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Campamento Mestizo por Verdadero98

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CAMPAMENTO MESTIZO


CAPÍTULO 5


Sí, una vez más terminé en la enfermería. Por desgracia, con el tiempo se me hizo costumbre ir ahí, por uno u otro motivo, algunos más vergonzosos que otros. En fin, el néctar hizo lo suyo, aunque les confieso que mientras lo bebía tenía esa intranquilidad de poder carbonizarme viva por consumirlo. Después de unos minutos el repugnante zarpazo pasó a ser sólo una cicatriz, una marca enorme e imposible de ignorar que me acompañaría de por vida, pero sólo una cicatriz a fin de cuentas. De puro milagro seguía teniendo brazo, así que estaba agradecida.


Como Shizuru estaba conmigo, traté de fingir desinterés por mi nuevo recuerdito, pero inconscientemente pasaba mis dedos por ahí o le veía de reojo.


-Lo siento-. Su voz sonaba tan culpable que hasta yo sentí culpa.


-¿Qué? ¿Por esto?-. Señalé mi cicatriz. -No te preocupes-. Me vio con una expresión que interpreté como: ¡Es una locura no preocuparse por eso! -Es sólo una cicatriz, Shizuru-. Tenía más de una en las manos, por eso de dedicarme a la mecánica. -Además, me hace ver más ruda-. Le sonreí, gracias al olimpo, ella también sonrió.


-Eres muy valiente-. Ese día, en lugar de sólo rozar nuestros dedos, los entrecruzó. -Saltaste entre esa cosa y yo sin dudarlo-. Ya saben, sí quieren atraer chicas, el asunto es tan fácil como matar hombres lobo… vale las bromas no son lo mío.


-Me estaba muriendo de miedo-. Confesé.


-Y aún así lo hiciste-. Su tacto me confortaba. -El tener miedo pero sobreponerte a él, es lo que te hace valiente, Natsuki-.


-¿Puedo confesarte otra cosa?-.


-Adelante-.


-Creo que sólo fui valiente porque se trataba de ti, Shizuru-. Joder, me costó mucho decir eso sin morir de pena en el intento.


-Ara-. Esa fue la primera vez que escuché esa expresión suya, a partir de ahí, le escuché hasta dormida.


Lo siguiente que paso, bueno… hizo que yo sola me dijera idiota durante meses.


Aún estaba recostada en la camilla, con ella sosteniendo mi mano, cuando noté que comenzó a acercarse, sin decir nada, con sus ojos fijos en los míos. ¿Les he dicho que Shizuru tenía un olor embriagante? ¿No? Pues lo tenía, toda ella era una especie de droga para los sentidos. ¿El problema? Mis sentidos no funcionaban como debían. Sí, sí, a veces yo era rara hasta para los semidioses.


Por eso, cuando tuve su rostro a cuestión milímetros y sus labios buscaron los míos, cometí la tontería de girar mi rostro. En serio, ¡Qué estupidez! No tienen idea de cuanto me arrepentí.


Al final, me dio un beso en la mejilla pero eso fue suficiente para que mi cara explotara en un sonrojo casi legendario.


Sentí mucho pánico al pensar que seguramente la había ofendido.


Pero quizá había alguien en el olimpo a quien le caía muy bien y me dotaba con mucha suerte, porque no se ofendió, al contrario, me sonrió pícaramente.


Prácticamente, sin darme cuenta, le había dado un reto de conquista a una hija de Afrodita.


Lo irónico es que, ella sin saberlo, ya me había conquistado.


El último día de verano llegó, y con ello, la partida de la mayoría de los campistas. Me despedí de mis hermanos, quienes me encargaron mucho a Alyssa, también de Mai, quien debía regresar a casa para ayudar a su madre, y al final, aunque no quería, me despedí de Shizuru.


Estábamos en la entrada del campamento, no sabía muy bien que decirle, un "adiós" me parecía bastante amargo, y no decir nada parecía casi un mensaje de repudio. Por eso nos limitamos a vernos durante algunos minutos, hasta que ella rompió el silencio.


-Quiero hablar contigo durante el año, pero ya sabes que es muy mala idea que nosotras usemos celulares-.


