Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

50 Sombras de Park. (ChanBaek, BaekYeol) por firelights

[Reviews - 44]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Ya es el último capítulo. :(

Me gustaría saber si les gustaría que adaptara el siguiente libro. Dejen sus reviews, ¿vale? Lo agradecería mucho.

Preparen los pañuelos, disfruten y nos vemos pronto. ♥

Me despierto sobresaltado. Creo que acabo de rodar por las escaleras en sueños y
me incorporo como un resorte, momentáneamente desorientado. Es de noche y
estoy solo en la cama de ChanYeol. Algo me ha despertado, algún pensamiento
angustioso. Echo un vistazo al despertador que tiene en la mesita. Son las cinco de
la mañana, pero me siento descansado. ¿Por qué? Ah, será por la diferencia
horaria; en Georgia serían las ocho. Oigo a lo lejos el
piano. ChanYeol está tocando. Eso no me lo pierdo. Me encanta verlo tocar.
Desnudo, cojo el albornoz de la silla y salgo despacio al pasillo mientras me lo
pongo, escuchando el sonido mágico del lamento melodioso que proviene del
salón.
En la estancia a oscuras, ChanYeol toca, sentado en medio de una burbuja de luz
que despide destellos cobrizos de su pelo. Parece que va desnudo, pero yo sé que
lleva los pantalones del pijama. Está concentrado, tocando maravillosamente,
absorto en la melancolía de la música. Indeciso, lo observo entre las sombras; no
quiero interrumpirlo. Me gustaría abrazarlo. Parece perdido, incluso abatido, y
tremendamente solo… o quizá sea la música, que rezuma tristeza. Termina la
pieza, hace una pausa de medio segundo y empieza a tocarla otra vez. Me acerco a
él con cautela, como la polilla a la luz… la idea me hace sonreír. Alza la vista hacia
mí y frunce el ceño, antes de centrarse de nuevo en sus manos.
Mierda, ¿se habrá enfadado porque lo molesto?
—Deberías estar durmiendo —me reprende suavemente.
Sé que algo lo preocupa.
—Y tú —replico con menos suavidad.
Vuelve a alzar la vista, esbozando una sonrisa.
—¿Me está regañando, señor Byun?
—Sí, señor Park.
—No puedo dormir —me contesta ceñudo, y detecto de nuevo en su cara un
asomo de irritación o de enfado.
¿Conmigo? Seguramente no.
Ignoro la expresión de su rostro y, armándome de valor, me siento a su lado en
la banqueta del piano y apoyo la cabeza en su hombro desnudo para observar
cómo sus dedos ágiles y diestros acarician las teclas. Hace una pausa apenas
perceptible y prosigue hasta el final de la pieza.
—¿Qué era lo que tocabas?
—Chopin. Op. 28. Preludio n.º 4 en mi menor, por si te interesa —murmura.
—Siempre me interesa lo que tú haces.
Se vuelve y me da un beso en el pelo.
—Siento haberte despertado.
—No has sido tú. Toca la otra.
—¿La otra?
—La pieza de Bach que tocaste la primera noche que me quedé aquí.
—Ah, la de Marcello.
Empieza a tocar lenta, pausadamente. Noto el movimiento de sus manos en el
hombro en el que me apoyo, y cierro los ojos. Las notas tristes y conmovedoras nos
envuelven poco a poco y resuenan en las paredes. Es una pieza de asombrosa
belleza, más triste aún que la de Chopin; me dejo llevar por la hermosura del
lamento. En cierta medida, refleja cómo me siento. El hondo y punzante anhelo
que siento de conocer mejor a este hombre extraordinario, de intentar comprender
su tristeza. La pieza termina demasiado pronto.
—¿Por qué solo tocas música triste?
Me incorporo en el asiento y lo veo encogerse de hombros, receloso, en
respuesta a mi pregunta.
—¿Así que solo tenías seis años cuando empezaste a tocar? —inquiero.
Asiente con la cabeza, aún más receloso. Al poco, añade:
—Aprendí a tocar para complacer a mi nueva madre.
—¿Para encajar en la familia perfecta?
—Sí, algo así —contesta evasivo—. ¿Por qué estás despierto? ¿No necesitas
recuperarte de los excesos de ayer?
—Para mí son las ocho de la mañana. Arquea la ceja, sorprendido.
—¿Y qué hacemos durante esa media hora?
Le guiño el ojo con expresión inocente.
—Se me ocurren unas cuantas cosas.
Sonríe lascivo. Yo lo miro impasible mientras mis entrañas se contraen y se
derritan bajo su mirada de complicidad.
—Aunque también podríamos hablar —propongo a media voz.
Frunce el ceño.
—Prefiero lo que tengo en mente.
Me sube a su regazo.
—Tú siempre antepondrías el sexo a la conversación.
Río y me aferro a sus brazos.
—Cierto. Sobre todo contigo. —Inhala mi pelo y empieza a regarme de besos
desde debajo de la oreja hasta el cuello—. Quizá encima del piano —susurra.
Madre mía. Se me tensa el cuerpo entero de pensarlo. Encima del piano. Uau.
—Quiero que me aclares una cosa —susurro mientras se me empieza a acelerar
el pulso, y el dios que llevo dentro cierra los ojos y saborea la caricia de sus labios
en los míos.
Interrumpe momentáneamente su sensual asalto.
—Siempre tan ávido de información, señor Byun. ¿Qué quieres que te aclare?
—me dice soltando su aliento sobre la base del cuello, y sigue besándome con
suavidad.
—Lo nuestro —le susurro, y cierro los ojos.
—Mmm… ¿Qué pasa con lo nuestro?
Deja de regarme de besos el hombro.
—El contrato.
Levanta la cabeza para mirarme, con un brillo divertido en los ojos, y suspira.
Me acaricia la mejilla con la yema de los dedos.

