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Reencarnación por Kura-chan

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Notas del capitulo:

Segunda cuento de esta hermosa pareja.

ENJOY ♥♥

No olviden pasar por mi cuenta de wattpad, DianaJudith8

 

 

--¡Otra, otra! Por favor una más... --


--Pero vaya, no te has dormido... --


--Y no me dormiré si no me cuentas una más... por favor. –


--Claro... --


 


Era la mañana de verano y el sol se encontraba tan brillante como de costumbre, los intensos rayos se colaban de aquí a allá; por los salones de comida, parques, jardines llenos de rosas y como no, en su cansado rostro. Con pesados pasos, caminaba por la plaza principal mientras divisaba con un deje de alegría como varios niños corrían y jugueteaban des preocupadamente, mujeres caminaban de la mano con sus parejas y varios animales disfrutaban de un buen paseo con sus amos. Eso, hasta girar en la esquina donde era el local favorito de todos, los helados. –Buenos días—su voz algo sombría salió casi en un suspiro al verse maravillado con el escenario en el que se encontraba.


--Buenos días ¿En qué puedo ayudarle? – ante al llamado, solo pasaron unos segundos para que una encantadora señorita de largos cabellos castaños y algunas pecas bajo sus ojos saliera corriendo.


--Si... -- Su nuevo cliente se sonrojo levemente. –Deme las rosas más bellas que tenga. —pero no cualquier flor con ese nombre... no, de color rojo, rojo pasional como los ojos que tenía ese joven en aquel tiempo...


 


Conocido como la ciudad que nunca envejece...


Su pequeño salón de clases siempre se encontraba lleno de voces infantiles, a decir verdad sus estudiantes solo habían sido tres por un muy lago periodo. Aquellos tres niños eran toda su vida.


--¡Oye! No te acabes todo el chocolate, también déjame un poco Killua. – revoloteaba sus pequeñas manitas mientras hacia el mayor esfuerzo por alcanzar el dulce que hacía brillar su semblante.


--Lo siento, pero los dulces solo son para niños grandes. – el mencionado, Killua lo torturaba inocentemente. --Además si sigues comiendo solo dulces jamás vas a crecer. – le sacó la lengua juguetona mente.


--Eso no es justo, tú solo eres unos centímetros más alto que yo. – el infante que respondía al nombre de Gon continuaba con su interminable lucha.


--Los suficientes centímetros para burlarme de ti. – el rostro pálido de Killua empezaba a sonrojarse con suma perversión, aquel niño era solo eso ¡Un niño! Pero cuando se lo proponía era bastante cruel.


--Oh, vamos no hablemos de estatura... -- prepotente pero infinitamente torpe, el tercer niño se acercó a toda velocidad hacia sus dos amigos y sin mayor esfuerzo le arrebató la barra de chocolate de las manos de Killua. Llevándolo a la boca y devorándolo en cuestión de segundos. –Ambos son demasiados pequeños para mí. —los miró triunfal.


--¡Leorio!— tanto Gon como Killua se enfadaron y entonces tomaron su típica posición de pelea. –Eres dos años mayor que nosotros ¡eso no es nada justo! – dijo el menor, mientras su cabello oscuro se mecía levemente con el viento y su rostro algo bronceado se sonrojaba.


--Además eres un completo tonto, Riorio– continuó Killua peinando su blanca cabellera hacia atrás.


--Respétame niño...-- lo señaló con enfado –Soy Leorio ¡LE-O-RIO!—


--¿Riorio?--


Tal y como sucedía día tras día, los niños: Gon, Killua y Leorio, empezarían una nueva pelea.


--Bueno, bueno ¿Qué está sucediendo aquí? – estaban solo a un segundo de dar unos buenos golpes y su maestro de varios meses los sorprendió con las manos en la masa. Reprendiéndolos a sus espaldas, los tres infantes saltaron y se formaron sin que se los hubiera pedido.


--¡Buenos días, profesor Kurapika! – imitando la pose militar, los tres niños saludaron al unísono. Lo cual resultado gracioso para su maestro, dejó ir su pequeña molestia por verlos pelear anteriormente.


--Buenos días pequeños. – como era una costumbre, su maestro siempre se veía radiante. Con la cabellera dorada algo larga pero nunca desordenada, su piel pálida así como sus ojos marrones, brillantes, su ropa de color azul con franjas naranjas muy bien planchada así como mantenía un dulce olor a rosas. –Espero hayan hecho la tarea que les dejé. – sonreía abiertamente y apretaba un poco los libros en su pecho. –Porque si no... prepárense para el castigo. –aterradora mente continuaba con la sonrisa en sus rosados labios.


--¡Si! – todavía estatuas en sus lugares, los tres olvidaron sus diferencias de altura y se unieron por su propio bienestar.


Un día común y corriente en sus vidas estaba a punto de empezar... ¿tal vez?


--¡Muy buen día, queridos estudiantes! – con una mano en alto, su cabello rosado se asomó por el umbral de la puerta. Ignorando por completo la hora de clase y mucho más al maestro quien de solo verla ya se había enfadado.


--Directora Neón. – Kurapika hizo un gran esfuerzo por mantenerse calmado. –Le he dicho que no me interrum... --


--¡Buenos días directora! --- los tres niños, imitándola ignoraron una vez más a su maestro y corrieron hasta la alegre mujer en la puerta. --¿Qué la trae por aquí? – con ojos brillantes se dejaban abrazar por las cálidas manos.


--Tengo un anuncio muy importante para ustedes, mis queridos estudiantes—en ningún momento dejó de sonreír abiertamente y mucho menos cuando se giró para ver a su maestro favorito, este último; rojo de la ira, tanto que podía jurar que si se tratara de alguna especie de dibujo animado estaría echando humo por los oídos. –Y también para ti. – y el silencio se hizo presente unos segundos, aquellos que se tomaron varias voces infantiles atrás de la puerta.


--Oh, no me diga que... -- Kurapika dejó de lado su molestia para cuestionar a la directora.


--Si, así es ¡Tenemos nuevos estudiantes! – las emoción en los rostros de los tres niños no se hizo esperar, las voces atrás de la puerta se veían alegres y muy impacientes por hacer nuevos amigos. –Pueden pasar. – posando la mano en la manija de metal, Neón los invitó a pasar. –


Y así fue como entraron un total de trece niños, la mayoría de la edad de Gon y Killua, unos pocos de menor edad y solo uno con algunos años más. La primera impresión fue bastante inquietante ya que al igual que otros niños se veían alegres y traviesos pero la característica que compartían aquellos era el desaliñado aspecto que mantenían.


--Bienvenidos. – Kurapika los miró tiernamente, sin embargo ellos no supieron responder correctamente, había algo raro en todo esto. –Por favor me gustaría saber el nombre de cada uno de ustedes. – demandó con tono suave. Gon, Killua y Leorio se encontraban a la espera de saber sus identidades.


Hasta que el primero se atrevió a presentarse. –Me llamo Shizuku. – pequeña y con unos grandes anteojos, su cabello era corto y muy oscuro.


--Yo soy Machi – continuó una segunda niña de expresión fría y ojos rasgados, su cabello color violeta estaba recogido en una coleta y se veía algo desordenada. –Ellos con Nobunaga y Phinks. – señaló a dos chicos que se veían mutuamente como si se tratara de un desafío, el primero con un aspecto algo peculiar, al llevar una especie de Kimono y tener un largo cabello sujetado en una cola alta y el segundo un poco más alto y de aspecto grueso, tenía el cabello color castaño claro y una expresión de pocos amigos.


--Gracias ¿Pero por qué los presenta tú?—Cuestionó, Kurapika.


