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Huellitas - Haikyuu - Oikawa por Sickactress

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Notas del capitulo:

Y con ustedes, la "segunda" parte. Gracias por leer ♥

Recordar los días que pasaron juntos era indescriptible, le apetecían enigmáticos, como estrellas fugaces en el cielo nocturno. Cuando apenas conoció a Iwaizumi, su felpuda pelotita de juguete con orejitas de gato, estaba seguro de que no podría vivir tres días sin él. Pero ahora… viviría un largo tiempo sin él. Y siendo uno contra el mundo, otra vez, ¿qué tenía que perder? Nada. Sin embargo, a diferencia de su primera experiencia con la decepción, ahora Oikawa podía decir que este estilo de vida, el que llevaría a partir de mañana, sería insano. Sin Iwaizumi, lo único que le quedaba era ignorar todos esos bellos colores que ahora… ya no tenían sentido disfrutar.

 

“Adiós pálidas madrugadas azules, cuando los crujidos de unas garritas por encima de la corteza ya no estén ahí para despertarlo, porque nadie necesitará abandonar su acogedora cama para volver a su hogar, antes de la salida del sol. Ahora… viviría abandonado por un tiempo indefinido, eso hasta que el destino les conceda el beneficio de volver a encontrarse en otra vida… tal vez”

 

 

De pronto, una desgarradora zarpada osó con desfigurar su adorable rostro de cachorro. Oikawa salió de su ensimismamiento, sumido en la extrema depresión y a mitad de su reconciliación con el pesimismo, encontrándose con un par de ojos esmeraldas, los más opacos y preciosos que ha visto en su corta vida. Odiarlo por unos cuantos rasguños, le rompería el corazón. Esa noche, un 18 de julio, unos colmillos tiraron de la piel flácida de su cuello, como una madre lo haría por sus cachorros, intentando arrastrar su regordete cuerpo a su camita. Oikawa, obediente, se levantó de la rejilla y avanzó al ras de sus pisadas; Iwaizumi no lo soltó hasta devolverlo a su almohada.

 

¿Podríamos acostarnos y… dormir igual que ayer? – suplicó Oikawa, antes de que Iwaizumi se decidiera por regresar a su lado de la vitrina. Sin que se le fuera dirigido la palabra, Iwaizumi fue a acurrucarse a su lado, ésta vez, ofreciendo su pancita a la cabeza de Oikawa, envolviendo sus penas con sus ronroneos y acariciando su cabeza. A la mañana siguiente, el minino desapareció.

 

El 19 de julio pasó insufrible y lento, Oikawa apenas pudo soportarlo. Sentado en el lado de su vitrina, relamiendo el vidrio a pesar de sus constantes nauseas debido a la ausencia, advirtió la llegada de un muchacho alto con el cabello alborotado y cejas pobladas. Yamaguchi, tan gentil como siempre, le entregó la transportadora donde yacía su mejor amigo, con un moño de regalo en la parte superior. Su acompañante, un simpático sujeto de cabello rosa, disfrutó su estancia recorriendo los alrededores de la tienda de mascota. Oikawa dejó las relamidas cuando éste se inclinó a verle de frente, con una sonrisa socarrona en los labios y una expresión que denotaba su gran sentido del humor. Lo cerca que estuvo de vociferar ladridos en su enigmático atractivo…

 

Yamaguchi, víctima de una de sus mordidas esa misma mañana, anticipó, con respetable uso de la palabra, que lo mejor sería dejarlo solo o tendría el mismo destino. El peli rosa, sin intenciones de hacerse a un lado, se apartó sólo cuando el muchacho de cabellos alborotados palpó uno de sus hombros y lo enderezó con dominio y gentileza. Entonces… como si sus propias palabras del día de ayer hubiesen sembrado el onceavo mandamiento, Oikawa fue obligado a contemplar el momento en que el alegre muchacho peli rosa, vio con fascinación a dos hámsters en la vitrina de enfrente. El imprudente recibió feroces mordiditas del hámster de lazo rosa, cuando pretendió coger a su mejor amigo de orejitas negras. Oikawa quedó impresionado ante aquella impetuosa demostración de valentía. Lo envidiable de esto, es que a pesar de las minúsculas heridas en la mano del agredido, el contentado muchacho de cabellos “algodón de azúcar” aceptó comprarlos a ambos.

