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Campamento Mestizo por Verdadero98

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CAMPAMENTO MESTIZO


CAPÍTULO 4


Llené el taller con planos que no terminaban de convencerme. Les rehíce una y otra y otra vez, en busca de algo que sí llenase mis expectativas. Dibujé e hice anotaciones casi al punto de que me sangraron los dedos, pero no me detuve, no quería, no podía hacerlo.


Me negué a salir del sótano. No me importó sentir mi estómago gruñendo, exigiendo comida, tampoco me importó saber que mi cuerpo pedía a gritos un descanso. Me bastaba con recordar mi última pesadilla para obligarme a seguir trabajando.


Mis hermanos insistieron hasta el cansancio para que mínimo tomase un poco de agua, pero ya habían dejado de preguntarme que demonios intentaba crear. No se atrevieron a ver mis bocetos por miedo a como podría reaccionar, pues según lo que me dijeron, mis ojos poseían un brillo casi demencial. Yo mostré una sonrisa ácida. Aquello en mis ojos no era locura, para nada, era la mezcla de miedo y determinación pura.


Pasé dos días encerrada, totalmente aislada.


Tate tuvo que decirle a Mai y Mikoto que no me sentía bien para entrenar, como querían saber el motivo, el muy imbécil les dijo que estaba en mis días y que estos me sentaban muy mal, de mala gana, ya que no se creían esa excusa, se retiraron. Pero la cosa no fue tan sencilla cuando fue Shizuru quien tocó a la puerta de la cabaña.


Los gemelos quisieron ocultar sus nervios con una sonrisa amistosa, por supuesto, Shizuru no les compraba tal gesto. Le dijeron que estaba indispuesta por tiempo indeterminado, desgraciadamente, justo en ese momento coincidió que grité, víctima de mi propio estrés, y por supuesto, ella lo escuchó. Aún más nerviosos, volvieron a dar el pretexto de que me estaba bajando, y en esa ocasión agregaron que tenía unos cólicos infernales.


Shizuru, quien podía engañarte sin que ni siquiera te dieras cuenta de ello, no pensaba dejarse engañar. Pidió que le dejaran entrar para ver en que me podía ayudar, y es que bueno, una chica podría saber más que los gemelos sobre el tema.


Pero como yo les había dicho que no dejasen pasar a nadie, se lo tomaron al pie de la letra. Le negaron la entrada, argumentando que no era precisamente seguro entrar cuando no sabías que de todo podía explotar o incendiarse de la nada, prácticamente le presentaron nuestra cabaña como una especie de campo minado.


Inconforme, dado que no estaba acostumbrada a que le negaran lo que quería, se retiró. Sin embargo, al tercer día volvió a intentarlo, aunque tuvo el mismo resultado, con la diferencia de que usaron a Alyssa de mensajera, porque Tate y Sergey temían ceder ante Shizuru.


La tarde de ese mismo día, salí del sótano.


Mis hermanos, sorprendidos, me miraron boquiabiertos. Para su descontento, pase de largo, sin ni siquiera verlos. Mi mente se centraba en una única cosa. Finalmente había terminado los planos y necesitaba un material que no teníamos en el taller, irónicamente era el más importante.


No sabía en donde conseguirlo y eso amenazaba con desquiciarme.


Estaba a punto de perder la puta cabeza.


Gracias al cielo, cuando salí de la cabaña, ella estaba ahí. Shizuru esperaba, sentada en la entrada. Cuando volteó a verme, hubo una explosión en mi interior, porque me alegraba de verle, y al mismo tiempo, su presencia me metía más presión psicológica, tenerle cerca hacía más reales mis temores. Ya me habría quedado sin uñas, de no ser porque me parecía asqueroso mordérmelas.


-Natsuki-. Ridículamente, pensé en salir corriendo. Después de todo, debía concentrarme en conseguir el material y regresar al taller. -¿Qué sucede?-. Pero su voz me ataba al lugar.


-No… no puedo explicarlo ahora-. Mi nerviosismo me comía viva. -Tengo que conseguir algo-. La desesperación de mi voz era palpable.


