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Haciendo irlandesitos. por nezalxuchitl

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Notas del capitulo:

 

Táim i ngrá leat...

 

Se adentraron por el bosquecillo, la parte menos cuidada del jardín. Gwaine llevaba la maleta y con la otra mano jalaba a Domhnall, a quien hacia avanzar a paso tan vivo como cuando urgia que regresara a tiempo a su casa. Pero entonces no estaba embarazado, o no sentia sus efectos.

Jadeaba, conforme la pendiente se hacia mas inclinada y mas piedras y raíces dificultaban el camino.

Gwaine no habia tenido tiempo de estudiarlo previamente, confiaba en que en la parte rocosa que se unia con la montaña hubiera alguna salida.

Dom nunca habia ido tan lejos, y sudaba.

-¿Falta mucho? – le pregunto su amado, su verdadero marido.

-No lo se.

-¿Sabes si hay algún barranco?

La mirada angustiada de Dom le dijo todo lo que necesitaba saber. Enjugo el sudor de su rostro.

-Saldremos de aquí. – le aseguro con una sonrisa.

Intento avanzar mas lento, pero sin perder la premura que necesitaban para la huida. La pendiente se hacia mas abrupta, y al topar con una gran piedra rodada se subio en ella, viendo La furia del norte alejándose como si bailara, evadiendo el fuego de artillería.

Pudo ver que la muralla se adentraba en la montaña, como esculpida directamente en su piedra blanca, fusionándose la obra de Dios y la del hombre hasta donde Dios habia puesto escarpadas piedras erguidas, afiladas como navajas.

Trataria de hacer pasar a Dom donde la muralla terminaba, esperando que del otro lado el terreno fuera igual.

Su pobre turra, embarazada, penaba para ascender por las piedras, escalando en pedazos, como si de los acantilados de Moher se tratase. El iba detrás, empujándolo por las pompas y dispuesto a amortiguar una posible caída con su cuerpo, temiendo a cada instante que los soldados aparecieran.

Pero no, Pacino, al ver la dirección tomada, habia ordenado a los guardias de esa área retirarse, no sin antes dejar monturas y viandas para la desprevenida pareja.

Domhnall mancho la blancura de su capa con gotas de sangre de sus manos, y Gwaine las sufrio como si se las hubieran raspado del corazón. A unos veinte metros de la cima Dom se detuvo.

-Necesito descansar. – pidió jadeando, y Gwaine le lamio las manos para luego vendarselas con jirones de sus propias enaguas.

Con un gemidito, apretando los carnosos labios, Domhnall retomo la subida. La vista era gloriosa al pasar del lado oeste al este, pero no habia ni un momento que perder. Gwaine casi se carcajeo al ver que del otro lado, habia menos pendiente y el terreno se extendia en una planicie mas o menos salpicada de piedras, pero sobre todo, al ver que una patrulla habia olvidado sus cosas a punto.

-Ven amor, monta. – y lo ayudo a subir a un caballo blanco, hermoso.

De hecho, todos lo eran, monturas oficiales de la guardia de la Quinta da Noiva.

Amarro a otro detrás del de Domhnall y al cuarto detrás del suyo, cargándolo con la comida que ya estaba en las alforjas, el vino, confiando en que la falta de agua se debiera a su disponibilidad en arroyos a lo largo del camino.

Subio de un salto a la silla del caballo, apretando sus ijares con sus poderosas piernas y alejándose a galope ligero.

 

*

 

Dom se abrazaba al cuello de su caballo, recostado en el, casi dormido. Gwaine le hablaba, para despertarlo, esperando encontrar un refugio para pasar la noche, hallando las ruinas de una rica granja de los godos cuando las estrellas brillaban con todo su esplendor en el negro luminoso de la noche.

Reviso que no hubiera alimañas y en el cuartito mejor concervado le improviso un lecho con las cobijas de los guardianes, bordadas en una esquina con las iniciales QdN.

Ahí, sin mas techo que unas vigas de madera petrificada cruzando la Via Lactea se acostaron lado a lado, con los dedos entrelazados y respirando acompasadamente Dom, durmiendo tranquilo ahora que estaba con Gwaine. Gwaine, que no dejaba de mirar con amor su piel blanca, iridiscente a la luz de las estrellas, que resbalaba por sus pestañas, pegadas casi en lo alto de los pomulos.

Lo habia amado tanto como no imagino que una persona pudiera hacerlo a lo largo de una vida, y eso, habia sido antes de creerlo perdido. Recuperarlo iba mas alla de una bendición, de una gracia celestial. Mirarlo, como habia deseado, suyo, sin que nadie se lo impidiese. Mirarlo, hasta que las noches se acabasen y la noche eterna del tiempo los acogiese, llevando su amor a otro plano.

Mirarlo, siempre mirarlo.

Domhnall movio la nariz, antes que los labios y los parpados. Una claridad mas refulgente que la de las estrellas se abrió.

-Tengo hambre. – sonrio apenado, y el lo sento antes de llevarle frutas y pan, lo primero que se hechaba a perder.