 

– ¡P-pero… tus manos…! – balbuceó Yamaguchi, pero al ver la firme sonrisa de su acompañante, el muchacho de cabellos alborotados y cejas pobladas, supuso que la decisión ya fue tomada y que, conociendo las peculiaridades de su amante peli rosa, no existía cabida alguna para volver atrás. Los arrepentimientos estaban fuera de lugar – De acuerdo, son… todos tuyos – sonrió.

 

En lo que Yamaguchi curó las heridas del alegre muchacho, mientras Tsukkishima empaquetaba los hámsters para llevar, Oikawa recapacitó y volvió a ver los colores del día y escuchar las voces a su alrededor, influenciado por la aguerrida actitud de Hanamaki por preservar lo único que era sano para él ¡Claro que no iría a ningún lado sin él y viceversa! Matsukawa era la única fuerza de gravedad que podía aplacar, con sensibilidad y paciencia, sus atómicos sentimientos y explosivos impulsos que, muy de vez en cuando, escondía apaciblemente tras una insolente sonrisa.

 

La transportadora de Iwaizumi aún seguía encima del mostrador, al lado del teléfono y delante del cuidador de reptiles ¿Aún tendría oportunidad para cambiar lo que había hecho? El temor de no poder afrontar estar separado de sus amigos lo carcomía lentamente desde adentro, con certeza apremió que debía levantar el trasero y despedir un ladrido. Sin embargo, Oikawa, de pronto anonadado por la falta de sus facultades físicas, afectadas por la incertidumbre de sus anteriores pensamientos, sólo atinó a ponerse en sus cuatro patitas en el preciso instante en que el sonido de la campanilla se extendió por toda la sala y, ésta, silenció su débil ladrido.

 

Tras la despedida de Iwaizumi, Oikawa perdió el júbilo.

 

Era una cálida noche en la prefectura de Miyagi, cuando un tierno cachorrito escapó despavorido de un establecimiento. Su único crimen: amar desmesuradamente a su familia. Con sus cortitas patitas y su regordeta pancita rozando el pavimento, Oikawa corrió en una imprecisa dirección, provocando que los transeúntes impactaran de hombros contra el adolescente asistente de la tienda de mascotas. Su único crimen: dar en adopción a su mejor amigo gatuno… su familia 

 

 

Llegó la noche de 20 de Julio, y la personificación de la divinidad volvió a presentarse en la tienda de mascotas. Ésta vez los asistentes del establecimiento la recibieron sin hámsters excitados, sin gatitos escuálidos y sin albinos pitones de ojos rubí. Sólo eran Yamaguchi, Tsukkishima, el resto del personal y… un bravo cachorro de pelea. La exuberante mujer se inclinó a verlo y con temor reflejado en su tono de voz, debido a la bestial rudeza con que el regalo de su hermano menor la estudió, suplicó porque apuraran el paso ya que se había tardado muchísimo en venir por él.

 

– Eh… Yamaguchi ¿cierto? – consultó al sujeto alto y rubio. Tenía entendido que eran amigos de su hermano menor, pero el muy estúpido no le había concedido ni una fotografía de ellos para identificarlos – ¿En serio es ése el tierno cachorrito que mi hermano escogió para su novio?

 

– Mi nombre es Tsukkishima – respondió a regañadientes, extendiéndole a la preciosa mujer de piel tersa como la porcelana, un formulario de adopción para rellenar – No lo sé y no me interesa

 

– ¡Tsukki! – pidió Yamaguchi, esperando que fuera un poco más amable, cuando, de pronto, en su distracción, el cachorro volvió a morder por encima de sus vendajes y salió despedido a pegar contra el suelo. De entre los dos, adoloridos en extremo, sólo uno logró salir antes de la prisión.

 

Pálido porque algo fuera a sucederle a su pequeño labrador, Yamaguchi alarmó a Tsukkishima cuando abandonó la tienda de mascotas y fue tras el cachorro. Las heridas en sus brazos palpitaron de dolor y el esmerado vendaje con el que Tsukkishima lo protegió, comenzó a teñirse de rojo mientras hacía a un lado el estorbo de personas que entorpecía la persecución. Yamaguchi no siempre era ofensivo, pero, siendo francos, anheló tener la osadía de enviar al cuerno a todos los que ignoraron sus suplicas por detener a ese pequeño bebé. A penas y podía verlo, esquivando y tropezando en la pisadas de la multitud. Lo creía perdido, cuando, de pronto… un escalofrío subió por su espina dorsal, y los aullidos de un pequeño cachorro extinguieron la radiante luz de una motocicleta vespa, segundos después de que la avenida fuera sacudida por los rechinidos de sus neumáticos. Yamaguchi… se esperó lo peor.