Joder, las primeras veces que me metí en líos que involucraban al mundo del olimpo, estuve a poco de tener un colapso mental, porque me desesperaba no entender del todo lo que sucedía.


-¿Qué es?-. Me tomó del brazo, acariciándome en un intento de relajarme.


-Plata-. Mi respuesta le sorprendió, lo vi en sus ojos.


Sí, lo sé, había dicho que difícilmente podía leer sus expresiones, pero muy de vez en cuando lo conseguía.


O quizá era mi imaginación.


Volviendo al punto.


-¿Es importante?-.


-No te imaginas cuanto-.


Se mordió el labio inferior, y juraría que por un microsegundo, vi duda en su rostro, pero como ella era la personificación misma de la seguridad, más bien creí que yo ya estaba comenzando a alucinar.


-Yo te la conseguiré-.


Le seguí de cerca hacía la cabaña de Hermes, ahí preguntó por Midori, sospeché que le buscaba por eso de que esa chica tenía el don de meter prácticamente cualquier cosa al campamento, era como una contrabandista profesional.


Sí algo pude ver en esa cabaña, fue que en efecto tenía campistas para dar y regalar, no había un solo hueco de piso sin colchas de dormir, ya ni se hablase del escandaló que reinaba en el lugar. Fruncí el ceño, simplemente, eran demasiados campistas en un solo lugar. Ellos nos dijeron que Midori había ido al lago, o al menos eso había dicho antes de desaparecer.


Cuando llegamos allá, le vimos en el muelle, completamente sola, algo que en ese momento no sabía que nos beneficiaba a nosotras. Nos vio con esa sonrisa traviesa que tanto le caracterizaba.


-Vaya, hasta que te dejas ver Kuga-. Tenía en su mano una botella de licor.


No le respondí, Shizuru me había dicho que le dejase todo a ella. Quizá me lo tome demasiado literal, en fin.


A la chica no le extrañó mi silencio, ya era bien sabido que yo era de pocas palabras.


-Ya no te desaparezcas así-. Era difícil saber si estaba ebria o si sólo era su lengua floja de siempre. -Todo el campamento se enteró de que la señorita Fujino te echó de menos-. Así es, un leve rubor me dejó en vergüenza, aun así fingí no haber escuchado eso. Midori se dio cuenta y soltó una carcajada. No podía enojarme con ella, porque su risa en lugar de ser ofensiva, solía invitarte a que rieras también.


Quizá lo hubiese hecho si el tiempo no me estuviese comiendo viva.


Shizuru, temiendo que me diera un tic nervioso, entró en acción. -Midori-.


Y ahí, una vez más, lo vi.


Fui testigo de lo que sea que Shizuru podía hacer, aunque lo negara.


Aquella extraña y efímera neblina cubrió los ojos de Midori. Era como si sí estuviera ahí, aunque yo presentía, no, sabía de algún modo que una parte de ella estaba en las nubes. Sí cualquier campista nos hubiese oído, sólo habrían escuchado a Shizuru y Midori platicando.


Nada fuera de lo común.


Claro…


Sólo que Shizuru podría haberle pedido que caminara al borde de un precipicio, y joder, creo que Midori lo habría hecho sin dudar.


Observé asombrada, desconcertada, fascinada.


Unos minutos después, ya teníamos lo que necesitaba. Con el pequeño detalle de que Midori no iba a recordar que ella misma nos dio la plata, pero eso sería un tema para otro día, y así mismo, simplemente diríamos que ella estaba ebria hasta casi la inconsciencia cuando lo hizo. De ese modo nos limpiábamos las manos. Ok, lo sé, eso no era lo más honesto del mundo, pero tampoco íbamos a salvarnos el pellejo siendo un pan de dios.


Tuve que contenerme para no regresar corriendo a la cabaña. Ya en la puerta, Shizuru me permitió irme únicamente después de prometerle que le explicaría todo en su momento.


Acepté a regañadientes, por eso de que ella ni de chiste me iba a contar como demonios hacía "eso", porque ni de coña me creía que no hacía nada.




Una vez más, me encerré en mi taller.


