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Replay. por Breil Obrealdi

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Notas del capitulo:

Bueeeno, aquí os traigo la segunda parte del capítulo. Al final he podido tardar un par de horas menos que la última vez, es un gran progreso, vaya que sí. (?) Well, no tengo mucho más que decir, salvo que muchas gracias por leer y que espero que os guste. ~

El comedor estaba en la segunda planta. Esa noche tocaba pasta y aunque le encantaba, dada la situación apenas tenía apetito. Una vez hubo cogido su debido plato, buscó a Kagami con la mirada, suponiendo que Kuroko estaría con él, para sentarse juntos. Gracias a su altura y vivo pelo rojo, pudo localizarlo con relativa facilidad y se encaminó en su dirección.

Efectivamente, Kuroko se hallaba a su lado, pero no estaban solos. Un rubio se encontraba frente al impasible peliazul, disfrutando de una manzana.

– Oh, ¿tú no eres…? 

– ¡Furihatacchi! No sabía que tú y Kurokocchi eráis amigos. —hizo un puchero volviéndose hacia el susodicho. — Moh, Kurokocchi, ya no me cuentas nada. Me siento abandonado. 

– Eres tú el que siempre está demasiado ocupado con sus fans, Kise-kun.

– No es culpa mía, a las fans hay que tratarlas con amabilidad, no está bien ignorarlas sin más. —acompañó a sus palabras con un movimiento de cabeza, echándose el pelo hacia un lado. 

– ¿Os conocéis? —preguntó algo desconcertado el chico. 

– Así es, Kurokocchi y yo solíamos ir a la misma escuela primaria y como vivíamos por la misma zona, coincidíamos bastante. 

– Aunque al principio yo no le caía bien. 

– ¡Eso era porque siempre me pillaban cuando me dormía en clase y a ti no te decían nada! De todas formas, es cosa del pasado… No me guardas rencor, ¿verdad Kurokocchi?

Casi parecía desprender un aura dorada a su alrededor. El otro no se molestó en responderle y se limitó a volver la cabeza hacia un lado y mirar por la ventana. Se fijó entonces en Kagami, quien no había dicho nada hasta entonces, ocupado como estaba en comer todo lo que pudiera. ¿Cómo es que no estaba nervioso? Él también había sido convocado para el castigo. 

– Kagami-kun —se atrevió a preguntar al cabo de un momento—, ¿no te preocupa lo que tendremos que hacer? 

Y es que, como su abuelo hubiera dicho, estaba más tenso que un gato en una habitación llena de mecedoras. La idea de desnudarse delante de todo el mundo, de quedarse tan vulnerable… Le atravesó un escalofrío. Su mero pensamiento le daba ganas de vomitar. 

– ¿Hm? —tragó audiblemente antes de ser capaz de hablar. Era un milagro que no se hubiera ahogado. — Somos todos chicos, ¿no? No vamos a ver nada que no hayamos visto ya antes. ¿Cuál es el problema?

– Ah… 

– A la gente normal le da vergüenza, Kagami-kun. 

– De todas formas, sólo será un momento. Cuanto más rápido vayas, antes acabarás. 

– Si tú lo dices… 

– Por cierto Kuroko, ¿cómo conseguiste atrapar uno de esos bichejos? Eran súper escurridizos.

– Uno de ellos chocó accidentalmente conmigo cuando estaba huyendo de alguien más y simplemente aproveché la ocasión.

Desconectó de la conversación volviendo al tema que le preocupaba. Es verdad que no quería que nadie lo viese desnudo debido a su naturaleza más bien tímida o tal vez inocente, como dirían algunos, pero sobre todo, no querían que vieran las pruebas del infierno que vivió cuando era pequeño.

Un codazo lo trajo de vuelta a la realidad. 

– Es casi la hora, hay que irse.

Por un momento consideró la posibilidad de salir corriendo. Tal vez si se marchaba lo suficientemente lejos… Suspiró a sabiendas de que no serviría de nada más que para retrasar lo inevitable. 

Venga Kouki, tú puedes

Le temblaban un poco las manos al caminar y casi tiró el plato al suelo con su comida intacta. Debía calmarse o no lograría bajar las escaleras sin matarse.

Cuando estaban a punto de salir, el pánico pudo con él y atropelladamente, soltó.

– Adelantaos, yo voy enseguida. 

Y se marchó a toda velocidad por un pasillo que, si era sincero, no tenía ni idea de a donde conducía, pero necesitaba alejarse de todo el mundo por un minuto. 

Muy bien… Respira. 

Se apoyó contra la pared con los ojos cerrados. Podría ser peor. Se había enfrentado a situaciones mucho más duras a lo largo de su vida, un pequeño reto como este no debería suponerle problema. Y sin embargo, lo hacía.

No podía vivir siempre atormentado de esa manera, era su deber hacerle frente. Lo mejor sería seguir el consejo de Kagami. Cuanto antes empezara antes acabaría con ese martirio. 

Era hora de actuar. 

