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Chicos de Brooklyn por AlphaTK

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Invierno: mediados.

 

—Tuviste mucha suerte, ¿Sabes?— Comentó el doctor a media voz, con las múltiples arrugas moviéndose en los contornos de su rostro a la vez que él hablaba. Alzó el rostro al del pequeño chico sentado en la camilla, escudriñándolo a través de sus ojos azules que no dejaban entrever emoción alguna. Steve no alzó los suyos, inquieto. Había algo que no le gustaba en aquel hombre—, de no ser porque ese amigo tuyo te trajo a tiempo, probablemente habrías muerto.

Había un cierto tono reprobatorio en su voz. Steve no respondió, y el doctor se retiró, echándole una última y despectiva mirada por sobre las gafas de marco ovalado y con el que supuso sería su expediente médico, bajo el brazo. Aspiró con fuerza, intentando despejar su mente y apartar la desagradable sensación en la zona baja de su estómago.

— El doctor tiene razón—Respingó al escuchar a la joven enfermera, rubia y de bonito rostro, y de la cual no se había percatado hasta el momento. Se sintió avergonzado por ello — tienes un gran amigo, y se nota que te quiere — Ella dejo la planilla que llenaba sobre una pequeña mesa empotrada y se le acercó, inclinándose frente a él con aire confidente —durante los días que estuviste dormido, estuvo contigo todo el tiempo, cuidándote. Y sólo se separaba de ti para ir a trabajar. No dormía, y apenas comía —Ella bajo aún más la voz — si mi exesposo hubiera sido la mitad de atento, probablemente no nos habríamos divorciado.

Al decirlo, rio, aparentemente divertida por su comentario. Y Steve, por alguna razón que no logró terminar de entender, se sintió realmente avergonzado. Estaba, además, seguro, por la forma en que sentía sus mejillas arder, que se encontraba totalmente ruborizado en aquel instante.

Ella le echo una última y divertida mirada, en la que Steve pudo leer una especie de complicidad, antes de marcharse también, despidiéndose de él con una gigantesca sonrisa en su rostro.

—Yo también lo quiero mucho.

Susurró al encontrarse sólo, y frunció el ceño al volver a sentir como sus mejillas se arrebolaban. 

____________

Bucky cruzó el umbral de su «trozo de habitación» al tiempo que él alzaba el rostro del reloj clásico que descansaba sobre la mesa auxiliar al costado de su camilla.

Steve sonrió feliz de verlo llegar, y Bucky le devolvió el gesto, alargando a su vez una mano para revolverle cariñosamente el cabello. Después de tomar asiento a su costado, pasó uno de sus brazos alrededor de los hombros de Steve y le hizo recargar la cabeza sobre su pecho.

— ¿Qué ha dicho el doctor?

— Que ya estoy mejor.

Y aunque la respuesta fue de lo más simple, Bucky parecía realmente feliz con ella. Lo estaba. Porque no solo había conseguido lo suficiente para el regalo de Steve y la cuota del hospital, sino que además había obtenido el dinero de la renta y faltaba poco para completar lo de los servicios. Así que Bucky estaba realmente feliz, porque todo parecía estar marchando en popa.

Y si Steve estaba bien, entonces él estaba bien.

La cortina que dividía la zona de Steve de la de los demás pacientes fue corrida, dando paso a un viejo doctor de aspecto austero y una joven enfermera de sonrisa encantadora. Bucky se paró y saludo al hombre con un apretón de manos. Besó, además, la de la dama, que le sonrió con coquetería. Steve sintió que el estómago se le cerraba.

—Entonces — Dijo, girando sobre sus talones para salir del lugar—, vuelvo en un momento. Por favor termine de revisar a Steve mientras pagó lo de esta sema...

— Me temo — el doctor lo detuvo con una mano firmemente posada sobre el hombro—que eso es algo innecesario — Ante la mirada inquisitiva del de ojos grises, respondió — él ya está bien, así que le daremos de alta.

Bucky asintió, un poco renuente — ¿Está eso bien? ¿Steve no podría tener otra recaída?

— Él está lo suficientemente recuperado como para volver a casa. Además, estamos necesitando el espacio para examinar a los nuevos miembros del ejército. Hombres de verdad —Agregó, petulante.

Bucky se volvió hacia el hombre mayor, con el gesto contrariado; furico. Pero antes de que pudiera hacer, o decir cualquier cosa, la enfermera lo interrumpió.

—Señor, el coronel lo espera urgentemente. Si usted lo desea, yo terminaré aquí.

Él asintió y se marchó.

James quiso seguirlo, para reclamarle por su comentario y exigirle una disculpa, pero la joven rubia lo detuvo con una mano sobre el pecho y un movimiento de cabeza.

Ella negó.

—Déjalo, no lo vale.

Él dudo.

—Buck —Pidió Steve— Por favor.

