[Toma un ángel por las alas, ruégale ahora por todo, ruégale ahora por un día más]
Nunca fui condescendiente con él. Nunca me importo, y creía que jamás me iba a importar. Era un chiquillo mimado más.
Nuestro compromiso y unión fue tan solo por órdenes de nuestros padres que, aún en pleno siglo veintiuno, nos emparejaron para así hacer crecer sus empresas y bienes materiales; Como si no fuera suficiente con todo el dinero en que ahora nadaban.
Él se veía gustoso, siempre sonriendo y obedeciendo lo que le decían, me miraba con aquella calidez extraña. Nada de eso era correspondido, por supuesto. Yo era un hombre exitoso, influyente. Treinta años de edad y no podía estar en mejor forma. Tenía todo lo que quería, mujeres para todos los días de la semana, del mes, del año.
Y aún así me ataron a ese chico.
Claro que, no por él iba a dejar mi vida galante. No señor, yo era un semental y lo seguiría siendo.
Yo le daba sustento. Lo alimentaba, compraba su vestimenta, vivía como un rey. No podía quejarse, así que sin más, las mujeres en mi casa, nuestra casa, jamás faltaban.
Nunca lo toque, y jamás lo haría. No me apetecía un hombre. Todo lo que me bastaba eran curvas femeninas, senos grandes y proporcionados glúteos.
Los fines de semana me ahogaba en alcohol, yendo a los mejores moteles, teniendo sexo una y otra vez, para después ir a casa y continuar ahí.
No me importaba que estuviera esperando por mí en la sala, a altas horas de la noche; Con sus ojeras algo marcadas y rostro afligido, como entristeciéndole el hecho de verme llegar borracho y con otra mujer diferente.
Nunca decía nada, nunca hacía nada.
Y poco me importaba.
O así era hasta que, en una de esas tantas noches divertidas para mí, la tipa con la que estaba me hizo perder el control de mí automóvil deportivo.
El accidente fue tan estrepitoso, poco recuerdo de eso.
El auto quedo hecho trizas, la mujer que me acompañaba por desgracia murió. Yo de suerte, o como castigo divino, no lo sabía exactamente, sobreviví.
Sobreviví, continúe con mi vida, con la ligera excepción de que había perdido mi sentido de la vista.
Así es, era un asqueroso inválido. Un ciego. Un maldito ciego que no hacía nada más que estar en casa, en total oscuridad eterna.
Destrozaba todo lo que mis manos tanteaban. Más de una vez caí de las escaleras, más de una vez me hice daño yo mismo. Impotente.
Era el hombre perfecto, lo tenía todo, y justo eso tuvo que pasarme.
A veces me decía, que esto era el castigo que recibí por obrar tan mal, por aprovecharme de una criatura inocente que me amaba con locura, y que pese a todo, continuaba a mi lado.
Las mujeres que solían estar conmigo, desparecieron. Ninguna de ellas se digno a acercarse nuevamente a mí.
Solo estaba él.
Siempre estuvo él.
[Toma un ángel por las alas, es hora de contarle todo. Pregúntale por la fuerza para seguir.]
—Lamento haber llegado tarde hoy, la junta se atraso un poco
No importaba si llegaba cansado, estresado, atareado. Aquel pequeño beso en la mejilla que me proporcionaba, nunca faltaba.
—La señora Smith me dijo que te negaste a comer
—No me gusta su comida
—Oh, ¿Y la mía sí?
Y hubiera dado todo lo que poseía, por verlo sonreír cada que me respondía con gracia, como en ese momento.
Solo era capaz de escucharlo caminar y sacar trastos de la cocina. El agua hirviendo, él cortando vegetales.
Ahora los sonidos era lo único que me indicaba lo que sucedía mí alrededor.
Él siempre me entretenía con charlas triviales, como para no aburrirme, o simplemente alegrarme un poco el día.
Su voz era tan dulce. No había día en que no me arrepintiera de todo lo que hice, todos los momentos que desperdicie. Las veces en que cambie un gesto cálido, una sonrisa sincera, por mujeres falsas y alcohol a montones.
—Ya está la cena, prepare tu favorito. Lamento si tarde de más
Y como ya era costumbre, iba a mi lado, besándome de nuevo, tomando mi mano como si está fuera de cristal, caminando juntos hasta el enorme comedor del que apenas y me acordaba como era.
Él me ayudaba a sentarme, a comer. Ya no sabía si eso lo hacía yo mismo por un capricho infantil, pero me encantaba depender de él.
Sé que era egoísta de mi parte, necesitarlo justo ahora que todos me habían abandonado. Cuando yo lo había abandonado a él, y aún así continuaba a mi lado pese a todo.
Nunca terminaría de arrepentirme.
Nunca me cansaría de susurrarle millones de disculpas mientras dormía, aferrándome a su delicado cuerpo como si en cualquier momento fuera a irse de mi lado, dejándome solo, en completa oscuridad eterna.
Cuando nadie más estaba, él sí.
Solo estaba él.
Siempre estuvo él.
Y ahora que quería verlo, no podía.
Jamás podría.