Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Cada noche contigo por Korosensei86

[Reviews - 53]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Pau y Soo Jin vuelven a encontrarse en sueños, después del día que llevan separados y echándose de menos... ¡Saltarán chispas! 

El ligero tacto de sus labios sobre mi mano se va evaporando suavemente como el aleteo de un insecto. Mientras, sus iris de un imponente color miel verdusco, cambiantes bajo la luz que se filtra entre las hojas cual calidoscopios, siguen clavados en los míos. Cual fiel can, aguarda una respuesta. Pero yo sigo demasiado confuso, tras acabar justo de despertar a este mundo.

—Perdona, ¿qué?

Su reacción es adorable. Sacude algo confuso su atolondrada cabellera, y su sonrisa se retuerce de incomodidad. Gira su perfecto y escultural rostro, arrugado con una mueca avergonzada y me mira de soslayo, mientras juguetea nervioso con algunos bucles.

—Ya, bueno.. —balbucea ansioso—. Es que como el otro día fui un poco.. brusco... pensé que a lo mejor podría resarcirme.... y no sé... Era por si querías hacer algo en concreto. Yooo, es que quiero que estés a gusto. ¿Sabes?

No puedo evitar morderme el labio. ¿Cómo no me di cuenta antes de que era tan tierno? Pobrecito, ¿de verdad estaba tan preocupado por mi? ¿Le importaba mi opinión? ¿ Mi bienestar? Es tan torpemente caballeroso que resulta lindo. Entonces me percato de ello, de la poderosa arma que tan descuidadamente ha dispuesto ante mi en una bandeja de plata. Sí, no es más que un perro tonto, con ganas de mimos y juegos, y yo no puedo evitar encariñarme con él. La tentación de domarle es demasiado fuerte. Ahora, me permitiré ser travieso. ¿Qué tiene de malo? ¡Es mi sueño!

Me gusta más porque es malo
En el fondo lo sabes
No podemos parar ahora (no puedes parar)
Sé más sincero

Suelto una risita discreta, acallada apenas por un par de dedos fugaces sobre mi boca, al mismo tiempo que estudio su expresión desorientada. Aprovecho los segundos que esta me brinda, para incorporarme y acercarme a él. Acaricio juguetonamente su barbilla con la punta de mis dedos.

—¡Vaya! ¡Gracias! —le respondo con mi mejor sonrisa— Es muy amable por tu parte.

Me deleito en observar como su mirada se turba en un furioso sonrojo que da al traste con esa imagen madura y controlada con la que intentaba engatusarme. Está tan adorable con su gran bocaza entreabierta, como si hubiera olvidado como cerrarla, que tengo ganas de echarme a reír una vez más, pero solo acaba de empezar.

—Aunque, siendo sinceros, a mí me gustó mucho la brusquedad de la voz anterior.

He aderezado mi voz con toda la miel que he podido encontrar. No miento, recordar sus fuertes brazos, subyugándome solo acrecenta mi latente y perverso humor. Observo cómo traga saliva ruidosamente, como la gran nuez de su duro cuello se mueve para dejar pasar el líquido. Me acerco un poco más, estoy casi en su regazo.

—¿Tiene que ser sobre posturas o puede ser cualquier cosa? —preguntó dulcemente a su oído.

—Lo que tú quieras... —concede él con un lío en la voz.

—¡Muy bien! —dictamino enérgico, haciendo la v con la mano derecha—. Tengo varias peticiones.

—¿Ah sí? —parpadea él.

—¡Sí! —me reafirmo—. Lo primero que quiero es saber tu nombre. Es muy injusto que yo te dijera mi nombre y tú nunca te presentaras. Se podría pensar que es una falta de respeto por tu parte...

Sus ojos empiezan a brillar como si emitieran una señal de socorro.

—Emmm ¡Pau! —exclama él nervioso— ¡Me llamo Pau! ¡Pau Núñez Riquer!

No puedo evitar arrugar la nariz. ¿Po? ¿En serio se llama así? Parece el nombre de un bebé panda.

—Es como Paul en inglés... —aclara él al notar mi confusión.

—¡Qué nombre tan largo y raro! —comento yo, sin poder reprimir mi impertinencia.

