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Only the young die young por Kitana

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Notas del capitulo:

Hola¡ con algo de retraso, pero aqui está el nuevo capítulo, aqui hay algunas

ADVERTENCIAS:

  • Lemon
  • OoC de algunos personajes
  • Muerte de un personaje

Gracias por sus lecturas y comentarios, espero sea de su agrado

Hacía ya dos meses que Kanon había vuelto a su vida normal. Ni rastro de Sorrento, aunque había vuelto a las andadas y al sexo después de la medianoche en viernes, tras un vino tibio y un cigarrillo, por supuesto. En todo ese tiempo había llamado sólo una vez a Saga. Pero no había vuelto a pensar en Aiolia. No tenía por qué, en realidad. Estaba demasiado ocupado viviendo su vida como para preocuparse por él. Además, Aiolia no había dado señales de vida.

 

Lo cierto era que Kanon no quería recordar esos seis largos meses. No si quería seguir viviendo como hasta entonces, sin culpas de ningún tipo. Saga había tomado aquella estancia como un permiso para inmiscuirse en su vida y lo llamaba casi cada fin de semana, lo único interesante de aquellas llamadas eran los escasos segundos en que Thais y Melina lograban arrebatarle el auricular a su padre. No quiso negarse a tomar las llamadas de Saga como en el pasado, en el fondo, seguía amando a su hermano, a pesar de las diferencias entre ambos.

 

Quizá lo único que lamentaba era que Saga insistiera en el asunto del matrimonio. ¿Cómo hacerle entender que no sentía inclinación alguna por llevar a cabo una farsa de semejante envergadura? Se dijo que bien podía lidiar con todo eso, sin embargo, también creía que lo más conveniente era encontrar la manera de matar todas las esperanzas de Saga al respecto. No quería tener que lidiar con eso el resto de su vida.

 

Aquella mañana de sábado, se levantó muy temprano, contrario a su costumbre el viernes anterior se había quedado en casa ordenando sus notas. Seguía sin terminar de releer sus viejos diarios, pero al fin había podido ordenar el material que le interesaba rescatar de los primeros tres. Esa tarde comería con Radamanthys. En sus planes aquel iba a ser un día sencillo y sin sobresaltos. Uno como hacía mucho tiempo no lo tenía.

 

Ciertamente el día transcurrió sin mayores sobresaltos y avanzó muchísimo en cuanto a la organización de sus notas. Tuvo tiempo de preparar la comida que compartiría con Radamanthys y meter una botella de vino al congelador media hora antes de que Radamanthys se apareciera por su departamento. Contrario a él, Radamanthys opinaba que el vino tibio tenía un gusto horrible y dado que Kanon se había propuesto a sí mismo llevarse a la cama al rubio inglés, decidió complacerlo, al menos en cuanto al vino se refería. Lo demás, aún podía negociarse.

 

Radamanthys, fiel a las formas de su patria, llegó en punto de las dos. Kanon lo recibió encantado. Charlaron sobre literatura, algo de política y modas mientras el griego terminaba de ultimar los detalles de la comida que compartirían. A la hora del café, Kanon se disponía a tender las redes para, finalmente, pescar a Radamanthys. Sólo que algo que no tenía previsto vino a trastornar sus planes. Estaban llamando a su puerta y no tenía ni idea de quién podía ser. Dejó a Radamanthys sentado en su sillón favorito y fue a abrir. La sorpresa lo dejó sin palabras. Era Aiolia, y tenía consigo una maleta y un ojo morado.

—Lo siento, yo… dijiste que podía acudir a ti, o al menos eso fue lo que yo entendí…—dijo Aiolia casi tartamudeando cuando le abrió la puerta.

—Dios… pasa, por favor, claro que recuerdo lo que dije. Entra —dijo y prácticamente lo arrastró al interior de su departamento. Después de una presentación torpe y atropellada, Kanon lo dejó un momento con Radamanthys. Entendió que no era el momento de pedir explicaciones, ni de su presencia ni del vistoso ojo morado. Más tarde, con un buen vino de por medio, llegarían a ello.

—Así que eres amigo de Kanon —dijo Radamanthys examinando con ojo clínico al recién llegado. No parecía del tipo de hombre al que Kanon solía llevarse a la cama, ni de los que integraban su extraño repertorio de amigos.

—No, bien, algo así, aunque en realidad, más bien soy amigo de su hermano —mintió Aiolia. La mirada casi dorada de ese hombre tan imponente lo incomodaba. Por momentos parecía despectiva y por momentos desafiante.

— ¿Amigo de Saga?—Aiolia negó con la cabeza.

—De Milo, en realidad.

—Ya veo —dijo el inglés.

— ¿Y tú?

