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Nada está escrito por Lauradcala

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Tenía tres días antes del viaje, pero empecé a empacar la noche anterior a partir. Los días anteriores me debatía entre la dicha de saber que volvería a estar con Dante y el temor de dejar todo atrás. ¿Y si solo yo podía atraparlas? ¿Y si alguien más era atacado porque yo no me esforcé más? O, peor aún, ¿Si Dante volvía a alejarse de mí? ¿Y si decidía que no valía la pena? ¿Y si me odiaba…?

Mi madre se acercó a mi justo después de que Dante se marchara el dia que me entregó los billetes de avión. Me encontró en mi cama, mirando fijamente los papeles en mis manos.

– ¿Cariño? ¿Estás bien? –preguntó suavemente.

Alcé la mirada para encontrarme con sus ojos grises preocupados. Mi comisura tembló al intentar esbozar una sonrisa. ¿Hace cuando no la usaba? Se sentía extraño el intentar hacer ese gesto. Ella se sentó a mi lado y, rodeándome los hombros con un brazo, observó los pasajes en mis dedos.

– Así que si los compró… – murmuró.

La miré confundido y ella se mostró culpable.

– Dante ha estado aquí antes, cariño –explicó.

Asentí y me devolví a mis manos. Podía sentirla removerse a mi lado.

– No luces sorprendido –dijo.

– Ya lo sabía…

– ¿Lo sabias? ¿Cómo?

– Los escuché, el dia que vino Jessie.

Silencio. Su mano tembló en mi hombro.

– ¿Por qué no bajaste? –preguntó al fin.

Mi mandíbula se sacudió y la apreté para detener el movimiento.

– Yo… Él estaba molesto…Enojado conmigo… – susurré.

– ¡Oh, Ángel!

Mi madre me acercó a su pecho y acarició mi cabeza, enredando sus dedos en mi cabello como hacia cuando era niño.

– ¿Por qué ibas a creer algo así? –preguntó con la voz entrecortada.

– Es verdad…Él… no quería verme…Dijo que no quería que supiera que había estado aquí…

– Eso no es cierto, cariño –levanté los ojos para mirarla –. Bueno, no es cierto del todo.

Fruncí el ceño.

– ¿Tú sabes algo que yo no? –pregunté.

Ella sonrió con tristeza.

– ¿Vas a ir? –señaló los billetes en mi mano.

– No lo sé…

– ¿Quieres ir?

– Si…Yo…Si, quiero ir…

– Entonces, supongo que él te lo explicará todo en Alemania.

– ¿Tú crees?

– Estoy segura.

– ¿Y si vuelve a alejarse? –Bajé la mirada a su regazo–. ¿Y si me odia?

– ¿Cómo podría? Una alma gemela no puede odiar a su otra mitad, simplemente no existe esa clase de sentimiento para quien fue hecho para ti.

– Dante no fue hecho para mí, mamá…

– Si lo fue, por eso llevas su nombre en tu piel, aun si él lleva dos en la suya, ustedes fueron creados para encontrarse.

Asentí para calmarla, pero no podía creerle totalmente. No cuando mi cabeza repetía una y otra vez su expresión enojada, sus labios reclamándome, su espalda alejándose.

Estuve abrazado un rato más en los brazos de mi madre, con sus manos acomodando mi cabello, hasta que me quedé dormido sin darme cuenta.

La noche anterior al viaje, mi estómago se contraía de nervios y dolía, pero la expectativa de viajar con Dante, hacia que pudiera soportarlo. Mi madre entró a mi habitación y rió cuando me vió de pie en frente de la maleta vacía y mirando al montón de ropa desordenada que había a un lado.

– ¿No sabes que empacar? –preguntó.

Negué con la cabeza.

– Bueno, Dante me dijo que la temperatura de Hessen es igual a la de aquí, pero su casa queda cerca de un bosque, por lo que hará mucho frio en la noche, así que empacaremos tus abrigos y chaquetas.

