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Replay. por Breil Obrealdi

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Notas del capitulo:

N/A: ¡Y he aquí el nuevo capítulo! Ah... Hace mil años que no subía nada, lo siento mucho. Estoy intentando volver a conectar con la historia y por ahora no sé si llegaré a subir uno cada semana, cada dos o tres, pero estoy en proceso de recuperarla. ¡Muchas gracias a esas personas que han seguido leyendo y apoyando el trabajo a pesar de mi desaparición! <3 Espero poder saber de vosotros pronto, nos leemos. ~ 

El pelirrojo estaba molesto, podría estar jugando al baloncesto y aprovechando para acercarse a Kouki, tenía curiosidad por ver su estilo de juego, pero no. En cambio, tenía que atender aquella aburrida reunión con la gente de su padre informándole de los últimos avances de la empresa. Conocía ya hasta el último detalle, aquello no era más que una mera formalidad para que fueran acostumbrándose a estar bajo su cargo. Y le parecía la más absoluta pérdida de tiempo. Sutiempo.

Durante el transcurso de su discusión interna, su expresión permaneció inmutable, sin dejar entrever ninguna de sus emociones. No convenía permitir que la gente supiera lo que pensaba. Cualquier muestra de expresividad podría ser interpretada como un signo de debilidad. Lo cual, para los Akashi, era algo inadmisible. 

Quiso poner los ojos en blanco al percibir el nerviosismo de los presentadores. Aunque todavía no dispusiera por completo del poder o autoridad de su padre, su capacidad de intimidación y proyección de superioridad no andaban muy lejos. Su habilidad de análisis junto con una mente fría —y puede que despiadada— eran la combinación perfecta para aquel negocio. Reprimió un bostezo y miró discretamente la hora por tercera vez en media hora.

Para entretenerse más a sí mismo, se dedicó a imaginarse las distintas formas en las que podría acabar con ellos si de pronto se trataban de enemigos y sólo contaba con lo que allí había para defenderse. Sin tener en cuenta el cuchillo que llevaba escondido bajo el pantalón en el tobillo de la pierna derecha y el arma en el interior de la chaqueta del traje que, por cierto, era antibalas. Casi estaba sonriendo —diabólicamente— cuando una llamada entrante lo distrajo. Indicándole con un gesto que se detuviera, descolgó llevándose instantáneamente el teléfono al oído.

– Pelea sucia en el descampado. Tres de nuestros chicos estaban el territorio de los Kirisaki Daichi para unos recados y se encontraron con ellos.

– No me digas más, dame los detalles cuando llegue. Voy para allá.

Colgó y guardando velozmente el móvil caminó con paso firme, pero sin prisa, hacia la puerta.

– Continuaremos con la sesión más tarde. Kaoru, mándame un email con el nuevo horario una vez esté organizado. Hay un asunto del que debo ocuparme, caballeros. —dijo a modo de despedida.

Uno de los coordinadores de planta con el que aún no había tenido mucho trato no tardó en ponerse de pie.

– ¡E-Espere Akashi-sama! A vuestro padre no le gustará oír eso, ya es la tercera vez que lo postergamos y…

Una mirada glacial por su parte lo congeló sin llegar a terminar la frase y la tensión en la sala aumentó drásticamente.

– Yo responderé ante mi padre, usted ocúpese de hacer bien su trabajo. No me gustaría que su insolencia le acabase costando el puesto. 

El hombre había palidecido considerablemente pues sabía que la amenaza de un Akashi nunca era en vano. Podían destrozarle la vida a cualquier de apetecerles con sólo chasquear los dedos. Asintió frenéticamente con la cabeza y se inclinó profundamente ante él.

– Lo lamento mucho Akashi-sama, no volverá a suceder. 

– No recibo órdenes de nadie. —“Salvo mi padre”, tuvo que morderse la lengua. — Espero que os sirva de lección al resto.

Y sin decir nada más, el pelirrojo se marchó. 

***

Llegó la hora de cenar y como despedida después de ese maravilloso día, a diferencia de otras veces tenían pizza. Todos esperaban ansiosos la llegada de la comida y Kouki no era la excepción. No recordaba cuándo fue la última vez que se lo había pasado tan bien con sus amigos.