—Digamos que estamos en camino de ser algo más que amigos —dijo el enorme rubio con una sonrisa misteriosa que Aiolia dudó en compartir. Radamanthys entendió al ver la expresión en el rostro de Kanon que la presencia de Aiolia impediría seguir adelante con el juego de seducción. Esa tarde tampoco habría sexo junto a la ventana, como ambos habían fantaseado alguna vez. El inglés se despidió, no sin antes murmurar en el oído de Kanon una invitación a cenar el próximo viernes.

 

Kanon lo despidió con una sonrisa. De momento, todo lo que podía hacer era aceptar el beso furtivo que Radamanthys le obsequió antes de cerrar la puerta. En esos momentos lo importante era, a juzgar por las circunstancias, contener a Aiolia.

 

El muchacho lo miraba con los ojos secos, enrojecidos, pero prestos al llanto. De nueva cuenta, Kanon se miró a sí mismo, como si el Kanon del pasado volviera para ajustarle cuentas pendientes que no sabía que tenía.

— ¿Quieres ver el futbol? —dijo con la voz un tanto quebrada, Aiolia asintió, agradeciendo el rodeo. No estaba listo para hablar de los motivos por los cuales había prácticamente huido de casa. Se sentaron frente al enorme televisor que presidía la sala de Kanon. Juntos, en silencio. A la distancia Kanon no recordaría que equipos jugaban. Sólo recordaría a Aiolia llorando en silencio, sorbiéndose los mocos, como un niño perdido. Aiolia, por su parte, recordaría la mano fuerte que la despeinó el cabello y en un momento dado le limpió las lágrimas.

 

Luego, sin saber por qué, sin explicaciones sesudas ni discursos grandiosos sobre lo que ocurría en sus vidas, Kanon y Aiolia se dedicaron a mirar el futbol. Kanon recordó una cita que había leído hacía tiempo en alguna parte, los grandes partidos del futbol son epopeyas colectivas y entre el público de a pie un recuerdo frecuente para olvidar las derrotas diarias[1]. Esa tarde, Aiolia olvidó sus derrotas cuando el Panathinaikos hizo la magia al ganar la Copa de Grecia.

 

Horas más tarde, Aiolia devoró los restos de la comida que Kanon y Radamanthys habían compartido. Los dos hombres no hablaron mucho, en realidad no había mucho que decir. Las razones para que Aiolia hubiera acudido a él y no a otro picaban la curiosidad de Kanon, pero aun así se abstuvo de hacer preguntas. Si Aiolia decidía confiar en él en algún momento, se enteraría. De lo contrario, prefería dejar las cosas así. Era lo mejor. Su filosofía siempre había sido no meterse demasiado en los asuntos de otros.

 

Aiolia, por su parte, seguía sumergido en una especie de limbo desde aquella pelea con Aiolos. De un momento a otro se había visto arrojado lejos de todo cuanto conocía, bueno o malo. No sabía que hacer a continuación, esa era la verdad. La tarjeta de Kanon lo había llevado hasta ahí, pero no sabía cuál debía ser su siguiente paso. No tenía a donde ir, esa era la realidad. No tenía amigos fuera de su ciudad natal, tampoco parientes y aun teniéndolos, no sabía si habría acudido a ellos.

 

Las cosas no eran simples.

 

Nunca lo habían sido.

 

Esa noche el joven se tumbó en el sofá cama que Kanon habilitó para él, pero no logró dormir. Había demasiadas cosas en su mente, demasiado rencor acumulado que no encontraba una vía de escape. Nunca había creído que Aiolos fuera capaz de aquello. Pero lo había sido. Y no había vuelta de hoja. Tenía que seguir adelante. Eso era todo, aceptaría la ayuda de Kanon y más adelante lo compensaría por ello.

 

A la mañana siguiente, cuando Kanon se despertó, le sorprendió agradablemente el sutil aroma del café recién hecho que se esparcía por todo el departamento. Sin más, acudió a la cocina. Se encontró ahí a Aiolia, descalzo, sentado frente a la barra de su cocina.

—Buenos días —dijo con una sonrisa sincera. En ese momento, a Aiolia le pareció que Kanon lucía más joven, más sereno que la noche de su fiesta de despedida cuando le ofreció ayuda.

— ¿Quieres café? —ofreció el más joven sin dejar de mirar el tórax de su anfitrión. Kanon, sin duda era realmente apuesto.

— Sí, claro, nunca le digo que no al buen café ni al buen sexo —respondió Kanon en tono de broma, aun así, Aiolia se estremeció.

—Lamento haber llegado así nada más, sin avisar.

—Descuida, a veces me gustan las sorpresas.

—Supongo que querrás una explicación.