Domhnall se comio lo que habia llevado para ambos y por primera vez se enfrento al proverbial apetito de un embarazado.

El contenido de las alforjas desaparecio y Dom, sonriente y satisfecho, se abrazo a el, besándolo por primera vez desde que se separaran, la tarde antes de su boda.

Gwaine recibió el beso, con tanta dulzura y satisfacción como Burton no aprobaría que un seme lo hiciera.

(-Is grá liom thú)

-El amor es conmigo hacia ti.

(-Táim i ngrá leat)

-Estoy en amor contigo. – respondio Dom acariciandole, despejándole, la sien y recorriendo su rostro con sus dedos hasta la barba, por entre la corta, suave barba.

-Is grá liom thú…

-Táim i ngrá leat…

Asi oraron, acariciándose los rostros, hasta que tan cerca estuvieron que los labios no pudieron distinguirse mas, unidos en una plegaria mas silente y mas antigua.

 

***

 

Retrotraigamonos en el tiempo, como el escritor de una novela troncocónica dijo, al momento en que el ataque vikingo comenzaba, mazizorros saliendo de la Furia del norte uno tras otro, como chinos en la creación.

Una turra cautiva, o, mejor dicho, olvidada desde que había sido incapaz de cumplir con su objetivo, asomaba por su ventana, el viento hechandole largos cabellos castaños sobre el rostro, sin que ni por eso quitara el gesto avinagrado, de completo desden, que lo afeaba.

Castigado por no ser capaz de seducir a una tonta de pueblo, obligado a cortar y coser pañales desde que su señora ya no requirió de sus servicios, después de la fiesta Ensueño de una noche de verano, en el que sufrio por una tela tan hermosa desperdiciada en su redonda figura.

Sus dedos estaban endurecidos por el contacto con la tela y la aguja; se había picado tantas veces que hasta había dejado de maldecir. Trabajaba como una miserable obrera, esa clase social que despuntaba en las ciudades y los astilleros. Una belleza como el, trabajando con sus manos: no tenia perdón de dios.

Pero lo hacia, porque su propia codicia lo atoraba; no era tan divertido no poder matar de envidia a las zorras con sus galas en las fiestas, pero era mejor que no tener galas en absoluto.

Coser y cortar era aburrido hasta la locura, mucho peor que tratar de peinar a cabezas de erizo mientras sus varones manos de pulpo trataban de agarrarte por detrás. La esperanza de volver a conquistar a Pacino era tan débil como la estrella Polar en medio de las nieblas de Calais, donde había crecido.

Si Pacino dejaba que lo castigaran asi, si se negaba a mostrarle su faz… ¡que se fuera a la mierda! Amantes mas dedicados encontraría; no tan ricos, no tan hábiles, pero subyugados por su mirada y no por la de una siembrapatatas.

El humo de las explosiones lejanas, traido por el viento, lo hizo toser, llamando la atención de un mazizorro tinto en sangre.

Esta le escurria por los musculos marcados; bíceps como colinas y un pecho ancho, desnudo, tatuado. En automatico le sonrio con coquetería y el vikingo, en automatico, le sonrio tan bien.

¡Por fin, un varon que reaccionaba a coqueteos normales y no a apretones de bolas!

Rubio y buenorro, por añadidura. Y había mas de donde este había salido: la enorme drakar que chicoleaba en el puerto. Habia cantidad de semes y la suma de sus feromonas, su sudor, en medio de la intensa actividad física, abrieron una glandula en su cerebro que lo hizo salivar.

Deseaba a los semes, todos esos, uno tras otro, hasta que su hambre por ellos se viera aplacada. Darse un atracon de semes como se lo daba de comida, cuando la dieta lo hacia azotarse rabioso.

Semes, ¡semes! Y sus cosas: no había aguantado tanta lengua, dedos y la polla de Pacino muy de vez en cuando para irse con las manos vacias.

El primer mazizorro, o a alguno similar, trepo a lo alto de su ventana (como haría Gwaine un rato después) y recibio un enorme atado de vestidos en plena cara, nada mas asomarse.

-Dépêchez-vous, idiot! Cela conduit au bateau et à l'arrière pour plus, rapide!

El vikingo no entendia mucho de frances, pero de señas si, y asi no se lo hubieran dicho, se habria llevado esas riquezas al barco.

Philip se apresuro a empacar todas sus cosas, pero pronto se dio cuenta de que no seria posible, por lo que con lagrimas en los ojos escogio lo que mas le gustaba, y todas las joyas, chiflandole a algun vikingo cercano cada que tenia un paquete listo para que lo llevara y finalmente, cuando le parecio que no habia manera de llevarse el espejo empotrado de mas de dos metros de ancho se lanzo a si mismo a los brazos de un vikingote.

-Allez! Bête, prends-moi avec vous.

Y la bestia se lo llevo, encantado de la vida, mirandolo maldecir y gesticular tan animadamente en direccion al castillo, pillando algo de una turra machorra, sus cosas y el sobrino procastinador.

 

Continuara...

 

Notas finales:

Las amo! aunque no tanto como a mis botas nuevas ;)

Slán!


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