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Bare grace misery. por Akudo

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Fue tan imbécil. ¿Cómo se había dejado llevar así?

Después de varios días investigándolo y aun sabiendo de lo que este hombre era capaz quedó embrujado bajo su mirada tan ardiente como calmada, analizadora, depredadora, que intimidaba en silencio los instintos de Daiki que luchaban por mantenerse cuerdos.

Había ido al departamento de Himuro Tatsuya debido a que en la jefatura donde trabaja recibió una denuncia personal por parte de un viejo compañero de escuela. Le sorprendió mucho la confesión de que Midorima fuera un omega, probablemente nadie fuera de su familia lo sabía, y eso fue un indicador de la gravedad del asunto.

La cosa es que tomarlo como violación sería difícil de probar ante la ley pues, como omega, Midorima tenía responsabilidad sobre su propio celo. Según le contó había tenido la oportunidad de medicarse en un hospital y no lo hizo por orgullo, y encima de todo fue él quien se apareció en el hogar del alfa que lo terminó tomando.

Sabía lo duro que resultaba para alguien como Midorima que se negaba a que esta ofensa se supiera, y seguramente lo pensó hasta carcomerse la cabeza antes de decidirse a recurrir a él, sentarse frente a su escritorio y contarle su situación; exhausto, ojeroso, cabreado, mentalmente alterado y manteniendo la compostura a duras penas, sin poder evitar el tic nervioso de subir el cuello de su camisa para ocultar la gasa que cubría la marca de su condena. El más alto no le dio ese detalle, pero era evidente.

Sin embargo, existía una posibilidad. Si Himuro admitía que no liberó a Midorima durante los intervalos en los que el efecto del celo disminuye y es capaz de razonar, si admitía que lo marcó sin su consentimiento podría ser juzgado.

Aomine había visitado en primera instancia al testigo de los hechos, Takao Kazunari, que por ahora estaba quedándose en casa de su familia. El chico estaba claramente afectado pero se negó a hablar del tema; marcado y en su estado era casi imposible que lanzara a su alfa por un acantilado, no importaba si sufría por su culpa.

Después de eso no tuvo más alternativa que ir directamente por Himuro.

— Soy Aomine Daiki, policía. —mostró su placa en cuanto la puerta fue abierta— Quisiera registrar su departamento.

— ¿Tiene una orden?

— No, pero no la necesito si no tiene nada que ocultar.

Himuro se le quedó mirando de una forma que lo atravesaba, y lo que pareció una eternidad bajo su influjo en realidad fueron apenas segundos antes de que el mayor se retirara y le cediera el paso. Revisando en los archivos Daiki no encontró ningún registro de Himuro Tatsuya en Japón sino hasta que fue un chico de diecisiete años que acababa de regresar de Estados Unidos, multado con setenta horas de servicio comunitario por embriagarse siendo menor de edad y empezar una pelea en un establecimiento nocturno. Pero más allá de eso no se le consideraba una persona de riesgo.

El moreno entró al lugar, manteniendo la guardia alta mientras le preguntó si había recibido a alguien aquí en la última semana.

— Vivo con mi pareja, pero sí tuve una visita interesante además de la suya que, por cierto, no me ha dado razón alguna al respecto.

Sin dejar de observar todo y encaminándose hacia el cuarto principal Aomine respondió, siendo seguido a paso ligero por Tatsuya.

— Recibimos una queja contra usted.

— Oh, vaya.

Este sujeto estaba demasiado calmado, ni siquiera preguntó de quién o por qué había sido la queja, así que Aomine se temió que ya hubiera limpiado todo lo acontecido con Midorima. Resopló, desde el principio hubo demasiadas probabilidades de no llegar a nada. De todas formas abrió la habitación, y para su sorpresa no tardó en percibir los restos del aroma ilícito de los fluidos ya secos en las cobijas, porque este demente ni siquiera las había cambiado.

Tatsuya pasó por su lado y tranquilamente se sentó en la cama para observarlo con una expresión apaciguada.

— ¿Encontraste lo que buscabas? —preguntó con tono menos formal, pasando una mano sobre el colchón.

— Violaste a Midorima.

— Lo sé, él mismo me lo pidió. —Daiki arrugó el ceño, escamado por la actitud del otro— ¿Pero podrías culparme? Yo no lo conocía ni tenía algún interés en él, sin embargo fue Shintaro quien se apareció aquí para arrastrarme a su celo.

