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Una segunda oportunidad por Neko_Elle

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Notas del capitulo:

Hola!

Por fin el it me deja subir el cap D:< llevo desde el viernes tratando de hacerlo. Al principio reía que era ff pero aquí también batallé, así que seguro es mi internet. En fin, les dejo leer.

¿Una promesa o una maldición?

 

Luego de haber ayudado a Zaphiri a bajar algunas cosas del auto, salió de nuevo para llamar a su tío. La llamada fue corta, debía volver a casa. Suspiró. Volteó a ver a Kardia, disculpándose con la mirada. Los labios fruncidos y el estático ceño de Kardia, le indicaban que obviamente estaba inconforme. Ese día simplemente no había resultado como ninguno de los dos esperaba. Pegó su frente a la de su persona más preciada, sus cabellos se mezclaron y susurró.

-       Sabes lo que quiero decir ¿verdad?

Kardia se limitó a sonreír de lado y negar con la cabeza. Claro que estaba consciente. Desde siempre lo había estado. Y por lo general, no tendría problema en ser él quien diera el paso y dijera lo que había que decir. Pero sentía que Degel se lo debía. Degel sonrió.

-       Quiero hacer las cosas bien esta vez- dijo sin notarlo- Lo diré. Lo prometo- aseguró alejándose un poco.

Kardia tuvo otro deja vú, en su mente hubo una imagen lejana de él mismo como siempre, con una armadura dorada, atrapado en una especie de iglú; Degel también portaba una de esas armaduras y le susurró al oído algo: “Te prometo que lo diré algún día…” el resto, no lo recordaba, solo ese perdido fragmento de memoria. Esas palabras eran pesadas y amargas ahora. Comenzaba a odiar esas palabras, apretó la mandíbula y pasó saliva notoriamente, como si se tragara unas palabras que no eran suyas.

A ojos de Degel, la expresión de Kardia decía totalmente “ya me has hecho esperar demasiado”. No se equivocaba. Tenían 19 años, y de esos años, llevaba esperando doce, pero se sentían como cientos. Kardia suspiró con hastió. Degel parecía un experto en escaparse de situaciones que le incomodaban.

-       Tienes 10 días- le dio un ultimátum, dando media vuelta e ingresando a la casa.

A su mente llegó una pregunta “¿En qué punto una promesa se vuelve una pesada maldición?”

-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o

Era un día lluvioso y por fortuna había salido temprano, por lo cual, pudo tomarse su tiempo para volver a casa. Caminó y corrió sintiendo la lluvia, empapándose por completo. Era una sensación casi milagrosa, de diversión y libertad. Sonreía amplia y satisfechamente, mientras corría y saltaba. Le gustaba mojarse así de vez en cuando y chapotear, aunque en general se molestaban con él por ello y las personas en la calle lo veían extraño. Pero estaba vivo y eran esas pequeñas y deliciosas situaciones las que se encargaban de recordárselo de la manera más placentera. De pronto, vio un auto conocido pararse a su lado y bajar la ventanilla.

-       ¿Qué estás haciendo, Kardia?

-       ¿Caminando a casa? – comentó en tono dudoso, pese a que estaba afirmándolo. Le debía respeto al tío de Degel, pero su propio carácter le dificultaba eso.

-       Sube al auto- ordenó.

-       Ya estoy mojado, luego voy a mojar su…- estaba por negarse.

-       Es una orden, Kardia, sube. No aumentes mi carga laboral- ordenó un tanto más severo. Parecía de mal humor.

No puso más peros, suspiró y frunció el ceño y los labios, para después terminar subiendo al auto. El camino fue un tanto incómodo, no quería ni preguntar qué tenía con un humor tan…helado al señor Krest, pero pronto, fue el mismo Krest quien rompió el silencio, solo para volver todo más incómodo.

-       Como sabes, debes ayunar 12 horas, sé consciente que, como separé el quirófano para tu cirugía dentro de 10 días, debes acomodar tus asuntos para entonces.

-       Sí- respondió algo serio.

