El pesado sonido de un reloj colgado al final de uno de los largos pasillos; y el único sin más que una puerta al fondo, resonaba hueco, alargando los minutos de horas sin límites definidos. Los ojos negros de Bum se clavaban en él, con un nudo en la garganta y desviando la mirada tan pronto el estremecimiento de su cuerpo lo permitiera.
—No tienes mucho por lo que salir, ¿O sí? —amable le recordaba Sangwoo, cada mañana e implícito en sus buenas maneras.
Y no salía mucho, aun si por el rabillo del ojo pareciera que las sombras esperaran quietas, con sonrisas de malicia infantil la caída de la luz. Esas advertencias sin palabras, la forma en que se clavaban la piel de los dedos de Sangwoo en la suya eran suficientes, eran límites claros para la mente endeble de Bum.
Como otros días comenzó su mañana; despidiendo a Sangwoo, cumpliendo sus deberes; el Omega se sentó decidiendo que había terminado por ese día; sus obligaciones de su día, aquellas tareas que Sangwoo le recordaba que eran suyas.
Con tonos socarrones, y sonrisas afables, el Alfa le decía lo buen Omega que era; lo bien que hacía en cuidar la casa, en ocupar tan espléndidamente su lugar; y Bum lo creía, ignorando la pesada sensación en su pecho, o sus profundo suspiros ya fuera al tomar los caminos más largos cuando salía; su mirada triste al elegir con la ansiedad en su garganta la fila más larga al comprar los víveres, buscando, aunque fuera pequeños minutos más afuera, que se le escapan como la arena más fina.
No notaba nada de eso, su mente, esa parte que retenía las emociones de algo perdido, sí.
Sin entretenerse más, llamo a Sangwoo de un sencillo teléfono ubicado en la cocina; el Alfa le pidió, apenas llegaron a vivir juntos, y formalizara su relación, que le llamara en ciertas horas del día; que era de esperarse.
Suspiro profundamente, con sus manos cada vez más frías cuando sonaba el tono de marcado.
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Con un sonido sordo, y algo metálico una taza de café fue puesta sobre una pila de papeles algo descuidados ya listos para ser desechados; viejos casos sin resolver, chicas desaparecidas, cifras solitarias que se amontonan.
Un televisor plano cuelga en al fondo del lugar, el noticiero que es el canal donde más tiempo está programado, es acunado por charlas sobrias y pasos de personas ocupadas.
Otro asesinato en las afueras de...
Resuena un momento, cuando el murmullo baja, y Sangwoo solo lanza una mirada desganada al aparato, percibiendo al oficial Park que pasa a saludar como cada mañana; el joven se acomoda, con sus cabellos cayéndole en su frente, completando su semblante perfecto, corresponde.
Una relación cordial. El mayor le mira paternal, como quiso hacer con su hijo, como aun quería hacerlo.
En cuanto el hombre se va, el Alfa deja salir una risa muy parecida a un bufido; Sangwoo se mofa de las apariencias, o de la debilidad según fuera su humor ese día; analizando los movimientos, el joven encontraba patrones, haciéndole rodar los ojos cuando alguien hacia lo que ya esperaba que hiciera; siempre predecibles. El teléfono a su lado suena, su sonrisa se ensancha sabiendo en detalle quien es, lo esperaba después de todo.
—Bum—responde, como si concediera el derecho a hablar a la persona al otro lado de la línea.
—Sangwoor—prueba nervioso el Omega—. Solo quería decirte que salí a comprar algo de jabón...y bueno llamarte, uh...eso ha sido todo el día de hoy.
La llamada finalizo sin más, una despedida que sonaba afectuosa, pero inquietante en el fondo, métodos lúgubres que no tenía necesidad de emplear; el Alfa se regodeaba en lo dócil que era su Omega, con sus complicaciones en el principio...
Esos eran pensamientos innecesarios que le irritaban, de algo pasado; Bum sigue la senda que él le construyo, haciendo lo que Sangwoo espera de él, siempre con sus fronteras de la casa gravados como sus límites de manera inconsciente.
Pero Bum sentía las ganas de sentarse en la parte más iluminada de la casa, huyendo de aquellas figuras oscura, robando su mirada que permanecía a veces horas en la puerta al final de aquel pasillo, aquella superficie de madera blanca de ese corredor sin otras entradas al fondo de la casa: la puerta del sótano.
Siempre alejado de esa zona, como si el mismo se arrinconara tan lejos como pudiera de ese lugar. Su cuerpo se paraliza en cuanto roza la sombra que la tarde crea en ese pasillo las horas que su mirada va a la puerta del sótano una vocecilla triste y una aterrada le dicen que se aleje, como que baje a encontrar las razones del terror a lo que desconoce, de ese pesar que le carcome.
Aquel instinto que busca su seguridad, conformándose con un constante miedo le lleva lejos; le repele. Otra parte, aquella hueca de recuerdos le suplica, le indica que ahí está la pieza que le daría sentido a lo que estaba fuera de lugar.
Sus grandes ojos negros se abrían expectantes, temeroso; sus cabellos ébano caían en sus mejillas cuando enterraba su rostro en sus manos.
Una parte de él sabe que lo que sea que le inquieta, la fuente de sus miedos esta ahí.
La pieza desencajada descansa al fondo de la escalera, tras esa puerta blanca que era tan oscura para él, como si la luz la tragara la superficie imperturbable de la madera de ese rincón;
Aquel lugar donde a Bum le parecía que todos los colores se tornaban oscuros, revelando una monstruosa naturaleza.
El Omega no se acercaba, no es que tuviera que hacerlo; y así estaba bien.
Bum tienes que ir, lo sabes...
Ahí podrás saber....
¡No!
No quería escuchar aquella voz desesperada, que imploraba por bajar, aunque el miedo, la tristeza y el horro lo consumiesen. Continuo ese día, como el siguiente sin mirar ese pasillo sin ventanas.
La puerta sin color, continúo brillando en las sombras de una tonalidad falsa.