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Speak politely to an enraged dragon por Valeria Penhallow

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Después de tres días viajando a máxima velocidad a través del País del Fuego, el equipo liderado por Kakashi por fin había llegado al puerto desde el cual tomarían el ferri que les llevaría hasta Kamisama no sosu. Antes de entrar en la pequeña ciudad costera, el equipo cambió sus ropas por unas de aspecto civil. Al fin y al cabo, cuatro hombres acompañados de un niño de cinco años podían llamar la atención dado el caso, pero no tanto como cuatro ninjas de una nación no tan amiga como los Acuerdos pretendían hacer parecer.

 

Kakashi suspiró. Estaba cansado. Asuma le miró con simpatía mientras le daba una larga calada a su cigarro. Al cabo de unos minutos llegó Genma.

 

-He hablado con el encargado del puerto y dice que el próximo ferri sale mañana a primera hora de la mañana. Esta noche podremos descansar –dijo el tokubetsu jonin.

 

Kakashi asintió. Escondieron las bolsas con los uniformes de Konoha, manteniendo con ellos únicamente sus hitai-ate, que escondieron en las ropas y los bultos que llevaban para aparentar ser simples comerciantes y se adentraron en la ciudad. En cuanto consiguieron una habitación en uno de los moteles, los cuatro cayeron prácticamente rendidos; los días de viaje sin apenas descanso por fin pasándoles factura.

 

-Dormid vosotros. Yo haré la primera guardia.- dijo Yamato. Sus compañeros no necesitaron muchos más avisos; en cuanto se metieron en lo futones, quedaron completamente fuera de combate. Yamato temió por un momento que los ronquidos de Asuma despertaran al pequeño Naruto, pero el niño no parecía tener el sueño ligero si era capaz de soportar semejantes aullidos.

 

Yamato lo miró con tristeza. Él, que había sido uno de los experimentos de Orochimaru, entendía mejor que nadie lo que era que no te vieran como un ser humano, sino como una herramienta -o un monstruo, en el caso de Naruto. Todo ello aunque tú nunca hubieras pedido nada de todo aquello por lo que otros te hicieron pasar.

 

Un leve movimiento a su izquierda le sacó de sus pensamientos. Ah, Kakashi no podía dormir.

 

-Deberías descansar, senpai. Las ilusiones bajo las que mantienes dormido a Naruto están drenando tu energía. Si sigues así, pronto estarás en tu límite.

 

-Ya lo sé… Si tan solo el Sharingan no consumiera tanto chakra…-le respondió en un susurro el peliplateado que, después de intentar buscar una posición más cómoda sin éxito alguno, se sentó en el futón, las sábanas completamente revueltas alrededor de su cintura.

 

-Te preocupa Naruto-. No era una pregunta, por supuesto. Para cualquiera que tuviera dos ojos y un cerebro habría sido más que evidente el instinto asesino que irradió Kakashi cuando se encontró con aquél diminuto niño tirado en el suelo inconsciente y con la cabeza sangrando. Yamato y él iban de camino a uno de los campos de entrenamiento cuando una gran conmoción se desató. Un chakra rojo que exhalaba odio se hizo tan notable en apenas unos pocos segundos que, para cuando Yamato y Kakashi lograron abrirse paso entre la marabunta que huía aterrorizada, un equipo ANBU ya se había hecho cargo de la situación.

 

Nadie sabía muy bien cómo había ocurrido, lo único cierto era que Naruto había estado actuando raro toda la semana, según los encargados del orfanato. La esposa de Yamanaka Inoichi, que había visto el suceso, relató a los ANBU que desde la floristería vio a unos niños meterse con Naruto, uno de los cuales incluso llegó a tirarle una piedra a la cabeza. La mujer, pese a tener miedo del Jinchūriki, no estaba dispuesta a permitir violencia sobre un niño tan pequeño y decidió intervenir. Pero antes de poder hacer nada, el chakra del nueve colas se desató y la mujer, aterrorizada, no supo más que dar la voz de alarma. Los niños, sin saber reaccionar, le tiraron una segunda piedra con la suficiente fuerza como para dejarle inconsciente al darle en la frente. Entonces llegaron los ANBU y, tras ellos, Kakashi y Yamato.

 

Yamato había servido bajo las órdenes de Kakashi en muchas ocasiones y estaba seguro de poder decir que pocas veces había visto a su senpai en semejante estado de furia. En cuanto la señora Yamanaka explicó los hechos, Kakashi tomó en brazos a Naruto y partió hacia el hospital mientras Yamato iba con los ANBU a poner al Tercero al corriente de la situación. Tras aquello, esperaron un par de días a que Naruto, custodiado por un equipo de ANBU las 24 horas, despertara, pero cada vez que lo hacía, el chakra rojo se hacía presente y en seguida volvía a caer inconsciente. El Hokage hizo llamar a Jiraya; su alumno, muy interesado y cultivado en los sellos, sabría algo al respecto y, con un poco de suerte, podría solucionar lo que fuese que estuviera mal.