— ¿Y no te bastó con obtener lo que querías? ¿Con humillarlo aprovechándote de su vulnerabilidad? —se acercó cabreado, agarrando a Himuro por la camisa— ¡¿También tenías que condenarlo a estar sometido a ti de por vida?! Con un carajo, ¡¿por qué?!

— Por qué, dices… bueno, mi primera respuesta sería que lo marqué por instinto. —confesó, sosteniendo la mirada furiosa de Daiki sin inmutarse— Pero la verdad es que quería saber cómo se sentía tener dos omegas.

Claramente se escuchó como los dientes del moreno se apretaron casi hasta romperse. Midorima se había rehusado a hacerse ninguna clase de examen médico pero tanto él como Himuro, Takao y el mismo Shintaro sabían bien cuál fue el resultado de la unión forzada. Lo peor es que, aunque conscientemente lo repudiara, más allá de su inconsciente el cuerpo de Midorima celebraba con alegría haber sido impregnado por un alfa y concebir a su primera cría, así que difícilmente el de lentes atentaría contra esa pequeña vida.

El instinto de reproducción de los omegas era más férreo que el de un beta normal e incluso que el de los alfas, lo tenían tatuado en el ADN como si hubiesen sido programados por una computadora. Tal como la marca de unión que les imposibilitaba mantenerse alejados de su alfa por mucho tiempo, razón por la que inevitablemente más temprano que tarde tanto Takao como Midorima regresarían con el del lunar por su propio pie.

Esta naturaleza no era más que una maldita locura, así lo sintió el peliazul cuando Himuro se giró con él tumbándolo en la cama y quedó aturdido bajo su cuerpo caliente, siendo obligado a aspirar con más potencia el hedor sexual regado en las sábanas que le embotó el cerebro.

Qué tonto fue.

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La casi absoluta oscuridad de la habitación le otorgaba una cómplice privacidad a las siluetas que se unían entre las sábanas y rompían el silencio con sus sonidos de placer, los que iban desde el más bajo y callado jadeo en forma de suspiro, exhalado de sus labios temblorosos de pura excitación, hasta los más desgarradores y desenfrenados aullidos de lujuria que competían con el ruido de los muelles de la cama que les servía de lecho.

La tela se le adhería a su piel desnuda, sudada, hirviendo a febriles temperaturas, y se rozaba dolorosamente con los pezones duros de Aomine, asimismo como su miembro izado se torcía contra el colchón estando bocabajo en él, sumiso y dominado por la fiera de rostro hermoso a sus espaldas que se deleitaba y se relamía alimentándose de sus ansias, su desesperación y su deseo.

— Suél… tame ya, bastardo, ¡ngh! —sintió como Himuro se recostaba sobre su espalda, respirándole candentemente en la oreja.

— Todavía no.

Aomine jadeó sonoramente para luego tragar duro, notando el regusto espeso del semen que aún le chorreaba de la boca luego de no haber podido evitar que el mayor le atravesara los labios con su polla. Lo peor era recordar como su cavidad lo chupó con ansias en vez de morder al desgraciado tal como su cerebro se lo pedía, y ahora lo tenía fuertemente hundido en su culo sin nada que hacer para detenerlo.

No entendía cómo fue tan débil como para dejarse manejar por el pelinegro. Su uniforme estaba tirado en el suelo junto a la ropa de Tatsuya, y no había forma de mover sus brazos que se encontraban encadenados tras su espalda con sus propias esposas. No era posible que estuviese corroído por su celo, a pesar de que no tuvieran fecha fija Daiki sabía muy bien que todavía era demasiado pronto para que ocurriera. Entonces, ¿qué es lo que estaba haciendo Himuro para tenerlo tan doblegado? Sintiendo que moriría si el mayor dejaba de penetrarlo tan divinamente.

El policía ahogó un lamento cuando Tatsuya se retiró de entre sus nalgas morenas y le levantó las caderas, poniéndolo de rodillas en una pose denigrante que le permitía sentir su propio esperma resbalándole por los testículos en gruesos hilos blancos que se pegaban a las sábanas, avivando el poderoso olor de ambos que se concentraba junto a un sofocante calor.

Tatsuya le dio vuelta, manteniéndolo con sus fuertes piernas separadas y la pelvis alzada a la altura correcta en la que apuntaba su dura hombría, rozándose por fuera con la enrojecida entrada del omega que convulsionaba abierta, aun recordando el grosor del pelinegro.

— Aah, ahm… no.

