimo. Noto que mis caderas lo buscan ya; quiero que esté dentro de mí, así,
duro y fuerte. Oh, solo de pensarlo…
—No tenemos mucho tiempo. Esto va a ser rápido, y es para mí, no para ti.
¿Entendido? Como te corras, te doy unos azotes —dice apretando los dientes.
Madre mía… ¿y cómo paro?
De un solo empujón, me penetra hasta el fondo. Gruño alto, un sonido gutural,
y saboreo la plenitud de su posesión. Pone las manos encima de las mías, sobre mi
cabeza; con los codos me mantiene sujetos los brazos, y con las piernas me
inmoviliza por completo. Estoy atrapado. Lo tengo por todas partes,
envolviéndome, casi asfixiándome. Pero también es una delicia: este es mi poder,
esto es lo que le puedo hacer, y me produce una sensación hedonista, triunfante. Se
mueve rápido, con furia, dentro de mí; siento su respiración acelerada en el oído y
mi cuerpo entero responde, fundiéndose alrededor de su miembro. No me tengo
que correr. No. Pero recibo cada uno de sus embates, en perfecto contrapunto.
Bruscamente y de repente, con una embestida final, para y se corre, soltando el aire
entre los dientes. Se relaja un instante, de forma que siento el peso delicioso de
todo su cuerpo sobre mí. No estoy dispuesto a dejarlo marchar; mi cuerpo busca
alivio, pero él pesa demasiado y en ese momento no puedo empujar mis caderas
contra él. De repente se retira, dejándome dolorido y queriendo más. Me mira
furioso.

—No te masturbes. Quiero que te sientas frustrado. Así es como me siento yo
cuando no me cuentas las cosas, cuando me niegas lo que es mío.
Se le encienden de nuevo los ojos, enfadado otra vez.
Asiento con la cabeza, jadeando. Se levanta, se quita el condón, le hace un nudo
en el extremo y se lo guarda en el bolsillo de los pantalones. Lo miro, con la
respiración aún alterada, e involuntariamente aprieto las piernas, tratando de
encontrar algo de alivio. Christian se sube la bragueta, se peina un poco con la
mano y se agacha para coger su americana. Luego se vuelve a mirarme, con una
expresión más tierna.
—Más vale que volvamos a la casa.
Me incorporo, algo inestable, aturdida.
—Toma, ponte esto.
Del bolsillo interior de la americana saca mis calzoncillos. Los cojo sin sonreír; en el
fondo sé que me he llevado un polvo de castigo, pero he conseguido una pequeña
victoria en el asunto de la ropa interior. El dios que llevo dentro asiente, de acuerdo
conmigo, y en su rostro se dibuja una sonrisa de satisfacción. No has tenido que
pedírselos.
—¡ChanYeol! —grita Mia desde el piso de abajo.
ChanYeol se vuelve y me mira con una ceja arqueada.
—Justo a tiempo. Dios, qué pesadita es cuando quiere.
Lo miro ceñudo, devuelvo deprisa los calzoncillos a su legítimo lugar y me levanto
con toda la dignidad de la que soy capaz en mi estado. A toda prisa, intento
arreglarme el pelo revuelto.
—Estamos aquí arriba, Mia —le grita él—. Bueno, señor Byun, ya me siento
mejor, pero sigo queriendo darle unos azotes —me dice en voz baja.
—No creo que lo merezca, señor Park, sobre todo después de tolerar su
injustificado ataque.
—¿Injustificado? Me has besado.
Se esfuerza por parecer ofendido.
Frunzo los labios.
—Ha sido un ataque en defensa propia.
—Defensa ¿de qué?
—De ti y de ese cosquilleo en la palma de tu mano.
Ladea la cabeza y me sonríe mientras Mia sube ruidosamente las escaleras.
—Pero ¿ha sido tolerable? —me pregunta en voz baja.
Me ruborizo.
—Apenas —susurro, pero no puedo contener la sonrisa de satisfacción.
—Ah, aquí estáis —dice Mia sonriéndonos.
—Le estaba enseñando a BaekHyun todo esto.
ChanYeol me tiende la mano; su mirada es intensa.
Acepto su mano y él aprieta suavemente la mía.
—Kyung y JongIn están a punto de marcharse. ¿Habéis visto a esos dos? No paran
de sobarse. —Mia se finge asqueada, mira a ChanYeol y luego a mí—. ¿Qué habéis
estado haciendo aquí?
Vaya, qué directa. Me pongo como un tomate.
—Le estaba enseñando a BaekHyun mis trofeos de remo —contesta ChanYeol sin
pensárselo un segundo, con cara de póquer total—. Vamos a despedirnos de Kyung y JongIn.