Tomó los blazer de lana y las chaquetas y las apartó del montón, poniéndolas en el extremo opuesto de la cama. La miré seleccionas cuidadosamente cada prenda, tocándola y evaluando si podrían mantenerme protegido de los vientos helados. Cuando estuvo satisfecha, puso sus manos en la cadera y dio golpecitos con los dedos mientras analizaba que más debería llevar.

– Supongo que no vas a dejar esas botas tuyas, así que escoge los pares de invierno, así no te resbalarás en el barro, y lleva tus medias de lana –ordenó sin relajar su expresión concentrada.

Hice un mohín al pensar en las molestas medias de lana, pero obedecí y tomé los zapatos y los calcetines, junto con mi ropa interior.

– ¿Dónde pusiste esos hermosos pantalones grises que te regaló tu tía Clara? –preguntó.

– Creo que…ya deben estar lejos de aquí…

Ella entrecerró los ojos y cruzó los brazos mientras que yo luchaba por parecer inocente.

– ¿Qué hiciste con los pantalones, Dante? –murmuró con sospecha.

– Accidentalmente tiré salsa encima de ellos y…

– ¿Y?

– Ya no servirían más, mamá, así que los tiré.

De repente le entró un extraño tic en el ojo. Retrocedí un par de pasos por puro instinto.

– ¿Los tiraste, Ángel? –su voz era calmada, pero ella no estaba calmada.

– Mamá, ya no servían para nada, lo juro.

– Y yo puedo jurar que esa salsa no fue un accidente.

– ¡Si lo fue!

Ella frotó su frente y respiró pausadamente, intentando serenarse.

– Bien…No es momento para regañarte por arruinar unos pantalones más costosos que todo tu closet…

– No eran tan caros…

– Si lo eran…

Auch. No lo sabía.

– Bien, sigamos con tu maleta –suspiró.

En menos de una hora, mi madre separó los suéteres de manga larga, los jeans de tela gruesa y las chaquetas de lana y las acomodó cuidadosamente de manera que, cuando fuimos a cerrar la cremallera, esta cedió fácilmente. Evaluó su obra maestra con detenimiento antes de apoyar su mejilla en su palma y reír suavemente.

– ¿Por qué ríes? –pregunté.

– Estoy imaginándote cuando tengas que empacar todo esto tú solo al volver. Creo que debería despedirme de esta maleta, la pobre no va a sobrevivir a tu desorden.

– ¡Mamá!

Ella se acercó a mí y me tomó el rostro de las mejillas. Al mirarla a los ojos, noté que tenía los suyos llenos de lágrimas.

– Voy a extrañarte, cariño –dijo con una sonrisa.

– No voy a irme para siempre, mamá.

– Pero nunca has estado tanto tiempo lejos de mí, y nunca pensé que lo estarías.

– Yo tampoco pensé que lo estaría –bromeé.

Ella rió y yo elevé ligeramente mis comisuras, aun no podía sonreír completamente.

– Prométeme que, pase lo que pase, escucharás –dijo seriamente.

– ¿A qué te refieres?

– Sé feliz, Ángel. Este viaje es para que seas feliz.

Torcí el gesto y sus manos firmes evitaron que bajara la mirada.

– Cuando vuelvas, espero poder ver tu sonrisa de nuevo, realmente la extraño –murmuró.

– Mamá, yo…

– Lo sé, no te presiono, solo quiero ver que lo intentes.

Quise decir algo, pero no supe que, así que solo asentí y la atraje en un abrazo.

El dia del viaje, me reuní con Dante en el aeropuerto. Mis manos temblaban mientras lo seguía hasta el puesto de check-in, él rodando mi maleta y cargando con su morral, aun cuando le insistí que yo podía con mis propias cosas, él solo sonrió y rechazó todas mis protestas. Le entregué nuestros billetes y él se encargó del proceso porque, básicamente, yo no sabía qué hacer. Todos mis viajes se habían limitado al territorio inglés y siempre en tren o en carro, si era lo suficientemente cerca.

En cuanto estuvimos dentro de la gran nave, Dante me indicó que me sentara en el puesto junto a la ventana mientras que él tomaba el del pasillo. Mi pierna no dejaba de saltar de arriba a abajo y mis ojos iban de un lado para otro. Dante tomó mi mano temblorosa y me miró algo preocupado.