 

Iwa…chan… – Oikawa jadeó lamentos caninos, respirando con dificultad por el punzante dolor en su pata trasera de la derecha. Intentar cruzar la calle, le llevó a pegar su lengüita al pavimento

 

– Oh no, no… no puede ser… – gimoteó un misterioso muchacho, desprendiéndose el casco de su cabeza en lo que descendía de su motocicleta para atender a la criatura – ¿Qué fue lo que hice…?

 

Con el corazón exaltado, Yamaguchi se encaminó al núcleo del acontecimiento, abriéndose paso entre una reducida aglomeración de personas que, para su pésimo humor, debieron conseguir un poderoso elixir para su incurable sordera. Tan propio de la menudencia de la humanidad, pensó el peliverde, con profundo resentimiento. “Las cenizas de la insatisfacción se mantendrán encendidas en las mentes de los espectadores, si el suicida renuncia a brincar del edificio”: que ellos se hubiesen acumulado para admirar un accidente que pudo haberse evitado, le hizo enfurecer en serio.

 

El desconocido apenas hubo rozado el pavimento cuando dejó rebotar el casco en la acerca, tras ser tirado por el cuello de su chaqueta cuando se disponía a examinar la gravedad de los daños cometidos por su propia mano. Bajo la luz de un farol, retorciéndose del punzante dolor, yacía un herido cachorrito sobre el macizo hormigón de la autopista. Sus lamentos caninos perdían acento, y su patita derecha trasera se encontraba en una dolorosa posición difícil de apreciar.

 

Cegado por los impulsos de la rabia y la impotencia, como si la eterna amabilidad de Yamaguchi se hubiera consumido en el primer instante en que escuchó el rechinido de los neumáticos de esa motocicleta, el peli verde frunció un puño apuntando hacia el cielo nocturno, previo a sestar toda su furia en el rostro del individuo que arroyó a su protegido…; frenando a mitad del camino, cuando ambos desconcertados jóvenes reconocieron sus rostros, iluminados a las luces de los faroles.

 

– Yamaguchi – nombró el alto muchacho de ojos chocolates, mientras la suavidad de su cabellera era acariciada por el viento; como si la naturaleza admirara lo guapo que era – Calma… – susurró.

 

El pecoso reconoció a uno de sus amigos más cercanos y, sin embargo, su rabiada mirada no daba esperanzas de que pudiera tranquilizarse. Él no era el benevolente muchacho de siempre, en ese momento. En un amical intento por amenizar el estado efusivo de Yamaguchi, el cual tenía un nivel de complejidad para que pudiera ser estimulado, el individuo extendió el brazo por encima de sus cabeza y envolvió el puño de su gentil atacante con su entibiaba y firme mano. Esa muestra de afecto disolvió su enfado, y Yamaguchi cedió y comenzó a hiperventilarse; siendo acogido por unas palmeadas en su espalda que le ayudaron a recuperar el desperdiciado aire de sus pulmones.

 

El tembloroso cachorro, ligeramente aturdido por un intolerante dolor en su patita lesionada, hizo su último esfuerzo por soportarse en sus cuatro patitas y continuar con su ferviente escape. Al otro lado de la calle, Oikawa podía jurarlo, Iwaizumi yacía envuelto en una manta de color del cielo, dormido. Entones sintió flotar por los aires al ser recogido por un par de enormes manos.

 

– ¿Qué fue lo que… sucedió? – Preguntó el castaño de rostro perfecto, acurrucando al cachorro en sus reconfortantes brazos. El tono de su voz, con el que se dirigió su agitado amigo peli verde, no mostró indicios de querer culpar a alguien en particular – ¿Yamaguchi? – sonó autoritario.

 

– ¡¡Hermano!! – advirtió la preciosa mujer, con lágrimas empañando su mirada. Su estruendosa pero delgada voz sacudió los hombros de Yamaguchi y corría tan rápido como sus altos tacones se lo permitían, escoltada por Tsukishima – ¡¡No pierdas el tiempo!! – Vociferó, tan efusiva como una madre que detesta ver reaccionar muy lentos a sus hijos – ¡¡Es tu regalo de cumpleaños!!

