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Campamento Mestizo por Verdadero98

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CAMPAMENTO MESTIZO


CAPÍTULO 10


La temperatura dentro del taller era sofocante, la ropa que llevaba puesta estaba completamente empapada de sudor, y eso que solo vestía un pantalón corto y una playera sin mangas.


-Mierda-. El pañuelo que usaba en la frente también estaba empapado, el sudor llegaba a caerme en los ojos, algo bastante molesto. -Mierda-. Ese día en verdad sentía el calor de las fraguas. Quería arrancarme los gruesos guantes con los que trabajaba, y una vez que saqué el metal de la fragua, los aventé sobre la mesa.


Aun así, sentía que el calor me abrasaba los brazos, mis muñequeras no eran precisamente frescas, pero ya no quería quitármelas ni para ducharme.


-¿Y si abrimos una ventana?-. Alyssa sudaba tanto como yo.


Fruncí el ceño. -Es un sótano, no hay ventanas aquí-. Sentía el sudor escurriendo por mi espalda.


En serio, creo que ni en las duchas me mojaba tanto.


-Te dije que hiciéramos una-.


-Como digas-. Centré mi atención en revisar el último prototipo que había hecho. Mi mesa de trabajo era un desastre según mi hermana, y era un desorden con orden, según yo. Sabía donde había dejado todo, eso era suficiente.


-Necesitamos un poco de ventilación-. Insistía. Debo admitir que ella tenía razón.


Desplacé el tema de la ventilación al ver el funcionamiento de mi creación, uno de sus mecanismos no terminaba de convencerme, creía sin dudarlo que el problema se encontraba entre las piezas más pequeñas. -Creo que…-. Hubo un pequeño clic.


Y…


-¡CARAJOS!-.


El prototipo se incendió.


Y no fue una llamita.


Al dejarle caer para evitar quemarme, cayó sobre mi mesa de trabajo, incendiándola.


-¡Natsuki!-. Alyssa se lo veía venir, por supuesto que lo hacía, eso mismo había sucedido decenas de veces durante la última semana. Usó el extintor, que de hecho había tenido abrazado desde que nos encerramos en el taller, y tras apagar el fuego suspiró aliviada. -¿Estás bien?-.


Tenía un poquito chamuscadas las puntas del cabello, pero conservaba mis cejas y no tenía quemaduras de primer grado, como alguna vez le pasó a los gemelos. -Yo sí-. Observé con pesar que más de una cosa se había jodido. -Pero necesito que busques a Midori y le digas que su encargó va a retrasarse-.


Dejo el cilindro vacío en una esquina, donde teníamos los demás, ya iba siendo hora de recargarlos. -No tardo-. Salió del taller.


Me quedé yo sola, con mi prototipo fallido, mi mesa jodida y un fuerte olor a quemado impregnado por todos lados, incluyéndome. Hice la nota mental de construir un buen sistema de ventilación ahí abajo.


-Intento número 4-. Registré mi fracaso en los planos de la pared, marcando cual había sido el error esa vez. Pensaba que haciendo un par de modificaciones más podría funcionar sin problemas. Iba a ponerme a rediseñar uno de los dibujos cuando…


-Kuga-.


Automáticamente desplegué a Cristal Plateado y giré dispuesta a rebanar gargantas, mi espada fue detenida por otra.


-Buenos reflejos-. Su espada era negra, con un filo color verde jade. -No vengo a pelear-.


Me negué a dejar mi posición. -¿Cómo entraste aquí?-. No había escuchado ni sentido nada.


Sus ojos rojos seguían luciendo igual de sombríos. -Del mismo modo que les traje al campamento-. Ella si bajo su espada.


Al entender que esta vez sí había entrado al territorio del campamento, caí en cuenta de que si podía atravesar la barrera, ella también era una semidiosa.


Le miré con desconfianza. -¿Qué haces aquí?-. No podía evitar sentir que algo andaba mal.


-Si te quisiera muerta, no te habría ayudado allá-. Sonaba bastante lógico, pero…


-Quizá no querías que alguien me matara antes que tú-. Ok, eso era un poco paranoico, pero los semidioses que vivían más tiempo se lo acreditaban a la paranoia.


Nos observamos mutuamente. -Supongamos que quiero matarte-. Enfundó su espada, le llevaba colgada de su cinturón, al costado izquierdo. -¿Por qué habría de avisarte?-.


Bajé mi espada, sin guardarle. -Supongamos que no quieres matarme-. El aura que emanaba podía erizarme la piel. -¿Por qué habrías de buscarme?-.


Ella me analizó, posando cierto interés en mis muñequeras, y extrañamente, sin reparar ni un solo segundo en mis cicatrices. -¿No te haces una idea?-. Su tono era monótono, parecía carecer de emociones al hablar, a excepción quizá, del aburrimiento.


