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DO NOT BELIEVE HIS LIES por Valz19r

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Notas del capitulo:  
Capítulo 2. Persiguiéndote en un sueño.     Durante el crepúsculo, en las rojizas colinas, él estaba mirando la ciudad. Un chico riendo. Un chico silencioso. Dos personas, acercándose el uno al otro. Envuelto en un juego de esconderse y buscar. Persiguiéndose. Él solía escaparse muy lejos, pero, sin importar que tan lejos estuviera o incluso si llueve, sabía que él lo encontraría siempre con una sonrisa.    «¡Vamos, atrapame! ¿Dónde me estoy escondiendo?» «Sé que tú me encontrarás. »   ♠     El mundo está divido en millones de vidas, cada persona es una y todas sin diferentes; no existen dos iguales. Sin, embargo, hay algo que nos conecta unos a otros: Las adversidades. Algo en lo que la vida coincidió (supongo que Dios y Luzbel lo discutieron) es que todos debíamos realizar el circuito de obstáculos en algún momento; antes o después.   Él no podía ser la excepción, su circuito estaba lleno de alambres con púas y baches con minas, sin embargo, no pensaba que había tenido la peor suerte del mundo. Todo se desvanecía cuando iba a buscarle y él se deslizaba por la ventana sin ser escuchado. Corrían por las calles estallando en risas incontrolables, aferrándose a la mano del otro, como una promesa de no separarse otra vez. El más joven se quejaba:   –Te llevó una eternidad encontrarme.   El mayor solía ignorar sus quejas y simplemente le obsequiaba una sonrisa, de esas que dicen "Todo está bien" , porque siempre estaba bien cuando estaban juntos.   –¿La peor parte? ¿La mejor parte?   Siempre la misma pregunta.   –No hay mejor parte. Esa familia apesta.   Siempre la misma repuesta.   –Tú deberías estar conmigo.   Creo que esta es una de las vidas más interesante que ha creado Dios.   Aquel momento, justo cuando volvían a reunirse, era su bolsita de azúcar que le volvía la vida menos amarga. Como agitar el café, cuya azúcar se ha quedado en el fondo o la miel en el té verde. Podría tener muchas más comparaciones, pero le tomaría todo el día enumerarlas. Prefería vivir el momento, en lugar de pensar lo maravilloso que era, porque si se distraía, sólo unos segundos, se lo arrebatarían de las manos. Para él, la vida consistía en eso: Felicidad=Horas. Tristeza=Meses.    Huir , no es tan sencillo como lo hacen ver en las películas, él estaba consciente de ello pero parecía no querer aceptarlo, teniendo sólo 16 años era razonable pensar que vivía exiliado en su propia burbuja personal pero, ¿qué podías aspirar cuando el mundo te ha echado fuera? Esa necesidad de pertenecer a algo calaba hondo en cualquier corazón. Por eso debía mantenerlo cerca; para ahuyentar la soledad. Para ello, debía aprender cosas nuevas que, en circunstancias normales, no le correspondía aprender a cuidar de alguien, a esa edad ni siquiera sabe cuidarse a sí mismo, ¿cómo haría entonces para proteger a su hermano de 14 años? A su compañero no parecia importarle ese hecho, posiblemente, todo aquello de escapar lo veía como un juego cool que ellos mismos habían inventado. Pero,más que sólo un motivo tan superficial, él prefería estar en la calle si era junto a su hermano mayor y no en una casa desconocida sin su compañía.    –Shawn Frost, ¿ese es tu nuevo nombre?– preguntó, observando con diligencia el carnet falso que sostenía en su mano, tenía la foto era su hermano mayor, pero no coincidia con sus verdaderos datos personales.   –Así es, tengo 18 ahora.– respondió orgulloso.   La única manera de no ser agarrado por servicios sociales era desaparecer del sistema, con una identidad falsa había conseguido evadirlos muy bien durante esos últimos dos años. Pero su hermano aún debía cumplir los 15 para obtener el suyo (una absurda regla que no terminaaba de comprender y que, comenzaba a pensar, era un invento). sólo un año más y ya no tendrían que esconderse. Aún tenía que encontrar un lugar dónde vivir y lo único que podía ofrecerle era un paquete de galletas (robado). Era insensato, egoista y muy joven. Una pésima combinación.    –¿Cuál seria un buen nombre para mí?– inquirió mordisqueando una galleta. –Mi letra favorita es la A.– añadió.   Puso sus ojos claros en blanco, con cierta irónia respondió "Ya pensaremos en uno". Juntos procedieron a contar el dinero que el menor había robado de aquella casa cuando escapó (de eso hace una semana), un sólo billete y un par de monedas era todo lo que quedaba. Desalentador, no podrían ni costearse una comida, pronto oscurecería y debía pensar en dónde dormirían. Algunos refugios podrían alojarlos por una noche, pero no más o llamarían a servicios y eso era lo último que quería, los había estado evadiendo. Iba a volverse loco y comenzaba a sentir hambre. Mucha hambre.   –Creo que estoy empezando a olvidar a mamá.   El comentario de él lo hizo volver a la realidad, lo encontró mirando el suelo con una expresión taciturna en su infantil rostro, no importaba por dónde se mirara o que los doctores dijeran lo contrario; él seguía viéndose como un niño, uno que quieres abrazar y protejer a pesar de que te evite. Es como un gato callejero; inalcanzable.    –Ella sólo ha estado desaparecida un par de años.– respondió.   Comenzaba a considerar la idea de pedir limosna, pero aquello seria una verdadera mierda. Tenía hambre y su hermano, cuatro galletas no era precisamente la dieta más adecuada para un chico en pleno crecimiento. ¡Mierda! Todo era una maldita mierda. Se levantó de la mesa y soltó un escueto "Vuelvo enseguida." El menor lo interceptó de inmediato, mirándole con sus redondos ojos de cachorro malhumorado. Sus brazos cruzados, aquella chaqueta le quedaba grande; por lo menos su ropa se encontraba en buen estado. Los pantalones de "Shawn Frost" ya le estaban pequeños y se comenzaban a romper en las rodillas, lo que le daba un estilo punk. Su camiseta desteñida y deshilachada que había ajustado con un nudo. Sus zapatos descoloridos, ya ni recordaba si habían sido azules o verdes.    –¿A dónde vas?– preguntó el niño.   –Estamos quebrados y no voy a dejarnos morir de hambre.– respondió dándole palmaditas en la cabeza, su cabello era suave y lacio, de un lindo color pastel.    Dejó a su hermano para entrar al pequeño café que se encontraba detrás de ellos, se paseó por los estantes y cuando nadie estaba mirando, guardó dos sándwich vegetarianos en sus bolsillos; eran secos y sólo tenían lechuga, tomate y queso, pero estaba desesperado y no podía pensar con el estómago vacío. Además, cogió una barra de chocolate, porque a su hermanito le gustaban, se dispuso a salir. Cuando llegó a la entrada, se quedó congelado.   –¿Qué es esto?– Aquella voz, la conocía muy bien. –¿La tercera o cuarta familia de la cual te ha separado?– Lo que por tantos meses había estado evitando: un policía interrogando a su hermano. Y no era cualquier policía; ella era de servicios sociales, los habían estado buscando y los encontraron a ambos. –Y robar es un delito grave. ¿Te dijo eso? ¿Quieres terminar como tu hermano? ¿Dónde está él?   Su rostro palideció como el blanco de sus ojos cuando el chico lo encontró con la mirada y exclamó su nombre. Ni siquiera lo pensó, corrió al interior del café para salir por las puertas de emergencia, llegó a un callejón que utilizaban como basurero y se escondió detrás de unas bolsas. Su respiración era acelerada, inhalando todo el aire tóxico de aquel fétido lugar. Vio el momento exacto en que la patrulla se llevaba a su hermano.   Lo había perdido otra vez.   Tener una vida interesante, no era precisamente sinónimo de felicidad.    