Ahí otro de los detalles que nos hacían diferentes a los adolescentes comunes y corrientes, no podíamos usar celulares, no sin ofrecernos como el almuerzo de cualquier monstruo en kilómetros a la redonda. Sí, usar el celular siendo un semidios era un modo de suicidarse bastante desagradable, y… estúpido.


-Entiendo-. También quería seguir en contacto con ella, pero bueno, seguir vivitas y coleando era más importante que nuestros deseos.


Entonces, ella sacó una bolsita azul de su mochila, me pidió que extendiera la mano y me la entregó. Era más pesada de lo que parecía. -Aquí está la solución-. Por supuesto, como de costumbre, no entendí nada. Ante mi mueca de confusión, me lo explicó.


Aquella bolsa contenía dracmas de oro, algo así como el dinero del olimpo, y servían para mandarse mensajes sin morir en el intento. El truco estaba en lanzar un dracma al agua, pedirle una plegaria a una tal diosa arcoíris (Sí, la diosa Iris), y decirle con quien queríamos hablar.


Pensándolo bien, eso de referirse a una diosa de ese modo es pésima idea.


Santo cielo, no sé como no me partió un rayo por impertinente.


Olvídenlo, ya sé porque no pasó: jamás ofendí a Zeus.


No directamente.


-Te llamaré cada vez que pueda-. Fueron sus últimas palabras, acompañadas de una sonrisa.




Entre los pocos campistas que nos quedamos, estaban Alyssa, Mikoto, Midori, y desgraciadamente ese dolor de cabeza llamado Nao. Les juro que esa pelirroja desquiciada aparecía hasta en mi sopa aunque no queríamos vernos ni en pintura, como si madre naturaleza quisiera vernos rompiéndonos todo lo que se llama cara.


Y sí, digo rompiéndonos, porque después de pasar gran parte de mi tiempo entrenando, ella aún podía meterme palizas marca Ares, pero ya no la tenía tan fácil conmigo.


También había otros chicos destinados a vivir por siempre en el campamento, pero como no se los he mencionado hasta ahora, muy importantes no debieron ser, ya los conocerán, tal vez, si es que mi historia lo amerita.


Mis días fueron transcurriendo lentamente, creo que mi reloj biológico era distinto al de los mortales comunes, en serio, era una tortura notar un fastidioso tic tac aun cuando ni usaba reloj, ¿piensan que alucinaba? No los culpo, llegue a pensar que medio alucinaba de vez en cuando. Eso de vivir entre mitos vivientes y la realidad corriente tenía consecuencias.


¿Qué cual era mi rutina?


Pues…


En las mañanas me dedicaba por completo a entrenar con Mikoto, solía decirle que me atacara con todo, que combatiera como si nuestras vidas dependieran de ello y de ser necesario me rompiera la madre en el proceso, sobra decir que se lo tomó muy literal y… ¡Joder! Tenía que dejarme la piel en cada entrenamiento para no necesitar usar muletas al terminarlos.


Ella era una verdadera guerrera, de los pies a la cabeza, poseía un instinto de lucha bestial y unos reflejos que incluso daban miedo, pero también poseía un carácter bastante amistoso con sus amigos.


Y como yo era su amiga, (sí, incluso chicas tan hoscas y de pocas palabras como nosotras podíamos ser amigas) siempre que terminábamos de practicar, me tendía la mano, en señal de que todo estaba bien.


Lo siguiente en mi itinerario era darme una ducha, para asegurarme de no apestar a sudor, ya que de por si siempre tenía ese aroma a aceite encima, en serio, por más que tallara mi piel con jabón, seguía desprendiendo ese característico olor de mi taller, un detallito por el cual tuve constantes roces con los chicos de Afrodita, esos presumidos hijos de su mamá querían que todos oliéramos a rosas.


Total, volviendo al tema de las duchas, he de decir que el campamento tenía baños comunes, ninguna cabaña tenía el lujo de tener baño propio, algo un poco problemático cuando existían ciertos campistas sin sentido del espacio personal, o peor aún, campistas que se deseaban la muerte mutuamente, como por ejemplo Nao, o Nao, o… Nao ¡Hija de puta! OK disculpen, ella poseía el don de desquiciarme. Por si se lo preguntan, sí, este tema tiene importancia para algo que les contare más abajo.


