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Suplicio por Pikacha-sama

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Notas del capitulo:

¡Hola!

Bueno, trataré de dejar una actualización por semana de este fic, quiero agradecer a todas las chicas (os) que me dejaron comentarios: Morena, ATANIH, Mada-Mina-Ita, Anónimo, Midori, yumin45, naoko chan, anónimo, iza-eroz, Himemiko, Anien, Tracy <3

¡Gracias a Midori por el apoyo como beta!

 

Me alegra que les gustara el fic, han pasado cuatro años desde ese día. A la mejor el capítulo les deja un extraño sabor de boca, pero quiero que visualicen la epoca como en los años 70-80.

ENJOY.

 

 

Suplicio.

Capítulo uno.

Antagonista.

 

La piedra terminó rebotando ocho veces sobre la superficie de agua para la sorpresa de Orochimaru. Tsunade tenía mucha fuerza en la muñeca para darle esa velocidad a la roca, además de precisión. Entre los matorrales, ella se dedicaba a lanzar guijarros sobre aquel rio.

 

—¿No te cansas de leer todo el tiempo Orochimaru? — preguntó la chica de dieciséis años tomando entre sus manos otra piedra.

 

—No — contestó escuetamente para volver a prestarle atención a las páginas que todavía le faltaban por analizar. Tenía la vista un poco cansada, pero estaba sumergido en la información que estaba recolectando sobre la diversidad de los huesos que había dentro del ser humano.

 

—Bueno, por lo menos esto es mejor que estar con el imbécil de Jiraiya — comentó como si fuera lo más normal del mundo; en ocasiones la rubia no soportaba los comentarios mordaces que tiraba el albino sobre sus pechos. Más de una vez lo había bofeteado por eso.

 

No era de extrañar, después de todo, Jiraiya había cambiado mucho cuando cumplió los quince años. El niño idiota y bobo seguía ahí, incluso, seguía hostigando a Orochimaru con comentarios romántico; sin embargo, el libido se le había subido excesivamente. Desconocía información sobre qué lo había llevado a cambiar, pero quería culpar a las hormonas de ello.

 

Ahora, con dieciocho años era mucho peor.

 

Las cosas en cuatro años habían cambiado. Orochimaru había conocido al padre de Jiraiya y se había llevado de maravillas con él, haciendo al albino estallar en celos en varias ocasiones. Recordaba sus reproches infantiles, con el paso del tiempo había dejado de insistir en ello y había tomado la manía de leer libros eróticos para sacarlo de quicio.

 

Tsunade era una compañera de clases, además de ser nieta de un amigo de Sarutobi, era por eso que pasaba mucho tiempo con ellos. La rubia siempre le pareció buena compañía por su inteligencia, por los temas que podían abordar (temas que Jiraiya estaba años luz de comprender), sin embargo, todo cambio cuando Dan apareció.

 

El chico era sereno, amable y carismático, estuvo tentado a pensar que era otro perdedor más, pero era un chico muy inteligente. Tsunade debatía temas abiertos sobre la importancia de la medicina con él, Dan cedía casi siempre a las cosas que ella decía, pero sus puntos eran claros y precisos; lo que le molestaba era la extraña atmosfera romántica se creaba a su alrededor.

 

Todo eso se le hacía tan patético, era un desperdicio de tiempo estar enamorado de otra persona. Ese sentimiento de amor solo era una necesidad secundaria del ser humano; también había leído sobre la filosofía y psicología, llegando a la conclusión de que era un error, un sentimiento mezquino.

 

—¡Por acá! — gritó la rubia levantando la mano derecha hacia arriba, dando pequeños brincos emocionada.

 

Jiraiya venía acompañado de Dan.

 

Orochimaru no pudo evitar girar los ojos, le había dicho al albino que estaría leyendo en la biblioteca para librarse de su presencia. Sabía que lo iría a buscar ahí, perdería su tiempo revisando otros lugares, sin poder encontrarlo. Pero ahora, Tsunade ya había revelado su escondite.

 

—¿Cómo es que llegaron aquí solos? — preguntó Dan cuando llegó a su lado.

