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Debajo de las Sábanas por Glace Rose

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La mesada se encontraba repleta de un sin fin de frascos, algunos vacíos y otros conteniendo líquidos de distintos colores y densidades. El fuego del pequeño mechero daba directamente con un matraz que retenía un ambarino líquido el cual, pasados los segundos, bullía formando un festival de burbujas.

 

Tomando una de las libretas anotó cada paso de la preparación, tendría que preguntarle a su tío que cambio podría tener la opción de transcurrir más tiempo del estimado. Cerró sus ojos frotándolos con su índice y pulgar respectivamente, estaba cansado, la noche anterior la había pasado en vela con su joven amante, complaciendo al pelirrojo y saciando su propia necesidad carnal, no había momento en el que no deseara a Camus, había sido su acompañante más duradero hasta el momento, Milo se encontró pensando en el hermoso rostro y esbelto cuerpo, tan maleable a cada una de sus peticiones.

 

-       Espero se haya tomado la infusión - murmuró bajo, para sí mismo.

 

-       Lo hizo, de paso le di el consejo de mezclarlo con un cítrico.

 

La profunda voz cruzó toda la estancia, Milo giró rápidamente en dirección a las escaleras, pero no logro ver nada, la penumbra absorbía la habitación. Pudo sentir un siseo detrás suyo haciendo que se volteara en alerta. Allí, a un lado del mechero se encontraba su misterioso visitante, el cual sin permiso alguno se encontraba analizando su última preparación.

 

-       ¿Poción de la verdad? - Écarlate sonrió de lado - ¿A quién pretendes interrogar?

 

No necesitaba una respuesta, ya la había visto hace pocos minutos, tomó el matraz analizando el color y densidad del líquido con su varita.

 

-       ¿Qué haces acá? - Milo tomó asiento en una de las viejas sillas del sótano.

 

-       Sabes que me irrita que me respondan con otra pregunta.

 

-       También sabes que me irrita que se metan a mi sótano sin mi permiso - contraataco Milo.

 

-       Me preguntaba el por qué evadías la guerra, al comienzo lo atribuí a cobardía, pero ahora lo entiendo todo - Écarlate dejó en su sitio la poción.

 

-       No soy un cobarde que rehúye sus deberes, sólo no esperaba tan pronto tu visita - bostezo tapando su boca con su antebrazo, estaba tan cansado.

 

-       Ese niño te tiene molido - comenzó de manera más jocosa.

 

-       ¿Lo conociste? - tarde o temprano su familia sabría sobre Camus.

 

Écarlate asintió en silencio, no entendió del todo que pretendía Milo secuestrando a alguien de Verseau ¿estrategia premeditada o simple capricho? Se desviaba más por la segunda opción. Para empeorar las cosas, ese niño era el hijo de Mystoria Verseau, del tormento más grande de toda su vida, alejó los recuerdos de su mente, no estaba allí por ello.

 

-       ¿Y qué piensas de Camus? - la cautelosa voz de Milo lo terminó de sacar de sus pensamientos.

 

-       ¿Qué quieres que te diga? - agregó con una sorna muy bien fingida - ¿qué elogie tu buen gusto?

 

-       Eso no vendría mal.

 

-       Es alguien de Verseau, ten cuidado con él Milo.

 

-       Sí, es bastante astuto - lo intuía, con las palabras de su tío aseveraba su suposición.

 

-       Por eso, tú debes serlo más.

 

-       No me tomes por idiota - Milo cerró sus párpados lentamente - Piensas que es una pésima idea ¿verdad?

 

-       Creo haberlo dicho hasta el cansancio - Écarlate había abandonado el afable tono, el que había adquirido un cariz serio - no se involucren con la gente de Verseau y ¿Qué es lo primero que hacen Kardia y tú?

 

-       ¿Quieres que me arrepienta? Lo siento, pero no puedo - tampoco es que hubiera un real remordimiento en la voz de Milo.

 

-       Sólo debes mantener las precauciones - inspiró hondo antes de erguirse - ahora dime ¿Cómo piensas retenerlo en la mansión si te irás conmigo?

 

Una pregunta bastante inteligente, para la cual no tenía una respuesta clara, Milo sabía que por más que tuviera a Camus consentido en su totalidad, escaparía a la primera oportunidad, no había mostrado signos de dominio mágico, pero no se fiaba del todo, sabía que debajo de ese inofensivo aspecto se escondía un ser lleno de inteligencia y armas a tomar.