¿Trofeos de remo? Tira suavemente de mí hasta situarme delante de él y,
cuando Mia se vuelve para salir, me da un azote en el trasero. Ahogo un grito,
sorprendido.
—Lo volveré a hacer, BaekHyun, y pronto —me amenaza al oído.
Luego me abraza, con mi espalda pegada a su pecho, y me besa el pelo.
De vuelta en la casa, Kyung y JongIn se están despidiendo de Grace y el señor Park.
Kyung me da un fuerte abrazo.
—Tengo que hablar contigo de lo antipático que eres con ChanYeol —le susurro
furioso al oído, y él me abraza otra vez.
—Le viene bien un poco de hostilidad; así se ve cómo es en realidad. Ten
cuidado, Baek… es demasiado controlador —me susurra—. Te veo luego.
YO SÉ CÓMO ES EN REALIDAD, ¡TÚ NO!, le grito mentalmente. Soy
consciente de que lo hace con buena intención, pero a veces se pasa de la raya, y
esta vez se ha pasado mucho. Lo miro ceñudo y él me saca la lengua, haciéndome
sonreír sin querer. El Kyung travieso es una novedad; será influencia de JongIn. Los
despedimos desde la puerta, y ChanYeol se vuelve hacia mí.
—Nosotros también deberíamos irnos… Tienes las entrevistas mañana.

Mia me abraza cariñosamente cuando nos despedimos.
—¡Pensábamos que nunca encontraría a alguien! —comenta con entusiasmo.
Yo me sonrojo y ChanYeol vuelve a poner los ojos en blanco. Frunzo los labios.
¿Por qué él sí puede y yo no? Quiero ponerle los ojos en blanco yo también, pero
no me atrevo, y menos después de la amenaza en la casita del embarcadero.
—Cuídate, Baek, querido —me dice amablemente Grace.
ChanYeol, avergonzado o frustrado por la efusiva atención que recibo del resto
de los Park, me coge de la mano y me acerca a su lado.
—No me lo espantéis ni me lo miméis demasiado —protesta.
—ChanYeol, déjate de bromas —lo reprende Grace con indulgencia y una
mirada llena de amor por él.
No sé por qué, pero me parece que no bromea. Observo subrepticiamente su
interacción. Es obvio que Grace lo adora, que siente por él el amor incondicional de
una madre. Él se inclina y la besa con cierta rigidez.
—Mamá —dice, y percibo un matiz extraño en su voz… ¿veneración, quizá?
—Señor Park… adiós y gracias por todo.
Le tiendo la mano, pero ¡también me abraza!
—Por favor, llámame Carrick. Confío en que volvamos a verte muy pronto,
Baek.
Terminada la despedida, ChanYeol me lleva hasta el coche, donde nos espera
Kris. ¿Habrá estado esperando ahí todo el tiempo? Kris me abre la puerta y
entro en la parte trasera del Audi.
Noto que los hombros se me relajan un poco. Dios, qué día. Estoy agotado, física
y emocionalmente. Tras una breve conversación con Kris, ChanYeol se sube al
coche a mi lado. Se vuelve para mirarme.
—Bueno, parece que también le has caído bien a mi familia —murmura.
¿También? La deprimente idea de por qué me ha invitado me vuelve de forma
espontánea e inoportuna a la cabeza. Kris arranca el coche y se aleja del círculo
de luz del camino de entrada para adentrarse en la oscuridad de la carretera. Me
giro hacia ChanYeol y lo encuentro mirándome fijamente.
—¿Qué? —pregunta en voz baja.
Titubeo un instante. No… Se lo voy a decir. Siempre se queja de que no le
cuento las cosas.

—Me parece que te has visto obligado a traerme a conocer a tus padres —le
susurro con voz trémula—. Si JongIn no se lo hubiera propuesto a KyungSoo, tú jamás me lo habrías pedido a mí.
No le veo la cara en la oscuridad, pero ladea la cabeza, sobresaltado.
—BaekHyun, me encanta que hayas conocido a mis padres. ¿Por qué eres tan
inseguro? No deja de asombrarme. Eres un joven fuerte, independiente,
pero tienes muy mala opinión de ti mismo. Si no hubiera querido que los
conocieras, no estarías aquí. ¿Así es como te has sentido todo el rato que has estado
allí?
¡Vaya! Quería que fuera, y eso es toda una revelación. No parece incomodarlo
responderme, como sucedería si me ocultara la verdad. Parece complacido de
verdad de que haya ido. Una sensación de bienestar se propaga lentamente por
mis venas. Mueve la cabeza y me coge la mano. Yo miro nervioso a Kris.
—No te preocupes por Kris. Contéstame.
