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Gato negro por Maira

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Entre el llanto constante de Yuki y la fiebre de Shindy, Yasu no había podido pegar un ojo en toda la noche. Esas cosas sucedían, pues la niñez era la etapa en la que el sistema inmune se forjaba fuerte y resistente. Si los síntomas eran leves prefería no llamar al médico, pues confiaba más en sus propias habilidades curativas que en el suministro de medicamentos. Además, odiaba a los profesionales de la salud, los últimos descarados con los que había tenido contacto, se dieron el lujo de experimentar con su cáncer de pulmón. En ese sentido, la magia negra no había resultado tan mala. De hecho, había muchos beneficios de los que se podía disfrutar, aún le agradaba. Aunque jamás volvería a hacerlo, ahora la mansión estaba llena de niños bajo su protección que jamás conocerían su potencial oscuro.
En resumen, la enfermedad de Shindy era las migajas que el cambio de estación había dejado, tras unos cuántos días de tos y mocos, se recuperaría.
Los preparativos previos a la llegada de Ryuutarou fueron pospuestos hasta más no poder, Tadashi estaba tan encaprichado como un niño y no le ayudaba. El chofer encargado de llevar a Iori a clases se había ausentado sin avisar, un repentino pero breve corte de luz había dañado los electrodomésticos de la cocina, la mitad de la servidumbre se encontraba en reposo gracias a la gripe que Shindy había traído a casa y, además, se solicitaba su presencia en una de las fábricas donde se había desatado una huelga, ¡Todo era un desastre! Necesitaba unos sorbos de la bebida más fuerte que hubiera disponible.
Al menos, ese día podría encargarse de llevar a su nieto a la escuela y luego ir a la fábrica, como cualquier abuelo y empresario normal haría. Que Ryuutarou se encargara del reemplazo de los electrodomésticos y demás tareas tediosas…
Lo que no esperaba, era comportarse como un idiota frente a su nuevo empleado. Cada vez que esos ojos oscuros lo miraban, se le atragantaban las palabras, su respiración se entrecortaba, a veces jadeaba. Agradecía tener puesta una camisa negra que no delatara cuán copiosamente sudaba, además de usar el mejor desodorante del mercado. A propósito, el perfume de Ryu le hacía pensar en cosas sucias.
En vez del atajo de siempre, tomó una avenida congestionada, luego dieron un par de rodeos. Gracias a su torpeza, Iori llegó tarde a clases, aunque a éste último no se lo veía disgustado. En determinado momento estuvo a punto de preguntarle si lo quería acompañar a la fábrica en vez de ir a la escuela, pues qué más daba, su asistencia era perfecta.
Afortunadamente, el trecho hasta sus propiedades estaba despejado. Afuera la manifestación era tranquila pero los carteles mostraban frases ofensivas. Supo que las cosas se solucionarían con un simple cambio de personal al mando, necesitaban a alguien más competente que supiera cumplir con las necesidades laborales de los empleados. Yasu comprendía que era difícil mantener satisfechas a tantas personas, pero escuchando y comprendiendo, se podía llegar a un acuerdo. Él no se caracterizaba por ser un tirano, de hecho, la paga de los empleados estaba bien. Comprendía que la base de cualquier empresa era mantener en buenas condiciones a sus empleados, de esa manera la producción era buena y eficiente.
Al bajar del auto, algunos lo reconocieron. Se colocó lentes oscuros para protegerse los ojos del sol y caminó lentamente hacia la concentración de personas, pues las puertas se encontraban cerradas tras ellos. Pidió hablar con los superiores y le fue informado que se encontraban encerrados dentro de las instalaciones, sin querer responder a los reclamos acerca de malos tratos y hurto de materia prima. Yasu frunció el entrecejo, realmente se había descuidado. ¡Es que no había tenido tiempo de nada! Empujó la pesada verja para abrirla, se coló en el interior que permanecía vacío salvo por los grandes camiones de carga estacionados aquí o allí. No se veía un alma, ni siquiera los pájaros cantaban.
La reunión no duró demasiado, ya estaba impaciente por terminar el asunto y que todo regresara a la normalidad. Al fin y al cabo, con o sin esos inútiles el planeta continuaría dando vueltas alrededor del sol. Le derivaría a Ryu la tarea de supervisar que todo marchara bien, estaba a la vista que ya no se podía pasar a echar una mirada superficial. Sabía que mientras tuviera al secretario con él, todo iría mejor.