Mentalizándose, volvió por donde había venido. Para su sorpresa, fuera no había más que quienes habían sido castigados y Midorima-senpai para vigilarlos. Se encaminaron silenciosamente al lugar de la orden. Una vez dada la señal de salida, él esperó a que estuvieran en el agua para empezar a desvestirse. Ninguna regla decía que debían hacerlo al mismo tiempo, ¿cierto? 

Kagami y el que debía ser Aomine, un moreno bastante alto —¿qué problema tenían allí con la altura? Salvo Kuroko, todos parecían superar el metro ochenta o noventa — e intimidante debido a su cara de malas pulgas, parecían estar compitiendo pues no dejaban de gruñirse y dedicarse miradas asesinas. ¿También se conocían de antes? A este paso iba a ser el único que había llegado sin conocidos previos salvo por sus dos amigos. Takao por otro lado, le guiñó un ojo y lanzó un beso a Midorima antes de zambullirse de cabeza, provocando que el peliverde volviera la cabeza hacia un lado con fastidio.

Habiendo dejado su ropa minuciosamente doblada en la bolsa, se metió en el agua. Sus compañeros ni siquiera le echaron una mirada de reojo, aparentemente se había agobiado por nada. Las piedras que se supone que debían buscar eran claramente distinguibles del resto en el fondo del estanque y sumergiéndose, no le costó nada poder coger una. Casi le pareció demasiado fácil. Cualquiera diría que había gato encerrado.

Una vez hecho esto, no tendría más que volver a cambiarse y podría regresar tranquilamente… Le extrañó comprobar desde lejos que los otros tres chicos seguían en la orilla, aunque ya habían terminado y a Midorima no se le veía por ningún lado.

– ¡Joder!

– ¡Me cago en la puta! —maldijo audiblemente Aomine.

Eso le dio mala espina.

– ¿Qué ocurre?

– ¡La ropa! ¡Se han llevado toda nuestra puta ropa! Cuando pille al cabrón que haya sido…

– Estas bromas no son propias de Shin-chan. Debe de haber sido alguien más.

El mundo se le vino encima.

¿Volver desnudos a la resi? Una cosa era aprovechar que no había nadie a esas horas para bañarse desnudos, sin miradas indiscretas de desconocidos, y otra muy distinta encontrarse algún transeúnte mientras caminaban tal y como habían nacido. Esto no podía estar pasando...

Inspiró profundamente. No había llegado hasta allí para echarse ahora atrás. Su decisión estaba tomada. A la de una, a la de dos…

– ¡Ahhh! —con un grito de guerra, salió a todo gas como alma que lleva el diablo, hacia la residencia. 

Corre, corre, corre.

Se obligó a poner la mente en blanco y no pensar demasiado en lo que estaba haciendo o de lo contrario podría acabar paralizado por el miedo. Hasta ese momento había conseguido no encontrarse con nadie, un poco más y habría llegado.

Era demasiado bonito para ser verdad.

De pronto, un fuerte golpe lo lanzó bruscamente contra el suelo quitándole el aliento.

– Pero, ¿qué…? —murmuró para sí, confundido. 

La caída había sido menos dura de lo que había esperado y no era de extrañar, pues un pelirrojo de ojos disparejos con el que debía de haberse chocado y al que había utilizado de amortiguador, se encontraba debajo de él y lo miraba fijamente, expectante. Se quedó congelado durante unos segundos, hipnotizado en la profundidad de sus ojos. Parecían tan irreales.  El desconocido carraspeó un poco y arqueó una ceja; recordando su desnudez, el rubor le cubrió desde las mejillas hasta las orejas y se puso en cuclillas para apartarse torpemente, incapaz de articular palabra.

– Y-Yo… 

La camisa del contrario, además, pudo percatarse entonces, que presentaba varias manchas importantes que se extendían poco a poco como si se hubiera mojado. Probablemente también por su culpa dado que no había podido secarse después del chapuzón. Quiso morirse en ese mismo momento. Qué hubiese dado por poder esconder la cabeza bajo la tierra como los avestruces. 

– ¡Lo siento mucho! Nos han robado la ropa y-y estaba intentando llegar a la resi lo más rápido posible, pero no te he visto y… —aquello no estaba funcionando.— S-Si me dices tu nombre, puedo lavarte la ropa y devolvértela más tarde. 

Aguardó a que el chico le dijera algo, pero este no parecía tener intención de responder. Continuaba mirándolo detenidamente, como si estuviese esperando algún tipo de reacción por su parte. Cuando esta no se dio, comenzó a analizarlo, deslizando su mirada por su cuerpo. Esta era tan intensa que casi le pareció que lo estuviese tocando. ¿Cuál era su problema? Sintiéndose ultrajado, se cubrió con las con las manos tanto como pudo y antes de alejarse, gritó.

– ¡Pervertido! 

Definitivamente… Hoy no era su día de suerte. 

Notas finales:

Un pequeñísimo avance más en el acercamiento de estos dos. Tengo grandes planes para ellos, ehehehe... ¿Quién creéis que se llevó la ropa? ~ ¡Hacedme saber vuestra opinión en los comentarios! Son una gran fuente de aliento y me animan a seguir escribiendo, para además tener antes los capítulos. Nos leemos :)


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