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Haciendo irlandesitos. por nezalxuchitl

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Notas del capitulo:

Crestfallen soul 
Rest for this night 
Love is here 
Right here under my wings

Segunda parte

 

 

En algún punto entre los cincuenta y los cuarenta y nueve grados de latitud norte, y los nueve y los diez de longitud oeste Domhnall dejo de llorar. Tenia hinchados los ojos y no veía mas la tierra que lo habia visto nacer. No veía mas que océano, inmenso océano, por cualquier ventana por la asomase.

Un par de leves toques a la puertita trasera lo hicieron tensarse, temiendo la presencia de su marido y sus reclamaciones matrimoniales.

Pero en vez de Pacino entro una joven turra como de su edad, con largo cabello castaño y sonrisa amable. Llevaba una canasta profunda en las manos, y toallas.

-Disculpe, milady. Me preguntaba si milady querria arreglarse.

Dom estuvo a punto de decir que no era una lady, pero lo ignoraba. Su marido era de Sicilia; papa habia hecho hincapié en ello, por lo que debía de ser importante, pero no sabia nada más.

-¿Sera necesario? – preguntó.

Tal vez su marido reclamara su asistencia a la cena. No tenia idea de sus costumbres, de lo que esperaba que hiciera.

El joven rio, y dejando las cosas en una mesita cercana, empotrada, acaricio su cabello.

-Por supuesto que si. Tiene el cabello hecho una maraña.

Ademas de los ojos horribles, carreras de mocos y de lágrimas. Verdaderamente, no sabía que veía Pacino en el. O si, y le daba envidia: un ovalo delicado por rostro, unas pestañas translucidas, unos labios carnosos; aunque no tan rosados y carnosos como los suyos.

Tambien tenia el cabello maltratado, la estúpida campesina, y las uñas, ¡por dios! Si de lejos se veian asi…

-Tiene un hermoso color de cabello, milady.

-¿Soy una lady? – pregunto Dom, animado por lo empática que parecía ser la joven turra.

-No, pero es el trato que acostumbraba dar a las señoras en Francia.

-¿Eres francesa? – tenia los rasgos, y parecía muy hermosa y sofisticada.

-Por parte de padre. Mi madre era irlandesa. Disculpeme, milady, por no haberme presentado – dio un paso atrás e hizo una graciosa reverencia – Philip d´Anglers, a su servicio.

-¿Eres mi sirvienta? – le pregunto con ingenuidad.

La mataba a la maldita zorra. La mataba con sus propias manos y la arrojaba al drenaje.

-La doncella de mi señora, a menos que este descontenta con mis servicios, en cuyo caso, alguna turra marinera podría ejercer el cargo.

-No, no – Domhnall no le quitaría el trabajo a nadie – estoy segura de que estare muy contenta contigo.

Philip sonrio, aunque en su interior pensaba en como lo haría cuando recuperase su rango como la favorita de Pacino, y lo que haría con ella.

-Yo también. – le cogio las manos. Entre mas pudiera agarrarlo, y mas pronto, mejor. - ¡Pero milady! Mire sus uñas… voy a comenzar por ponerle unos guantes impregnados en aceite de almendras dulces y, ¡ay, por dios! No se si unas compresas frias de manzanilla lograran hacer algo por sus ojos…

Dom se dejo hacer. Obedecia las instrucciones de Philip y recibia plasta tras plasta de productos cosméticos muy costosos.

Sus ojos, adoloridos de tanto llorar, perdieron la rojez y la hinchazón. Su cabello se sentia mas suave y mas fluido que nunca, cuando Philip acabo con el, y, por el atuendo y joyas que le puso para que asistiera a la cena, se imaginó que el gobernador general de Irlanda estaría a bordo, cuando menos.

Pero solo su marido lo esperaba, con un traje de un intenso, profundo azul que lo hacia verse mejor que cuando se casaron. Beso su mano enguantada y se sintió raro. Ese hombre bajito, dueño de si mismo y de cuanto los rodeaba, era una turra, y era su marido.

Su marido. Esa palabra aun lo mareaba y los recuerdos de Gwaine y de su familia amenazaban con brotar a la superficie de su pensamiento conciente y desbordar las lágrimas.

Pacino le acarició la mano, llamando su atención.

-¿Philip fue bueno contigo?

-Si. Gracias.

-Porque si no es de tu agrado…

-No. Es muy dulce.

Pacino sonrio, sin dar crédito a sus oídos.

