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One Night Stand por Aomame

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 One night stand

Somnolencia

—Oh, lo siento, Tony…

Natasha le miró desde el umbral de la puerta, llevaba un vestido rojo con un escote que llegaba casi al ombligo. En resumen, vestía para matar. Se hizo a un lado para dejarle pasar al departamento, pero Tony dudó en dar los pasos necesarios para entrar; adentro se adivinaba la luz de unas velas.

—Steve no está— Natasha insistió en que pasara, Tony obedeció descolocado.

Sentado en una mesa, vestido también con elegancia, Bucky le dirigió una mirada de desinterés, tal vez, de un poco de molestia. No estaba contento con Tony, por la manera en que éste afectaba a su mejor amigo, pero sabía que no debía ser muy explícito al respecto; por otro lado, el genio, había interrumpido una cena romántica con su novia, y sintió que le habían cortado la inspiración.

Tony le devolvió la mirada, pero su mirada era turbia, rojiza y confusa. Era evidente que estaba tomado, y por eso, Natasha se apresuró a llevarlo al sofá y le ofreció un vaso de agua.

—¿Estás bien, Tony?—le preguntó la pelirroja, al tiempo que se sentaba a su lado y le entregaba el vaso de agua.

Tony giró el rostro hacia ella, asintió y negó casi al mismo tiempo. Bucky bufó desde la mesa y se cruzó de brazos.

—¿Dónde está Steve? Necesito hablar con él.

—Bueno, Tony, salió para dejarnos a nosotros tener una cita—Natasha le sonrió.

—Ah.

—No llegará pronto, Tony, de lo contrario te diría que lo esperaras.

—Tal vez, ni siquiera llegue—Bucky mencionó, así como quién no quiere la cosa, pero con un tono de voz que le canjeó una dura mirada de Natasha.

Tony lo escuchó a lo lejos, en ese momento, se sentía mal por estar borracho. Se sentía un tanto inútil, y su cerebro no hacia buenas conexiones. Él quería hablar con Steve, sólo eso y sólo eso tenía en mente.

—¿A dónde fue? Lo buscaré.

—No lo sé, Tony. No nos dijo, ¿verdad, Bucky?—Natasha pronunció aquello último con un tono que le indicó a Bucky que si decía que no, se quedaba sin cenar.

—Ajá—contestó éste con el mismo desinterés de antes—. Regresa a tu casa, Stark. Le diré cuando vuelva, que te busque.

—¿A dónde fue? —Insistió él, algo que le decía que sí lo sabían—Iré a buscarlo.

—Tony, eso que quieres hablar con él, ¿no puede esperar a mañana?—Natasha, realmente, no quería decirle lo que sabía, no quería; lo que quería era evitar que Bucky se hartara y soltara la información.

—No, yo tengo… tengo que decirle…

—¿Qué vas a casarte?—lo interrumpió Bucky. Tony lo miró dolido— No te preocupes, ya lo sabe.

—¡Bucky!

—¿Qué? Tampoco es como si le importara, ¿o sí, Stark?

Tony quiso responderle, pero no tenía palabras. Estaba un poco confundido, entre el alcohol y lo que sucedía ahí. ¿Por qué Bucky parecía estar todavía más dolido qué él? ¿Por qué estaba tan  molesto con él? Hasta dónde recordaba, se llevaban cordialmente, hasta habían bromeado en varias ocasiones. ¿Por qué esa actitud? ¿Era sólo por qué había interrumpido su cita?

—Mejor me voy—balbuceó y se apoyó en el brazo del sofá para ponerse de pie—. Natasha, ¿a dónde fue? Por favor, dime. En verdad, necesito hablar con él.

La chica puso cara de circunstancia y una vez más, fue Bucky quien decidió aventarle un cuchillo directo al pecho.

—Fue a casa de Sharon.

***

Natasha le pidió un taxi, pero nada más había pasado un par de cuadras, decidió bajarse. Le pagó al taxista, incluso más de lo que hubiera gastado hasta su casa. Regresó a la entrada del edificio, y se sentó en la escalinata. El viento frío le golpeó el rostro y se sintió todavía más mareado que antes.

No estaba dispuesto a irse, no aún. Quería ver a Steve, no importaba si éste lo echaba, o lo mandaba a su casa. Sólo quería verlo. Tampoco le importaba, si, ahora, éste tenía una relación con esa agente que, según su opinión, era muy poco para el Capitán América.

Se recostó en las escaleras y observó las pocas estrellas visibles en el cielo nocturno de la ciudad. Suspiró y un vaho blanquecino escapó de entre sus labios y ascendió. Hacía un frío de perros y él sólo llevaba su playera descolorida encima. Entonces, en su campo visual aparecieron un par de ojos azules.

—Tony, ¿qué haces aquí?

—¿Steve?—hizo por levantarse, pero el movimiento brusco le provocó un mareo y cayó de nalgas en el escalón.

—¿Estás bien?—Steve se acuclilló a su lado  y le miró con el ceño plegado de preocupación—¿Bebiste?

—Sí, sí—Tony esquivó su mirada, Dios, estaba muy cerca, demasiado cerca—Creí…creí que... volverías tarde.

Steve no contestó de inmediato, se sentó mejor a su lado y suspiró.

—Sí, sólo vine por mi moto; la dejé en el garaje del edificio. Pero, no voy a interrumpir a esos dos—dejo escapar una sonrisita de conocimiento.

—¿Vas a volver con ella?

—¿Ella?

—La agente esa… ¿cómo se llama?