– ¿Estas asustado? –asentí–. ¿Nunca Has viajado en avión, Ángel? –negué y desvié la mirada a la ventanilla. Los técnicos se movían de un lado a otro verificando el estado de las turbinas y subiendo el equipaje–. No te asustes, solo será poco más de una hora, no lo notarás.

Tragué y asentí, pero no podía hablar, la ansiedad estaba carcomiéndome. Sentí sus dedos entrelazarse con los míos y apretar suavemente. El gesto pareció relajarme ligeramente, pero el nudo en mi estómago no parecía soltarse.

Esperamos unos minutos más antes de que la voz del piloto nos avisara que el despegue se daría en diez minutos. La asistente de vuelo explicó los protocolos de seguridad y señaló las salidas de emergencias rápidamente antes de pedirnos que abrocháramos los cinturones. Dante me soltó un momento para abrochar el suyo y ayudarme con el mío, en vista de que mis manos con hacían nada por dejar de moverse frenéticamente. Una vez seguro, su mano volvió a encontrar la mía y comenzó a deslizar su pulgar por mis nudillos. El avión comenzó a moverse suavemente y mi cuerpo se tensó en respuesta. Sentí un tirón de vacío en mi estómago al tiempo que el aeropuerto empezaba a hacerse pequeño debajo de nosotros. Mis ojos no dejaron la ventana en ningún momento y, cuando noté que realmente no se sentía el movimiento del avión y que bien podría estar sentado en una silla en tierra firme, me permití maravillarme por el paisaje que se descubría ante mis ojos.

– Estoy volando… – susurré como si eso lo convirtiera en real.

Dante apretó mi mano en las suyas.

– Si, Ángel, estas volando.

Me giré para verlo y pude notar que parecía aliviado. Y que intentaba ocultar una sonrisa.

– ¿Qué es lo gracioso? –pregunté frunciendo el ceño.

– Tú. Tú eres gracioso.

– ¿Estas riéndote de mí?

Mi corazón se encogió ante la posible respuesta. Él negó suavemente.

– Creo que eres algo tierno cuando estas asustado, casi como un niño –respondió.

Parpadeé y me volví a la ventana. Las nubes estaban por debajo de nosotros y tenían la apariencia de algodón. ¿Se sentirían como el algodón? Mi lógica me dictaba que un conjunto de gases y agua nunca se sentiría como algodón, pero mis ojos me decían que a lo mejor podrían. El mar se extendía infinito por todos lados y los campos verdes de Reino Unido quedaban atrás a medida que nos alejábamos. Era maravilloso. Rebusqué en mis bolsillos por mi teléfono antes de recordar que lo había dejado en la maleta en un esfuerzo por no dejarlo olvidado.

– ¿Me prestas tu teléfono? –pregunté a Dante.

– ¿Para qué? –preguntó de vuelta, entregándomelo.

– Quiero tomar una foto, a Jessie le gustará ver estos paisajes.

Frunció sus labios ante la mención de mi amiga, pero no hizo comentario alguno y yo no pregunté. El teléfono de Dante tenía una excelente resolución de imagen y me entretuve tomando fotos a diestra y siniestra al tiempo que las enviaba a mi teléfono. Dante observaba lo que hacía sobre mi hombro y podía sentirlo sonreír.

El vuelo duró hora y media, pero lo sentí como menos. De hecho, no habría notado que estábamos por llegar si Dante no me hubiese señalado la luz de los cinturones y me hubiese avisado que estábamos por aterrizar. Sentí el mismo tirón en mi vientre de nuevo, pero la excitación de saberme en otro país pudo más que mis nervios. El avión pasó de largo por toda la pista de aterrizaje para disminuir la velocidad y luego dio la vuelta hasta llegar a la zona de embarcaje y permitirme observar de pleno el inmenso edificio al frente de nosotros.

– ¿Dónde estamos? –pregunté casi horrorizado.

– En el aeropuerto de Frankfurt, Hessen. Bienvenido a Alemania, Ángel –contestó él.