-       No pareces de buen humor.

-       ¿Usted estaría de buen humor sabiendo que van a abrirlo como a un insecto y manosearle el corazón?

-       Supongo que no.

El resto del camino, fue silencioso. Kardia notó que no iba a dejarlo a su casa, era evidente que le estaba invitando a convivir con Degel y los rusos. No le emocionaba para nada la idea, pero se sentía atrapado, en especial, porque aun cuando no estaban relacionados de ninguna manera, Krest se encargaba de llevar su caso y de realizar las cirugías sin ningún costo. Cuando llegaron, bajaron del auto y apenas entraron, el mayor dijo:

-       Creo que Degel no está. Pero pasa y date un baño. La ropa que dejaste hace algunas semanas debe estar en su habitación.

Con un puchero subió las escaleras dando pisotones y dejando un rastro de agua tras de sí, para fastidio de Krest. Pero de alguna forma esas expresiones y estallidos llenaban de energía su casa. El muchacho caminó e ingresó a la habitación de Degel, la cual, tenía su propio baño. Se quitó las ropas mojadas y templó el agua, para después meterse a bañar. No tardó demasiado tiempo, se aseó velozmente, se envolvió en una toalla y salió. Definitivamente esa era la habitación de Degel, olía a él.

Buscó en el closet del susodicho y encontró colgado, un cambio de ropa que había dejado la última vez que había estado ahí. Se vistió igual de rápido y cuando se dio la vuelta, se quedó de piedra. No se había fijado que Degel estaba ahí, aunque estaba dormido, le había metido un buen susto. Algo no muy bueno para su corazón. Se secó el cabello con una toalla, tratando de quitar la mayor humedad posible, no quería prender la secadora para no despertarlo. Luego, se puso calcetines, aún seguía molesto con Degel por haberlo dejado solo el otro día y por ser un idiota incapaz de decirle lo obvio. Sin embargo, en su cabeza aún estaban muy presentes las palabras del señor Krest “Debes acomodar tus asuntos para entonces”. Suspiró y decidió tomar una siesta también. Sigiloso, se filtró en la cama y se recostó. No era la primera vez que dormían en la misma cama, desde que eran pequeños lo hacían, aunque ahora, era con menor frecuencia, por supuesto.

Cuando se recostó, no pudo dormir de inmediato, se sintió inquieto e impaciente. Se suponía que la cirugía le ayudaría y alargaría más su vida, pero, aun así, siempre estaba latente el riesgo de no volver a despertar una vez que durmiera por causa de la anestesia. No era la primera vez que lo operaban, pero no podía evitar sentirse impotente. No tener control sobre su vida, o su cuerpo. Ni si quiera sus relaciones, a veces, los pocos que sabían de su enfermedad, se preocupaban de más por él y le imposibilitaban llevar una vida normal. Ese era el motivo por el que gustaba de ser espontáneo y dejarse llevar por cómo se sentía. Le daba algo de control. Y en ese momento, sentía que quería hacer muchas cosas, incluso pelear con Degel. Pero también, prefería pasar tiempo con él. Quería un tiempo a solas, sin el dúo ruso, para poder estar con él sin discutir. Desde que lo conoció, sintió esa extraña fascinación y ese apego tan irresistible. Cerró sus ojos y sintió como si se hubiera sumergido en un mar.

Al cabo de media hora, Krest ingresó a la habitación buscándolo. Al entrar, notó que Degel estaba durmiendo, no pudo evitar preguntarse “¿A qué hora llegó a casa?”. Al ver otro bulto al lado suyo, simplemente suspiró y cerró la puerta. Era mejor dejarlos dormir, los había notado muy cansados a los dos últimamente y a petición de Kardia, Degel no sabía aun sobre la operación. Por su mente cruzó la idea de decirles que, si no iban a formalizar una relación, sería mejor que dejaran de hacer esas cosas, pero, al no ser asunto suyo, desechó la idea.

