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Reencarnación por Kura-chan

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Notas del capitulo:

Bueno, les traigo un tercer cuento.

Ahora me eh basado en hecho reales así que tuve que investigar un poco :3

ENJOY !

 

Japón, mayo del año 1863.


Los pacíficas calles donde solían rondar comerciantes y se realizaban ferias y celebraciones a menudo. Ya no existían, ahora las personas empezaron a esconderse. Y todo por una sola razón; la crisis. Mientras algunos trataron de mantener los lazos con países extranjeros, la mayoría simplemente se negaban rotundamente.


Grupos rebeldes.


Comerciantes heridos.


Y muertes que empezaban a detonar su paciencia.


Era ahí donde él se encontraba, en un país que empezó a volverse intolerante con las personas de otro país, donde aquel joven cabellos dorados y ojos azules habitaba. Transitando a pasos acelerados por la oscura calzada. Casi sin aliento y con el temor de encontrarse con su último día de vida.


--¡No escaparás!—ante la oscuridad del ocaso, la prepotente figura del hombre, seguramente tratándose de los tan afamados y temidos samurái se veía ambigua. Solo viéndose su preponderante silueta, los grandes pasos y claro, su enorme y filuda katana.


Por las silenciosas calles del antiguo Japón, él corría sin dejar de sostener una bolsa en su pecho, mientras el gélido viento chocaba con su pálido rostro, su largo cabello a pesar de estar recogido en una coleta empezaba a estorbarle la vista. Cansado e impotente al sentirse casi sin aliento, empezó a jadear estruendosamente. Infinitamente arrepentido por su tonta decisión de salir aquella noche.


A sus espaldas el sujeto no dejaba de agitar la filuda hoja de acero sin tener ningún cuidado, este a juzgar por sus andar parecía estar alcoholizado, para su desgracia, este detalle no lo detenía. Su desprecio se evidenciaba en cada uno de sus movimientos. --¡¿Estás cansado?!—escupió burlonamente al ver al muchacho frente a él, tambaleándose.


Sí, tenía razón. Estaba cansado y al sentirse rendido lo único en que pensó era en enfrentarlo. A aquel hombre que lo aborrecía infinitamente solo por el hecho de pertenecer a otro país, giró en la primera esquina, casi chocando con algunos botes de basura y pasó distraídamente a lado de algunas tiendas que a esas horas de la noche ya se encontraban cerradas, algunas bolsas de basuras más y mucho más adelante, una persona. Sus cuerpos apenas se rozaron, la velocidad con la que continuaba huyendo no le dio tiempo de divisarlo pero era lo que menos importaba, aquel sujeto que empezó a alejarse acorde a sus pasos, no se detuvo y además tampoco era tan ingenuo como para pedirle ayuda, era muy posible que se tratara de otro samurái. Entonces llegó al final de su trayectoria.


Con sorpresa y enfado notó como el camino por el que se había decidido no tenía salida, solo conducía a un callejón cerrado. Maldiciones y blasfemias se pronunciaron estrepitosamente dentro de su cabeza. La pequeña bolsa color miel que apretaba y protegía cayó al piso, solo fue cuestión de segundos para sentir la presencia de alguien a sus espaldas, al igual que él, jadeante y cansado. Sin embargo con una enorme sed de sangre. –Te tengo, escoria…-- aquel, quien hace ya algún tiempo fue víctima de varios maltratos verbales y a veces físicos, solo era un joven de diez y nueve años.


Se giró y contempló con su mirada azul como su vida estaba punto de culminar, la brillante hoja metálica se elevó en el cielo e involuntariamente cerró los ojos.


Varios segundos de puro nerviosismo… aquel samurái pasado de copas se estaba tardando ¿Qué estaba pasando? De inmediato volvió a abrir los ojos y gran sorpresa se permitió observar con detenimiento el cuadro frente a él. Aún sumido en la oscuridad del callejón, se arrimó a la pared de ladrillo mientras una nueva figura hacia acto de presencia, y si, también se trataba de un samurái, este de cabellos tan oscuros que se confundían con la noche, notablemente más joven y con movimientos tan ágiles. Dignos de admirar. Este combatía con su agresor, proporcionándole golpes con la parte sin filo de su espada, aun así empleando mucha fuerza en cada uno de sus ataques.


El combate entre ambos hombres solo tardó unos minutos, donde solo uno quedó de pie, ligeramente lastimado y con la respiración agitada.


Su salvador se mantuvo de espaldas, por lo que el joven sin dudar se acercó a él, maravillado y también curioso por descubrir aquel misterioso rostro escondido entre largos mechones negros.


--Te lo agradezco. —sus ojos azules lo examinaban de pies a cabeza, extrañamente aquel sujeto no se había movido un solo centímetro. –Dime ¿No te hizo daño?—finalmente terminó su camino y ahora se encontraba al frente suyo. Donde pudo olvidarse de todo su alivio.


Su salvador se desplomó en el frío asfalto, con una enorme mancha color rojo en su abdomen y con la piel tan pálida que parecía haber muerto hace ya mucho. --¡Oye!—sin pensarlo, se inclinó y lo examinó rápidamente así como lo sacudió levemente. Realizando una inspección de segundos notó como la katana del otro sujeto no se encontraba manchada ni nada por el estilo, su salvador ya se encontraba herido y aun en ese estado se tomó muchas molestias. Jamás se había sentido tan inútil en toda su vida.


Corrió hacia el final del callejón donde había dejado la bolsa color miel y la recogió, con torpes pasos regresó a su lado y sacó algunas franelas así como una botella de alcohol con lo que empezó desinfectando la herida, descubriendo un poco su cuerpo divisó con mucho más terror como todo su pecho se encontraba marcado ¿De dónde venía este sujeto? Y si se trataba de un samurái, tal y como evidenciaba su vestimenta ¿Por qué estaba solo? No tenía suficiente tiempo para pensar en trivialidades por lo que optó por desechar todas esas ideas y apresuró sus manos en despejar todo rastro de sangre. Ese hombre de largos cabellos negros poco a poco empezó a reaccionar y para su gran alivio, se percató de que las heridas no eran tan graves ni mucho menos profundas.


Atrás de los mechones oscuros unos ojos muy fríos empezaron a tomar vida, muy lentamente. Aquellos de un color tan fúnebre que si no hubiera sido por la luz de la luna seguramente pasaban desapercibidos. --¿Estás bien?—cuestionó aún con el mojado trapo sobre su pecho. Sin recibir respuesta, solo se limitó a seguir con la mirada todos sus movimientos, primero sus ojos rasgados se abrieron totalmente y ahora le devolvían la mirada. De tal manera que parecía que la profundidad de sus ojos le intimidaban. --¿Puedo ayudarte en algo?—se volvió a aventurar, esto siendo más bien como una escapatoria para el incómodo momento.


Ambos tan concentrados en los movimientos del otro que no notaron, como alguien recobró la conciencia mucho antes de lo esperado.


--¿Sigues aquí?—La voz del terror se hizo presente y aunque esta vez no tardó ni un segundo en girarse, ya era muy tarde. La espada llena de odio y fuerza ya se encontraba descendiendo despiadada y rápidamente hacia él.


Un ruido casi estruendoso llenó el callejón y la espada ahora se encontraba enterrada en el piso. El hombre, ahora repleto de moretones en su rostro enloqueció al fallar una segunda vez, miró con los ojos desorbitados a todos lados y no tardó en ubicarlos. Ambos se encontraban en cada esquina. Sin saber ni cómo, ni cuándo; su presa se había movido y además la persona que interrumpió su objetivo también ya se encontraba de pie, mal herido pero con la mirada desafiante. –Eres muy ágil…-- se dirigió al samurái más joven. –Una basura como esa no habría podido esquivar un ataque así…-- y ahora dirigiéndose al joven extranjero, lo señaló. Tal y como lo hacían con los animales.


Enfureció.


--Pero bueno ¿Acaso no te das cuenta?—con una sonrisa malévola, empezó a dar pequeños y pesados pasos. –Gente como esta ¡No merece vivir! – alzó su espada pero sin dirigirse a nadie, mirando desafiante a su semejante no dejaba de pronunciar más y más insultos. ¡Era suficiente! Él no tenía la culpa de vivir allí, no se merecía el trato que recibía a diario y aunque trababa de ignorarlo, la situación se le estaba saliendo de las manos.