--Porque son unos completos idiotas. – y sin más, pasó al salón para tomar asiento. Mientras algunas risas se escuchaban de fondo. Los dos infantes dejaron escapar un ¡Oye! y la siguieron hasta las bancas.


--Soy Feitan. – sombrío, con la mirada casi apagada y ocultándose bajo sus largos cabellos. El siguiente no dijo nada más. –Y yo Franklin. – El más alto del grupo, algo corpulento y a igual que su amigo, sombrío y despreocupado.


--¡Yo me llamo Shalnark! Peor me pueden llamar Shal, mucho gusto. – efusivo y con una inocente expresión, el niño de cabellos castaño rompió el hielo del momento. –Me gusta mucho los video juegos, mi favorito es...--


--Bien, es suficiente. – lo interrumpió un chico de piel bastante bronceada y con grandes puños. –Soy Ubogin. – dijo desganada mente y arrastró a su amigo al asiento. --¡Oye no eh terminado!—


--Mi nombre es Kortopi. – el siguiente hizo una pequeña reverencia de forma tímida para después dirigirse a donde sus compañero, tropezando a mitad del camino.


Las risas nuevamente inundaron el salón.


--Deberías cortarte ese largo cabello...-- susurró por lo bajo el antepenúltimo chico, este de contextura bastante delgada, grandes ojos.


--Bonolenov, tu pareces una momia. Deberías comer más. – Le reprochó un chico vestido al puro estilo japonés. De cabello oscuro y mirada desafiante.


--¿Así? Pues tu pareces niña con esa yukata, Kalluto—supo responder aun en voz baja.


--Soy Pakunoda. – Educadamente, la última niña de cabello corto tomó por los brazos a ambos y los llevó a sus asientos. Sin duda era un grupo bastante peculiar, varios de ellos se veían problemáticos y Kurapika no dejaba de preguntarse cómo los educaría correctamente. Quizá serían un nuevo dolor de cabeza.


--Mi nombre es Kuroro Lucifer...-- interrumpiendo todos sus pensamientos, el último de los niños supo presentarse con mucha sutileza, él a comparación del resto se veía algo serio y mayor. No fue sino hasta aquel instante en que pudo percatarse de su presencia ¿Se estaba ocultando? Además, otro detalle era que al momento nadie parecía tener la intención de jugarle una broma o siquiera molestarlo, el grupo se mantenía en silencio, expectante.


--Mucho gusto. – Kurapika, anonadado por aquel joven. Si, él ya no parecía tener la edad de un niño y a pesar de verse un poco desaliñado como el resto, con la pálida piel opaca, su cabello algo desordenado y la mirada apagada. No dejaba de llamarle la atención.


--Neón ¿De dónde vienen? – mediante susurros, Kurapika se acercó disimuladamente mientras el último joven se dirigía a sentarse. Curioso e inquieto.


--Oh, bueno. Todos ellos salieron de un orfanato. —


--¿Quieres decir que no tienen hogar?—


--Pero que listo es, profesor. –


--Y ¿Se puede saber dónde vivirán acabado las clases? ¿Los adoptaste? –


--No, claro que no. Ello vivirán aquí –


--Esto es una escuela no un...--


--Desde ahora es un convento—


--¡Estás loca!—como era su costumbre, empezaba a ruborizarse. –No puedes mezclar a los niños con...--


--Ya lo hice, y tú estás cargo. –saltando apresuradamente, Neón llegó a la puerta. –Buena suerte profesor. – dijo efusivamente y luego salió disparada como un rayo. Dejándolo mucho más inseguro de lo que ya estaba. ¿Qué tantos problemas le causarán?


--¡Ya basta, devuélveme mis gafas!—y ahí se encontraba la respuesta a todas sus preguntas. Solo pasó unos minutos fuera de supervisión y los nuevos estaban causando alboroto. –Oh, vamos alcánzame si puedes. – Nobunaga con una enorme sonrisa en los labios corría por todo el salón con los anteojos de la pequeña Shizuku. Divertido y curiosamente molesto. El salón entero se reía y antes de que el pequeño pudiera dar un paso más, Machi le puso en pie y lo hizo caer, haciendo que su rostro aterrice en el piso. –Métete con alguien de tu tamaño, idiota. – tan fría como era, le arrebató los anteojos y se los entregó a Shizuku.


--¡Oh, ya veo! ¡Quieres pelea, niña!—terco, se levantó del piso y la reto impulsiva mente. Machi ni siquiera se molestó en moverse.


--Basta – Kurapika, algo tarde llegó y los separó –Ambos están castigados, no permito esa clase de actitud en mi clase ¿Está entendido?—y la clase estalló en risas.


--¿Qué pasa? – preguntó colérico.


Sin embargo nadie se atrevía a decírselo, eso incluyendo a sus tres alumnos predilectos. –P-profesor...-- balbuceó, Gon entre risas. --¡Tiene orejas de gato!—


Y Kurapika aún mucho más rojo, llevó las manos a su dorada cabellera y así comprobó que efectivamente alguien se los había puesto con mucho cuidado. --¡¿Quién fue?!—y aquel grito bastó para que todos guardaran silencio. --¿No me dirán?—


--No pierda tiempo... -- se pronunció Phinks, desde su banca con mucha confianza–Nosotros jamás no nos traicionaríamos. – y al término de sus palabras los doce chicos lo señalaron sin una pizca de duda.


--Así que tú fuiste. – la furia del profesor estaba en pleno auge.


--¡Malditas ratas!—


--Bien, supongo que estará bien algunas horas de castigo. –


--Pero, profesor...—


--¡Sin peros! --


Sin más que decir y a la presencia de varias risas muy bajas, Kurapika se dirigió a su escritorio. Sus ojos marrones se veían con un leve destello color rojo y solo un estudiante fue capaz de percatarse.


Y así fue como comenzó la semana más pesada en la vida de aquel galante profesor, el cual con el tiempo llegó a acostumbrarse a las peleas diarias, bromas cada hora y sin embargo a las satisfactorias risas de los niños. Además a partir de que la desubicada directora implantara el brusco cambio de hacer una escuela un convento, algunos niños más se unieron al revoltoso grupo. Las clases mayormente resultaban interesante, si por algo se mantenían en completo silencio eso era las clases de su único profesor. Eso, descartando a uno de sus estudiantes que muchas veces solo venía a clases para dormir.


 


Un pueblo donde nadie nos verá


La luna podrá emerger con toda belleza


El color del cacao es el que garantizará


Una vida casi eterna.


Cuando tus ojos bailen con el cielo


Tu vida pasará al vuelo


¿Y si se tornan color rojo?


Nadie lo sabrá...


Y ¿Qué tal si son negros?


Entonces para siempre vivirás


Anónimo.


--Muchas gracias, por favor toma asiento. – Kurapika permanecía erguidamente en su lugar, al igual que la mayoría de los niños, expectante y altamente dudoso de lo que acababa de escuchar. –Chicos, lo que acabamos de escuchar es un poco de los mitos que hay acerca de donde nosotros vivimos. –


--Profesor. – Shalnark, alzó la mano. --¿Es cierto, aquel fragmento? Es decir, las personas de este pueblo solo tienen los ojos de color marrón. –


--Bueno, se ha dicho que hay pocos casos donde se han encontrado con alguien de otro color de ojos. – Erudito, apoyó su mentón en sus manos, mientras descansada sus codos en el escritorio con superficie de cristal.


--¿Y la gente de ojos rojos? – del fondo una nueva cuestión.


--¡Kuroro tiene ojos negros!—Killua, gritó mientras se levantaba de su asiento. Causando que todos los niños se levanten de sus asientos y corrieran al pupitre del mencionado, quien apenas y podía mantenerse despierto en la clase. –Chicos, por favor regresen a sus asientos. – Kurapika, apresurada mente se acercó a la pequeña multitud mientras su estudiante empezaba a despertarse, lo cierto es que las palabras de Killua lo dejaron inmensamente curioso. Varios segundos y finalmente, Kuroro se arriesgó a abrir los ojos.