Me encojo de hombros.
—Pues sí. Pensaba eso. Y otra cosa, yo solo he comentado lo de Georgia porque
Kyung estaba hablando de Barbados. Aún no me he decidido.
—¿Quieres ir a ver a tu madre?
—Sí.
Me mira con una expresión extraña, como si librara una especie de lucha
interior.
—¿Puedo ir contigo? —pregunta al fin.
¿Qué?
—Eh… no creo que sea buena idea.
—¿Por qué no?
—Confiaba en poder alejarme un poco de toda esta… intensidad para poder
reflexionar.
Se me queda mirando.
—¿Soy demasiado intenso?
Me echo a reír.
—¡Eso es quedarse corto!
A la luz de las farolas que vamos pasando, veo que tuerce la boca.

—¿Se está riendo de mí, señor Byun?
—No me atrevería, señor Park —le respondo con fingida seriedad.
—Me parece que sí y creo que sí te ríes de mí, a menudo.
—Es que eres muy divertido.
—¿Divertido?
—Oh, sí.
—¿Divertido por peculiar o por gracioso?
—Uf… mucho de una cosa y algo de la otra.
—¿Qué parte de cada una?
—Te dejo que lo adivines tú.
—No estoy seguro de poder averiguar nada contigo, BaekHyun —dice socarrón,
y luego prosigue en voz baja—: ¿Sobre qué tienes que reflexionar en Georgia?
—Sobre lo nuestro —susurro.
Me mira fijamente, impasible.
—Dijiste que lo intentarías —murmura.
—Lo sé.
—¿Tienes dudas?
—Puede.
Se revuelve en el asiento, como si estuviera incómodo.
—¿Por qué?
Madre mía. ¿Cómo se ha vuelto tan seria esta conversación de repente? Se me ha
echado encima como un examen para el que no estoy preparado. ¿Qué le digo?
Porque creo que te quiero y tú solo me ves como un juguete. Porque no puedo
tocarte, porque me aterra demostrarte algo de afecto por si te enfadas, me riñes o,
peor aún, me pegas… ¿Qué le digo?
Miro un instante por la ventanilla. El coche vuelve a cruzar el puente. Los dos
estamos envueltos en una oscuridad que enmascara nuestros pensamientos y
nuestros sentimientos, pero para eso no nos hace falta que sea de noche.
—¿Por qué, BaekHyun? —me insiste.
Me encojo de hombros, atrapado. No quiero perderlo. A pesar de sus exigencias,
de su necesidad de control, de sus aterradores vicios. Nunca me había sentido tan
vivo como ahora. Me emociona estar sentado a su lado.
Es tan imprevisible, sexy,
listo, divertido… Pero sus cambios de humor… ah, y además quiere hacerme daño.
Dice que tendrá en cuenta mis reservas, pero sigue dándome miedo. Cierro los
ojos. ¿Qué le digo? En el fondo, querría más, más afecto, más del ChanYeol
travieso, más… amor.
Me aprieta la mano.
—Háblame, BaekHyun. No quiero perderte. Esta última semana…
Estamos llegando al final del puente y la carretera vuelve a estar bañada en la
luz de neón de las farolas, de forma que su rostro se ve intermitentemente en
sombras e iluminado. Y la metáfora resulta tan acertada. Este hombre, al que una
vez creí un héroe romántico, un caballero de resplandeciente armadura, o el
caballero oscuro, como dijo él mismo, no es un héroe, sino un hombre con graves
problemas emocionales, y me está arrastrando a su lado oscuro. ¿No podría yo
llevarlo hasta la luz?
—Sigo queriendo más —le susurro.
—Lo sé —dice—. Lo intentaré.
Lo miro extrañado y él me suelta la mano y me coge la barbilla, soltándome el
labio que me estaba mordiendo.
—Por ti, BaekHyun, lo intentaré.
Irradia sinceridad.
Y no hace falta que me diga más. Me desabrocho el cinturón de seguridad, me
acerco a él y me subo a su regazo, cogiéndolo completamente por sorpresa.
Enrosco los brazos alrededor de su cuello y lo beso con intensidad, con vehemencia
y en un nanosegundo él me responde.
—Quédate conmigo esta noche —me dice—. Si te vas, no te veré en toda la
semana. Por favor.
—Sí —accedo—. Yo también lo intentaré. Firmaré el contrato.
Lo decido sin pensar.
Me mira fijamente.
—Firma después de Georgia. Piénsatelo. Piénsatelo mucho, bebé.
—Lo haré.
Y seguimos así sentados dos o tres kilómetros.
—Deberías ponerte el cinturón de seguridad —susurra reprobadoramente con la
boca hundida en mi cabello, pero no hace ningún ademán de retirarme de su
regazo.
