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Haciendo irlandesitos. por nezalxuchitl

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El hombre alto, barbudo, hombrudo, atraveso el arco mudejar de la juderia, saludo a los guardias que perezosamente mataban el tiempo recargados en el muro blanco, encalado, desteñido, y escupiendo sobre su hombro izquierdo para alejar la mala suerte emprendio el camino abajo, empedrado.

Avanzo por las callesitas cristianas del pueblo, entre paredes blancas y tejas rojizas. Sus compañeros lo esperaban en las afueras, en las fuentes de la puerta.

Con recelo, vio como hablaban con unos sospechosos desconocidos, que luego se alejaron.

-¡Trofida! – lo saludo Helder.

-¿Que querian esos emplumados?

-Lo mismo que los otros. – le contesto entre escupidas el Desagradable.

-Preguntaban si habiamos visto a sus parientes – le dijo con un guiño Fradique - ; una turra rubia o pelirroja muy embarazada y su acompañante, un seme de cabello castaño.

-Pues a pelar ojo – respondio Trofida – a ver si los vemos. ¿Ya subio la recompensa?

-Sonaban una bolsa del mismo tamaño.

-Ojo aguila, compañeros – dijo, disparando con el pulgar un ducado veneciano de oro a cada uno de sus seis compañeros.

-¿Solo esto? – dijo el Desagradable.

-Si quieres mas, trajina con las nalgas tambien.

-¿Que habran hecho? – pregunto Helder, refiriendose a la pareja tan buscada.

-Quemaron las Navas de Tolosa, o por ahi. – Trofida se hecho al hombro su saco, vacio.

Los siete hombres rodearon la carreta cargada de hortalizas que arribaba por la Puerta de las fuentes y emprendieron el camino a la serrania, es decir, a lo mas alto de la serrania, pues el castelo da Vide ya se emplazaba en lo alto de una dorsal rocosa tan tipica de la zona.

-Guadalquivir, ¿crees que llueva?

-Lumbre, para quemar a lo pecaores. – contesto el mas moreno del grupo.

El sol de la tarde se hacia pesado sobre sus cabezas. Habian caminado toda la noche, llevando a cuestas pesados fardos a pesar del peligro de la luna. Guardias de uno y otro bando, salteadores, otros traficantes, rapiñeros de su propio oficio, eran algunos de los peligros a los que se enfrentaban. Barrancos, deslaves y lluvias torrenciales eran parte de su vida. Todos habian nacido, o crecido, en paisajes semejantes; bajo un calor mas ardiente, el Guadalquivir.

Montañas abruptas en las que castaños y grises se combinaban con un poco de verde eran para ellos el mas acogedor de los paisajes, el que sentian suyo, con cada fibra de su ser.

Los contrabandistas se dirigian a un bien merecido descanso en su casa, situada en lo alto del monte Meada. Todavia estaban lejos cuando divisaron caballos, estacionados ahi. Y no cualquier clase de caballos: perfectas, blancas monturas de la Quinta da Noiva.

-Pero que culo... – mascullo el Desagradable.

-Guadalquivir, ¿cuantos ves? – pregunto Trofida, a quien ya le comenzaba a pesar la edad.

-Dos.

-¿Crees que haya mas? – pregunto Helder, con Bastiao abrazandosele.

-¿Porque molestarse en ocultar unos y dejar dos en la puerta?

-Esa marimacha es mas retorcida que el diablo. – se santiguo Trofida – Eduarte, Bastiao – eran los mas jovenes – aproximense por detras.

-Voy con ellos. – dijo Helder.

”Como quieras”, volteo los ojos en blanco Trofida.

El Desagradable, Fradique, el Guadalquivir y el mismo siguieron derecho. Cuando ya estaban tan cerca como para que los caballos los vieran Fradique y el Desagradable se escurrieron para llegar por la curtiduria.

-¿Que vamo a cé con esos marranos? – le pregunto el Guadalquivir.

”Matarlos”, le hubiera gustado contestar a Trofida, pero una pequeña banda de contrabandistas no podia hecharse encima al enorme poder residente en la Quinta da Noiva.

-Ver que quieren. – contesto – Metiendo las narices en nuestros asuntos.

-Solo son dos. – informo Eduarte, veloz con la ligereza de sus jovenes piernas – La pelirroja y el seme.

-Mira que suerte, pescaremos a unos marranos de la Quinta y nos pagaran por ello. Apresemolos; Eduarte, Fradique – le hizo señas a su compañero a lo lejos.