—Bueno, me parece que el contrato ha quedado obsoleto, ¿no crees? —dice con
voz grave y ronca y una expresión tierna en la mirada.
—¿Obsoleto?
—Obsoleto.
Sonríe. Lo miro atónito, sin entender.
—Pero eras tú el interesado en que lo firmara.
—Eso era antes. Pero las normas no. Las normas siguen en pie.
Su gesto se endurece un poco.
—¿Antes? ¿Antes de qué?
—Antes… —Se interrumpe, y la expresión de recelo vuelve a su rostro—. Antes
de que hubiera más.
Se encoge de hombros.
—Ah.
—Además, ya hemos estado en el cuarto de juegos dos veces, y no has salido
corriendo espantado.
—¿Esperas que lo haga?
—Nada de lo que haces es lo que espero, BaekHyun —dice con sequedad.
—A ver si lo he entendido: ¿quieres que me atenga a lo que son las normas del
contrato en todo momento, pero que ignore el resto de lo estipulado?
—Salvo en el cuarto de juegos. Ahí quiero que te atengas al espíritu general del
contrato, y sí, quiero que te atengas a las normas en todo momento. Así me
aseguro de que estarás a salvo y podré tenerte siempre que lo desee.
—¿Y si incumplo alguna de las normas?
—Entonces te castigaré.
—Pero ¿no necesitarás mi permiso?
—Sí, claro.
—¿Y si me niego?
Me mira un instante, confundido.
—Si te niegas, te niegas. Tendré que encontrar una forma de convencerte.
Me aparto de él y me pongo de pie. Necesito un poco de distancia. Lo veo
fruncir el ceño. Parece perplejo y receloso otra vez.

—Vamos, que lo del castigo se mantiene.
—Sí, pero solo si incumples las normas.
—Tendría que releérmelas —digo, intentando recordar los detalles.
—Voy a por ellas —dice, de pronto muy formal.
Uf. Qué serio se ha puesto esto. Se levanta del piano y se dirige con paso ágil a
su despacho. Se me eriza el vello. Dios… necesito un té. Estamos hablando del
futuro de nuestra «relación» a las 5.45 de la mañana, cuando además a él le
preocupa algo más… ¿es esto sensato? Me dirijo a la cocina, que aún está a oscuras.
¿Dónde está el interruptor? Lo encuentro, enciendo y lleno de agua la tetera. Cuando termino, ChanYeol ha vuelto y está
sentado en uno de los taburetes, mirándome fijamente.
—Aquí tienes.
Me pasa un folio mecanografiado y observo que ha tachado algunas cosas.

NORMAS

Obediencia: el Sumiso obedecerá inmediatamente todas las instrucciones
del Amo, sin dudar, sin reservas y de forma expeditiva. El Sumiso aceptará toda
actividad sexual que el Amo considere oportuna y placentera, excepto las
actividades contempladas en los límites infranqueables (Apéndice 2). Lo hará con
entusiasmo y sin dudar.
Sueño: el Sumiso garantizará que duerme como mínimo
ocho siete horas diarias cuando no esté con el Amo.
Comida: Para cuidar su salud y
su bienestar, el Sumiso comerá frecuentemente los alimentos incluidos en una lista
(Apéndice 4). El Sumiso no comerá entre horas, a excepción de fruta.
Ropa:Mientras esté con el Amo, el Sumiso solo llevará ropa que este haya aprobado. El Amo
ofrecerá al Sumiso un presupuesto para ropa, que el Sumiso debe utilizar. El
Amo acompañará al Sumiso a comprar ropa cuando sea necesario.
Ejercicio:El Amo proporcionará al Sumiso un entrenador personal cuatro tres veces por
semana, en sesiones de una hora, a horas convenidas por el entrenador personal y
el Sumiso. El entrenador personal informará al Amo de los avances del Sumiso.
Higiene personal y belleza: el Sumisp estará limpio y depilado en todo
momento. El Sumiso irá a un salón de belleza elegido por el Amo cuando este lo
decida y se someterá a cualquier tratamiento que el Amo considere
oportuno.
Seguridad personal: el Sumiso no beberá en exceso, ni fumará, ni tomará
sustancias psicotrópicas, ni correrá riesgos innecesarios.
Cualidades personales: el Sumiso solo mantendrá relaciones sexuales con el Amo. El Sumiso se comportará
en todo momento con respeto y humildad. Debe comprender que su conducta
influye directamente en la del Amo. Será responsable de cualquier fechoría,
maldad y mala conducta que lleve a cabo cuando el Amo no esté presente.
El incumplimiento de cualquiera de las normas anteriores será inmediatamente
castigado, y el Amo determinará la naturaleza del castigo.

