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Y no nos libres de todo mal, amén. por HellishBaby666

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Notas del capitulo:

Hey! ¿Cómo han estado? Este fic sera corto, por lo que ya casi termina. Aún no estoy segura de si agregarle un epílogo, pues creo que quedaría mejor como historia independiente. 

Muchas fracias a Ciel Chan, Selly y N.R por sus comentarios, quiero que sepan que los leo todos.

Sin más, espero que les guste.

 

Era más que claro que ya no estaba en su mansión, en Londres, cuando su sueño fue interrumpido por la voz de diecinueve niños tratando de adivinar cuál sería el menú del desayuno de ese día. Veinte niños, contándose a sí mismo, compartían un gran cuarto con literas individuales, una colocada al lado de la otra, separadas solamente por una cortina delgada como el papel. Todos vestían un camisón blanco tan largo como para cubrirles hasta los tobillos, incluso Ciel, quien decidió imitar al resto de sus compañeros y ponerse de pie para comenzar a hacer su cama, que más bien le parecía un catre, comparándola con en la que solía dormir. Con bastante dificultad, trató de acomodar las sábanas y meterlas bajo el colchón, como Sebastian solía hacerlo por él, pero al final no tenía nada más que una maraña.

 

-¿Que tu madre nunca te obligó a hacer tu cama? -Una voz le llamó por detrás.

 

Ciel se giró avergonzado, reconociendo de inmediato al chico del día de ayer. Era un poco más alto que él, de cabello castaño y con la cara salpicada en pecas, con grandes ojos verdes observaba con diversión lo que había hecho con su cama.

 

-Mi mayordomo solía hacerlo por mi realmente. -Admitió avergonzado, acomodándose el cabello.

 

-¿Así que eres un niño rico sin un ojo? -Lo cuestionó su compañero, poniéndolo nervioso. -Solamente lo haré por esta ocasión ¿ok? -Le advirtió con un dedo acusador, ayudándolo a hacer la cama.

 

-Gracias eh...

 

-Graham, pero mis amigos me dicen Gram. -Le dió un apretón de manos. Incluso ahí tenía pecas.

 

-Ciel.

 

-No eres de por aquí, ¿cierto Ciel?

 

-No realmente. El padre Michaelis y yo fuimos transferidos de Londres.

 

-Entonces son ustedes de quien todos estuvieron hablando, el padre y el monaguillo de la vieja Inglaterra. -Dijo Gram, pasándole un brazo por los hombros.

 

-Eso parece. -Rió nervioso el más bajito.

 

-Nunca recibimos a gente de fuera, pero después de la partida de Victor, necesitábamos a alguien para ocupar su lugar.

 

Ciel dirigió entonces su mirada hacia la perfectamente tendida cama. Entendió que previamente había sido ocupada por Victor. Quiso hacer más preguntas sobre su paradero, con tantas personas en una misma habitación seguramente alguien debía saber algo, pero decidió que lo mejor por ahora sería ganarse la confianza de Graham para evitar levantar sospechas. Rápidamente se puso el uniforme que le habían entregado al llegar y consistía en una especie de sotana completamente blanca y un par de zapatos del mismo color.

 

-Más vale que nos demos prisa si queremos alcanzar algo de postre. -Dijo Gram, tomándolo del brazo y jalándolo hacia el comedor.

 

El comedor consistía de dos largas mesas de madera cubiertas por manteles, en una se encontraban sentados todos los estudiantes o monaguillos y en la otra el resto del personal, entre ellos los padres y maestros. El pequeño conde pudo identificar rápidamente a su mayordomo, quien ya convivía alegremente con un par de clérigos ancianos en la mesa. "Tsk, ¿qué te parece tan divertido?" Refunfuñaba en su mente al ver al demonio hablando tan despreocupadamente. Graham y él tomaron asiento en la mesa, en la que había servido toda clase de alimentos para que cada persona tomara lo que quisiera. El joven conde, que tenía un diente por las cosas dulces, pronto visualizó un delicioso pie de cereza, casualmente colocado frente a él. Sebastian jamás le dejaba desayunar postres, por lo que decidió que era momento de aprovecharse de la situación, estirando su mano para alcanzarlo.

 

-¿No es muy temprano para los dulces, joven Phantomhive? -Una mano enguantada en blanco lo sujeto por la muñeca, justo cuando estaba tan cerca de su objetivo.

 

-¡Padre Michaelis! -Exclamó fingiéndose sorprendido, en vez de cabreado por la intromisión del maldito demonio. -¿No es muy temprano como para dar sermones? -Sonrió inocentemente el ojiazul.

