Wilde había hechado una ojeada inflexible a los dos apiñados en un coy, mientras que en el otro, cercano al suyo, sus libros, cuadernos y notas estaban fuera de orden. Es decir, del orden en que el los había dejado. Las cosas de la turra inglesa, ¡y como tenia cosas (como a ella no la habían recogido los piratas de improviso, tenia todo un baul)! estaban apiladas bajo la hamaca que compartia con Gwaine, invadiendo un poco, el piso de Burton, que se tendia cuan largo era y con espacio para rodar.
Fingia dormir, para evitar las recriminaciones de Wilde. Gwaine lo miro, pero el dramaturgo venido a navegante lo ignoro, cogio papel y pluma y salio afuera. Will, que había evitado verlo, alzo su rostro apenado del pecho de Gwaine.
-Lamento ser una molestia. – repitió por cincuagesima vez.
Gwaine sonrio.
-He dormido mas apretado.
-¿Dónde?
-En la cárcel de Dublin.
A la turra le parecio indiscreto preguntarle por que lo habían encarcelado en Dublin, se veía tan bueno.
-Creo que estará mas comodo si me volteo. – Gwaine abrió la boca pero la turra se volteo, como un frijolito saltarin – Si ronco, no dude en despertarme.
Gwaine le resto importancia con un gesto.
Ya no hacia tanto calor conforme las aguas de la corriente del Atlantico los alejaban del trópico, pero aun asi, dormir en una cabina bajo cubierta, sin ninguna ventilación mas que las junturas de la madera, con una turra, hacia que sintiera calor.
Sobre todo lo ultimo. La turra. Como la mayoría de la gente, no tenia suficiente dinero para comprarse una camisa de dormir, por lo que para dormir usaba una vieja. Delgada y remendada, casi transparente (relamida de Burton), que no le cubria bien el trasero cuando se estiraba.
Con la beatitud de una turra de la Armada inglesa, perdia el conocimiento en cuanto se lo proponía. La respiración acompasada se volvia profunda y el cuerpo, tibio y relajado de la turra, a su alcanze.
No follaba desde la ultima vez que lo había hecho con Dom, tres días antes de la boda, rápidamente, en su alcoba. Si hubiera sabido que pasaría tanto tiempo antes de volverlo a tener en los brazos, habría atesorado mucho mas el momento. No habría tenido tanta prisa; hubiera hecho esas pequeñas cosas que le gustaban a Dom: esos pequeños besos, caricias, estarse abrazados.
Juntos, como ahora estaba con Will.
Nunca había pasado la noche con Domhnall (aquella vez que se lo llevo a emborrachar a Kilarney pasaron la mañana porque la noche festejaron) y ahora lo hacia con Will. Esto lo incomodaba: sentía que, de alguna manera, estaba robándole a Dom lo que era suyo. ¡Cuantas veces había fantaseado con tenerlo ya para el! Las noches enteras, luego de la boda, acostados en la misma cama, donde lo veria dormir, cerca; no de lejos, como cuando lo espiaba por la ventana.
Cerca, pudiendo verlo, tocarlo, hasta que se cansara. Respirarlo, con su aliento agitando los cabellitos entre rojos y rubios. Tenerlo, para toda la vida, sin que nadie le dijera “deja de verlo”. Lo veía, con los ojos del corazón, y sentía mas que nunca la inquietud de haberlo dejado tan súbitamente, sin una despedida.
*
Los balanceos del coy, la suave modorra de las primeras horas de la madrugada… Gwaine se desfogaba inconciente de lo que no hacia conciente. Pero ahora, por primera vez, su sistema límbico registraba un par de pompas donde antes no había nada; a las profundidades primitivas de su cerebro llegaba el aroma a turra, excitandolo. Sus dedos asían un brazo de verdad, su pecho se pegaba a una espalda calida, su cadera se movia instintivamente, sodomizando un suave par de nalgas…
A Will lo despertó la sensación. No había previsto que pasara, eso, y para evitar que Gwaine se diera cuenta de sus propias vergonzosas erecciones se le había dormido de espaldas a el. Pero, ahora que lo pensaba, ponerle las pompas a un seme no era la mejor idea.
No tenia la menor duda de que Gwaine estaba dormido, porque era un caballero. Un seme ideal (seguro lo de la cárcel tenia alguna explicación), enamorado de su prometido.
Suspiro.
Un seme casi tan bueno como el que había robado su corazón.
El había sido el primero, el Primer lord; máximo comandante de la Armada, impecable en la elegancia y en hacer el amor. Aun lo recordaba, tan apuesto, con su largo cabello negro y su bata anudada floja, dejando ver su exquisito torso de seme, menos musculoso que el de Gwaine, pero varonil. Le temblaban las piernas de recordarlo como le temblaron después de la noche pasada con el, cuando después de sus gentiles, placenteros embates, fue incapaz de pararse y se le quedo abrazado, toda la noche.
Un seme perfecto, un perfecto caballero. Si antes de conocerlo en persona ya lo idolatraba, luego de ayudarlo con cierto problema vampirico lo amo. Casi no hubiera deseado la recompensa que le dio, que lo alejaba de el por los mares en los que su vida estaba.
Primer oficial de la Nereide II, hasta que el capitán Clonfert lo dejo olvidado en Bombay, de donde lo recogio el buen capitán Sibyl, hasta que fue desayunado por un pulplo mientras conducían de regreso al general Montgomery, degradado a capitán por imbécil.
A las ordenes de aquel imbécil el barco se había perdido. No quería ni imaginar regresar a Ingleterra por primera vez en su vida. No podía ni soportar la vergüenza imaginaria de decirle al Primer lord que había perdido su navio frente a una pandilla de no afeitados vikingos.
Nonono. El viaje, desde ese perspectiva, era agradable. Todavia no llegaba, su vergüenza era menos real. Desertar nunca había sido una opción, el no era un cobarde. Pero contar como perdieron el barco…
Preferiria cualquier cosa. Salvo que lo violara un pirata.
Continuara...