Pero el brillo verdoso que refulgía en el iris de Himuro entre la negrura que los envolvía le dejó en claro que el alfa no estaba de acuerdo.

— Voy a penetrarte mientras tenga fuerza para hacerlo.

Al sentirlo entrando nuevamente Daiki lanzó su cabeza hacia atrás enterrándola entre las cobijas que se desbordaban de la cama y caían al piso, impregnadas con sus sucias esencias, la transpiración de sus cuerpos y la saliva que bajaba de los labios gimientes del menor, incapaz de mantener la boca cerrada. Estaba convirtiéndose en esclavo de la imperiosa necesidad de exclamar con su gruesa voz el inimaginable placer que no era capaz de controlar, retorciéndose bajo la voluntad de su despreciable amante.

La mirada de Tatsuya analizaba a su presa, casi como si contemplara la idea de compadecerse de él y dejarlo ir, o hacerlo desmayar de cansancio sin llegar a sentirse culpable o arrepentido. Terminó de adentrarse en Daiki, quien se sacudió en éxtasis eyaculándose encima como una fuente cuando las caderas del más bajo quedaron completamente pegadas a sus nalgas.

Gruñó entre rabia y lascivia al ver que una sonrisa torcida bailaba en los labios de Himuro, el cual saboreaba la impaciencia del contrario que perfectamente se traducía en sus lentas contorciones, pues el mismo Aomine hacía de todo buscando sentir fricción dentro de sus ardientes paredes anales.

— Maldito, tsk… qué me hiciste. Lo vas a pagar.

La sonrisa del mayor se abrió aún más mostrándose bello y altivo, con su pecho pálido inflándose un poco más lento que el de Daiki y las gotas de sudor resbalándole como perlas por la piel. Deslizó sus manos por los muslos de acero de Aomine y se aferró a ellos, retomando el delicioso vaivén que chapoteaba húmedo a través de los fluidos excitados del omega.

— Solo hago lo que ambos sabemos que queremos, Daiki. —Himuro apremió el ritmo de sus cuerpos golpeándose sin contener sus gemidos broncos, inclinándose sobre el moreno que se emocionó tontamente al sentir el aroma ajeno tan cerca.

Posó sus labios sobre cada pezón erecto y oscurecido mientras sus dedos se arrastraban rodeando el cuello de Daiki hasta tocar su nuca, provocando que éste se sacudiera en una mezcla de pánico y urgencia.

— No… ¡ni lo pienses! ¡Ahh! No podrás.

— ¿Por qué? ¿Porque no estás en celo? —el del lunar echaba su aliento caliente sobre la piel sensible de Aomine, que mantenía sus piernas flexionadas y sus pies apretados al borde de la cama con Himuro en medio, y sintió un escalofrío ante la risita de éste— Lo haré cuando tú mismo me lo pidas.

— Sigue soñando, haah… ¡agh! Yo jamás…

Fue interrumpido por la violencia con la que Tatsuya aceleró encima de él, sintiendo que iba a salirle fuego de su interior. Ambos gimieron fuertemente y entonces Daiki abrió grandes sus ojos azules mientras se corría entre convulsiones cuando notó que el miembro dentro de él se hinchaba de una manera que no podía ser posible— Q- qué…

Himuro se irguió despegando sus torsos y lo observó atento mientras recuperaba el ritmo de su respiración, y ante la aterrada mirada de Daiki le soltó las caderas que, a pesar de la gravedad, no se separaron del mayor. La polla de Tatsuya lo mantenía enganchado, pero eso era inconcebible ya que los alfas solo se anudan al responder al celo de un omega.

Al ver su expresión incrédula Himuro supo que ya había caído en cuenta.

— De verdad no lo notaste, Daiki. Ese fue tu error.

No, Aomine se negaba a creer que este hombre hubiese sido capaz de inducirle el celo sin que se percatara. Sus síntomas no eran tan notorios como habrá pasado con Midorima, que dependía totalmente de los supresores y jamás se daba alivio durante ese período de calor, pero sería un estúpido si no se dio cuenta y se dejó llevar por el sentimiento de ira que camufló perfectamente su creciente excitación.

Tatsuya terminó de derramarse adentro y luego de un rato su miembro adelgazó para resbalar afuera y permitir que las caderas de Aomine rebotaran en la cama. El moreno jadeó estremecido, sabiendo que Himuro Tatsuya se dedicaría las siguientes treinta horas en impregnarlo hasta crear vida en su interior, y su instinto le decía que no iba a salir de ahí sin una mordida permanente en su nuca.


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