Contrariamente a lo que había pensado, casarse con Akira no resulto malo.
Sentí una extraña libertad, la capacidad de hacer cosas de las que antes hubiera desistido sin intentar.
Akira era dócil, por un poco de atención era capaz de hacer casi cualquier cosa. Pero solo sucedía conmigo, nadie más podía doblegarlo ni hacerlo cambiar de opinión.
Y yo, a mí el sexo me volvió loco. Akira hacía todo por mí en esos momentos y yo daba todo por él.
El esfuerzo, el sudor y su aroma me hacían desear más. Lo hacíamos durante el tiempo que nuestros cuerpos aguantaran. En más de una ocasión no resistimos la espera a la quietud de la noche y caímos en la tentación de utilizar una habitación común para entregarnos al placer.
A partir de eso me hice fanático de besarlo con fuerza mientras su peso me aprisionaba y nuestras respiraciones se mezclaban. También de retarlo estando sobre él, tomar control sobre su placer y escucharlo jadeando por respirar.
Fuera de esas condiciones tratamos de llevar una relación como la que tuvimos antes, pero llevábamos medio año de habernos casado y estábamos en el clímax de lo que fuera nuestra relación.
Akira hacía trabajos sobrehumanos por cumplir los asuntos de la casa y poder llegar conmigo a complacernos con nuestros cuerpos. Su cansancio se notaba más en algunas ocasiones que en otras. Ha veces renunciábamos al deseo por el bienestar de la otra parte. Por ejemplo, yo enfermé dos meses después de casarnos. Tuve fiebre muy alta y casi no podía moverme. Tardé dos semana en recuperarme por completo. Akira estuvo allí al pendiente de mí y calmando a Ren.
En ese tiempo Akira tuvo que ayudarlo con las cartas que Matsumoto le mandaba y nos dimos cuenta de que Matsumoto había comenzado a escribir cartas dirigidas a mí. En las hojas dirigidas a Ren, Matsumoto hablaba sobre el tiempo en el que habían sido como hermanos, de sus avances en algún campo del arte o simplemente contestaba lo que fuera que Ren le hubiera dicho en su carta anterior.
Por el contrario, la primera carta que me dirigió mencionaba lo mal que se sentía por no haber podido acudir a la boda pero que la razón de su ausencia fue causada por su embarazo. Había tenido gemelos. Uno igual a él y otro a Takashima.
En casa la noticia fue de alegría. Los gemelos significaban prosperidad y un joven tan talentoso como Matsumoto lo necesitaría. Ren también se alegró, quería conocer a los pequeños.
En la siguiente carta habló de los nombres de los bebés. La tradición de su familia dictaba qué cada padre eligiera el nombre de un niño. Takashima pensaba en Daichi para el mayor, que se iría a algún lugar cuando tuviera que casarse, y Matsumoto quería Sora para el menor que heredaría todo.
En la cuarta carta confirmaba que aquellos nombres serían los oficiales. Y en respuesta a él, le hice saber que yo estaba embarazo de nuevo.
Tsubaki nació en abril, durante el día en que las flores de los árboles estaban en su máximo esplendor, todas ellas aparecieron para recibirlo. Incluso el clima fue bueno, bastante caluroso con aire fresco.
Ren ya tenía nueve años para ese momento. Yo le explicaba todo cuanto podía, no deseaba que tuviera la misma suerte que yo, y más, porque Tsubaki era idéntico a Akira en todo sentido, a excepción de sus ojos grises al nacer que resultaron en un marrón casi amarillo cuando creció.
Al haber nacido el perfecto heredero a la casa Suzuki, Akira me confesó quién había elegido su predecesor como compromiso para Ren. El afortunado resultó ser el hijo mayor de un noble muy poderoso del reino del sur.
Oírlo mencionar el lugar en el que crecí me inquietó. Sin embargo, una segunda boda en la siguiente generación significaba que algo grande se avecinaba. Le insinúe a Akira que deshiciera el compromiso, ya que, de llevarlo a cabo, seguro comenzaría una guerra y para lo único que serviríamos nosotros sería para asesinar a nuestra gente sin motivo aparente.
No pareció hacerme caso en esas cuestiones, yo no tenía porqué meterme en esos asuntos políticos de alta alcurnia.
No importaba lo que hiciera, era algo que no sabía cómo solucionar.