--Si te dices llamar samurái ¡Apóyame!—completamente furioso, clavó su asesina expresión sobre el joven. Seguro como siempre se mostraba, volvió a blandir su arma de muerte y así fue como esta vez tenía todas la de ganar, su objetivo no tenía a donde huir y el hombre de largos cabellos oscuros no parecía tener la intención de moverse. La hoja brillante y sedienta de sangre aterrizó sobre su cuerpo, atravesando su delgada vestimenta así como penetrando su carne, haciendo brotar el líquido color rojo. Ante la expresión de triunfo del agresor, la delgada y aparente débil figura jamás decayó, es más, se encontraba de pie con las manos totalmente pegadas al abdomen del viejo samurái.


Silencio… quizá solo el cantar de aves, el cielo estrellado y si, su incontenible orgullo.


--¡Maldición!—alcanzó a pronunciar con una enorme impotencia. A pesar de haber acertado su ataque, este solo hirió el hombro derecho del joven extranjero mientras tanto, él aprovechó la ceguera causada por su odio para clavarle un pequeño cuchillo justo en el centro del abdomen. Abriéndole una herida de pequeña magnitud pero liberando su sangre como si se tratase de un chorro de agua.


Sin más, cayó. Agonizante y con esperanzas de vida, ahora sin importancia alguna.


Las pálidas mejillas empezaron a encenderse y su respiración se agitó levemente, ante la espantosa fechoría que acababa de hacer. Tapó su rostro desconcertado, por más que trataba de convencerse de que solo se había defendido, su moral lo torturaba.


--Si vas a sentir lástima por tus agresores, será mejor que jamás vuelvas a salir. —la voz proveniente del otro extremo del callejón lo sacó de sus incómodos pensamientos. Fría y sin vida. Ambos trataron de mirarse, si no fuera por la enorme oscuridad de la noche.


--Lamento haberte causado tantas molestias…-- involuntariamente, el más joven se inclinó en señal de respeto, dejando caer su larga cabellera dorada. Sin embargo, sus acciones no reflejaban la molestia que sentía ante las palabras anteriores. – ¿P-podría saber tu nombre?—demandó, poniéndose de pie.


--Yo…-- el aludido se llevó una mano a la frente y comenzó a apretarla, como si le doliera. –Creo que no lo recuerdo… -- la mueca que formó sus labios, solo expresaban completo enojo. --¿Tu nombre?—


--¿Eh?—no podía negar que la frialdad con la que se dirigía le intimidaba y por qué no, también le ponía bastante nervioso. –Me llamo Kurapika. –


--Kurapika…-- delineó cada letra de su nombre con sus ásperos labios. –Me quedaré con esto. –Apretó la franela de su pecho y se dispuso a salir hacia las calles, a paso lento.


--¡Espera! – cada cansado paso del samurái sin nombre lo preocupaba. –Puedo curarte… --


Aquel se detuvo pero nunca dejó de darle la espalda. –Antes te veías mucho más intimidante. – sentenció y entonces nadie trató de detenerlo.


Se fue y a los lejos la figura de Kurapika no dejaba de mirarlo, esta vez con desprecio.


 


La luna todavía se encontraba de turno y las calles seguían igual de desoladas, por suerte en el largo camino a casa no tuvo ninguna clase de encuentro inesperado. Kurapika finalmente se detuvo, frente a una enorme casa que tenía colgado un letrero; “Posada y Aguas termales Sakura” sin detenerse a observar alguna anomalía se adentró por el camino que marcaba el asfalto y consiguió llegar a la puerta principal, deslizó la entrada y ahí estaba ella, esperándolo. –Estoy de vuelta. – dijo mirando sus dulces ojos.


--Bienvenido. – pronunció con suma ternura, en medio de los peligros de un pueblo tan descontrolado solo podía confiar en ella, la persona que lo ha cuidado varios años, como si fuera su hijo. –Haz tardado demasiado, eh empezado a preocuparme. – la mujer de unos sesenta años, pero con apariencia bastante jovial extendió sus brazos, invitándolo.


--Tuve unos cuantos problemas…-- Tratando de ocultar la herida de su hombro, ante la invitación tan amorosa su cuerpo no supo resistirse así como sus propios sentimientos. Corrió, Kurapika se apresuró de manera urgente a aquellos brazos que sabían su necesidad de ser consolado, dejando caer la bolsa al suelo nuevamente, sus ojos azules empezaron a inundarse de las tan traicioneras lágrimas.


--Kurapika… ¿Estás bien?—al verlo tan desesperado por recibir algo de acobijo, la mujer también se asustó y mucho más al notar como la sangre salía de su delgado cuerpo. --¡Estás herido!—exclamó esta vez bastante preocupada. Entonces lo tomó de la mano y lo alejó de la entrada.


--Lo siento mucho, no debí encargarte las compras. –la típica sonrisa de sus labios se borró, mientras limpiaba con cuidado la herida de su hombro.


--Está bien, me eh podido defender…-- esto último le salió bastante forzado al venir a su mente la imagen del samurái sin nombre, aquel que salvó su vida pero también supo humillarlo, claro está, a su manera.


--De todas maneras, será mejor que vayas a descansar. – la pálida mujer volvió a recuperar su expresión dulce y maternal. –Mañana será un largo día. –


--Claro—


Kurapika caminaba tranquilamente por los pasillos de la gran mansión, teniendo en cuenta que había mucha gente que a esas horas descansaba, procuraba no hacer ninguna clase de ruido innecesario. Giró la última esquina y entonces notó como algo pasó corriendo a toda velocidad, a sus espaldas, fuera de su vista. --¿Un ratón?—se preguntó al suponer que lo que acababa de pasar era de menor tamaño. –No tengo tiempo para esto. – y al cabo de sus propios reproches soltó un bostezo. Sin tomarle importancia a lo que sea que pasó se dirigió  su habitación.  Donde una vez adentro empezó a desvestirse, descendiendo la tela color celeste que por cierto se encontraba manchada, dejó al descubierto su pálida piel, tan tersa y delicada que al contacto con el medio ambiente empezó a erizarse. Rápidamente se mudó de ropa, ahora portando una fina tela color blanco empezó a sentirse mucho más somnoliento.


La puerta corrediza de su habitación se abrió levemente.


Kurapika, esta vez mucho más desconcertado se adelantó hacia el pasillo y lo revisó cuidadosamente con la mirada. No había nada. --¿El viento?—aun así, no era tan ingenuo como para suponer cosas tan banales. Cerró la puerta y por seguridad puso una silla que fue lo primero que encontró. Tranquilo de alguna manera, se acomodó entre sus frazadas y cerró los ojos. Quedándose dormido al instante.


 


--Kurapika…-- atrás de la puerta corrediza muy bien asegurada, la mujer mayor se encontraba dando pequeños golpecitos con suavidad. –Despierta dormilón…-- susurró dulcemente.


Sus palabras reconfortantes como siempre, se escuchaban algo lejanas pero no lo suficiente como para no oírla, el joven de larga y brillante cabellera rubia empezó a recobrar la consciencia después de una muy corta noche de sueño, haciendo el esfuerzo por abrir sus ojos azules.


--¿Kurapika?—En el pasillo parecía impacientarse. –Te traje unos panecillos ¿Estás despierto?—


--S-si…-- con un deje de molestia, Kurapika empezó a levantar su cabeza de la confortable almohada pero algo escéptico de despedirse de la comodidad de sus calientes cobijas. –Voy enseguida…-- dijo mientras un bostezo se le escapaba. Con una roca de pereza encima de deshizo de las frazadas en un solo movimiento. Notando aun adormilado la figura de quien lo acompañó toda la noche.


Los gritos dentro de su habitación parecieron resonar en toda la mansión.            