El pastor alemán de Fudou Alió lo recibió como si estuviera profundamente enamorado deél, agitando su peluda cola y jadeando; sus redondos y brillantes ojos marrones lo miraban suplicando una caricia, él no se resistió, lo llenó de mimos y abrazos; la calidez de su pelaje, el latir de su pequeño corazón. No podía dejar de pensar en el chico que había dejado atrás, sientiendose una mierda pero, no tuvo opción, si ambos eran capturados, el juego habría terminado. Por Dios, ya no tenían ocho años, el mundo real era diferente.    –Hey, ¿dónde has estado?– preguntó el muchacho ofreciéndole un vaso con agua.   Lo aceptó con algo de prisa y lo bebió de un trago; moría de sed. El chico frente a él lo miraba con diversión, ya tenía el cabello largo y usaba ropa de joven. Cuando lo conoció, usaba un peinado mohicano y pantaloncillos. Había cambiado, es lo que pasa cuando creces. De alguna manera, sentía que lo había dejado atrás, porque ellos venian del mismo lugar y, ahora, su amigo había encontrado a alguien y él estaba solo.   –En ninguna parte buena, ya sabes, escondido. – respondió, Aika (el perro) había echado su cabeza en su regazo.   –¿Lo tenías de nuevo?– Recibió un asentimiento. –¿Dónde está?   –Mi maldito agente de libertad condicional no renuncia a su persecución.   Fudou le guió hasta el cuarto de baño y le ofreció un cambio de ropa y toallas limpias, se sentó en el inodoro mientras el chico se sumergía en la bañera y se frotaba el cuerpo con un jabón rosa. Tenía algunos moretones en la espalda por los cuales quiso preguntar, pero se abstuvo.    –Tuve que enamorar al hijo de la familia que lo adoptó para que pudiese entregarmelo.– comentó. –Pero no sirvió de nada. Lo he vuelto a perder.   Recordaba las citas a escondidas que había mantenido con el joven rubio, tenían la misma edad, pero no compartían intereses ni ideales. El rubio era un chico que siempre había gozado de todas las comodidades, tenía una familia adinerada, estudiaba en la mejor preparatoria y tenía las mejores ncalificaciones. Era atractivo y carismático. Sabía que había aceptado salir con él por el riesgo que representaba que alguien se enterara, porque él era caos y Afuro Terumi orden. Le enseñó a beber y cómo es el sexo entre dos chicos. Lo hizo gemir y disfrutar a cambio de su pequeño hermano. Afuro Terumi acceptó las condiciones y se lo entregó en sus manos. Fue sencillo. Pero ahora, lo había vuelto a perder y no podía sobornar a los de servicios sociales tal y como lo había hecho con Afuro Terumi.   –Mierda, van a ponerlo donde no puedas encontrarlo.– comentó. –Tu identidad falsa no es suficiente, debes tener un trabajo real, un lugar para vivir.– explicó.    Lo conocía de hace algunos años, estaba tan jodido que no había manera de ayudarle. Sólo podía ofrecerle un baño caliente, comida y hospedaje sólo cuando su novio trabajaba hasta muy tarde; esa era otra cuestión, Yuuto Kidou no lo quería, no porque fuera un bastardo, sino porque no le gustaban las personas problemáticas. Aún se preguntaba cómo alguien tan correcto pudo fijarse en él; Akio Fudou, un delincuente. El amor, quizás. Pero había logrado sacarlo de ese agujero, y su amigo tenía el cuello enterrado, incapaz de extender sus brazos.    –Voy a ponerlo a salvo. Lo prometo.   Le preparó una cama y lo dejó dormir, su cabello lacio estaba húmedo y se esparcía en la almohada blanca. Era silencioso e inocente cuando dormía. Había cierta frescura en su rostro que el mundo no había alcanzado a tocar y su aura jovial, imperturbable. Suspiró y lo cubrió hasta el cuello con una sabana. Por lo general, ese chico despertaba sentimientos humanos y de protección en las personas, Fudou Akio no podía ser la excepción; deseando quedarse con él, convertirlo en su pequeño hermano y ser una familia. Por supuesto, no compartía ese pensamiento con nadie, si se lo contaba a él de seguro se burlaría. Si se lo decía a su novio, propablemente lo tomaría muy en serio. No necesitaba ni burlas ni compasiones. Sólo era sentimientos absurdos del que no podía deshacerse. En un momento de su vida, las estrellas le habían sonreido a Fudou Akio y fue encontrado por un amable muchacho que vio en sus profundos ojos verdes una posibilidad de ser salvado. Más que eso, había encontrado un amor que había regado su interior casi marchito. Se preguntaba si su amigo tendría la misma suerte.   