—¿Así que lo de la obediencia sigue en pie?
—Oh, sí.
Sonríe.
Muevo la cabeza divertido y, sin darme cuenta, pongo los ojos en blanco.
—¿Me acabas de poner los ojos en blanco, BaekHyun? —dice.
Oh, mierda.
—Puede, depende de cómo te lo tomes.
—Como siempre —dice meneando la cabeza, con los ojos encendidos de
emoción.
Trago saliva instintivamente y un escalofrío me recorre el cuerpo entero.
—Entonces…
Madre mía, ¿qué voy a hacer?
—¿Sí?
Se humedece el labio inferior.
—Quieres darme unos azotes.
—Sí. Y lo voy a hacer.
—¿Ah, sí, señor Park? —lo desafío, devolviéndole la sonrisa.
Yo también sé jugar a esto.
—¿Me lo vas a impedir?
—Vas a tener que pillarme primero.
Me mira un poco asombrado, sonríe y se levanta despacio.
—¿Ah, sí, señor Byun?
La barra del desayuno se interpone entre los dos. Nunca antes había agradecido
tanto su existencia como en este momento.
—Además, te estás mordiendo el labio —añade, desplazándose despacio hacia
su izquierda mientras yo me desplazo hacia la mía.
—No te atreverás —lo provoco—. A fin de cuentas, tú también pones los ojos en
blanco —intento razonar con él.
Continúa desplazándose hacia su izquierda, igual que yo.
—Sí, pero con este jueguecito acabas de subir el nivel de excitación.
Le arden los ojos y emana de él una impaciencia descontrolada.
—Soy bastante rápido, que lo sepas.
Trato de fingir indiferencia.
—Y yo.
Me está persiguiendo en su propia cocina.
—¿Vas a venir sin rechistar? —pregunta.
—¿Lo hago alguna vez?
—¿Qué quieres decir, señor Byun? —Sonríe—. Si tengo que ir a por ti, va a
ser peor.
—Eso será si me coges, ChanYeol. Y ahora mismo no tengo intención de dejarme
coger.
—BaekHyun, te puedes caer y hacerte daño. Y eso sería una infracción directa de
la norma siete, ahora la seis.
—Desde que te conocí, señor Park, estoy en peligro permanente, con normas o
sin ellas.
—Así es.
Hace una pausa y frunce el ceño.
De pronto, se abalanza sobre mí y yo chillo y salgo corriendo hacia la mesa del
comedor. Logro escapar e interponer la mesa entre los dos. El corazón me va a mil
y la adrenalina me recorre el cuerpo entero. Uau, qué excitante. Vuelvo a ser un
niño, aunque eso no esté bien. Lo observo con atención mientras se acerca decidido
a mí. Me aparto un poco.
—Desde luego, sabes cómo distraer a un hombre, BaekHyun.
—Lo que sea por complacer, señor Park. ¿De qué te distraigo?
—De la vida. Del universo —señala con un gesto vago.
—Parecías muy preocupado mientras tocabas.
Se detiene y se cruza de brazos, con expresión divertida.
—Podemos pasarnos así el día entero, bebé, pero terminaré pillándote y, cuando
lo haga, será peor para ti.
—No, ni hablar.

No debo confiarme demasiado, me repito a modo de mantra. Mi subconsciente
se ha puesto las Nike y se ha colocado ya en los tacos de salida.
—Cualquiera diría que no quieres que te pille.
—No quiero. De eso se trata. Para mí lo del castigo es como para ti el que te
toque.
Su actitud cambia por completo en un nanosegundo. Se acabó el ChanYeol
juguetón; me mira fijamente como si acabara de darle un bofetón. Se ha puesto
blanco.
—¿Eso es lo que sientes? —susurra.
Esas cinco palabras y la forma en que las pronuncia me dicen muchísimo. De él
y de cómo se siente. De sus temores y sus aversiones. Frunzo el ceño. No, yo no me
siento tan mal. Para nada. ¿O sí?
—No. No me afecta tanto; es para que te hagas una idea —murmuro, mirándolo
angustiado.
—Ah —dice.
Mierda. Lo veo total y absolutamente perdido, como si hubiera tirado de la
alfombra bajo sus pies.
Respiro hondo, rodeo la mesa, me planto delante de él y lo miro a los ojos, ahora
inquietos.
—¿Tanto lo odias? —dice, aterrado.
—Bueno… no —lo tranquilizo. Dios… ¿eso es lo que siente cuando lo tocan?—.
No. No lo tengo muy claro. No es que me guste, pero tampoco lo odio.
—Pero anoche, en el cuarto de juegos, parecía…
—Lo hago por ti, ChanYeol, porque tú lo necesitas. Yo no. Anoche no me hiciste
daño. El contexto era muy distinto, y eso puedo racionalizarlo a nivel íntimo,
porque confío en ti. Sin embargo, cuando quieres castigarme, me preocupa que me
hagas daño.
Los ojos se le oscurecen, como presos de una terrible tormenta interior. Pasa un
rato antes de que responda a media voz:
—Yo quiero hacerte daño, pero no quiero provocarte un dolor que no seas capaz
de soportar.
¡Dios!
—¿Por qué?