Los ojos grises se cerraron, indignados; aun así, James volvió al lado de Steve, pasando un brazo sobre los delgados hombros de jovencito.

De repente, las palmas de la rubia chocaron entre sí, llamando la atención de los dos muchachos. Ellos la miraron, medio curiosos, medio exaltados.

—Os daré unas recomendaciones básicas — Los ojos azules se dirigieron a la tablilla que colgaba de la cabecera de la camilla —Steve debe cuidarse mucho, no Interrumpir su medicación, no sobre exigirle a su cuerpo; mucho reposo y — Alargó la última sílaba—, no puede estar expuesto a un ambiente muy frío —ella calló ante la mueca de los chicos — ¿Pasa algo?

Bucky gesticuló, incómodo —Es sobre lo último. Nuestra economía no es la mejor, el edificio en el que vivimos no cuenta con calefacción. Ni siquiera chimenea. Por eso quería que Steve se quedará, ¿No hay forma...?

— Me temo que no —Y ella parecía realmente sincera al decirlo— bueno, existen otras formas de mantener el calor...

Steve y Bucky la miraron expectantes. Ella les sonrió con cierta malicia.

— Aunque creo que vosotros ya la conocéis.

_______

— El lado bueno — Tomó una caja de galletas, para luego tirarla al carrito de compras — es que tenemos suficiente dinero para hacer un buen, de verdad buen, mercado para Navidad. — Giró, dedicándole una sonrisa juguetona a Steve quién lo seguía de cerca, con los brazos cruzados y un gesto enfurruñado en su bonito rostro — ¡Por favor, Steve, no puedes estar enojado para siempre! ¡Stevie~!

Los ojos de aquel azul imposible le dedicaron una acerada mirada en respuesta. Luego volvieron a la interesante vista que era el piso.

— No puedo creer que me mintieras—Gruñó, sin levantar mirada en ningún momento — ¡El hospital te estaba saliendo por un ojo de la cara! Bucky, ¿Cuántas horas extras tuviste que hacer para conseguirlo? ¿...Siquiera comías o dormías?

El castaño cogió un par de paquetes más de las estanterías y los arrojó con lo demás. El silencio se pronunció hasta que Steve, con el ceño fruncido, se adelantó hasta posarse frente a él y las compras. Relajó un poco su posición al leer la disculpa implícita en la mirada apenada color grisáceo.

Pero la rigidez volvió con más ahínco y al ceño se volvió aún más pronunciado en el momento que echó una mirada a las que serían las compras de noche buena.

—No podemos llevar todo esto.

— ¿Por qué no? Tenemos suficiente dinero para pagarlo.

—Bucky, es despilfarrar. Luego lo necesitaremos —Aseveró mientras devolvía más de la mitad de las cosas a las alacenas— pondremos un tope, solo gastaremos eso y lo demás lo ahorraremos. Aún queda fin de año y no sabemos que se nos pueda presentar más adelante. ¿Se puede saber que te causa tanta risa?

— ¿No fuiste un capitán del ejército en otra vida?

Steve bufó en respuesta.

— Pues tú luces exactamente como uno de esos sargentos coquetos que andan con una chica y otra.

— ¿Tengo pinta de don Juan? Ten cuidado, Stevie~ no vaya a robarte el corazón.

— Eres insufrible

Bucky estalló en carcajadas.

Las compras siguieron en un ambiente más ameno.

Tal vez hubo una que otra discusión debido a las discrepancias en cuanto a sus gustos; tal vez Bucky cambio algunas de las cosas que había elegido por otras más del agrado de Steve, para luego, al llegar a casa, percatarse que el chico de ojos como el cielo había hecho lo mismo con algunas otras.

Quizá Steve se aseguró de cocinar todo de tal forma que fuera del agrado de Bucky, casi logrando que este dejará el plato limpió, y ambos rieron hasta que llegó la media noche, entonces Bucky alzó a Steve por las caderas, dejándolo sobre sus hombros para que el apenado chico depositara la estrella en el sencillamente adornado árbol de Navidad.

Probablemente Bucky deslizó entre los delgados y finos dedos del rubio un paquete lleno de implementos artísticos que, él sinceramente no tenía ni la más mínima idea de cómo o para qué servirían; pero estaba seguro que su pequeño amigo sí sabría. Y disfrutaría de la mirada brillante, y la gigantesca sonrisa que parecería iluminar la habitación entera, antes de que el menudo cuerpo se lanzará a sus brazos.

También es posible que luego Bucky haya recibido una reprimenda por malgastar el dinero; misma que ignoraría olímpicamente. Y Bucky se perdería en el encanto de observar a Steve deslizar por el lienzo los pinceles impregnados de las pinturas por los cueles había trabajado arduamente. Y Steve le echaría una mirada cauta de vez en vez, sonrojándose cada que azul y gris se encontraban.