Vestía por completo de negro, sus jeans se veían desgastados, su playera tenía manchas que para mí se veían como sangre, y su chaqueta tenía una capucha que en ese momento le cubría la cabeza.


Déjenme decirles algo, las ojeras que se cargaba decían a gritos que tenía mucho tiempo sin dormir, si es que alguna vez dormía, aún así, bastaba con tenerle cerca para sentir la fuerza que emanaba de ella. Si estaba cansada o no era un misterio, pero definitivamente era ágil, rápida, peligrosa.


-Creo que traes malas noticias-. Pensaba que alguien así no podría traer algo bueno.


-Las cosas están por cambiar-. Ojalá hubiera entendido la magnitud de sus palabras. -Dile a tus hermanos y amiga que regresen al campamento-.


Hice una mueca. -¿Por qué haría eso?-. Mis hermanos y Mai tenían una vida allá fuera, pedirles que regresaran sin un motivo era tonto.


La forma en que me vio me causó un escalofrío. -Si en verdad te importan, lo harás-.


No supe que contestarle.


Sus palabras resonaban en mi cabeza, cada vez con más fuerza.


Joder, ahí estaba.


Esa maldita sensación de que el miedo comenzaba a carcomerme desde dentro.


Y siempre que sentía eso, cosas muy, muy malas sucedían.


Sin decir más, abrió otro de sus extraños círculos negros.


-Espera, ¿Cómo te llamas?-. Créanme, no quería tenerle cerca, pero sentía que tampoco querría tenerle lejos.


-Eso ya lo sabes-.


-Nina, lo sé, pero tu nombre completo-. Insistí.


Caminó hacia aquel circulo. -Solo Nina-. Ya tenía la mitad del cuerpo dentro. -No todos tenemos un nombre mortal, Kuga-. Remarcó mi apellido. -El tiempo corre-.


Y con eso desapareció entre la oscuridad.


El circulo se cerró.


-¡Maldita sea!-. Partí en dos lo que quedaba de mi mesa de trabajo.


Apenas salía de una cuando ya estaba metiéndome en otra.


Guardé a Cristal Plateado, me pasé las manos por el cabello, maldije.


-Esto es una mierda-.


Así como estaba, salí del sótano y abandoné la cabaña, en la entrada me crucé con Alyssa, tuvo la prudencia de quedarse callada.


-Llama a nuestros hermanos-. Hablé atropellando las palabras. -Y diles que regresen al campamento, ya-.


Seguramente mi rostro mostraba locura, de esa que nos daba a los semidioses cuando sabíamos que un monstruo estaba metiéndonos en el menú del día. Alyssa no hizo preguntas, asintió con la cabeza, con el nervio que yo le había contagiado y entró corriendo a la cabaña.


Mientras la preocupación, el miedo y el enojo crecían dentro de mí, imaginé el peor de los escenarios. Sacudí la cabeza, no tenía tiempo para divagaciones.


"No es una divagación." Dijo la voz de mi consciencia. "Es una posibilidad."


Corrí con desesperación, tan metida en mis caóticas ideas que no vi a Mikoto frente a mí, choqué con ella, terminando ambas en el suelo.


-¿Nat? ¿Qué sucede?-. Ella bien pudo esquivarme, así que doy por hecho que solo quería detenerme. -¿Nat?-.


Me levanté. -Dile a Mai que regrese-. Me miró extrañada. -Tiene que regresar, ya-. Afirme, más que convencida.


-¿Qué está pasando?-. Se levantó también, con ganas de que le dijera que todo era una mala broma.


-El problema es que no lo sé-.


-Mierda-.


Cada una corrió a un destino distinto.


Mis modales no eran los mejores y en esa situación menos. Entré a la cabaña de Afrodita azotando la puerta. -¡Shizuru!-.


Los gritos llegaron de inmediato, de por si no les caía bien, si a eso le agregábamos mi nuevo look que parecía asquearles y el ir empapada de sudor, con olor a quemado, bueno, nada de eso ayudaba.


Mi atención se centró en el cuerpo de Shizuru, estaba frente a su litera, a medio vestir, era hermosa, no importaba el ángulo en que se le viera, era belleza pura. Por un segundo casi olvide el motivo de mi visita.


-¡Largo!-. Gritaban sus hermanos, al ver que les ignoraba, alzaron diversos objetos para aventarlos contra mí.


-¡Nadie le arrojará nada a mi novia!-. Para que Shizuru gritara, bueno, debió molestarle bastante la idea.


Todos quedaron en shock al oír la palabra novia.


No los culpo, ni yo misma terminaba de acostumbrarme.


A decir verdad, en otra situación, les habría sonreído con burla, como diciéndoles: Sí, esta hija de Hefesto es la chica de Shizuru Fujino.