Se pasa la mano por el pelo y se encoge de hombros.
—Porque lo necesito. —Hace una pausa y me mira angustiado; luego cierra los
ojos y niega con la cabeza—. No te lo puedo decir —susurra.
—¿No puedes o no quieres?
—No quiero.
—Entonces sabes por qué.
—Sí.
—Pero no me lo quieres decir.
—Si te lo digo, saldrás corriendo de aquí y no querrás volver nunca más. —Me
mira con cautela—. No puedo correr ese riesgo, BaekHyun.
—Quieres que me quede.
—Más de lo que puedas imaginar. No podría soportar perderte.
Oh, Dios.
Me mira y, de pronto, me estrecha en sus brazos y me besa apasionadamente.
Me pilla completamente por sorpresa, y percibo en ese beso su pánico y su
desesperación.
—No me dejes. Me dijiste en sueños que nunca me dejarías y me rogaste que
nunca te dejara yo a ti —me susurra a los labios.
Vaya… mis confesiones nocturnas.
—No quiero irme.
Se me encoge el corazón, como si se volviera del revés.
Este hombre me necesita. Su temor es obvio y manifiesto, pero está perdido… en
algún lugar en su oscuridad. Su mirada es la de un hombre asustado, triste y
torturado. Yo puedo aliviarlo, acompañarlo momentáneamente en su oscuridad y
llevarlo hacia la luz.
—Enséñamelo —le susurro.
—¿El qué?
—Enséñame cuánto puede doler.
—¿Qué?
—Castígame. Quiero saber lo malo que puede llegar a ser.
ChanYeol se aparta de mí, completamente confundido.

—¿Lo intentarías?
—Sí. Te dije que lo haría.
Pero mi motivo es otro. Si hago esto por él, quizá me deje tocarlo.
Me mira extrañado.
—Baek, me confundes.
—Yo también estoy confundido. Intento entender todo esto. Así sabremos los
dos, de una vez por todas, si puedo seguir con esto o no. Si yo puedo, quizá tú…
Mis propias palabras me traicionan y él me mira espantado. Sabe que me refiero
a lo de tocarlo. Por un instante, parece consternado, pero entonces asoma a su
rostro una expresión resuelta, frunce los ojos y me mira especulativo, como
sopesando las alternativas.
De repente me agarra con fuerza por el brazo, da media vuelta, me saca del
salón y me lleva arriba, al cuarto de juegos. Placer y dolor, premio y castigo… sus
palabras de hace ya tanto tiempo resuenan en mi cabeza.
—Te voy a enseñar lo malo que puede llegar a ser y así te decides. —Se detiene
junto a la puerta—. ¿Estás preparado para esto?
Asiento, decidido, y me siento algo mareado y débil al tiempo que palidezco.
Abre la puerta y, sin soltarme el brazo, coge lo que parece un cinturón del
colgador de al lado de la puerta, antes de llevarme al banco de cuero rojo del fondo
de la habitación.
—Inclínate sobre el banco —me susurra.
Vale. Puedo con esto. Me inclino sobre el cuero suave y mullido. Me ha dejado
quedarme con el albornoz puesto. En algún rincón silencioso de mi cerebro, estoy
vagamente sorprendido de que no me lo haya hecho quitar. Maldita sea, esto me
va a doler, lo sé.
—Estamos aquí porque tú has accedido, BaekHyun. Además, has huido de mí.
Te voy a pegar seis veces y tú vas a contarlas conmigo.
¿Por qué no lo hace ya de una vez? Siempre tiene que montar el numerito
cuando me castiga. Pongo los ojos en blanco, consciente de que no me ve.
Levanta el bajo del albornoz y, no sé bien por qué, eso me resulta más íntimo
que ir desnudo. Me acaricia el trasero suavemente, pasando la mano caliente por
ambas nalgas hasta el principio de los muslos.
—Hago esto para que recuerdes que no debes huir de mí, y, por excitante que
sea, no quiero que vuelvas a hacerlo nunca más —susurra.