—¡Claro! —se ofende él con un mohín infantil—. Como Li Sou Yin es tan fácil de recordar...

—Es Lee Soo Jin —le corrijo yo, aguantando las convulsiones de una carcajada aun por nacer.

—Pues lo que he dicho —insiste él irritado—. Le Sau Yin.

Pobrecito, igual he sido demasiado cruel con él. Tendré que controlar mi dosis justa de maldad, no quiero que se canse de mi. Solo tenemos que jugar un poco.

—No pasa nada —le tranquilizo yo, acariciando su torneado rostro con mis manos—. Mis amigos me llaman Jin.

Un sonrisa orgullosa se abre por su rostro como un vergel bajo la nieve.

—Vale Yin, tú llámame Pau.

Suspiro. Bueno, no pasa nada. Supongo que algún día aprenderá a pronunciarlo, con un poco de paciencia. Vuelvo a mis peticiones.

—La segunda cosa que quiero es verte de pie —le ordeno.

—¿Que me levante? ¿Eso es todo? —me mira él extrañado.

—No he terminado con mis peticiones —le explico condescendiente con una sonrisa ácida picándome en las comisuras de los labios—. Pero sí, por ahora eso es todo.

Este chico, Pau, sin dejarse amedrentar por mi pose caprichosa y dictatorial, me regala una mirada llena de límpida luz. Su sonrisa es la más sincera y pura que le he visto a nadie en toda mi vida. Es como ver tu reflejo en un lago límpido y virgen.

—¿Te importa ponerte de pie tú también? —me pide con una delicadeza que desciende hasta casi el susurro—. Ahora que lo dices yo también tengo un poco de curiosidad por verte de cuerpo entero.

Y su delicadez es tal que simplemente no puedo negarme. Por un segundo, la incandescente luz que desprende parece querer cegarme.

—De acuerdo —musito.

Y de pronto, vuelve a esgrimir un nuevo gesto inesperadamente tierno y sincero: me ofrece su mano para ayudarme. Yo se la acepto mientras paseo la mirada por el suelo. No quiero que vea como algo tan simple me derrite. Nunca en mi vida, otro chico me había tratado con tanta consideración y galantería. No seas tanto, Soo Jin. No te dejes llevar. Tu puedes controlar la situación. Es tu sueño, ¿recuerdas?

Por fin, nos quedamos de pie, de frente el uno al otro. Él me escudriña con sus ojos que ahora parecen casi dorados, como si para él fuera un extraño descubrimiento, un hallazgo que no consigue entender. Finalmente, me ofrece otra deslumbrante sonrisa. Tal y como imaginaba, es algo más alto que yo. Su cabeza queda a la distancia de un cuello de la mía, pero su pecho parece el doble de grueso que el mío. La diferencia de constitución es tal, que me siento apesadumbrado por ella, como si me hallara delante de un titán de la virilidad. Pero no voy a ceder, voy a encadenar a este sensual y amable gigante con mis encantos.

—Mírate —dice con voz almibarada, para acto seguido, seguir con su dedos la línea de mi flequillo.

—No puedo —gruño, intentando evitar el contacto visual—. No tengo ningún espejo, ¿sabes?

Él ríe, ignorando mi torpe desplante. Tengo que espabilar, si quiero que no note hasta qué punto lo que dice y hace me afecta.

—Vaya, eres más bajito de lo que me esperaba —señala él. Poco después pasa sus manos enormes y temblorosas, casi temerosas por mis caderas. La electricidad estática que despierta me deja en estado de shock—. Y eso que tienes unas piernas tan laaaaaaargas y bonitas. Me tenías engañado, je.

—No soy tan bajito —protesto—. Mido 1'75m. De todas formas, siento haberte decepcionado.

Él reacciona como un muelle. Sus manos se anclan con más fuerza en mi cuerpo.

—¿Decepcionarme? ¿Qué dices? ¡Pero si eres una monada! Y tus piernas... ¡Son preciosas! Son bonitas, torneadas, pero largas y flexibles. Y muy, muy fuertes. Aún recuerdo con qué ganas me rodeabas con ellas, je —comenta con una risilla algo babosa.