Nada, él los tenía como todo el pueblo. Color marrón.


--¿Eeeeh?-- todos se lamentaron al verlo directamente a los ojos. --¡Killua es un embustero! – Leorio lo empujó burlonamente. Abriendo una serie de quejas por parte de los alumnos.


--Bueno como veo que están muy interesados en la historia de nuestro pueblo, será mejor mandar un deber extra. – sentenció, viendo como fue la única manera de que todos guardaran silencio.


La campana de finalización de jornada empezó a sonar.


Tan emocionados como siempre se veían, los estudiantes empezaron a abandonar el salón, muchos corriendo y otros sin preocupaciones, con pasos lentos y siempre riendo. El alba se había esfumado con suma rapidez, el día de hoy tuvieron una clase extra, producto de sus constantes castigos y el atardecer estaba solo a un paso. –Profesor. —se escuchó en medio del inquietante silencio.


Donde ya no quedaba un solo estudiante, donde aparentemente Kurapika se había quedado solo.


--Profesor Kurapika. – volvió a llamarlo y esta vez se aseguró de cerrar la puerta al entrar al salón.


--¿Kuroro? – ingenuo y vacilante, Kurapika esperó a que su alumno se acercara. --¿Necesitas algo? –


Silencio.


Silencio, el cual lo hizo enfadar un poco. –Lucifer, si no necesitas nada puedes retirarte. Estoy ocupado. – y allí estaba... un leve destello rojo en sus ojos color del cacao.


--Sus clases son realmente aburridas. – se atrevió a desafiarlo, recibiendo una mirada aún más molesta. –Todo lo que da ya lo eh leído en libros. – Kurapika se ruborizó. Una vez más ingenuo.


--Siento mucho no ser tan entretenido, pero por tu edad ya deberías estar en un grado superior, fue tu decisión el haberte quedado en mi clase. – A pesar de ser un profesor de muy mal carácter, sabía controlarse, al menos por un tiempo, pero al tratarse de aquel chico, era simplemente imposible. Kuroro era la viva imagen de su ira incontenible.


--¿Qué edad tiene usted profesor? –


--Eso no es de tu incumbencia—


--Lo sé, pero me gustaría saberlo. –


--Lucifer, retírate por favor. –


--¿Porque sus ojos a veces se ponen de color rojo?—y nuevamente el silencio volvió a reinar en el salón, Kurapika casi con la boca abierta dejó de lado sus papeles y lo miró, así es, lo observó directamente a los ojos. El atardecer empezó a teñir de color naranja el cielo y algo más.


--Kuroro...-- apenas balbuceó al verlo, parecía imposible pero estaba sucediendo ¡No era un mito! aquella gente existía y ahora lo estaba viendo. Los ojos de Kuroro que en la mañana quedaron evidenciados como comunes y corrientes ahora empezaban a tomar otro color, poco a poco se tornaron del color de la noche. –Tus ojos... -- era increíble. Oscuros, brillantes y claro, fascinantes.


--Si, bueno esto es un secreto. – Kuroro desvió la mirada hacia la ventana serenamente. –Mis compañeros y yo sufrimos mucho antes de venir aquí. – sonrió hacia el bello atardecer. –Aún recuerdo la primera vez que maté a alguien por comida...


Kuroro Lucifer, quince años. Visto como una figura de autoridad ante el grupo de doce niños y niñas, ahora más que nunca había sido sincero, puro e incluso inocente. Con una enorme sabiduría a su corta edad y con todas las ganas de tener la cercanía de su profesor. Aquella persona misteriosa, ambos muy similares. Cómplices desde ahora.


Los días empezaron a ser un poco más agradables entre los muchachos, nunca dejaban sus peleas diarias o bromas de mal gusto pero hasta eso, Kurapika empezó a tolerar. Después de todo, era la esencia de aquellos niños y cada día tenía muchas ganas de saber mucho más de cada uno de ellos. Y por su puesto de uno en especial.


--"La gente ojos negros son considerados como inmortales, a lo largo de la historia solo se ha visto a uno de ellos. Se dice que se marchó del pueblo y jamás lo volvieron a ver."—citaba Kurapika ante la mirada fúnebre de su estudiante, una vez más la noche los atrapó y sus pequeña charla diaria llegó a su fin. –Kuroro, será mejor que regreses a tu habitación, fue un placer. Con una dulce sonrisa, revolvió sus oscuros cabellos. –


--Pero profesor, quiero saber acerca de lo que soy. Solo un poco más. –


--Es tarde, mañana continuaremos. –


--Pero, pero... quisiera saber más de usted... -- dijo sin más, un tanto ruborizado y enfrentándolo con aquellas orbes tan profundas que parecían infinitas. Y a pesar de haber conversado con él ya varias noches, Kurapika no se acostumbraba a tener sus ojos oscuros sobre él, sin duda él era mayor pero cuando lo desafiaba de esa manera casi podía doblegarse ante su encantadora mirada.


--No hay mucho que saber sobre mí...-- por poco e hipnotizado, no se dejaba vencer por un niño. Kurapika era muy celoso con su vida personal y eso era lo que le inquietaba mucho a su estudiante ¿Por qué tanta necesidad de saber más? empezó a ponerse un tanto nervioso al ver como Kuroro no dejaba de contemplarlo. Era demasiado, aquellos ojos lo volverían loco. Una vez más el destello color rojo se asomó en sus ojos marrones, solo que esta vez se vieron mucho más intensos acompañados de la encendidas mejillas de su apuesto maestro.


--¿Puedo acompañarlo a su casa?—cuestionó con un deje de ternura en su voz. Sacándolo de su trance.


--No, claro que no. – dijo sin dudar, Kurapika sentía que si continuaba empezaría a ponerse peligroso... si así mismo se lo dijo. Peligroso... pero ¿De qué manera? –Te acompañaré hasta tu cuarto, no es bueno que un niño camine solo por la noche. – se levantó y se apresuró a recoger algunos papeles sombre su escritorio de vidrio, viéndose a sí mismo. Totalmente rojo, no pudo sentirse más patético.


Tal y como decía los libros de texto. La luna emergió con una belleza impresionante, el viento era extrañamente cálido y el ambiente era algo tenso. --¿Por qué decidió ser profesor? – con expresión curiosa, Kuroro volvió a sus inquietudes.


--Me gusta mucho compartir – fueron las únicas palabras de Kurapika, este con la mirada en el frente le parecía mucho más fácil lidiar con su alumno. Aunque se vio hace un momento totalmente sonrojado por su cercanía, ahora se encontraba cómodo y con una leve sonrisa involuntaria, le agradaba mucho aquel muchacho, era bastante inteligente y con él tenía conversaciones como jamás había entablado incluso con otros docentes. No le daba pena aceptar eso. Sin embargo tampoco era alguien tan ingenuo como para no saber que otra clase de pensamiento estaban tratado de salir a como diera lugar de su cabeza y de su pecho. Kuroro era a pesar de todo un niño y él, bueno él era él y ya.


Unos minutos más y ya se encontraban frente a su habitación.


--No llegues tarde, por favor. – era momento de despedirse y Kurapika no quería alargarlo.


--Profesor... -- como nunca, Kuroro se mantuvo con la mirada clavada al frente. --¿Puedo darle un beso? – suspiró de manera inocente y sin un rastro de pena o incluso otra clase de sentimiento impúdico. Aquel no podía negarse, algo ruborizado, el profesor se sintió alguien pervertido al haber tenido aquella clase de sentimientos, mientras que por la mente de su alumno no era para nada parecido. Kuroro solo tenía quince años pero aquella noche lo vio como si tuviera mucho menos, no había nada más bello y puro que recibir el afecto de un infante transformado en un tierno beso.