Soy consciente de la paradoja. Yo corría para evitar esto. Si me hubiera abierto
los brazos, habría corrido hacia él, no habría huido de él.
—Además, me has puesto los ojos en blanco. Sabes lo que pienso de eso.
De pronto ha desaparecido ese temor nervioso y crispado de su voz. Él ha
vuelto de dondequiera que estuviese. Lo noto en su tono, en la forma en que me
apoya los dedos en la espalda, sujetándome, y la atmósfera de la habitación cambia
por completo.
Cierro los ojos y me preparo para el golpe. Llega con fuerza, en todo el trasero, y
la dentellada del cinturón es tan terrible como temía. Grito sin querer y tomo una
bocanada enorme de aire.
—Cuenta, BaekHyun —me ordena.
—Uno —le grito, y suena como un improperio.
Me vuelve a pegar y el dolor me resuena pulsátil por toda la marca del cinturón.
Santo Dios… esto duele.
—Dos —chillo.
Me hace bien chillar.
Su respiración es agitada y entrecortada, la mía es casi inexistente; busco
desesperadamente en mi psique alguna fuerza interna. El cinturón se me clava de
nuevo en la carne.
—Tres
Se me saltan las lágrimas. Dios, esto es peor de lo que pensaba, mucho peor que
los azotes. No se está cortando nada.
—Cuatro —grito cuando el cinturón se me vuelve a clavar en las nalgas. Las
lágrimas ya me corren por la cara. No quiero llorar. Me enfurece estar llorando.
ChanYeol me vuelve a pegar.
—Cinco —Mi voz es un sollozo ahogado, estrangulado, y en este momento
creo que lo odio. Uno más, puedo aguantar uno más. Siento que el trasero me arde.
—Seis —susurro cuando vuelvo a sentir ese dolor espantoso, y lo oigo soltar el
cinturón a mi espalda, y me estrecha en sus brazos, sin aliento, todo compasión… y
yo no quiero saber nada de él—. Suéltame… no…
Intento zafarme de su abrazo, apartarme de él. Me revuelvo.
—¡No me toques! —le digo con furia contenida.
Me enderezo y lo miro fijamente, y él me observa espantado, aturdido, como si
yo fuera a echar a correr. Me limpio rabioso las lágrimas de los ojos con el dorso de
las manos y le lanzo una mirada feroz.
—¿Esto es lo que te gusta de verdad? ¿Verme así?
Me restriego la nariz con la manga del albornoz.
Me observa desconcertado.
—Eres un maldito hijo de puta.
—Baek —me suplica, conmocionado.
—¡No hay «Baek» que valga! ¡Tienes que solucionar tus mierdas, Park!
Dicho esto, doy media vuelta, salgo del cuarto de juegos y cierro la puerta
despacio.
Agarrado al pomo, sin volverme, me recuesto un instante en la puerta. ¿Adónde
voy? ¿Salgo corriendo? ¿Me quedo? Estoy furioso, las lágrimas me corren por las
mejillas y me las limpio con rabia. Solo quiero acurrucarme en algún sitio.
Acurrucarme y recuperarme de algún modo. Sanar mi fe destrozada y hecha
añicos. ¿Cómo he podido ser tan estúpido? Pues claro que duele.
Tímidamente, me toco el trasero. ¡Aaah! Duele. ¿Adónde voy? A su cuarto, no.
A mi cuarto, o el que será mi cuarto… no, es mío… era mío. Por eso quería que
tuviera uno. Sabía que iba a querer distanciarme de él.
Me encamino con paso rígido en esa dirección, consciente de que puede que
ChanYeol me siga. El dormitorio aún está a oscuras; el amanecer no es más que un
susurro en el horizonte. Me meto torpemente en la cama, procurando no apoyarme
en el trasero sensible y dolorido. Me dejo el albornoz puesto, envolviéndome con
fuerza en él, me acurruco y entonces me dejo ir… sollozando con fuerza contra la
almohada.
¿En qué estaba pensando? ¿Por qué he dejado que me hiciera eso? Quería entrar
en el lado oscuro para saber lo malo que podía llegar a ser, pero es demasiado
oscuro para mí. Yo no puedo con esto. Pero es lo que él quiere; esto es lo que le
excita de verdad.
Esto sí que es despertar a la realidad, y de qué manera… Lo cierto es que él me
lo ha advertido una y otra vez. ChanYeol no es normal. Tiene necesidades que yo
no puedo satisfacer. Me doy cuenta ahora. No quiero que vuelva a pegarme así
nunca más. Pienso en el par de veces en que me ha golpeado y en lo suave que ha
sido conmigo en comparación. ¿Le bastará con eso? Lloro aún más fuerte contra la
almohada. Lo voy a perder. No querrá estar conmigo si no puedo darle esto. ¿Por
qué, por qué, por qué he tenido que enamorarme de Cincuenta Sombras? ¿Por
qué? ¿Por qué no puedo amar a SeHun, o a JackSon Clayton, o a alguien como yo?
Ay, lo alterado que estaba cuando me he ido. He sido muy cruel, la saña con que
me ha pegado me ha dejado conmocionado… ¿me perdonará? ¿Lo perdonaré yo?
Mi cabeza es un auténtico caos confuso; los pensamientos resuenan y retumban en
su interior. Mi subconsciente menea la cabeza con tristeza y el dios que llevo
dentro ha desaparecido por completo. Qué día tan terrrible y aciago para mi alma.
Me siento tan solo. Necesito a mi madre. Recuerdo sus palabras de despedida en el
aeropuerto: «Haz caso a tu corazón, cariño, y, por favor, procura no darle
demasiadas vueltas a las cosas. Relájate y disfruta. Eres muy joven, cielo. Aún te
queda mucha vida por delante, vívela. Te mereces lo mejor».
He hecho caso a mi corazón y ahora tengo el culo dolorido y el ánimo
destrozado. Tengo que irme. Eso es… tengo que irme. Él no me conviene y yo no le
convengo a él. ¿Cómo vamos a conseguir que esto funcione? La idea de no volver a
verlo casi me ahoga… mi Cincuenta Sombras.
Oigo abrirse la puerta. Oh, no… ya está aquí. Deja algo en la mesita y el colchón
se hunde bajo su peso al meterse en la cama a mi espalda.
—Tranquilo —me dice, y yo quiero apartarme de él, irme a la otra punta de la
cama, pero estoy paralizado. No puedo moverme y me quedo quieto, rígido, sin
ceder en absoluto—. No me rechaces, Baek, por favor —me susurra.
Me abraza con ternura y, hundiendo la nariz en mi pelo, me besa el cuello.
—No me odies —me susurra, inmensamente triste.
Se me encoge el corazón otra vez y sucumbo a una nueva oleada de sollozos
silenciosos. Él sigue besándome suavemente, con ternura, pero yo me mantengo
distante y receloso.
Pasamos una eternidad así tumbados, sin decir nada ni el uno ni el otro. Él se
limita a abrazarme y yo, poco a poco, me relajo y dejo de llorar. Amanece y la luz
suave del alba se hace más intensa a medida que avanza el día, y nosotros
seguimos tumbados, en silencio.
—Te he traído ibuprofeno y una pomada de árnica —dice al cabo de un buen
rato.
Me vuelvo muy despacio en sus brazos para poder mirarlo. Tengo la cabeza
apoyada en su brazo. Su mirada es dura y cautelosa.
Contemplo su hermoso rostro. No dice nada, pero me mira fijamente, sin
pestañear apenas. Ay, es tan arrebatadoramente guapo. En tan poco tiempo, he
llegado a quererlo tanto. Alargo el brazo, le acaricio la mejilla y paseo la yema de
los dedos por su barba de pocos días. Él cierra los ojos y suspira.

