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Si no podemos amarnos... Yuri on Ice por konohanauzumaki

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Las páginas parecían escurrirse entre los dedos de Yuri al buscar la continuación. Era para él necesario seguir leyendo ese relato que le sonaba a ficción, pero que tenía detalles tan reales y escenarios tan vívidos, que, sabía que por más que lo negara, era una realidad.

—Esta parece ser la continuación —se dijo el rubio, y, acomodándose en el suelo, continuó su lectura. 
Y vaya que lo era...

Dicho y hecho, Yakov ha venido cada día de la semana, puntualmente, a ayudarme con la pista. Y gracias a eso, terminamos temprano de dejarla lista, y el resto de la tarde nos ponemos a "platicar". Y lo digo entre comillas, porque entre toda la gente que ha venido estos días, apenas y me doy abasto con su ayuda cuidando a la gente, mientras que él se ha puesto a enseñarle a los niños pequeños a patinar. 
Hoy es el último día que me ayudará con tal de conseguir pirozhkis de mi parte, pero ya tiene un coro de señoras con niños que vienen para el fin antes descrito... Bueno, no es del todo cierto, porque mientras los niños sí vienen a eso, sus madres se quedan mirando a Yakov en la pista, y no evitan cuchichearse cosas sobre él, sonreírle, e incluso, entregarle papeles que creo suponer, tienen su número de teléfono.

Y aunque Yakov solo les sonríe, pero parece no decirles más, yo prefiero no ver esas escenas, porque me pongo de mal humor, y siento dolor en mi estómago, supongo de la molestia. Y aunque no entiendo por qué me enojo tanto, si puedo comprender porque las señoras están tan encantadas con Yakov, y va más allá de lo que solo yo vi ese día mientras el patinaba.

Yakov Feltsman es un joven de 20 años con un cuerpo atlético marcado, producto del ejercicio constante que hace. Sí bien no es tan alto, su esbeltez lo hace lucir como tal. Sus cabellos, lacios y de color plata, los lleva a la altura de la nuca, peinados perfectamente hacia atrás, casi relamidos, dejando ver claramente sus ojos de color azul celeste y ese rostro con facciones varoniles y delicadas.

Ya ha acabado la hora de trabajo, y, cansados, los dos por inercia, nos decidimos a ir de ahí.
—Nikolai, ¿mañana a qué hora y dónde te veré? —me pregunta, ansioso, tomándome por sorpresa.
—Pues, no lo sé. No puede ser en mi casa, porque mis padres tienen una fiesta de sus amistades.
—Entonces, puedes venir a mi piso, solo dame la lista de cosas por comprar y las tendré listas.
—Tú lo que quieres es que te de la receta —reclamo, pero Yakov se molesta.
—Yo voy a ver cómo los haces, pero lo que me interesa es comerlos. Además, si aprendo a hacerlos, tú ya no podrás cocinármelos, y eso es lo que quiero —me responde, y de inmediato el dolor en mi estómago provocado por las señoras coqueteándole a Yakov se cambia por el de unos choques como eléctricos que tampoco comprendo. Supongo será el hambre.
—Te daré la lista entonces —respondo sin dirigirle la mirada y anoto los ingredientes. Se la entrego y tomo mi camino, para ya alejarme de él.
—Gracias. Te veo mañana a las 3 de la tarde en el puente Potseluev y de ahí te llevo a mi piso.
—Está bien. Nos vemos.
—¡Te espero puntual! —me grita, emocionado y yo evitó voltear a verlo. Así, entre las farolas de la delicada solitaria noche, me dirijo a mi casa, donde paso la noche intentando hacer tarea, pero no me logro concentrar porque ese choque eléctrico en mi estómago, con solo pensar en el sábado, no se va.

Cuando llega la hora de ponerme en marcha para ir rumbo al encuentro de Yakov, noto el nerviosismo del que soy presa, tras una noche de insomnio y una mañana repasando con mi madre la elaboración perfecta de un pirozhki, mintiéndole acerca de que es para una tarea. Me cepillo el cabello e intento despabilarme, para ir con él. Y así, llego al lugar 10 minutos antes, porque creo que iba corriendo casi para no llegar tarde, y me sorprendo cuando veo que él ya ha llegado allí.

Cargado con sus bolsas de mandado, voltea a todos lados buscando algo... O a alguien. Ese alguien que, cuando sus ojos me encuentran y me hace señas de bienvenida, me hace saber que soy yo.