—Sí, es verdad, me gustaría tener una explicación. Pero no voy a pedírtela. Me conformaré con saber cuáles son tus planes.

—De hecho, ni yo mismo sé cuáles son mis planes —Kanon se echó a reír.

—Comprendo… —dijo el mayor finalmente.

—Supongo que debería conseguir un empleo.

—Supongo que sí, la buena noticia es que tienes experiencia, ¿no? Ayudabas a Aiolos —el joven castaño retorció los labios —. ¿Dije algo malo? —preguntó Kanon.

—No, es sólo que ayudaba a Aiolos porque no encontré un empleo acorde a mis estudios, pero supongo que aquí en la ciudad será más fácil.

—Ya veo, ¿qué estudios tienes?

—Bien, yo… tengo un master en Historia del Arte, de hecho mi especialidad es el arte greco latino —Kanon arqueó las cejas francamente impresionado.

—Vaya, eso sí que es impresionante y no tiene absolutamente nada que ver con la rehabilitación —de nueva cuenta, los dos se echaron a reír.

—No estoy seguro de poder encontrar empleo en algo relacionado con mis estudios, así que supongo que me conformaré con algo en lo que ya tengo cierta experiencia.

—Olvídalo, encontraremos algo, hablaré con mis amigos en la universidad, tal vez haya algo en la facultad de historia o en la de artes. Arreglaremos esto.

—Te lo agradezco. No tienes que hacer esto por mí.

—Te ofrecí ayuda, sólo cumplo mi palabra. Es domingo y me apetece salir, te invito a almorzar y a dar una vuelta por la ciudad. ¿Te parece bien?

—Sí, claro —dijo Aiolia más animado.

 

Con el paso de los días, Aiolia, lejos de sentirse cómodo con la cercanía de Kanon, se sentía cada vez más perturbado. Lo cierto era que durante años creyó que el chico del que había estado enamorado platónicamente era Saga. Pero el que había motivado su primer enamoramiento en realidad había sido Kanon. Ahora que lo sabía, simplemente no entendía de qué manera podía hallar tranquilidad si Kanon acostumbraba a pasearse casi desnudo por el departamento que ahora compartía con él. Poco a poco comenzaba a sentirse atraído de nueva cuenta por aquel hombre de rasgos afilados.

 

Kanon por su parte, comenzaba a habituarse a la compañía de Aiolia. Las cosas no podían ir mejor en su vida, aunque aún no lograba llevarse a la cama a Radamanthys, su novela avanzaba a pasos agigantados. Nunca su insomnio había tenido mejores frutos. Lo de Radamanthys era secundario, ya lo haría cuando hubiera tiempo. El asunto de la novela era lo más importante en su vida por el momento.

 

Para cuando Kanon vino a darse cuenta, ya había transcurrido un mes desde la llegada de Aiolia. Le había costado un poco, pero finalmente le consiguió un empleo a Aiolia como asistente de profesor en la Facultad de Artes Clásicas. Aiolia estaba feliz. Definitivamente las cosas habían cambiado muchísimo en cuestión de semanas. Estaba sumamente agradecido con Kanon, verdaderamente lo había ayudado sin pedir nada a cambio.

 

Esa noche, cuando Kanon volvió de una entrevista con un editor, Aiolia lo esperaba con una sorpresa.

—Dios… todo esto se ve delicioso. Sí que eres un estuche de monerías, Aiolia, además de tener un master en historia de no sé qué, cocinas, y a juzgar por el aroma, cocinas realmente bien —dijo Kanon al ver la cena que su huésped había preparado.

—Sólo quería hacer algo por ti. En agradecimiento por tu ayuda.

—No tenías que hacerlo.

—Es mi manera de darte las gracias —dijo Aiolia.

 

Compartieron la cena y un buen vino, Kanon comenzó a charlar sobre su pasado y su paso por el ejército. Tocaron mil y un temas, y finalmente, llegaron al punto de los temas sumamente personales.

—La verdad es que no comprendo por qué tu hermano te considera casi impresentable, quiero decir, con todos esos logros —dijo Aiolia, a Kanon le brotó una risa amarga.

—No importa si me ama o no. Tampoco importa lo bueno que sea haciendo lo que hago, aun si ganara el Novel, todo seguiría igual. Saga es como es y no me perdona por algo tan sencillo como ser homosexual. Jamás lo hará —dijo Kanon con cierta tristeza —. Tú sabes cómo es la gente allá. Demasiado puritana, demasiado falsa… y Saga no escapa de eso. A sus ojos no soy normal, soy un desviado y debería corregirme, pero no acepto corregirme, no me da la gana hacerlo, así que para él es mejor mantenerme lejos y seguir intentando convencerme de volverme normal. Es todo.