 

-Nunca es demasiado temprano para la palabra del señor, hijo. -Recitó el mayor, tan convincentemente que le costó trabajo a Ciel no romper a carcajadas. -Recuerde que tenemos práctica de la misa en una hora, joven Phantomhive. -Le recordó el hombre, alejándose del lugar, no sin antes despeinarle el cabello.

 

El conde resopló y se acomodó el cabello enfadado. ¿Qué tenían todos que les provocaba tocarle el cabello esos días? No tenía que verse en un espejo para saber que estaba rojo hasta las orejas y de nuevo sentía ese desagradable nudo en el estómago.

 

-¿Hace cuánto que tú y el padre Michaelis se conocen? -Preguntó Graham, masticando un gran trozo de scone con dificultad. -Se nota que se tienen mucha confianza.

 

-Desde que era un niño. -Respondió el ojiazul, dándole un sorbo a su taza de té, que no se acercaba ni un poco al que Sebastian preparaba. -Hemos estado juntos por un buen rato hasta ahora. -Reflexionó. De pronto el apetito se le había ido.

 

-Ya veo. -Murmuró el ojiverde, notando el cambio en el estado de ánimo de su compañero.                       -¿Oficiarán la misa de día? -Trató de cambiar de tema, llevándose a la boca un trozo de pastel.

 

-Eso parece. -Asintió el conde. -¿Quién solía oficiarla antes de que yo llegara? -Preguntó casualmente, tratando de averiguar qué tanto sabía.

 

-¿Recuerdas que te conté sobre Victor? Bueno, el era uno de los monaguillos más experimentados y el encargado de auxiliar al padre Samuel en la misa de la mañana.

 

-¿El padre Samuel? No tuve el gusto de conocerlo. -El ojiazul encarnó una ceja.

 

-Es porque ya no trabaja en Saint Francis. -Explicó el chico de pecas, encogiéndose de hombros. -Se fue casi al mismo tiempo que Victor. Es por eso que los llamaron a ti y al padre Michaelis de Londres.

 

-Entiendo. -Asintió pensativo. -¿Y quiénes son los otros encargados de la misa? Quisiera pedirles consejos para no arruinarlo. -Rió con falso nerviosismo.

 

-Leo y Lucciano. -Dijo mirando hacia la otra mesa, en la que todos los clérigos en sus sotanas negras parecían disfrutar de su desayuno. -El padre Joseph oficia la misa de la tarde con Leo y el padre Alonzo y Lucciano se encargan de la misa por la noche.

 

Ciel observó a los chicos que Graham le señalaba. Leo, un escuálido niño pelirrojo de aspecto introvertido se encontraba sentado a la izquierda del padre Joseph, mientras que Lucciano, un chico un par de años mayor que él, charlaba con un sujeto en sus cincuentas, era alto y de expresión seria. El joven conde supuso que se trataba del padre Alonzo. Era extraña la sensación que aquellos dos emitían, tendría que acercarse a ellos más tarde para investigar y pedirle a Sebastian que hiciera lo mismo con los clérigos.

 

-Eso me recuerda que me tengo que ir. -Dijo el conde, levantándose de la mesa.

 

-¡Suerte! -Se despidió el ojiverde, sirviéndose un segundo plato.

 

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Le resultaba algo irónico su papel como monaguillo, considerando su situación. Sonrío con algo de amargura al recordar la serie de eventos que lo habían llevado a perder la fe en todas las cosas relacionadas con la iglesia y la religión, sin embargo, había convivido los últimos cuatro años de su vida con el mismísimo demonio. ¿La mera existencia de Sebastian no debería ser prueba de la presencia de una fuerza del bien? No sabía si debía sentirse aliviado por aquella posibilidad o decepcionado por su falta de intervención, permitiendo que sucedieran cosas como por las que él y su familia tuvieron que pasar. Odiaba estar en esa escuela, le hacía pensar en cosas innecesarias. Una persona se acercaba caminando en dirección contraria, quien rápidamente se percató de su presencia.

 

-¡Joven Phantomhive! -Lo llamó un hombre alto y rubio. -¿Ya es hora de la misa?

 

-En un rato más, primero debo de ir a preparar el altar. -Respondió el menor, señalando la puerta de la capilla, donde seguramente Sebastian ya le estaba esperando.

 

-Entiendo. -Asintió el mayor. -Pero me gustaría charlar contigo un momento. -Dijo con una sonrisa que irradiaba una calidad indescriptible.