—Nikolai, que bueno que llegaste, anda ayúdame a cargar —me dice y me da una bolsa de mandado. 
—¿Qué tanto compraste? 
—Todo lo que me dijiste, pero al doble, para hacer mucho pirozhki.
—¡¿Eh?! —exclamo, asombrado, mientras vamos camino a su apartamento. Yakov no me dice nada, al contrario, parece reírse de mis asombros. Y tras caminar solo pocos minutos, llegamos a un edificio lujoso a orilla del río Molka.
—Vamos, es aquí —me dice, y entro al sitio, contemplándolo por entero. Tomamos el ascensor y tras subir varios pisos, llegamos al suyo. 
—Adelante —dice, abriendo la única puerta de la planta. Me supongo que su apartamento debe ser grande, y al entrar, lo confirmo—. Espero no te moleste el desorden. Puedes dejar tus cosas donde gustes.
—Si —digo, pero la realidad es que todo está bien acomodado y lo mejor, es esa vista al río Molka. Quedo callado y él entra y sale de la cocina.
—Ser patinador tiene sus ventajas. Bueno, estoy esperando al chef.

Sin saber que más hacer, o decir, o pensar, empiezo a prepararme para cocinar (mejor dicho, cocinarle) al tiempo de que él observa atento todo lo que hago e intenta ayudar en lo que puede y lo dejo. 
Me cuesta trabajo sostener su sonrisa boba mientras amaso la masa o mezclo ingredientes, y aunque quiero sentir que me quiere robar mi receta, al verlo así, lo dudo. Aun así, presa de no saber por qué me siento inquieto, se lo comento.

—Estás tan atento que parece me quieres robar mi receta.
—Jajajaja, que cómico eres Nikolai. ¡Por supuesto que no! Simplemente es interesante el proceso y más aún, verte con tanto detalle al hacerlo. Gracias por cocinar para mí —me responde, tan creído que me desquito.
—¿Cocinar para ti? Solo cumplo mi palabra —respondo, terminando de cocinar—. Si buscas quien cocine para ti, deberías decirles a esas mujeres que van a verte a la pista.
Cuando miro la cara de asombro de Yakov al haberle contestado eso, noto mi cara muy cálida, y a la vez, siento que acabo de decir algo que sonó a todo lo contrario de lo que pretendía.

—¿Estás celoso?
—¡¿Qué?!
—Nikolai, eso que dijiste, parece que estás celoso de esas señoras. Puedo olerlo —dice, y se acerca a mí, haciendo como si me oliera.
—No lo estoy, no tengo por qué. Solo digo que ellas te cocinarían sin problemas, pero yo no te estoy cocinando.
—Ay Nikolai. Trata de creerte eso.
—Pero... —contesto, y él, con aire triunfante, sale de la cocina y se va a la sala. Se sienta mirando sus trofeos de patinaje, y no puedo hacer más que seguirlo y poner en claro que no estoy celoso. Porque no lo estoy, ¿cierto?

—Escucha Yakov, no tengo por qué estar celoso de nadie. Esas mujeres pueden hacer lo que gusten. Solo lo mencioné porque ellas se han pasado la semana solo asistiendo para verte y hasta entregándole sus teléfonos. A mí me da igual, pero solo solté eso por decirlo. ¿Comprendes?
—El que ellas hagan eso es normal. 
—¿Normal?
—Las personas se dejan llevar por quien suponen eres, no por quien realmente eres —responde, mientras ve sus trofeos y limpia unos—. Cuando no era nadie, nadie estaba ahí. Después, cuando comencé a patinar, unos pocos se me acercaban, por el talento que tenía y nada más. Y así subió la escala, hasta tener gente a montones que se acerca a mí solo por ser uno de los mejores patinadores. Las mujeres creen que estar con alguien así les atraerá las miradas y la envidia de las otras, y no les importa si eres un imbécil, mientras seas "el imbécil con fama". Sí yo tuviera que elegir entre alguien como tú y alguien como yo, me elegiría obvio a mí.
Ante eso, me le quedó mirando, hasta que, él suelta una carcajada y se sienta en el sillón frente al mío, con el río al fondo.
—Era broma, ¿Verdad?
—Por supuesto. Si tuviera que elegir, te elegiría a ti, y de nuevo a ti —confiesa, en un tono suave que no sé por qué me incomoda —porque tú eres un joven letrado, que estudia y, además, sabe cocinar. Eres alguien que puede hacer algo por su país, y que seguro el día de mañana tendrá una hermosa familia y una vida maravillosa. En cambio, yo sólo podré ser patinador un tiempo, y cuando pasen mis glorias, seré olvidado y todo lo que fui se perderá en lo que no será. Mi nombre me llevará a solo poder hallar personas a la medida de la banalidad de mi mundo. Y, además, no se cocinar. ¿Ves la diferencia?
Solo puedo quedarme mudo, quieto, estático. Suena tan triste y a la vez, Yakov se ve tan decepcionado de ello, que, quisiera saber que decirle, pero, no me salen las palabras. Solo me acerco por inercia a él y, me siento a su lado.
—Si tú no quieres que sea así, no aceptes gente de ese tipo, y cambia ello —digo, sorprendiéndolo y haciendo que él me sonría, para responderme.
—Eres la primera persona en mucho tiempo que conozco que vale la pena, y que es diferente. Por eso me gusta estar a tu lado Nikolai.
Nos quedamos mirando, fijamente, cuando, suena el horno en la cocina, con los pirozhkis listos. Me levanto de golpe, con el color azul de su mirada aún en mi mente, para ver la comida; él me sigue y volvemos a hablar de cualquier cosa sin sentido lejos de lo hace un momento mientras servimos la comida y nos sentamos en las sillas de su terraza, mirando el atardecer.