—No sabía que tú… —Kanon sonrió a penas.

— ¿En serio? Quiero decir… suponía que era algo casi obvio, al menos para los demás como yo —Aiolia se sonrojo —. ¿O no eres gay?

—Lo soy, pero no creí que tú, es que ¡estuviste en el ejército!

—No creas que el ejército es un catálogo hetero. Muchos son como nosotros, pero no lo admiten por temor al qué dirán o a las represalias. No lo pasé tan mal, por supuesto que nadie supo jamás que era gay, o me habrían licenciado deshonrosamente. Nadie lo dice pero prácticamente está prohibido ser gay en el ejército.

 

Siguieron hablando y bebiendo. Conforme bebía, Kanon encontraba más y más buenas razones para considerar a Aiolia atractivo. No tenía caso engañarse, lo había encontrado atractivo desde que lo volviera a ver. Aiolia era un muchacho realmente apuesto. Con esos espléndidos ojos verdes y su mandíbula cuadrada. Tenía las manos grandes y piernas fuertes, justo lo que a él le gustaba en un hombre.

 

Por eso cuando el joven castaño lo besó, Kanon no opuso resistencia alguna. No estaba del todo seguro de que aquello estuviera bien, pero al menos, se sentía bien. Los besos de Aiolia eran inexpertos, suaves y algo torpes, pero aun así le agradaron. Se separó un poco de él, sólo para mirarlo un poco. Las mejillas de Aiolia lucían perfectamente sonrojadas y Kanon se dijo que no importaba lo demás, seguiría adelante. No podía estar mal si ambos lo deseaban.

 

Aiolia, en tanto, se sentía un tanto abrumado, Kanon no sólo era arrebatadoramente apuesto, sino que, evidentemente, tenía muchísima más experiencia que él en semejantes lides. De cualquier forma, lo deseaba y así se lo hizo saber en cuanto se dio la ocasión. Se prendió a los labios finos del hombre de cabellos negros con claras intenciones de no dejarlo escapar.  Se aferró al musculoso cuello del ex militar y siguió besándolo como si no hubiera mañana. Pronto supo que Kanon no se conformaría con unos cuantos besos. La mano derecha del mayor se deslizó por debajo de su ropa hasta donde se encontraba su erguido miembro. Aiolia dejó escapar una exhalación de placer cuando esa mano lo acarició suavemente. Los dedos fríos del profesor se las arreglaron para despojarlo lentamente de la ropa. Aiolia no sabía ni siquiera cómo reaccionar, sencillamente se dejaba hacer. Para cuando vino a querer tomar control de sí mismo, se encontraba tan desnudo como el día de su nacimiento, con Kanon entre sus piernas. Las manos de Kanon se deslizaban sobre su cuerpo como si lo conocieran de toda la vida, como si aquella no fuera la primera vez.

 

Por un instante, Aiolia pensó en Saga, en cómo sería si el que se afanaba en darle placer fuera él y no su hermano. Desterró el pensamiento cuando los labios de Kanon rodearon por completo su miembro y sintió un estremecimiento de placer. La lengua de Kanon dibujó cada centímetro de su sexo y Aiolia no pudo evitar el orgasmo.

 

La sonrisa cargada de malicia del hombre de cabellos negros hizo estremecer a Aiolia, aquello aún no había terminado. Sintiendo la brisa artificial del aire acondicionado en cada rincón de su cuerpo, Aiolia presenció el espectáculo más erótico que hubiera podido imaginarse. Kanon no apartó los ojos de los de Aiolia ni un segundo. Cuando comenzó a quitarse la ropa, consciente de la belleza de su cuerpo y de sus rasgos, supo que tenía a Aiolia comiendo de su mano. Sintió su erección palpitar de puro gozo, de anticipación. Su piel parecía arder cuando entró en contacto con la del joven castaño. Hacía tiempo que no se sentía así.

 

Las fuertes piernas de Aiolia ciñeron las afiladas caderas de Kanon. La pelvis del mayor ondulaba suavemente, frotando su miembro contra el de Aiolia, mientras besaba delicadamente el cuello tostado del más joven. Intentó, por todos los medios, retrasar el momento cumbre de aquel encuentro. Pero le fue imposible. La penetración fue suave y angustiosamente lenta. Kanon no quería apurar el placer, todo lo contrario, quería prolongarlo cuanto le fuera posible.  Se quedó quieto unos segundos, disfrutando de esa sensación. Era como estar al borde de un abismo.  Los labios tibios de Aiolia lo volvieron a la realidad, a la excitación que iba in crescendo. Se besaron largamente, mientras Kanon comenzaba a embestir las entrañas de Aiolia. Primero fue lento, pero, al poco fue incapaz de contenerse. Todo su ser se lo exigía así.