El delicioso aroma de la comida los hizo relamerse mientas se pocisionaban, para entrar todos a la vez. Esos marranos de la Quinta iban armados hasta los dientes, y no eran tontos.

Entraron todos a la vez, Trofida y el Guadalquivir asegurando al seme, el mas peligroso, mientras que los otros aseguraban las entradas y se aseguraban de que no hubiera nadie mas. Helder era el que mas cerca estaba de la turra, y estaba maravillandose ante la pequeña cabecita que protegia en su seno cuando esta le mostro los dientes con un gruñido tan amenazador que se hecho atras.

Domhnall estaba con el corazon tan acelerado que las heridas le sangraron: un eco sordo de peligro atronaba sus oidos; su bebe, Gwaine. Estaba dispuesto a defenderlos ferozmente y asi lo noto Trofida, que habia visto a turras de lince degollar con los dientes a osos cuando recien habian parido.

-¿Que hacen unos marranos de Quinta da Noiva como ustedes aqui? – pregunto Trofida a Gwaine, rasurandole un par de barbas con el cuchillazo.

-No somos de la Quinta. Huimos de ahi. – contesto Gwaine.

Trofida bajo el cuchillo y lo giro para encararlo.

-¿Desertores?

-No exactamente.

-No me digas que le birlaste una novia a la madrina. – señalo con la mirada a Dom.

-No exactamente.

-¿Quieres ser mas claro? – alzo el cuchillo con una sonrisa Trofida.

-A su esposa. Le birle a su esposa, que en realidad es mi esposa.

Trofida sonrio y le palmeo el hombro.

-Vamos muchacho, no puede ser asi. Si le hubieras asaltado el haren estaria buscando tu cadaver hasta la Inquisicion, y no unos bichos raros disfrazados de doctores por los caminos y los pueblos.

Gwaine se alarmo. Dom, que no entendia casi el idioma, se alarmo por reflejo.

-¿Nos buscan?

-Tendran que modificar la descripcion ahora que el ha parido.

-Que bueno que no nos acercamos a los pueblos. – le dijo Gwaine a Dom. Y luego a los otros, en portugues chapurreado – Lamento lo de la casa – señalo el desastre en el borde del lecho – la limpiare.

-No hay problema – le resto importancia Trofida, todavia con el cuchillo en la mano –. El Desagradable la deja peor cuando se vomita, y no limpia. Por cierto, ¿donde esta? – pregunto a sus compañeros.

Eduarte se asomo.

-Metiendo sus desagradables manos en la olla del puchero.

-¡Oye! – reclamo Gwaine.

-Es un cerdo. – se disculpo Trofida - ¿Como esta tu esposa? ¿Esta bien? ¿Ya le paro el sangrado?

Dom se erizo cuando Trofida intento acercarse.

-Esta bien mi amor. – se acerco Gwaine – Son amigos. – Dom no sabia como podia asegurarlo tan pronto - ¿Estas sangrando?

Dom se toco, con lo que una bellisima, ensangrentada pierna, se mostro hasta arriba, haciendo a los contrabandistas jalar aire.

-Un poco. – se extraño Dom, que antes del susto se sentia muy bien.

-¿Como esta el bebe? – pregunto Trofida.

-¡Es una hermosa turrita! – exclamo Helder, a quien encantaban los niños.

-Es muy bonita, como la mama – halago Trofida -. No me digas que la hiciste parir aqui, en el monte.

-Pues si.

-¡Culo, tio! Pero si parece una princesa, o algo asi.

Eduarte y Fradique estaban de acuerdo: las princesas no parian en los montes.

-¿Como esta eso de que se la robaste al padrino?

-¿Pacino? – pregunto Dom, encantandolos con su voz.

O tal vez fueran las feromonas del bebe, tan intensas como la belleza de sus padres.

-Si, bueno... – se rasco la magnifica cabellera Gwaine – Me fui con los vikingos a incursionar a los piratas y...

-¿Estabas con los vikingos locos que asaltaron la Quinta?!

-Por mi los vikingos locos asaltaron la Quinta.

-Te estas tirando un farol... – lo vio como dudando si quitarle el respeto Trofida.

-Domhnall es mi esposa, solo que antes de mi boda me fui a hacer fortuna con los vikingos y, bueno, su papa la caso. Vine a recuperarlo y los vikingos me ayudaron.

Los contrabandistas lo veian con mucho excepticismo.

-Pacino no es de los que se casan.

-Lo de los vikingos fue hace un par de semanas, ¿me vas a decir que has traido como cabra montes a un preñado de ocho meses?

-El quiso andar por el monte, y tuvo razon.

-Mire su pie, jefe – Eduarte lo veia, y lo amaba.

