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Si no podemos amarnos... Yuri on Ice por konohanauzumaki

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La foto que yacía pegada en esa hoja vieja era, igual, muy vieja. Pero no por ello Yurio no entendía quiénes eran los que aparecían en esta.

—Mi abuelo, y Yakov, están juntos en esta foto —se dijo, mirando a ambos, muy jóvenes. Apenas estarían ahí con unos 20 años, más o menos. Los dos se veían sonrientes (como nunca parecía lo estaban ahora) y llenos de vitalidad.
Ante esto, Yuri comenzó a leer lo que la hoja apostaba en su contenido. Parecía el inicio, porque llevaba una pequeña dedicatoria en la parte superior derecha que decía "Para ti..."

De modo tal, el rubio comenzó a leer, algo que le intrigaba, pero que, a la vez, le hacía sentir que invadía una parte del pasado de su abuelo, una que le había ocultado y de la cual no entendía su por qué.

"Cuando entré a la Universidad, lo primero que dijo el profesor de letras fue que debíamos escribir lo más posible. La cosa es que, yo no sabía que escribir y nunca he sido muy bueno con ello, por eso me decanté por escribir sobre mi vida diaria, al final de cuentas, era de lo único que podía escribir sin perder el hilo de la historia o errar en ella. Y así empecé a hacerlo, pero, era muy aburrido, y de los escritos de esos días, no queda mucho, no después de que un día, en una carrera a una clase, mis hojas llenas de tachones y palabras sin sentido, cayeran a sus pies. A los pies de quién hace comenzar la historia que verdaderamente puedo escribir y al que le va dedicada, con todo lo que ha hecho en mí... Y por ello, decidí comenzar a contarla desde aquel día, cuando entró en mi vida e hizo que mi futuro cambiara de porvenir".

Soy Nikolai Plisetsky, estudiante de la Universidad de San Petersburgo y tengo 20 años. Soy hijo único y cuento con la fortuna de poder estudiar, y aunque mis padres no me piden que trabaje, yo suelo hacerlo de medio tiempo para ayudar. He hecho de todo, pero hoy iré a un trabajo que me queda cerca de la universidad y que, además, dicen paga muy bien: quitar la nieve y mantener la pista de patinaje al aire libre en orden. Suena bien. Me gusta la idea y el patinaje, además, podré ver cómo entrenan los que serán mañana los futuros campeones de patinaje. He de reconocer que nunca se me dio eso de patinar artísticamente, pero no por ello no me agrada. En fin, veamos que trae todo ello.

Cuando llego, el lugar está vacío, supongo por el frío y que el atardecer parece esfumarse rápido, aunado a que es viernes. Y hoy, todos aprovechan y van a tomar a los bares de la ciudad. El hecho de pensar en que podría ser yo uno de ellos es interesante, pero no es algo que me vaya. Prefiero mi soledad y un buen libro, así que una vez que limpie el lugar, eso me dedicaré a hacer por el resto de mis horas de trabajo.

Al acercarme a la pista con una pala, veo que hay un chico que está patinando. Tendré que esperar, supongo. Decido quedarme bajo un árbol cercano, mientras él termina, pero, tal parece que eso no sucederá, no cuando el chico claramente está entrenando patinaje artístico.

La forma en que se mueve en el aire, entre el hielo volar y la tarde caer parece mágica. Su figura esbelta y la delicadeza de sus movimientos me impide dejar de mirarlo, como embrujado por su andar.

No sé quién sea, pero si sé que no quiero interrumpirlo, ni que nadie lo haga. Sus cabellos negros al aire y su rostro de esfuerzo, su cadencia y elocuencia al patinar, me hacen pensar que el patinaje debería ser una bella arte. Sí tan sólo fuera pintor y no estudiara letras, lo plasmaría en un lienzo de colores pastel. No quiero que acabe, pero, ¿Qué tal y si me ve?

Decido moverme, antes que parezca un espía o un acosador, pero, es tarde. Al querer hacerlo, él termina su danza y su rostro y expresión quedan justo frente a dónde estoy yo. Quedo inmóvil, sin saber que hacer o decir, pero él me sonríe de forma divertida y, quitando su pose, lo único que puede hacer es patinar hacia mí.

— ¿Qué te pareció la rutina? —me pregunta, ansioso.
—Eh, es que no la vi toda y...
—Solo perdiste el inicio, me di cuenta desde que te plantaste ahí, así que, ¿qué te pareció?
—Buena —digo, apenado al haber sido descubierto desde el inicio.
— ¿Solo buena? Rayos, debo mejorar —responde y me apena aún más porque su número fue excelente.
—Fue, muy bueno, bastante. No sé mucho de patinaje, pero lo hiciste muy bien.
—Gracias. Supongo eres el nuevo cuidador de la pista, así que ya irás aprendiendo de patinaje.
—Eh, sí, bueno... —digo, asombrado de cuanto este chico dice.
—Es que aquí vienen muchos a patinar aun siendo profesionales. Es un lugar donde pueden patinar libres de sus entrenadores. O por lo menos, eso es lo que me gusta a mí —responde él, con una gran sonrisa y sus ojos, grandes y profundos, pegados de los míos. 
—Si, bueno, yo debo de limpiar la pista y... —suelto, tratando de zafarme de esa conversación, o más bien, de él y su animosa sonrisa que me pone nervioso.
—Entonces, te dejaré ir, pero antes, dime tu nombre.
—Soy, Nikolai —contesto y, por cortesía al momento, agrego—. ¿Y el tuyo?
—Soy Yakov. Mucho gusto Nikolai —dice, tendiéndome la mano. Así se la tomo y quedamos en esa posición por un momento, aquél que es el primero, y que, grabado con el aroma a hielo y el ocaso caer, ignoro que, en adelante, revivirá en mi mente cuando ambos factores se reencuentren ante mi ser.