 

Era la primera vez en mucho tiempo que llegaba a casa tan tenso, sabía muy bien a qué se debía. El pelinegro se encontraba en el despacho haciendo llamados a diferentes empresas de electrodomésticos, a su vez anotaba posibles opciones que conformaran a su jefe. No sabía si a Yasu le gustaría conseguir un modelo idéntico a los que se habían quemado o si era mejor comprar algo de última generación. Yasu quiso reír, ¿Acaso era para tanto ese nerviosismo? Ingresó al despacho sin golpear la puerta, se sentó en la silla frente al escritorio y entrecruzó los dedos sobre la cálida madera.
—Cualquier cosa que funcione y haga lo que debe, estará bien. Hay cosas más importantes que hacer en éste momento —le dijo tranquilo, a la vez que el pelinegro terminaba la llamada—. Por ejemplo, las tareas que te voy a asignar a partir de ahora en una de mis fábricas. Si al cabo de tres meses logras mejorarla y mantenerla estable, te voy a dar más trabajo —luego frunció un poco el entrecejo, ¿Dónde estaba la bebida?—. Sírveme un poco de alcohol, Ryu. Lo necesito. También puedes beber, no te pondrás ebrio con unas gotas.
Aún perplejo por la repentina llegada de Yasu, el pelinegro se puso de pie. Una vez más, sin saber cómo, había averiguado sus pensamientos. Bueno, no, no sólo sus pensamientos, ¡Sino lo que había estado haciendo durante todo ese tiempo! ¿Cómo era posible? Al verlo, un escalofrío le recorrió la columna vertebral.
Yasu acarició sus dedos “accidentalmente” al recibir el vaso que contenía una medida de whisky sin hielo. Quiso reír al ver la mueca del menor, al parecer lo estaba poniendo incómodo. Ryu se veía tan tenso que no quería dejar de molestarlo, comenzaba a ser una acción tan adictiva como fumar o beber. A partir del instante en que rozó su piel, supo que jamás lo dejaría. ¡Era imposible no querer tenerlo! Bebió un sorbo y luego aspiró profundo para volver a captar su perfume, exquisito.
—Bueno, ¿Puedo preguntar de qué se trata el proyecto que me entregará? —preguntó Ryu para romper el silencio, pero también tenía bastante curiosidad.
«Entregar», bonita palabra, ¿Eh? Yasu sonrió como un idiota, había varias cosas más que quería «entregarle» además de la administración de la fábrica. Sacudió un poco la cabeza para apartar el resto de las estupideces que estuvieran rondando por ahí y trató de enfocarse en el trabajo —Verás, aún no lo sabes, pero soy el propietario de varias fábricas, todas de distinto rubro. Tengo negocios en muchas partes del mundo, Ryu. Pero aquí principalmente tengo una plantación de tabaco con sus consecuentes fábricas de armado y distribución. Es una marca muy conocida, lo sabrás si fumas —dichas sus palabras, sacó una cajetilla de su bolsillo y se la tendió a Ryu.
El pelinegro se quedó viendo el objeto en la palma de su mano. Si Yasu era la cara tras esa empresa, entonces tenía más dinero del que podía contar, ¿Cómo había sobrevivido todo ese tiempo sin un equipo de administradores? Se sintió mareado de sólo pensar en todo el trabajo que había por delante.
—Tarde o temprano, llega ese momento en el que uno deja de preocuparse por estupideces como el dinero —comentó luego de leerle el pensamiento—. Ven, te voy a mostrar a la familia —de repente se le ocurrió que si iba a formar parte de ella, era mejor que se fueran conociendo.
—¿Qué? Señor, aún no he terminado con...
—¡Qué importa! —Yasu apuró la bebida que quedaba en el vaso—. Te presentaré a los niños, son muchos. Y también está Tadashi, mi hijo.
—¿Su hijo? —murmuró—. ¿Eso quiere decir que está casado? ¿Qué edad tiene? Usted se ve muy joven.
—Oh, bueno. Soy viudo, me casé siendo muy joven. Sólo he tenido una esposa —abrió la puerta y dejó pasar a Ryu, sin quitarle los ojos de encima. El muchacho creía que tenía un hijo adolescente, pero no comprendía de dónde venían el resto de los niños. Su reacción al ver a Tadashi sería fenomenal. Cerró la puerta tras de sí, intentando reprimir una sonrisa.