– Eso no es un aeropuerto, eso es una ciudad en miniatura.

Él rió y desabrochó mi cinturón al tiempo que tomaba mi mano y me halaba para ponerme en pie.

– El de Londres es parecido a este, Ángel –dijo.

– No, el de Londres es grande, esto es descomunal –repliqué.

Esperamos a que los pasajeros despejaran un poco el pasillo antes de poder ponernos en marcha nosotros también. Los letreros que había por todas partes estaban en alemán y tenían su traducción al inglés, un poco más pequeña, debajo. Dante me guiaba por todo el sitio sin soltar mi mano y nos acercamos a la cinta que nos entregaría nuestras maletas. A nuestro alrededor se escuchaban idiomas de toda clase, pero el fuerte acento local se destacaba sobre los demás. Empecé a preguntarme como se escucharía Dante hablando en su idioma natal. Nuestras maletas aparecieron por fin, y Dante me dejó rodar la mía esta vez solo porque el no hacerlo implicaba soltarme. Agradecí que no dejara mi mano, si llegaba a perderme aquí iba a entrar en pánico.

En cuanto cruzamos las puertas de vidrio que nos separaban de la zona de llegada, un grito agudo sobresalió entre el bullicio de la gente.

¡Mein sohn!

Dante nos acercó a una pareja de mujeres que se lanzaron directamente a él, apretándolo en un fuerte abrazo.

Hallo mama –murmuró él en su oído.

Como estaba a un lado del cuadro familiar, pude detallar a las mujeres que acogían a mi acompañante tan efusivamente. Una, la que había gritado, era rubia platinada y tenía los ojos increíblemente verdes, casi amarillos. Su piel era blanca y sus labios eran rosados. La otra, que sostenía a su pareja de la cintura, tenía la tez bronceada. Su cabello era negro como el de Dante y, cuando vi sus ojos, pude entender perfectamente porqué Dante decía que los suyos eran una combinación de sus progenitoras, pues los de la segunda mujer eran de color miel oscuro. Si unías ambos colores, obtendrías el dorado de Dante.

– Les presento a Ángel.

La voz de Dante me sacó de mis pensamientos y, antes de poder reaccionar adecuadamente, estaba siendo fuertemente abrazado.

Willkommen in der Familie –dijo la rubia.

No entendí ni una palabra de lo que dijo y creo que la otra pudo darse cuenta porque murmuró la traducción en mi oído cuando fue su turno de abrazarme.

– Bienvenido a la familia.

– Gracias –dije de vuelta.

– Ángel, ellas son Hilde–  señaló a la pelinegra–. Y Erika –esta vez indicó a la rubia–. Ellas son mis madres.

– Es un gusto –murmuré y mostré un amago de sonrisa que no llegó a serlo por completo.

– ¿Dónde está Nahiara? –preguntó Dante.

– En casa, bañando a Zeus. Esta mañana salieron a dar un paseo y terminaron llenos de barro –explicó Erika.

– Le gusta mucho el bosque –sonrió Dante.

– ¿Puedes culparla? Eso lo sacaron de ella –replicó Erika señalando a su compañera.

– Recuerdo que a ti también te gusta el bosque –se defendió Hilde.

– Pero no el lodo, no encima de mí al menos.

Esta era la familia de Dante y podía sentir cuanto lo habían extrañado.

Las mujeres nos guiaron al estacionamiento donde se encontraba su automóvil y, luego de subir nuestro equipaje al maletero, nos embarcamos a un viaje de dos horas hasta Waldeck. Dante hablaba animadamente con sus madres mientras se ponían al dia. Yo, mientras tanto, seguí mirando por la ventana del auto. Los edificios eras increíblemente coloridos y modernos, pero guardaban ese estilo gótico de una época antigua que encajaba perfectamente con un cuento de hadas en la época actual. El cielo era una inmensa bóveda azul sobre nuestras cabezas y la luz rebotaba en todas partes, avivando los colores y dándole un aspecto mágico a la ciudad. A medida que nos acercábamos a nuestro destino, pude notar como el modernismo iba quedando gradualmente atrás y la historia iba cobrando vida en medio de la naturaleza. Las casas eran más pequeñas y los colores eran más neutros, terrestres. El auto se desvió de la ciudad y se abrió camino a través del follaje del bosque con facilidad, no dejando ver nada más que verde a nuestro alrededor. De un momento a otro, el verde volvió a dar paso a la luz del sol y, pronto, estábamos cruzando la verja de una parcela con una casa de tamaño considerable al fondo.