Seguramente sin darse cuenta, sus manos se han escurrido hasta la base de mi espalda. Mi trasero está peligrosamente cerca, y yo me estremezco solo de pensarlo. En un intento de ocultar mi turbación miro hacia abajo, pero allí está... esa cosa enorme, dura y poderosa que apunta hacia mi. Levanto la cabeza como poseído por un espasmo. Es verdad, estamos desnudos. Siempre lo hemos estado. ¿Por qué solo ahora me resulta tan incómodo?

—¿Haces algún deporte? —pregunta él, inocentemente ajeno a todo—. Porque las tienes muy tonificadas.

—Ejem —toso—. Te importaría soltarme un momento, por favor— le exijo.

Noto como el calor empieza a emanar de su cara, colorada. Aparta sus manos de mi cuerpo como si de pronto se hubiera dado cuenta de que ardía.

—Perdona —murmura él.

—No pasa nada —casi vomito yo, enfadado con mi propia vergüenza.

Entonces, le miro de soslayo y me percato de que él también está avergonzado, atusándose el pelo nervioso, con esa dolorosa erección apuntando al vacío desde su pubis. Dios, debe de dolerle.


Suspiro, enternecido. A este paso, va a pensar que todo lo hace mal y que le odio. Necesito que se de cuenta de que él también me gusta, aunque no demasiado. Me acerco un poco más él, perdiéndome en la inmensidad de su pecho. Le acaricio sus rocosas mejillas, que se atemperan ígneas tras el paso de mis dedos.

—¿Hay algo más que quieras hacer? —me pregunta él tímido, expectante.

Es como un perrito regañado que baja la cabeza y te mira con esos ojos tan brillantes, tan dulce, tan , tan, dulce que siento mi corazón hincharse de manera alarmante. ¿Lo hace a propósito? Paso la punta de los dedos por su labios. Al igual que en mis recuerdos siguen siendo cálidos y suaves. Los echo de menos.

—Un beso —le pido casi sin poder respirar de la anticipación—. Quiero un beso.

—Muy bien —contesta él, risueño—. Sus deseos son órdenes para mi.

No te están castigando
Ven aquí, tú eres mi paraíso
No cierres los ojos
No cierres los ojos
Puede que te cueste pero eso ya no importa
(no me rechaces)
Tan solo cierra los ojos y escucha con atención.

Sus brazos se ciernen sobre mi, como las garras de un ave raptor sobre su presa. El repentino contacto con su piel me hace volver a respirar. Boqueo como un niño recién nacido que absorbe su primera ráfaga de oxígeno. Él aprovecha la total abertura de mi boca para entrar de improviso en mi. Jadeo ante la invasión, mientras mi mente se ve saturada por un maremoto de sensaciones.

Su lengua se ha entrelazado salvajemente con la mía, como si encajaran perfectamente, como si fueran dos piezas de orfebrería especialmente diseñadas para engarzarse la una con la otra. Entonces, él empieza a moverse, profundizando su incursión, salpicando mis encías con esa electrificante combinación de acidez y dulzor: es como si una cereza explotara entre mis dientes. Casi sin ser consciente de mis actos, mis brazos terminan entrelazados tras su cuello taurino. Como si quisiera fundirme en él, en esta perfecta emoción que nos comunica, me abrazo a él, de tal modo que a penas se pueda distinguir donde empiezo yo o dónde empieza él. Pero mi pecho empieza a doler, implorando más oxígeno y me veo obligado a retirarlo solo un instante. Exhalo e inhalo, y con un hambre que jamás nada más me había hecho sentir, tomo su caótica cabeza entre mis manos para poder devorarlo con tranquilidad. Ahora es él, el que gime, con sus tintineantes ojos entrecerrados. Le lamo los labios golosamente y degusto su lengua despacio pero sin escatimar en ansiedad, como quien pasa un caramelo por los carrillos. Al final, nuestras lenguas se rozan la una con la otra al separarse y terminamos mirándonos jadeantes, ahogados, no sé si por la falta de aire o en nuestro propio placer. Todo mi cuerpo arde, pero ya no siento miedo a exponerme, pues aquella traviesa extremidad suya, pulsa incansable contra mi muslo.