Sentados en la vieja alfombra color musgo de la salita de su destartalado apartamento, con las espaldas apoyadas en los gastados muebles y los pies, los de mayor talla desnudos, los más pequeños embutidos en unas lanudas medias, rozándose todo el tiempo. Acariciándose de manera inconsciente hasta que el amanecer los encontró, dormidos y abrazados, envueltos en una frazada que los envolvía gentilmente.

Pero eso es algo que solo ellos saben.

___________

El cucharon golpea el dorso de la mano intrusa que intenta colarse entre la comida que Steve está preparando, para robar un poco. Bucky se queja y lloriquea de manera exagerada debido al golpe y el hambre.

— ¡Solo un poco, no seas tacaño, Steve!—Bucky gimotea. Steve le devuelve una mirada severa. El castaño ríe en consecuencia.

—No, Bucky,

— ¡Stevie~!— El cabello castaño roza la nuca del chico de ojos azules cuando el cuerpo de Bucky se inclina, apoyando la cabeza en el hombro y restregando el rostro contra el recoveco de su cuello. Las manos, grandes y callosas, se enlazan en torno a la delgada cintura de Steve, rozando de manera circular los pulgares sobre el vientre.

Steve, por su parte, se deja hacer tranquilamente, girando y revolviendo en el sartén, y de vez en vez, dejando que sus dedos se deslicen distraídamente por los brazos desnudos de Bucky.

Nada de eso hace que Steve no vuelva a golpear la mano de Bucky cuando él intenta colarla nuevamente en las ollas.

Al terminar, la cena es servida. Así permanece hasta después de medianoche, aún en medio de las quejas de Bucky y los regaños de Steve. Cuando la cuenta regresiva inicia, Bucky y Steve se sientan en la escalera de incendios, el primero desliza una mullida manta sobre ambos. El escuálido cuerpo del rubio se encuentra sentado entre las piernas de su compañero de ojos grises. Su espalda se recarga contra su pecho y su rubio cabello le causa cosillas en la nariz.

Cuando los fuegos artificiales iluminan el cielo, Steve alza la mirada para observarlos directamente de los ojos del color del mercurio líquido donde se reflejan hermosamente. Al parecer lo hace muy intensamente, porque en algún punto, Bucky baja el rostro para devolverle la mirada. Sonríen. La mejilla, ligeramente rasposa por la barba que empieza a crecer, de Bucky, entra en contacto contra la liza y tersa piel de la de Steve, sacándole risas al más joven. Bucky acomoda mejor —más cerca—el delgado cuerpo de Steve en su regazo.

Es el inicio de 1943, y hay una joven pareja durmiendo en el alfeizar de la ventana que da a la escalera de incendios, en un noveno piso de un viejo edificio de alguna callejuela de Brooklyn, envueltos por una gruesa cobija.

Lo único que se puede visualizar a través de la tela, es una cabeza de rubio cabello reclinada tranquilamente sobre el pecho de un joven castaño. Ellos están durmiendo juntos; muy juntos, muy cerca. Muy íntimos.

Pero, se dice Bucky antes de caer dormido, es simplemente porque la joven enfermera se los recomendó; no tiene nada que ver con el hormigueo en las palmas de sus manos cada vez que rozan a Steve o el vacío en su estómago en esos momentos.

Ellos solo están buscando mantener el calor.

______________

Es febrero; aún hay nieve. Así que aún hace frío. Y por ende, Bucky y Steve siguen compartiendo la cama.

Bucky se prepara para ir a trabajar ante la atenta mirada de Steve. Él está guardando reposo aún. Pero conseguirá un trabajo cuando llegue la primavera; no está feliz, y parece cada vez más frustrado. James puede verlo perfectamente, pero primero está la salud de ese niño terco y tozudo.

Así que se limita a pasar de ello, como lo ha hecho hasta ahora.

Steve gruñe, indignado. Aun así deja entre las manos del castaño una caja de comida para el almuerzo.

Bucky asiente, agradecido, y camina hasta la puerta de salida. Allí Steve lo despide. Antes de que Bucky se marche, hala entre sus brazos el menudo cuerpecillo que es Steve.

Él lo permite, correspondiendo a su vez al pasar los delgados brazos por la ancha espalda. Bucky alza la tela — o en su defecto la baja — de la camisa que lleva puesta Steve, en la zona del hombro. Allí posa sus labios en una efímera caricia.

Steve hace lo propio dejando un corto beso sobre el pecho, justo donde siente el pulso de James latir.

De esa forma intenta que sus oraciones protejan a James; que no le pase nada durante la jornada laboral, ni en las calles. Ni en ninguna parte.

Que Bucky vuelva a casa, con él, siempre.

Cuando Bucky toca con sus labios la frente despejada de Steve desea algo similar.

Que al volver a casa, Steve esté bien, allí, con él.

Juntos siempre, hasta el final de la línea.


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