En lugar de mesas de cuatro personas distribuidas por todo el comedor tal y como solía ser, aquella noche habían unido todas las mesas de manera que pudiesen cenar todos juntos. De alguna manera, así es como había acabado sentado entre Kuroko y Aomine, Kagami al lado de Kuroko y con Murasakibara, Kise y Midorima al frente, acompañados de otros chicos que no conocía. Embargado por una sensación de paz, se permitió disfrutar del momento sin sospechar nada cuando Aomine de pronto le pasó una bolsa de patatas. 

– Vaya, gracias. —dijo cogiendo un par y llevándoselas a la boca antes de pasársela a su vez a Kuroko, que también las compartió con Kagami y Kise.

Sin dar explicaciones, Aomine se levantó y se alejó de allí a paso tranquilo, Furihata supuso que probablemente para ir al baño. Puede que se hubiese precipitado un poco en juzgarlo después de todo, a pesar de parecer un pandillero había resultado ser bastante amable. Al poco, llegó Murasakibara que durante todo esto se había ido para repetir y se quedó mirado a los lados, sin llegar a sentarse. 

– Murasakibara-kun, ¿ocurre algo?

– Kuro-chin… ¿Habéis visto mis patatas? Las tenía aquí, pero ya no están.

La mesa se sumió entonces en un terrible silencio, el trozo de pizza se quedó inmóvil en su mano de camino a su boca. Aquello le daba mala espina. Todos se miraron entre ellos. ¿No se referiría a…? A un lado de la mesa, la susodicha bolsa se encontraba completamente vacía y el gigante de pelo morado no tardó también en notarlo. Su nueva expresión daba miedo y la temperatura de la habitación parecía haber descendido un par de grados.

– ¿Quién ha sido?

El comedor entero parecía haber enmudecido y el alboroto previo que a penas le tejaba escuchar a la persona de al lado había desaparecido. Todos los ojos estaban posados sobre ellos. Midorima, que no había dicho nada hasta entonces, pronunció una sola palabra.

– Huid.

Takao, acercándose sigilosamente por detrás, consiguió gracias al factor sorpresa detener al furioso chico antes de que pudiese atraparlos. Pero dada la tremenda fuerza del otro, aquello sólo sería efectivo un par de segundos. Ante las miradas de estupefacción y lástima de sus compañeros, los cuatro culpables se precipitaron hacia la salida. Deberían poner todo el terreno posible entre ellos y su perseguidor mientras pudieran. De lo contrario su sentencia de muerte sería definitiva.

Una vez fuera del comedor, todos salieron disparados en direcciones distintas. Nunca me ha gustado el escondite, era lo único en lo que podía pensar mientras corría. ¿A dónde iría? Su habitación resultaba demasiado obvio, lo encontraría rápido. El parque podría ser una buena opción, si no fuera porque no tenía demasiados lugares en los que poder esconderse y tendría que correr bastante para llegar, existiendo el riesgo de que lo alcanzase antes. Una idea un tanto descabellada se le pasó por la cabeza.

La quinta planta.

Era algo disparatado y lo castigarían si lo pillaban allí. Además, no sabía con lo que podría encontrarse… Escuchó fuertes y veloces pasos acercándose a él. No había tiempo. Salió pitando hacia las escaleras, subiendo los escalones de dos en dos. En una ocasión se tropezó y estuvo a punto de rodar escaleras abajo, pero pudo agarrarse a la barandilla a tiempo. 

¿Lo estaba siguiendo? Podía oírlo cada vez más cerca. Sólo una planta más, vamos… ¡Había llegado! Le extrañó que sólo hubiese una puerta, pero no le dio demasiada importancia. Sin pensárselo dos veces al escucharlo casi a su altura, trató de abrirla y el pomo cedió fácilmente, dejándole pasar a su interior. Se lanzó dentro y cerró con pestillo tras de sí. Respirando agitadamente, se dejó caer hacia el suelo, el sudor deslizándose por su frente. Por un momento pensó que iba a morir...

Dejó escapar un audible suspiro de alivio. Ya sólo quedaba esperar pacientemente a que pasase un rato para que Murasakibara se calmase y él pudiese salir de allí. Su respiración se detuvo de pronto y quedó atrapada en su pecho, con el golpe de alguien empujándolo contra el suelo y pisándole la espalda, impidiéndole levantarse.