 

-       Supongo que dejaré una barrera en todas las puertas exteriores o en el peor de los casos - su mirada comenzó a ensombrecer - tenerlo encerrado en mi habitación.

 

-       No estoy muy seguro, en teoría podría funcionar, pero te propongo algo mejor.

 

La mirada de Milo pasó de la reflexión a la curiosidad, sabía a su tío brillante, sus planes siempre salían bien.

 

-       Los necesitamos a ustedes en la guerra, es algo urgente, en estos momentos Kardia se encuentra en Kifisias.

 

-       ¿Y qué hace en el culo del mundo?

 

-       Ni idea, de seguro pasándolo a lo grande con Dégel Verseau.

 

-       ¿Ya lo secuestró? - no escondió su asombro.

 

-       Algo así, aunque fue fácil, demasiado fácil - se mostraba receloso ante el rapto de Dégel, había algo que no le daba buena espina - pero probablemente lo traiga acá, para hacerle compañía a tu querido Camus como había sido acordado.

 

Seguía con la idea pululando de modo errático en su mente, todo estaba saliendo de manera conveniente, demasiado considerando el estado de guerra en todo el mundo, por eso mismo, Écarlate se había cerciorado de ciertas cosas, las mismas que lograrían mantener a raya a sus prisioneros de Verseau, eran piezas importantes de su juego.

 

Una buena excusa para volver a verlo.

 

-       Pondré una barrera sobre esta casa, sin contarme a mí, solo tú y Kardia podrán pasarla a su voluntad.

 

Era el plan perfecto, Milo se encontró agradeciendo al destino el hecho de tener de su parte a un hechicero como su tío Écarlate, se observaron unos instantes en completo silencio, siendo iluminados por la tenue luz del mechero.

 

-       Deberías despedirte de tu chico.

 

-       ¿Tú que harás? - por un instante creyó que su tío sabía leer mentes.

 

-       Echaré un vistazo a tu laboratorio, quiero ver cómo has progresado- inmediatamente comenzó a checar cada una de las botellas, sacó su varita de raulí para hacer todo de manera más acelerada.

 

Con la convicción de que su tío estaría horas en el laboratorio fue en búsqueda de Camus, ya no se encontraba en la cocina por lo que fue directamente a su habitación, allí se encontraba, sentado sobre uno de los sofás con un libro entre sus manos, estaba tan concentrado en su lectura que no se percató de inmediato de su presencia. El rubio se encontró contemplando por tiempo indefinido el actuar del joven, sus largas pestañas rojizas enmarcaban las curiosas pupilas que parecían perseguir con avidez las palabras del libro, al parecer era una novela de las que leía su madre. Sólo se había dado cuenta de su presencia cuando se dispuso a dar vuelta la hoja, pestañeo varias veces antes de hablar.

 

-       Lo siento mucho Milo, estaba tan concentrado que…

 

-       No me pidas disculpas por ese tipo de cosas - interrumpió las apabulladas palabras del menor, se sentó a su lado tomando sus manos - de seguro estabas aburrido.

 

-       No realmente, la biblioteca que me mostraste era impresionante - no disimulaba su felicidad - no creí que tuvieran algo así.

 

-       Mi madre solía leer mucho, al menos ese tipo de literatura que tanto te gusta.

 

Pudo ver en el regazo de Camus el título “Lágrimas de hielo” ¿Alguien podía disfrutar ese tipo de cosas? Suprimió sus ganas de poner los ojos en blanco, y él que pensaba que su madre había sido el único amante de ese tipo de obras, pero allí tenía a ese adorable pelirrojo, el que parecía devorar los libros.

 

-       Es ciertamente fascinante.

 

-       Probablemente - no lo entendía, pero no le interesaba comenzar una charla de literatura romántica - Camus, necesito que hablemos.

 

-       ¿Sobre qué? - el menor se tensó, parecía nervioso.

 

-       Tengo que irme por un tiempo - pudo ver cómo, conforme hablaba la expresión de Camus se fue apagando - pero te tengo buenas noticias.