La bandeja de panecillos recién hechos por poco y se le salen de las manos, la mujer de cabello oscuro se erizo de puro terror al escucharlo y por reflejo tomó la puerta para enterarse de lo que sea que acababa de pasar. Estaba cerrada ¡la puerta no abría! –Kurapika ¡¿Estás bien?! No me asustes muchacho ¿Por qué haz asegurado la puerta? ¡Kurapika!—


--E-estoy bien…-- se avanzó a escuchar aun dentro de la misteriosa habitación. Kurapika, ya mucho más tranquilo se arrodilló en su futón y se acercó con mucha ternura, aquella pequeña presencia de la noche anterior no era nada más que un lindo cachorrito, color miel y con ojos tan claros como su pelaje. Finalmente ante la desesperación de la mujer, la puerta se deslizó y Kurapika salió con una gran sonrisa.


--¿Estás bien, hijo?—ella, tenía la mano en el pecho y su piel blanca se había palidecido aún más.


--Sí, es solo que me asusté al verlo arropado entre las cobijas. – dijo inocentemente mientras veía al cachorro que ya lo había tomado en brazos.


--Pero ¿Cómo ha entrado?—


--Es lindo ¿No?—el brillo de los ojos azules solo reflejaban felicidad.


Mientras los dos permanecían frente a frente, el pequeño animal empezó a olfatear el nuevo lugar donde se encontraba, con los ojos bien despiertos hasta que llegó a la bandeja de panecillos recién horneados que había traído la dulce mujer. --¿Tienes hambre?—modulando su voz a un tono más infantil, Kurapika volvió a mirarlo tiernamente. Entonces el cachorro tomó en su hocico dos de los panecillos y se escurrió de sus brazos, huyendo como si no hubiera un mañana. Desde el pasillo hasta llegar al patio donde se perdió entre los arbustos --¡Oye!—


--Kurapika, déjalo. –Ella lo detuvo tomándolo por su hombro sano. –Seguro regresará. Ahora tenemos que empezar con los preparativos— sin decir nada, asintió y empezó a seguir el andar de la dueña de la mansión.


Atrás de ellos, lo primeros rayos del sol empezaban a iluminar la extensa vegetación así como a llenar de vida todo lo que se encontraba a su paso.


--Bien, como saben el día de hoy recibiremos unas visitas muy importantes. – la mujer, totalmente convertida en una líder, se pronunciaba frente a algunas muchachas así como muchachos, entre ellos, Kurapika. –Pero eso será en la noche, mientras tanto debemos atender a nuestros asiduos clientes tal y como lo hacemos diariamente. Entonces nos organizaremos así. —sus oscuros ojos empezaron a examinar a cada uno de sus ayudantes. –Ustedes cuatro – señaló a las muchachas que permanecían en el rincón de la habitación. –Se encargarán de preparar el menú de todo el día—volvió a clavar la vista en los jóvenes. Las demás chicas se encargarán de la limpieza—


--¡¿De toda la mansión?!—Una de las chicas, esta de piel bronceada y cabello castaño oscuro se adelantó, inconforme.


--No, Kurapika les ayudará. Deben tener todo impecable hasta la hora de abrir la posada—se giró a su ayudante favorito --¿Cuento contigo?--


--Claro que sí, madame. – le dedicó una cálida sonrisa.


--Bien, los demás se encargarán de atender a la clientela cuando todo esté preparado. – se paró y su Kimono de telas coloridas, se acomodó elegantemente sobre el suelo. --¡Empecemos!—


--¡Sí!—todos dijeron al unísono y se dirigieron a realizar sus respectivas tareas.


Limpiar los pasillos de tal manera que la madera brille y los vidrios sirvan de espejo. Lavar todos los trastos y empezar con el inventario de alimentos para el desarrollo de los futuros platos, llenar cada cesta de los productos de limpieza necesarios para el baño individual de cada persona, secar el espacio donde la gente se duchaba para evitar futuros accidentes y demás actividades eran las que lo ocuparon las primera horas del alba. El estar despierto desde el llamado del primer rayo de sol era la clave para el éxito, o eso era lo que repetía madame todo el día, todos los días.


Finalmente las tareas se concluyeron, pero aquello solo era el principio de un largo día de labores.


--Vaya, dentro de poco serán las ocho. – Exclamó impaciente, mirando el gran reloj de su oficina, se levantó y empezó a recorrer los pasillos, mientras inspeccionaba de manera rápida el trabajo de los jóvenes.


--¿Va a recibir a los clientes en la entrada? – con pasos largos y rápidos, Kurapika la alcanzó.


--Sí, hoy me encargaré yo. – lo miró con expresión taciturna.


--Puedo hacerlo. – La animó con su típica expresión jovial e inocente.


--No, cariño. No quiero que la gente te haga…--


--La gente de este pueblo me conoce, no me harán daño. –


--Aun así, sería bueno que no salieras por un buen tiempo. – Ella, no pudo evitar rodar sus ojos y contemplar con dolor la venda en el hombro de su asistente.


--¡No hay problema! – tan valiente como se mostraba, Kurapika se adelantó sin escuchar más lo que madame tenía por decirle. Así era él, pensó con nostalgia, desde que lo acogió en su hogar hace ya muchos años, valiente y alegre.


 


“Posada y Aguas Termales Sakura”


Ya se encontraba al frente del famoso letrero, con una enorme sonrisa en los labios y claro, con su encantador cabello recogido en un moño, el cual tenía cruzado los palillos con detalles en la madera. Abajo del anuncio del popular lugar, había uno más pequeño, este se encargaba de limitar la entrada de la gente. Apenas y daba las ocho y dos minutos, pero la gente afuera de la gran mansión ya se encontraba reunida. --¡Bienvenidos!—casi gritó con su aguda voz y giró el pequeño letrero, de cerrado a abierto. Llenando de risas y voces efusivas el lugar, la gente comenzó a entrar ordenadamente mientras Kurapika se mantenía en la entrada recibiéndolos. Como si los hechos de la noche anterior nunca hubiera sucedido, sonriente y totalmente dispuesto a recibir una que otra caricia en su dorada cabellera por parte de personas que ya lo conocían de años.


Si. Aquella gente tan cálida, jamás le harían daño.


 


Servicio en cada una de las habitaciones, un correteo infinito. Mientras las mujeres permanecían encerradas en la cocina, los chicos eran los que se encargaban de cada una de las demandas de los clientes que gustosamente regresaban. Mucha gente optaba la mañana para tomar un buen baño y claro las ganancias crecían desenfrenadamente pero atrás de todo eso, había algunos muchachos que no dejaban de correr por los pasillos, de aquí a allá.


--No puedo más. – Una vez ya con menos gente, Kurapika se dio un respiro y se sentó totalmente rendido en uno de los pasillos más cercanos a la cocina.


--Ha sido una mañana agitada. – de inmediato lo acompañó la glamorosa mujer, con una pequeña bandeja donde mantenía dos tazas del tan afamado y delicioso, té verde. Le entregó uno cariñosamente.


--Es algo bastante bueno. – tomó un pequeño sorbo, sin perderse cada detalle del delicioso sabor.


--Madame…-- de la puerta continua, salió una de las chicas con una expresión muy preocupante. –Disculpe mi intromisión…-- insegura, propio de la juventud.


--¿Qué sucede, muchacha?—


--Es solo que una de las chicas ha enfermado…-- soltó un suspiro con la cabeza baja. –No podrá presentarse esta noche. –


Ante las palabras de su criada, ella solo pudo mantener una expresión taciturna. –Eso, es un problema. Sería una falta de respeto a nuestros invitados. –con su mirada sombría pero sin perder su tono dulce, se giró para verla mejor. --¿No pueden conseguir otra joven? … antes del anochecer. –


--Lo intentaremos. –continuaba con la mirada clavada en el piso. --¡Por cierto! – sorpresivamente, sus ánimos dieron un brusco cambio. –Tenemos el menú para esta noche. – le extendió una hoja apresuradamente. Kurapika, curioso no pudo evitar asomarse por el hombro de la mujer y divisar la cantidad de platos que se encontraban escritos ahí. Inconscientemente ya se los imaginaba por lo que su boca empezó a humedecerse. --Se ve bien ¿no?— divertida de la situación, lo cuestionó pícaramente.


--¡Sí!—asintió efusivamente mientras sus mejillas empezaban a sonrojarse.


--¡Oh! ¡Deténganlo!—a las espaldas de la tímida joven ya se encontraban tres chicas más, ellas irritadas y también desarregladas. --¡No lo dejen escapar!—una vociferó colérica.