 

Conocía un atajo entre los matorrales para llegar más rápido a las orillas del pueblo, además que adoraba ese rio, la tranquilidad que reflejaba siempre, así como su transparencia. Lo calmaban cada vez que tenía una pelea con su abuelo, era un escondite que sólo había compartido con la rubia…

 

—Orochimaru lo ha… — Tsunade calló al instante en que sintió como unos pantaloncillos habían sido arrojados a su cara —. ¡Oe, imbécil! ¡¿Qué te pasa?! — chilló para alejar la prenda de sí.

 

Jiraiya corrió al encuentro con el rio, no era muy profundo. La camisa le cubría sus paños menores, mientras sonreía bobaliconamente. Había encontrado la manera perfecta de molestar al azabache que se había sumido nuevamente en su lectura.

 

Había chapoteado un poco hasta llegar lo más próximo a él, sin meditarlo mucho, había chispeado agua esperando llegar hasta el menor. Orochimaru le había gruñido y matado con los ojos cuando sintió el líquido recorrer su rostro. Afiló la mirada mientras soltaba el libro y fruncía el ceño ¡Como le enfurecía ese idiota!, odiaba de sobremanera que siempre buscara la manera de hacerlo cabrear en menos de un pestañeo.

 

Trató de mantener la calma, pero de nuevo Jiraiya lo provocó arrojándole más agua ¡Cómo lo aborrecía! Olvidando su sentido común dejó su lectura y se emprendió hacia el rio. Se había remangado el kimono con el obi que sujetaba su cintura, a pesar de estar enojado, sabía que si este llegaba a dañarse de nuevo tendría problemas con ese maldito bastón que odiaba.

 

—¡Estás muerto, idiota! — vociferó comenzando una pequeña pelea dentro del rio. Se había lanzado contra él, al punto de tomar su albina melena y meterla en el agua. El victimario reía sin poder contenerse, adoraba el rostro que ponía el azabache cuando se divertía, dejaba esa mascara de indiferencia que tanto le molestaba, aunque la sonrisa reflejada en su rostro en ese momento fuera macabra.

 

Una parte de sí, por un momento creyó que de verdad tenía la intensión de ahogarlo en el río, pero Orochimaru no era tan malvado ¿o sí?...

 

Las cosas habían cambiado entre ellos hace un par de años, cuando las hormonas hicieron estrago en su cuerpo y su adolescencia comenzó. Había deseado muchísimo a Orochimaru y por esos evitaba hacer comentarios mordaces sobre él, aunque las féminas no se salvaban de ello. ¡Era un pervertido! Lo admitía, mirar al azabache lo empalaba en muchas ocasiones, pero había algo que le gustaba más que su cuerpo.    

 

Rio con más ganas cuando Orochimaru estuvo a punto de tropezarse y caer al agua, lo jaló del kimono evitando su contacto con el líquido, pero, lejos de sentirse agradecido Orochimaru intentó ahogarlo de nuevo. Al final, había terminado arriba sobre su espalda mientras él daba vueltas sobre sí, para marearlo.

 

Tsunade y Dan conversaban a la orilla energéticamente sin prestarles mucha atención, había sido el chico quien había evitado que la rubia se lanzara contra el albino por tirarle los pantalones sobre la cara.

 

Eran jóvenes, libres de preocupaciones. Ninguno imaginaba que todo cambiaría después de ese ocaso.

 

 

 

 

 

 

 

Ya era de noche cuando regreso a casa. Sabía que probablemente su abuelo lo reñiría y terminaría vociferando estupideces sobre su padre y lo estúpida que había sido su madre en hacerle caso. La misma historia de siempre, no parecía cambiar; a pesar de que los años siguieran pasando, Danzou seguía atrapado en el mismo ciclo.

 

Entendía que el amor era para los débiles, ¿qué más podría enseñarle ese viejo decrepito?

 

Se acomodó el kimono antes de entrar y abrió la puerta. Cuando pasó supo que algo estaba mal por el simple hecho de haber escuchado la risa del mayor, él jamás reía. Esa misma cara sin expresión alguna la había mantenido desde siempre, era sumamente extraño escucharlo soltar alguna risa, era sutil, pero también escalofriante.