 

Las manos grandes de Aiolia se posaron en sus caderas, empujándolo contra él, exigiendo más, cada vez más. Los gemidos de Aiolia resonaban en su cabeza, en cada rincón de su cuerpo. Los estremecimientos del cuerpo que yacía debajo del suyo, reverberaban por cada milímetro de su piel. Él mismo gimió alto cuando comenzó a derramar su semen en Aiolia. El joven castaño se masturbaba con violencia, cegado por el placer de tener dentro de sí a ese hombre que, de alguna manera, colmaba la vieja fantasía de la adolescencia.

 

Tras el orgasmo, se miraron a los ojos. Kanon sentía el corazón en la garganta. Aiolia le pareció bellísimo en ese preciso instante, con el cabello desordenado, los labios entreabiertos como suplicándole un beso y la frente perlada de sudor. Lo tomó en sus brazos y lo hizo descansar sobre su pecho.

—Kanon…

—No digas nada, ¿de acuerdo? —Aiolia asintió, sin saber a ciencia cierta a qué había accedido. Era de noche ya. Estaban tumbados sobre la alfombra de la sala, con la ropa de ambos regada alrededor. Pero ninguno le dio importancia alguna. Ambos habían entrado en terreno incierto, en la clase de cosa que te absorbe y no hay manera de dar marcha atrás, que te aterra y fascina a partes iguales.

 

Más tarde bebieron café. En absoluto silencio cenaron mientras las luces de la ciudad se colaban por el amplio ventanal del departamento. Ninguno de los dos sabía cómo dirigirse al otro. Había sido la experiencia más poderosa en la breve vida sexual de Aiolia. Los escarceos con Shura, aquella primera vez con Shaka, poco o nada tenían que ver con lo que había hecho aquella tarde con Kanon. No era la experiencia del otro, ni su apariencia. Simplemente Aiolia jamás había experimentado un placer como ese. Sin culpas, sin ataduras de ninguna clase interfiriendo entre ellos. Sin temor alguno. Se había entregado a Kanon y Kanon le había correspondido de la misma manera. Por primera vez en su vida había encontrado a alguien con quien podía ser enteramente libre, al lado de quien no sentía culpa. Aquello era abrumador y fascinante a partes iguales. Las emociones de ambos eran avasalladoras.

 

Kanon no tenía palabras para aquello y no quería encontrarlas, por primera vez en toda su vida no tenía nada que decir. A sus treinta y cuatro años, había quedado con la mente en blanco por primera vez.

 

El teléfono sonó mientras recogían los platos de la cena. Como un autómata, Kanon tomó el aparato, rogando a los dioses que fuera Radamanthys quién marcaba para que lo sacara de ese extraño trance en el que Aiolia lo había sumergido quizá sin quererlo. Aiolia vio mutar el gesto de Kanon de la absoluta neutralidad a la más pasmosa de las angustias.

— ¿Estás seguro? —gruñó al teléfono tras un largo y pesado silencio. El joven castaño fue incapaz de adivinar lo que la voz al otro lado del teléfono dijo, pero fue consciente del devastador efecto que produjo en Kanon —. Gracias por todo, iré para allá en cuanto pueda hallar un vuelo, hazte cargo mientras tanto… no, no creo tardar mucho, saldré ahora mismo para el aeropuerto —dijo y colgó sin más.

— ¿Sucede algo? —preguntó Aiolia a media voz. Los ojos de Kanon se posaron en él, desolados, por un momento.

—Saga y su esposa tuvieron un accidente… tengo que ir allá —fue todo lo que dijo. Minutos después, Aiolia lo veía salir del departamento con una pequeña maleta y hablando por su celular con un desconocido. Las cosas lucían graves.

 

Media hora después, Kanon se encontraba en el aeropuerto, manoteando sobre el mostrador para que le permitieran tomar el único asiento libre que quedaba en el vuelo rumbo a Salónica. Había estado hablando con Radamanthys, el inglés se había ocupado de conseguirle un auto en Salónica para que condujera rumbo a su ciudad natal a penas aterrizar.

 

Nunca se imaginó que estaría así de preocupado por Saga. Saga jamás se metía en líos, siempre lo hacía todo bien, ¡Saga era perfecto! No tenía idea de qué había ocurrido exactamente. No había querido hacerle preguntas a Aiolos, algo en su subconsciente le seguía gritando que no debía decirle a nadie que Aiolia estaba con él en Atenas.