– Bienvenido a mi hogar, Ángel –susurró Dante en mi oído.

Esto no era un hogar, esto era una mansión. La casa estaba hecha con detalles rupestres y detalles en madera, rodeada de diversos arbustos con coloridas flores. Dante me indicó que me bajara y así lo hice. No alcancé a dar tres pasos cuando fui derribado por una gran bestia peluda. Por suerte y el suelo era de césped, o mi trasero habría sufrido bastante. Un potente ladrido llenó el silencio y, cuando abrí los ojos para ver a mi atacante, me encontré con unos ojos amarillos enmarcados por un denso pelaje negro y café. Había sido atacado por un pastor alemán.

– ¡Zeus! –gritó una muchacha.

En segundos, el peso dejó mi pecho y Dante me ayudó a ponerme en pie. El perro movía la cola animadamente mientras luchaba por zafarse del firme agarre de la muchacha que lo retenía.

– Lo siento, no le gusta bañarse y se escapa cada que puede –explicó la muchacha.

Pero yo estaba hipnotizado, fascinado. La chica tenía un ojo verde oscuro y el otro de color miel claro. Sentí a Dante reír a mi lado.

– Te presento a mi hermana menor, Nahiara –explicó.

– Tú debes ser Ángel –dijo ella, estirando su mano para saludar.

Yo asentí mientras la tomaba, sin poder dejar de mirarla.

– Ya te acostumbrarás… – dijo ella.

– Yo… Lo siento, yo…

Me sonrojé al darme cuenta de lo grosero que podía estar siendo, pero ella le quitó importancia encogiéndose de hombros.

– No eres el primero que se queda viendo mis ojos, ya sé que son raros.

– No son raros, son hermosos –dijo Erika.

– Lo dices porque eres mi madre –dijo ella mirándola.

Con la atención desviada de sus ojos, no té que había heredado el cabello rubio platino de su madre Erika y la tez oscura de Hilde, además de que era casi tan alta como Dante.

Zeus volvió a ladrar, esta vez en dirección a Dante, parecía no haberse percatado de que también estaba aquí y empezaba a sacudirse para escaparse de su dueña. Dante se agachó y extendió sus brazos para recibirlo, por lo que el perro dio un último tirón y se lanzó a los brazos que lo esperaban, arrastrando a la pobre Nahiara consigo.

– ¡Lo hiciste a propósito! –gritó la muchacha desde el suelo.

– ¿Quién, yo? Solo quería saludar a Zeus –respondió Dante con expresión inocente.

– Eres un idiota, de verdad que… – refunfuñó ella.

– Más respeto a tus mayores –“regañó” él, pero sonó más a un grito de victoria.

Zeus se divertía lamiendo su cara, intentando abarcar todo cuanto podía y sin importarle bien apuntar, por lo que toda su cara terminó llena de saliva canina, pero a Dante no parecía importarle sino que reía mientras intentaba apartarlo.

El primer dia en la casa de Dante fue más bien tranquilo. Erika insistía en que debíamos descansar por el viaje mientras que Hilde se marchó a atender su consultorio veterinario. Nahiara no paró de buscar mi atención, contando anécdotas graciosas de cuando Dante era niño y llevándome al jardín a jugar con Zeus a pesar de las protestas de su hermano quien le rogaba que me dejara en paz. O me molestaba, la energía de Nahiara era tan alegre que difícilmente podría conseguir un “no” de mi parte. Almorzamos todos juntos y, en la tarde, nos sentamos en el césped para conocernos. Erika me contó cómo se conoció con Hilde un dia mientras ella llevaba a su pequeño hámster a la clínica que, en aquel entonces, era de los padres de la que resultó ser su alma gemela. Nahiara y Dante rodaron los ojos, seguro cansados de escuchar la historia por enésima vez, pero yo estaba atento en la adoración con que ella narraba los hechos y la pasión con que describía finamente cada detalle. No me sorprendió enterarme que era ella la apasionada por la lectura que había nombrado a sus hijos y que, en su juventud, había sido una escritora aficionada.