-¿Te gustan tus vestidos, tus joyas? ¿Tus aposentos?

-Todo es maravilloso. – y, tras una breve mordidita de labios, añadió – Pero preferiría estar con mi familia.

Pacino suspiró, tomando una copa de vino. Verdaderamente, el Tiger era tan masivo, y tan estanco, que prácticamente era como estar en tierra firme.

-La familia también es importante para mí. Lo más importante, de hecho. Por eso debe importarte la familia que vamos a formar: tu, yo y el bebé.

Dom trago saliva. Hasta ese momento no habia sido real que Pacino supiera que estaba embarazado de otro hombre. Y, tratándose de su marido, lo hacia sentir avergonzado.

-Lo siento.

-¿Por qué?

-Por estar embarazado.

-Esta bien. – Pacino lucia pensativo tras sus ojos oscuros – Me convino.

-¿Es verdad… - a Dom le daba miedo hablarle. En realidad, le cohibia su presencia, sabia que tenia que ser muy respetuoso con el - ¿Es verdad que volveré a ver a mi familia?

No le preguntó lo que habia pensado originalmente, si de verdad era una turra. Esa pregunta podría ofenderlo, y esta era más urgente.

-Por supuesto.

-¿Cuándo?

-¿Los viste ayer y ya quieres verlos de nuevo?

-Los amo.

-Y yo te amo a ti.

Domhnall se irgió, asustado. Desconcertado por la mano que acariciaba su mejilla y los ojos que lo miraban con ternura.

-Lo siento.

Pacino sabia porque y se preguntó si valdría la pena asegurarse de la muerte del borracho ese.

-Quiero conocerte, pasar tiempo contigo.

Su sonrisa timida y amable le confirmó que ese era el buen camino con el, y no el de “eres tan hermoso”.

-¿Te gustaría bailar?

-No sé como hacerlo.

-Solo déjate llevar por la música.

Domhnall miro hacia un lado, boquiabierto.

-¿De donde viene la música?

-Tengo una orquesta para complacerte.

El amplio comedor a bordo de un barco no podía significar más lujo y decadencia. Tenian espacio de sobra para sentirse comodos, solos, mientras que tres cubiertas mas abajo los ochocientos treinta y seis tripulantes del barco se apiñaban en cuarenta centímetros de ancho para dormir.

Arañas, según la nueva moda, vitrales coloreados, cuadros de verdaderos artistas, muebles fijos. Domhnall ni siquiera podía apreciar la calidad que algo asi tenia porque nunca antes lo habia visto. Ni siquiera el gobernador general de Irlanda tenía interiores tan lujosos en su palacio.

Pacino bailó con Dom; era un excelente bailarin, y maestro. Guiaba a la turra con naturalidad, sonriendole, seduciéndola. Haciendola olvidarse de su estatura, de que se la llevaba lejos.

-Ese es el baile furor en Viena. – dijo al final, llevándolo a su silla y jalándosela para que se sentara – Tal vez no podamos ir, pronto, pero cualquier cosa que desees la tendras. – Domhnall lo miro, sabiendo que no decía la verdad – Vamos – sigio Pacino con su juego, animado – pídelo. Pideme una isla, el diamante mas grande del mundo. La flor más exótica de Hawaii.

-No se que es Hawaii. – le dijo Domhnall con sinceridad, sin sentirse poca cosa.

-Es una isla inmensa en el océano Pacifico. Regalartela me causaría problemas, pero podría hacerlo. – se rellanó comodo en el asiento, cruzando las manos tras la cabeza - ¿La quieres?

-Te estas tirando un farol.

-Te juro que no, mi niña.

-¿Para que querria yo una isla? – replico parpadeando, sin acabárselo de creer, de querérselo creer.

-Incordiaria a los ingleses.

-Que se pudran los ingleses. – apretó el puño Domhnall. Luego lo encaró – Si de verdad eres tan poderoso, si de verdad puedes darme una isla, dame Irlanda. Haz que sea libre.

-No es tan fácil, pequeña. Una isla en medio del Pacifico no es lo mismo que Irlanda. No puedo liberarla, aunque me gustaría. No puedo liberar siquiera mi propia isla, Sicilia.

-Entonces, el poder no sirve de nada.

-Sirve para darse pequeños gustos. – reflexionó Pacino, admirándose de la agudeza del mas reciente – Esta bien. – dijo, enfocando su atención corporal en el – Fanfarroneé para impresionarte y me pillaste en falso. Te hablaré con sinceridad, como a tu padre: quiero que ser mi esposa sea tan agradable para ti como pueda. Tengo la esperanza de que llegues a amarme.