 

No pasaron ni tres días cuando Jiraya apareció por las puertas de Konoha. Cuál fue la sorpresa de todos cuando Jiraya anunció que el sello del zorro de nueve colas se estaba rompiendo. Tras analizarlo, Jiraya reparó en algo que nadie había notado nunca. El sello estaba incompleto. A penas faltaba un trazo para que estuviera finalizado, pero el ermitaño supuso que, a diferencia de lo que todo el mundo había creído todos estos años, Kushina murió antes de poder terminarlo. Todo eso suponía un nuevo escenario para Konoha, pues, sin saberlo, Naruto era, más que un continente, una bomba con temporizador. Un sello de contención sin acabar era como una maldición, les explicó Jiraya, pues cuando el sello finalmente se rompía, aquello que se había mantenido bajo llave regresaba al mundo causaba muchos más daños. Y es que, un sello de esas características mal hecho desestabilizaba tanto al continente como al contenido.

 

El ermitaño lo intentó todo, pero era imposible. La única solución que se le ocurría era rehacer el sello, pero, para ello, tendría que quitar el inacabado y hacer uno nuevo. Algo así no podía hacerse si el Jinchūriki era un niño tan pequeño que se encontraba en semejante estado; Naruto seguramente no sobreviviría y el zorro de nueve colas no era algo que pudiese sellarse dentro de cualquier objeto o persona. Al final, Jiraya tiró de sus contactos más fiables. Todos contestaron, pero solo un viejo amigo del País de Agua fue capaz de darle algo con lo que empezar: los Kantoku. Por supuesto, todo lo que este contacto le hizo llegar a Jiraya iba codificado; al fin y al cabo, uno no se pasa años huyendo y escondiéndose para que lo encuentren de la forma más estúpida.

 

¡Qué alegría se llevó Jiraya cuando se dio cuenta de que las codificaciones coincidían con las páginas y ciertas letras de cada párrafo impar de todas sus novelas! Yamato todavía podía escuchar a Sandaime-sama suspirar con resignación, sobre todo porque Jiraya había caído en la cuenta al ver a Kakashi leer Icha Icha Violence. Los mensajes eran largos, por supuesto, así que tardaron varios días en decodificarlos. Y, además, solo cuando el Hokage se comprometió a proteger a los Kantoku a través de uno de los mensajes de Jiraya, el contacto dio por fin todos los detalles necesarios para llevar a cabo un buen trabajo.

 

Mientras ultimaban los detalles de la misión, Jiraya les dijo todo lo que necesitaban saber. Asubarai Kankyo era el nombre de su contacto, nombre que el propio Kankyo había decidido dar a conocer entre los ninjas que estuvieran a cargo de esta misión, pues los Kantoku que iban a necesitar seguramente no confiarían en ellos de buenas a primeras. Kankyo advertía en sus mensajes que  Kamisama no sosu era algo así como territorio neutral entre la Nación del fuego y la del agua a pesar de estar en territorio del Mizukage, pues era una isla muy pequeña que contaba con una sola aldea, tan solo protegida por el antiguo templo de Tamashi, así que presentarse como ninjas de Konoha solo serviría para que los habitantes de la aldea y los sacerdotes del templo, no acostumbrados a la presencia de shinobi, los vieran como amenazas potenciales. Por otro lado, sería en dicho templo donde tendrían que buscar al sacerdote principal, Nakamura Kazuo, y a su pupilo, Umino Iruka.

 

-Senpai, si tanto te has preocupado por Naruto todos estos años, ¿por qué no lo adoptaste? - Kakashi suspiró. De haber sido cualquier otra persona, seguramente Kakashi le hubiera callado con una mirada fría, pero este era Yamato, que antes había sido Tenzo y antes de eso había sido Kinoe… Y antes de Kinoe solo hubo un bebé demasiado ocupado intentando sobrevivir en el laboratorio de Orochimaru. Kakashi sabía que Yamato jamás preguntaba nada innecesario, que siempre eran cuestiones totalmente carentes de voluntad dañina alguna. Porque Yamato era lo suficientemente responsable para tener en cuenta los sentimientos de los demás, pero a veces el niño que nunca se le permitió ser salía a cuestionar el mundo a su alrededor con voz curiosa.

