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Let Me Heal You por LovelessMidori

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Notas del fanfic:

Bueno, antes que nada, aclarar que nada de lo que se pueda reconocer de esta obra es creación mía. Supernatural no me pertenece y el fin de ésta lectura es únicamente la de entretener. Este fanfic será un Wincest, pero pues aquí tan solo una especie de pequeña introducción. Más adelante ya saldrá Sam. Es un chico x chico, si no les gusta por favor no lo lean. Si les gusta, déjenme saber sus comentarios y si alguien quiere hacerle de mi Beta, por favor que me mande un Mensaje Privado y nos ponemos de acuerdo xD

Aquí tal vez encuentren un poco OOC a Dean, pero tiene sus razones, ya lo verán.

Sin más que añadir, disfruten la lectura,  perdonen las faltas de ortografía que se puedan encontrar y dejen sus comentarios, que no muerdo ;)

Let me heal you

.

 

Cuando Dean volvió al búnker se sorprendió al no hallar rastro de su hermano, hasta que al acercarse a la mesa de la biblioteca vio la nota pegada en la lámpara, un lugar bastante estratégico para Sam, sin duda el mocoso lo conocía bien. Sonrió para sus adentros, algo contrariado a la vez pues llevaba rato queriendo disfrutar de un momento a solas, no había tenido suerte en el bar con ninguna chica, aunque en realidad pensaba que tampoco lo había intentado lo suficiente, tal vez no tan en el fondo simplemente no le apetecía follarse a una extravagante rubia de pechos prominentes. Por otro lado, esperaba encontrarse a su hermano al volver y molestarlo un poco, eso siempre le cambiaba el estado de ánimo.

La noticia de Mary trabajando con los Hombres de Letras Británicos les había caído como balde de agua fría. Había pensado mucho regresarle algún mensaje a su madre, de hecho llevaba pensándolo el día entero pero ¿qué podría escribirle? ¿“Suerte con los Británicos, por cierto, pásate por el búnker a por un cafecito cuando quieras”? No era la mejor de las opciones, tampoco lo que sentía. Realmente lo único que quería era calmar esas ansias de querer lanzar cosas por la habitación o molerse los puños golpeando una pared. Necesitaba una cacería con urgencia ¡joder!

Revisó si quedaba algo de whiskey por ahí guardado y encontró con relativa suerte que quedaba aun media botella del que menos le gustaba. Chasqueó la lengua pero se sirvió un trago. Trago que tiró luego del primer sorbo y con un suspiro se dirigió a la mesa más cercana en la biblioteca para sentarse a descansar un poco cuando escuchó que alguien llamaba a la puerta del búnker. Pero qué curioso, no recordaba tener buen trato con los vecinos, y no sabe porqué se sorprendió los primeros segundos cuando vio a Ketch parado ahí frente a él, si es que era lógico que la ubicación del búnker la tuvieran esos letrados presuntuosos, y no porque el británico a su puerta se lo confirmara. Aún así dejó de darle importancia al asunto luego de un par de segundos, ahora estaba más intrigado en lo que su visitante quería y estuvo a punto de echarlo a patadas si no fuera porque aquella botella cara de whiskey de pronto le pareció muy apetecible. Sin decir palabra se giró y le dejó pasar hasta tenerle frente a frente sentados a la mesa y bebiendo cada uno de su vaso de whiskey. Pasados unos minutos la conversación fue captando más y más su interés.

-          ¿No vas a preguntarme por qué estoy aquí? –Le había preguntado Ketch.

 

-          Vienes a reclutarnos. Ahora que tienes a Mary nos quieres. A mí y a Sam.

 

 

-          Bueno, yo no, pero los ancianos tienen cierto interés en ustedes, créeme, Dean, no me interesa si vives o mueres, o si tu hermano vive o muere. –Hablaba confiado, no con aquel discurso aprendido que Mike usaba para comprar a los cazadores, sino con palabras que sabía causarían un efecto real en el rubio, y es que lo había notado desde que lo vio frente a frente por primera vez: Dean Winchester era como él. Frío, calculador, muy transparente. Así que simplemente le habló directo, no le gustaba andarse con rodeos. –Dean no me importa si entras o no, pero déjame al menos decirte que Los Hombres de Letras es una excelente oportunidad para personas con nuestras… inclinaciones.

 

-          Nuestras… ¿te refieres a tú y yo? –y sabía que ya había captado su atención. Solo había que manejarlo un poco más.