 

El hombre vestido en sotana negra se acercó a Ciel, tomándolo del brazo. El primer instinto del menor fue rechazarlo, pero en cuanto aquella mano rodeó su brazo, fue invadido por una extraña sensación de calidez y serenidad, que hacía que sus piernas se paralizaran y su corazón latiera rápidamente, recordando lo que había sucedido el día anterior y el efecto que ese extraño hombre tenía sobre él.

 

-¿Porqué no vienes a mi cámara, para que podamos platicar mejor? -Un par de ojos celestes le atisbaban, hipnotizándolo y haciendo sentir su cuerpo tan ligero como una pluma.

 

-Disculpe padre Gabrielle, pero el joven Phantomhive y yo tenemos una misa que oficiar.

 

Sebastian había aparecido repentina y silenciosamente, tomando a Ciel por el hombro y jalándolo hacia su cuerpo, quien tuvo que aferrarse a la tela de la sotana del mayor, pues sus piernas aún estaban temblando. El mayordomo y el padre intercambiaron miradas por unos segundos. El semblante de Sebastian denotaba la exasperación que aquel hombre le hacía sentir. Podía sentir en cada poro de se piel endemoniada que no era seguro para su amo acercarse a ese sujeto, instintivamente lo atrajo hacia su pecho, rodeándolo con un brazo mientras que con el otro retiraba las desagradables garras del padre Gabrielle. El hombre rubio sonrió divertido por la reacción del ojiescarlata, y levantó las manos al aire pretendiendo inocencia.

 

-¡Por supuesto! Solamente estaba invitando al joven Phantomhive a charlar conmigo un día de estos. -Sonreía tranquilamente el hombre. A Sebastian no le causaba gracia. -Supongo que nos veremos más tarde. -Se despidió agitado la mano, alejándose por el pasillo.

 

-Seb...astian... -Vociferó a penas el menor, aferrándose a su ropa, pues sentía que la cabeza le daba vueltas.

 

-¡Joven amo! Permítame. -El mayordomo lo tomó en su brazos rápidamente, llevándolo dentro de la capilla.

 

Los rayos de luz del día atravesaban el vitral multicolor del lugar, que era una representación de un pastor y sus ovejas en medio de campo verde y lleno de flores, e inundaba la iglesia con hermosas luces de todos los colores. Sebastian lo ayudó a sentarse en uno de los bancos de madera, y se arrodilló a sus pies para sostenerlo. Le removió el cabello de la frente y le colocó una mano para comprobar que no tuviera fiebre. Su pequeño amo se encontraba a la perfección.

 

-No sé qué me sucedió... -Murmuró el menor, tratando de recuperar sus fuerzas. -Cada vez que me toca... Es como si me quedara paralizado. -Dijo sobándose el puente de la nariz.

 

-Debe de estar utilizando alguna especie de técnica de hipnosis para dejarlo en una posición vulnerable. Un movimiento bastante bajo. -Dedujo el mayordomo, arreglándole la ropa a su señor. -Hasta que no sepamos cuáles son las intenciones del padre Gabrielle y qué es él realmente, lo mejor es que se mantenga alejado my lord. -Determinó, acomodándole el cabello y pellizcándole una mejilla.

 

-¡Hey! -Protestó el menor, alejando la mano de su mayordomo con un golpe.

 

-¿Listo para el oficio de esta mañana, joven Phantomhive? -Le sonrió su mayordomo, interrumpiéndolo en su tarea de reprenderlo.

 

El padre Gabrielle debía de utilizar alguna especie de truco para hacer que su mente se nublara y su corazón golpeara contra su pecho con fuerza. Sebastian meramente tenía que mirarlo. Quiso protestar por el trato, estaba avergonzado ¡y era el conde Phantomhive, con un demonio!, pero justo cuando había despegado los labios para decir algo, el resto de los estudiantes comenzó a llenar el lugar.

 

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Por la tarde los estudiantes se dedicaban a asistir a sus respectivas clases; teología, estudios bíblicos, historia del catolicismo, latín, y la favorita de Ciel, demonología. Era interesante comparar el concepto que la mayoría de las personas tenían sobre las creaturas como Sebastian. En los libros mencionaban que los demonios eran seres malignos y engañosos, bestias con seis cabezas de león y pezuñas y cuernos de cabra, que disfrutaban del sufrimiento de los humanos, ya que eran la mayor creación de Dios y ellos se sentían celosos de su relación. Sin embargo, en ninguna parte del libro que le dieron mencionaba que los demonios podían ser un elegante mayordomo, que preparaba el mejor pastel de chocolate y le leía historias para dormir a un pequeño conde, cuando las pesadillas eran demasiado terroríficas como para permitirle conciliar el sueño. Ciel pensó en lo poco que sabía de Sebastian realmente, simplemente conocía lo que el demonio le permitía conocer. Reflexionó mucho sobre el asunto de Dios también. Si se suponía que los demonios no podían sentir como lo hacían los humanos, ¿no fueron los celos, un sentimiento intrínsecamente humano, lo que condenó a Lucifer desde el principio? Tenía tantas preguntas y tan escasas respuestas, que lo agobiaban. No se molestó en tocar, abrió la puerta y se introdujo en la pequeña habitación de su mayordomo, quien se encontraba sentado en su escritorio, escribiendo a la luz de una decena de velas blancas.