 

-Quería hacerlo. Es el hijo de mi maestro, así como un héroe de Konoha, del mismo modo que lo fueron todos aquellos que perecieron la noche del ataque del nueve colas. La reacción que la gente terminó teniendo era simplemente natural. El ser humano teme lo que no entiende y, en cierto modo, lo comprendo. A veces el instinto de supervivencia nos impulsa a hacer ciertas cosas, y solo eso es lo que nos mantiene con vida. Como shinobi, entiendo eso mejor que nadie… Por eso le pedí al Tercero que me permitiera adoptar a Naruto antes de que alguien atentara contra su vida, pero en un momento en el que la villa había perdido un gran número de efectivos, Konoha tendría a bastantes contrarios observándola de cerca. Si a eso le sumamos que yo mismo me he ganado mis propios enemigos a lo largo de los años, quizás no fuese muy buena idea que yo, alumno de Cuarto Hokage, adoptara a un niño que es su viva imagen. Un niño que, además, se acababa de convertir en el nuevo Jinchūriki del zorro de nueve colas… No, que yo lo adoptara tan solo atraería la atención hacia él. No era necesario ponerlo en peligro dejando que los enemigos de Konoha se enteraran de la existencia del hijo maldito del difunto Hokage.

 

-Hasta el viejo quería traerlo a casa- susurró Asuma más dormido que despierto-, pero…

 

-Es triste - habló Genma por primera vez. Por su voz, nunca había estado dormido-. Tanta gente quiere protegerlo, pero al final nadie hace nada para evitar que un pobre crío quede en manos de unos aldeanos… -Una sonrisa agria se instaló en los labios del Tokubetsu Jonin. Asuma gruñó, malhumorado no tanto por la conversación en sí, sino por la impotencia y la hipocresía que había surgido alrededor de un niño inocente.

 

El silencio inundó la habitación. Genma por fin se quedó quieto por completo, así que seguramente por fin se habría dormido, y Asuma volvió a roncar como los osos.

 

-No entiendo cómo Kurenai lo soporta…-musitó Yamato con una mueca.

 

-Le llaman amor… Aunque quizás lo estén confundiendo con sordera.

 

Naruto se removió en sueños, llamando la atención de ambos adultos. Kakashi sonrió ante la cara que puso Yamato.

 

-Cuidado, Yamato, estás cayendo por el crío…

 

Yamato se sonrojó hasta las orejas y Kakashi, satisfecho con la reacción de su kōhai, se volvió a acomodar en el futón dispuesto a descansar. Si Naruto despertaba, Yamato lo retendría en una de sus prisiones de madera hasta que el pequeño rubio se volviese a desmayar. Hacía ya doce horas que Kakashi no había tenido que emplear el Sharingan gracias a que el niño apenas podía mantenerse unos pocos segundos despierto y, aunque Kakashi agradeciera el descanso, todas las horas que el pequeño rubio se pasaba durmiendo sin ayuda de ningún jutsu no podían ser buena señal.

 

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El viaje en ferri duró apenas dos horas. Al estar en el borde del en la frontera del País del Agua, la niebla y el mal tempo no eran problemas para la navegación, por lo que el trayecto fue tranquilo e incluso relajante a pesar de las circunstancias. Aunque Yamato iba a necesitar un estómago nuevo para cuando volvieran a Konoha.

 

 

Kamisama no sosu  estaba a un kilómetro de ser considerada diminuta. El puerto y la aldea ocupaban gran parte de su territorio, aunque el templo, situado en lo alto de la montaña, guardaba para sí un gran pedazo. En conjunto, era un entorno maravilloso que, dado su clima mediterráneo, poseía una profusa vegetación, así como unas aguas lo suficientemente cálidas como para atraer ciertas especies acuáticas que el equipo pocas veces había visto.

 

Asuma, con los brazos prácticamente dormidos por cargar a Naruto durante todo el camino, le pasó el pequeño a Kakashi, que lo cargó sobre su espalda. Naruto se removió en sueños buscando la posición más cómoda, lo que provocó que los jonin  contuvieran  el aliento, pero pronto volvió a entrar en un sueño profundo y los mayores reanudaron la marcha.

 

La gente de la aldea, acostumbrada al constante ir y venir de comerciantes y pescadores, ni siquiera prestó atención al grupo de extranjeros. Lo único posiblemente reseñable fue, quizás, cuando dos niños totalmente idénticos el uno al otro se burlaron de Kakashi por el parche bajo el que ocultaba el sharingan y por la forma de su pelo. La molestia del peliplateado fue creciendo hasta que los mocosos empezaron a correr a su alrededor llamándolo espantapájaros. Para entonces, Yamato decidió hacer gala de aquello que llaman buen compañerismo y hacer una de sus muecas tan famosas, que asustó lo suficiente a los mocosos como para que salieran corriendo. Asuma y Genma, por su parte, ni siquiera intentaban disimular sus risas.