—Ah, Sharon…—Tony se encogió, ese nombre le daba escalofríos—. Sólo fui a dejarle una carta. Luego, pensé en dar una vuelta por ahí en moto—Steve habló como si nada, pero Tony se preguntó: ¿qué tipo de carta?— ¿Y tú qué haces aquí? Te vas a congelar.

Tony no le dijo que lo estaba esperando, ni que no le importaba haberse convertido en Tony-paleta, con tal de verlo.

—Yo… quería… ah… pasaba por aquí.

Steve frunció el ceño una vez más, no le creía nada, pero no discutiría con alguien que parecía medio alcoholizado. Resolvió que, tampoco, podía dejarlo ahí, congelándose.

—Vamos, te llevaré a tu casa—le dijo al tiempo que se ponía de pie y le sujetaba de un brazo para ayudarle a ponerse de pie.

A Tony se le cortó la respiración al sentir su agarre, su cuerpo se tensó, pero así de rápido como lo hizo, así mismo se dejó llevar. Steve no dudó en quitarse la chaqueta y dársela. A pesar de que Tony protestó, el argumento de Steve fue imbatible: “Yo no me enfermo, Tony, tú sí”

La chaqueta sólo contribuyó a la embriaguez de Tony. Un tipo de embriaguez que lo aturdía con más violencia que la provocada por el whisky. La maldita prenda olía a la colonia del capitán, y no sólo eso, tenía rastros de su calor corporal. Era como ser abrazado por Steve. Éste no se dio por enterado del efecto de su chaqueta en Tony; pensó que sus mejillas rojas, se debían al frío.

Steve sacó su moto del garaje, y ayudó a Tony a subir. Sintió los brazos de éste rodearle la cintura y su cuerpo apoyado en su espalda cuando encendió el motor. La sensación le hizo sentirse triste. Le agradaba tanto, era un toque tan cálido, tan anhelado, que no podía más que sentir un fuerte dolor en el pecho, porque ese hombre, el que  apoyaba la mejilla en su omoplato, era la persona que amaba, pero también, era el amor que jamás podría tener.

Tony dormitó en el trayecto hasta su casa. Y cada vez que se daba cuenta de que ello y daba un respingo, sonreía ampliamente. Aferrarse a Steve era algo que le estaba gustando mucho, desde que habían compartido esa noche. Al llegar, Steve, casi, casi tuvo que cargarlo de la moto al interior de la mansión, y del interior de la mansión a su habitación.

—Tony, cámbiate; tu ropa debe estar helada—aconsejó el capitán cuando lo dejó sentado al borde de la cama—¿Dónde tienes tu pijama?

—No uso—dijo Tony, con los ojos medio abiertos, no se quería cambiar, no quería quitarse la chaqueta de Steve, así que se dejó caer en la cama pesadamente.

Steve, sin embargo, no claudicó y buscó en el armario del millonario algo que pudiera fungir como pijama. Encontró un conjunto de pants deportivos, que aparentaban ser cómodos y calientes.

—Vamos, Tony, cámbiate. No quiero que te enfermes.

Más que la orden,  fue ese “No quiero que te enfermes” lo que convenció a Tony a mudar de ropa. Fue ese deseo de Steve lo que lo orilló a dejar su capricho inicial. ¿Por qué? Porque la preocupación de Steve por su salud, había sido genuina, le había enternecido el corazón. Se sintió amado.

Mientras él se cambiaba, el capitán deshizo la cama. De esa manera evitó dar un vistazo a sus espaldas. Claro que quería ver la piel desnuda de Tony una vez más, su color, su textura, el movimiento tenuemente marcado de sus músculos. Pero sabía que después de ver, habría querido tocar; después, probar; después, poseer. Así que tuvo que censurarse a sí mismo.

Tony trepó a la cama una vez que estuvo cambiado, ciertamente, se sentía más tibio, y  más cuando Steve lo arropó en la cama.

—Descansa, Tony—hizo amagó de dejarlo dormir, pero el ingeniero le sujetó de la manga.

—Cap—le dijo—, no te vayas.

—No me digas que le temes a los monstruos debajo de la cama—Steve intentó bromear, para liberar la tensión que las palabras de Tony habían provocado en él, para calmar a su esperanzado corazón y el vuelco en su estómago.

—Sí—respondió, Tony—. Mucho. Necesito un guardián.

Steve rio un poco, pero no se estaba divirtiendo.

—Intenta dormir, me quedaré afuera… si quieres… y si algo pasa, sólo grita.

—No—Tony no lo soltaba, es más, tiraba de él—. Lo perdí, así que dámelo de nuevo.

—¿El qué?—ahora sí, no entendía nada.

Por toda respuesta, Tony palmeó la almohada a su lado. No lo dijo, pero él quería recuperar el aroma perdido de su almohada. Tiró de nuevo de la manga del capitán, y éste no tuvo opción más que hincar una rodilla en el colchón.

—Tony, no creo que…

—Quédate—la manera en la que eso fue dicho, hizo tragar saliva al capitán; de inmediato, se supo derrotado.

Se quitó los zapatos y el cinturón, para dormir un poco más cómodo; y ocupó el lugar que le ofrecían en esa cama.  Tony sonrió complacido y exigió un brazo de almohada; se acurrucó contra el fuerte cuerpo del capitán y suspiró feliz.

Era curioso, se había sentido miserable todo el día, pero ahora, en un solo segundo, estaba inundado de paz y alegría. 

Notas finales:

Wola! Espero que les haya gustado. 

Hasta la próxima!


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