Me acurruco contra su cuerpo, con los ojos cerrados, con la nariz en su cuello,
embebiéndome de esa fragancia sexy a gel de baño almizclado y a ChanYeol,
apoyando la cabeza en su hombro. Dejo volar mi imaginación y fantaseo con que
me quiere. Ah… y parece tan real, casi tangible, que una parte pequeñísima de mi
desagradable subconsciente se comporta de forma completamente inusual y se
atreve a albergar esperanzas. Procuro no tocarle el pecho, pero me refugio en sus
brazos mientras me abraza con fuerza.
Y demasiado pronto, me veo arrancado de mi quimera.
—Ya estamos en casa —murmura ChanYeol, y la frase resulta tentadora, cargada
de potencial.
En casa, con ChanYeol. Salvo que su casa es una galería de arte, no un hogar.
Kris nos abre la puerta y yo le doy las gracias tímidamente, consciente de que
ha podido oír nuestra conversación, pero su amable sonrisa tranquiliza sin revelar
nada. Una vez fuera del coche, ChanYeol me escudriña. Oh, no, ¿qué he hecho
ahora?
—¿Por qué no llevas algo más abrigado?
Se quita la chaqueta, ceñudo, y me la echa por los hombros.
Siento un gran alivio.
—No lo sé —contesto adormilado y bostezando.
Me sonríe maliciosamente.
—¿Cansado, señor Byun?
—Sí, señor Park. —Me siento turbado ante su provocador escrutinio. Aun así,
creo que debo darle una explicación—. Hoy me han convencido de que hiciera
cosas que jamás había creído posibles.
—Bueno, si tienes muy mala suerte, a lo mejor consigo convencerte de hacer
alguna cosa más —promete mientras me coge de la mano y me lleva dentro del
edificio.
Madre mía… ¿Otra vez?
En el ascensor, lo miro. Había dado por supuesto que quería que durmiera con
él y ahora recuerdo que él no duerme con nadie, aunque lo haya hecho conmigo
unas cuantas veces. Frunzo el ceño y, de pronto, su mirada se oscurece. Levanta la
mano y me coge la barbilla, soltándome el labio que me mordía.
—Algún día te follaré en este ascensor, BaekHyun, pero ahora estás cansado, así
que creo que nos conformaremos con la cama.
Inclinándose, me muerde el labio inferior con los dientes y tira suavemente. Me
derrito contra su cuerpo y dejo de respirar a la vez que las entrañas se me
revuelven de deseo. Le correspondo, clavándole los dientes en el labio superior,
provocándole, y él gruñe. Cuando se abren las puertas del ascensor, me lleva de la
mano hacia el vestíbulo y cruzamos hasta el pasillo.
—¿Necesitas una copa o algo?
—No.
—Bien. Vámonos a la cama.
Arqueo las cejas.
—¿Te vas a conformar con una simple y aburrida relación vainilla?
Ladea la cabeza.
—Ni es simple ni aburrida… tiene un sabor fascinante —dice.
—¿Desde cuándo?
—Desde el sábado pasado. ¿Por qué? ¿Esperabas algo más exótico?
El dios que llevo dentro asoma la cabeza por el borde de la barricada.
—Ay, no. Ya he tenido suficiente exotismo por hoy.
El dios que llevo dentro me hace pucheros, sin lograr en absoluto ocultar su
desilusión.
—¿Seguro? Aquí tenemos para todos los gustos… por lo menos treinta y un
sabores.
Me sonríe lascivo.
—Ya lo he observado —replico con sequedad.
Menea la cabeza.
—Venga ya, señor Byun, mañana le espera un gran día. Cuanto antes se
acueste, antes lo follaré y antes podrá dormirse.
—Es usted todo un romántico, señor Park.
—Y usted tiene una lengua viperina, señor Byun. Voy a tener que someterla
de alguna forma. Ven.
Me lleva por el pasillo hasta su dormitorio y abre la puerta de una patada.
—Manos arriba —me ordena.
Obedezco y, con tres movimientos pasmosamente rápido, me quita toda la ropa excepto los calzoncillos, como un mago.
—¡Tachán! —dice travieso.
Río y aplaudo educadamente. Él hace una elegante reverencia, riendo también.
¿Cómo voy a resistirme a él cuando es así? Deja mis prendas en la silla solitaria que
hay junto a la cómoda.
—¿Cuál es el siguiente truco? —inquiero provocador.
—Ay, mi querido señor Byun. Métete en la cama —gruñe—, que enseguida
lo vas a ver.
—¿Crees que por una vez debería hacerme el duro? —pregunto coqueto.