Dom acercó el puño a la boca, encorvado. Sin darse cuenta empezó a chupar el pulgar. Pacino le dio tiempo, deleitándose en mirar como lo chupaba.

-No quiero ofenderte – le dijo al cabo, creyendo que esperaba una respuesta – pero amo a Gwaine y nada me haría mas feliz que encontrarlo y regresar con los mios.

Pacino lo sigio observando, ahora con frialdad. Era increíblemente hermoso, joven y suyo. Podia cambiar. Podia no estar tan enamorado como creía.

-Lo siento. – le dijo atemorizado.

Pacino parpadeo pesadamente. Al separar los parpados de nuevo, habia recuperado el dominio de su personaje.

-Pidamos la comida. ¿Alguna vez has probado las trufas cocidas en vino dulce?

 

***

 

La luna se acercaba a su cenit. Estaba llena, luminosa, plena de blancura, de belleza, que esparcia por el paisaje nocturno. Un rápido viento frio, de las capas superiores de la atmosfera, conducia los jirones delgados de nubes, la humedad, en dirección sudoeste, ultimas caricias de un invierno tardío que se negaba a despedirse de la primavera.

Faltaba un mes lunar para Semana Santa, y, después de la Pascua, los jóvenes prenderían fogatas y comenzarían a cortejarse.

El ya tenía pareja. Sentia su corazón conectado al de Gwaine; lo llamaba, y le parecía percibir su respuesta. Se sentia pleno de amor por el, lleno hasta la punta de los dedos, con los que se acariciaba, amorosamente, imaginando que era el.

El arcoíris circular en torno a la luna cambiaba de acuerdo a la densidad de las nubes que pasaban sobre el, al grado de humedad que refractaba la luz blanca reflejada. A veces, la línea roja del borde era muy ancha, desigual. A veces casi desaparecia. A veces era muy violeta, y asi permaneció unos instantes, al disminuir el viento.

Se habia abrigado como en invierno, la punta de su nariz estaba fría, respirando el aire puro de la noche. Los matices del arcoíris eran como los de su amor. A veces desesperaba de lo que Gwaine tardaba en volver, a veces le parecía que ya estaba envejeciendo junto a el. Todo el tiempo lo llenaba de dicha, de pura dicha por el hecho de amar, amar, él, a esa otra persona.

El amor lo cubria como la capa de blanco a la oscuridad de la noche. Sin el, el cielo seria negro y las montañas solo sombras más densas en la oscuridad. El mar solo un sonido distante y los pequeños detalles se perderían. La noche seguiría siendo noche, sin luna, como la vida vida sin amor, pero este la enriquecia, impregnando cada pequeño detalle, llegando tan inevitable y uniformemente como la luz ultraterrena.

Amor, ese velo que todo lo permeaba. Algo que no era de este mundo lo cubria, lo llenaba. Lo iluminaba, haciendo que la sonrisa de sus ojos diera a conocer la palabra bondad a quienes la ignoraban. La gentileza de su carácter estaba lista para compartir al mundo lo que Gwaine y el sentían.

Era mas feliz que nunca. Feliz de un nuevo modo; mas completo, mas relajado. No exteriorizaba las expresiones de gozo de cuando era niño y le daban un dulce, pero la dulzura que sentia en el corazón era mucho mas profunda.

Amaba a Gwaine y eso lo hacia sentirse acompañado incluso a la distancia, completo aunque su cuerpo no se hubiera vuelto uno con el amado.  Girar bajo la luz de la luna, en el frio, como si practicara una danza de los sidhe.

La frialdad refrescaba sus mejillas, con los ojos cerrados veía los colores de su dicha.

Al abrirlos, tenia la certeza de que Gwaine estaba bajo aquella misma luna. Tal vez no viendo esos colores, tal vez no bajo un arcoíris nocturno, pero si estando enamorado de el, sintiéndolo dentro de si; las hebras del destino llegando mas alla de la carne, entretejiendo sus almas para siempre.

 

Bajo una luna que crecia, estrellas exoticas, desconocidas, asomándose al sur del horizonte, Gwaine se sentia tan enamorado de Domhnall como muchas veces se habia sentido.

 

Continuara...

 

Notas finales:

Ahora abre este enlace y vuelve a leer el pedacito en cursivas. Te encantara. 

https://www.youtube.com/watch?v=xTW32xSn3vQ

 

Slán!


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