--Claro...-- gustosamente y con la mirada cristalizada de aquel mágico color rojo que nadie se tomaba la libertad de notar, acercó su rostro y lo giró un poco para recibirlo en la mejilla.


Sin embargo no resultó así.


Las pálidas y frías manos de Kuroro se apoderaron por completo de su maestro y lo aprisionaron en un débil pero desesperado abrazo, al verse algo limitado por la altura, levantó la planta de sus pies hasta quedarse en puntillas y ante el desconcierto de Kurapika, unió sus labios con los de él. Contacto que duró escasos segundos, donde su miradas se encontraron y sus alientos chocaron.


Manos que lo violentaban pero al mismo tiempo se mostraban tan gentiles.


Labios que lo deseaban tiernamente pero también se mostraban posesivas.


Y ojos, oscura mirada que lo enamoraba como si fuera la primera y única vez.


En el pecho de su alumno casi podía sentir como sus latidos se sincronizaban pero nada de eso estaba bien, por su mente pasaron varias de las promesas que había hecho a lo largo de su vida e impulsado por su irrompible moral, Kurapika empujó a Kuroro sin antes abofetearlo en la mejilla, esto lo hizo por inercia. –Nunca intentes algo así, otra vez. – Embriagado por el sabor de los labios de su alumno hizo un esfuerzo sobrehumano para enfrentarlo de la manera que el aceptaba como "correcta" y ¿la respuesta? Pues Kuroro lo único que hizo fue entrar a su habitación, a la velocidad de un rayo se fue sin decir nada. Claro, con todo y su rapidez se pudo notar claramente como él nunca perdió su sonrisa triunfal.


Era maligno, y lo sabía.


 


El amanecer llegó en menos de un parpadeo, nuevamente la rutina volvía, el mismo brillante sol, los mismos rostro y voces dentro de los salones... cómo añoraba que también sea el mismo maestro.


--Oye, Kuroro... -- lo llamó con algo de enfado al verlo tan distraído. Sus pequeñas gafas ocultaban un poco sus ojos avellana que lo contemplaban a cada segundo con más ira. Leorio, esta vez decidió moverlo un poco, tomándolo del hombro. –Oye, Lucifer ¡Hazme caso!—


Aquel no dijo nada, solo se limitó a verlo de reojo.


--Me eh enterado de que has estado quedando después de clase. –


--Así es. – tan sereno que resultaba infinitamente irritante.


--¿Qué es lo que quieres con nuestro maestro? –soltó sin más, a cada palabra, su rostro molesto tomaba aquel color rojo.


--¿Estás celoso? –


--No me inspiras nada de confianza. – entre susurros y bramidos de ambos chicos, era inevitable que los demás se percataran de que una nueva pelea estaba a punto de desatarse. --¡Responde! – Demandó Leorio, sin el menor cuidado al controlar el nivel de su voz. —Será mejor que te alejes de nuestro profesor. –


--Ya veo, así que te gusta Kurapika. – sonrió pícaramente sin dejar de lado su estoica expresión.


--Eso no tiene nada que ver, además... ¿Desde cuándo eres tan altanero? – ante las miradas curiosas de todos los alumnos, nadie había notado que su afamado maestro no llegaba a clase. Él, jamás llegaba tarde.


--Leorio, déjalo en paz. – Gon, tan pequeño e inocente se apresuró a detener su discusión.


--¡Si! Además eres muy tonto como para ganarle. – Añadió, Killua despreocupadamente, manteniendo sus manos atrás de su cabeza.


--¡Ustedes no se metan! –


--Buenos días. – Neón, llamó la atención de todos, desde el umbral de la puerta. Pero no era suficiente ¿Dónde estaba su maestro? –El día de hoy yo reemplazaré a... --


--¡Lamento la tardanza! – a sus espaldas, finalmente había llegado. Kurapika entró al aula con pasos rápidos, sosteniendo sus libros de texto y el cabello algo desordenado. De aquella manera los estudiantes no podían apreciar su terso rostro. Mientras unos se lamentaban haber perdido la oportunidad de liberarse de un día de clases, un estudiante no dejaba de mirarlo. Estupefacto y curioso de su aspecto, aunque no tenía la oportunidad de verlo tan detalladamente, era suficiente con notar los grandes anteojos que el día hoy se molestó en poner. Era encantador y sus mejillas por primera vez se vieron tan traicioneras al teñirse salvajemente de aquel color rojo que solía comparar con el destello de los ojos de su profesor. Era sin duda la persona más hermosa que había tenido el placer de conocer.


Ya no sentía curiosidad de saber mucho más de él, ahora le era urgente.


--Empezaremos con historia. – galante y cuidadoso de cada aspecto, Kurapika se acomodó en su asiento y supo cubrirse con su libros de texto. –Página noventa y seis. Pakunoda, empieza con la lectura. –


La niña siempre atenta, se puso de pie con el libro en sus manos --Mitos sobre la gente de ojos rojos... -- fue lo único que alcanzó a escuchar, aquella mirada color marrón no dejaba de admirar la belleza de su profesor. Pasaron una, dos y tres horas, hace mucho tiempo que dejó de importarle ir a la escuela para aprender algo nuevo...


La campana sonó estruendosamente, y además peculiarmente mucho antes de la hora del receso.


--Bien chicos, hemos terminado con el programa establecido. – las blancas manos del apuesto maestro, arreglaban con algo de apuro los papeles. –Hoy tendrán un descanso un tanto prolongado, pueden salir a comer algo. – las risas de los niños no se hicieron esperar. --¡Recuerden comer algo saludable!—gritó mientras veía como todos salían a toda velocidad del salón de clases. Fue la primera vez que Kuroro también se apresuró guardando todas sus cosas, colgando la mochila en su hombro derecho se dispuso a caminar de manera apresurada, chocando a medio camino con una de las estudiantes nuevas. –Lo siento...-- se giró involuntariamente para verla.


--No hay problema. – Aquella niña de largos cabellos le devolvió apremiantemente la mirada, sus ojos rasgados le dieron algo de curiosidad por alguna razón. Y con todo el apuro que tenía no dejó de verla por un par de segundos.


Finalmente todos salieron, dejándolos completamente solos.


--P-profesor. – Kuroro tartamudeó al llamarlo, sintiéndose algo patético al instante. Sus inquietas piernas se pusieron frente a su escritorio. Cómo deseaba verlo se cerca, todo el día se había estado aguantado ver aquel destello rojo que le fascinaba. –Profesor, Kurapika... -- y por alguna razón se apenó de llamarlo nuevamente.


--Estoy ocupado, Lucifer. Ve al patio con los demás chicos. – contestó fríamente mientras se acomodaba los anteojos y por supuesto, ocultaba sus ojos entre sus largos cabellos dorados. Kurapika caminó apresuradamente y también nerviosamente por el salón, encontrándose con la tan esperada puerta de salida donde en uno de sus descuidos hizo caer uno de sus libros de texto. Kuroro se apresuró a ayudarlo sin siquiera pensarlo, pero era muy tarde. Leorio quien no se había marchado como pensaba, lo levantó y se lo entregó con mucha amabilidad y una amplia sonrisa.


--Aquí tiene, profesor. – Lo miró con ojos brillantes.


--Gracias. – correspondiéndole, revolvió sus cabellos y continuó con su camino.


Acto que de alguna manera lo hizo enfadar, era la primera vez que Kuroro se sentía así de molesto ¿Qué le estaba pasando? Su serena expresión parecía desvanecerse. Él no era así y no soportaba sentirse de aquella manera. Nuevamente empezó a moverse con suma rapidez y salió al pasillo donde esperaba ver a su maestro pero ya no estaba, al parecer tenía bastante apuro. ¿Acaso salió corriendo? Aquello sí que le molestaba y no quería quedarse con ese sentimiento.