No, no, no, no

Tan pronto como había llegado, la presión desapareció y una inconfundible voz de lo más confusa le hizo volver la cabeza, incrédulo. 

– ¿Kouki?

– ¿Seijuurou-san?

– ¿Qué estás haciendo aquí?

– Huía de Murasakibara-senpai y pensé que este podría ser un buen refugio…

– Hm… —pareció considerar si debía o no creerlo y su imagen desastrosa debió de resultar lo suficientemente convincente porque le tendió una mano para ayudarlo a levantarse.

– ¿Por qué te persigue Atsushi? No es de los que acceden a moverse sin un buen incentivo. 

– Digamos que hubo un pequeño malentendido…

– Bueno, tenemos tiempo más que de sobra. Cuéntamelo. 

Le señaló un largo sofá que había no muy lejos de la entrada, frente a una enorme televisión. Y ahora que por fin se fijaba… Aquella no era una habitación normal y corriente.

– Siéntate y ponte cómodo, enseguida estoy contigo. ¿Quieres algo de beber?

Le costaba creer que aquello todavía fuera la misma residencia, era grande como un apartamento y todo lo que había allí parecía nuevo además de caro. Se sentó cuidadosamente en el borde del sofá, temiendo estropearlo de alguna manera. Una cocina abierta totalmente equipada se encontraba al fondo de la sala, entremedias una enorme mesa que podía ejercer tanto de mesa de comedor como de despacho.

El sonido amortiguado de ropa cayendo al suelo le llamó la atención y se fijó en la única puerta que había allí además de la de la entrada. Al poco también pudo escucharse el agua de la ducha en marcha. Esa debía ser su habitación y en esos momentos debía estar dándose un baño. No pudo evitar entonces imaginárselo completamente desnudo, enjabonándose…

– Te escucho.

Un violento rubor le pintó la cara. ¿Acaso había hecho algún ruido inapropiado que lo delatara? ¿Podría leerle la mente…?

– Kouki, sigo esperando.

¡Lo de Murasakibara! Claro, claro. Se sintió estúpido al haber estado pensando algo semejante. Leerle la mente… Estaba perdiendo la cabeza. 

– Aparentemente nos comimos sus patatas. ¡Pero fue un accidente, lo prometo! —se apresuró en explicar. — No sabíamos que eran suyas, de lo contrario nunca las habríamos tocado. Al menos no sin su permiso…

El agua se detuvo y se esforzó en dejar la mente en blanco al respecto. ¡Ni que fuera un pervertido! Seijuurou lo ayudaba y él no hacía más que imaginárselo desnudo. 

– En ese caso, ¿por qué os las comisteis en primer lugar? —antes de poder responderle, masculló algo ininteligible y añadió. — Perdona Kouki, ¿puedes traerme una pequeña maleta blanca que hay debajo de la encimera de la cocina? En el armario de la derecha. 

– Oh, claro. —no le costó localizar lo que le había pedido y llevándoselo, prosiguió. — No teníamos ni idea de que fueran las suyas cuando Aomine-kun nos ofreció coger… 

– Daiki. No hace más que causar problemas, voy a tener que hablar con él otra vez. Tal vez la última no fui lo suficientemente claro…

– Se-Seijuurou-san… Yo, uhm… —su expresión daba pavor. — No creo que tampoco lo hiciera con mala intención, puede que no se hubiese dado cuenta. 

– …Lo dudo mucho. —dijo algo más, pero no lo entendió.

– Perdón, no he llegado a oír eso último. ¿Puedes repetirlo…? 

Olvidando por completo que el otro había estado duchándose, entró como si nada al baño, para encontrarse a Akashi apenas con una toalla atada a la cintura, el pelo y el cuerpo todavía húmedos por el baño. Las gotas de agua se deslizaban a lo largo de unos abdominales bien definidos y acababan en… Desvió rápidamente la mirada, enrojeciendo hasta la raíz del pelo, sin llegar a ver la media sonrisa ladina que el pelirrojo esbozó.

– ¿Kouki? La caja, por favor.

– E-Eh, sí, claro… —se la tendió en su dirección sin mirarlo, la vista clavada en el suelo.

¿Cómo podía haber sido tan descarado?

