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Campamento Mestizo por Verdadero98

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CAMPAMENTO MESTIZO


CAPÍTULO 3


Al día siguiente, no podía sacarme de la cabeza aquellos sueños tan extraños, parecían una locura sin pies ni cabeza, e incluso, entre más los meditaba, más me confundía. Por eso, las primeras veces, cometí el error de optar por ignorarles.


Cuando salí de la cabaña, me encontré con Mai y Mikoto. Era fácil suponer que ellas pasaban mucho tiempo juntas, pero no entendía porque estaban ahí, buscándome a mí. Primero pensé que Yamada les había enviado, luego me di cuenta de que me equivocaba. Habían ido porque querían hacerlo. Ese par quería que fuese su amiga.


Me contaron que entrenar era opcional, pero que era mejor que sí lo hiciera para evitar morir joven. Sí, esa parte me la dijo Mikoto, tan franca como al inicio. Y bueno, como no quería servirme en bandeja de plata a todas esas alimañas, acepté.


Se ofrecieron a entrenar conmigo, para enseñarme lo básico antes de que decidiera en que tipo de combate quería enfocarme.


De ese modo, paseamos por el campamento, consciente en todo momento de que más de uno me miraba fijamente. Eso me ponía de mal humor, detestaba ser el centro de atención, desgraciadamente no podía hacer nada para evitarlo. Era la novedad del lugar, la novedad que se estaba robando la atención de la chica que le gustaba a la mitad de los campistas.


Tras más de un intento fallido con el arco, los cuchillos y las lanzas, quedó más que claro que lo mío era la espada, ya que era lo único que parecía no tener pinta de terminar hiriéndome a mí en lugar de a mi enemigo. El problema era que ninguna encajaba del todo conmigo, algunas eran demasiado pesadas para el combate real y otras demasiado ligeras. Inconscientemente comencé a hacer planos mentales para construir una espada apropiada.


Me sorprendí al caer en cuenta de esa idea. Era la primera vez que consideraba algo así, por lo general elaboraba cosas pequeñas con las baratijas que tenía a mi alcance, no armas letales con recursos celestiales.


Sonreí, porque bueno, era imposible no estar feliz al saber que ya tenía a mi disposición un verdadero taller. La idea me complacía bastante.


-Tierra llamando a Natsuki-. Mai movió su mano frente a mí. -¿Estás ahí?-. Salí de mi ensoñación.


-¿Ahh? Sí, claro, ¿en qué estábamos?-.


-Iba a decirte como hacer un movimiento, antes de que te perdieras en el olimpo-. Quienes iban a convertirse en mis amigas, no tardaron mucho tiempo en entender que cada vez que pusiera esa expresión perdida, significaba que tenía una idea en proceso.


Practicamos durante horas. Cuando ya tenía mi camisa totalmente empapada de sudor, cierta personita indeseable hizo su aparición.


-Pero miren que tenemos aquí-. No conocía de nada a esa pelirroja y ya sentía que sería un grano en el culo. -Otra mecánica loca-.


-No molestes Nao-. Mikoto la quiso callar. Ellas eran hermanas, pero de origen se caían realmente mal y eso sólo empeoró cuando comencé a juntarme con Mikoto.


-Tú no te metas Mikoto-. Me miró con ese odio que jamás comprendí. -Dime, ¿tú también harás explotar el campamento? ¿Apestaras todo con olor a grasa y aceite?-. Obvio, sus comentarios no me causaron gracia alguna.


-Cállate Nao-. Mai también intentó callarla.


Pero fue inútil.


-¡No se metan!-. Juraría que vi sus ojos arder, más tarde me entere de que a veces eso sí pasaba. -Quiero ver sí esta tiene más que tuercas en la cabeza-.


Había convivido con abusivos toda mi vida, nunca me había dejado pisotear, claramente no iba a comenzar en ese momento, aunque tuviera que enemistarme con los mismísimos hijos del dios de la guerra.


Le miré desafiante.


-Lo dices como si tú tuvieras algo en eso que llamas cabeza-. Sonreí con sorna. -Porque creo que a duras penas tienes aire por cerebro-.