 

-          Eres un asesino, Dean Winchester, al igual que yo. Y si estamos demasiado tiempo sin algo que rastrear o atrapar, o golpear o mutilar, las cosas pueden llegar a ponerse… un poco feas, ¿no es cierto?

 

Dean no respondió. Le miraba con aquella expresión de burla que siempre ponía cuando retaba o se enfrentaba a otra persona, pero le había dejado pensando. Él, un asesino. Algo que trataba de negar desde mucho tiempo atrás. Dean siempre había sido de los chicos buenos, y los chicos buenos no son asesinos a sangre fría. Él y su hermano atrapaban monstruos y los borraban de este mundo para que no causaran daño a los inocentes, y sí, parte de todo eso era verdad, pero lo cierto era que intentaba convencerse de que él mismo no era una mala persona.

No pudo sostenerle la mirada a Ketch luego de aquellos pensamientos en su mente, así que escondió el rostro en su vaso de whiskey, terminando todo aquel líquido por fin.

-          Mira, solo me señalan el camino que hay que seguir, no tengo nada que preguntar… solo corro ahí, y hago mi trabajo.

No. Dean no era como ese psicópata con acento. Sus años les había costado a los hermanos Winchester entender que cazar no era solo ir y matar. Habían cosas allá afuera, en su mayoría peligrosas, pero no todo era malo, y eso era algo que los británicos no sabían distinguir. Él no era un asesino.

-          Puedo ver la duda en tu rostro y eso, Dean, solo va a hacerte más y más débil. Pero si vienes conmigo, puedo hacer que no sea así, puedo ayudarte a cortar esas estúpidas ataduras moralistas que te frenan. –Arthur Ketch se había puesto en pie y avanzaba lenta y firmemente hacia el cazador. Una alarma se encendió en la cabeza de Dean y le mantuvo fija la mirada, esperando que el hombre frente a él no fuera tan estúpido para ponerle un dedo encima. –Puedo hacer que todas esas cosas que cargas sobre tus hombros, no sigan doliendo.

No le puso un dedo encima, sino todos los nudillos. Le acariciaba la mejilla suavemente, apenas rozando su piel. Un gesto que desde afuera se vería incluso dulce, pero que Dean al ver la mirada que Ketch le sostenía se sintió asqueado por dentro. Giró el rostro para que dejara de tocarle, pero aquel había sido más rápido y ahora le sostenía de la barbilla, forzándole a que le mirara directo a los ojos.

-          Dean… no te resistas. –le susurro inclinándose hasta tener sus rostros casi juntos, a punto de pegar sus labios con los del cazador.

Pero Dean se tensó en ese instante y de un golpe se levantó para quedar a la altura de Ketch, no se había dado cuenta de en qué momento el británico se había sentado al borde de la mesa y le miraba de arriba abajo como si Dean fuera una de esas camareras que él mismo intentaba ligarse.

-          Quiero que salgas del puto búnker ahora mismo. –Su voz le salió lo más firme que podía, seguro de que con eso el inoportuno hombre desaparecería. Solo un idiota se enfrentaría a un Dean Winchester encabronado. La mirada del británico fue cambiando poco a poco hasta volverse su rostro una mueca que reflejaba ira pura.

¿Pero quien se creía que era esa sucia cucaracha de cazador para hablarle de aquella manera a un verdadero Hombre de Letras? Tan solo sabía que había llegado el momento de que alguien les hiciera entender a los Winchester que no eran intocables, que de hecho eran de lo más vulnerables. Por supuesto que el indicado era él. Arthur Ketch. Quien tomó a Dean del cuello de la camisa y lo estampó contra la mesa, dejándolo así casi inmovilizado bajo su cuerpo.

Fue Arthur Ketch. Quien dispuesto a ensuciarse un poco las manos, le enseñaría al americano un poco de buenos modales, sosteniéndole con fuerza le jaló el cabello para inmovilizarle y al momento en que alzaba el puño se percató de que sería una pena tener que deformar aquellos jugosos labios. Fue Arthur Ketch quien le besó tan demandante que le dejaba sin aire y le mordía los labios hasta hacerlos sangrar. Sí. Pero fue Dean Winchester quien le tomó distraído para meterle un puñetazo directo a las costillas y sacarse de encima al loco que le intentaba someter.