 

La capacitación de Tsukishima para ejercer como un cuidador de reptiles, fue concedido por su maestro predilecto de la universidad en la que pronto iba a graduarse. Administrando toda una  cadena de veterinarias con el apoyo profesional de sus selectos alumnos en varios puntos de la ciudad, no fue difícil para Tsukishima llevarlos a uno de los establecimientos en poco tiempo. Lo difícil fue tolerar el bullicio de la preciosa doncella que los escoltaba y de su hermano. La amena plática de un amistoso reencuentro de amigos quedó en segundo plano cuando los bramidos de la hermana mayor del “atropellador de cachorros”, como ella le hubo apodado por hoy, retumbó peligrosamente en sus tímpanos. Yamaguchi cubría los oídos del cachorro mientras golpeaba su frente contra el cristal de la ventana: ambos actuaban muy nerviosos y fruncían los dientes.  

  

– ¡Ya estamos en camino ¿puedes dejar de molestarme a mí y a mis amigos?! – bramó el castaño, quien conducía la motocicleta al ras del taxi donde iban sus amigos – ¡Ya no tenemos 17 años!

 

– ¡No te desquites con ella, tú tienes la culpa! – Intervino Tsukishima, aborrecido de escuchar el griterío de los hermanos – ¡A tu edad, no me sorprende que aún dependas de tu hermana!

 

– ¡Oye, oye…! a ver aclaremos algo – apisonó el atractivo muchacho, sobre algo que acababa de incomodarle enserio – ¿Tienes idea de lo mal que se oye que tus amigos digan “tu hermana”?

 

La discusión de ambos muchachos se extendió en lo que llegaron a la veterinaria más cercana e ingresaron a la sala de espera. Yamaguchi arropó al cachorro con infinito afecto, lamentando el dolor que su frágil cuerpo debía estar sufriendo. Oikawa, por otro lado, reavivado por el último propósito de su lacerado espíritu, siguió contorneándose con la agresividad de quien desprecia a su propio padre y tiene motivos para hacerlo… aunque en el fondo lo amaba inmensamente y agradecía la calidez de sus brazos. Cuando el médico veterinario percibió que su establecimiento estaba invadido por revoltosos universitarios, apresuró a atender al adormecido cachorro.

 

– Su columna está muy bien, sólo recibió una dura embestida – apremió el doctor, tan calmo y seguro como suelen verse todos los doctores. Los hermanos se preguntaron ¿”sólo una dura embestida”? – Será algo tan simple como sujetar su pata a una varilla, no necesitará un yeso.

 

Para estudiantes practicantes como Tsukishima y Yamaguchi, era común escuchar diagnósticos que podrían ser muy insensibles para algunas personas. De los labios del doctor veterinario, las palabras más crudas que Oikawa nunca había escuchado fueron expuestas de una manera muy sencilla, como si estuvieran hablando de juguetes para morder o croquetas para perro… y no de su espina dorsal… sea lo que fuese. Se suponga que el mundo de las mascotas sea una diversión; había aprendido eso de la forma más dura, pero sabía que para eso existían también. Amaban a las personas y jugaban con ellas… no debían ser arrolladas. Fue un alivio escuchar que no había sufrido graves daños; Yamaguchi se había estremecido de los nervios en todo el recorrido.

 

– ¡¡Ayuda!! – Los gritos de auxilio de un muchacho irrumpiendo en la sala de espera, exaltó de sobremanera al castaño; mientras oían sus apresurados pasos avecinándose por el corredor.

 

En medio del silencio, mientras el veterinario realizaba la operación del vendaje, un impaciente muchacho de profundos ojos verdes y piel trigueña penetró en la sala veterinaria cargando a un arropado gatito de color negro, alegando que el pequeño se había negado a comer y beber todo lo que le hubo dado, y que ahora no conseguía despertarlo. En efecto, el minino lucía muerto en vida; y el afligido muchacho estaba de pie frente a todos los presentes, al borde del llanto. En el preciso instante en que Tsukishima pudo reconocerlo, el guapo castaño de ojos color chocolate se le adelantó a cualquiera que estuviera a punto de susurrarle algún saludo y su activa presencia pareció aminorar la inquietud del adolescente. De pronto esos encogidos hombros y fruncidos brazos dejaron de temblar y ambos permanecieron silenciosos y ruborizados. Eran ellos…

 

– ¿T-Tooru…? – balbuceó el muchacho de piel acaramelada, tan apetecible para el castaño como si de una paleta cubierto de miel se tratara. Ahí estaban, dos enamorados empedernidos.  