—Wow —exclama él pletórico, con chispas en los ojos.

—Ha estado muy bien —admito, mientras acaricio sus bíceps con mis curiosas manos—. Has cumplido tu palabra. Dime, ¿querrías algo a cambio de haber sido tan obediente?

Sin poder reprimirlas, mis caderas empiezan a bailar lentamente siguiendo aquel pulso cárnico sobre mi piel. Dios, me muero por volver a tenerla dentro de mí. Una sombra lúbrica embarga su mirada, al mismo tiempo que su boca se tuerce desagradablemente. Vuelve a atusarse el pelo nervioso.

—Bueno —comienza a hablar con un tono blando que le atonta—. Ahora que lo dices, hay algo que llevo pensando en pedirte desde la última vez.

—Te escucho —le susurro mientras me aferro a su pecho, esperanzado.

Dime que la quieres dentro de mí.

—Me gustaría que me hicieras una mamada —escupe por fin.

El golpe impacta contra mis pulmones, paralizándolos. La voz burlona de Jung-sunbae zumba en mis oídos, como centenares de furiosas abejas. Mi estómago y mi garganta se cierran herméticamente, posiblemente para frenar el oleaje descontrolado de vómito que amenaza por embargarme. El suelo se abre bajo mis pies, y yo soy una mera brizna de hierba que impotente no puede si no verse tragada por la inmensidad.

—Es que tienes una boquita tan pequeñita y mona que seguro que lo haces genial —continua él ajeno a mi tormento.

—¡NO! —rujo yo.

—¿Qué? —parpadea él, confundido.

—HE DICHO QUE NO —.repito apretando mis puños, como si aquel inútil gesto me hiciera ganar algo de la fuerza perdida.

—¿Estás bien? —pregunta él temeroso— Estás temblando.

Entonces, alarga su brazo para tocarme el hombro y yo me aparto inconscientemente.

—Ey —susurra él, acariciándome la cabeza—, Lo siento. Si no quieres, no quieres. Tranquilo.

El cariño irrefutable y profundo que emana de sus manos consigue que me vuelva a relajar casi al instante. Respiro profundamente, dejando que la tensión abandone poco a poco mi cuerpo. Se me había olvidado que con él estoy a salvo. Y ahora, por mi culpa, está preocupado. Debo tener cuidado. No quiero que él vea esta partes bochornosas de mi.

—No haremos nada que tú no quieras, ¿vale, precioso? —promete antes de besarnos delicadamente la frente—. Te lo garantizo.

—No es culpa tuya... Yo... —murmuro.

—Chis —me acalla él-, No te preocupes. Yo quiero que estés bien. Ahora, precioso, ¿hay algo más que pueda hacer por ti? Porque me muero por abrazarte...

Termino sonriendo, mientras me mece entre mis brazos. ¿Por qué alguien a quién a penas conozco ha decidido tratarme tan bien? ¿En serio me merezco todo esto? Una parte de mi mente quiere atesorar esa posibilidad. Sigo respirando hondo, mientras vuelvo al plan inicial. Me doy la vuelta de manera que mi trasero y mi espalda quedan justo delante de su pecho y su entrepierna. Me rozo contra él discreta pero impunemente, como un gato callejero pidiendo comida.

—Sabes... —ronroneo— Creo que ya te lo he dicho, pero me encantó la vez anterior, cuando lo hicimos por detrás.

—¿Ah sí? —tiembla él, al tiempo que paso mi mano por su nuca.

—Sí —insisto yo—. Fue brutal, muy, muy satisfactorio. ¿Qué me dices? ¿Quieres repetir? Puedes ser un poco malo si quieres.

Sigue el sonido de la flauta, sigue esta canción
Puede que sea un poco peligroso pero soy muy dulce
Estoy aquí para salvarte, estoy aquí para arruinarte
Tú me has llamado, mira qué dulce
Sigue el sonido de la flauta

Y antes de que pueda responder, me giro para guiñarle el ojo. Su voz se le descontrola de pura excitación cuando me responde.

—Ya te lo he dicho. Tus deseos son órdenes para mí. Joder, sí lo son.