Esta tarde—noche, hago mi trabajo del primer día, pero no dejo de imaginar a Yakov patinando en este sitio. Ya no hay nadie, ya que él se fue cuando muchas mujeres llegaron para llevárselo a un bar, pero aún me parece oír el hielo rasgarse ante su patinaje fino. Y no sé qué me pasa, pero en definitivo, aun llegando a mi casa, intentando hacer la tarea o dormir, su imagen viene a mi mente. Y no se va por todo el fin de semana.

Me inquieta, me asusta... Me hace preguntarme algo tan sencillo, pero a lo que no encuentro respuestas. "¿Por qué?".

Al llegar el lunes a la universidad, empiezo a buscar sin proponérmelo a Yakov. Me niego a hacerlo, pero no lo evito. Sin embargo, no está ahí y es porque seguro él no estudia aquí. Ya debo de dejarme de esas cosas, ¿no?

Cuanto pasan las horas, siento un vacío raro tendido en mi estómago. Compro pirozhkis y los llevó al trabajo, para comer allá. Cuando llego, de nueva cuenta no hay nadie, bueno, esta vez si no hay nadie, y me pongo a comer. Este trabajo es agradable y me permitirá hacer mi tarea mientras cuido el sitio.

Comienzo a comer, cuando, tras de mí escuchó a alguien decir.
—Pirozhki. ¿Puedo?
—Si... —le respondo a Yakov, quién se sienta a mi lado en el tronco donde yo. 
—Siempre que, como estas cosas, algo dentro me dice que podrían ser mejores. Lástima que eso de la cocina a mí no se me da.
—Mi familia hace unos muy buenos, nada que ver con estos —digo por inercia, como siempre cuando hablan de pirozhkis.
—Entonces, tendré que probarlos después. Lo esperaré Nikolai —me dice, y quedo mudo, justo para ver como él se come otro de los pirozhkis y solo sonríe. 
— ¿No vas a entrenar? — le pregunto, parte porque quiero verlo sobre el hielo de nuevo, y parte porque no sé de qué más hablar con él.
—Ya he entrenado todo el día. A eso me dedico. Estoy en el equipo ruso de patinaje, y, por ahora no me apetece hacerlo, estoy muy cómodo contigo comiendo pirozhkis. 
— ¿Entonces eres profesional?
—Si. Así como supongo tú debes estudiar en la Universidad de San Petersburgo, yo lo hago en la pista junto al río. Vengo aquí cuando me harto de mi entrenador y quiero solo patinar libremente. Tengo 20 años, pero ellos me tratan como si fuera un niño. Aquí soy yo y el hielo, bueno, ahora tú y yo y el hielo —agrega Yakov, y no sé qué me pasa, pero siento caliente mi rostro. Me pongo de pie de golpe ante eso, y tomo mi pala.
—Yo, iré a trabajar y...
—Bien, te veré trabajar —dice y se acomoda en el tronco, como si yo fuera el espectáculo ahora.

Todo esto es penoso y raro y no sé cómo manejarlo. No sé cómo estar mientras un sujeto que acabo de conocer hace tres días me ve limpiar la pista, tal como seguro me veía yo cuando él estaba patinando... Y, de paso, no he su danza al hielo olvidado. No sé qué me pasa y, solo puedo respirar profundo, esperando pase este bochorno que siento al solo pensarlo.

—Oye Nikolai ¿Si te ayudo me harías esos pirozhkis —me pregunta de pronto, poniéndose los patines?
— ¿Qué? Pero no sabes siquiera si saben buenos —contesto, impactado de su cuestión.
—Confío en lo que me dices.
—Tendrías que ayudarme cada día por uno.
—Así de valiosos son, ¿Ah? 
—Si —afirmo, para que desista de su idea.
—Está bien. Te ayudaré toda la semana y el fin me preparas esos pirozhkis. Es un trato —confiere él y tiende su mano. 
Parece que no me podré deshacer de este sujeto, pero al final, tampoco es como que tenga muchas ganas de hacerlo, al contrario, me emociona la idea, y no solo por poder cocinar para alguien que no sea mi familia los pirozhkis, sino por el hecho de que, no dejo de pensar en él...

En ti, Yakov... No dejo de pensar... 

Al terminar la página, Yuri toma como loco la que sigue, localizándola por la fecha que muestra esta. Y, en el asombro de lo que lee, se siente anclado a conocer más de la historia, y de lo que le pasaba a su abuelo, en aquellos días lejanos como, por ahora, el atardecer...

Continuará... 

Notas finales:

Nota de la autora: ¿Alguna vez han tenido un diario? Yo solo recuerdo que tuve varios de niña pero no era constante y terminaba por dejarlos. Cuando entré a la secundaria, escribía "poemas" -para los niños que me gustaban- en vez de mi día a día. Pero, al final creo que es porque no sentía que tuviera algo realmente importante que contar. Quizás... 

Gracias por leer. Sé que no es una pareja que todas shippeen, pero, yo siento al contrario que necesito escribir sobre ellos. Abrazos!! 

 


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