Se acercó queriendo intimidarme, con pasos casi tan pesados como su ego. -¿Qué dijiste, tuerquitas?-. Ahí, parada frente a mí, noté que teníamos la misma estatura.


-Te dije idiota-. Mencioné sin echarme atrás.


Mi orgullo jamás permitía que me retractara en nada.


Menos aún con la que prácticamente era mi enemiga natural.


-¡Novata de mierda!-. Me atacó como si fuese un animal rabioso.


La maldita golpeaba realmente fuerte, pero yo no planeaba quedarme atrás. Le devolví el golpe, sin preocuparme por medir mi fuerza. Tenía la certeza de que unos cuantos puñetazos no iban a matar semidioses. En medio de nuestro pleito de adolescentes, terminamos girando por el piso, llenándonos de tierra.


La cabaña de Ares avivaba la estupidez de Nao, alentándole a que continuara golpeándome, como si fuese un juego de todos los días. Mai y Mikoto querían detenernos para evitar aquella tontería, porque sí, era un pleito sin mucho sentido, lo acepto, pero esos idiotas se encargaron de que no metieran manos en nuestro asuntito.


Ahí supe que Mikoto era la única con cerebro en esa cabaña de locos.


Me frustra admitirlo, pero la verdad me puede: en ese entonces ella luchaba mejor que yo. Ya, lo dije, si algo sabía hacer esa maldita, era propinar golpizas. Aunque no es de extrañar cuando su padre vivía por y para la guerra, y le metía esa idea en la cabeza a toda su descendencia.


No me habría cabreado tanto si ella se hubiera conformado con unos golpes por aquí y otros por allá, ahhh, pero esa chica se moría de ganas por demostrarme que me miraba desde arriba, y decidió que romperme la nariz sería una buena lección.


Su puño impactó contra mi cara, la sangre corrió, ella esperaba que llorara de dolor, en cambio, le sonreí. -¿Qué? ¿es lo mejor que tienes?-. En verdad no sabía cuándo callarme.


Volvió a alzar el puño, no tengo idea de que planeaba romperme, pero su cara decía que me iba a doler más de la cuenta. Gracias al olimpo, no tuve que comprobarlo.


-Alto-. Bueno, no creo que les cueste mucho imaginar quien llegó al lugar. -Nao Yuuki, detente-. La voz de Shizuru era un regaño con voz tranquila, era como una bofetada, sí, pero con guante blanco. Que decir, ella podía erizarte la piel sin necesidad de gritar.


En el fondo, la presencia de Shizuru me tranquilizo. Por otro lado, bueno, en ese momento no sabía decir que le había pasado a Nao. Repentinamente sus ojos se veían turbios, como si una ligera neblina les cubriera de modo efímero. Sólo yo lo vi, por eso de que le tenía encima de mí, así que nadie más supo que ahí ocurrió algo más raro de lo común.


-No es necesario golpear a los nuevos-. Vi de reojo como mantenía una sonrisa al hablar, pero yo no me tragaba ese gesto, de algún modo, sabía que Shizuru estaba muy, muy enojada. -No todos son tan violentos como tú y tus hermanos-. Algunos protestaron por ese comentario. -Me pareció que Yamada venía hacia acá-. Vi más de una cara de pánico. -¿Por qué no regresas a tu cabaña, Nao?-.


Fue una sorpresa para todos que efectivamente Nao me soltara y se pusiera de pie. -Sí, sí, mejor regreso a mi cabaña-. Sonaba natural pero algo no me cuadraba, así que ella se marchó dejándome con el ceño fruncido.


Sus hermanos le siguieron, dejándonos sólo a nosotras cuatro. Shizuru me tendió la mano y se ofreció a acompañarme a la enfermería. No sé que le habrá dicho a Mai y Mikoto, porque se fueron con miradas picaras.


En la enfermería me dieron algo llamado néctar, era una bebida capaz de sanarme, el chiste de ello residía en consumir poco, porque en exceso, irónicamente podía matarme. -¿Quién fue el cabeza dura que creó esto?-.