Solo bastó con seguir la dirección de sus miradas para darse cuenta de que aquel cachorro volvió a hacer de las suyas, pero ahora con una bola de arroz. Kurapika se levantó al verlo y no tardó en ponerse en marcha.


--Cariño ¿A dónde vas?—


--¡No me tardo!—y empezó a perseguir al canino, alejándose rápidamente. Meciendo su rubia cabellera, está ya le llegaba mucho más debajo de la cintura, su atuendo se ceñía muy bien a su cuerpo delgado.


Imagen que las cuatro mujeres contemplaron en silencio. –Madame…-- una de las jóvenes sin salir de su asombro. –Kurapika… ¿No podría…?—


--NO. – Seca y cortantemente, ya sabía lo que su criada estaba a punto de sugerirle. De ninguna manera permitiría que su ayudante favorito se involucre con la gente que estaba por venir.


--Oh, disculpe mi atrevimiento. – Y su timidez volvió a mostrarse. –V-vamos de regreso a la cocina. —las cuatro chicas empezaron a moverse.


--Cuento con ustedes. – miró con detenimiento el lugar donde Kurapika ya había desaparecido. –No permitiré que nadie le haga daño. Todavía no encuentra a aquella persona. – susurró para sí.


 


Las pequeñas patas no daban pasos realmente grandes pero si lo hacían increíblemente rápido, por las calles donde se encontraban los comerciantes siempre tan animosos ofertando sus productos, el cachorro supo escabullirse y sin tener el menor conocimiento de que estaba siendo perseguido, se metió por una tienda y salió al otro extremo de la vivienda.


--¡Espera!—cansado y con la frente perlada por el sudor, Kurapika empezó a rodear el lugar sin perder de vista al animal. –Ya casi. – se animó al verlo girar por una esquina, donde él sabía que el camino acababa. Estuvo a punto de gritar en señal de triunfo, pero cuando se asomó por atrás de la pared entendió que tenía que guardar silencio, sin embargo hizo mucho más que eso. Se escondió sin aliento.


--Tú, de nuevo…-- la sombría voz la recordaba como si la hubiera escuchado hace unos minutos. Kurapika, algo desconcertado optó por asomarse sutilmente. Tenía que comprobar quien era la persona escondida en aquel callejón. –Te lo agradezco pero no debes robar…-- su liso y oscuro cabello caían sobre su pálido rostro de manera desordenada, a comparación de aquella madrugada ahora lo llevaba suelto y rebelde como su misma esencia. Era él, sin duda se trataba del samurái sin nombre.


--Robar es malo ¿Sabes?—Sereno pero con dura expresión se dirigía al cachorro, mientras tomaba el bocadillo de su hocico y lo partía a la mitad.


No era posible, no tenía idea de que lo volvería a encontrar en tales circunstancias. Aquel hombre que de cierta manera lo ayudó y también humilló, ahora se veía mucho más vulnerable. Sentado, totalmente rendido y dependiendo de un perrito para comer algo. Era patético. Kurapika era lo que tenía en mente, mientras casi podía morderse el labio para guardarse todo lo que tenía que decirle, también sus ojos no se despegaban de aquella lamentable figura.


Desagradable pero adictiva.


Oscuros ojos que continuaban apagados pero siempre tan atentos a todo. Aquel samurái de inmediato se giró hacia su dirección, sagaz e incluso intimidante. Mas no se encontró con ninguna persona, pues Kurapika se las arregló para esconderse y hasta contener sus respiración para evitar ser descubierto. Era ridículo y no tenía idea de por qué lo había hecho, aun escondido entre las paredes volvió  asomarse para enfrentarlo.


Nada.


Ahora el patético era él, se le escapó y ni siquiera se percató cuando sucedió.


 


La llegada del atardecer estaba solo a un paso, la radiante capa anaranjada empezaba a tomar cada vez más color y Kurapika hacía lo posible por llegar a su hogar, otra noche en el exterior le traería problemas. Sus pies le dolían pero su mente no dejaba de pensar en el extraño sujeto y ahora el pequeño perrito que no logró alcanzar.


Frente al gran letrero, la posición del segundo ya se había invertido. La mansión fue oficialmente cerrada.


--Acepte mis más sinceras disculpas madame…--


--Esto, no está nada bien muchacha. —


Apenas él iba entrando no pudo evitar escuchar la plática frente a la puerta. --¿Hola?—algo inseguro las saludó, a su dulce madre adoptiva y a una de las criadas. --¿Está todo bien?—


--Hola, cariño. – Ella, le dedicó su típica sonrisa maternal.


--¡Kurapika!—sin detenerse a formalidades, la chica de aspecto joven se adelantó y lo abrazó fuertemente así como suspiraba, haciéndolo sentir incómodo pero también confundido.


--¿Qué sucede?—casi le temblaba la voz, entre los brazos de la joven, sentía que le faltaba el aire.


--Necesitamos tu ayuda…-- Finalmente, lo soltó para mirarlo a los ojos.


--No, ya te dije que él no puede hacerlo. —Con expresión dura pero sin moverse un solo centímetro, la reprimenda de madame había sido intimidante.


--¿Hacer qué?— Kurapika, confundido, empezó a mostrarse algo irritado.


--Bueno es que nos hace falta una persona para atender a los clientes esta noche. – Continuó apremiantemente, ante la mirada furiosa de su ama. --¡Por favor, Kurapika! Te necesitamos…-- se giró a la anciana mujer. –madame Sara, seguramente no querrá faltarle al respeto a sus clientes ¿no?— desafiante.


--Aun así, no me gustaría que…--


--¡Puedo hacerlo!—interrumpiendo el enfrentamiento de ambas, aceptó.


--¡En serio!—Las dos mujeres, igualmente sorprendidas lo miraron con los ojos bien abiertos.


--Claro, si es urgente siempre estoy dispuesto a ayudar…-- Sonrió jovialmente y el sol a sus espalas empezó a esconderse. –Ahora… ¿Qué tengo que hacer?—


 


20h: 00


La famosa posada, ahora cerrada empezó a brillar con ayuda de lámparas muy llamativas en cada portón. Un grupo de diez personas, algo ambiguas por la oscuridad de la noche, ingresaron. A paso lento y sin dejar de conversar. Todos de género masculino y aparentemente de mayor edad.


 --Te ves ¡hermoso!—una de las tantas chicas, dentro de una las habitaciones no dejaba de alagarlo afablemente. Siempre teniendo la aprobación de sus compañeras.


--N-nadie me habló es esto…-- Kurapika, con el rostro rojo a pesar de la capa de maquillaje pálido. Sentado frente a un espejo, solo se horrorizaba infinitamente por su aspecto. Tal y como era la tradición japonesa para los eventos privados, esta noche la mansión de madame Sara brindaba el servicio de un gran banquete, bebida ilimitada y si, lo más llamativo; la presencia de diez bellas geiko. Llamadas así, tradicionalmente por solo ser unas aprendices, aquello era suficiente para hacer la reunión más amena.


--No puedo salir así. – Todavía horrorizado, apenas y podía caminar al tener el nagajuban tan ceñido al cuerpo, el maquillaje así como la peluca color negro, le convertían en una dama como las otras nueve que no dejaban de maravillarse. –Además no sé qué es lo que tengo que hacer, según tengo entendido, ustedes tienen un entrenamiento previo… yo…--


--Estarás bien. —Luciendo igual que él, la joven acarició su mejilla. –Bastará con que sirvas alcohol. Nosotras haremos el resto. – Todas asintieron. –De verdad, agradezco mucho tu ayuda. --


--Ya están aquí – Madame, algo preocupada las llamó. Divisando a las nueve chicas a su cargo, casi no pudo reconocer a su asistente, su rubia cabellera ya no existía y aunque tenía los ojos azules, no parecía tener mayor importancia. –Kurapika… estás muy guapa. – bromeó sin poder contenerse.


--¡Madame! – las risas inundaron la habitación. Seguramente en un futuro aquello sería parte de la infinidad de hilarantes recuerdos.


--¡Vamos!—decretó y las diez “chicas” la siguieron, entusiasmadas por sus apariencias. Encantadoras.