Abre mucho los ojos, asombrado, y veo en ellos un destello de excitación.
—Bueno… la puerta está cerrada; no sé cómo vas a evitarme —dice burlón—.
Me parece que el trato ya está hecho.
—Pero soy buen negociador.
—Y yo. —Me mira, pero, al hacerlo, su expresión cambia; la confusión se
apodera de él y la atmósfera de la habitación varía bruscamente, tensándose—.
¿No quieres follar? —pregunta.
—No —digo.
—Ah.
Frunce el ceño.
Vale, allá va… respira hondo.
—Quiero que me hagas el amor.
Se queda inmóvil y me mira alucinado. Su expresión se oscurece. Mierda, esto
no pinta bien. ¡Dale un minuto!, me espeta mi subconsciente.
—Baek, yo…
Se pasa las manos por el pelo. Las dos. Está verdaderamente desconcertado.
—Pensé que ya lo habíamos hecho —dice al fin.
—Quiero tocarte.
Se aparta un paso de mí, involuntariamente; por un instante parece asustado,
luego se refrena.
—Por favor —le susurro.
Se recupera.

—Ah, no, señor Byun, ya le he hecho demasiadas concesiones esta noche. La respuesta es no.
—¿No?
—No.
Vaya, contra eso no puedo discutir… ¿o sí?
—Mira, estás cansado, y yo también. Vámonos a la cama y ya está —dice,
observándome con detenimiento.
—¿Así que el que te toquen es uno de tus límites infranqueables?
—Sí. Ya lo sabes.
—Dime por qué, por favor.
—Ay, BaekHyun, por favor. Déjalo ya —masculla exasperado.
—Es importante para mí.
Vuelve a pasarse ambas manos por el pelo y maldice por lo bajo. Da media
vuelta y se acerca a la cómoda, saca una camiseta y me la tira. La cojo, pensativo.
—Póntela y métete en la cama —me espeta molesto.
Frunzo el ceño, pero decido complacerlo. Volviéndome de espaldas, me pongo la camiseta lo más rápido que puedo para
cubrir mi desnudez. Me dejo los calzoncillos puestos… he ido sin ellos casi toda la
noche.
—Necesito ir al baño —digo con un hilo de voz.
Frunce el ceño, aturdido.
—¿Ahora me pides permiso?
—Eh… no.
—BaekHyun, ya sabes dónde está el baño. En este extraño momento de nuestro
acuerdo, no necesitas permiso para usarlo.
No puede ocultar su enfado. Se quita la camiseta y yo me meto corriendo en el
baño.
Me miro en el espejo gigante, asombrado de seguir teniendo el mismo aspecto.
Después de todo lo que he hecho hoy, ahí está el mismo chico corriente de siempre
mirándome pasmado. ¿Qué esperabas, que te salieran cuernos y una colita
puntiaguda?, me espeta mi subconsciente. ¿Y qué narices haces? Las caricias son
uno de sus límites infranqueables. Demasiado pronto, imbécil. Para poder correr
tiene que andar primero.
Mi subconsciente está furioso, su ira es como la de
Medusa: el pelo ondeante, las manos aferrándose la cara como en El grito de
Edvard Munch. Lo ignoro, pero se niega a volver a su caja. Estás haciendo que se
enfade; piensa en todo lo que ha dicho, hasta dónde ha cedido. Miro ceñudo mi
reflejo. Necesito poder ser cariñoso con él, entonces quizá él me corresponda.
Niego con la cabeza, resignado, y cojo el cepillo de dientes de ChanYeol. Mi
subconsciente tiene razón, claro. Lo estoy agobiando. Él no está preparado y yo
tampoco. Hacemos equilibrios sobre el delicado balancín de nuestro extraño
acuerdo, cada uno en un extremo, vacilando, y el balancín se inclina y se mece
entre los dos. Ambos necesitamos acercarnos más al centro. Solo espero que
ninguno de los dos se caiga al intentarlo. Todo esto va muy rápido. Quizá necesite
un poco de distancia. Georgia cada vez me atrae más. Cuando estoy empezando a
lavarme los dientes, llama a la puerta.
—Pasa —espurreo con la boca llena de pasta.
ChanYeol aparece en el umbral de la puerta con ese pantalón de pijama que se le
desliza por las caderas y que hace que todas las células de mi organismo se pongan
en estado de alerta. Lleva el torso descubierto y me embebo como si estuviera
muerto de sed y él fuera agua clara de un arroyo de montaña. Me mira impasible,
luego sonríe satisfecho y se sitúa a mi lado. Nuestros ojos se encuentran en el
espejo, gris y azul. Termino con su cepillo de dientes, lo enjuago y se lo doy, sin
dejar de mirarlo. Sin mediar palabra, coge el cepillo y se lo mete en la boca. Le
sonrío yo también y, de repente, me mira con un brillo risueño en los ojos.