 

Se encargó de tranquilizarlo, hizo que se sentara sobre sus piernas, sus brazos se cruzaron en la estrecha cintura observando la curiosidad del jovencito, buscando grabar cada detalle de su bonito rostro.

 

-       ¿Te vas a ir? - la desilusión parecía verdadera - no creo que esa sea una buena noticia.

 

-       No, pero probablemente si quieras ver a tu primo Dégel.

 

-       ¿Dégel va a venir? - no escondió su entusiasmado asombro.

 

-       Si, a más tardar va a estar aquí mañana.

 

No estaba seguro del estado en que Kardia traería al susodicho, pero deseaba confiar en su hermano. Milo llevó su diestra al rostro del menor, acariciando la suave piel de su mejilla.

 

-       ¿Me vas a esperar?

 

No se había percatado del tono de su voz, mucho menos de la carga de sus palabras ¿le estaba haciendo una petición? Él no solía hacer eso con sus amantes, sólo disponía y ellos debían acatar ¿Que hacía a Camus tan diferente al resto? Era algo que comenzaba a hacer mella en Milo, buscó rápidamente volver a sus planes iniciales.

 

-       Si, te esperaré Milo.

 

Confianza, la voz de Camus estaba cargada de confianza, una tan genuina que conmovió a Milo, unió su frente a la contraria, valorando cada segundo a su lado por más que su único testigo fuera el silencio.

 

-       Promételo - los ojos de Camus se expandieron un poco no obstante asintió con vehemencia - quiero que lo digas.

 

-       Lo prometo.

 

-       Repítelo.

 

-       Prometo esperarte, Milo.

 

Milo se encontró sonriendo de manera abierta y evidente maldiciéndose de inmediato, debía dejarse de juegos dulces, estaba mal hacerlo, no podía involucrarse de manera sentimental con aquel chiquillo. Sin más preámbulos asaltó sus labios en un apasionado beso, duro y anhelante de aquel pelirrojo que lo tenía pensando puras hilaridades.

 

-       Milo espera… ¿Ahora? - la pregunta del menor estaba cargada de expectativas, ansioso de él.

 

El aludido no le respondió, hizo que se levantara y con total facilidad lo empujó contra una de las paredes de la habitación, hizo que apoyara sus palmas en la superficie para que no cayera.

 

-       Levanta tu culo Camus.

 

Este obedeció, desde esa perspectiva tenía un perfecto ángulo de su trasero, su espalda se arqueaba de un modo hermoso y estético, el largo cabello rojizo era un manto sobre la delgada silueta, una visión tan estimulante que ya tenía excitado a Skorpious.

 

-       Buen chico, ahora… - sus manos se pasearon por sus caderas, desembocando en el listón de su cintura el cual quitó con lentitud - quiero que me digas cada cosa que sientas.

 

-       Está bien… - la voz de Camus sonaba ahogada, no habían hecho nada y ya estaba de ese modo.

 

Camus no entendía a su captor, su comportamiento distaba de una persona sensata, pero a su vez parecía preocupado por su bienestar ¿Qué pasaba por la cabeza de Milo?

 

No tuvo tiempo de seguir pensando, consecutivo pasaban los segundos, fue siendo desnudado por su amante, el exceso de luminosidad le daba una nula capacidad de cubrirse, hubiera preferido hacerlo de noche, pero parecía que el tiempo apremiaba. Al estar completamente desnudo, pudo sentir como el turgente miembro del mayor se frotaba entre sus glúteos, duro, excitado y completamente necesitado de él, solo de él.

 

-       Ahora - la seductora voz acariciaba su oído, pudo sentir como uno de sus glúteos era azotado con fuerza arrancándole un ahogado jadeo - vas a sostenerte de la pared, vas a abrir tus piernas y vas a recibirme ¿Quieres eso Camus?

 

Sólo pudo asentir con la vergüenza extenderse por todo su cuerpo ¿Estaría haciendo lo correcto? Un solo toque y se encontraba dispuesto a seguir sus caprichos, debía hacerle las cosas complejas.

 

Solo un poco.

 

El pelirrojo cerró sus piernas y buscó recobrarse de aquella nube de placer y sumisión en el que el mayor lo tenía inmerso, no obstante, solo fue aprisionado aún más contra la pared.