—Ya veo. Mi más sentido pésame —respondió con toda la educación de la que pudo hacer uso. Se limitó a caminar despacio a un lado del mayor, manteniendo una distancia prudente. De pronto se preguntó cómo lidiaría con su soledad una persona viuda. No es que no quisiera a Mako... pero si él muriera por alguna causa... ¿Qué diablos pensaba en un momento cómo ese? Bueno, su novio siempre se comportaba como un desgraciado, no había motivos por los cuales...
—Al único que no verás, será a Shindy. Tiene gripe y no quiero que te contagies. De todos modos es igual a Jui, son mellizos —asintió orgulloso—. Si no les pones una cara muy lúgubre y sonríes un poco, les vas a agradar.
—De acuerdo —afirmó, sin saber muy bien si su cara era la responsable de pesadillas en los niños. Era verdad que a veces sus ojeras se veían oscuras por falta de sueño, y que su piel se veía un poco pálida gracias a sus extensas jornadas laborales, pero no creía que eso le diera la apariencia de un monstruo. Tal vez sólo debía acostumbrarse a la extraña manera de expresarse de su jefe. Por cierto, se moría de ganas de preguntarle a Yasu quiénes eran esos niños. ¿Había adoptado para tener más hijos sin necesidad de casarse? ¿Los cuidaba por alguna razón? ¿Eran producto de relaciones con varias mujeres? Por alguna razón, de eso lo último lo creía muy capaz.
—Ellos son Jui, Yuto y Kouki —le dijo una vez que llegaron al jardín trasero. Se puso en cuclillas para ver con qué estaban jugando los niños. Luego le dio un beso en la coronilla a cada uno—. Son niños tranquilos, nunca hacen travesuras. Yuto es un poco silencioso, pero es muy cariñoso —le revolvió el cabello al susodicho y por fin se puso de pie—. Allí vive la servidumbre —le señaló la construcción a Ryu para que viera—. Ahora mismo es un hervidero de gérmenes, se enfermaron por culpa de Shindy.
—Ya veo... —murmuró, sin saber qué decir.
—En el piso de abajo debe estar Tadashi. A éstas horas siempre cuida de Yuki, que aún es un bebé —continuó con las explicaciones mientras volvían adentro—. Nos turnamos para cuidarlo durante las noches, no nos gusta que otras personas lo toquen —al llegar frente a los nombrados, se puso a ver la reacción de Ryu. Como había supuesto, el pelinegro no tenía ni la más mínima idea de lo que sucedía. Reprimió una carcajada y cruzó los brazos sobre el pecho.
—Tú... eres Tadashi —dijo Ryu, mitad afirmación, mitad pregunta. ¿Acaso todo el mundo se había vuelto loco? El padre y el hijo se veían casi de la misma edad. Volvió a hacer cálculos mentales sobre la edad de ambos, además estaba el bebé. O los Hayashi eran unos lunáticos, o su percepción alrededor de las personas comenzaba a fallar.
—Así es —respondió de mala gana—. ¿Y quién eres tú? ¿El nuevo juguete sexual de mi padre?
—Tadashi, compórtate frente a nuestro nuevo secretario —dijo Yasu. En ese momento estaba tan indignado por la actitud de su hijo que de no estar Ryu, lo hubiera reprendido con magia.
—¿Juguete s...—su párpado superior derecho aleteó rápido, siempre le sucedía cuándo algo lo shockeaba.
—Sólo digo la verdad —Tadashi se encogió de hombros—. De todos modos no te vas a quedar mucho tiempo, no permitiré que metas tus narices en nuestros asuntos.
—¡Ya es suficiente! —gritó, pero luego se arrepintió ya que el bebé comenzó a llorar—. Ah, mierda... mejor volvamos al despacho. Tadashi, encárgate de Yuki.
—Eso hago —respondió el susodicho entretanto se levantaba del sofá. Mientras mecía a Yuki entre sus brazos, clavó sus ojos en los de Ryu. Era un humano corriente, pero era inteligente y las sospechas ya habían comenzado. Lo podía ver todo en su mente. Era una locura que había que detener antes de que fuera demasiado tarde. Cuándo Yuki se calmó, volvió a recostarlo en la cuna a un lado del sofá. Por si acaso, se quedó atento a su respiración, no fuera que volviera a despertarse con un nuevo ataque de llanto.