 

Caminó rumbo a su recamara, tratando de pasar desapercibido, pero el ruido de la puerta había alertado a su abuelo. Frunció el ceño cuando lo escuchó gritar su nombre, a pesar de que su atuendo estaba intacto, su cabello se había alborotado con la pelea que tuvo contra Jiraiya.

 

Sólo problemas, podría causarle ese idiota.

 

Llegó a la sala llevándose otra sorpresa. Junto a su abuelo se encontraba otro hombre mayor, tal vez unos cuarenta y tantos años. Tenía el cabello de un rubio cenizo y la mirada azabache, traía un tapa bocas de color blanco y venia vestido con una clásica yukata de color azul marino.

 

—Este es Hanzo, Orochimaru — presentó indicándole con la mirada que se sentara a su lado.

 

El azabache hizo una inclinación y procedió a cumplir sin mucho ánimo la orden. Danzou no acostumbraba llevar visitas a su casa, no recordaba jamás que lo hubiera hecho. Su abuelo visitaba a las personas, no ellas a él. Siempre le había dicho lo molesto que le resultaba.

 

Su mirada se afiló y la escondió de los demás, era suficientemente inteligente para saber que las cosas esa noche no terminarían bien, no con la mirada recibida de su huésped. Conocía a los ancianos como él, lo estaba desnudando con la mirada y eso era sumamente asqueroso.

 

Los dos hombres continuaron una conversación sobre la milicia. Hanzo era un hombre sumamente desconfiado, cruel y arrogante. Sólo bastaron unas cuantas horas para darse cuenta de ello, en todo ese monologo con su abuelo, el azabache no había hecho más que servirles sake y sentarse como si no estuviera ahí.

 

Así eran tratados los chicos como él, como objetos que no tenían ni voz ni voto. Una de las razones porque las que era amigo de Tsunade era porque sabía imponerse, a pesar de ser chica, nadie le decía que hacer. Había noqueado a más de un compañero de clases y demostrado su valía. Su abuelo, Hashirama, siempre la había trato con mucho respeto y no la consideraba una carga, como Danzou solía llamarlo.

 

Tenía la mirada baja sin querer llamar la atención, sabía lo que le esperaba si lograba “decepcionar” a Danzou con comportamientos “impropios” de un chico como él. Odiaba al anciano, había aprendido a hacerlo a pesar de llevar la misma sangre, siempre estaba despotricando en su contra como si su nacimiento hubiera sido su peor maldición. Su comportamiento hostil y cruel derivaba de él.

 

Cerró los ojos deseando que el tiempo pasara más rápido, se estaba poniendo de mal humor. Estaba cansado, había estado toda la tarde intentando de matar “accidentalmente” a Jiraiya y leyendo, llegar a las orillas del pueblo tampoco había sido pan comido. Los pies le pinchaban y los vejetes estaban por colmarle la paciencia. Era una conversación sobre veteranos de guerra, contando sus múltiples batallas y redadas que habían realizado contra el enemigo.

 

Los tiempos habían cambiado, la tecnología estaba avanzando y Japón ya no se centralizaba sólo en su milicia. Por eso tenía hambre de información, leer le hacía sentir superior a los demás, saber cosas que los demás no. Por eso pasaba tanto tiempo con Sarutobi, sus experiencias en negocios eran un buena de conversación junto con los sistemas económicos que existían actualmente. Le gustaba hablarle sobre las inversiones y como los errores se pagaban caros.

 

—Es muy parecido a su madre — murmuró Hanzo mientras tomaba otro pequeño sorbo al sake. A pesar de llevar horas bebiendo no había perdido la lucidez y actuaba con normalidad.

 

—Afortunadamente — contestó su abuelo sin mucho interés, sin embargo, su vista se agudizo y sonrió de medio lado —. ¿Te parece una buena inversión? — preguntó sin ninguna emoción reflejada en el rostro, como si estuvieran hablando de cualquier tema sin importancia.

 

—¿Tendrás todo listo dentro de un mes? — cuestionó enfocando su vista en Orochimaru. Ciertamente era muy parecido a su progenitora, ese cabello negro azabache, esa mirada feroz y esa piel tan pálida; el adolescente era hermoso. Sus gestos todavía estaban aniñados, pero sólo aumentaba un poco más su morbo.