 

-       Veo algo de rebeldía - fue lo que escuchó antes de recibir otra nalgada, el doloroso escozor se hizo presente - te lo voy a meter tantas veces que extrañaras no tenerme dentro.

 

Camus apoyó su frente sobre la pared, abrumado por la ola de sensaciones que le hacía sentir aquel hombre, cada una más contradictoria que la anterior.

 

**

 

-       ¡Bájame ahora Kardia!!

 

-       Si quieres vivir ¡cierra la boca o te la cerraré de otro modo!

 

Luego del incidente en el motel los acontecimientos pasaron como una vorágine, antes de darse cuenta la ciudad comenzaba a ser invadida por el ejército de Ouest, liderados por el príncipe Shura Capri, eran unos hábiles espadachines que no tardaron en invadir la amurallada ciudad, al no tener los suficientes refuerzos, los pocos soldados que habitaban en Kifisias fueron cayendo ante el numeroso avance.

 

Desde allí sólo pudieron oír los alaridos agónicos de las personas, Kardia no lo pensó dos veces y cargó a Dégel sobre su espalda como un costal, se echó a correr por los estrechos callejones.

 

Pasaron de una bochornosa experiencia sexual a correr por sus vidas de manera literal.

 

-       ¡Puedo andar solo! - replicó Dégel, en esa incómoda posición apenas y podía ver lo que transcurría a sus espaldas.

 

-       De seguro esas piernas están hechas para mejores cosas, necesito llegar al molino… ¡Joder!!

 

El ya estrecho callejón estaba siendo bloqueado por una pila de cadáveres, Kardia bajó al peliverde pensando rápido, si usaba magia llamaría la atención y perdería mucha energía.

 

Dégel se encontraba pegado a su espalda, controlando su miedo de manera bastante eficiente. Pudo escuchar entonces, cascos de caballos acercándose, se quedó de piedra al ver a tres soldados de Ouest dirigirse en su dirección, el estrecho callejón no les dejaba chance para escapar, estaban siendo arrinconados contra el nauseabundo muro.

 

-       ¿Tienes tu daga Dégel?

 

La voz de Kardia sonaba tranquila, para sorpresa de Dégel no parecía descontrolado o preso del pánico.

 

-       Sí, pero Kardia yo…

 

-       No tienes por qué pelear.

 

En un rápido movimiento, fue dejado detrás de Kardia, la diferencia de alturas lo dejaba totalmente resguardado.

 

-       Se hacerlo Kardia - su respiración era acelerada, podía sentirla mover su caja torácica.

 

-       Estás temblando de miedo - se volteó ligeramente robándole un casto beso en sus labios - déjamelo a mí.

 

Ya no había tiempo, los jinetes los observaron con desprecio desde su cómoda perspectiva.

 

-       Pero qué tenemos aquí - un grande y corpulento hombre que parecía ser el cabecilla pudo notar a ambos jóvenes - el soldadito quiere cuidar de su amado jacinto, que adorable.

 

-       ¿Los matamos a ambos tenientes? - preguntó el que iba a su lado derecho.

 

Dégel sintió como los ojos de esos hombres se clavaban sobre su cuerpo con una lascivia que viajó de modo frío por su espina dorsal, sólo la calidez de la espalda de Kardia le dio tranquilidad, aunque fuera momentánea.

 

-       No - el teniente negó de modo rotundo - sólo maten al soldado, el jacinto nos servirá, es bellísimo.

 

El peliverde tuvo náuseas y ganas de vomitar, no siendo por el hedor de los cadáveres exactamente.

 

-       ¿Te estás olvidando de algo?

 

Kardia por fin había tomado la voz, sonaba apacible, algo anómalo en vista y considerando que estaban con la soga hasta el cuello. Se apartó de Dégel caminando con seguridad al frente, los tres hombres se bajaron de sus caballos dispuestos a eliminar de inmediato al temerario soldado.

 

-       Tenemos a alguien tonto pero valeroso - el teniente habló con la burla en su rostro - he de valorar tu estúpido coraje, hubieras sido un buen soldado de Ouest, lástima que nacieras en las asquerosas filas de Nord.

 

-       Estás ladrando demasiado - Kardia desenvaino su espada con una elegancia jamás antes vista - y no sabes con quién estás tratando.

 

-       Con un mocoso que no sabe que está en desventaja.