 

Al aterrizar en Salónica, se sintió más nervioso que nunca antes en toda su vida. El auto del que Radamanthys había hablado lo esperaba. Tuvo que tomarse un calmante para ser capaz de conducir. No quería pensar en lo peor, pero sin duda tendría que hacerlo. La posibilidad de que su hermano muriera era alta, a juzgar por lo que Aiolos había dicho al teléfono. No quería pensar en Pandora, en las niñas, pero todo lo orillaba a ello. Pensó también en Aiolia, tal vez debía llamarlo o algo. En realidad no tenía claro que debía hacer, como debía actuar frente al joven castaño. Todo era confusión en su mente.

 

Al llegar al hospital, se encontró a Aiolos. El mayor de los Fovakis había perdido la sonrisa. Kanon se dijo entonces que la situación era todavía peor de lo que había imaginado. Las noticias con las que lo recibieron los médicos no eran nada agradables. Pandora había fallecido esa misma mañana, en tanto que Saga se recuperaba tras una tercera cirugía. No daban muchas esperanzas para su hermano mayor.

 

Abrumado, Kanon se sentó en la sala de espera del hospital, dadas las circunstancias, pensó en localizar a Milo. Donde quiera que estuviera, tenía que saber lo que estaba sucediendo con Saga. Aunque no estaba del todo seguro de que quisiera volver al terruño, pero al menos lo intentaría.

 

Los trámites para recuperar el cuerpo de Pandora no sólo fueron tortuosos, también lentos. Kanon se sintió estúpido la mitad del tiempo, y la otra mitad estafado. Los parientes de su cuñada fueron de poca ayuda, tan ocupados como estaban en padecer la pérdida. Con todo y la angustia por Saga, Kanon era el más cuerdo de los presentes. Fue él quien firmó los documentos necesarios y se hizo cargo de los trámites funerarios. Al menos las niñas estaban en buenas manos. La esposa de Aiolos se estaba ocupando de ellas. No estaba seguro de cómo iba a decirles sobre la muerte de su madre o la de Saga, sí se daba el caso. Tampoco estaba seguro de qué iba a pasar si tenía que hacerse cargo de ellas. De manera velada, los parientes de Pandora le habían hecho saber que esa responsabilidad caería sobre sus hombros de fallecer también Saga. Estaba sólo en medio de ese caos. Sin tener ni idea de cómo haría las cosas en el futuro. Él, que no solía planear nada, ¿cómo iba a ocuparse de dos niñas pequeñas?

 

De pronto se veía en una situación terrible. Sin nadie a quién acudir. No tenía idea de dónde demonios estaba Milo o sí le ayudaría en caso de que lograra localizarlo. De nuevo se sorprendió a sí mismo pensando en Aiolia.

 

Se quedó a cargo de Saga mientras se celebraban las exequias de Pandora. Aun no terminaba de creer que todo lo que ocurría era real. La cuarta cirugía había sido un éxito y los médicos casi le garantizaban la vida de su hermano. Todo lo que quedaba era esperar. Sólo se ausentó un momento para acudir al cementerio a dar el último adiós a su cuñada. Con Thais y Melina aferradas a él, Kanon hizo lo posible por no quebrarse. Para su buena fortuna, Radamanthys había hecho el viaje hasta Salónica unas horas después que él y llegó a tiempo para acompañarlo durante el sepelio. Tenerlo ahí fue un alivio. En ese momento Kanon fue plenamente consciente de que Radamanthys no buscaba sólo sexo a su lado. El inglés buscaba algo más. Algo que, quizá, él no estaba listo para ofrecerle.

 

Dejó a las niñas de nuevo con Aiolos y su esposa para volver junto a Saga. Radamanthys no lo abandonó ni un momento. Pero Kanon no se sentía cómodo. Lo que lo tenía incómodo era reconocer que no podía dejar de pensar en Aiolia.

 

Saga despertó dos días después. Alterado y confundido, el mayor de los hermanos Elitys se echó a llorar a penas darse cuenta de que se encontraba en un hospital.

—Está muerta, ¿no es así? —preguntó a Kanon. El hermano más joven no pudo responder, se limitó a bajar el rostro como toda respuesta. Saga se deshizo en llanto durante tanto tiempo que Kanon perdió la noción del mismo. Las lágrimas de su hermano sobrecogieron al ex militar. No podía pasar por alto aquello. Saga jamás lloraba, no había llorado ni siquiera cuando murió su madre. Debía amar realmente a Pandora.

 

Esa misma tarde, los médicos le informaron sobre la situación de Saga. Lo peor había pasado. Saga se recuperaría, pero para ello pasarían varios meses y necesitaría de muchos cuidados. Kanon supo en ese instante que no era capaz de abandonarlo a su suerte. Tenía que hacer algo. Tendría que tomar unos días de licencia para definir los detalles, llamó a Aiolia para pedirle ayuda al respecto.