 

-Padre Michaelis, necesito confesarme. -Hizo un puchero sobreactuado, cerrando la puerta detrás de él.

 

-Joven Phantomhive. -Fasciculó una sonrisa felina el mayor, deteniendo lo que hacía. -Cuénteme y después determinaremos la penitencia adecuada, ¿le parece? -Dijo en un tono de voz que a Ciel le pareció más profunda que nunca, haciéndolo sonrojarse por un momento.

 

-Confieso que la clase de demonología sería mejor si nuestro maestro fuera el experto. -Suspiró, dejándose caer en la cama de su mayordomo, no habiendo otro lugar donde sentarse.

 

-¿Usted cree? -Sonrió el demonio, tocándose el mentón. -No creo que esté preparado para escuchar lo que tengo que decir.

 

-Habla, demonio. -Ordenó el conde, recostado sobre la pequeña y simple cama individual que ocupaba gran parte de la habitación.

 

-Estuve revisando los archivos de la escuela, incluyendo los expedientes del joven Victor y el padre Samuel. -Dijo el mayordomo, sabiendo que había captado la atención de su amo por completo, cuando se giró sobre su vientre y lo observaba con un ojo grande y atento.

 

-¿Algún dato interesante?

 

-En ninguno de los expedientes se especifica claramente la razón de su ausencia. Sabemos que el padre Samuel fue transferido a una pequeña iglesia en alguna aldea a las afueras de Italia, mientras que no conocemos el paradero del joven Victor y su expediente solo marca una ambigua "baja por causas mayores".

 

-Eso no nos dice nada. -Resopló el menor.

 

-Es la ausencia de evidencia, mi señor, la mayor evidencia de todas. -Aseveró el demonio, sonriéndole de una manera que ya conocía. Indicando que el juego había comenzado. -Trece expedientes más tienen escrito "baja por causas mayores" en grandes letras rojas, ninguno tiene una fecha anterior a cinco años. Además, otros tres padres fueron transferidos repentinamente en el mismo lapso de tiempo.

 

-¡Eso significa que...!

 

-El joven Victor no es el primero en desaparecer misteriosamente en Saint Francis y la iglesia católica podría estar involucrada en este asunto.

 

De pronto todo parecía cobrar sentido, pues eso explicaba el comportamiento misterioso del padre Gabrielle y la extraña sensación que emanaba de todo el maldito lugar. Niños estaban desapareciendo y para encubrirlo enviaban a los padres muy lejos de ahí, así no habría personas que hicieran preguntas. De cualquier manera, aún tenían que descubrir que había sucedido realmente con esos chicos y que ganaba la iglesia católica con sus desapariciones, así como la verdadera naturaleza del padre Gabrielle; aquel asunto era más profundo de lo que aparentaba ser. El joven conde decidió que la mejor manera de recabar la información faltante sería utilizando a su mejor pieza, su demonio mayordomo. Debía ganarse la confianza del resto de los clérigos y descubrir qué estaban haciendo con los jóvenes monaguillos y porqué nadie decía nada.

 

-Según tus notas, todos estos chicos tiene en común una cosa. -Dijo Ciel, leyendo el pequeño cuaderno de su mayordomo. -Todos participaban como monaguillos, ayudando al padre con la ceremonia.

 

-Eso parece. -Afirmó el mayor.

 

-Eso significa que muy probablemente tenían un vínculo muy cercano con los de mayor rango, es decir, los clérigos. Averigua qué se necesita para que un monaguillo se acerque a ellos y házmelo saber por la mañana. -Ordenó el joven amo, levantándose de un brinco y dirigiéndose a la puerta. -Debo de marcharme ya, no quisiera romper el toque de queda. -Exclamó divertido.

 

-Ciertamente, joven Phantomhive, no quisiera verme en la necesidad de castigarlo.

 

 

 

 

 

 

 

 


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