Pero no era tiempo para presumir mi buena suerte.


-Tenemos problemas-. Era momento de intentar comprender que quería matarnos esa vez.


Para ser honesta, muchas veces llegue a extrañar la sensación de aburrimiento que me embargaba en mis días anteriores al campamento, ya saben, cuando desconocía que en cualquier momento podían devorarme a mí y a todo lo que amaba.


Ante la atenta mirada de sus hermanos paralizados, terminó de vestirse, tomó mi mano y me llevó lejos de su cabaña. Supe que al salir, sus hermanos nos veían por las ventanas, como esperando a que se revelara la broma, solo que no había broma alguna.


Sus dedos medio resbalaban entre los míos, busqué aferrarme a ellos, necesitaba estar segura de que ella estaba ahí, conmigo. Creo que lo entendió. -Estoy aquí-. Mis pobres nervios agradecieron eso. -No iré a ningún lado sin ti, Natsuki-.


Quizá debí preocuparme por el hecho de estar creando una dependencia hacia Shizuru.


Pero tenía verdaderos problemas por los cuales preocuparme.


Me guio hasta una de las áreas del bosque en las que a veces jugábamos captura la bandera.


-¿Qué pasa?-. A esas alturas la maldita sensación de miedo me calaba en el pecho. -Natsuki-. Hizo que me sentará en la hierba.


-Tengo miedo-. Admitirlo en voz alta era vergonzoso, o lo hubiera sido, si mi acompañante no fuese Shizuru.


-¿Por qué?-. Me hablaba suave, quería tranquilizarme.


-No tengo ni idea-.


Sabía que se avecinaba algo malo, sí, pero eso ya había pasado y no me hacía sentir así.


-Tuvo que pasar algo para que estés así-. Sin ser consciente de como ni cuando, hizo que me recargara en su pecho y me abrazó, su calor contrarrestaba el frío que causaba el viendo contra mi piel aun húmeda, pero más importante aún, disipaba el frío de mi corazón en ese momento. -¿Pesadillas?-.


-Esa chica apareció de nuevo-. Pude sentir su piel erizándose ante la noticia. -Apareció en mi taller-. Aun le daba vueltas al asunto de que Nina también era una semidiosa.


-Puedo ver que físicamente no te dañó-. Le puso más fuerza al abrazo, era reconfortante saber que alguien, no, que ella, se aferraba de esa manera a mí. -Entonces, ¿Qué quería?-.


Creo que ella no quería escuchar esa respuesta, así como yo tampoco quería contestarle.


Igualmente lo haríamos.


-Creo que advertirme-. No encontraba otra razón. -Dijo que todo estaba por cambiar-. Ese cambió sonaba a una inminente amenaza. -Que le dijera a mis hermanos y amiga que regresaran, si es que me importaban-.


¿Quién era Nina? ¿Cómo sabía mi nombre? ¿Cómo sabía sobre mis hermanos y Mai? ¿Cómo nos había encontrado aquel día? ¿Por qué nos había ayudado? ¿Y… si era una semidiosa, que hacía fuera del campamento?


-Nada puede ser fácil para nosotras, ¿no?-. Recargó su cabeza en mi hombro.


La impotencia me invadió. -¿Qué rayos voy a hacer?-.


Besó mi mejilla. -Corrección-. Volteé a verle. -¿Qué vamos a hacer? Estamos juntas en esto-.


Estoy segura de que mi ojo brillaba al contemplarla.


No dije nada, pero ella entendió lo que quería, lo que necesitaba. Me besó, lenta y cariñosamente, logrando que durante unos minutos olvidará mis problemas.


Claro, nada puede ser tan perfecto.


-Pero que tenemos aquí-. No es muy difícil imaginar quien era, ¿cierto? -La Tuertita tiene novia-.


-Que original Nao, de Tuerquitas a Tuertita-. Mi sarcasmo le dio de lleno.


Shizuru observaba en silencio, quizá debatiéndose entre usar o no su habilidad.


-Fuera de aquí, vamos a jugar-. Vi que en efecto, iba vestida para jugar captura la bandera. -Vayan a hacer sus rarezas a otro lado-.


Esa fue la gota que derramó el vaso. -¿En serio acabas de decirnos raras?-. Fruncí el ceño.


Sonrió burlonamente. -Son dos mujeres besándose, ¿Qué quieres que diga, fenómenos?-.


Shizuru me soltó sabiendo que iba a ponerme de pie para encarar a Nao. -Eres el jodido producto de un mito griego-. Le eché en cara la verdad que todos compartíamos. -¿Y te atreves a hablar de normalidad?-.


-Es diferente, Tuertita-. Dio un paso hacia mí, para quedar cara a cara, como era su costumbre. -Lo suyo es una puta enfermedad-.