-Tienes razon. ¡Pobre turra! Helder, tu que tienes muchas hermanas examinala...

-¿Y el porque? – dijo el Desagradable, con la boca llena – Yo tambien me la quiero mamasiar.

 

***

El viaje de los irlandeses estaba por terminar. Los vikingos lamentaban la perdida de un navegante y celebraban la de un cocinero; oficio por demas extraño puesto que, cualquier escandinavo que se precie, sabe hacer puchero de lo que haya.

Brian extrañaba a su hermana, a Will, penaba romanticamente por ambos, creyendolos, como todos a bordo, juntos.

Ademas de padecerlos, el irlandesito provocaba suspiros. Philip se habia enamorado de el, quiza mas de el que de el amor: un niño tierno, dulce, inocente. Por primera vez aquellas palabras no le parecian ñoñerias despreciables ni quien las ostentaba un estupido o campesino.

Se habia inclinado sobre el, mientras limpiaba sus armas (el mar oxidaba un monton) y le habia robado un beso, su primer beso. Su unico beso, el unico que tendria con el, le quedo claro al ver como se hechaba para atras como tocado por un aspid.

Y eso que ni siquiera sabia lo malo que habia sido con su hermano; su rechazo venia solo de haberlo visto disfrutar su atracon de carne. Probablemente lo consideraba la encarnacion de la lujuria, un demonio, pura tentacion... y, por primera vez, no le gusto serlo a los ojos de alguien.

Se conformaba con Bjorn, imaginando que asi seria un poco Brian cuando creciera.

-¿Te iras con ellos? – le pregunto el coqueto de Burton, la tarde que olfatearon la costa de Irlanda.

-No lo se. Bjorn insiste en casarse y no quiero ser una campesina alla en el norte.

-Una futura jarlesa.

-Una campesina, que es lo que son todas las vikingas.

-¿Sabe? Yo tengo una elegante residencia en Innishmore...

-Que sera convertida en teatro. – llego a interponerse entre ellos Wilde - ¿o no querido?

-Y restaurant; los mas suaves crossaints antes de las mas ingeniosas lineas.

Una probadita tanto de lo uno como de lo otro habia tirado dos muelas a Olsen y hecho dormir a los vikingos como no lo hacian desde que eran bebes.

Philip sonrio; la turra fea esa tenia una suerte que no se merecia de estar con ese seme bastante apuesto a pesar del peso y de la edad. Un marido ideal, de hecho, al menos en estampa, y en dineros.

-Tendre que probarlos, señor. Me encantaria probar su baguette y visitarlo en su deliciosa residencia de Innishmore.

Tenia a Burton babeando, en su punto, y a Wilde rabiando, en su punto. Era hora de hacer una mejor salida que la que ese escritorzuelo podria escribir.

-Si me disculpan...

Burton iba a ofrecerse a acompañarlo pero un pisoton de Wilde lo disuadio. Le hervia la sangre, y mas cuando la zorra volteo a confirmar que su seme seguia con cara de idiota antes de desaparecer bajo cubierta.

Un segundo pisoton hizo a Burton protestar.

-¿¡Que diablos le ves a esa zorra?! ¡Te pones mas idiota con ella que con la inglesa!

-Es que esta es mas bonita. – esquivo el pisoton con un salto agil para su edad y corpulencia – Oscar...

-Si no me respetas esto no va a funcionar, Richard.

-Tampoco va a funcionar si no concervamos nuestra reputuacion.

-Pero no con una tan re puta.

Burton rio, a su pesar.

-Esa es buena.

-Si, lastima que no pueda ponerla en una obra.

-¿Porque no? – lo miro soñador, tratando de agarrarlo por la cintura.

-Porque no, y nunca va a cambiar.

-Cariño, si tengo que soportar serte infiel con otras, ¿no podrian al menos ser hermosas?

-Esa tambien es buena – lo miro asombrado Wilde – Pero no en la vida real. – le corto la inspiracion con una sonrisa bitch.

-No me molestaria verte con hermosas turras. – actuo con inocencia.

-Ya lo creo que no – bufo Wilde.

-Ni creo que a ti te molestaria tampoco. – lo reconvino con tonito – Ahora que eres rico, tambien podras pagar hermosas amantes.

-Pero no ese intento de zorra francesa.

-De acuerdo. ¿Alguna otra excepcion?

-No la Sybil. – dijo refiriendose a una famosa acturra- No la soporto.

 

Continuara...

Notas finales:

No podia dejar de meter contrabandistas luego de leer El enamorado de la osa mayor.

Slàn!


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