Su hermano había sido encerrado en un orfanato un poco apartado de la ciudad, era grande y parecía muy cálido, pero era sólo una fachada; él sabía realmente cómo eran las cosas en esos lugares. Lo rodeó hasta llegar a la parte trasera, donde estaba un parque enrejado, césped verde y juegos para niños,algunos correteando y en los columpios estaba él. Su corazón vibró en cuanto lo vio.   –Hey.– Lo llamó.   El chico se acercó de inmediato que sus ojos lo reconocieron, tenía el ceño fruncido y podía jurar ver espinas abrazando su delgado cuerpo, estaba enojado. Lo miró con sus grandes ojos redondos, juzgándolo por la maldad de sus actos,cobardía y traición. El muchacho, por su parte, miraba a su hermano menor con cariño, lo entedía, él también estaría molesto.    –Oye, sé que no estás realmente enojado conmigo.– Intentó persuadirlo. –Sólo tratas de castigarme.    –Estoy furioso contigo.– respondióa, sin embargo, la tristeza impregnada en su voz, no contribuía a sus palabras. Cuando estaba enojado, solía llorar.   –Tengo 16 años y un expediente. Si me agarran no será como antes.– señaló. –Sería una verdadera cárcel, con gente realmente mala.    –Pero rú no eres una mala persona.– Se apresuró a decir. –Eres el mejor hermano.    Aquellas palabras fueron como si el mundo entero se hubiese girado para sonreírle. Él hacía lo mejor que podía, aunque a veces no era suficiente. Acarició la mano que se aferraba a los barrotes que los separaban y el niño no intentó apartarlo (pese a lo arisco que solía ser). Sus ojos le decían que confiaba en él y no podía fallarle.   –Lo sé, y por eso voy a sacarte de aquí.– respondió. Era una promesa.   El plan que había formado en su cabeza no presentaba mayor difícultad, simplemente debía esperar a que se despistaran para trepar el muro y sacar al chico de allí, huirían juntos y ya pensaría en el resto luego. Estuvo toda la noche patrullando, sin ningún resultado, parecía que habían leído sus pensamientos pues la cerca eléctrica fue activada y el único sitio accesible era vigilado por un guardia. El tiempo se había agotado cuando el cielo comenzó a aclararse y él tenía frío y hambre; sentía que se desplomaría en el suelo, cuando dos sujetos abrieron las rejas y lo hicieron pasar, aturdido, no logró oponerse ni huir. Lo encaminaron hacía la entrada del orfanato, donde un hombre de expresión severa, lo esperaba de brazos cruzados.    –¿Qué crees que haces?– preguntó, estaba muy molesto, se notaba en el destello de sus ojos.    Pero no se dejó intimidar.   –Vengo por mi hermano.– respondió decidido.   –¿Estás loco?– inquirió, aunque ya conocía la respuesta. –Mi padre quiere llamar a la policía, le preocupas.   –Vamos Kira, tú sabes lo que es. Venimos del mismo lugar.– Se quejó, no quería hacerlo sonar como una suplica, sin embargo, el pelirrojo parecía reacio a ceder.    Conocía a Hiroto Kira desde que su apellido era inicialmente Kiyama, un huerfano más entre muchos otros, las estrellas también le habían sonreido, y ahora, se había convertido en un obstaculo muy molesto. Pero era amable y comprensivo, no podía guardarle rencor aunque lo intentara; sus ojos lo veían como si aún creyera en él. Suspiró y le colocó una mano en el hombro, viniendo de cualquier otra persona, aquel gesto le habría irritado, pero, Hiroto Kira era diferente. Le hacía creer que en verdad de preocupaba.    –De acuerdo, voy a decirte una cosa.– inició, y nunca era bueno cuando Hiroto Kira quería "decirle una cosa". –Tu agente de libertad dice que estásen vigilancia y me ha instruido para llamarla si te veo por aquí.