—Lo siento —le susurro.
Él abre los ojos y me mira atónito.
—¿El qué?
—Lo que he dicho.
—No me has dicho nada que no supiera ya. —Y el alivio suaviza su mirada—.
Siento haberte hecho daño.
Me encojo de hombros.
—Te lo he pedido yo. —Y ahora lo sé. Trago saliva. Ahí va… Tengo que soltar
mi parte—. No creo que pueda ser todo lo que quieres que sea —susurro.
Abre mucho los ojos, parpadea y vuelve a su rostro esa expresión de miedo.
—Ya eres todo lo que quiero que seas.
¿Qué?
—No lo entiendo. No soy obediente, y puedes estar seguro de que jamás volveré
a dejarte hacerme eso. Y eso es lo que necesitas; me lo has dicho tú.
Cierra otra vez los ojos y veo que una miríada de emociones le cruza el rostro.
Cuando los vuelve a abrir, su expresión es triste. Oh, no…
—Tienes razón. Debería dejarte ir. No te convengo.
Se me eriza el vello y todos los folículos pilosos de mi cuerpo entran en estado
de alerta; el mundo se derrumba bajo mis pies y deja ante mí un inmenso abismo al
que precipitarme. Oh, no…
—No quiero irme —susurro.
Mierda… eso es. Dejarlo seguir.
Se me vuelven a llenar los ojos de lágrimas.
—Yo tampoco quiero que te vayas —me dice con voz áspera. Alarga la mano y
me limpia una lágrima de la mejilla con el pulgar—. Desde que te conozco, me
siento más vivo.
Recorre con el pulgar el contorno de mi labio inferior.
—Yo también —digo—. Me he enamorado de ti, ChanYeol.
De nuevo abre mucho los ojos, pero esta vez es de puro e indecible miedo.
—No —susurra como si lo hubiera dejado de un golpe sin aliento.
Oh, no…