 

“Y dicen que quien tiene un amigo tiene un tesoro…” Pensó Kakashi mirándoles con rencor, pero, entonces, Asuma se atragantó con su propio cigarrillo y la risa de Genma se volvió tan histérica que el tokubetsu jonin no podía siquiera respirar. Yamato, como el buen samaritano que era, fue a socorrer al hijo del Hokage. “Quizás…” Añadió para sí mismo Kakashi, una sonrisa formándose en sus labios tras la bufanda bajo la que escondía la parte inferior de su rostro. Asuma sabía perfectamente cuál iba a ser el próximo chiste de moda en Konoha.

 

Dejaron la ciudad atrás y, tras pasar un antiguo puente de madera, llegaron a las faldas de la montaña, donde una gran escalinata flanqueada por un espeso bosque daba paso al enorme templo shintō. Cuando llegaron a la cima de las escaleras, se quedaron completamente embelesados. Aquél lugar era un pequeño paraíso; la calma y la tranquilidad que rezumaba hacía olvidar el bullicio de la aldea, como si el templo tuviera voluntad propia para decidir que nada debía perturbar el descanso de los dioses. Para los shinobi, soldados letales entrenados para que su cuerpo reaccionara como una mortífera arma ante cualquier elemento extraño, encontrar un sitio así era como un sueño hecho realidad.

 

Pero la paz duró poco. Todo pasó tan rápido, que ni siquiera supieron cómo había ocurrido. En cuanto Kakashi franqueó el magnífico torii, abrasador chakra rojo comenzó a brotar del pequeño cuerpo de Naruto. El niño, completamente poseído por el zorro de nueve colas, se deshizo del agarre de Kakashi, que lo había mantenido pegado a su cuerpo en el momento en el que sintió al niño forcejear, todo ello a pesar de la monstruosa quemadura que se empezaba a formar en su espalda. Yamato invocó su Mokuton para encerrar a Naruto en una jaula de madera, pero el Jinchūriki esquivaba cualquier ataque con velocidad pasmosa.

 

En ese momento, y para sorpresa de los cuatro jonin, el templo fue rodeado de una serie de sellos que parecían dibujarse solos en el aire en trazos de luz violácea. El anillo de símbolos empezó a vibrar y, entonces, partir de las ondas de chakra, empezó a levantarse una barrera que cubrió el templo como una cúpula de cristal. El Jinchūriki intentó atravesarla, pero la barrera reaccionó lanzándolo varios metros en el aire.

 

-¿Quién osa perturbar la paz de este santo lugar?- Preguntó una voz añeja pero fuerte que retumbó por todo el lugar. En la entrada de uno de los apartamentos laterales más grandes que flanqueaban el patio del templo, un anciano miraba la escena que ante él se desarrollaba con una mirada que advertía consejo sobre una respuesta rápida y, sobretodo, aceptable. Por sus ropajes, los cuatro shinobi entendieron que se trataba del sumo sacerdote. El hombre, a pesar de rondar probablemente los setenta años, poseía un físico y una altura imponentes. Una espesa ceja blanca se arqueó en un gesto de paciencia.

 

-Ah, nosotros… -empezó Yamato, totalmente descolocado por los inesperados sucesos. Pero antes de poder hilar una respuesta coherente, Naruto se lanzó contra el viejo que, sorprendido por semejante ser, se apartó de su camino esquivando los ataques con una afinidad que hablaba de un pasado no tan religioso como el que debería indicar su rango.

 

Yamato aprovechó que Naruto estaba entretenido con el viejo sacerdote para crear una nueva prisión de madera que, esta vez, sí logró atrapar al Jinchūriki. Genma lanzó una aguja empapada de un fuerte anestésico que noqueó a Naruto. Una vez inconsciente, el espíritu del nueve colas se retiró al fondo de su prisión, dejando que el cuerpo del pequeño cayese inerte en el suelo.

 

-¡Maestro!- se escuchó resonar una nueva voz con tono alarmado. Una delgada figura de cabello largo emergió de otro de los módulos del templo y se acercó. El joven se quedó perplejo ante la escena. Las salvaguardas del templo activadas, su maestro en una posición que denotaba disposición para la lucha, un niño enjaulado y cuatro hombres que pese a vestir como civiles portaban armas de gran calidad con una gracia que hablaba de habilidades que no estaban al alcance de cualquiera… Espera, ¿un niño enjaulado?

 

El sacerdote miró a los extranjeros con suspicacia, pero cuando sus ojos se posaron sobre la pequeña y débil figura de Naruto, sus facciones se suavizaron.  El anciano suspiró con pesadez.

 

-Prepara té, Iruka, creo que tenemos invitados. Y tú, el del jutsu de madera, haz desaparecer ese cachivache ahora mismo. Ningún Jinchūriki será tratado como una bestia de circo en mi templo.

 

 

Notas finales:

Owari~


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