El resto del día, por lo general, me la pasaba metida en el taller. La mayoría del tiempo me dedicaba a mis propios asuntos, pero poco a poco, algunos campistas, aquellos que se asombraron con "Cristal Plateado", comenzaron a acudir a mí para que los ayudara. Bien me había dicho Tate que los chicos tendían a pedirnos favores.


Pero no me dejaran mentir, de buena persona no se puede vivir. Algunas peticiones las aceptaba, otras no. Además, siempre les aclaraba que la calidad estaba garantizada, sin embargo, sólo les haría cosas sencillas. Tampoco era idiota y no quería dotar con armamento demasiado peligroso a una panda de adolescentes que tendían a descontrolarse. Tienen que entenderme, todos nosotros, de vez en cuando, más seguido de lo que nos gustaría, teníamos ataques temerarios.


Con eso aprendí a manejar el: favor por favor. Algo bastante útil a la larga. Ellos sabían que yo podía cobrarles en cualquier momento y yo sabía que iban a pagarme.


El tiempo que pasaba en la cabaña lo compartía con Alyssa, ella se había convertido en mi asistente, ¡Pero que conste que no era explotación infantil! Me ayudaba por gusto. Era una niña por demás dulce, probablemente por eso mis hermanos no querían dejarla sola, más de uno habría intentado aprovecharse de su inocencia.


Les contaré un secreto:


No había día en el cual no pensará en Shizuru. Intentaba no llevar la cuenta de cuanto faltaba para verle, no obstante, inconscientemente contaba incluso los segundos. Le extrañaba mucho, aunque irónicamente ya había pasado más tiempo sin ella que con ella.


¿Cómo decirlo? Cualquier opción me suena extremista, pero si debo escoger una es esta: Era como vivir en abstinencia. Era como si me hubieran vuelto adicta al mayor de los vicios y después me lo hubieran quitado. Tomen nota de esto, será importante para entender algunas cosas después.


El punto es que, sufría por su ausencia, no obstante, era demasiado orgullosa para admitirlo en voz alta, y me esforzaba como nadie se lo imagina para disimular mi desesperación.


Procuraba mantenerme completamente ocupada hasta que llegaba ese momento del día en el cual recibía su llamada. No creo que alguna vez hayan hecho una llamada Iris, pero pueden compararlo con una videollamada, sólo que sin aparatos, sin internet y con interferencia divina cuando menos te lo esperabas.


Como no quiero aburrirles me saltaré hasta el día en el que se rompió mi rutina.


Faltaba poco para la cena cuando me topé con la persona más irritante del planeta. A propósito, chocó su hombro contra el mío. No estaba de humor, bueno, menos de lo común. -¿Cuál es tu maldito problema?-. Le pregunté.


Obviamente, me observó con odio. –¿Quieres saber cual es mi problema?-. Me daban ganas de decirle que no frunciera el ceño, porque ese era un gesto demasiado mío.


-Anda, dilo-. Yo sabía que lo que me dijo no era del todo cierto. Pues sencillamente las fechas no encajaban.


-Me desagrada que te pasees por todo el campamento, con esa cara de superioridad-. Casi escupió las palabras.


-¿Disculpa?-. Fruncí el ceño. -No soy yo quien se cree la mejor-. No pude evitar sonreír de modo burlón, echándole las palabras en cara. -Sin serlo-. Increíblemente, no se fue a los golpes de inmediato.


En lugar de intentar molerme a golpes, se acercó, como si fuera a chocar su frente contra la mía. -Todos te alaban por haber matado a ese perro-. En serio, el aliento le apestaba, le habría dado unas mentas, pero no iba a desperdiciarlas en ella. -Pero yo creo que sólo tuviste suerte-.


-Con o sin suerte-. Le empujé. -Pero lo maté yo, no tú-. Y sonreí justo como sabía que ella odiaba más.


Cerró la boca, apretando sus dientes con fuerza, al punto de que le sangraron las encías. ¿Por qué hacía eso en lugar de hacer algo para enviarme a la enfermería? Fácil, Yamada estaba cerca, y Nao era idiota pero sabía dónde serlo.


-Fue tu juguete lo que lo mató-. Así es, llamó juguete a mi espada. Misma que por cierto había ido mejorando.


-¿Acaso envidias que mi "juguete" hizo lo que tu espada no pudo?-. Y sí, ahí estaba yo, echándole más sal a la herida de su ego.