Al dia siguiente, luego del desayuno, Dante me informó que daríamos un paseo para que conociese la ciudad y yo asentí entusiasmado, así que nos embarcamos en el automóvil de la familia y nos adentramos en las calles de su ciudad. Aun cuando ya había visto la arquitectura local, no dejaba de asombrarme los detalles tan parecidos y, a la vez, tan únicos que identificaban las casas. Al llegar a la calle principal, alcanzamos una intersección y Dante apretó el volante tan fuerte, que sus nudillos empezaron a blanquecer. Su respiración se alteró y su mirada se desenfocó.

– ¿Dante…? –pregunté alarmado.

– No sabía…No recordaba…Lo siento…

Negó con la cabeza antes de apoyar la cabeza entre sus manos. Entonces lo entendí. Había sido aquí. El accidente de Dante había ocurrido justo aquí. La muerte de Susette había pasado en este punto.

Estaba confundido y no sabía qué hacer, como lidiar con la situación. Lo mejor que pude hacer fue alejarlo lentamente del volante y dejarle recostar en mi hombro, a la espera de que lograra recuperarse del golpe que, supongo, los recuerdos debían de haberle dado.

– No había vuelto a este lugar desde ese dia… – murmuró luego de un rato.

– Lo siento…

Se rió sin fuerzas.

– ¿Por qué lo sientes? –preguntó.

– No lo sé…Solo se siente correcto.

– Algún dia tenía que volver, pero no me di cuenta de donde me dirigía hasta que llegamos aquí.

– ¿Quieres regresar a la casa?

Negó con la cabeza.

– No, quiero seguir mostrándote la ciudad.

Dante puso el carro en marcha y no dijo mucho más el resto del recorrido. Tampoco lo presioné. Por experiencia, sabía que necesitaba deshilar sus pensamientos para poder volver a ordenarlos.

El segundo dia, Nahiara se nos unió al ir a conocer la zona comercial, alegando que quería comprar un par de vestidos para salir con Axel, su destinado. La noticia, al parecer, no era del conocimiento de Dante porque tomó a su hermana de la cintura y, con un movimiento, estaba buscando la marca en su cuello.

– ¡Dante! –exclamó ella en sorpresa.

– ¡No me habías dicho! –reclamó él cuando la soltó.

– ¡Intenté contarte! Pero estabas ocupado con tu tierno chico de allí –me señaló.

<< ¿Tierno?>>

– Existen los mensajes de texto, ¿Sabias? –replicó él.

– Supéralo ya y vámonos, que van a cerrar mi tienda favorita.

La rubia se subió al auto dejando a su hermano con la palabra en la boca y una genuina expresión de sorpresa.

– Ella tiene razón, deberíamos irnos –piqué al pasar por su lado y subir al asiento del copiloto.

Dante sacudió su cabeza y compuso su gesto a uno pícaro y malicioso que dirigió a su hermana. De seguro planeaba vengarse.

Y lo hizo.

Decidió que, mientras observaba distraída una de las vitrinas de un almacén, sería divertido tomarla de las rodillas y lanzarla sobre su hombro como un costal de papas mientras que ella chillaba y pataleaba.

– ¡Que me bajes, joder! –gritaba ella.

– ¿Y perderme de tu vergüenza publica? Ni hablar, hermanita. Me estoy divirtiendo mucho con esto.

Yo los seguía divertido. Nahiara quería enfadarse, pero podía notar que luchaba más con el esfuerzo por no reírse.

Almorzamos en un pequeño restaurante al centro de la ciudad y Nahiara disfrutó de manchar la cara de su hermano con salsa mientras que él trataba de no inmutarse. Cuando terminamos de comer, Dante tenía parches de piel en medio de tanta salsa. Se las llevaban bastante bien.