Shizuru, quien estaba sentada a mi lado, rio. Únicamente ella podía encontrarle gracia a mis comentarios. -Los dioses-. Tuvo la amabilidad de explicarme que originalmente estaba pensado para dioses y por eso nosotros no lo tolerábamos del todo.


-Déjame ver si entendí esto-. Suspiré desganada. -Tenemos déficit de atención, hiperactividad, dislexia, lo que nos cura también nos puede matar y somos los bocadillos con piernas de toda la mitología griega, sólo por tener un padre en el olimpo-. Vaya, resumido así, en verdad que la idea resultaba deprimente.


-Así es-. Se toco la barbilla en pose pensativa. -Pero mira el lado positivo, jamás tendrás un día aburrido-. No podía negar eso, sin embargo, estar en constante peligro mortal no era el mejor pasatiempo del mundo.


Mientras meditaba sobre eso, recordé cierto detalle que no me dejo dormir durante un tiempo. -Oye Shizuru-. Maldije el hecho de que me sonrojé al notar toda su atención en mí. Fingí demencia, en ese entonces, ella aún no se divertía con esa situación. –¿Qué hiciste allá?-.


-¿De qué hablas?-. Su muestra de confusión por poco y me convenció.


-Esa loca parecía un animal rabioso, pero se detuvo cuando se lo dijiste-. Intenté leer sus expresiones, grave error, fracasé por completo, ya que sus ojos carmín eran un total e indescifrable enigma.


-Quien sabe, quizá le encontré de buenas-. Bromeó, restándole importancia. -Olvídalo, Nao puede ser bastante bipolar-.


-Sigo pensando que tú hiciste algo-.


-Tal vez sí, tal vez no-. Se encogió de hombros.


-No me lo vas a decir, ¿cierto?-. Acepté la derrota.


-Una mujer tiene sus secretos-. Al decirlo, me guiñó un ojo.




Me di una ducha para quitarme el sudor y la tierra, después regresé a mi cabaña, con el fuerte deseo de dormir una larga siesta. Por supuesto, en ese entonces, nada me salía como lo planeaba, así que no pude dormir. El chisme había llegado a la cabaña antes que yo y mis hermanos querían escuchar mi versión. Al contarles lo que pasó, llegaron a una conclusión que yo ya tenía: Nao me odiaba sin motivo.


Además, me contaron que ellos se habían llevado bien con los hijos de Ares, hasta que Nao se convirtió en la líder de la cabaña. La relación empeoró cuando se negaron a elaborar un arma de locos que esa pelirroja sin cerebro anhelaba obtener. Y sí, mi llegada terminó de avivar el fuego de la enemistad.


Por lo que, en resumidas cuentas, tenía que cuidarme tanto de la cabaña de Afrodita, como de la de Ares.


Que bonito campamento, ¿no?


Mientras hablábamos, la pequeña de la cabaña, Alyssa, se acercó a mi con los brazos extendidos. Yo no entendía lo que quería, hasta que Kazuya me lo tradujo. -Quiere que la abraces-. Las muestras de afecto no eran lo mío, pero sus ojitos pudieron conmigo. Al abrazarle, mostró una enorme sonrisa. -Alyssa siempre ha querido una hermana-. No supe que decir.


Yo jamás había deseado hermanos.


Había visto sólo por mí todos esos años.


Como era costumbre en ese lugar, la pequeña fue la primera en quedarse dormida. Al darse cuenta de eso, Tate me llamó para tener una conversación un poco más privada.


-Kuga, sé que es indiscreto de mi parte-. Con eso imaginé que tema quería tocar. -Pero veras, emm… el verano ya está muy avanzado, antes de darnos cuenta se habrá terminado, y… queríamos saber que tipo de campista serás-. Se veía bastante apenado. -Bueno, es que…


-Me quedaré todo el año-. No tenía un lugar al cual volver. Mis tutores ansiaban librarse de mí, y yo estaba cansada de vagar de casa en casa.


-¿De verdad?-. Sus ojos miel se iluminaron.


-Sí-.