Emití algo similar a un gruñido. -No-. Me declaró culpable, yo di el primer empujón. -Tus malditos problemas de ira si son una enfermedad-.


-Soy hija del Dios de la Guerra-. Dijo como excusa a sus problemas de ira.


No soltó un golpe, talvez temía que si los hombres lobo no me habían matado, ella tampoco podría.


Entonces, Shizuru rompió su silencio. -Y yo hija de la Diosa del Amor-. Sus ojos decían a gritos que le declararía la guerra de ser necesario. -Así que puedo amar a quien yo quiera-.


Nao le vio con odio. -Puta-.


Me arrojé contra ella, rodamos por una pequeña colina que terminó en un arroyo. -¡Jodida enferma!-. Acabó arriba de mí e intento golpearme desde el lado derecho, la imbécil creía que por mi parche no le vería venir.


-¡Maldita homófoba!-. Ni ahí nos salvábamos de la puta ignorancia.


Alzó su puño, pero antes de que impactara, yo ya había activado mi armadura, sus dedos crujieron al dar contra mi bronce celestial.


Su fuerza bruta era tanta que ella misma se había roto la mano, y sí, la idiota me culpaba a mí.


Debido al dolor se distrajo una fracción de segundo, ese intervalo me dio la oportunidad para quitármela de encima.


Estábamos paradas en el arroyó, el agua nos llegaba apenas a las rodillas. Sacó el cuchillo que llevaba en el cinturón, yo desplegué mi espada.


-Vámonos Natsuki-. Shizuru me llamó desde la cima de la colina.


-¡No te metas, fenómeno!-. Nao lucía en verdad enojada.


Ese insulto le valió un golpe de mi empuñadura en la cabeza, le di con la fuerza suficiente para dejar inconsciente a alguien, pero ella solo se aturdió, sin llegar a caer. Seguía de pie, mirándome con un odio desmedido.


-No serías tan buena sin tus juguetes-. La sangre le bajaba por la sien.


Escuché que Shizuru bajaba por la colina. -Y tú serías más fuerte si tuvieras por quien pelear-. Era consciente de que metía el dedo en la llaga, sabía que no debía ser así de cruel, pero ella había comenzado y mi paciencia estaba al límite.


Ahí estaba de nuevo, esa mirada que expresaba querer matarme. -¡Cállate, Kuga!- Quiso apuñalarme, le deje intentarlo, confiando en que no atravesaría mi armadura, tal como preví, su cuchillo se rompió.


Le sostuve de la mano que aun tenía sana, me acerqué a su rostro, retirando mi yelmo. -¿Por qué me odias tanto?-. Quise encontrar la respuesta, sin éxito. Me escupió a la cara.


Tuve la oportunidad de atravesarle con mi espada, la oportunidad perfecta, pero no se trataba de eso. Le empujé al arroyó y me limpié.


Shizuru ya había llegado a mi lado. -Le enfurece lo que sentimos-. Tomaba mi brazo, quería que nos fuéramos de ahí. -Por que ella no sabe que sentir-. Comprendí sus palabras.


Vi fijamente a la chica que tanto me odiaba. -Siento lastima por ti, Nao-.


No continuó la pelea, porque sabía que no podría ganarme mientras yo tuviese mi armadura y ella las manos desnudas.


Nos alejamos del lugar.


Y no tengo modo de confirmarlo, es muy probable que fuese una jugada de mi mente, pero… a lo lejos, donde habíamos dejado a Nao, escuché un llanto.


Ser semidioses era difícil.


Pero serlo mientras lidiábamos con la adolescencia, era mil veces peor.


Shizuru me acompañó de regreso a mi cabaña, no quería dejarme sola y yo se lo agradecía. Al entrar le dije que tuviera cuidado con las cosas que tocaba, porque no era una broma que algunas explotaban.


La cara de preocupación de Alyssa y su noticia fueron la segunda señal de que las cosas se pondrían feas. -Los gemelos ya vienen en camino-. Ni siquiera alcancé a sentir alivio. -Pero Kazuya no responde-.


-Intenta de nuevo-.


-Ya intenté 7 veces-.


Apreté los puños.


No pateé nada, para no volar en pedazos.


Justo cuando Shizuru intentaba calmarme, llamaron a la puerta, Alyssa abrió.


-¿Dónde está Natsuki?-. Reconocí la voz de inmediato.


-Pasa Mikoto-. Me quité el pañuelo de la cabeza y lo tiré al suelo, frustrada.


-Mai ya viene para acá-. Su expresión preocupada me hizo sentir culpable. -Ahora si dime, ¿Qué rayos está pasando?-.


Intercambié una mirada con Shizuru, y procedí a explicarle todo a Mikoto.


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