-Imbécil-. Su insulto se me resbaló. -Dime, tuerquitas-. Ese apodo llegó a causarme gracia. -¿Qué eres sin tus juguetes de mierda?-.


-Kuga Natsuki-. Respondí sin dudarlo.




Al día siguiente, terminé mi entrenamiento con Mikoto y me fui a las duchas, a veces ella me acompañaba, no obstante, esa vez se quedó a entrenar a unos chicos que acababan de llegar al campamento. Como era costumbre, dejé mis cosas en uno de los casilleros del vestuario y le puse candado, digo, no es que nadie quisiera robarme la playera del campamento que todos teníamos o un jeans más desgastado que nada, pero sí que guardaba ahí un par de cosas que valoraba y estas solían darle curiosidad a algunos campistas.


Ya me había tocado la mala suerte de quedarme sin agua caliente, razón más que suficiente para procurar no perder el tiempo. Me duché a la velocidad de la luz, o al menos lo más rápido que podía permitírmelo teniendo el cabello largo.


Al salir de las regaderas oí algo que para mí se escuchaba claramente como un casillero siendo forzado. Con el ceño fruncido, caminé a los vestidores.


En efecto, alguien había forzado mi casillero, y ese alguien era Nao.


Le atrapé con las manos en la masa sin que se diera cuenta. Tenía puesta mi muñequera, mal puesta por cierto, y por los movimientos que hacía, intentaba activarle. A decir verdad, más que molestarme, me pareció divertido, porque sólo unas horas antes le había dicho juguetes a mis pertenencias, e irónicamente, en ese preciso momento parecía que ella jugaba. Le dejé seguir intentando, segura de que no lo lograría, así, le observé hasta que me aburrí.


-Sólo yo puedo desplegarle-. Mi voz le asustó, lo supe porque pegó un brinco. -Ni de broma podrás activarle-. Caminé a mi casillero para sacar mi ropa. -De hecho-. Quizá le dejó choqueada el que yo estuviera tan tranquila. -Ni siquiera podrás quitártela-.


-¿Qué?-. Dijo totalmente confundida. Reaccionaba bastante lento. Creó que le maté un par te sus pocas neuronas.


-"Cristal Plateado", ciérrate-. Mi muñequera comenzó a reducir su tamaño, con la muñeca de Nao aún en medio.


-¿¡Qué mierda!?-. Gritó, intentando quitársela.


Tranquila, me puse mi ropa, ahí, frente a una aún más impactada Nao. No sé que tanto me veía, yo no tenía nada que ella no, si es que en verdad la hija de puta era una mujer. -Yo que tú voy pidiendo disculpas-. Sonreí. -Al menos que tu mano derecha sea muy flexible-.


Quiso soltarme un puñetazo, pero se detuvo a medias, ya que mi muñequera volvió a encogerse. -¿Y bien?-. Me crucé de brazos.


-¡Vete a la mierda, tuerquitas!-. No era tan mala como para dañarle la mano permanentemente, sin embargo, me tentaba mucho la idea de romperle la muñeca, en venganza por mi nariz rota.


-"Cristal Plateado"…-.


-No te atrevas…-.


-¿Me estás retando, Nao?-. Yo tenía el poder, ella lo sabía, eso le hacía odiarme todavía más.


Vi su rostro enrojecer de rabia. -Le diré a Yamada sobre tu truco de mierda-.


-Anda, ve y dile que quisiste robarme-. Sabía que yo llevaba las de ganar mientras no le rompiera nada.


-¡Quítame esta cosa!-. Vociferó rabiosa, tras sentir que volvió a encogerse.


-Con gusto, cuando pidas perdón por tomarle-. Necesitaría desinfectarle cuando le tuviera de regreso.


-Kuga…-. Ahí comprobé que en verdad sus ojos podían verse como pequeñas llamas, efecto secundario de ser la descendencia de Ares. A Mikoto se le veía más genial, por mucho.


-¿Sabes? Tengo un comando que podría congelarte el brazo-. Eso no era cierto, ni de cerca, pero ella no tenía modo de saberlo. -Es un buen momento para probarlo. "Cristal Plateado", Frío-. Eso no era más que una medida de enfriamiento que implemente porque a veces los mecanismos se sobrecalentaban, sin embargo ella no lo sabía, y su rostro reflejó pánico autentico al creer que mi espada era un arma capaz de traer la Antártida al campamento.