—Si quieres, puedes usar mi cepillo de dientes —me dice en un dulce tono
jocoso.
—Gracias, señor —sonrío con ternura y salgo al dormitorio.
A los pocos minutos viene él.
—Que sepas que no es así como tenía previsto que fuera esta noche —masculla
malhumorado.
—Imagina que yo te dijera que no puedes tocarme.
Se mete en la cama y se sienta con las piernas cruzadas.
—BaekHyun, ya te lo he dicho. De cincuenta mil formas. Tuve un comienzo duro
en la vida; no hace falta que te llene la cabeza con toda esa mierda. ¿Para qué?
—Porque quiero conocerte mejor.
—Ya me conoces bastante bien.
—¿Cómo puedes decir eso?

Me pongo de rodillas, mirándolo.
Me pone los ojos en blanco, frustrado.
—Estás poniendo los ojos en blanco. La última vez que yo hice eso terminé
tumbado en tus rodillas.
—Huy, no me importaría volver a hacerlo.
Eso me da una idea.
—Si me lo cuentas, te dejo que lo hagas.
—¿Qué?
—Lo que has oído.
—¿Me estás haciendo una oferta? —me pregunta pasmado e incrédulo.
Asiento con la cabeza. Sí… esa es la forma
—Negociando.
—Esto no va así, BaekHyun.
—Vale. Cuéntamelo y luego te pongo los ojos en blanco.
Ríe y percibo un destello del ChanYeol despreocupado. Hacía un rato que no lo
veía. Se pone serio otra vez.
—Siempre tan ávido de información. —Me mira pensativo. Al poco, se baja con
elegancia de la cama—. No te vayas —dice, y sale del dormitorio.
La inquietud me atraviesa como una lanza, y me abrazo a mi propio cuerpo.
¿Qué hace? ¿Tendrá algún plan malvado? Mierda. Supón que vuelve con una vara
o algún otro instrumento de perversión? Madre mía, ¿qué voy a hacer entonces?
Cuando vuelve, lleva algo pequeño en las manos. No veo lo que es, pero me muero
de curiosidad.
—¿A qué hora es tu primera entrevista de mañana? —pregunta en voz baja.
—A las dos.
Lentamente se dibuja en su rostro una sonrisa perversa.
—Bien.
Y ante mis ojos, cambia sutilmente. Se vuelve duro, intratable… sensual. Es el
ChanYeol dominante.
—Sal de la cama. Ponte aquí de pie. —Señala a un lado de la cama y yo me bajo
y me coloco en un abrir y cerrar de ojos. Me mira fijamente, y en sus ojos brilla una
promesa—. ¿Confías en mí? —me pregunta en voz baja.
Asiento con la cabeza. Me tiende la mano y en la palma lleva dos bolas de plata
redondas y brillantes unidas por un grueso hilo negro.
—Son nuevas —dice con énfasis.
Lo miro inquisitivo.
—Te las voy a meter y luego te voy a dar unos azotes, no como castigo, sino
para darte placer y dármelo yo.
Se interrumpe y sopesa la reacción de mis ojos muy abiertos.
¡Metérmelas! Ahogo un jadeo y se tensan todos los músculos de mi vientre. El dios que llevo dentro está haciendo la danza de los siete velos.
—Luego follaremos y, si aún sigues despierto, te contaré algunas cosas sobre
mis años de formación. ¿De acuerdo?
¡Me está pidiendo permiso! Con la respiración acelerada, asiento. Soy incapaz
de hablar.
—Buen chico. Abre la boca.
¿La boca?
—Más.
Con mucho cuidado, me mete las bolas en la boca.
—Necesitan lubricación. Chúpalas —me ordena con voz dulce.
Las bolas están frías, son lisas y pesan muchísimo, y tienen un sabor metálico.
Mi boca seca se llena de saliva cuando explora los objetos extraños. Los ojos de
ChanYeol no se apartan de los míos. Dios mío, me estoy excitando. Me estremezco.
—No te muevas, BaekHyun —me advierte—. Para.
Me las saca de la boca. Se acerca a la cama, retira el edredón y se sienta al borde.
—Ven aquí.
Me sitúo delante de él.
—Date la vuelta, inclínate hacia delante y agárrate los tobillos.
Lo miro extrañado y su expresión se oscurece.
—No titubees —me regaña con fingida serenidad y se mete las bolas en la boca.