Mientras dormían, una serie de recuerdos se colaron en el sueño de ambos y a la cabeza de Krest. Lo que más asaltaba sus mentes, era de cuando se conocieron. Un encuentro que recordaban a la perfección. El tío de Degel, solía definirlo como “necesario”. Todo había comenzado hace doce años.

Una tarde, Krest iba finalmente de vuelta a su casa, luego de una terrible jornada laboral, le había tocado doble guardia en el hospital, así que iba más que cansado. En el camino, había encontrado a un niño que había desfallecido en la acera cerca de su casa. Lo observó. El niño aún estaba consciente y parecía estar sufriendo, su respiración estaba agitada y estaba encogido, sujetando su pecho.

-       Esto no es un show de fenómenos, viejo- dijo apenas, antes de desmayarse.

El hombre, sintió una especie de deja vú y revisó al niño. No estaba bien, pero tampoco vio necesario llevarlo al hospital. Sabía que lo mejor era llevarlo allá, pero algo sin nombre, le hizo abstenerse. Por fortuna para él, en casa tenía algunas de las herramientas que necesitaba para tratarlo, así que lo tomó en brazos y lo llevó consigo.

El pequeño Degel se encontraba en las ramas de un manzano, arrancando unos frutos del árbol que tenía su tío en el jardín de su casa. Fue entonces que lo vio llegar. Se apuró a arrancar el par de frutos para comerlo junto con su tío y bajó lo más rápido que pudo para recibirlo. Tan pronto el hombre cruzó el umbral de la puerta, el pequeño lo interceptó y notó el bulto humanoide que llevaba en brazos. Por un momento sintió su corazón latir muy fuerte ¿el motivo? No lo supo, pero quiso averiguarlo. Hubo dentro de él una sensación de nostalgia y pronto cualquier idea que había en su cabeza se esfumó, solo había una pregunta cuya respuesta necesitaba.

-       ¿Quién es?

-       No lo sé, estaba desmayado a una cuadra de aquí- le contestó- Parece estar un poco enfermo, así que decidí traerlo para revisarlo aquí.

-       ¿Está enfermo del corazón? - no supo por qué preguntó eso.

-       Creo que sí, pero necesito llevarlo al hospital para saber mejor qué tiene. ¿Por qué lo preguntas? – le pareció curioso.

-       No lo sé.

Dicho esto, y sin esperar una invitación, el pequeño Degel lo siguió, curioso de lo que ocurría con ese niño, su tío no era del tipo que invitara a muchas personas a casa y menos a desconocidos, así que era peculiar verlo cargando un niño. Ni si quiera a él lo cargaba. Subieron a una habitación en el 2ndo piso y Krest depositó al pequeño inconsciente. Lo revisó que no tuviera heridas, realizó un chequeo veloz, luego, procedió a colocarle una intravenosa y lo dejó dormir. Decidió que lo mejor era dejarlo ahí y volver mañana, así que se encaminó a la salida del cuarto. Cuando se iba, no vio a su sobrino seguirlo así que le preguntó:

-       ¿Vas a quedarte? – Notó que se instalaba con un libro junto a aquel inconsciente niño.

-       Sí- fue su única respuesta.

No era mala idea del todo, ese niño podría despertar de repente, poco probable, pero si lo hacía, era mejor que hubiera alguien cerca

-       Bien, si despierta, ves algún cambio o agitación, llámame.

Degel asintió, para después observar al niño dormir. Había un “algo” en su rostro que le resultaba familiar, pese a que no lo había visto antes. Dentro de él había también una inquietud enorme por asegurarse de que estuviera bien y no separarse de él, por lo que permaneció a su lado.

Se hizo de noche y Degel no se despegó ni siquiera para cenar. Aún tenía la manzana que había cortado, pero decidió no comerla y cedérsela al niño cuando despertara; estaba seguro de que estaría hambriento al despertar y por algún motivo, tenía la certeza de que le gustaban las manzanas. Más tarde, su tío subió para llevarle algo de comer y de paso, revisar el estado del desconocido.

-       Tienes que cenar, Degel.

-       Pero él…

-       Puedes hacerlo aquí, pero debes comer.