 


--¡Kanpai!—Música, danza, deliciosa comida y bellas chicas los acompañaban. Los invitados como denominada madame Sara, se trataban de guerreros de clase alta, habían reservado la noche para divertirse. El objetivo se estaba cumpliendo y las ganancias incrementaban. –Oye niña ¡Dame más!—los diez hombres se mantenían repartidos en dos filas, mirándose unos a otros. Al llamado de uno de ellos, una de las muchachas corrió para llenar el vaso, tímida y un tanto asqueada por el olor. –Gracias…-- la voz alcoholizada le dedicó una mueca y las manos inquietas no dudaron en tomarla por los hombros y acercarla a su cuerpo.


Esto frente a la bella geiko de ojos azules, quien miraba con mucho enfado la escena, aun así solo recibió una sonrisa calmante por parte de la chica, después de todo era parte de su trabajo.


--Oye… ¿No piensas servirme?—A su lado, tenía también su propia pesadilla, Kurapika mostrándose tan sumiso como podía empezó a llenar el vaso del hombre que se le designó.


 Será una larga noche.


Entre copas y muchas más groserías.


--Bien, bien, bien…-- poco a poco el alboroto que cada uno hacía en su sitio empezó a cesar. --¿Qué haremos con el caso de Kuroro?—mareado y poco estable, el hombre que permanecía alado de Kurapika empezó a poner orden.


--¡Matarlo!—todos empezaron a alzar sus copas en señal de triunfo. Dejándolo perplejo, es decir, no tenía idea de qué clase de guerreros se trataba, pero seguramente eran peligrosos. Si hablaban de matar a alguien frente a chicas inocentes.


--¡¡Cortarle la cabeza!! –


--Perforarle el cráneo. –


Y muchas más exclamaciones repugnantes. Intimidando a las chicas y llamando la atención de Kurapika ¿Quién era Kuroro? Y ¿Por qué querían matarlo?


--Pero ¿Cómo sabes que está aquí?—al fondo, en el último lugar, un hombre de aspecto bastante grotesco empezó a cuestionar, él con el aliento olor a alcohol pero con una postura muy erguida.


--No creo que vaya muy lejos—Bebió todo el líquido de un solo bocado. –Yo mismo lo herí repetidas veces. – Extendió su copa hasta el pecho de Kurapika, el cual entendió el mensaje–Debieron ver lo que mi katana hizo con su pecho. –


--¡Po supuesto! Y ¿Cómo sabes que no está ya muerto?—


--Es una persona muy persistente. – Poco a poco el alcohol comenzó a caer dentro de la copa.


Por alguna razón, Kurapika empezó a divagar en sus pensamientos desde que emperezaron con su plática, sumamente curiosa.


--¿Cómo lo reconocemos, jefe?—mucho más cerca que el anterior sujeto, un guerrero notablemente más joven, preguntó manteniendo sus ojos en Kurapika, quien se veía algo consternado.


--Cabello negro, ojos del mismo tono y piel sumamente pálida… seguramente debe lucir espantoso al no tener a nadie…-- estas últimas palabras le hicieron soltar una carcajada, aun con la mano extendida, el líquido ya había llenado la copa. --¡¿Qué crees que estás haciendo?!—de inmediato se giró para gritarle a su acompañante, su copa estaba llena pero no había dejado de verter el alcohol, ahora mojando sus manos y empapando su indumentaria.


Toda la habitación fue expectante de las descuidadas acciones de Kurapika. –Lo siento mucho…-- él, tan concentrado en las palabras dichas que no se percató de su error.


--Niña tonta, haz mojado mi ropa. – se puso de pie y lo jaló del brazo para obligarlo a pararse también.


--Por favor, le ofrezco una disculpa…-- Otra muchacha se acercó algo desesperada.


--Tú, no te metas niña. — la empujó con movimientos torpes. –El problema es con ella. —acercó su mano mojada a los labios de Kurapika. --¿Podrías empezar por eliminar todo este alcohol?—sus acciones le resultaban repulsivas y que más le daba defenderse como siempre lo hacía. Solo que ahora no se trataba solo de él.


--Traeré una toalla…-- con un enorme esfuerzo por continuar portándose sumisamente, fue lo único que logró decir. –Le ruego acepte mis disculpas. —tan humillado como se sentía, se inclinó unos segundos y se dispuso al salir de la habitación.


 --O tal vez, podamos llegar a una especie de acuerdo. – Su cuerpo inestable se las arregló para llevar una mano a la cintura de Kurapika, apretándolo con su grueso cuerpo y envolviéndolo de su aliento detestable.


--Con permiso. – esta vez, cerrando los ojos de ira, lo empujó levemente y salió de la habitación casi corriendo.


--Oye… -- el embriagado hombre susurró mientras se esforzaba por mantenerse de pie.


--Espera… ¡Maldita sea, espera!—siguiéndolo, también salió de la habitación y lo detuvo una vez más, tomándolo por el brazo, bruscamente. Haciéndole daño. –Pero que niña tan insolente eres…-- Kurapika solo podía olerlo cuando nuevamente lo obligó a cortar distancia.


--Déjeme ir…--


--Oh, vamos ¿Qué tal si alquilamos otra habitación?—


--No me involucro con asesinos. – sin poder contener su ira, ya no le interesaba mantener una imagen. ¡Era demasiado! Y ni él ni ninguna de las muchachas tenían por que soportarlo.


--Lo dices por la conversación de hace unos minutos…-- sin importarle nada, empezó a pasear su mano por la silueta de Kurapika, desde su hombro donde aún mantenía la venda, pasando por su abdomen y mucho más abajo. –A ti que más te da…-- llegando a su muslo donde se deshacía de la tela rojiza. --¡No conoces a aquel bandido! Tú no… -- pero se detuvo, empujándolo hacia el pasillo.


--O es que acaso si lo conoces…-- totalmente a la defensiva, no tardó en sacar su katana y apuntarla hacia la indefensa geiko.


Kurapika, inmóvil no supo responder ante tal amenaza de muerte. El hombre lo tomó como un si.


--¡Maldita perra!—vociferó frenéticamente, alzando su arma mientras a sus espaldas los demás hombres empezaban a reunirse.


--¡Jefe!—


--Ella lo conoce ¡Ella lo sabe! ¡¡Tómenla, mátenla!!—Era como si nunca hubiera bebido. –Que escupa su ubicación. Nadie se burla de mí. –


Y así fue como sin tener idea de lo que estaba sucediendo, se vio rodeado por diez hombres, en posición de ataque y atrás de ellos, nueve bellas mujeres, sin saber cómo reaccionar así como inmensamente asustadas. Nuevamente se repetía la escena que tanto había llegado a detestar. Kurapika huyó, al conocer perfectamente la mansión, empleó el camino más corto y logró salir al patio, dejando atrás a las criadas con el único fin de protegerlas, y teniendo ahora varios hombres con sed de sangre a su espalda.


En ningún momento vio como madame llegaba a socorrerlo. Estaba solo.


Bajo la luz de la luna llena de aquella madrugada, se deshizo del incómodo calzado, con la respiración entrecortada solo podía ver la calzada oscura, saliendo del perímetro de las tiendas de comerciantes se adentró a una calle mucho más desolada, está en cada extremo delimitada por una baranda hecha de cuerdas. El nuevo camino no parecía tener fin y al otro lado de las cuerdas solo se podía apreciar un bosque.


--Eres muy lenta niña. —el jefe, enteramente más estable lo alcanzó, con la hoja filuda por delante empezó a cortar la larga tela roja, propia del kimono de una geiko. Los torpes pasos de Kurapika lo obligaron a aferrarse al extremo de la calzada, rozando su cuerpo con las débiles cuerdas, en un intento por alejarse mucho más, saltó. Por encima del límite, se adentró al bosque que al parecer no tenía una superficie muy llana, haciéndolo resbalar, ahora solo se encontraba cayendo cuesta abajo, manchando su ropa y lastimando su cuerpo.


Llegando casi sin aliento al final de la vegetación, se levantó con mucho esfuerzo para continuar. Aun así su cuerpo estaba llegando a su límite. Se aferró al tronco de un gran árbol y apoyó su cabeza, ahora sin una peluca, su cabello dorado suelto y bailando al son del fuerte viento de la madrugada.