-¡Maldición!-. Seguía roja de rabia y la vena de su cuello resaltaba bastante. -Tú ganas, joder-.


-Te escuchó-.


-Lo siento-. Masculló entre dientes.


-¿Ves que no era tan difícil?-. Dije con una gran sonrisa.




La satisfacción provocada por haberle sacado una disculpa a Nao me duró poco. Mi dicha fue reemplazada por preocupación. ¿Por qué? Porque la llamada diaria de Shizuru no llegó, lo sé, un día no era nada, el problema era que fueron tres días seguidos. Me debatía entre llamarle o no, pensaba que tal vez estaba muy ocupada, o que quizá no tenía ganas de hablar conmigo.


-Quizá…-. Estaba sentada en la orilla del lago, con un dracma en la mano. -Quizá…-. Lo giraba entre mis dedos. -Shizuru….-. Miraba al agua sin mirarla realmente. -¿Debería llamar?-.


Entonces sucedió.


Apareció la tan ansiada llamada.


-¡Natsuki!-. Habría sido un alivio ver su rostro, de no ser por el detalle de que se veía muy agitada. Algo no estaba bien. -¡Natsuki!-.


-Shizuru, ¿Qué sucede?-. Intenté mantener la calma, no obstante, su pánico era contagioso.


-¡Necesito ayuda!-. La imagen se distorsionaba. -¿¡Natsuki!?-. Y creo que ella no podía escucharme.


-¡Shizuru, estoy aquí!-. Grité, comprobando por las malas que no podía oírme.


-¡Algo… algo me está siguiendo!-. No entendía bien, las palabras también se distorsionaban. -¡Por favor, ven!-. Ahí la llamada se cortó definitivamente.


Traté de volver a contactarle, sin éxito.


Y golpeé el agua, enojada, frustrada.


-Mierda-.


Eché a correr de regreso a la cabaña. Entré azotando la puerta y como resultado asusté a Alyssa. -¿Natsuki? ¿Estás bien?-. Preguntó preocupada. No le contesté, estaba muy ocupada imaginando decenas de ideas caóticas mientras metía cosas en una mochila.


-Volveré pronto-. Dije sin creérmelo ni yo, en el fondo sabía que tardaría más de la cuenta.


-¿A dónde vas?-.


-No lo sé-. Mentí, sí que lo sabía. Iba a casa de Shizuru, era lo único que se me ocurría para comenzar a buscarla.


Salí volviendo a azotar la puerta.


Antes de ir a la entrada del campamento hice otra parada, en la cabaña Hermes. Toqué la puerta como desquiciada hasta que alguien me abrió. -¿Kuga?-. Empujé al chico y entré al lugar.


-Wow, wow Kuga, ¿Qué te pasa, chica?-. Midori me miraba entre asombrada y confundida. -¿Mis chicos volvieron a jugarte una broma o algo?-. Quizá pensó que estaba molesta.


-Necesito que cuides a Alyssa-.


-¿Eh? Sí, sí, por supuesto. ¿Pero a dónde…-. No le dejé terminar. Salí de la cabaña como alma que se llevaba el Tártaros.


Técnicamente tenía prohibido salir del campamento sin avisar, tendría que haberle pedido permiso a Yamada, pero tenía la cabeza hecha un caos, más de lo normal, y el pensar en que Shizuru necesitaba mi ayuda despertaba mi parte más temeraria.


No tenía ni puta idea de lo que podría encontrarme allá afuera. Y me importaba un carajo con tal de ponerla a salvo.


Claro está, en esos momentos no pensé sobre un hecho crucial: Para salvarle debía evitar morirme en el proceso.


Tuve que aprender ese tipo de cosas en el camino.


-¿Vas a algún lado?-. Me encontré a Mikoto en la entrada, un suceso que no era casualidad.


-¿Me dirás que no lo haga?-. Alcé una ceja, dentro de nuestras impulsividades, ella era un poco más prudente, creo.


-Lo haría, pero es obvio que no me harías caso-. Entonces noté que ella también cargaba una mochila y su espada. -Así que iré contigo-. Me sonrió.


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