-       Sí- dijo apenas, comenzando a comer y sin despegar su vista del durmiente.

-       ¿Planeas dormir aquí?

Degel volvió a asentir con una mirada llena de resolución, cosa que llamó la atención de su tío. Lo cierto era que, haber llevado a ese chico a su casa, no era algo que usualmente hubiera hecho. Por lo general habría llamado a una ambulancia, la policía, lo que fuera menos llevarlo a casa. “Quizá ellos debían encontrarse” pensó.

-       Bien, duerme con él y avísame si algo pasa. No olvides cepillar tus dientes.

Dicho esto, el hombre se retiró. El pequeño Degel terminó su cena, siempre observando al durmiente chico. Luego, se apuró a lavarse los dientes para poder volver, si bien, el baño estaba en la misma habitación, pero él no deseaba apartarse de su lado. Cuando terminó y volvió con él, vio que no había cambio alguno. El niño seguía dormido. Por lo mismo, se metió bajo las sabanas y se sentó a su lado a leer, podría dormir ahí y estar más cómodo de esa manera. Tan pronto lo hizo, notó que el niño sin nombre, así, dormido como estaba, se acurrucó con él. Una sonrisa asaltó su rostro. ¿Qué sería esa sensación? Le gustó lo apacible que lucía y en su interior, seguía sintiendo ese “algo” para lo que no tenía nombre. Una especie de llamado. Mientras lo veía, sintió un nudo en la garganta y derramó algunas lágrimas antes de darse cuenta.

-       ¿Por qué?

No pudo evitar preguntarse a sí mismo mientras con su mano retiraba sus lágrimas y observaba aquella humedad con confusión. Todas esas emociones ¿De dónde provenían? ¿Qué eran?

-       ¿Quién eres tú? - murmuró.

Acarició el cabello del pequeño y decidió continuar su lectura. Sin embargo, no pudo concentrarse lo suficiente, por lo que decidió que era mejor dormir. Se recostó para estar más cómodo y se durmió casi de inmediato. Krest se asomó más tarde para saber cómo estaban el par de niños y vio que ambos estaban durmiendo abrazados y sus frentes estaban apoyadas la una en la otra. Le pareció una vista muy curiosa, todo era raro desde la llegada de ese chiquillo, pero ya no lo dudó más ni por un segundo, ellos dos debían conocerse.

Mientras los dos pequeños dormían, Degel tuvo un sueño, estaban 3 hombres en un lugar que no había visto antes. Dos de ellos portaban armaduras doradas y el otro una armadura negra. No pudo distinguir el rostro de ninguno, lucía como borroso, pero hubo un sentimiento de angustia que le acompañó a lo largo de la ensoñación. Uno de los guerreros dorados estaba por ser alcanzado por un ataque enemigo, luego de una serie de ataques fallidos lanzados por él mismo, pero antes de que sucediera, el otro le cubrió y atacó al de armadura oscura. Luego, escuchó un nombre…

-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o

Al siguiente día, Degel no bajó a desayunar, no recordaba bien lo que había soñado, pero estaba intranquilo, así que solo se levantó por un libro nuevo y volvió a sentarse en la cama bajo las colchas, mientras el anónimo seguía durmiendo. Luego de unos minutos, notó que el niño estaba abrazado a su cintura y con la cabeza apoyada en su regazo. Degel no se sentía para nada incómodo, pero sí le parecía llamativo cómo ese pequeño se ensortijaba a él. Le gustaba la sensación, pese a que ese niño tenía una temperatura corporal un poco alta.

Pocos minutos después, el anónimo abrió sus ojos, dando paso a exponer unos bellos y curiosos ojos azules. Permaneció como ido unos pocos minutos, sintiéndose cómodo. Cuando fue consciente, se percató del calor y aroma agradable que sentía en su cuerpo, pero pronto se dio cuenta que estaba abrazando a alguien. Y se sintió presa de una mirada. Por la sorpresa y la vergüenza, dio un respingo y de forma veloz subió la vista y notó dos cosas: un libro enorme y unos ojos aguamarina, muy distintos de los suyos, viéndolo detrás de ese libro grueso de pasta verde. Se observaron por escasos segundos, el desconocido sintió algo en su interior que no supo explicar, le había ocasionado tantas cosas que el anónimo se incorporó como un resorte empujando al otro niño y preguntó reticente, casi como una especie de animal salvaje:

-       ¿Quién eres? - incluso su cabello se había erizado un poco.