—Esto es ¡Exquisito!
—Me alegra te gustaran.
—Podría casarme contigo para que me cocines esto diario por toda la vida —me expresa, dándole un sorbo a su copa de vino y, casi me atraganto por ello. Él se ríe, con esa risa sonora e intensa que me apena. 
—Tendrías que trabajar muy duro por ello —confiero, intentando no verlo.
—Si es por llegar a casa a cenar todos los días esto, y ver a ese hombre rubio de ojos verdes que cocina para mí, entonces no me importaría trabajar muy duro.

Siento como se me sube la sangre a la cabeza. Me tomo de golpe mi copa de vino y me pongo de pie, al otro extremo de la terraza, desde donde veo el atardecer anaranjado sobre el río caer.
El viento sopla suave y solo se percibe el ruido de las aves al cielo, y de mi corazón latiendo rápido, o eso creo.
—Nikolai, perdona, no quise molestarte —llega y me dice, apenado y preocupado. Eso sólo empeora mis nervios.
—No, descuida, no me, yo, estoy bien...
—Entonces, prefiero decírtelo ahora porque así soy, y porque es la verdad; lo que te acabo de decir, es la verdad. 
—Yakov... —susurro, y, siento mi estómago dar vueltas; su cercanía me acelera el pulso, y su mirada fuerte y amable, me hace imposible no mirarlo más.
—Estos días me la he pasado genial contigo y, quisiera que siguiera siempre así, igual. 
—Puedes venir a, ayudarme cuando gustes y, te cocinaré en paga... —tartamudeo, mientras siento como mi rostro se enciende.
—Lo que quiero decir es que me gustas Nikolai. Me gustas mucho... Y, solo quiero saber si lo que tú has podido mirar en mis ojos desde hace unos días, es igual a lo que yo creo mirar en los tuyos ahora. Solo dímelo por favor, Nikolai... —me confiesa y siento como si mi presión se bajara, y se acelerara a explotar mi corazón al tiempo. Yo le gusto, a él, y, y...

—¡¿Y?! —grita Yuri, al descubrir que es el final de la hoja, y que no hay más detrás. Desesperado, empieza a buscar entre las demás, para, por fin hallar la continuación, la cual, lee en voz alta, como si fuese de su abuelo la voz.

—Tú también me gustas Yakov...

Continuará...

Notas finales:

Notas de la autora: gracias por leer. Estas semanas se han sumado más personas al fic tras una confesión de la historia y de un meme que publiqué para promocionarlo, así que espero les guste. Es con amor que escribo esta pequeña y triste historia de amor...


Este capítulo lo tenía listo para publicar, pero pasaron muchas cosas en mi México y no pude hacerlo, pero ahora aquí está!! Gracias a todos los países y a mis hermanos mexicanos por el apoyo que dan!! Abrazos!!


Y si quieren leer una historia acerca del río Molka y el puente Potseluev, mejor conocido como "El puente de los besos", les invito a pasar a leer mi fic Otayuri con el mismo título. "El puente de los besos" 


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