Yo había llegado cuando el verano estaba más para allá que para acá. Sí, lo sé, no cuadra con los calendarios escolares normales, pero como me expulsaban de todos lados, fui terminando en escuelas cada vez más raras.


Volviendo al tema. Tate me preguntaba eso, porque cuando el verano terminara, él, Sergey y Kazuya volverían a sus casas. Sí, los tres se marcharían, pero Alyssa no, y les preocupaba dejarla sola tanto tiempo.


Les dije que dudaba de que yo fuese buena jugando el papel de hermana mayor, me contestaron que la pequeña se conformaba con tener compañía.


Con ese pensamiento en mente, me fui a dormir.


Una vez más, las pesadillas se encargaron de revolverme la cabeza.


Así que ya se harán una idea de las ojeras que me cargaba al día siguiente.


En esa ocasión, me salvé de dar explicaciones, en parte porque nadie se sentía en confianza para preguntarme, y en parte porque todos supusieron que no había podido dormir por el impacto de saber que era una semidiosa.


Sólo que ese pretexto no me sirvió durante mucho tiempo.


Durante dos semanas mi día se había basado en levantarme para entrenar con Mikoto, platicar con Mai para instruirme en eso de la mitología griega, tener constantes roces con Nao que me hacían pensar que explotaríamos en cualquier momento, hacer cosas en el taller que efectivamente podían explotar, y pasar el tiempo con Shizuru, haciendo cualquier cosa, pero estando con ella.


Eso mismo fue lo que asesinó mi excusa para el insomnio.


Tras dos semanas platicando, Shizuru me había tomado la confianza suficiente para abordarme directamente sobre el tema de mis ojeras.


-¿Por qué no has estado durmiendo?-. Estábamos sentadas en el muelle del lago, con nuestros pies sumergidos en el agua.


-Es que no termino de acostumbrarme al campamento-. Dije lo primero que me vino a la mente.


Ella alzó una ceja, dando a entender que no me había creído nada. -¿En serio?-. Evité voltear a mi derecha, porque sabía que ella me estaba viendo fijamente, a la espera de que cayera en el efecto de su mirada. -Porque yo te he visto bastante cómoda en el campamento-. Su voz era una invitación a que cediera y volteara. -Hasta pareciera que llevas años aquí-.


Sonreí nerviosa, dispuesta a negar todo hasta el final.


-¿Has… tenido sueños raros?-. Eso me hizo dudar de si debía decirle o no.


-Tal vez-. Eso era como darle un sí definitivo, pero al menos guardaba algo de dignidad, según mi yo de ese entonces.


-Natsuki, si son sueños que te provocan insomnio, no deberías guardártelos-. Su mano rozó la mía. Siempre hacía eso, provocaba un contacto, sin llegar a enlazar nuestros dedos. -A menudo, los sueños de los semidioses no son sólo sueños-.


Ojalá le hubiese hecho caso, para evitar que el tiempo corriese en mi contra.


Noche tras noche las pesadillas fueron empeorando. Lo que sea que me perseguía, iba abandonando su anonimato, hasta que pude verle claramente: era un lobo. Un gran y monstruoso lobo que se reía mientras decía que iba a devorarme.


Eran pesadillas tolerables, porque en ellas yo era la única víctima.


Pero la cosa cambió completamente cuando desperté gritando debido a que en la última pesadilla, era Shizuru quien moría entre las fauces del lobo.


Mi grito despertó a mis hermanos, temblando y cubierta de sudor, les dije que todo estaba bien, ellos no me creyeron, pero sabían que era inútil insistir. Ante sus ojos confundidos, me levante de la cama, murmurando decenas de cosas que sólo eran entendibles para mí misma, mi mente ya corría a mil por hora.


Muy tarde había entendido que debería haber entendido todo desde antes.


Bajé al sótano y me encerré en el taller.


Tomé la espada que había hecho para entrenar, pero negué con la cabeza, era inservible para lo que planeaba, no me servía ni siquiera para ser el punto de partida.


Necesitaba algo mucho mejor.


Algo diferente a cualquier arma disponible en el campamento.


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