No sabiendo muy bien qué hacer, Degel cerró el libro que tenía y le entregó la manzana que había cortado la tarde anterior, quizá como ofrenda de paz. El de ojos apatita recibió el fruto confundido por la acción, pero, aun así, complacido por el detalle. Luego, Degel salió con cuidado de la cama y se fue de la habitación, dejando al chico desorientado mientras lo veía irse. Llevó su puño que sostenía la manzana a su pecho, sintió una especie de vibración, diferente a los usuales dolores y presión que le daban. Algo en su cabeza resonaba, pero no había una sensación física y eso lo confundía. Al poco tiempo, el niño que se había ido, volvió a entrar en compañía de un hombre. El pequeño sin nombre permaneció en la cama decidiendo su siguiente movimiento, tratando de definir si era amigo o enemigo.

-       Buenos días, veo que despertaste- le saludó Krest.

-       ¿Quién eres, viejo? – preguntó el niño no sabiendo cómo comportarse, la situación era rara.

-       Mi nombre es Krest, te encontré inconsciente a una cuadra de mi casa y te traje aquí. Soy médico.

El niño relajó su postura, ciertamente, recordaba que había sentido uno de esos dolores que le daban en el pecho y que había escapado. Tenía sentido lo que ese hombre decía, su mirada se desvió al niño que había estado a su lado antes. Otra vez se hicieron presentes en su cuerpo, aquella sensación y el nudo en la garganta.

-       ¿Cómo te llamas? – preguntó Krest.

-       Kardia- dijeron ambos niños al unísono. No supieron el por qué, pero cuando escucharon la voz del otro decir ese nombre, antes de darse cuenta, los ojos de ambos comenzaron a rebosar en lágrimas.

 

-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o

Luego de toda esa conmoción, desayunaron. Tanto Degel como Kardia no pararon de verse en todo el desayuno, que fue muy silencioso en realidad, solo se escuchaba el choque de los cubiertos contra la vajilla. El aura en el comedor era un tanto estricta y silenciosa, pero para los habitantes de esa casa, había un aura brillante que distinguía esa comida de otras.

Todo hasta el momento, había sido una experiencia llena de situaciones y sensaciones extrañas. No se conocían y a ambos niños les parecía insólita toda esa situación. De haber conocido la palabra, la hubieran denominado “surrealista”. Se estudiaban el uno al otro con desconfianza, pero al mismo tiempo, no querían separarse. Era como haber encontrado algo que no sabían, pero sentían, habían perdido hace mucho tiempo.

Luego del desayuno, Krest decidió llevar a Kardia al hospital, para hacerle el examen que meditó la noche anterior. Estaba algo fresco afuera, así que Degel le colocó una bufanda roja que no solía usar para que no pasara frío. Estaba inquieto y quería acompañar a su tío, pero sabía que se negaría. Kardia, por su parte, también se sentía inquieto y no dudó en preguntarle antes de irse:

-       ¿Tú no vienes…?

-       Degel- le completó.

-       Degel- repitió, sintiendo otra vez ese nudo en la garganta y una mirada suplicante.

Krest sintió algo de compasión, nunca había visto o leído alguna situación como de la que su sobrino estaba siendo protagonista, así que dijo:

-       Creo que sería buena idea que vinieras tú también. Ve por tus cosas y trae un par de libros para que leas o te aburrirás.

