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Comienzo de una nueva leyenda por Otogi Rinkaku Nishimura

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— Los humanos son unas criaturas estúpidas, debería encargarme de ellos de una vez por todas. 




 




Koichi tardo en despertar, parpadeando para lograr que sus ojos se acostumbren a la luz que ahora había en el lugar.  




Recordaba todo lo que había visto, pero aun así no podía evitar pensar que todo había sido un sueño. 




Las voces a su alrededor se hicieron más nitidas, logrando diferenciar la profunda voz de su amo. 




Solo eso hizo que abriera sus ojos por completo, incorporandose hasta quedar sentado en en la cama en la que estaba. Sus dedos acariciaron la seda bajo si, mientras sus ojos se fijaban en todo el lugar. 




No había duda, esa era la habitación de Otogi. 




 




— Amo Otogi, no todos los humanos han de ser malos. Hay algunos tan puros e increíbles que se sorprendería. 




— Meto, ¿Acaso debo mencionarte a tú padre nuevamente? ¿Debo recordarte que el pecado es lo que corrompe las almas de esos seres patéticos? He vivido demasiado tiempo como para saber que incluso los humanos más puros terminan siendo corrompidos por la avaricia, provocando guerras, muertes, hambruna. Si solo tuviera el permiso de exterminar al menos a una cuarta parte de ellos, todo sería mejor. 




 




¿Exterminar a los humanos? Si, muchos dioses habían intentado eso, pero habían fracasado. Amaterasu había frenado cada intento que se había hecho para eliminar a la raza humana. 




Pero la diosa del sol tenía razón, ¿Cómo podrían vivir sin los creyentes? 




Levantándose de la cama, pudo dirigirse a lo que le separaba de esas voces, utilizando una de sus manos para hacer a un lado la tela que evitaba que pudiera ver a su amo. 




Al correr la cortina de negro color, pudo fijarse que frente a si, tal como había predicho, se encontraba Otogi y su sirviente, Meto. 




Ambos demonios le miraron, aunque el primero en apartar la mirada fue el poseedor de cuernos que demostraban su gran estatus. 




Meto, al ser bastante perceptivo, pudo darse cuenta que entre el demonio de rango mayor y el zorro algo sucedía, más porque aún recordaba la conversación que había tenido con Koichi el día anterior. Por eso mismo no tardo en hacer una reverencia de despedida para luego irse del lugar con ayuda de su velocidad.   




Al verse los dos solos, Koicho pudo dar algunos pasos hacía su amo y señor, rozando la punta de sus dedos con el brazo de este, quien solo se apartó en un brusco movimiento. 




 




— Amo... 




— Vístete adecuadamente, es hora de un pequeño trabajo. 




 




Trabajo... 




Algo que el de cabello rosa sabía, era que la hora del trabajo, era el momento donde Otogi debía exterminar algunas zonas.  




Era el encargado de hacer algunos desastres naturales y llevarse las almas de los que perecieran. 




El fino y delicado kimono rosa adorno la blanca piel del kitsune, mientras su cabello era recogido con adornos con piedras preciosas. El maquillaje en sus ojos le hizo ver aún más delicado de lo que ya era. 




La zona a la que fueron, fue una zona rural, donde eran pocas las casas que allí había, no superaban los 60 habitantes.  




Koichi pudo notar una mirada de tristeza en quien era su amo, lo que le causo algo de curiosidad. Siguiendo la mirada, pudo darse cuenta de lo que Otogi miraba con tanta pena. 




A unos metros de allí, podían notarse a unos niños que no superaban los cinco años jugando, junto a una adolescente de 16 con un bebé en brazos.  




Todos reían y se divertían en ese lugar, mientras el viento poco a poco se iba haciendo más fuerte. 




Nadie lo noto hasta que tanto el aire frio como el caliente se juntaron, formando un tornado que comenzaba a arrasar con todo el lugar.  




Koichi veía todo con sufrimiento, pero nada podía hacer, las cadenas en su cuello evitaban que pudiera moverse a menos que su amo se lo ordenara. 




Veía como los niños que anteriormente estaban jugando ahorra corrían llorando y gritando. La chica con el bebé intentaba por sobre todas las cosas cubrir a este de las piedras que volaban. 




Fue allí que escucho los murmullos de su amo. 




 




— Por favor, solo debes llamarme... 




 




Lagrimas se deslizaron por las mejillas del Kitsune, quien junto sus manos, rezando por las almas de las personas que iban pereciendo en ese desastre.  




Todo rezo fue interrumpido ante el grito de una chica. 




 




— ¡POR FAVOR, DIOSES! ¡SALVEN A MI BEBÉ!  




 




Entre llantos fue que la adolescente grito ello al no poder correr. El tornado había destruido una de las viviendas, que no tardo en sepultar las piernas de la chica con sus escombros.  




Menos de un segundo fue lo que tardo Otogi en colocarse al lado de la chica con uno de sus brazos elevados, evitando que el fuerte viento afectara esa zona.  




Las lágrimas aún caían de los ojos del zorro de cuatro colas, pero ahora la sorpresa era lo que le ganaba. Por costumbre pudo ir rápidamente donde su amo, notando la expresión de sorpresa que la chica también tenía, aunque esta, termino por sonreír entre sollozos. 