—No puedes quererme, Baek. No… es un error —dice horrorizado.
—¿Un error? ¿Qué error?
—Mírate. No puedo hacerte feliz.
Parece angustiado.
—Pero tú me haces feliz —contesto frunciendo el ceño.
—En este momento, no. No cuando haces lo que yo quiero que hagas.
Oh, Dios… Esto se acaba. A esto se reduce todo: incompatibilidad… y de pronto
todas esas pobres sumisas me vienen a la cabeza.
—Nunca conseguiremos superar esto, ¿verdad? —le susurro, estremecido de
miedo.
Menea la cabeza con tristeza. Cierro los ojos. No soporto mirarlo.
—Bueno, entonces más vale que me vaya —murmuro, haciendo una mueca de
dolor al incorporarme.
—No, no te vayas —me pide aterrado.
—No tiene sentido que me quede.
De pronto me siento cansadísimo, y quiero irme ya. Salgo de la cama y ChanYeol
me sigue.
—Voy a vestirme. Quisiera un poco de intimidad —digo con voz apagada y
hueca mientras me marcho y lo dejo solo en el dormitorio.
Al bajar, echo un vistazo al salón y pienso que hace solo unas horas descansaba
la cabeza en su hombro mientras tocaba el piano. Han pasado muchas cosas desde
entonces. He tenido los ojos bien abiertos y he podido vislumbrar la magnitud de
su depravación, y ahora sé que no es capaz de amar, no es capaz de dar ni recibir
amor. El mayor de mis temores se ha hecho realidad. Y, por extraño que parezca, lo
encuentro liberador.
El dolor es tan intenso que me niego a reconocerlo. Me siento entumecido. De
algún modo he escapado de mi cuerpo y soy de pronto un observador accidental
de la tragedia que se está desencadenando. Me ducho rápida y metódicamente,
pensando solo en el instante que viene a continuación. Ahora aprieta el frasco de
gel. Vuelve a dejar el frasco de gel en el estante. Frótate la cara, los hombros… y así
sucesivamente, todo acciones mecánicas simples que requieren pensamientos
mecánicos simples.
Termino de ducharme y, como no me he lavado el pelo, me seco enseguida. Me
visto en el baño, y saco los vaqueros y la camiseta de mi maleta pequeña. Los
vaqueros me rozan el trasero, pero, la verdad, es un dolor que agradezco, porque
me distrae de lo que le está pasando a mi corazón astillado y roto en mil pedazos.
Me agacho para cerrar la maleta y veo la bolsa con el regalo para ChanYeol: una
maqueta del planeador Blanik L23, para que la construya él. Me voy a echar a
llorar otra vez. Ay, no… eran tiempos más felices, cuando aún cabía la esperanza
de tener algo más. Saco el regalo de la maleta, consciente de que tengo que dárselo.
Arranco una hoja de mi cuaderno, le escribo una nota rápida y se la dejo encima de
la caja:

Esto me recordó un tiempo feliz.
Gracias.

Baek

Me miro en el espejo. Veo un fantasma pálido y angustiado. Mi
subconsciente asiente con la cabeza en señal de aprobación. Hasta él sabe que no
es el momento de ponerse criticón. Me cuesta creer que mi mundo se esté
derrumbando a mi alrededor, convertido en un montón de cenizas estériles, y que
todas mis esperanzas hayan fracasado cruelmente. No, no, no lo pienses. Ahora no,
aún no. Inspiro hondo, cojo la maleta y, después de dejar la maqueta del planeador
con mi nota encima de su almohada, me dirijo al salón.
ChanYeol está hablando por teléfono. Viste vaqueros negros y una camiseta. Va
descalzo.
—¿Que ha dicho qué? —grita, sobresaltándome—. Pues nos podía haber dicho
la puta verdad. Dame su número de teléfono; necesito llamarlo… Welch, esto es
una cagada monumental. —Alza la vista y no aparta su mirada oscura y pensativa
de mí—. Encontradlo —espeta, y cuelga.
Me acerco al sofá y cojo mi mochila, esforzándome por ignorarlo. Saco el Mac,
vuelvo a la cocina y lo dejo con cuidado encima de la barra de desayuno, junto con
la BlackBerry y las llaves del coche. Cuando me vuelvo me mira fijamente, con
expresión atónita y horrorizada.
—Necesito el dinero que le dieron a Kris por el Escarabajo —digo con voz
clara y serena, desprovista de emoción… extraordinaria.
—Baek, yo no quiero esas cosas, son tuyas —dice en tono de incredulidad—.
Llévatelas.

—No, ChanYeol. Las acepté a regañadientes, y ya no las quiero.
—Baek, sé razonable —me reprende, incluso ahora.
—No quiero nada que me recuerde a ti. Solo necesito el dinero que le dieron a
Kris por mi coche —repito con voz monótona.
Se me queda mirando.
—¿Intentas hacerme daño de verdad?
—No. —Lo miro ceñudo. Claro que no.…Yo te quiero—. No. Solo intento
protegerme —susurro.
Porque tú no me quieres como te quiero yo.
—Baek, quédate esas cosas, por favor.
—ChanYeol, no quiero discutir. Solo necesito el dinero.
Entorna los ojos, pero ya no me intimida. Bueno, solo un poco. Lo miro
impasible, sin pestañear ni acobardarme.
—¿Te vale un cheque? —dice mordaz.
—Sí. Creo que podré fiarme.
ChanYeol no sonríe, se limita a dar media vuelta y meterse en su estudio. Echo
un último vistazo detenido al piso, a los cuadros de las paredes, todos abstractos,
serenos, modernos… fríos incluso. Muy propio, pienso distraído. Mis ojos se
dirigen hacia el piano. Mierda… si hubiera cerrado la boca, habríamos hecho el
amor encima del piano. No, habríamos follado encima del piano. Bueno, yo habría
hecho el amor. La idea se impone con tristeza en mi pensamiento y en lo que
queda de mi corazón. Él nunca me ha hecho el amor, ¿no? Para él siempre ha sido
follar.
Vuelve y me entrega un sobre.
—Kris consiguió un buen precio. Es un clásico. Se lo puedes preguntar a él. Te
llevará a casa.
Señala con la cabeza por encima de mi hombro. Me vuelvo y veo a Kris en el
umbral de la puerta, trajeado e impecable como siempre.
—No hace falta. Puedo irme solo a casa, gracias.
Me vuelvo para mirar a ChanYeol y veo en sus ojos la furia apenas contenida.
—¿Me vas a desafiar en todo?
—¿Por qué voy a cambiar mi manera de ser?