 

Antes de que terminara, uno de los hombres se había lanzado a atacarlo por su espalda a traición, de un rápido movimiento, Kardia esquivo el ataque, girando sobre su eje y sin ápice de duda, la espada surcó el aire seguido de un chorro de sangre proveniente del cuello de aquel soldado, sin misericordia alguna propinó otro corte en su carótida, provocando una muerte instantánea.

 

Dégel se quedó paralizado, observando en cámara lenta cómo se llevaba a cabo aquella carnicería, no vio vacilación alguna en Kardia a la hora de asesinar al soldado. Inmediatamente el otro sujeto se había lanzado a atacar, pilló desprevenido al peliazul enterrando un puñal en su brazo izquierdo arrancándole un frustrado gruñido. De un fuerte jalón, Kardia arrancó su espada del cuerpo del primer cadáver y se volteó enterrándola en la altura del estómago de quien lo había atacado por su costado, el soldado cayó de bruces, con sus manos sosteniendo en un vano intento, la hemorragia que comenzaba a drenarle la vida.

 

-       Tú…

 

-       ¿Yo que? - una torcida sonrisa se dibujó en los labios de Kardia.

 

-       Eres un… un… - la sangre inundó los labios del infeliz hombre, incapaz de mantenerse en pie terminó desfallecido en el charco de su propia sangre.

 

Dégel había visto todo ese espectáculo en primera fila, se sentía aferrado al piso, incapaz de moverse, ajeno a todo. O eso creyó hasta sentir algo frío sobre su cuello, ahogó un jadeo al sentir el tembloroso semi abrazo y como el filo de un arma bailaba de modo incitador sobre su cuello.

 

-       ¡Alto ahí! -la voz del teniente sonaba dudosa.

 

Parecía que el hombre tenía más terror que el mismo Dégel, el cual se había mantenido estático, no por la orden de hombre, sino que por la impresión de lo observado.

 

Kardia se volteó, mirando la escena con una sonrisa aterradora, su cuerpo manchado de la sangre de sus víctimas y aquel puñal ensartado en su brazo.

 

-       Suéltalo - su orden fue amenazante por más que la risa fuera retenida a duras penas.

 

-       ¿Y arriesgarme a que me mates? - el hombre ejerció presión sobre la piel del peliverde mas no produjo algún corte.

 

-       Eres un cobarde.

 

Mantuvo la sonrisa, con una tranquilidad que lograba asustar aún más a Dégel, estaba preso en los brazos del teniente, su seguridad pendiendo de un hilo. Debajo de su túnica, a la altura de su muslo tenía escondido el puñal que previamente le había pasado Kardia, aun así, el agarre le imposibilitaba acceder a él sin ser notado.

 

-       ¡¿Qué sabes tú?! - parecía que el teniente estaba perdiendo los estribos.

 

-       Posiblemente más que tú en toda tu asquerosa vida - con su paciencia colmada el peliazul chasqueo los dedos haciendo que el arma del hombre saliera volando por los cielos - ¡ahora Dégel!

 

No lo pensó, en esa fracción de segundo se le vino a la mente todas las enseñanzas que le había dado su madre, nunca se había visto inmerso en una pelea real, pero parecía que sus extremidades sabían actuar bajo la presión. Con agilidad deslizó el puñal entre sus ropas enterrándola en una de las piernas del teniente.

 

-       ¡Ahhh maldito hijo de puta!

 

El agarre se había aflojado haciendo que Dégel se zafara rápidamente, observó a Kardia esperando a que le diera el golpe final, sin embargo, éste hizo algo impensado, le pasó su espada seguido de un ademán con su diestra para que siguiera.

 

-       Quiero que sea tu víctima - musito sonriente, seduciéndolo con la mirada.

 

El teniente que había perdido su arma y comenzaba a sufrir una hemorragia estaba perdido en su dolor, incapaz de poder defenderse. Dégel sabía usar armas, pero nunca lo había llevado a la vida real, pudo sentir como su pulso temblaba debido al miedo ¿por qué estaba asustado? Ese hombre había querido asesinarlo. Sabía que no podía estar toda la vida de ese modo, lo pudo comprobar cuando el desfalleciente hombre arrancará de sopetón la daga haciendo que la sangre se derramará de modo abundante, con la certeza de que moriría a manos de ese par no quería irse sin haber hecho al menos el intento de herirlos.