<< ¿Así era crecer con un hermano?>>

El pensamiento se fue tan veloz como llegó, sin darme tiempo a analizarlo, pero era mejor así, no quería darle vueltas a un asunto sin tanta importancia.

 Nuestra estadía en Alemania estaba planeada para dos semanas, por lo que, cuando quedaban dos días para marcharnos, realmente empecé a sentirme nostálgico.

Habíamos visitado muchos lugares significativos para Dante, como el lago Edersee en donde había nadado con Nahiara durante los veranos calidos e incluso la casa donde vivió con Susette el poco tiempo que pudieron disfrutarla. Dante parecía sufrir de un dolor intenso durante la última, pero no lloró. No le pregunté por qué.

Pero había un lado negativo durante estos días. Cuando la hora de dormir llegaba, las pesadillas también venían. Dante estaba enterado de ellas por mi madre, pero no dejó de verse perdido cuando, la primera noche, me desperté de repente empapado en sudor y sollozos. Los vestigios del sueño aun remanentes en mí. El terapeuta me dijo que se irían en algún momento, y lo cierto era que ya no los tenía diariamente como antes. Pero seguían allí, alejando el sueño de mí y dejándome con oscuros círculos debajo de mis ojos.

Esa mañana, Dante me despertó suavemente y me pidió que, por favor, lo acompañase a un sitio importante. En mi estado medio entre la conciencia y el sueño, noté que parecía ansioso, así que me apresuré en vestirme para seguirlo.

– Abrígate –señaló.

Asentí y me coloqué una chaqueta encima del suéter. Encontré a Dante en el auto y no dudé en subirme. Condujo en silencio y yo no me esforcé en iniciar una conversación. Me distraje con la vista de las calles que pasábamos y me perdí en mis pensamientos hasta que llegamos a nuestro destino. Dante aparcó a un lado de un muro empedrado al lado de la carretera y me guió hacia una reja de hierro bastante alta y de color negro. Los muros no dejaban ver el interior de lo que guardaban, por lo que no me enteré de donde estábamos hasta que no estuvimos dentro. Mi aliento se congeló mientras que mi cabeza intentaba procesar lo que era evidentemente obvio. Filas y filas de lapidas y bóvedas se extendían sobre un césped relucientemente verde bajo la luz del sol.

Un cementerio. Estábamos en un cementerio.

– No…Dante, no tenemos que hacer esto… – lo miré con los ojos abiertos.

– Tengo que hacerlo, pero no puedo solo, por favor… – suplicó.

Verlo tan indefenso casi me partió el alma, así que dejé que tomara mi mano y me guiara a través de los caminos en medio de los muchos nombres que rezaban las lapidas. El viento se sentía más frio y denso aquí dentro. Eso o mis nervios estaban jugándome una mala pasada. Dante se detuvo y yo tropecé ligeramente ante el cambio tan abrupto. Lo miré con la interrogante en la cara, pero él miraba fijamente al suelo. Seguí su mirada y me encontré con una lápida blanca y pulida.

SUSETTE LACROIX FERAUD

LUNA WEAVER LACROIX

“El destino se las llevó demasiado pronto, pero aún siguen en nuestros recuerdos.”

Me congelé en mi sitio al leer las fechas del segundo nombre. Nacimiento y muerte databan del mismo dia. Eso significaba…

– ¿Susette estaba…? –jadeé.

Dante se agachó y delineó los nombres con un dedo tembloroso.

– Te mentí, Ángel –habló por fin.

– No…

– Si, si lo hice.

– Está bien, no pasa nada.

Hablar parecía costarle un gran esfuerzo y supe que la carga emocional de estar aquí era enorme. Demonios, hasta para mí era demasiado.

– Yo te dije que alguien violó la luz de un semáforo ese dia –dijo él.

– Si.

– Pero no te dije la verdad.

– ¿No fue así?

Se frotó la cara con las manos de manera algo agresiva, así que me agaché a su lado y las aparté de su rostro.