Tratando desesperadamente de mirar a en cualquier dirección salvo la del chico, acabó fijándose en las gasas ensangrentadas que asomaban en la papelera bajo el lavabo. ¿Pero qué…?

– ¿Seijuurou-san? —lo llamó con voz trémula. 

Iba a tener que perdonarlo, pero volvió a mirarlo, esta vez en busca de posibles heridas o algo que le indicase de donde había salido esa sangre. El pequeño maletín que le había pedido estaba ahora abierto y pudo comprobar que se trababa en realidad de un botiquín. El chico tenía un corte de aspecto profundo a la altura del hombro. ¿Cómo podía haberlo pasado antes por alto? Era una persona horrible. 

– ¡Estás herido! —gritó como un idiota, los ojos casi saliéndose de las órbitas. 

Como si él no fuera ya consciente de eso.

El pelirrojo le dedicó una mirada de soslayo, pero no se detuvo en su tarea de cortar vendas limpias e impregnar un poco de algodón en alcohol. Ni siquiera pestañeó al presionar el desinfectante contra la herida, aunque Kouki puso mala cara por él.

– Tuve un pequeño accidente esta tarde. Nada demasiado grave, no tienes por qué preocuparte. —añadió al poco la ver que el chico continuaba mirándolo con cara de horror. — ¿Te molesta la sangre? Puedes esperarme en el salón y enseguida iré a atenderte.

– ¿La sangre? —repitió el castaño con incredulidad y sacudió la cabeza. — ¡Eso es lo de menos! ¿Cómo te encuentras tú? Vale, ignora mi pregunta. ¿Cómo te vas a encontrar? Debe estar doliéndote como un demonio…

– Kouki.

– Y yo aquí como un pasmarote. ¿Puedo ayudarte de alguna manera? ¿La herida necesita puntos? No sé coser, pero, uh… Qué mareo. Puedo ir a buscar ayuda. Sí, eso es, voy a ir ahora mismo a por Kuroko, él sabrá qué hacer.

– ¡Kouki! 

Su grito lo sobresaltó y dio un respingo, casi cayéndose al resbalarse con el agua. 

– Tranquilízate, por favor. —por su voz se notaba que el “por favor” era sólo una manera de ser amable, su tono no dejaba lugar a discusión. — Como te he dicho, estoy perfectamente. Mira. —señaló el vendaje impolutamente colocado que ahora le cubría la herida.

Debía habérselo puesto mientras él no dejaba de decir cosas sin sentido entrando en pánico. Bajó la cabeza, notando que volvía a arderle el rostro. Su continuo parloteo debía haberlo irritado. Puede que debiera irse, así el otro podría descansar y…

– Kouki, en serio. Mírame. —le ordenó y él no pudo más que obedecerlo avergonzado.

– Seijuurou-san, lo lamento. Yo…

– Tu preocupación por mí resulta enternecedora, pero debes detenerte. No es la primera vez que me enfrento a este tipo de heridas y no será la última. Sobreviviré. 

Sus hipnóticos ojos disparejos lo atraparon y le hicieron recapacitar. Estaba en lo cierto. Estaba exagerando, la sangre lo había descolocado, pero la herida no era tan grave a fin de cuentas.

– He perdido los nervios, me disculpo. —aceptó inclinándose levemente.

– Olvídalo, no ha sido nada. 

Dejándolo solo para darle privacidad y que pudiera cambiarse, recordó el motivo por el que había acabado allí en primer lugar. Esperó a que saliera del baño para despedirse y darle las gracias por ayudarlo.

– No tienes nada que agradecer Kouki, ha sido un placer. Si alguna vez necesitas huir de alguien más o simplemente charlar, pásate por aquí. No suelo recibir visitas, pero la tuya es bienvenida.

– Ah, yo, uhm… ¡Gracias! ¿Hasta la próxima entonces?

– Hasta la próxima.

La puerta se cerró con un suave clic a su espalda. Alejándose, se puso a pensar. Con el alboroto que había causado, no había caído en preguntarle cómo se había hecho esa herida. Además, había dicho que no era algo demasiado raro para él. Su eficiencia tratándola lo corroboraba. Esperaba que no estuviese metido en nada demasiado peligroso… No fuera a conseguir algo peor que un corte. Tendría que cerciorarse preguntárselo cuando volvieran a verse.

Notas finales:

 


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