--Te ves tan hermosa como siempre… mi bella dama. – las poéticas palabras no muy lejos de él lo hicieron reaccionar nuevamente.


Kurapika abrió los ojos pero la inmensa oscuridad no le era de gran ayuda. –Me es un placer visitarte. – y un par de ladridos también resonaron. Jamás se había sentido tan aliviado al escucharlo, era la primera vez que no se sintió intimidado o mucho menos enfadado. Ahora le era urgente ubicar al dueño de aquella misteriosa voz.


Entre inestables pasos y ruidosos jadeos, Kurapika llegó a uno de los lugares más hermosos que hubiera podido visitar, se trataba de una cascada de aguas cristalinas, era tan alta que parecía llegar al cielo, por el recorrido de sus aguas se reflejaban cientos de luces y mucho más abajo; un lago casi similar a un espejo. Sus azules ojos tan maravillados por la vista juguetearon gustosamente, examinando el mágico lugar no tardó mucho en ubicar al perrito que este al verlo, salió corriendo dándole una calurosa bienvenida y unos metros atrás, se encontraba él.


--Tú, de nuevo. – tan seco lo miró con ojos profundos. El samurái de cabello largos y oscuros se encontraba al pie del lago, solo sentado y quizá meditando bajo el destello de la luna.


--Siento interrumpir. – Kurapika, débil y con aspecto deplorable se inclinó una vez más. Con la mirada clavada en el piso, no podía negar que aquel sujeto le inquietaba así como lo intimidaba. --¿C-cómo te llamas?—inmensamente curioso las palabras salieron involuntariamente de sus labios.


Silencio.


Aquel solo soltó un suspiro con algo de molestia, mientras empezaba a apretarse la frente. –Ya habíamos hablado de eso… yo. – nuevas voces se escucharon muy cerca.


Kurapika,  asustado no supo decir nada más. Su mente solo podía pensar en huir, aun con las piernas doloridas por la caída anterior se dispuso a correr, esta vez siendo interrumpido por las fuertes y frías manos del hombre, ahora a su lado.


--No permitiré que una indefensa jovencita vaya por ahí a estas horas de la noche. – expresó sombrío pero con una suave sonrisa en los labios.


--¡Jovencita!—algo irritado le replicó, levemente sonrojado por encontrarse con aquella clase de indumentaria.


Los pasos ya no se escucharon lejanos, ahora eran voces que escupían groserías y gritos.


--A qué se debe el placer de su visita…-- sin perder su expresión serena, sacó su arma. –Caballeros…--


Diez hombres totalmente armados frente a uno solo quien no dejaba de sostener la mano de Kurapika con fuerza. La escena que poco a poco empezó a hacerse borrosa, sin duda su débil cuerpo llegó al límite.


--No puede ser…-- el líder de la banda pareció animarse de forma efusiva y preocupante. --¡Es él! En realidad lo conocía…-- las katanas se alzaron al cielo.


--Eres tú Kuroro Lucifer…--


Las imágenes hasta el momento algo claras empezaron a tornarse confusas, los ladridos del pequeño can empezaron a sonar muy lejanos y los gritos de júbilo también. Su vista se tornó oscura y todo a su alrededor se desplomó. Sin aliento y nada seguro de haber escuchado su nombre.


Los primeros rayos del sol empezaron a iluminarle el rostro, interrumpiendo su muy necesitado sueño así como calentándolo por debajo de la pequeña frazada, aun envuelto en la tela rojiza algo manchada, Kurapika empezó a retomar la consciencia. La juguetona lengua del perro a su lado no se resistió a darle varios besos en la mejilla animosamente, lo que le hizo despertar completamente. Todavía sin decir nada y somnoliento se permitió observar donde había descansado las pocas horas de la madrugada anterior.


Dentro de una cueva muy pequeña, es ahí donde bajo la sombra de varios árboles lo había dejado. --¿Dónde estoy…?—se preguntó entre susurros y ante la mirada brillante del cachorro, empezó a reaccionar. --¿Dónde está él?—varias dudas empezaron a invadirlo, los hombres de anoche, aquel volvió a protegerle. Quizá era necesario refrescarse solo unos minutos.


Se deshizo del kimono rápidamente, primero aflojando el obi y dejando caer la tela color rojo con motivos florales hasta sus pies descalzos, solo permaneciendo con el nagajuban blanco. Recibiendo el caluroso abrazo de la estrella dorada se encaminó hacia las aguas, similares al espejo. Tan frescas, puras que casi podía sentir como lo invitaban a que se sumergiera, libre como solía serlo hace algunos años.


Kurapika remojó todo su cuerpo sin dudar y el choque de las gélidas aguas no fue nada en comparación con la relajación que ahora sentía. Metiéndose por completo, nadó unos metros hasta el otro extremo del lago y además mucho más cerca de la cascada. Dejando al descubierto su larga cabellera totalmente empapada, extendió sus manos hacia el gran chorro de agua y recibió gustosamente el líquido cristalino, bebiéndolo. Tan inefable se había puesto la situación que en ningún momento sintió como alguien más también se encontraba dentro de la maravilla que era aquel lago.


Su cuerpo bien marcado por sus músculos así como por sus marcas de pelea. Se encontraba inmóvil a sus espaldas, su rostro sereno ahora se veía jovial y sus manos algo ansiosas esperaron el momento exacto para tomarlo. Kurapika de repente sintió como lo acariciaban por la cadera y poco a poco se acercaba a alguien, tal acción que antes había odiado por tratarse de personas indeseables las que lo hacían, mas esta vez, se sintió totalmente protegido y mucho más aun al escucharlo, con aliento frío y palabras dulces. –Me alegro te encuentres bien. – con las perlas de agua recorriendo todo su cuerpo, Kuroro posó su nariz en el hombro del chico menor. –Me habías asustado. –


--¿Qué hace?—su voz casi le salía temblando


--Solo me aseguro de que no estés herido--


Sintiendo el contacto, su piel se erizo así como sus mejillas se encendieron. –Siento haberle causado tantas molestias. – su espalda rozaba con el duro abdomen. Kurapika no perdió la oportunidad de verlo más de cerca, tan deseoso que apoyó sus dorados cabellos en el pecho de su salvador.


--Se te está haciendo costumbre disculparte todo el tiempo…--


--Así como tú nunca dejas de sorprenderme. –


Hipnotizado por el cálido momento, los labios de Kurapika hablaron por si solos. Segundos después fue la reacción algo nerviosa del chico de ojos azules al verse tan dócil como una bella geiko. ¿Desde cuándo se sentía tan atraído hacia aquella misteriosa persona? --¿Qué ha pasado anoche?—aprovechando sus propias dudas, empezó a salir de aquel contacto tan perfecto pero incómodo.


Kuroro solo rio por los torpes movimientos.


--¿De qué te ríes…? – esta vez, Kurapika se giró por completo para enfrentarlo y fue cuando ya no pudo seguir hablando. Ante aquel cachorro como único testigo, Kuroro Lucifer se mantenía con la mitad del cuerpo desnudo, con la piel pálida adornada con las gotas provenientes de la cascada, las marcas eran muy notorias pero no por eso perdía galanura, más bien lo hacía ver mucho más masculino, fuerte, indomable…


--Un samurái que no tiene un objetivo para luchar, es un guerrero muerto. – dijo sin antes soltar una coqueta sonrisa y desviar la mirada ante el asombro nada disimulado de su acompañante.


--¿Eh?—fue lo único que alcanzó a decir, Kurapika al verse tan inmerso en observar la perfecta figura de Kuroro. --¿A qué te refieres?—cambió el tono de voz, encubriendo por completo su avergonzado ser.