Me encojo levemente de hombros, como disculpándome.
Él cierra los ojos, frustrado, y se pasa la mano por el pelo.
—Por favor, Baek, deja que Kris te lleve a casa.
—Iré a buscar el coche, señor Byun —anuncia Kris en tono autoritario.
ChanYeol le hace un gesto con la cabeza, y cuando me giro hacia él, ya ha
desaparecido.
Me vuelvo a mirar a ChanYeol. Estamos a menos de metro y medio de distancia.
Avanza e, instintivamente, yo retrocedo. Se detiene y la angustia de su expresión
es palpable; los ojos le arden.
—No quiero que te vayas —murmura con voz anhelante.
—No puedo quedarme. Sé lo que quiero y tú no puedes dármelo, y yo tampoco
puedo darte lo que tú quieres.
Da otro paso hacia delante y yo levanto las manos.
—No, por favor. —Me aparto de él. No pienso permitirle que me toque ahora,
eso me mataría—. No puedo seguir con esto.
Cojo la maleta y la mochila y me dirijo al vestíbulo. Me sigue, manteniendo una
distancia prudencial. Pulsa el botón de llamada del ascensor y se abre la puerta.
Entro.
—Adiós, ChanYeol —murmuro.
—Adiós, Baek —dice a media voz, y su aspecto es el de un hombre
completamente destrozado, un hombre inmensamente dolido, algo que refleja
cómo me siento por dentro.

Aparto la mirada de él antes de que pueda cambiar de opinión e intente
consolarlo.
Se cierran las puertas del ascensor, que me lleva hasta las entrañas del sótano y
de mi propio infierno personal.
Kris me sostiene la puerta y entro en la parte de atrás del coche. Evito el contacto
visual. El bochorno y la vergüenza se apoderan de mí. Soy un fracaso total.
Confiaba en arrastrar a mi Cincuenta Sombras a la luz, pero la tarea ha resultado
estar más allá de mis escasas habilidades. Intento con todas mis fuerzas mantener a
raya mis emociones. Mientras salimos a Fourth Avenue, miro sin ver por la
ventanilla, y la enormidad de lo que acabo de hacer se abate poco a poco sobre mí.
Mierda… lo he dejado. Al único hombre al que he amado en mi vida. El único
hombre con el que me he acostado. Un dolor desgarrador me parte en dos, gimo y
revientan las compuertas. Las lágrimas empiezan a rodar inoportuna e
involuntariamente por mis mejillas; me las seco precipitadamente con los dedos,
mientras hurgo en el bolso en busca de las gafas de sol. Cuando nos detenemos en
un semáforo, Kris me tiende un pañuelo de tela. No dice nada, ni me mira, y yo
lo acepto agradecido.
—Gracias —musito, y ese pequeño acto de bondad es mi perdición.
Me recuesto en el lujoso asiento de cuero y lloro.
El apartamento está tristemente vacío y resulta poco acogedor. No he vivido en él
lo suficiente para sentirme en casa. Voy directo a mi cuarto y allí, colgando
flácidamente del extremo de la cama, está el triste y desinflado globo con forma de
helicóptero: Charlie Tango, con el mismo aspecto, por dentro y por fuera, que yo.
Lo arranco furioso de la barra de la cama, tirando del cordel, y me abrazo a él.
Ay… ¿qué he hecho?
Me dejo caer sobre la cama, con zapatos y todo, y lloro desconsoladamente. El
dolor es indescriptible… físico y mental… metafísico… lo siento por todo mi ser y
me cala hasta la médula. Sufrimiento. Esto es sufrimiento. Y me lo he provocado
yo mismo. Desde lo más profundo me llega un pensamiento desagradable e
inesperado del dios que llevo dentro, que tuerce la boca con gesto despectivo: el
dolor físico de las dentelladas del cinturón no es nada, nada, comparado con esta
devastación. Me acurruco, abrazándome con desesperación al globo casi
desinflado y al pañuelo de Kris, y me abandono al sufrimiento.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).