– Si fue así, pero no fue otro carro quien cometió la infracción. Fui yo –confesó.

Sus ojos brillaron con las lágrimas que querían salir y yo permanecí en silencio. Sabía que se sentía culpable conocía esa expresión. Era el gesto que había llevado conmigo desde que fui abordado por las extremistas.

– Yo… No sabía que Susette estaba embarazada…Yo las maté, Ángel… – susurró desesperado.

– No fue tu culpa –le dije.

– Si lo fue, porque debí prestar atención, pero me permití distraerme…

– No lo sabias.

– Lo lamento tanto, Ángel…

– Lo sé.

– No, lamento haberte tratado así en el hospital. Yo…

El dolor del recuerdo inunda mi pecho, pero me esfuerzo por no cambiar mi expresión.

– Cuando te vi así…Pensé que te perdía…Estabas lleno de sangre y no había nada que yo pudiera hacer…

– Pero estoy aquí –aseguré.

– Y luego el doctor me dice que perdiste un hijo por el trauma y la historia se repetía de nuevo…

Tragué en seco y le dejé continuar.

– Y fui un idiota… Estaba cegado por el dolor y me dejé llevar...Quería culpar a alguien y me desquité contigo –murmuró.

– Eso no importa ya…

Me miró a los ojos fijamente.

– Importa, Ángel. Importa porque te lastimé. Importa porque no debí haberlo hecho. Importa porque tuve la oportunidad de redimir mis pecados y no hice más que empeorarlos.

– No empeoraste nada. Yo debí tener más cuidado.

– No fue tu culpa.

– Si lo…

– No. No lo fue. Por eso estamos aquí. Ángel, quiero empezar de nuevo. Quiero dejar todo esto atrás. Quiero arreglarlo todo y vivir como corresponde contigo.

Un movimiento a lo lejos me hizo desviar la mirada de sus ojos. En contraste con un rayo de sol, una figura menuda y delicada se dibujaba. Levantó la mano como saludo y se dio la vuelta, desapareciendo lentamente como si fuese absorbida por la luz que la rodeaba. El verla me dejo una sensación de tranquilidad, como si un peso se quitara de mis hombros. Un peso que no sabía que tenía.

Susette había venido a despedirse, estaba seguro de ello.

Volví mi mirada y conecté mis ojos con los de Dante antes de sonreír. Él abrió los ojos sorprendido y yo comencé a reír, primero ligeramente y luego a carcajadas.

– ¡Ángel! ¡Oh, Dios! ¡Ángel, estas riendo! ¡Estas riendo! –exclamaba él sin poder creérselo.

Yo salté a sus brazos y lo abracé, cayendo al césped en el proceso, sin dejar de reír. Se sentía bien. Reír se sentía bien.

– ¿Estas bien? –preguntó sin aliento.

– Sí, estoy bien…Estamos bien…

Notas finales:

N/A: Y con esto marcamos el final de la historia de Angel y Dante, el siguiente capitulo será el epilogo. ¿Pueden creerlo? porque yo todavia no puedo.


En fin, "Nada está escrito" está participando en un pequeño concurso que encontré en Facebook, por lo que si dejaran su voto de caridad, seria fabuloso.


Aqui les dejo el link: https://docs.google.com/forms/d/e/1FAIpQLSf-orUZcGUpCqKUi_v_OIGOkBWu5QjgvVTcHnMSR78scRK6XQ/viewform


Voy a utilizar este espacio de confesionario. Mi tia, fiel apoyo y seguidora de esta historia, me dijo que queria publicarla y yo, obviamente, dije que si. Pero lo cierto es que mis inseguridades estan ahi, acechando. El punto es que tengo miedo, y por eso acudo a ustedes, que me conocen mas por mi talento que por mi personalidad y que pueden brindarme una opinion totalmente neutral al respecto. ¿Consideran que esta historia vale la pena llevarla al siguiente paso y publicarla? Mi miedo radica en que es totalmente diferente a lo que podrias encontrar en una libreria y podrian rechazarla. Espero su opinion.


Espero actualizar con el epilogo pronto.


Nos leemos despues.


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