--¿A dónde vas?—había olvidado la presencia de Leorio por lo que lo tomó por sorpresa. Kuroro solo siguió su camino, aun con su molestia sabía que no tenía caso seguir provocaciones de gente tan impulsiva. --¡Oye, te estoy hablando!—a pasos apresurados, lo alcanzó y lo obligó a mirarlos. –No quiero que te acerques a nuestro maestro. – demandó colérico y rojo.


--No te metas en mi camino... -- Era la primera vez que Kuroro le respondía de manera altanera. Estaba perdiendo el control. Sentía que con cada segundo que dejaba pasar, su maestro se alejaría más y más de él. Tenía que irse ¡Ya!


--Leorio ¿otra vez?—ambos infantes venían a sus espaldas a detenerlo. –Deja en paz al nuevo estudiante. – ambos lo tomaron por los brazos y lo obligaron a alejarse al menos unos centímetros. Instante que le dio tiempo de respirar profundamente y retomar su camino. Kuroro volvió a correr por los largos pasillos, sin tener idea a donde ir, actuaba como un completo demente.


--¡Oye! – y su enemigo no se rendía, aun con los dos niños sosteniéndolo salió corriendo. –No eh terminado de hablar contigo. – estaba a punto de alcanzarlo, y los pasillos daban al cuarto de baño.


 


--Tienes los ojos muy irritados ¿Qué sucedió?—apoyada sobre el lavamanos y con los brazos cruzados, Neón lo miraba con un deje de preocupación. Mientras veía como su amigo se agachaba sobre la abertura y abría la llave para mojar sus dorados cabellos, agitado y muy nervioso. –Kurapika...-- le dolía verlo así. --¿Cómo estás?—


--B-bien... solo un momento. – aún mantenía el rostro sobre el lavamanos, teniendo mucho cuidado de no dejarse ver, a su lado permanecía los anteojos que se había puesto toda la mañana. Su respiración era agitada y sus ojos lagrimeaban de manera dolorosa.


--A mí no me lo parece...-- Frunció el entrecejo de manera seria, tan extraño al tratarse de una mujer bastante juguetona e infantil como los mismos estudiantes. --¡Te vas a quitar esas lentillas! Te están haciendo daño, ni siquiera parecen ser de tu medida—


--No puedo hacer eso... --


--¡Kurapika! –


 


Kuroro corría, su ansiedad le estaba matando por dentro y atrás de él, Leorio junto a Gon y Killua. Si bien no tenía idea a donde debería dirigirse, su única opción sería evadirlos con alguna trampa. Con el aliento entrecortado detuvo sus pasos abruptamente frente a una puerta color celeste, en donde se podía leer que se trataba del sanitario. Los tres chicos, también lo imitaron pero estos de manera tardía pues el haber estado correteando descuidadamente no les había dado tiempo para pararse de una manera equilibrada, los tres chocaron con Kuroro y lo obligaron a entrar al baño, casi derrumbando la puerta.


Entonces unas voces familiares le hicieron olvidar toda su ansiedad.


--Kurapika ¡Dámelos! No te los volverás a poner. – Neón se encontraba claramente furiosa y tomaba las manos del profesor mientras él solo bajaba la mirada.


El estruendo fue bastante sonoro y los dos regresaron por inercia a ver qué es lo acababa de pasar. Kuroro ahora se encontraba siendo aplastado por Gon, Killua y Leorio. Kurapika atónitamente se había olvidado por completo la discusión anterior y dejó caer las lentillas color marrón al suelo, donde se perdieron eternamente, no dijo nada pero fue como si le hubiera llamado desesperadamente. Kuroro alzó su mirada y entonces finalmente lo descubrió. En medio de todo el forcejeo, fue el único testigo de la imagen de cientos ilustraciones, mitos e inquietudes. Kurapika tenía los ojos color azul, tal y como decía los libros de texto y aquel destello color rojo se veía mucho más claro que los otros días. Eso había sido, su maestro se había encargado de esconder su mágica mirada atrás de unas lentillas. Casi podía sentir como le faltaba la respiración ante tal fascinación.


Ahora no había duda alguna, él se encontraba enamorado y verlo así tan desnudo solo lo hizo deslumbrarse por su presencia una vez más.


Segundos que parecieron una deliciosa eternidad, para él y mucho más para aquel maestro que se vio forzado a cerrar los ojos desesperadamente, a dejar de lado todo y salir corriendo. --¡Kurapika! – Neón, quien al parecer era la única que sabía de su secreto, no dudo en seguirlo, preocupada e impaciente.


Y así fue, como aquel ser tan imposible de observar en circunstancias comunes y corrientes, desapareció de la vista de aquellos simples mortales de ojos avellana. Evitando las miradas curiosas de la gente, Kurapika se apresuraba desesperadamente en salir de ahí, cruzando los largos pasillos color miel, por las puertas donde los niños empezaban a reunirse para la siguiente jornada de clase y hasta finalmente llegar a la vieja madera que limitaba su mundo del resto. Aún con la directora a sus espaldas, tomó la manija y la hizo girar, entró y cerró la puerta de un solo golpe. Aquel estruendo ensordecedor se apoderó de los pasillos y ahí en completa soledad, fue cuando pudo finalmente recargarse y dejar descansar su cuerpo.


--¿Kurapika?—con pequeños golpecitos, Neón lo llamaba atrás de la puerta. También desconcertada y sin saber cómo reaccionar. En aquellos momentos ella era realmente mala. --¿Sabes que te toca la segunda jornada? – dijo y al instante se sintió estúpida, se mordió el labio.


--No voy a regresar. – le pareció un milagro que le respondiera. Lo conocía desde hace años por eso también su fallido intento de llamarlo, aun así las palabras del maestro no le parecieron satisfactorias.


--¿Cómo no?—más que una pregunta, ella le exigía una razón convincente...


--Perdí mis lentillas de color... --


--¡Vamos! Ni siquiera tú, te crees esa clase de banal respuesta – suspiró con la cara algo roja. ¡Dios! No tenía paciencia en absoluto.


--Bien... -- atrás de la puerta también pudo ser audible su respiración agitada. –Sólo estoy harto. –


--Kurapika... -- se lamentó tal y como pensó que lo haría su amigo, atrás de la madera.


--No es fácil para mí enfrentarme a la clase de destino que decidieron para mí ¡Cada día, recordarlo! Los libros no se equivocan. Tal y como están citadas aquellos inquietantes párrafos... -- camuflado sobre madera, no se podía evidenciar su rostro de dolor. –Partiré mucho antes que los demás ¡Odio mis ojos! Por favor sólo déjame solo... --


--Kurapika...-- Neón lo sabía y recordaba con mucha claridad cada palabra en los versos de los sagrados libros...


 


Cuando tus ojos bailen con el cielo


Tu vida pasará al vuelo


 


Y así era efectivamente, la gente ojos color azul eran muy extraños en su poblado pero existían y aquellos... aquellas bellas criaturas tenían la maldición de apresurar su envejecimiento. ¡No era mentira! Y eso lo probaba aquel maestro de rubia cabellera.


El libro que sostenía entre sus brazos fue lanzado con total desprecio. No era nada justo, eso lo sabía y además le dolía. Kurapika jamás mencionó su edad y el haberse topado con Kuroro también parecía una pieza más de su infinito sufrimiento.


 


Y ¿Qué tal si son negros?


Entonces para siempre vivirás


 


La gente con aquel color de ojos, era inmortal... solo sería cuestión de tiempo comprobarlo.