– advirtió, algo que no debía hacer, pues su deber era llamar apenas lo había visto patrullando las afueras como un acosador/pederasta. –No lo haré, a menos que te vayas.   Sus ojos claros lo miraron con desconfianza. –¿Vas a volver a reasignarlo?– preguntó.   –Es mi deber. No va a see difícil, es un chico lindo.– señaló. Por alguna razón, cualquier cosa que dijese ese hombre (dentro del contexto que fuera) no se escuchaba para nada extraño. –Y no quiero más "grandes escapes". Ya fue suficiente.    –¡Eso no es justo!– exclamó frunciendo el seño, sus ojos claros manchándose con la ira. –¡Él debería estar conmigo! ¡Soy su hermano!– Estaba enojado, frustrado y cansado. No había dormido, el frío de la madrugada había hecho doler sus musculos y necesitaba un baño caliente. Sólo quería a su hermano, ¿por qué era tan difícil?   –Bien, supongamos que puede irse contigo. ¿Qué vas a ofrecerle? ¿Dónde va a dormir? ¿Qué comerá?– El silencio fue su única respuesta. –Lo sabía.   Y así se zanjó la conversación.    Las responsabilidades vienen cuando te has quedado sin 1 en las velas del pastel, pero él sólo tenía 16 y su vida pesaba tanto como si hubiese metido un elefante dentro de su mochila. Una casa, un trabajo estable, una vida normal, ¿dónde encontraría todo eso en tan poco tiempo? Ellos se encargarían de llevárselo muy lejos, donde lo buscaría y huirían de nuevo. ¿Y luego qué? ¿Seguirían con ese juego de esconderse y buscar? ¿Así sería siempre? Cada noche sentía miedo de que lo montaran en un avión y lo enviarán a otro continente, entonces ya no podría encontrarlo nunca más y lo habría perdido para siempre. Miró al adulto frente a él, suplicándole, con la mirada, un poco de misericordia. Pero los ojos de Kira decían que no cedería.   –Sal de aquí, sin hacer un escándalo o llamaré a la policía. –ordenó.   ¿Las humillaciones nunca acabarían?    Ya afuera, las lágrimas se acumularon y debía respirar para contenerlas. Maldijo muchas veces mientras golpeaba el suelo con los puños; sus nudillos sangrando y el sudor en su frente, ni siquiera el dolor fisíco podía hacer mermar el dolor de su corazón (el peor dolor del mundo). El sólo pensar que debía idear un plan lo hacía enojar más. Sólo quería acabr con toda esa mierda, no se supone que las cosas deban ser así. Con 16 años, su mayor preocupación deberían ser las chicas (y chicos), el acné (que gracias a Dios, nunca apareció) y las peleas con sus padres (que ya no tenía). ¡Mierda!    –¿Se ha ido ya?– preguntó el muchacho a su compañero que observaba por la ventana, recibió un suave sí en respuesta. –¿Por qué no llamaste a servicios para que lo reasignaran? Es un chico lindo, está algo grande y tiene sus mañas, pero es bueno. Le podrían encontrar un buen hogar.– inquirió.    –Porque no van a solucionar nada. Ya no está en edad de poder ser adoptado, en ningún orfanato lo recibirían y con su expediente, sólo le queda el rentén de menores. Eso no es lo mejor.–explicó. –Sólo le queda redimirse y, sólo entonces, podría hacer algo por él.   –Hiroto, no puedes meter las manos en la mierda de esos chicos. Te vas a ensuciar.– señaló, sin embargo, no obtuvo una respuesta.   Quizás, Hiroto Kira debíaescuchar a su compañero, después de todo no era su obligación, sólo debía mantener el orden en el orfanato; esa es la misión que le habían dado. Suspiró, definirivamente lo olvidaría, no podía seguir manteniendo expectativas en un chico perdido.    Un chico perdido.   Yo podía verlo, cometiendo una y otra vez los mismos errores. Y él no podía comprender por qué las cosas debían ocurrir de esa manera; demasiados, demasiados problemas. Podría decirte poe qué se sentía de esa manera todos los días. Me gustaría ayudarlo, pero sólo puedo mirarlo. No sabe a dónde pertenece, quiere irse a casa pero ya no hay nadie ahí, esperándolo.Cuando se percata de ello, de su soledad inevitable, miente y se rompe por dentro. Su única familia: su hermano de 13 años, confinado en un orfanato e incapaz de obtener su custodia. Ya no quería tener que sacarlo por las noches de las casas como si fuera un secuestrador. Era demasiado evidente que sus planes eran inutiles, cada uno erróneo pero, sinceramente, no podía hacer más; era menor de edad y estaba solo. Necesitaba un milagro, pronto.   