 

-       ¡Maldición Dégel! - con firmeza le quitó la espada y de modo automático lo ensarto en el pecho del teniente, a la altura del corazón.

 

El pobre desgraciado tuvo unos pocos segundos, llevando ambas manos a su pecho desgarró su garganta en un agónico grito.

 

-       Mal...dito… te… van a…

 

-       No pierdas tus últimos segundos - Kardia se acercó al moribundo guerrero quien estaba sobre sus rodillas, tiro de su cabello obligando a que conectará su velada mirada en él - Creo que no sabías con quién te enfrentabas, me llaman Kardia.

 

-       Skop...ius - fue lo que balbuceo.

 

-       Ohh, no eras tan zopenco - entrecerró los ojos - esto es lo que les pasa a los que quieren apropiarse de lo que me pertenece.

 

Sin embargo, aquella amenaza nunca llegó, el hombre ya había sido arrancado por las garras de la muerte. El peliazul soltó sus cabellos con notorio asco, como si nada se dio la vuelta mirando de reojo a Dégel.

 

-       Vamos Dégel, no podemos perder más el tiempo.

 

-       Pero Kardia - dudo en hablar, todavía estaba impactado por todo lo que había visto - tu brazo - apuntó al arma que seguía ensartada en su zurda.

 

-       Es una daga curva, ya se hizo un torniquete, si la arranco perdería mucha sangre.

 

Verseau dudo si actuar, en teoría sabía qué hacer, pero seguía con la respiración agitada, no deseando aceptar los nacientes sentimientos que comenzaban a aflorar en él. Finalmente, tras pensarlo un poco, se acercó a Kardia, específicamente a su herida obteniendo una mirada de advertencia por parte de Skorpious.

 

-       Cuidado Dégel, que no demuestre dolor no significa que no lo sienta.

 

-       Confía en mí - fue lo que pudo decir pese a que su pulso temblaba de modo casi imperceptible, tomó el mango del arma arrancándolo de un solo movimiento.

 

-       ¡Joder Dégel! - bramo Kardia ante la brusquedad del movimiento.

 

-       Calma.

 

La sangre comenzó a recorrer el brazo del peliazul sin embargo Dégel extendió ambas manos sobre la zona de la herida, cerró sus ojos concentrando toda su energía mágica en ese punto. Kardia pudo sentir como el dolor iba menguando y para su total sorpresa, la herida se iba cerrando. No tardó más de cinco minutos para tener la herida completamente curada.

 

-       Increíble - Kardia no escondió el asombro al punto que abrazó a Dégel - eres mi hielera mágica - dijo entre risas antes de besar la punta de su nariz.

 

-       ¡Bájame ahora que me estás manchando entero!!

 

-       Pero qué señorito más quisquilloso.

 

Lo mantuvo unos segundos antes de tomar el único caballo que había quedado luego de la masacre en el callejón, parecía que todo volvía a la normalidad, si no se consideraba que la ciudad estaba siendo invadida y que ellos habían estado metidos en un buen lío.

 

-       Aférrate a mí, no queda mucho tramo para llegar.

 

-       ¿Dónde vamos?

 

Pasaron algunos minutos, en donde recorrieron variados pasajes, cada uno plasmando la decadencia de lo que había sido una hermosa ciudad.

 

-       Al extremo de la ciudad, cerca del molino hay un portal.

 

Tardaron menos de tres cuartos de hora en llegar a la enorme edificación, la cual había sido quemada en su totalidad siendo cubierta por el hollín y desprendiendo una sofocante humareda. Tras bajar del caballo, Kardia le dio con la fusta para que saliera pitando de allí, no era prudente llevarlo con ellos, las teletransportaciones requerían mucha energía y ellos ya estaban cansados.

 

Detrás del molino se encontraba una roca que tenía inscrita unas palabras en un idioma que Dégel supuso que era Jamirense antiguo, Kardia no tardó en hacer la teletransportacion embargándolos en aquella sensación de profundo vértigo. Antes de que se dieran cuenta habían caído en lo que parecía ser arena.

 

-       Por poco.