Con el británico en el suelo, Dean se levantó como pudo de la mesa y le golpeo el rostro, una y otra vez mientras tomaba el aire que le habían robado con el beso. No contaba por supuesto con que Ketch jugaría sucio de nuevo, le asestó un golpe directo al estómago, poniendo al cazador de rodillas en el suelo y susurró unas rápidas palabras  en latín que inmovilizaron al cazador en aquella posición: sosteniéndose el estómago, con las piernas separadas e intentando recuperar el aliento, pero con la mueca de dolor en el rostro.  Arthur escupió sangre de su labio reventado sobre el piso y se acercó de nuevo, tomando con fuerza los rubios cabellos y jalándolos hacia arriba para hacerle levantar la mirada. Le había hecho enojar y ahora pagaría las consecuencias. No era posible que le rechazara de aquella manera.

-          Vas a ser mío de alguna u otra forma, cazador. –Fueron sus palabras antes de atacar de nuevo esos labios con renovada agresividad.

Dean luchaba por poder moverse, por separarse de aquel asqueroso cuerpo pero el hechizo que le había lanzado ese hombre le mantenía quieto, y pronto sabría que más que eso. El hechizo respondía de hecho a la voluntad del sujeto que lo lanzaba.

-          Anda. Ponte de pie –y Dean lo hizo. –Ven aquí. –y Dean obedeció. Sonrió cuando el pecoso se dejaba mover el rostro de un lado a otro, como si fuera una especie de mercancía que el británico se encontraba evaluando. Pero no era suficiente. No le agradaba esa mirada que el cazador le lanzaba, como que no le apetecía recordar esa amenaza de “voy a matarte” en los ojos del rubio. Tenía que borrársela de alguna manera.

Con un movimiento de muñeca del británico, Dean sintió como algo en su interior se estrujaba, era un dolor parecido al poder de los demonios cuando te lastimaban desde adentro. Gimió de dolor pero aquella mirada seguía ahí. Ketch apretó su puño y el dolor le hizo caer nuevamente de rodillas y cerrar los ojos con fuerza. Era de hecho, más doloroso que el ataque de un demonio. Le quemaba, y tenía la sensación de que en efecto algo le empezaba a sangrar en su interior. Es que debía estar poseído ese sujeto o algo por el estilo.

-          E… exorcizamus te... omnis… omnis immundus

La risa del letrado le interrumpió.

-          Dean, Dean, Dean…. Winchester. –seguía riendo. Se burlaba mientras escupía lentamente cada letra de su nombre. – ¿De verdad crees que estoy poseído? Eso me decepciona un poco, te creía más brillante. Esto es talento natural, pequeño.

Una lágrima caía por su mejilla pero aquella mirada de desafío se mantenía y Ketch decidió intentar una vez más. Apretó su puño con fuerza mientras giraba la muñeca y entonces Dean soltó algo más que un alarido, era un grito de horror que casi podía jurar le estaba desgarrando las cuerdas vocales. Al aflojar el agarre el cazador cayo con el rostro pegado al suelo mientras las lágrimas escurrían de sus mejillas y se abrazaba a si mismo, sintiendo varias partes internas de su cuerpo palpitando. Sintiendo como se quemaba por dentro.

-          Hijo de perra. –era lo único que Dean podía repetir en susurros una y otra vez. –Hijo de perra.

 

-          De pie, anda. Desnúdate. –Le había soltado del hechizo solo para inflar su ego cuando el rubio acatara sus órdenes pero éste tan solo le escupió a los zapatos.

 

Aun más molesto, Ketch volvió a torturarle de la misma manera que segundos antes. Apretó el puño con fuerza y giraba la muñeca. Dean sentía sus órganos retorciéndose, aplastándose entre ellos y volvió a soltar otro fuerte alarido de dolor y se retorcía en el suelo como si le electrocutaran. No podía creer el daño que se le podía proporcionar a una persona con tan simple hechizo, era trampa, era totalmente injusto. Al quitarle nuevamente el hechizo, Ketch continuó hablando, ésta vez con un tono algo más calmado. –Tú no entiendes como van las cosas, ¿no? Te he dicho, desnúdate.

No necesitaba más realmente. Aquella tortura le dolía demasiado. Dean se puso de pie lentamente. Cada movimiento le ardía internamente y se retiró la camisa roja. La dejó caer en el suelo, asqueado al mirarle y ver en los ojos de aquel hombre la satisfacción que buscaba. El roce de las telas escurriendo por su piel le provocaba cierto ardor, como si las prendas tuvieran agujas pequeñitas que le rasguñaban tras cada toque. La playera negra que le cubría terminó en el suelo también y cuando estaba por abrirse el botón de los pantalones Ketch se acercó un par de pasos.