El 60% de las peleas no tienen un motivo significativo y, cuando se trata de una pelea callejera, el porcentaje aumenta. De igual manera, sólo el 10% son detenidas por terceros. Aunque las cifras pueden variar el resultado es el mismo: Hospital. Élsabía sobre el porcentaje, aunque no era un chico de matemáticas, de hecho las odiaba. Pero debía evitar que el logaritmo de las peleas lo alcanzara. Era bueno en eso. No necesitaba más problemas en su vida.   Esa noche estaba tan aturdido que no reparó en dónde se había metido, reaccionó cuando aquellos chicos de apecto belicoso lo rodearon. Conocía sus rostros, sus nombres y parte de sus turbias vidas. Hijos de la calle y caminantes del mundo. Se deslizaban entre las sombras, esperando a sus presas. Estaba jodido.   –Miren quién ha traído su trasero por aquí.– comentó con burla uno de los dos, pelirrojo y de ojos ambar. Siempre había odiado su voz tan altiva y despreocupada, como si fuera superior a todo ser que se le plantara en frente.   –Dejame pasar, Haruya.– ordenó, sin mostrarse iintimidado    –Nada de eso.– negó Haruya, fruncindo el ceño.   –Quizás por algunos billetes podríamos considerarlo.– intervino el segundo muchacho, sus ojos azules eran tan fríos que quemaban.    –No les debo nada, Fuusuke. Dejen de joder.– respondió. Se mostraba calmado pero, en realidad, estaba muy enojado.   Sin dudas, su arrogancia no ayudaba a sacarlo de ese lío, evidentemente, no era el momento de ser orgulloso, sus agresores se veían cada vez más irritados. El pelirrojo se acercó de una manera amenazante y sus sentidos se agudizaron. Ese chico estaba loco, si no era su noche, podría verse con una navaja en el estómago. Debía tener cuidado.   –¿Quién te crees para hablarnos así?– inquirió. –¿Ah?   Una sonrisa socarrona rasgó su pálido rostro. –Alguien superior a ti, por supuesto.–respondió divertido. No era muy inteligente, aunque intentara aparentarlo.   Su delgado cuerpo fue impactado contra la pared de ladrillos sucios y descoloridos que apestaban a orina. Él luchó y consiguió liberarse del agarre de su agresor, pero el pelirrojo estaba acompañado por otro chico y, entro los dos, decidieron que sería dibertido darle la paliza de su vida a un pobre chico famélico. Pero es un gran error subestimar a las personas sólo por su aspecto. El chico se defendió cuanto pudo, no sabía en qué estaba pensando, él sólo era uno contra dosClaramente no era un chico brillante, dejandose llevar por sus emociones, pero tenía unas gotitas de suerte en sus ojos;por eso eran grises. Su escándalo llamó la atención de una mujer,quien amenazó con marcarle a la policía. Los chicos se dispersaron como moscas siguiendo caminos distintos.    El rostro le ardía, la sangre en sus nudillos comenzaba a secarse y formar costras, tteníala camiseta rota al igual que su labio. Ahora, su fisíco iba muy bien con su alma. Las noches en Inazuma comenzaban a hacerse frías, el invierno estaba cerca. No tenía ni idea de a dónde iría, a esa horha todos los refugios se encontraban cerrados. Estaba hambriento y desesperado, se recargó en la pared de ladrillos y se vio tentado a echarse a llorar, era un buen momento, no había nadie mirándole. Pero sus lágrimas fueron reprimidas al ver a un hombre acercarse. Era el sujeto del autobús.    No hizo más que mirarle mientras manoseaba las opciones en su cabeza. Fue entonces cuando ese hombre se percató de su presencia.   ¿Qué vas a hacer ahora,Shirou Fubuki?  

 


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