 

Kardia tenía una abierta sonrisa, habían logrado escapar de aquel lugar con relativa facilidad, Dégel se vio golpeado por aquella imagen, la del aguerrido y sádico hombre bañado con la sangre de sus víctimas, luciendo una pueril sonrisa.

 

-       Creí que moriríamos - Dégel fue sincero.

 

-       Se necesita más para exterminarme, menudos cobardes vinimos a encontrar.

 

Kardia se levantó sacudiendo su ropa en un ridículo intento de no verse tan desastroso, extendió su mano a su peculiar cautivo el cual lo aceptó con una suave sonrisa.

 

-       Y ahora ¿Adónde vamos?

 

Skorpious apuntó una edificación a menos de un kilómetro, muy grande para ser una casona, pero demasiado pequeña para ser un castillo.

 

-       ¿Es tu palacio?

 

-       No exactamente, era la casona de mi madre, es un lugar seguro.

 

-       Ya veo.

 

Caminaron tomados de la mano, en un comienzo a Dégel no le gustaba que Kardia perturbara su espacio personal sin embargo ahora él se vio buscando la amplia mano envolviéndose en ese peligroso hombre el cual comenzaba a remecer su mundo.

 

-       Tengo una sorpresa para ti.

 

 

Llegaron a la enorme muralla de hierro forjado que resguardaba la casona, Kardia comenzó a mover un dispositivo giratorio que, tras una secuencia, abrió sus puertas.

 

-       ¿Qué es?

 

-       No seas ansioso mi helecho.

 

Antes de que pudiera decir algo, Dégel se encontró sobre la espada de Kardia como un indigno costal.

 

-       ¡¡Bájame maldita sea!!

 

-       Tus gritos son música para mis oídos.

 

Ignorando todo reclamo, Kardia se dio paso en el lugar donde se había acordado previamente la reunión familiar.

 

**

 

A sabiendas de que en un futuro lamentaría sus decisiones, Krest había salido a media noche de su casona, su hermano Mystoria le había pedido encarecidamente que le avisara cada vez fuera a salir, no iba a negar que le gustaba sentir la preocupación del menor sin embargo odiaba sentirse atado y dependiente. Además, solo iba al bosque perdido por algunas hierbas que necesitaría, en todo el entrenamiento que le había dado a su hijo se había quedado sin suministros.

 

Con suerte y la luna llevaba pocos días de menguar lo que le daba una discreta luminosidad al lugar, recorrió toda la zona que se conocía al revés y derecho. Quería apresurarse, no entendía por qué, pero sentía una presión en su pecho, como si fuera observado por una entidad omnipresente.

 

-       Un poco más de esto y regresaré a casa.

 

Murmuró mientras, con navaja en mano cortaba de modo limpio unas flores azules de las cuales sacaba un néctar que servía en la fabricación de varias pociones curativas. Nuevamente era asediado por esa desagradable sensación haciendo que se levantara de súbito.

 

-       ¿Quién anda ahí? - siseo amenazante, con varita en mano y dispuesto a medirse con quien estuviera allí.

 

Escuchó un sonido entre los arbustos, iba a lanzar un hechizo cuando vio a una liebre salir de allí, era simplemente eso

 

-       Sólo un animal salvaje - musitó para sí mismo.

 

Se disponía a seguir cuando escuchó un suave siseo seguido de un fino pero molesto dolor en su nuca, no le dio mayor importancia hasta el momento en que sintió su vista nublarse y sus extremidades fallarle, quería moverse, lograr llegar a su refugio más fue absorbido por el sopor. Antes de terminar inconsciente pudo sentirse envuelto en unos fuertes brazos que con total facilidad levantaban su humanidad.

 

-       Qu...ién...eres… - entrecerró los ojos, en el intento se ver a su atacante.

 

-       Tú lo dijiste, un animal salvaje. 

Notas finales:

Hola gente linda, de antemano debo pedir disculpas por la tardanza, tuve algunos percances seguido de la falta de imaginación, lo siento! :’D

 

Agradecimientos a mi beta Skorpioknight por darse el trabajo de ayudarme en todos mis errores :’3 <3

 

También a todas las personas que pasan a dejar un review, no cuesta mucho y no saben como me anima, opiniones, teorías, críticas etc…

Y como olvidar a los fantasmones que se dan un tiempo para leer esta historia, gracias <3

 

Nos vemos en la próxima actualización :D! 


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