 




— P-Por favor, solo a é-él... Les daré m-mi alma s-si así quieren. 




— No debes darme nada... Solo descansa.  




 




Los profundos murmullos fueron bastante audibles a pesar de los fuertes ruidos que el tornado hacía. Todo parecía detenerse al momento en que Otogi tomo en brazos al pequeño bebé que lloraba a todo pulmón.   




El demonio de largo cabello negro pudo colocar una de sus manos sobre la cabeza de la muchacha, quien le dedico una sonrisa y un pequeño gracias, antes de terminar por cerrar sus ojos.  




Treinta minutos pasaron hasta que todo el lugar fue completamente destruido. El tornado se disolvió poco después de ello. 




Los cadáveres se esparcían por varios lugares, niños, hombres, mujeres, ancianos. La muerte no hacía diferencia entre ellos.  




Pero la muerte ahora tenía a un bebé en brazos, sonriendo a este. 




Koichi sintio su corazón palpitar fuertemente al ver ello, para luego sentir una gran preocupación al momento en que su amo se dejó caer de rodillas emitiendo un fuerte quejido. 




Al acercarse, pudo ver como en la espalda del demonio, una nueva marca comenzaba a formarse, tal como si le estuvieran marcando con acero caliente, provocando un inmenso dolor. 




Unas pequeñas risas hicieron que el Kitsune se volteara, sus colas se pusieron en estado de alerta, mientras sus ojos podían diferenciar una figura que nunca había visto antes. 




Un chico que aparentaba la misma edad humana que él, sus pupilas rasgadas como si fuera un reptil, mientras que relamía sus labios, mostrando así una lengua bifurcada. 




Si lo podía ver bien, todo en el recién llegado gritaba que se trataba de un demonio reptil. Y si hacía memoria, recordaba que estos eran fieles sirvientes de Izanami. 




 




— Otogi, Otogi, Otogi... ¿Qué se te ha dicho de salvar almas? ¿Acaso no te cansas de que se te marque por ello? 




 




Todo pareció conectarse en la mente de Koichi, todas las marcas que adornaban el cuerpo de su señor eran el castigo de este por no hacer su trabajo, por salvar en vez de asesinar.  




 




— Pensé que habías aprendido luego de salvar al Kitsune que tienes a tu lado... Esa marca fue la que más te dolió, ¿Verdad? 




 




Antes de que Otogi pudiera hablar, pudo notar como el sirviente de su madre se colocó al lado de él, logrando así dedicarle una mirada de completo odio, en tanto extendía su mano en una advertencia de que no se acercara. 




 




— Tsuzuku... Acércate y créeme que el que sentirá dolor serás tú. 




— Calma, Otogi... Solo recuerda... Soy tu carcelero, por más que no tengas cadenas o paredes rodeándote, nunca te libraras del castigo que tienes. Ese castigo que tienes por el pecado de simplemente nacer.  




 




Carcajadas fueron las dadas por el chico de nombre Tsuzuku, quien volteo para mirar al de cabello rosa, acercándose a este. 




 




— Al menos... Salvaste a alguien bonito esta vez.  




 




El reptil no tardo en desaparecer luego de decir ello, sabiendo que, si seguía allí, Otogi no tardaría en cumplir con su amenaza.  




Koichi volvió al lado de su amo, quien, en vez de aceptar su ayuda, simplemente le tendió al niño envuelto en la manta de color azul. 




 




— ¿A-Amo? … —Ver como Otogi se incorporaba, dando un suspiro de dolor, hizo que una pena se instalara en el Kitsune, quien termino por bajar su rostro para fijarse en el bebé que ahora tenía en sus brazos. 




— Koichi... ¿Qué nombre te gustaría que tenga?  




 




Esa pregunta hizo que el mencionado quedar desconcertado, pero al ver la mirada que su señor le dedicaba llego a temblar. No de miedo, sino de un sentimiento que no podía reconocer. La sonrisa que el demonio tenía en sus labios era algo que le desestabilizaba por completo. 




 




— … K-Kouta... Me gusta el nombre Kouta...  




— Entonces... Kouta será. —Elevando su mano, Otogi pudo dejar una caricia en la cabeza del infante, quien ya no lloraba, simplemente miraba a los dos seres con total curiosidad—. Hora de irnos.  




— … S-Si, amo...  




 




Cuando volvieron a los aposentos de Otogi, todos los sirvientes de estos estuvieron encantados al ver al bebé, contando mil y una anécdotas que hicieron que Koichi al fin supiera algo. Todos los sirvientes de Otogi eran personas o incluso seres que debían ser asesinados por este, pero que, por alguna razón, les salvo.  




Koichi supo en ese instante que su destino había sido morir, pero este fue burlado por Otogi, quien, por más de haber recibido una dolorosa marca por ello, le había dado una oportunidad única. 




Y no pensaba desaprovecharla, no ahora que su corazón palpitaba al ver a su amo dormir plácidamente.  




No le importaba el que ahora unos ojos de serpiente le vigilaran de cerca, ni tampoco el viento frio que le indicaba que Izanami estaba enojada.  




Solo le importaba poder servir a su salvador. 


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