Degel, sorprendido, ya que su tío no era del tipo que tenía esos gestos, no perdió tiempo e hizo tal cual le dijeron. Apenas habían pasado un par de minutos cuando estaba ya de vuelta, listo para acompañarlos. Ambos niños se observaron y caminaron uno al lado del otro mientras Krest los vigilaba desde atrás. Ninguno hablaba con el otro al inicio, solo se estudiaban. Sin embargo, no parecían ser hostiles, de hecho, sería justo lo contrario.

Estaban caminando muy cerca e incluso, en una de tantas cosas nuevas que sucedían, Kardia hizo un movimiento de cabeza simplemente alzándola de repente como si preguntara “¿Qué?” en respuesta espejo, Degel hizo lo mismo y el rostro de Kardia se iluminó con una sonrisa, tomó la mano de Degel. Parecía del tipo de persona que hacía lo que quería sin detenerse a pensar mucho si era bueno o malo. Y lejos de lo que usualmente Krest hubiera apostado, Degel no retiró la mano, de hecho, sonrió de vuelta y le devolvió el apretón, para luego caminar de esa forma hasta llegar a su destino.

Llegaron al hospital sin contratiempos y le realizaron algunos exámenes a Kardia. Luego, Krest dejó a ambos niños en su oficina mientras se iba a trabajar. Ocasionalmente una enfermera iba a echarles un ojo.

-       ¿Qué tanto me ves? - finalmente preguntó Kardia. No habían hablado mucho, pero sentía como si lo hubieran hecho ya.

-       ¿Qué tanto me ves tú? – le devolvió Degel.

Esa respuesta no la esperó y le gustó al de ojos de apatita, así que sonrió entre ladino y fascinado.

-       No sé- soltó una risa leve- Eres raro.

-       Tu eres el que se desmayó en la calle ¿y yo soy el raro?

Eso no molestó a Kardia, nuevamente le gustaba su respuesta. Usualmente cuando hacía esos comentarios la gente se enojaba, lloraban o ponían cara de tontos. Le gustaba su estilo. Sin embargo, ninguno de los dos se atrevió a hacer la pregunta que había en sus mentes “¿Por qué lloraste cuando dije mi/tú nombre?” 

-       Ustedes son muy raros – repitió, ahora incluyendo al tío.

-       ¿Por qué?

-       No sé… Encuentran a alguien en la calle y lo primero que hacen es llevarlo a casa. Eso es raro, amigo. Ni siquiera me preguntaron por nada.

-       Te encontró mi tío- le reveló- Y aunque te hubiéramos preguntado ¿habrías respondido?

Kardia estaba seguro ahora, le agradaba ese niño. Hacía señalamientos inteligentes y en general, le gustaba su presencia, le resultaba hasta fresca de alguna manera. Se sentó más cerca de Degel.

-       Tu tío me tenía algo nervioso- dijo con una mueca- Pero tú me agradas- dijo con una amplia y simpática sonrisa que, Degel sintió, ocasionó que se rindiera honor a su nombre, algo dentro de él se derritió. Un deshielo.

Pronto, se percató de algo: ese muchacho que antes no tenía nombre y que al inicio era tan callado, parecía muy diferente una vez que se trataba con él. Una sensación familiar y cálida le envolvió. Le gustaba.

-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-

Habían pasado varias horas y Krest llegó finalmente a su oficina, encontró a ambos niños charlando y jugando muy amenamente, como si se conocieran de años. Casi era una pena separarlos ya.

-       ¿Alguna vez has sentido que vives como en un sueño o que ya viviste algo? – lanzó Kardia, parecía que estaba bombardeando a Degel con preguntas que no podría responder, pero para su sorpresa, su sobrino respondió.

-       Todo el tiempo – la mirada de Degel de pronto pareció otra, pareció más adulta y una que de alguna forma, no le pertenecía. Sintió un leve escalofrío.

-       Kardia- llamó interrumpiéndolos. Los dos niños voltearon a verlo - Tengo un par de cosas que decirte, pero primero, Degel, ¿podrías salir de la habitación?

A ambos les pareció una petición extraña, pero fue Kardia quien se adelantó antes que ninguno para intervenir.

-       Puede quedarse. Va a decirme algo de mi corazón ¿no? Ya sé que estoy enfermo.