—Lo haré, claro que lo haré —dijo el joven castaño atropelladamente cuando Kanon le pidió ayuda para tramitar la licencia en la universidad —. ¿Cómo estás tú? —Kanon se quebró ante aquella pregunta, Aiolia lo escuchó sollozar al otro lado de la línea. Hacía tiempo que nadie le hacía una pregunta semejante.

—Voy a estar bien… —susurró Kanon tras recobrar la compostura —. No creo que pueda volver pronto, pero… todo estará bien —dijo Kanon. Al terminar la llamada, ambos se quedaron con la sensación de que lo peor aún estaba por venir.

 

— ¿Te sientes bien? —preguntó Radamanthys al ver la manera en que Kanon se dejó caer en la incómoda silla de la sala de espera.

—En realidad, no. Tengo un problema enorme entre manos, ¿comprendes? —el inglés le dirigió una sonrisa torcida.

— ¿Sólo uno? Eres afortunado —Kanon sonrió levemente.

—Aiolia ya no puede quedarse en mi departamento, tendré que llevarme a Saga y las niñas conmigo. No puedo dejar mi trabajo por tantos meses, ellos tendrán que venir conmigo a Atenas.

— ¿Estás pidiéndome que ayude al mocoso? —Kanon asintió con gravedad.

—No puedo simplemente echarlo a la calle, ¿comprendes? Él necesita ayuda y yo necesito que tú me ayudes a ayudarlo.

—Dios… ¿cuándo llegará a mi casa?

—Sabía que podía contar contigo —dijo Kanon verdaderamente agradecido.

 

Radamanthys volvió a Atenas al día siguiente y Kanon se quedó a cargo de todo lo que hasta el día del accidente había sido responsabilidad de Saga. Se instaló de nueva cuenta en la casa, junto con Thais y Melina. Había sido realmente duro hacerles comprender que su madre no volvería y que su padre estaba aún delicado de salud. Curiosamente, la más difícil no había sido Melina, la pequeña, sino Thais. La mayor de sus sobrinas sencillamente estaba furiosa con él, y con todos a su alrededor. Kanon, en realidad, no sabía a ciencia cierta cómo lidiar con semejante situación. De pronto todo era tan complicado y él se sentía tan torpe, un verdadero imbécil.

 

Cuando Saga estuvo listo para dejar el hospital, se ocupó de preparar todo lo necesario para recibirlo en Atenas. De nada sirvieron las protestas de Aiolos y los otros amigos de Saga. Kanon estaba decidido a llevarse a su hermano y a las niñas consigo a Atenas. Había entendido que la distancia sería la mejor medicina para Saga. No quería pensar demasiado en ello, pero lo cierto era que había reconocido la culpa en los ojos de Saga. Su hermano se sentía responsable por la muerte de Pandora.

 

La vuelta a casa no fue tan tersa como hubiera querido. Por momentos le parecía que Saga tenía toda la intención de dejarse morir. Ni siquiera la existencia de las dos pequeñas parecía razón suficiente como para que el orgulloso Saga Elitys volviera a alzar la cabeza. La idea de que era culpa lo que lo tenía así no dejaba de rondar por la cabeza de Kanon.

 

No quiso pensar demasiado en esas cosas, él mismo tenía asuntos con qué lidiar. El más importante, lo que había hecho con Aiolia. Acostarse con él no había sido la mejor de las ideas, placentero, sí, pero definitivamente no había sido buena idea. Aiolia no necesitaba a un amante, lo que el muchacho necesitaba era a un amigo, un apoyo, como en su día lo había sido Julián para él. Lo difícil para Kanon fue reconocer ante sí mismo que era incapaz de representar el papel de amigo con el joven castaño. No se sentía capacitado para mantener a Aiolia fuera de su cama. Aquella experiencia juntos no había hecho sino hacerlo desear más. Estaba seguro que de encontrarse a solas nuevamente, terminarían teniendo sexo. No era que no lo deseara, sino que, en realidad, sospechaba que no terminaría bien. El sexo sin compromiso estaba bien para él, pero no para Aiolia.

 

El muchacho era más joven que él, ¡le llevaba diez años! Además, estaba el tema de los líos que seguramente tenía con Aiolos. Fuera cual fuera el ángulo desde donde lo mirara, Kanon siempre encontraba obstáculos para un acercamiento con Aiolia. Se dijo que lo mejor que podía hacer por él y por sí mismo era mantener las distancias. Al menos en tanto Aiolia lograba algo de estabilidad.