 

– Iwachan – correspondió Tooru, con extrema suavidad y alivio. Y como ya se le había hecho una costumbre, repitió en su mente un “Sabes que me gusta conversar contigo, entre otras cosas…”

 

Cuando la débil voz de Tooru acarició la distancia entre las mascotas, Oikawa se inmutó al oír el nombre de su mejor amigo. Ya había olvidado las incontables visiones y voces lejanas, pero aún se cuestionaba a sí mismo si se encontraba en el cruel mundo de los espejismos. Con inmenso dolor en su patita dislocada, Oikawa rehuyó inesperadamente de las atenciones del veterinario; quien volvió a sujetarlo con dominancia, a regresarlo en la posición de antes. Yamaguchi acarició su cabecita y ésta vez el cachorro la aceptó con una lamida en su ensangrentado vendaje… pero seguridad no era lo que necesitaba, lo que buscaba era certeza, y nadie en esta habitación tenía intenciones de concederle el beneficio de mover su propio cuerpo a conveniencia. Oikawa aulló.

 

¡Iwachan…! ¡Iwachan, ¿eres tú?! – nombrar su nombre era doloroso. A estas alturas, le temía a la decepción más que a nada en este mundo; pero con certeza podía presumir sobre su corta vida y decir que, a raíz de no haber arriesgado y regresar con su preciada camada, no intentarlo lo llevaría al arrepentimiento – ¡¡¡Iwachan!!! – bramó, adolorido por la impetuosidad con la que asían su patita a esa tablilla. Yamaguchi volvió a acariciar su cabecita… pero ésta vez lo rechazó.

 

– Resiste, sólo dolerá un poco más y después te sentirás mucho mejor – prometió Yamaguchi.

 

El gatito, consumido por una malsana depresión, abrió los ojos sorprendiéndolos a todos con el encendido esmeralda que contrastaba con su negro pelaje; creyendo haber escuchado la voz de su mejor amigo, por encima de las espesas nubes grises que ensombrecían su visón. Oikawa vino por él, a rescatarlo de un profundo desmayo. ¿Era él…? En un acto deliberado por escapar hacia el origen de esos aullidos, Iwaizumi endureció los músculos de sus patitas y, tras un mal impulso, despegó de los brazos de su dueño y cayó al vacío. Los sonoros suspiros de quienes presenciaron la escena impacientaron al cachorro, y una electrizante energía sofocó su pequeño y regordete cuerpo. La tensión podía costarse con un cuchillo mientras el minino amenazaba con golpear el suelo. Entonces… un seco golpe esparció un escalofriante crujido que rebotó en las paredes.

 

No se suponga que te haga sonreír los besos negros que te da la vida, pero Oikawa, después de lo que para él fue una eternidad, agitó la colita a pesar del insufrible dolor. En las manos nobles de ese tal Tooru yacía un gatito saludable; pero en el suelo, el cachorro se retorcía a causa de una fractura en su patita lesionada. Mortalmente asustado, Yamaguchi se inclinó a levantarlo del suelo. Sí, esas eran las manos de su cuidador, las que le daban un viaje alrededor del universo en su mente. Iwaizumi, el humano, corrió despavorido hacia la mesa de atención; el cachorro seguía moviendo muy afanadamente la cola, buscando tirar de los bigotes de su pequeño gatito.

 

– Tooru, acerca el gatito al cachorro – ordenó Iwaizumi ¿Dónde estaba el “por favor”? Tooru no pretendió discutir sobre eso… o de lo contrario su Iwachan se reprimiría de hacer eso con él.

 

Tooru, obediente, acercó al pequeño gatito al hociquito del cachorro. Y casi de inmediato, en lo que la distancia se iba acortando entre las dos mascotas, Iwaizumi extendió las patitas y se aferró a su almohada favorita, la única con la que podría dormir el resto de su vida. Oikawa recibió más mordidas que lamidas. Su cabeza fue abrazada por diminutas garritas y filosos colmillitos; luego su linda trufa e cachorro comenzó a doler por las lamidas de Iwaizumi con su rasposa lengüita. Ahí estaban, delante de todos, dos pequeños amigos deseándose lo mejor el uno para el otro y suplicando no separarse nunca más: Iwaizumi quejándose con Oikawa por haberlo abandonado, y Oikawa prometiéndole no dejarse llevar por su pesimismo otra vez. Era incierto, pero bastaba.