 

Danzou asintió con indiferencia, mientras Hanzo parecía sonreír. La charla había acabado y con ello los dos hombres se despidieron con un apretón de manos. El de cabellos cenizos le había mirado de nuevo, escaneándolo de pies a cabeza, como si fuera una mercancía que estaba a punto de obtener. Frunció el ceño y lo observó con desprecio, odiaba a los malditos vejetes como él.

 

Unos minutos después el invitado había salido de su casa. Orochimaru estaba choqueado, nauseabundo y bastante enojado, se sentía humillado. Al parecer su abuelo había ideado la manera perfecta para deshacerse de él, ¡no iba a permitirlo! No era un negocio, ni un maldito bien inmueble el cual pudiera tirar a la basura, en dado caso, el sería quien se desharía del vejestorio.

 

—¿Qué estás planeando? — preguntó con sutileza y veneno en sus palabras, se debatía entre la furia y el desdén dentro de sí, tenía una pequeña idea de a lo que se referían con inversión y no le gustaba absolutamente en nada.

 

—No eres tan estúpido para no darte cuenta de lo que va a pasar — resopló el anciano sin ninguna mueca en el rostro. Danzou caminaba despacio hacia él, apoyándose con el bastón de madera.

 

—No vas a deshacerte de mí así — gritó lleno de cólera. Sabía que en alguna parte de su historia los dos iban a terminar odiándose más de lo que hacían, pero la dictadura iba a terminar cuando cumpliera su mayoría de edad, no vendiéndolo al mejor postor —. Vas a casarme con un asqueroso anciano como tú — escupió con resentimiento, jamás había esperado nada de él, pero aun así se sentía decepcionado.

 

Danzou no profetizo ningún sentimiento en su rostro, ni siquiera cuando levantó el bastón para golpearlo directo en la mejilla. Orochimaru había caído por el impacto, ni siquiera lo había mirado venir. Rabió con furia para ponerse de pie ¡era la última vez que se lo iba a permitir!

 

Siempre había sido indiferente a las circunstancias que no le atenían, aún los negocios turbios que tuviera su abuelo, eran problemas que no le interesaban, siempre se había sumergido en los libros, en todo el contenido que podía meter en su cabeza. Su mundo giraba en eso, pero sentía que la poca ingenuidad que todavía le quedaba se estaba rompiendo.

 

—No estás aquí para opinar, está más que claro cuál es tu posición — argumentó el mayor sin prestarle la más mínima atención. Se había girado dispuesto a irse a su habitación, era pasada la media noche y no tenía nada más que hablar con su nieto. El tema de conversación estaba cerrado, sin embargo, el menor estaba lejos de estar de acuerdo.

 

Estaba de pie apretando fuertemente sus puños, sintiendo como los sueños e ideales se le escapan de las manos, lejos de considerar un impulso sus acciones, eran una consecuencia de todas las emociones acumuladas por años; toda esa ira contenida resurgió en el momento menos apropiado. Avanzó sin proponérselo con malicia, ni siquiera le importó la impresión de Danzou, en un movimiento tenaz le arrebató el bastón y lo arrojó lo más lejos que pudo de sí.

 

Pero no le bastó, la furia seguía ahí, carcomiendo sus sentimientos. No podía seguir así, vivir en esa maldita opresión sabiendo cual sería el final de su historia si terminaba casado con un tipo como Hanzo. Cerró los ojos tratando de negar todos esos sentimientos reprimidos, sin embargo, cuando los abrió supo que estaba fuera de sí.

 

Aquel bastón yacía entre sus manos partido en dos, los nudillos de sus dedos rojos, manchados de un líquido escarlata, su respiración estaba agitada y sus ojos al borde del llanto. No se lo iba a permitir, ¡no iba a casarse! No estaba si quiera hecho para ello, sus sueños e ideales no iban a morir en medio de la nada consumidos por los planes de su abuelo.

 

No más.  

 

Danzou le observaba en su rabieta; Orochimaru había sido un chico fácil de controlar, el temor y las inseguridades del chico habían sido sus aliados. El abandono de su padre y la muerte de su madre habían sido un factor clave para todo ello; pero las cosas habían cambiado en los últimos años con la cercanía que había adquirido con Sarutobi.