Las fraguas a su máxima capacidad causaban que el lugar en si mismo fuese un horno gigantesco, a momentos sentía que me cocinaría viva si no salía de ahí pronto. Mi de por si escasa ropa estaba completamente empapada, y tuve que atarme un pañuelo en la frente para que el sudor no me jodiera los ojos.


Además, tuve que usar un par de guantes bastante gruesos, más que nada porque ya sentía los dedos en carne viva, aunque por fortuna eran sólo ideas mías.


Hubo más de un instante en el cual no supe con exactitud que hacer, pero mi cuerpo se movía solo, como si templar metales y ajustar mecanismos fuese una acción tan o más natural que la de respirar. Prácticamente, las fraguas y herramientas se doblegaban a mi voluntad.


Bueno, ser una semidiosa tenía que tener alguna ventaja.


Sí, lo sé, es obvio que existía más de un beneficio, pero no pueden culparme por ver sólo lo malo en ese tiempo.


El punto es que iba tomándole gusto a eso de ser hija de Hefesto.


Pasé otros dos días ahí, en mi propio mundo.


Y he de decir, que en un tiempo que hasta la fecha de hoy en día se considera un récord, terminé mi creación.


Era el penúltimo día del verano cuando, con una sonrisa orgullosa, coloqué en mi brazo derecho una muñequera de cobre celestial.


Apenas había terminado de ajustarle del todo, cuando estallaron los gritos en el campamento. Sí, ya podrán imaginar que escandalo tan descabellado era como para oírle en mi sótano.


Preocupada, azoté la puerta y salí corriendo.


Ya era de noche, precisamente la hora de la cena, motivo por el cual el caos atrapó a todos totalmente desprevenidos. Los campistas se amontonaban entorno a las mesas del comedor.


Gritaban muy fuerte, no se entendía lo que decían.


Y aunque era de noche, y la mayoría de las fogatas se habían apagado sumiéndonos en una oscuridad casi absoluta, no fue difícil ver que era lo que les aterraba.


Una enorme figura se alzaba en los límites del campamento, eso tendría que ser imposible por más de un motivo, pero bueno, hablamos de un campamento de semidioses, así que técnicamente todo es posible.


Lo único que se veía con claridad, eran sus ojos, de un color amarillo muy brillante, ohhh… pero era un brillo espeluznante, más muerto que vivo, más gélido que el hielo mismo.


No se movía, y joder, era por eso que daba tanto miedo. Contemplaba a todos, como viendo a quien comerse primero. Dioses… cuando sus ojos se quedaron fijos, cuando su respiración sacudió aquel enorme cuerpo, sentí mis extremidades paralizarse.


Esa cosa era la materialización misma de mis pesadillas, podía sentirlo.


¿Eso era el verdadero miedo?


No… aun faltaba mucho para experimentar aquello.


En esa ocasión no fue como lo sucedido en mi antiguo salón, en ese instante, todos veían lo que yo. Todos estaban conscientes de que irónicamente, en nuestra hora de la cena, nosotros éramos el menú.


Por supuesto, esa cosa hambrienta, decidió ir por su comida.


Se echó a correr en dirección al comedor, a una velocidad vertiginosa. No tenía sentido que algo así de grande, algo tan pesado, de un segundo a otro hubiese llegado a los campistas.


Furioso, comenzó a atacar todo lo que estuviese a su alcance. Los gritos de pánico, de horror y desesperación taladraban mis oídos, pronto, el sonido del metal se sumó a esa caótica orquesta. Los más experimentados intentaron hacerle frente, pero todas las armas parecían meros juguetes en su contra.


Y entonces le vi.


Shizuru estaba ahí.


El nivel de mi miedo aumentó de golpe, pero eso mismo logró vencer mi parálisis temporal. Sin pensarlo, eché a correr directo al peligro. Para cualquiera, debí verme demasiado temeraria e idiota, pero… ¿había algún semidios que no lo fuera?


Ok, no me respondan, sé que era más temeraria de la cuenta.


Mi vida se regía por coincidencias, gracias al olimpo. Porque fue una mera coincidencia que llegara a tiempo.