 

Oikawa, decidido a darle una vida mejor, como si un pequeño bebé como él pudiera abastecerle de todo lo que necesitara ese gatito, puso en acción la estrategia de Hanamaki cuando defendió a Matsukawa en la tienda de mascotas. Pero al ver sus mordidas impetuosas en el antebrazo de Yamaguchi, odió ser la personificación de la empatía y odió el día en que comenzó a amarlo con locura… Oikawa desistió, pero no perdería de vista a su Iwachan. El veterinario, aborrecido por el constante movimiento del cachorro que delimitaba su forma de trabajar, terminó sedándolo en lo que dejaban de jugar. Oikawa sintió un pinchazo, y lo último que vio detrás de esa nube de diferentes tonalidades grises, fue el rostro de Iwaizumi y, por desgracia, a Tsukishima.

 

Aún era de noche cuando Oikawa despertó. A su lado, sintiéndose el cachorro más afortunado del mundo, yacía recostado Iwaizumi, con esas preciosas orejitas puntiagudas y el fruncir de su ceño al dormir. De sólo verlo le entró un hambre voraz, y al parecer no era el único con el mismo efecto. El Iwaizumi de su dueño tenía en la palma de su mano a ese gigantón que también llevaba su nombre. Oikawa no sabía si sentir lastima por él, pero debía admitir que la forma acaramelada con la que se le insinuaba su Iwaizumi, sólo estando a solas con él, le inquietaba demasiado ¿Es porque era un simple perrito? ¡Estaba celoso, también quería que su Iwaizumi hiciera ese tipo de cosas con él! Oikawa comenzó a mover la colita, disimulando su envidia por el idiota más suertudo de todos, en lo que sus dueños iban tomados de las manos, de camino al dormitorio.

 

Iwachan… – susurró con intenciones de despertarlo, pero se lo pensó mejor. Le dedicó un par de lamidas en los bigotes… y, tras susurrarle un “te quiero”, volvió a reposar en su camita.

 

¿Podrías callarte de una buena vez? – gruñó Iwaizumi, “intentando” conciliar el sueño. No es como si lo tuviera ligero, en realidad no estaba durmiendo en lo absoluto. Sólo había una forma de disfrutar de lleno el calor de Oikawa y eso espera despierto; lo había extrañado muchísimo.

 

– ¡Estás despierto! – Oikawa se sacudió de emoción y se oía tan inocente que Iwaizumi tuvo un ligero remordimiento por haber fingido estar dormido – Iwachan, ¿podrías decirme algo lindo?

 

– ¿Por qué tendría que decirte algo lindo…? – dijo, imitando el mismo acento de voz de Oikawa.

 

– N-nuestros dueños se dijeron cosas muy lindas y… se llaman igual a nosotros – confesó, dando a entender lo muy inquieto que se encontraba porque ellos fueran a ser tan acaramelados – Yo…

 

 

– ¿”Lindas”? ¿”Cosas muy lindas”? ¡¡Los dos son un par de pervertidos!! ¡¿Tú eres un pervertido?!

 

– ¡N-no…! no lo soy… – Oikawa se encogió en la almohadilla, muy avergonzado – Sólo… dime algo…

 

Los acaramelados comentarios de sus dueños aún erizaban su suave pelaje, por supuesto que no iba a decirle algo lindo a ese cachorro. Los universitarios eran dos enamorados empedernidos, uno extremadamente encaprichado por el otro. Si bien ahora debía acostumbrarse a ese azucarado estilo de vida... ¿cómo podría vivir después de decirle "algo lindo" a éste pequeño perrito? Aun si su pequeño corazón se derretía por esas pequeñas orejitas de cachorro y esos entristecidos y redondos ojitos chocolates, haría todo lo posible por ignorarlo ¿…o tal vez no? Luciendo tan tierno y adorable… Oikawa estaba jugando muy sucio.

 

Ugh… ¿qué podría decirte…? – Nerviosito, Iwaizumi miro a Oikawa de soslayo apreciando, en esa bonita trufa, todos los arañazos que le había dado al aferrarse de él, además de las imparables lamidas de su rasposa lengüita – Pues… t-tal vez finjo que te detesto… porque sólo así no dejas de molestarme…

 

Oh... ¡Iwachan~! – Canturreó Oikawa, enternecido, expresando su afecto a Iwaizumi, relamiendo sus fruncidos bigotitos hasta no haber logrado sonsacarle el mejor de sus zarpazos – ¡Eso duele, Iwachan!