--El líder de aquel grupo solía ser mi camarada…-- señaló la marca de su abdomen. –Él me hizo esto. Hace un tiempo empezamos a no concordar con ciertos detalles, solo nos dedicábamos a patrullar los pueblos para así eliminar a los bandidos. Eso fue hasta la llegada de la crisis…--


Kurapika sabía a qué se refería, hace ya tres años que todo había comenzado. Ii Naosuke (quien había firmado el Tratado de comercio con los EE.UU y tratado de eliminar a aquellos que se oponían a la occidentalización) fue asesinado y eso solo fue el principio de una serie de calamidades hacia los extranjeros. El consulado británico desapareció a manos de rebeldes nipones, ataques y asesinatos a comerciantes extranjeros. Fue entonces cuando aquel joven empezó a ser acosado en las calles. Hasta el día de hoy, el mes de mayo del año 1863 donde todo parecía ser mucho más grave.


--Además en una de nuestros múltiples enfrentamientos recibí esto. – Kuroro alzó con su mano uno de sus mechones negros dejando al descubierto una marca de un fuerte golpe. Haciendo que Kurapika se sobresaltara.


--L-lo siento…-- Él se lamentó y Kuroro solo supo acercarse mucho más.


--En realidad debería agradecerte yo a ti. – posó sus manos en los pequeños hombros. –Cuando llegué aquí no recordaba nada de lo que me había sucedido. – volvió a sonreírle, tan único como solo él solía hacerlo. –Gracias, Kurapika…--


Ambas miradas se chocaron y permanecieron así unos segundos, infinitos y necesarios. --¿Cuál es tu nombre?—nuevamente, incapaz de controlarse sus labios se movieron involuntariamente.


--Te lo diré cuando salgamos de aquí. –


Los estruendos del pueblo empezaron a ser más sonoros.


--Kurapika, conozco un lugar donde puedes refugiarte por un largo tiempo, es más si nos damos prisa podrás salir de aquí en menos de cinco horas. – de repente, su dulce expresión se tornó sombría y preocupante.


--¿Qué está pasando allá afuera?—Su mirada tan azul empezó verse demasiada curiosa.


--Ven, por favor. – lo tomó de la mano y lo obligó a salir de lago. –Te lo explicaré en el camino. – rápidamente, Kuroro tomó una toalla y la dejó caer en la dorada cabellera del chico. –Es por aquí. – empezó a caminar seguido del pequeño cachorro.


--¡Espera!—totalmente confundido, Kurapika no se movió un centímetro de su lugar. –No te entiendo pero por ahí no es la posada donde esta madame—con una media sonrisa empezó a colocarse el kimono.


--No regresarás ahí. – tan seco como su primer encuentro.


--¿De qué hablas?—


Y el detonante fue alarmante.


--Kurapika, no es seguro regresar al pueblo… yo… yo…--cerrando los ojos y sintiéndose presionado, Kuroro se giró y lo enfrentó con la mirada arrepentida. –Yo no acabé con aquella banda de guerreros. —el silencio solo le permitió decidir continuar con su explicación. – Vengo del pueblo vecino, todo está en llamas. Kurapika…--


--¿Es por mi culpa?—Sin expresión, la mirada azul perdió todo rastro de brillo.


--No, eso no es cierto… -- Mientras apretaba su katana, Kuroro se acercó y tomó la mano de Kurapika. –Escúchame, hace unas horas se efectuó un nuevo ataque por parte de los rebeldes. No es como se dio hace tiempo, ahora es mucho peor. – lo jaló con paso apresurado. –Si alguien te ve, puedes ser asesinado. – Kurapika con la cabeza baja, simplemente no podía digerir lo que estaba escuchando ¿Y si alguien hacía daño a madame? Todo el mundo estaba enterado de que en su mansión habitaba un joven extranjero, tenía que ir a verla y asegurarse de cuidarla, ella y a todas las chicas.


--Iremos a la costa, ahí hay varios barcos. Saldrás de aquí en cuestión de horas. – al término de sus seguras palabras, Kurapika se deshizo del agarre de su mano y huyó, así fue, corrió tan desesperadamente en dirección opuesta con un solo pensamiento.  


--¡Idiota!—


Ahora yendo cuesta arriba y con los pies descalzos consiguió salir a la carretera en cuestión de segundos. Tomando su kimono y poniéndoselo en sobre su cabeza empezó a correr entre las viviendas, teniendo en cuenta el no ser visto, la residencia de su madre adoptiva estaba muy cerca. Al parecer había salido del pueblo la noche anterior y ahora a solo un paso de la entrada pudo comprobar con gran terror lo que decía Kuroro, su hogar así como las casas continuas se encontraban en llamas. –Esto no puede ser…-- estaba solo a un paso de desmayarse ahí mismo, a las afueras de la gran mansión se encontraban varios samurái patrullando seguramente su llegada. ¿Dónde estaban todos? ¿Y si los asesinaron en su ausencia? ¡Dios! No podría soportar el tan solo pensarlo.


--¡Oye!—no muy lejos de él, un vehículo pequeño y casi desgastado se estacionó. Llevando como carga varias cajas de víveres, el sujeto que conducía no pudo ser visible, pues alguien se le adelantó.


--¿Extranjero?—una persona más se adelantó atemorizante y lo que fue peor, él alertó a las demás personas.


El kimono cayó al piso y con eso bastó para los asesinos, saber que se trataba de un repugnante extranjero. Kurapika dispuesto a enfrentarlos pero sin recurso alguno no podía sentirse más estúpido. --¡Oye!—volvió a escuchar y entonces a sus brazos cayó un peso extra. De repente solo podía observar la ancha espalda de aquel guerrero.


--¡Por aquí!—Kurapika ahora con el pequeño perro en sus brazos, observaba como Kuroro tan valiente y temerario empezó a luchar con cada uno de aquellos hombres mientas tanto se debatía si acercarse al vehículo estacionado o solo limitarse a ser protegido por él.


--Vete…-- entre jadeos de cansancio, lo pudo escuchar. Mientras las filudas hojas de metal chocaban y una que otra grosería, Kuroro lo miró de reojo tan furioso como apremiante.


--¡Oye!—fue la última vez que aquella voz a los lejos lo llamó, pues Kurapika salió corriendo hacia el vehículo, sin mirar para atrás se asomó por el cajón de la parte trasera.


--¡Kurapika!—eran las nueve chicas de la noche anterior y entonces un pequeño rayo de luz se presentó en su vida. –Vamos sube. – tres de ellas lo ayudaron y además lo cubrieron con algunas mantas. El pequeño cachorro ladró y fue entonces como Kurapika solo pudo mirar a su salvador luchar mientras las ruedas del vehículo corrían a más no poder. Alejándose y escondiéndose.


--¿Cómo estás?—entre susurros y bajo las mantas, una de las chicas empezó a cuestionarle. Pues los hechos de la noche anterior las dejaron completamente asustadas y temiendo por lo peor. – Ayer salimos a buscarte pero no logramos hallarte. –Dijo otra con los ojos hinchados, quizá de haber llorado un tiempo prolongado. –Y luego pasó eso…--


Al verla así, Kurapika solo pudo hundir su rostro en el pelaje del perro color miel y aguantarse las ganas de sollozar junto a ellas. –Mucha gente vino a atacarnos y entonces prendieron fuego en una de las habitaciones ¡Ha sido horrible! Todas nos escondimos pero jamás nos fuimos… teníamos la esperanza de que llegaras. —


--¡Bajen la voz!—y las nueve muchachas dejaron de hablar. Sin embargo Kurapika levantó su rostro por un par de segundos al escuchar la reprimenda del conductor. Algo aliviado, en medio de todo el caos se permitió sonreír, al menos por unos segundos. –Me alegro de que este bien, madame. –


--Lo mismo digo, muchacho pero ahora estaría perfecto que todos bajen la cabeza, no hablen y de ser posible no se muevan. —la glamorosa mujer frente al volante, llevó su cabello atrás de su oreja y se dirigió hacia el centro. –Los sacaré de aquí. –


El desgastado transporte pasó por baches, alado de viviendas y evadiendo a varias personas peligrosas estaba solo a un paso de llegar a la costa.


--Todo estará bien. —viendo la inmensa preocupación en el rostro de Kurapika, una de las chicas posó su mano en su hombro, dedicándole un cálida sonrisa. –Saldremos de aquí juntos, te lo prometo. – De repente, el vehículo frenó bruscamente, de tal manera que todos fueron lanzadas al fondo el cajón lleno de comestibles. Todos aun en completo silencio aguardaron a las palabras de su jefa.