Joder, esto es más sexy que la pasta de dientes. Sigo sus órdenes
inmediatamente. Uf, ¿me llegaré a los tobillos? Descubro que sí, con facilidad. La
camiseta se me escurre por la espalda, dejando al descubierto mi trasero. Menos
mal que me he dejado los calzoncillos puestos, aunque supongo que no me van a durar
mucho.
Me posa la mano con reverencia en el trasero y me lo acaricia suavemente. Entre
mis piernas solo atisbo a ver las suyas, nada más. Cierro los ojos con fuerza cuando
me aparta con delicadeza la ropa interior y me pasea un dedo despacio por mi entrada. Mi
cuerpo se prepara con una mezcla embriagadora de gran impaciencia y excitación.
Me mete un dedo y lo mueve en círculos con deliciosa lentitud. Oh, qué gusto.
Gimo.
Se me entrecorta la respiración y lo oigo gemir mientras repite el movimiento.
Retira el dedo y muy despacio inserta los objetos, primero una bola, luego la otra.
Madre mía. Están a la temperatura del cuerpo, calentadas por nuestras bocas. Es
una curiosa sensación: una vez que están dentro, no me las siento, aunque sé que
están ahí.
Me recoloca los boxers, se inclina hacia delante y sus labios depositan un beso
tierno en mi trasero.
—Ponte derecho —me ordena y, tembloroso, me enderezo.
¡Huy! Ahora sí que las siento… o algo. Me agarra por las caderas para sujetarme
mientras recupero el equilibrio.
—¿Estás bien? —me pregunta muy serio.
—Sí.
—Vuélvete.
Me giro hacia él.
Las bolas tiran hacia abajo y, sin querer, mi cuerpo se contrae alrededor de ellas.
La sensación me sobresalta, pero no en el mal sentido de la palabra.
—¿Qué tal? —pregunta.
—Raro.
—¿Raro bueno o raro malo?
—Raro bueno —confieso ruborizándome.
—Bien. —Asoma a sus ojos un vestigio de humor—. Quiero un vaso de agua. Ve
a traerme uno, por favor.
Oh.
—Y cuando vuelvas, te tumbaré en mis rodillas. Piensa en eso, BaekHyun.
¿Agua? Quiere agua ahora? ¿Para qué?
Cuando salgo del dormitorio, me queda clarísimo por qué quiere que me pasee:
al hacerlo, las bolas me pesan dentro, me masajean internamente. Es una sensación
muy rara y no del todo desagradable. De hecho, se me acelera la respiración
cuando me estiro para coger un vaso del armario de la cocina, y ahogo un jadeo.
Madre mía. Igual tendría que dejarme esto puesto. Hacen que me sienta deseado.
Cuando vuelvo, me observa detenidamente.
—Gracias —dice, y me coge el vaso de agua.
Despacio, da un sorbo y deja el vaso en la mesita de noche. En ella hay un
condón, listo y esperando, como yo. Entonces sé que está haciendo esto para
generar expectación. El corazón se me ha acelerado un poco. Centra su mirada de
ojos grises en mí.
—Ven. Ponte a mi lado. Como la otra vez.
Me acerco a él, la sangre me zumba por todo el cuerpo, y esta vez… estoy
caliente. Excitado.
—Pídemelo —me dice en voz baja.
Frunzo el ceño. ¿Que le pida el qué?
—Pídemelo —repite, algo más duro.
¿El qué? ¿Un poco de agua? ¿Qué quiere?
—Pídemelo, BaekHyun. No te lo voy a repetir más.
Hay una amenaza velada en sus palabras, y entonces caigo. Quiere que le pida
que me dé unos azotes.
Madre mía. Me mira expectante, con la mirada cada vez más fría. Mierda.
—Azótame, por favor… señor —susurro.
Cierra los ojos un instante, saboreando mis palabras. Alarga el brazo, me agarra
la mano izquierda y, tirando de mí, me arrastra a sus rodillas. Me dejo caer sobre
su regazo, y me sujeta. Se me sube el corazón a la boca cuando empieza a
acariciarme el trasero. Me tiene ladeada otra vez, de forma que mi torso descansa
en la cama, a su lado. Esta vez no me echa la pierna por encima, sino que me
aparta el flequillo de la cara. Acto seguido, me agarra
el pelo a la altura de la nuca para sujetarme bien. Tira suavemente y echo la cabeza
hacia atrás.
—Quiero verte la cara mientras te doy los azotes, BaekHyun —murmura sin
dejar de frotarme suavemente el trasero.
Desliza la mano entre mis nalgas y me aprieta el meimbro, y la sensación global es…
Gimo. Oh, la sensación es exquisita.

—Esta vez es para darnos placer, BaekHyun, a ti y a mí —susurra.