 

¡¡Entonces quítate de encima!! – rugió Iwaizumi, amenazándolo con sus diminutas garritas.

 

– ¿Sabes, Iwachan? – Oikawa le ignoró – Algún día quisiera tener muchos cachorritos – Movió la colita.  

 

– ¿No es demasiado pronto para que pienses en eso? – Cuestionó Iwaizumi, quitándoselo de encima.

 

– No lo creo – Oikawa rodó de pancita, por la almohadilla, y quedó patas arriba; el ligero estorbo del yeso, claro, le hizo muy difícil detenerse – Yo quiero muchos, muchos cachorros… ¿puedo…?

 

– Eh… yo supongo – Una punzante sensación sacudió sus nervios y comenzó a entristecer sin ningún motivo – Pero… debes crecer primero y encontrar una pareja con quien aparearte, después.

 

 

Con el poco tiempo que convivieron en la tienda de mascotas, Iwachan sabía que muy de vez en cuando Oikawa podría ser muy desesperante e impaciente; y aún seguía sin poder hacerse una idea clara de cuánto lo era. ¿Y qué era esa extraña sensación que invadía el pequeño cuerpo de Iwachan? El gatito agitó las orejitas puntiagudas e intentó asimilar el plan de Oikawa por crecer y reproducirse, a muy temprana edad. De sólo imaginar que algún día Oikawa se convertiría en un majestuoso perro le hizo sentir muy agitado, indefenso y solitario. Era inevitable, Oikawa tarde o temprano lo abandonaría tras enamorarse de una labradora... y tendrían bebés... 

 

– Ya la he encontrado – dijo Oikawa y lo que sea que estuviese punzando el delicado y pequeño corazón de Iwachan, penetró aún más en él – Eres tú Iwachan, ¡tendremos muchos cachorritos!

 

– ¿eh…? – Iwachan se tomó unos segundos para despertar de su inútil tristeza – ¿C-cachorros conmigo, dices…? – Su corazón se llenó de euforia, y el venenoso punzón en su pecho desapareció

 

– Quiero tener cachorros con Iwachan – Oikawa logró enderezarse, pese a su patita enyesada.

 

 

 – ¡¿Estás loco?! No tendría cachorros contigo – dijo y las orejitas de Oikawa decayeron – quiero decir… soy un gato, los gatos no pueden aparearse con los perros. E-eso creo… – dijo, dudoso. 

 

 

– Para mí no es ningún impedimento – Oikawa se impulsó en su camita y se posó sobre Iwaizumi, rozando su pequeña cosita en la entrada del minino – me duele mucho la patita – Se quejó infantilmente.

 

– ¡Entonces bájate de mí, estas muy pesado! – Iwachan perdía el aire, bajo el peso del cachorro – Y ya te dije que no podría tener cachorros contigo además; así que no intentes ninguna jugada, Mierdakawa estúpido.

 

 

– ¡Iwachaaaan, eres muy cruel~! – Oikawa juraba que estaba a un penecito de romper a llorar.

 

– O-oye… ¿qué tienes… rozándome ahí atrás…? S-si sabes que no soy una hembra… ¿verdad?

 

– ¿…que no eres, qué? 

 

Notas finales:

¡¡Aquí terminó el oneshot!!

Espero que les haya gustado, de verdad mil gracias por leer. Tenía pensado compartir esto con ustedes hace mucho tiempo; en serio largo tiempo, pero por una mala administración en AY, que no me permitía ingresar o restablecer mi contraseña, no pude hacerlo ;w; 

Por cierto, casi siempre en mis oneshot me gusta agregar unos capitulos extra, como el que podrán leer a continuación, y este oneshot podría tener hasta unos tres o cuatro extras en un futuro *ya los estoy escribiendo en borrador* ; pero de por sí, este oneshot ya llegado a su final, asi que pueden saltarselos si lo desean o pasar a leerlo tambien.

Muchas gracias por leerme, si les ha gustado, agradecería que me lo hicieran saber; trato de mejorar mi escritura en todo lo que puedo y criticas constructivas o comentarios me insitarían a proseguir ♥ 

Nos leemos en otras historias!! chau chau ^w^


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