Eso sorprendió y preocupó a Degel. Precisamente por eso, Krest no quería hablar de eso frente a él.

-       En parte. Entonces ya lo sabías- afirmó. No tenía caso tratar de sacar a Degel si ya lo había oído.

-       Bueno, si te duele el pecho tan seguido, creo que es obvio que algo anda mal ahí– comentó irreverente.

-       Eres perspicaz- le halagó, lo cual ocasionó otra de las sonrisas encantadoras del muchacho y que inflara un poco el pecho- ¿Te habían traído antes con un médico?

-       Pues sí y no… - respondió a medias - ¿Me voy a morir? – preguntó como si nada.

Esa pregunta descolocó a los otros dos. Lo cierto era que para Degel era una pregunta que no esperaba escuchar de alguien de su misma edad y menos de alguien tan vivaz como Kardia. Su expresión cambió a una llena de congoja y pesar. Por su parte, para Krest, esa pregunta era común, pero le fue un tanto desagradable escucharla de un niño tan pequeño, siempre que la oía de niños, le desagradaba.

-       Si te damos tratamiento y quizá con cirugía, podría no ser así.

Nunca le había gustado mentir. Ni siquiera a los niños. No podía prometerle que no moriría, puesto era algo inevitable en algún punto. Kardia comenzó a reír sonoramente, desconcertando al médico y a su actual compañero de juegos.

-       Mejor olvídelo.

Dijo de pronto el niño, haciendo voltear a un alarmado Degel. A Krest le dejó un sabor amargo en la boca. Era evidente que era un niño enérgico y había un cierto fuego en él, esas palabras sonaban a que se estaba rindiendo y al mismo tiempo que no se daba por vencido ahí, pero optaría por otro camino muy duro. Luego, escuchó al niño continuar.

-       Nadie invertirá en mí, todo lo que vaya a costar un tratamiento. Así que solo disfrutaré del tiempo que me quede.

Degel estuvo por hablar, pero antes de poder decir nada, ingresó una persona más a la habitación.

-       Zaphiri – le nombró Kardia con una mueca que evidenciaba una travesura.

-       ¿Lo conoces? – inquirió Degel.

-       Él… - ni siquiera pudo terminar de hablar.

-       Ahí estás, Kardia. ¡Mira que escaparte de nuevo! Ya te dije que, si continuas así, ¡vas a terminar muerto en algún lado! - esa frase impactó a Degel- De por sí no podemos darnos el lujo de costear tu tratamiento. Al menos deberías cuidarte.

Kardia hizo algunas muecas, remedando a aquel hombre. Por su parte, Degel sintió entre tristeza e ira por las palabras sinceras y sin tacto con las que le hablaba a su nuevo amigo.

-       Lamento las molestias que pudo haberles causado- se disculpó Zaphiri- Ya levántate, Kardia. Hay que volver.

De mala gana, Kardia se puso de pie y volteó a ver a Degel. Le sonrió y se despidió con un ademán de mano que quedó incompleto, puesto Zaphiri le había sujetado y jalado para ponerlo en marcha.

-       Discúlpate con el doctor Krest.

-       Gracias por ayudarme- dijo.

-       ¡Esa no es una disculpa! - se quejó Zaphiri.

-       Pero creo que es mejor darle las gracias que arrepentirme.

-       ¡No discutas!

-       No hay problema- intervino Krest.

-       Le pagaré en unos días el examen que le hizo.

-       No es necesario, en serio. Va por mi cuenta- ofreció.

-       No me gusta estar en deuda con nadie. Esto fue por mi descuido al encargarme de Kardia.

-       Al menos piense en lo que le mencioné.

El médico estaba preocupado por la reacción de Degel quien veía todo pasar frente a sus ojos, confundido, preocupado e impotente ¿Qué iba a pasar con Kardia? No le gustó para nada cómo ese sujeto “Zaphiri” lo trataba. Era evidente que se conocían, pero no parecía su padre. Antes de darles una oportunidad real de despedirse, Zaphiri se lo llevó. El Kardia volteó y vio a Degel, quien seguía aun desconcertado por la serie de eventos. Le sonrió como solo él sabía hacer, dejando a Degel con una sensación de “estar incompleto”.