Levanta la mano y la baja con una sonora palmada en la confluencia de los
muslos y el trasero. Las bolas se impulsan hacia delante, dentro de mí, y
me pierdo en un mar de sensaciones: el dolor del trasero, la plenitud de las bolas
en mi interior y el hecho de que me esté sujetando. Mi cara se contrae mientras mis
sentidos tratan de digerir todas estas sensaciones nuevas. Registro en alguna parte
de mi cerebro que no me ha atizado tan fuerte como la otra vez. Me acaricia el
trasero otra vez, paseando la mano abierta por mi piel, por encima de la ropa
interior.
¿Por qué no me ha quitado los calzoncillos? Entonces su mano desaparece y vuelve a
azotarme. Gimo al propagarse la sensación. Inicia un patrón de golpes: izquierda,
derecha y luego abajo. Los de abajo son los mejores. Todo se mueve hacia delante
en mi interior, y entre palmadas, me acaricia, me manosea, de forma que es como
si me masajeara por dentro y por fuera. Es una sensación erótica muy estimulante
y, por alguna razón, porque soy yo el que ha impuesto las condiciones, no me
preocupa el dolor. No es doloroso en sí… bueno, sí, pero no es insoportable.
Resulta bastante manejable y, sí, placentero… incluso. Gruño. Sí, con esto sí que
puedo.
Hace una pausa para bajarme despacio los boxers. Me retuerzo en sus piernas,
no porque quiera escapar de los golpes sino porque quiero más… liberación, algo.
Sus caricias en mi piel sensibilizada se convierten en un cosquilleo de lo más
sensual. Resulta abrumador, y empieza de nuevo. Unas cuantas palmadas suaves y
luego cada vez más fuertes, izquierda, derecha y abajo. Oh, esos de abajo. Gimo.
—Buen chico, BaekHyun —gruñe, y se altera su respiración.
Me azota un par de veces más, luego tira del pequeño cordel que sujeta las bolas
y me las saca de un tirón. Casi alcanzo el clímax; la sensación que me produce no
es de este mundo. Con movimientos rápidos, me da la vuelta suavemente. Oigo,
más que ver, cómo rompe el envoltorio del condón y, de pronto, lo tengo tumbado
a mi lado. Me coge las manos, me las sube por encima de la cabeza y se desliza
sobre mí, dentro de mí, despacio, ocupando el lugar que han dejado vacío las
bolas. Gimo con fuerza.
—Oh, nene —me susurra mientras retrocede y avanza a un ritmo lento y
sensual, saboreándome, sintiéndome.
Es la manera más suave en que me lo ha hecho nunca, y no tardo nada en caer
por el precipicio, presa de una espiral de delicioso, violento y agotador orgasmo.
Cuando me contraigo a su alrededor, disparo su propio clímax, y se desliza dentro
de mí, sosegándose, pronunciando mi nombre entre jadeos, fruto de un asombro
prodigioso y desesperado.
—¡Baek!
Guarda silencio, jadeando encima de mí, con las manos aún trenzadas en las
mías por encima de mi cabeza. Por fin se vuelve y me mira.
—Me ha gustado —susurra, y me besa tiernamente.
No se entretiene con más besos dulces, sino que se levanta, me tapa con el
edredón y se mete en el baño. Cuando vuelve, trae un frasco de loción blanca. Se
sienta en la cama a mi lado.
—Date la vuelta —me ordena y, a regañadientes, me pongo boca abajo.
La verdad, no sé para qué tanto lío. Tengo mucho sueño.
—Tienes el culo de un color espléndido —dice en tono aprobador, y me
extiende la loción refrescante por el trasero sonrosado.
—Déjalo ya, Park —digo bostezando.
—Señor Byun, es usted único estropeando un momento.
—Teníamos un trato.
—¿Cómo te sientes?
—Estafado.
Suspira, se tiende en la cama a mi lado y me estrecha en sus brazos. Con
cuidado de no rozarme el trasero escocido, vuelve a hacerme la cucharita. Me besa
muy suavemente detrás de la oreja.
—La mujer que me trajo al mundo era una puta adicta al crack, BaekHyun.
Duérmete.
Dios mío… ¿y eso qué significa?
—¿Era?
—Murió.
—¿Hace mucho?
Suspira.
—Murió cuando yo tenía cuatro años. No la recuerdo. Carrick me ha dado
algunos detalles. Solo recuerdo ciertas cosas. Por favor, duérmete.
—Buenas noches, ChanYeol.
—Buenas noches, Baek.

Y me duermo, aturdido y agotado, y sueño con un niño de cuatro años y ojos
grises en un lugar oscuro, terrible y triste.

Notas finales:


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