 

Su nieto solo se había vuelto débil en la compañía del mayor y su estúpido hijo, Jiraiya. Pero por suerte, todavía lo tenía a él para indicarle el camino correcto. Aprovechando el estado estoico del azabache se acercó a la cajonera que tenía detrás, abrió el cajón más alto y sacó un objeto de metal que pocas veces usaba.

 

Se miraba las manos temblorosas, sangre, había quebrado el bastón al punto en que se hirió a sí mismo, sus sentidos estaban al borde, a punto de colapsar por las emociones difíciles de controlar. Estaba explotando, estaba desbordado, con el pecho acelerado y la respiración alterada, podía escuchar su propio resoplido al exhalar.

 

Sus ideales se estaban marchitando por los deseos egoístas de alguien más, por la tiranía de su abuelo ¡no se lo iba a permitir!, no tenía por qué casarse, ni mucho menos para seguir obedeciendo sus estúpidas normas.

 

Sin embargo, Danzou estaba lejos de dejarlo ir.

 

Tomó de las solapas del kimono al adolescente mientras este se oponía al contacto con el mayor y aunque lo bofeteó, Orochimaru siguió resistiéndose. Pataleó indignado, pero Danzou logró someterlo tomando con fuerza su largo cabello azabache. Fue un movimiento rápido, ligero y sutil. Sólo escuchó el leve sonido de las tijeras al cortar, al cerrar sus puntas y supo que no podía controlar la situación.

 

Era demasiado débil.

 

Su melena siempre había sido larga, le llegaba hasta un poco más debajo de la cintura. Ni siquiera recordaba cuando había llevado el cabello corto; en sus memorias siempre resplandecía largo, sensual y brilloso. Ahora eran trozos dispersos, mancillados; como sus esperanzas y sueños.

 

Quería herirlo, humillarlo, hacerlo sentir basura…

 

—Eres demasiado débil… — le musitó al oído provocando más malestar en él. Había abatido su orgullo y altivez, degradado su espíritu y sumido sus labias. Poco le importaba los sentimientos de su nieto, le había dado una orden y sólo le quedaba acatarla. La vida estaba llena de decisiones y decepciones, Orochimaru sólo era una mercancía que simplemente cambiaría de dueño.

 

 

Lo soltó, alejándolo de sí como si le repudiara el contacto del menor. Su rostro estaba neutro, sin mostrar ningún afiche de molestia o desagrado, pero sus palabras habían representado más que ello y sin más que decir desapareció por el pasillo.

 

Agudizó la mirada mientras su alma rabiaba de furia, por dejar que sus sentimientos se expresaran en su rostro, por saber que estaba siendo transparente, por saberse débil. Tenía tanto que dar de sí y todo sería desperdiciado, todo lo estaba echando por la borda, no podía casarse, no con un ser tan maquiavélico como Hanzo.

 

Su ingenuidad desapareció totalmente justo cuando una sonrisa surcó su rostro. Dejó que las sensaciones embargaran sus sentidos y se perdió por un momento en sí mismo. Desapareció doblando por la esquina y llegando a su habitación, tardó en identificarse cuando se situó delante del espejo.

 

Su delineado purpura estaba ahí, sus ojos afilados le regresaban la vista, su cabello a la altura de los hombros resplandecía mientras una mancha rojiza marcaba su mejilla derecha, todo seguía estando ahí, idéntico. Sólo la mueca que integraba su sonrisa era diferente, en ella, sólo había oscuridad. Un nuevo matiz en su vida, una ambición que sería su prioridad, ya no quedaba nada de aquel muchacho inocente jugando a las orillas del rio.

 

Iba a alcanzar sus metas, iba a destacar, resplandecer como nadie lo había hecho y si para ello tenía que convertirse en el antagonista de su propia historia, estaba lejos de importarle. Desde ese momento sus ideales eran lo único que iba a importarle, si para cumplirlo tenía que aplastar a los demás, no lo dudaría ni un segundo.

 

 

 

CONTINUARÁ…

 

 

Notas finales:

Como ya les había dicho antes, Orochimaru será el malo del cuento xDD, sólo la mitad, hasta que le demos unas cachetadas para que agarre el rollo XDDD

 


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