-       ¿Quién era él, tío?

-       Es el tutor temporal de Kardia. Lo estaban buscando, vi el reporte en la televisión, así que le llamé- explicó- Él es huérfano.

Degel comprendió entonces los comentarios de aquel hombre y su rostro se ensombreció. Para Krest fue obvio que algo dentro de Degel se apagó. Algo le decía, que debía intervenir de alguna forma, ese par de niños habían nacido para más que un encuentro efímero, aunque a su mente llegó una idea lejana, en sí, la vida era un sueño efímero.

-       Tío- le volvió a llamar.

-       …

-       ¿Puedo ir a ver a ese niño después?

-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o

Luego de una hora de estar sumergido en los sueños, Degel despertó un poco más repuesto, abrió sus ojos y vio frente a sí a Kardia durmiendo. Eso lo sorprendió. Con suavidad se sentó en la cama, evitando despertarlo. Pero se quedó observándole, llenando sus pupilas con su imagen.

-       No te sentí ¿A qué hora llegaste? – murmuró al fin.

Colocó su mano frente a su nariz, percibiendo su respiración. Sonrió, siempre se aliviaba al comprobar que estaba vivo. Luego, le acarició el cabello. Sin embargo, no se despertó incluso así. Se vio tentado a presionar sus labios sobre él, pero decidió no hacerlo. Aún no habían hablado al respecto y era mejor hacerlo antes de continuar actuando arbitrariamente. Tomó un libro y permaneció en la cama leyendo. Se sentía tranquilo por tener a Kardia tan cerca e inquieto por el mismo motivo.

Luego de veinte minutos, Kardia, quien estaba abrazado a Degel, se estiró deliciosamente, aun con sus ojos cerrados, respirando profundamente. Estaba disfrutando de esa sensación. Al sentir el calor a su lado y topar con alguien, recordó que estaba en casa de Degel. Después, abrió sus ojos, exponiendo su azul mirada y notó los ojos aguamarina observándolo desde detrás de un libro grueso de medicina. Algo muy similar al sueño que tuvo. Sonrió gatuno. Estaba de buen humor.

Degel se sintió irremediablemente atraído a esa sonrisa, pero continuó conteniéndose. Sin embargo, no le cabía duda, era el momento para hablar. La última vez, Zaphiri los había interrumpido y tuvo que volver a casa luego de ayudarle a bajar aquellas cajas del auto. Tantas interrupciones casi parecían una señal de los dioses para no abordar el tema, pero no permitiría que ni los mismos dioses intervinieran. Debía decirle ya lo que tenía que decir.

Degel quiso acercar su rostro al de Kardia cuando notó que le mandaba aquella mirada hipnótica con la que siempre se sentía tentado. Sabía que era una invitación, pero lucía al mismo tiempo algo severa. Se acomodó, tratando de bajar su cuerpo para acercarse más a él. Receptivo, Kardia se movió un poco para hacerle espacio, pero esa aura exigente permanecía inmutable. Ambos eran conscientes de lo que sucedía. Sus miradas se enfrentaron, había resolución en ellas y por, sobre todo, anhelo.

El tiempo pasaba y finalmente, tuvo qué hablar. No sabía qué decir, pero antes de percatarse, algo en la mirada de ambos cambió. Era como estar viendo los ojos de alguien más y al mismo tiempo los de la persona con quien hablaban. Los ojos de ambos comenzaron a vidriarse, como cuando eran niños, un nudo en la garganta les invadió. Ninguno habló, pero Kardia pudo escuchar claramente la voz de Degel en su cabeza [Gracias por coincidir conmigo una vez más. Lamento haberte hecho esperar tanto] y después, escuchó con sus oídos dos palabras:

-       Te amo.

 

Continuará...

Notas finales:

Gracias por leer y comentar :)


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