 

Fiel a su propósito, evitó llamarlo y encontrarse con él. Pero en cuanto volvió al trabajo, fue imposible seguir haciéndolo. Aiolia insistía en encontrarse con él. El joven esperaba, al menos, poder hablar con él sobre lo que había ocurrido entre ellos. Le parecía que las cosas entre ellos habían quedado sin cerrar, para bien o para mal. El hecho era que no podía quedarse así, sin saber siquiera qué era lo que Kanon pensaba al respecto.

 

Aiolia se sentía incómodo por aquellos días. La convivencia con Radamanthys no era tan fluida como lo había sido con Kanon. El inglés era un hombre de costumbres y le agradaba poco que éstas sufrieran alguna variación. Además, tenía la impresión de no gustarle ni un poco. Lo cierto era que Radamanthys le profesaba una autentica antipatía, pues lo consideraba un obstáculo para llegar a Kanon. Había percibido casi de inmediato la atracción entre ellos. En realidad, era evidente la mutua atracción. Si Kanon lo encontraba atractivo y estaba tan interesado en ayudarlo, seguramente no era puro altruismo lo que lo motivaba. Había algo más, y no iba a permitir que eso interfiriera con sus planes. Había accedido a hospedar al chico sólo por Kanon, pero ahora creía firmemente en que había sido una gran idea, estando en su casa, Aiolia definitivamente no iba a intentar nada con su griego favorito.

 

Pero Aiolia no tenía entre sus planes dejar cabos sueltos. Necesitaba hablar con Kanon y despejar el montón de dudas que llevaba a cuestas. Fue por eso que esa mañana, tras atender sus asuntos urgentes, se presentó en el cubículo del profesor. Kanon lo recibió entre sorprendido y halagado. Aunque no sabía cómo interpretar la presencia de Aiolia ahí, le agradó verlo. Sonrió con sinceridad cuando el joven de ojos verdes se acercó a él.

—Hola —dijo Aiolia sin saber exactamente como dirigirse a él.

—Hola —respondió Kanon, un tanto nervioso.

— ¿Tienes tiempo? me gustaría hablar contigo —dijo aún de pie.

—Siéntate… yo… bien, hablemos.

—Sobre lo de aquel día…

—Lo de aquel día no tiene que repetirse… —susurró Kanon, francamente incómodo.

— ¿Por qué? Creí que había sido tan placentero para ti como lo fue para mí —Kanon se puso aún más nervioso.

—Lo fue, sí, pero no debería repetirse. Ni siquiera tendría que haber sucedido. Siento que al hacer eso me he aprovechado de ti y estoy arrepentido.

—No soy un niño, y no me violaste, ni siquiera fuiste tú quién comenzó. Lo que pasó, pasó porque ambos lo quisimos. Somos adultos, Kanon —el mayor sonrió.

—Tú eres casi un niño, Aiolia, ¡eras casi virgen!

— ¡Eso no es verdad! esa no fue mi primera vez, yo… ¡he estado con más hombres de los que podría recordar! —Kanon casi se echó a reír ante la obvia mentira.

—No quiero hacerte daño. De verdad. No soy bueno para ti en este momento de tu vida.

—No me haces daño. ¿No crees que también tengo derecho a experimentar cosas, a vivir mi vida como se me dé la gana?

—No si te haces daño en el proceso, ¿comprendes?

—Tú no eres mi padre, tampoco mi hermano, ¡no puedes decirme que hacer!

—Pero si puedo decidir con quién me acuesto, y he decidido no volver a acostarme contigo, Aiolia, sólo quiero ser tu amigo.

—Eso no es obstáculo para tener sexo —argumentó Aiolia.

—Tal vez para ti, pero no para mí. Para mi esta situación no está bien. Tengo demasiados problemas encima Aiolia. Tengo que ocuparme de Saga, que pareciera tener intenciones de dejarse morir por sentir no sé qué maldita culpa. Tengo que hacer de padre sustituto con dos niñas que están furiosas con la vida porque su madre murió y me rechazan cada vez que tienen oportunidad, ¿y a eso tengo que añadirte a ti? Lo siento, ahora mismo te haría más mal que bien estar con alguien tan complicado como yo. Aiolia tú necesitas amigos, no un amante.

—Eso lo decido yo —dijo Aiolia verdaderamente molesto.

 

Kanon no se esperó el beso que acompañó aquella declaración. Estaba perdido. Sencillamente perdido por ese chico que no tenía ni idea de todo lo que estaba trastocando en la vida y en el espíritu de alguien que juraba haberlo visto todo y vivido todo.

 

Kanon aún tenía mucho que aprenderle, a la vida y a Aiolia.



[1] La cita corresponde a Leonardo Faccio, en un artículo hablando de Lionel Messi en las vísperas del mundial de Brasil 2016.

Notas finales:

Gracias por leer, próxima semana el capítulo final, hasta pronto.


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