 

—Te pido perdón en nombre de mi hijo, Ryu —le dijo en cuanto cerró la puerta del despacho—. No fue una buena idea presentártelo hoy. Se comportó extraño toda la mañana, piensa que he contratado a alguien para escapar de mis responsabilidades familiares. Es un engorro —suspiró. Ryu lo miraba como si viniera de otro planeta—. Hay cosas que quizá no comprendas, te debes hacer muchas preguntas al respecto, pero te prometo que nada es lo que parece. Todo sigue su propia lógica, todo tiene sentido.
El pelinegro no tenía palabras para describir cómo se sentía, todo era confuso y nada encajaba, pero como había dicho el tal Tadashi, no eran sus asuntos—Vendré aquí a trabajar cada día. Haré todo lo que deba y luego volveré a casa. No diré nada acerca de lo que vea o escuche, todo lo que suceda será confidencial —era lo mejor para ambas partes. Suspiró, necesitaba una taza de café bien cargado. En cambio se puso a organizar unos documentos para que Yasu firmara.
El rubio se sentó sobre el escritorio, a un lado de los documentos que Ryu organizaba y encendió un cigarrillo de la cajetilla que habían olvidado. El muchacho le gustaba mucho, no podía dejar de mirarlo. La expresión seria que mantenía mientras trabajaba, lo volvía loco. ¿Cómo iba a soportar a diario esa tortura? Era impulsivo. Cuándo alguien le parecía atractivo, simplemente ligaba. Pero Ryu tenía algo que le impedía hacerlo de buenas a primeras, era diferente a los demás. Quizá por eso le gustara desde el primer encuentro. ¡Sí! Era eso: el pelinegro era un chico decente, se tomaba las cosas en serio, actuaba con calma, tenía metas claras. Por lo tanto, conquistarlo iba a ser un desafío.
—Gracias por ser comprensivo —respondió Yasu. ¿Qué más podía decir? Si iban a trabajar bajo esos términos, estaba bien, al menos en un principio.. Además, la razón principal por la que Ryu estaba allí era para asegurarse su propia tranquilidad. Tomó la pila de documentos que le tendió el menor, rozando levemente sus dedos, y leyó con atención antes de firmar. Dejó dos hojas aparte para que las revisara, pues los términos no estaban claros. Luego se inclinó un poco hacia él y lo miró de cerca—. ¿Necesitas algo? ¿Estás satisfecho con el empleo? —le preguntó, a sabiendas de lo que iba a responderle—. Puedes conseguir una cafetera eléctrica, para tener aquí. Yo cubriré los gastos. Tendrás todo lo que necesites.
—Por ahora estoy bien —respondió el pelinegro. La cercanía de su jefe ya no le resultaba incómoda, al contrario, se dio cuenta de que su compañía era reconfortante. Yasu era un hombre desordenado, extraño, lleno de secretos, pero uno se acostumbraba rápido a su presencia. Tenía la capacidad de generar sentimientos cálidos en las personas, a pesar de ser un poco invasivo, resultaba agradable. Lo siguió con la mirada cuando abandonó su lugar para abrir la ventana. Mientras observaba su perfil recortado contra las luces de la tarde, se preguntó cuántas cosas les esperaban de allí en adelante.

Notas finales:

Holi ovo estoy aquí de nuevo con un nuevo capi. Perdón la tardanza, es que la vida adulta me arrolla. Subo rapidito antes de que se vaya internet.

 

Nos vemos uvu!


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