--Descanse profesor... yo me haré cargo del resto de la jornada. – rendida y casi con los ojos cristalizados, Neón accedió a dejarlo en paz. Era sin duda cruel, vivir en un mundo donde la vida estaba marcada por el color de tus ojos.


El atardecer estaba por culminar, el cielo color naranja, tan bello empezó a ceder su puesto a la reina vestida de blanco.


Sus tacones resonaros en el pasillo de madera donde poco a poco empezó a caminar, alejándose de la habitación del profesor. Sin notar como alguien de cabello oscuro y ojos tan profundos como la noche se escondía.


El día culminó, los estudiantes salieron a carreras del aula de clase. Neón continuaba algo distraída, solo concentrándose en borrar el pizarrón y Kuroro... Kuroro jamás regresó a clase.


Sus oscuros ojos empezaron a divagar por las apagadas ventanas, los tenebrosos pasillos y retornaron a la puerta que a pesar de las horas, jamás se abrió. Tenía curiosidad, Kurapika en realidad tenía aquel misterioso color y como un detalle a su belleza se sumaba el hecho de que siempre desprendía un destello escarlata. Ya no era simple fisgoneo, él tenía la necesidad de verlo.


Parado frente a su puerta, solo esperó.


Y esperó largas horas, donde el ocaso también de desvaneció.


--Buenos días, chicos. – sus largo cabello se mecía acorde a sus graciosos movimientos. –Me llamo Senritsu y seré su nueva maestra sustituta ¡Es un placer!—pequeñas y de grandes dientes, tal que desconcertaba a todo el alumnado.


--¿Y nuestro profesor? – Gon, alzó la mano como más se podía permitir, su pequeña estatura no le ayudaba en nada.


--Está enfermo, solo seré temporal. – volvió a reír, mostrándolo su grandes pieza dentales. –Empecemos con las clases del día de hoy.... – divagó entre sus escritos – ¡Sí! Hoy empezamos con matemática, así que...-- En su frente y sin ningún respeto alguno, Kuroro salió a toda velocidad del aula. Dejando tanto a la maestra como todo el alumnado, sorprendidos, eso era lo que menos le importaba. Desde el término de las palabras de su nueva maestra empezó a imaginarse lo peor.


Una vez más por los pasillos, él no se consideraba alguien de oraciones o mucho menos creencias fantasiosas pero se vio así mismo implorando por no encontrarse con una horrenda escena. Sus cortas piernas se movían acorde a su estado físico y así fue como logró llegar a la habitación sin numeración. ¡Genial! Era la habitación de su querido profesor.


--P-profesor... -- sus pálidos labios temblaron, esta vez no iba a esperar. Se aventuró a llamarlo, dando algunos golpes a la puerta.


Sin embargo no hubo respuesta...


La impaciencia y razón dentro de un chico de tan solo quince años le estaban jugando una mala pasado, Kuroro a la vista de todos parecía sereno pero ¡No! Estaba a punto de enloquecer. Tomó la manija y esta resultó estar sin algún seguro. No lo podía creer, sus pupilas se dilataron y su pecho empezó a moverse con más fuerza. Giró por completo la manija e hizo tronar la madera a abrir por completo la habitación.


Y si, quizá no era lo que más temía pero talvez era mucho peor.


La pequeña pieza de color azul marino estaba completamente vacía, ni rastro de sus pertenencias, sus libros ¡No! Él también se esfumó. Kuroro casi podía sentir como sus ojos se llenaban de lágrimas y se adentró en la habitación, mirando ansiosa y furiosamente cada rincón ¿En qué estaba pensando? Su letrado maestro jamás haría esa clase de cosas. Solo fueron un par de semanas pero lo conocía como la palma de su mano, si Kurapika no estaba simple vista... entonces solo decidió irse. Rendido y esta vez sí con un par de gotas rodando su mejilla avanzó un poco más y se topó con un libro, apresurado lo tomó y divisó con gran nostalgia que era aquel. Sí, el libro de las leyendas de su pueblo, donde se ilustraba la vida de su nueva persona especial y además la de él mismo.


Un ruido sordo se escuchó en el cuarto de baño.


Alertándolo, no podía perder más tiempo. Kuroro apretó el libro en su pecho y se adentró mucho más, encontrando una leve cortina color violeta, la sacó de su camino y ahí fue donde divisó a una persona en la tina. Una vez más su naturaleza joven e inquieta lo forzaron a caminar mucho más allá. Pasando la alfombra de la entrada, el lavamanos y hasta el rincón más escondido de la habitación. Llegó.


Asomó su pálido rostro y notó como alguien si se encontraba ahí dentro pero ¿Quién? Unos centímetros más adentro y la verdad salió a la luz.


--Lucifer... ¿Kuroro? – del agujero salió una figura. Sí, había alguien pero se trataba de Neón. Algo decaída y con grandes ojeras lo saludó alegremente.


--Los estudiantes no pueden entrar a estas habitaciones. – de alguna manera se veía tan consternada como él pero su autocontrol era impresionante. –Kuroro, por favor regresa a tu aula...--


--¿Dónde está el profesor Kurapika?—


Tomándola por sorpresa, la fémina no pudo evitar mirarlo con algo de terror. –É-ÉL está enfermo... -- masculló con claro nerviosismo.


--¡No! – negó con su cabeza. –Por favor, dígame la verdad... -- esta vez, pareció rogar.


--Lo siento pero... --


--¡¿No puede proporcionarme esa información?!—las pálidas mejillas empezaron a sonrojarse, así como las lágrimas hacían un esfuerzo sobrehumano para no salir.


--Cálmate... -- Ella salió de la tina y lo tomó por los hombros. Con la mirada tan cálida como la de una madre. –Es sólo que se ha ido sin despedirse de mí... también. –


La enorme columna de sus sentimientos y esperanzas empezaban a derrumbarse. Kurapika era un completo idiota y él no se quedaría de brazos cruzados.


--¿A dónde vas?—Neón con el dolor en su semblante, no pudo hacer nada ante su repentina huida. Lo dejó ir, entonces las lágrimas se liberaron de su prisión, ahora se encontraban saliendo sin parar. No era tan despistada como para no notar el libro que traía Kuroro entre sus brazos. No hizo nada más que depositar su entera confianza en aquel muchacho de oscura cabellera.


Atravesó la pequeña escuela en cuestión de minutos, ante las miradas atónitas de otro estudiantes, jamás descuidó el libro de su maestro, llegando al patio donde alguien le esperaba en la puerta de entrada.


--Sabía que te vería aquí... -- Ella, tenía una larga cabellera oscura como él. Solo que bastante llamativo fue ver que poseía un par de ojos color negro, así como el ónix y aun no era el atardecer.


--¿Y tú eres?—Cuestionó recordando que se trataba de aquella muchacha con la que tropezó ayer, pero independientemente de haberla visto ya, no sabía nada de ella. Tan misteriosa como coqueta.


--Sara y no sabes todo acerca de la gente de ojo negros. – Ella se llevó la mano a su melena y la peinó hacia atrás.


--Entonces lo averiguaré después...-- Kuroro se dispuso a caminar, pasando por su lado.


--Hacía el este, querido... – ella masculló y él jamás de detuvo. –Donde nace el sol, es ahí donde está el pueblo de la gente de ojos azules... --


Entonces se giró un par de segundos. --¿Cómo sabes eso?—


--Yo sé muchas cosas...-- volvió a peinarse la larga cabellera. – Te lo contaré cuando nos volvamos a ver. –concluyó.


--Claro...-- la miró dulcemente y volvió emprender su camino. Quizá aún toda esperanza no estaba perdida.