Había llegado a Shizuru, antes que la bestia, apenas por los pelos. Me atravesé entre ellos y ohhh rayos, el cuerpo me temblaba de miedo frente a esa cosa, pero cuando lanzó una dentellada, desplegué mi espada.


No, no leíste mal, sí dije desplegar.


Desde mi muñequera surgió la hoja de bronce celestial y mi mano se cerró entorno a la empuñadura de cuero. Por eso, fue mi espada y no mi brazo lo que quedó en las fauces de ese lobo.


Si es que a eso podía llamársele lobo. Porque ahí, cerca de la escasa luz de las antorchas restantes, lo vi. Era una mole gigantesca de carne y pelaje negro. Poseía una forma humanoide, sin embargo, sus rasgos lobunos eran los dominantes, mismos que le daban un aspecto abominable. Me di el lujo de fruncir el ceño, su aliento era realmente nauseabundo, carajos, rozaba en lo tóxico.


Soltó mi espada y me dio un golpe con su pata, que de puro milagro, no me fracturó las costillas. Por cierto, ¿recuerdan que estaba entre esa cosa y Shizuru? Pues sí, aterricé sobre ella.


Me levanté deprisa, ya después me disculparía, era más importante contraatacar al intento de lobo. Sumida en un estado de adrenalina, solté diversos golpes con mi espada, noté enseguida que sólo impactaba, más no cortaba, pero quería alejarle de Shizuru antes de intentar lo que era sólo una teoría mía.


Escuché gritos de los demás campistas, intentaban decirme que me rindiera, que pusiera distancia, porque se notaba a leguas que nuestro bronce celestial no le hacía ni cosquillas.


Entonces decidí que era hora de jugármelo todo.


Activé un mecanismo de mi empuñadura. Ante los ojos asombrados de todos, mi espada cambió de forma, el centro que antes era hueco, se cristalizó, y después el bronce celestial desapareció para abrirle paso a una hoja hecha de plata.


Así mismo, la empuñadura se alargó para poder usarle con ambas manos.


El monstruo gruñó al ver mi nueva arma.


Yo, a pesar de mi profundo miedo, sonreí.


-¿Quieres comerme?-. Me aferré a mi espada. Sus escalofriantes ojos amarillos me perforaron. -Inténtalo, perro deforme-.


¿Alguien más piensa que parecía una loca suicida?


En fin, ante mi provocación, se abalanzó contra mí.


Dejó caer todo el peso de su cuerpo, por fortuna le esquivé, o en lugar de una mesa rota, habría una campista partida a la mitad.


Fue como si danzáramos un baile descoordinado, yo no quería que su cuerpo monstruosamente fuerte o sus colmillos letales me alcanzaran, y él no quería que mi espada le tocara, pero ahí estábamos, asechándonos mutuamente. Tomé confianza, era obvio que le temía a la plata.


Como yo les estoy contando esto, es claro quien fue el primero en equivocarse.


Imité el movimiento que vi en Mikoto aquella vez, cortando desde abajo, en diagonal, a través de su torso. El corte fue profundo y le hizo gruñir en lo que parecía un estremecimiento de dolor, pero no fue suficiente.


A cambió, me llevé un zarpazo en el hombro izquierdo, dolió como el infierno, además, el grito que dio Shizuru al verlo, extrañamente me hizo sentir culpable.


Enfurecida, arremetí queriendo terminar el asunto.


Nadie, ni siquiera yo misma, sabe con exactitud como pasó. En medio de un frenesí al más puro estilo semidios, blandí como desquiciada mi espada, y antes de darme cuenta, hundí la hoja en su pecho, en el lugar que suponía albergaba su corazón.


La plata se encargó del resto.


Así, ese monstruoso lobo, culpable de mis horribles pesadillas en turno, se convirtió en polvo dorado.


Agotada, volteé en todas direcciones, buscaba a Shizuru, necesitaba saber que estaba bien. Ella me encontró primero, ya saben, por eso de que nunca me perdió de vista. Corrió hacía mí y me abrazó de un modo que me confirmó que el riesgo suicida había valido la pena.


Aquella noche, gracias a mi espada "Cristal Plateado", me apodaron de distintas formas, pero todas eran alusiones a una sola cosa: asesina de lobos.


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