Dean retrocedió uno.

Ketch se le acercó nuevamente y le acarició la mejilla. Lo disfrutaba. Pasó sus largos dedos por el rostro del cazador y le acarició suave la oreja, hasta llegar tras la nuca. Lento, saboreando cada segundo en el paladar. Le jaló hacia sí y comenzó a lamer la sangre que caía de los labios que ahora comenzaba a creer le causarían adicción si no tenía cuidado. El cazador se dejó hacer, aún no recuperaba del todo las fuerzas que requería para pelear con ese sujeto. Se tragó su orgullo y le respondió aquella caricia de igual manera, lamiendo suavemente la sangre en los labios contrarios.

Un estremecimiento le recorrió a Ketch por todo el cuerpo, sonrió al saberse triunfal. Quería probarle nuevamente, aunque en otros lugares. Se inclinó un poco para morder el cuello del cazador y succionar un poco de esa piel. Sintió el temblor del otro bajo su lengua.

-          No te detengas por mi, pequeño. Tú sigue con lo tuyo.

Pensó que si cerraba los ojos, aquella situación dejaría de ser tan humillante. Continuó desabrochándose los jeans y los bajo de un movimiento al piso. Así lo mismo con cada una de las prendas restantes que le quedaban mientras el británico seguía dándose gusto con su cuello. Dean estaba ahora completamente desnudo y los besos bajaron por su hombro. En un impulso y empujado por lo desagradable de las sensaciones le abofeteó, echándose para atrás y buscando huir con rapidez, pero Ketch le tomo de la muñeca, le jaló hacia si.

-          Quieto, fiera. –reía. Le tenía pegado, sosteniendo su brazo a la altura de sus rostros y abrazándole la cintura. Con descaro fue bajando esa mano hasta los glúteos del cazador y los acarició, separándolos así lentamente y rozando con su dedo la entrada del Winchester. –Justo ahora eres mío. Que te quede claro. ¿O es que quieres que te destruya los órganos uno por uno? Por que te prometo que podrás sentirlos todos, y distinguir exactamente cual te estaría dañando. Podrás sentir perfectamente cada corte, cada músculo roto, cada articulación tronando con un solo chasquido de mis dedos…

Dean se tenso al escucharle. Apretaba la mandíbula con fuerza y se dejó arrastrar de nuevo hasta la mesa. Dócil. Tan antinatural en él, pero sin poder evitarlo. Tan solo esperando que Sam tardara mucho en llegar, porque no quería que les encontrara en aquella vergonzosa situación.

Sintió el borde de la mesa tocando sus muslos y el rápido giro que ese asco de hombre le dio y por supuesto el golpe en la mejilla al quedar pegado contra el cristal, su trasero al aire siendo rozado por la tela del pantalón de Ketch y luego el peso del pecho de ese sujeto sobre su espalda, le aspiraba el aroma del cuello y le separaba las piernas. Sintió la mano ajena en sus glúteos y la tela de los pantalones desaparecer. Los grandes y largos dedos acariciando la parte interna de sus muslos, recreándose detrás de sus rodillas y volviendo a subir hasta separarle las nalgas. Unas gotas de saliva en su entrada.

Por supuesto que Dean sintió el miembro erecto de Arthur Ketch abriéndose paso en su interior y desgarrando las paredes de su entrada, y le dolía tanto, pero estaba decidido a no soltar ningún sonido, ninguna lágrima. Se mordió los labios y se calló los quejidos, y con cada estocada en su interior, iba creciendo una sensación nauseabunda en lo profundo de su estómago. Dean Winchester siendo sometido contra la mesa-mapa de cristal, enterrándose las uñas en las palmas por la fuerza con que cerraba los puños y su ego herido, totalmente destruido. Se apretó los puños y tembló de rabia cuando el británico le besó con suavidad sobre la nuca y se acomodó los pantalones para luego retirarse del búnker, sin sonido más que un suspiro de satisfacción, dejándole ahí, recostado con el pecho pegado a la mesa, y el blancuzco líquido escurriendo de entre sus piernas.

Notas finales:

Espero que les haya entretenido, déjenme saber sus opiniones con sus comentarios. Pronto el capítulo 2.


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