Las horas pasaban despiadadamente y los cansados pies de Kuroro empezaron a dolerle. El este, donde Sara le había afirmado no parecía un lugar tan lejano. Eso hasta el momento en que emprendió su viaje a pie. Casas, terrenos atestados de sembríos eran su única vista, niños y adultos de ojos marrones por doquier. Mientras se mantenía dando la espalda al sol, lo único que podía esperar era el extraño cambio de sus ojos, debido a la hora.


El pueblo culminó.


Y ahora entre el piso compuesto de rocas y arena, empezaba a arrepentirse. Es decir, confiaba en las palabras de aquella niña pero su cuerpo solo pedía un poco de agua. Solo caminó un poco más al notar como más adelante había una roca algo grande, si tenía suerte podría tratarse de una cueva. Su mente lo reprendía por empezar a rendirse pero aunque quisiera, solo era cuestión de tiempo para que se desmayara. El deseado escenario ya solo estaba a unos metros, después a escasos centímetros. Donde se dejó caer, apoyándose en la piedra, cerró los ojos para recordar su imagen. Nuevamente.


--La gente de ojos azules... -- así como el extenso cielo, él los tenía y vaya que quedó maravillado al por fin descubrirlo. –La gente de ojos azules, habitan un pueblo escondido entre las montañas... se dice que es en dirección de la salida del sol. – No tenía idea cuanto le faltaba para hallarlo.


Casa palabra salía de su cabeza con su voz, extrañamente era como si su profesor se apoderaba de su mente. Ahí, postrado en la helada roca, deseó verlo. Tanto que tenía ganas de gritarlo al cielo estrellado, quizá la dirección del viento sepa hacerle llegar su mensaje.


--¡Auch!—volvió a escucharlo... pero ¡un momento! aquella voz no parecía venir de su interior. Aquel niño de quince años, recuperó parte de sus energías, mientras sus ojos brillaban, empezó a rodear la roca. Impacientemente se topó con su enorme deseo.


Ahí estaba su querido profesor. No, ahí lo esperaba Kurapika.


--Entonces solo me falta algunos metros más... -- estando de espaldas, este no se percató del sujeto atrás de él. –Gracias...-- sollozó fríamente. –Jamás olvidaré mi antigua vida pero supongo que es mejor... -- suspiró. –Adiós, Kuroro. –


--¿Adiós?—salió de sus labios con molestia, sin tener cuidado de no ser descubierto. Bueno, ya era muy tarde.


Kurapika regresó sus ojos azules y entonces ambos se encontraron. Aquel fenómeno no se documentaba en libros, las personas que se consideraban diferentes simplemente no se encontraban pero ellos supieron mezclar el brillo de cada una de sus almas. Uno, tan puro y transparente y el otro, totalmente sombrío. El cielo atestado de estrellas lo precedía y entonces, tan solo podía sentir que ellos contrastaban.


Si ambos eran la combinación perfecta.


--Kuroro...-- estupefacto por verlo ahí, parado a pocos centímetros. --¿Qué haces aquí? – tartamudeó y apartó su mirada, totalmente al natural con la de él.


--Es lo que debería preguntar yo...-- supo contestar, relajado pero igual o quizá más emocionado. --¿A dónde ibas? – esta vez, se apoyó en la pared continua y lo miro desafiante.


--Pues... bueno – traicioneramente, sus mejillas se encendieron así como sus pupilas. –Iba a...--


--¡¿Tu hogar?!—completó, Kuroro.


--Así es. – esta vez, se aventuró a enfrentarlo.


--¿No me digas? – estaba molesto. –Dónde vive tu gente... donde tendrás un hogar propio y además ¡¿dónde serás protegido?! – terminó, escupiendo sus palabras con sorna.


--¡Así, es!—reiteró también a la defensiva. Poniéndose de pie, solo aguardando a lo que llegara.


--¡Eres un tonto!—la persona impasible se esfumó. Dando paso a un impulsivo niño que lo único que hizo fue abrir los brazos y claro, sonrojarse de tal manera que parecía irreconocible --¡Este es tu hogar!—bramó aun manteniendo sus brazos suspendidos en el aire. –Tu gente se encuentra en esa escuela, las personas que te aman también. —su fuerte voz pareció quebrarse levemente. –Y quien te protegerá... ¡Seré yo!—culminó con voz ronca y con unos atónitos ojos sobre él.


Dando paso al incómodo pero necesario silencio.


Segundos donde Kuroro recuperó el aliento y tiempo suficiente para las reflexiones de Kurapika.


--Lo siento, Kuroro...-- es lo único que supo decir. –Es sólo qué... --


--Es por tu color de ojos ¿cierto?—tan directo que simplemente no podía contradecirlo.


--Mi gente... --


--Eso no le incumbe, profesor... -- rendido ante tal necesidad, Kuroro se acercó peligrosamente y lo abrazó sorpresivamente, esta vez de manera mucho más pura. Manteniendo su ruborizado rostro en el pecho pálido de su maestro. –Esto si...-- suspiró al oler el embriagante olor a rosas que siempre fue característico de él.


--Kuroro, no puedo regresar... -- sin saber cómo lidiar, sus manos jugueteaban en el aire. Yendo a todos lados y para nada acertando en su alumno.


--Te amo... -- soltó sin más. –Estoy enamorado de usted profesor, Kurapika...-- alzó su cabeza para contemplarlo a la luz de la luna.


--Kuroro...--


--De su galante postura y de su pésimo carácter. Nuestras charlas deberían ser mucho más prolongadas, de su bella imagen bajo la luna, su cabello dorado y el sabor de sus suaves labios... --


--No, no sigas...--


--¡Estoy enamorado de sus hermosos ojos!—


Una vez más, el contraste perfecto volvió a revivir. Este encarnando en las miradas de ambos. Dios quiera que el ocaso fuera eterno y el contacto; cielo- oscuridad continuara sin ningún obstáculo.


En efecto, ellos se amaban.


--Profesor... ¿Cuántos años tiene usted?—


--Quince, tengo quince años... --


Y si aún el testarudo maestro continuaba con su terca idea, entonces su persistente alumno lo seguiría hasta el fin del mundo.


Pasaron días, noches... días, semanas, meses y años enteros donde ellos jamás dejaron de mirarse. Los ojos de Kuroro paulatinamente comenzaron a tornarse de aquel negro de manera permanente y ya no era necesario esperar al atardecer para amarlos infinitamente. Así como aquel niño de solo quince años sugirió, sus charlas se volvieron infinitas y mientras disfrutaban de las ideas del otro, en las frías noches se tomaban de la mano y caminaban. Sin rumbo fijo, pues es lo que menos les importaba.


En los días, descansaban uno junto al otro, pues era durante el crepúsculo donde ellos vivían. Abrazándose y rozando sus labios con demasiado deseo. Fue entonces cuando una madrugada, se sintieron muy acalorados y fue ahí donde se desprendieron de la molesta ropa para amarse mucho más de lo que ya lo hacían. Sintiéndose como uno solo.


--La gente de ojos rojos... -- Sara dejó gradualmente la escuela y también decidió aventurarse a una nueva vida. Ante el recuerdo del más bello contraste, la rotura de los mitos. Había uno más que estaba por descubrirse.


Teniendo solo la presencia de la luna, luciéndose jactanciosamente. Ellos volvieron a encontrarse.


Después de una noche de puro amor pasional...


--Kuroro, me da gusto verte. – Ella aún mantenía su largo cabello oscuro.


--Digo lo mismo... Sara. -- ¿Cuántos años pasaron?