--¿Qué hay en el cajón?—se escuchaba en el exterior. Los oficiales detuvieron a madame.


--Algunos víveres, mi señor. – con voz impasible, ella respondió mientras los jóvenes temían lo peor.


--Oh, entonces no le importará si hecho un vistazo. – Ni aprobación o espera, algunos de los ayudantes de aquel patrullero empezaron a husmear dentro de la caja, abrieron la puerta de madera y se subieron al vehículo, encontrándose con varias cajas así como mantas. Con ayuda de sus katana, muchos empezaron a mover alguno que otro producto rozando la piel de algunas de las muchachas, ellas solos podían mantenerse en un tensionante silencio mientras rezaban por no ser descubiertas.


--Jefe, no hay nada. – finalmente uno declaró alejándose un poco.


El aire parecía empezar a entrar a sus pulmones, las voces del enemigo empezaban a alejarse. –Iré yo. – y las manos de las chicas se tomaron y apretaron con gran fuerza. Kurapika, permanecía abrazando fuertemente al cachorro. –Kurapika…-- una de las muchachas se aventuró a hablar. –No te preocupes… -- ni siquiera le dieron tiempo de consolarlo, la enorme y filuda hoja de acero penetró las mantas sin ningún cuidado y para mala suerte de todos, acertó, acertando justo en la mitad de la mano de la muchacha, enterrándose en la base de la caja, la sangre empezó a brotar y sus gritos no se hicieron esperar.


--Vacío ¿eh?—la katana llena de sangre fue examinada detenidamente. El vehículo se puso en marcha pero no tardaron en acorralarlo.


--¡¡Corran!!—la mujer gritó hasta casi quedarse sin aliento y así lo hicieron, Kurapika juntos a las nueve chica salieron del cajón y pisaron la superficie del exterior. Ellos ya se encontraban en la costa  de Shimonoseki y solo a unos metros de las aguas donde se encontraban los navíos. El área se encontraba temporalmente despejada por lo que todos aprovecharon aquella ínfima oportunidad y corrieron, ninguna miró hacia atrás solo Kurapika quien con el perro en brazos estuvo a punto de regresar al vehículo.


Su madre adoptiva se encontraba rodeada de guerreros enfurecidos, con las hojas filudas de sus armas ansiosas por cortarla, ella se encontraba muy tranquila, incluso giró sus ojos hasta devolverle la mirada, una última vez.


--S-Sara…-- susurró Kurapika y el cachorro empezó a inquietarse entre sus brazos.


--No, cariño…-- ella, levantó la mano y se señaló las aguas próximas. --¡Vete y se feliz! ¡Te amo, Kurapika!—ella cerró los ojos esperando su destino. Kurapika no deseaba desperdiciar el esfuerzo de su madre adoptiva pero le dolía demasiado tener que despedirse de ella, tan inmóvil que ni siquiera hizo caso a los llamados de las chicas que hasta entonces ya habían subido al transporte.


--No menosprecies la vida de alguien, pequeño…-- lo efusivos ladridos se hicieron presente y la gélida mano, ahora repleta de sangre se posó sobre su hombro desnudo. Kurapika apartó de su rostro varios cabellos dorados para verlo, jamás se había sentido tan feliz de rozar su piel con la de un samurái, este aun en su mente sin un nombre.


--Ven…-- las personas enloquecidas por la ira empezaron a moverse y Kuroro solo tomó la mano de Kurapika para llevarlo directo a los botes. El perro nuevamente saltó a sus brazos, solo a un paso de la tan codiciada libertad.


--¿Por qué haces esto…?—Kurapika balbuceó siempre sintiéndose incapaz de guardarse sus dudas. –Y-yo soy un extranjero…-- sus manos se apretaron mucho más, los hombres a sus espaldas corrían también a mas no poder.


--Eso jamás ha sido un problema…-- rio por lo bajo. –Gracias  a ti, eh recuperado mi vida… hasta entonces yo vagaba por las calles malherido sin siquiera saber mi nombre. Kurapika. –


--¡¡Detente!! ¡TRAIDOR!—Varios de aquellos hombres no tardaban en llegar. Aun así ya se encontraban frente al navío occidental.


--Kurapika. – todas las chicas ya dentro del barco, lo llamaron mientras este ya se encontraba moviéndose.


--Vamos entra. – Kuroro lo empujó hacia las aguas de la orilla.


--Pero…-- Kurapika se veía nuevamente confuso. –Por favor ven conmigo. – lo miró con los ojos cristalizados. Los guerreros estaban solo a un paso.


Kuroro corrió entre las aguas mientras empujaba a Kurapika, llegando al bote una de las chicas le extendió la mano y este la tomó sin chistar, jamás soltando al cachorro que también se encontraba asustado e inquieto. –Cuídalo por mí. – a sus espaldas, Kurapika reaccionó casi sin aliento. Girando por completo, divisó la figura de su eterno salvador aun en las aguas. –Por favor… --


--Kurapika –lo miró con sus oscuros ojos. –Vive y se libre…-- depositó un suave beso en su mano temblorosa. –Siempre estaré agradecido por lo que hiciste… espero volver a verte—las lágrimas delatoras empezaron a bloquearle la vista. –Jamás me importó que fueras de otro país, yo te a…--


--¡Partimos!—la voz de mando, exclamó y las chicas se adentraron mucho más en el bote. La distancia entre ambos empezó a prolongarse.


--No… ¡Espere, se lo ruego!—Kurapika extendió su mano pero no lo logró alcanzar. --¡Ven conmigo!—su largo cabello dorado se mecía jactanciosamente. –No me dejes…-- Sus encendidas mejillas lo hacían encantador hasta en el último momento. Kuroro le sonrió mientras apretaba su katana –Me quedaré aquí, aguardando que todo salga bien ¿de acuerdo?—varios hombres ya se encontraban a sus espaldas.


--¡¿Cuál es tu nombre?!—gritó ya casi incapaz de escuchar lo que decía.


Y fue entonces que pudo contemplarlo una última vez. Con la piel tan pálida que parecía haber muerto hace días, la mirada tan oscura como la misma noche, el cuerpo marcado, el largo cabello extendiéndose hasta donde lo permitía el viento y la sonrisa en su rostro. Kuroro movió sus labios, delineando cada letra con sumo cuidado y levantó su mano en señal de despedida.


Ahora solo podía contemplar la ancha espalda del guerrero al que siempre le deberá la vida y mucho más. Kurapika cerró los ojos aun con el perro en brazos, guardó en el fondo de su ser el nombre y apellido del hombre que siempre atrajo su atención y del que siempre quiso saber mucho más. El lugar donde sus labios se posaron, se sentía tan cálida y entonces deseó que siempre hubiera sido así.


El navío en las costas de Shimonoseki empezó a perderse entre las aguas.


--Fue un placer haberte conocido... Kurapika—


Aquel guerrero ahora con un nombre apretó el agarre de su katana ante la mirada de la mujer de largo cabellos negros, ella de mayor edad y anteriormente con el sobrenombre de madame. Kuroro rodeado por una gran cantidad de guerreros, entre ellos los diez de la anterior noche. Solo esperó su destino.


--Estuviste muy cerca muchacho…-- Ella, también se encontraba con la ropa totalmente manchada pero siempre tan vivaz a pesar de su edad. –Lo siento tanto…--


Japón, mayo del año 1862.


Fue conocido por el afamado incidente de Namamugi, paulatinamente el bombardeo sobre Kagoshima y un año más tarde el consulado norteamericano fue destruido. Estallando toda alarma de guerra, era ahí donde él habitaba, un joven que solo tenía el pecado de haber nacido de piel blanca, ojos azules y cabellera dorada.


Era su cruel destino o como ella solía llamarlo, el momento equivocado. Solo era cuestión de esperar…


 


Japón, año 1863


Cañones japoneses bombardearon un navío occidental en las costas de Shimonoseki.

Notas finales:

Bueno para est relato me eh basado en los hecho ocurrido en Japón en los años de 1860 - 1863

Tenía pensado poner curiosidades en las notas finales XD ya que siempre un escrito trae consigo una buena anécdota XD

Muchas gracias por leer ♥♥

♥Kura-chan♥


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