--Entonces, veo que lo encontraste... bien por ti. Debes cuidarlo mucho—


--No hace falta que me lo digas...-- le sonrió cálidamente. –Gracias por eso... --


--De nada, sólo digamos que es mi trabajo. Después de todo soy una persona de ojos negros. –


El semblante de Kuroro se vio un tanto decaído. Pasaron ya quince años más desde su repentina huída y él tenía treinta años. Largo período donde no lo abandonó jamás. –Hay cuatro clases de personas ¿Lo sabías, Sara?—


--Oh, vamos. Nadie ha visto a una sola persona de ojos rojos ¿Estás de broma? –


--Lo que los científicos no saben es que una persona no tiene un color definitivo de ojos. Entonces existe la posibilidad de que una sola persona posea dos tonos totalmente diferentes. –


--Y eso... ¿Cómo sabes?... – sus ojos rasgados, jamás habían estado tan abiertos.


--Secreto. – Kuroro le guiñó un ojo. –Fue un placer verte... seguramente no será a última vez. –


--Hay algo que sigues sin saber de nuestra gente... --


--Me lo dirás después--


--De acuerdo. Nos vemos, Kuroro Lucifer...--


--Cuídate Sara...--


Y al adentrarse a su habitación, notó como su amante había despertado aun con el rostro sonrosado y la mirada encendida. --¿A dónde fuiste? – Kurapika se encontraba vistiéndose con un bata color blanco.


--A recibir un poco de aire fresco. – le sonrió y volvió a acomodarse a su lado, en su cama. En su espacio dónde solo ellos eran cómplices. –Te amo. – fueron sus palabras automáticas al verlo a los ojos.


Kurapika cambiaba la tonalidad de sus ojos, de azul zafiro a un intenso rojo, escarlata. Por supuesto, eso sólo solía suceder cuando ellos hacían el amor.


Haciéndolo ruborizar de inmediato. –Lo sé...-- apenado y tierno, desvió un poco su mirada. –Y-yo también. – no importaba cuantos años pasaran, él seguiría siendo el mismo. Kurapika tenía la misma edad que Kuroro pero se veía mucho mayor, su cabello creció mucho más y ya no se veía tan brilloso como en sus días de juventud. Su apuesto rostro presentaron unas leves marcas bajo los ojos y su cuerpo perdía fuerza con el pasar de los días.


Aun así. A los ojos negros de su amante, era la persona más bella con la que se había encontrado.


--¿Una segunda ronda?—


--Estoy cansado... --


--Entonces será muy rápido... --


--¡Kuroro! –


--Te amo...--


Los años continuaron sin piedad alguna y ahora nuestro, estudiante ya tenía alrededor de cuarenta y cinco años. Ante el sol primaveral, iba muy galante por toda la plaza. Con su cabello negro siempre bien peinado y ahora con unas bellas rosas color escarlata en sus manos. Sus cansados pasos no duraron mucho ya que su destino se encontraba muy cerca, supo detenerse unos segundos ante el gran arco de ángeles a la entrada. –Buenos días. – saludó al portero con una gran sonrisa.


--Buenos días. – el joven de ojos marrones le devolvió la cortesía. –Señor Kuroro, un placer tenerlo otra vez por aquí... --


--Sólo eh venido a verlo. –Acomodó su sombrero negro así como su corbata –Con permiso. – bajo el intenso sol, caminó solo un poco más. Pasando entre pequeños altares donde también yacía gente muy querida, solo era cuestión de minutos para encontrarse con él.


--Hola, mi querido Kurapika...-- sonrió y apresuró su camino. El viento en aquel instante decidió jugar un poco por lo que el sombrero de Kuroro se desprendió de su oscura cabellera. –Estoy aquí, tal y como te lo prometí. – se arrodilló ante el altar de su eterno amado. Este de concreto y con grandes letras doradas como su cabellera.


A la memoria de la persona más bella


Tus ojos azules serán el símbolo de la pureza de tu alma.


Kurapika


Amado por siempre.


--Mira lo que te eh traído. Sé que son tus favoritas. —elevó con sumo entusiasmo el ramo de rosas rojas y se apresuró a cambiar aquellas que ya estaban un tanto desgastadas de su tumba. –Sabes, hace unos días visité la escuela. Te sorprenderá saber que Neón continúa ahí pero ahora se ha hecho un lugar mucho más grande... ella se veía realmente feliz y prometió que vendría a visitarte un día de estos. –


El sol poco a poco empezó a esconderse, las nubes se apoderaron del cielo azul y solo pasó unos cuantos segundos para que una pequeña llovizna empezara a caer. –Oh, que clima tan raro... -- se giró y miró la tumba de concreto con demasiada nostalgia. –No te parece ¿Kurapika?—quizá fue por la lluvia o el clima sumamente extraño pero de algún manera se encontraba agradecido, el agua caía en su pálido rostro y así disimulaba sus lágrimas. Aquellas últimamente ya no las podía controlar.


--Te amo... profesor, Kurapika. – susurró entre la ahora intensa lluvia y se inclinó sin saber cómo más controlar sus sentimientos. –Y siempre te amaré...-- las aguas no cesaban y además el viento comenzó a soplar juguetonamente.


--¿Ahora te parece un buen momento para volvernos a ver?—una mujer con un largo vestido negro, lo miró serenamente y lo llamó con sus oscuros ojos.


--Sara...-- sonrió al verla. –Estás tan guapa como siempre...--


--Bueno han pasado algunos años...-- pasó de mirar a Kuroro a contemplar la tumba de Kurapika con mucho respeto. Guardó silencio. –Me alegra que lo hayas cuidado hasta el último segundo...--


El hombre ya de edad algo avanzada se levantó pero nunca dejó de posarse temblorosamente en el altar. –Creo que estoy listo para saber... bueno ya sabes. —


La mujer de largos cabellos, ahora recogidos en un moño muy bien peinado abrió sus rasgados ojos pero al instante sonrió, inclinando levemente su cabeza. –Por supuesto, Kuroro Lucifer...-- la sombrilla que llevaba en sus manos, la dejó caer y ahora se encontraba totalmente empapada como él. –Nuestra gente si tiene la opción de morir. –


Esto último dejando atónito a Kuroro.


--La gente de ojos negros, solo puede acceder al paraíso cuando uno de sus semejantes acaba con su vida. —concluyó fríamente pero con las comisuras de sus labios siempre elevados. –Es todo...--


La lluvia no cesaba y el ambiente empezó a oscurecerse a pesar de ser aun de mañana.


--Ya veo...-- desvió su mirada de la mujer y ahora contemplaba la tumba de su amado. –Dime, Sara...-- su voz salió con tono sombrío. – ¿Me harías un favor?—


Ella tan cálida a pesar de los años que también la hacían ver un tanto mayor. --Para eso estoy. – sus oscuros ojos tan tiernos así como su coqueta sonrisa, acompañándola.


--¿Cree en la reencarnación, señorita?—


-- Y en muchas otras cosas más, mi señor Lucifer...-- bajo las frías aguas, ella no perdía nunca su belleza. –Nos veremos pronto. – y le entregó una pequeña botella de cristal, esta de color marrón.


A continuación fueron los grandes truenos que empezaron a caer muy cerca de su ubicación, Sara se quedó ahí durante varias horas, meditando sobre sus propias acciones. Ella era quizá la única persona con ojos negros del lejano y extraño poblado y si, ya solo quedaba una.


--Tonto... -- recogió la sombrilla pero no se molestó en cubrirse de las aguas.


Se alejó...


Lenta e inmensamente satisfecha. --Kuroro Lucifer jamás dejó de sonreír... -- miró al cielo totalmente nublado. --Salúdalo por mí, hasta pronto. --

Notas finales:

Presten mucha atención, pueden parecer cuentos independientes pero en realidad tienen una fuerte conexión.

Loa amo y gracias por leer...

cotinuaré pronto, este fic ya está terminado pero no los tengo todo ahora ya que no estoy con mi computadora. ♥

Nos leemos ♥

 

Kura-chan ♥


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