Te estoy controlando
Te estoy controlando
Sabes que esto empieza
desde el momento en que oyes el sonido

Estando así, detrás suyo, aprovecho que estoy girado para lamerle los labios, y el me sigue al instante, tomando el paso inicial en esta danza conjunta. Él vuelve a posar sus manos en mis caderas, como si temiera que me fuera a escapar de su red en cualquier momento.

Súbitamente, pretendiendo instintivamente marcarme como suyo, sus labios se separan de los míos para aterrizar sobre mi nuca. Mi piel recibe cada roce como una bendición, y gimoteo de placer cuando este va descendiendo por mi hombro y mi omóplato izquierdos. El mordisco me toma por completa sorpresa, pero lejos de dolerme, hay algo en ese intercambio de sangre y saliva que terminar de adormecer mi conciencia. Mientras tanto, su enormes manos recorren mi pecho.

Primero lo hacen en círculos aleatorios, para igual ir tornándose cada vez más meticulosas y certeras. De pronto, mis pezones, aquella parte tan prescindible y olvidada de mi ser, se vuelven poderosas y sensitivas antenas, atentas a cada uno de sus ademanes.

Entonces, él vuelve a tocarlos, generando toda una serie de ráfagas que sacuden mi espalda y me fuerza a retorcerme con un pez fuera del agua. De esta forma, su ardiente virilidad acaba por colarse entre mis nalgas, inflamándomelas. A estas alturas, no la quiero, la necesito en mi interior, y empiezo a buscarla sin ningún pudor. Al mismo tiempo, él olisquea mi cabello, para después mordisquearme la oreja derecha, interna la mano libre entre mis muslos. Las cosquillas y la proximidad a mi dureza me enloquecen. Tanto es así, que mi cuerpo cede ante el hechizo henchido de sus manos, curvándose y postrándome ante él.

—Dios mío —exclama él casi sin aire—. ¡Qué vista tan espectacular!

—¿Có-cómo dices? —pregunto yo, conmocionado y presa de mi propio deseo.

—Tu espalda —comenta él, pasando sus dedos por mi columna vertebral, despertando a su paso un ejército de escalofríos dormidos.- ¡Es tan blanca y hermosa! Me recuerda a las montañas nevadas a las que voy a esquiar con mi madre.

Una vez más, noto un magma de sonrojo aflorar en mis mejillas. Por su parte, mi hendidura adolece de soledad. Pero él, no sólo no para si no que ahora empieza a masajearme el trasero, como un niño que descubre un juguete nuevo.

—Y mira esta pasada de “melocotones”. ¡Son tan suaves y duros al mismo tiempo! No puedo evitar tocarlos, es como si fueran imanes para mis manos —canturrea mientras los pellizca.

¿Las ha llamado melocotones? ¿En serio? Le daría una coz, si no estuviera muriendo de ganas por que me haga suyo.

—Date prisa —imploro cada vez más pudoroso.

—Veamos si son tan deliciosos como parecen —anuncia mientras los masajes pícaramente.

Entonces, antes de poder imaginar lo que venía a continuación, noto una extensión de carne, cálida, rugosa y lubricada empujar mi entrada. El estremecimiento recorre todo mi cuerpo como una terremoto.

—¡Para! —exijo—. ¡No hagas eso! ¡Es repugnante!

—No, precioso —me corrige con regocijo—. Nada que sea tuyo puede ser repugnante.

Ajeno a mi incomodidad, paladea mi agujero varias veces más, mientras mis músculos se contraen y se relajan en un oleaje de placenteros espasmos. Solo me da algo de tregua en los segundos que tarda en incorporarse para introducir el primer dedo dentro de mi palpitante interior.

—Mira lo sonrojado y adorable que estás ¿Cómo puedes ser tan hermoso? —se regocija él con esa voz untuosa que amenaza con cubrirme y ahogarme— No he visto a nadie como tú en todo mi vida.

—Cállate —ordeno—. Es vergonzoso.

—Es que no puedo evitarlo —se excusa él—. Eres tan espectacular que siento que tengo que gritarlo a los cuatro vientos. ¡Jin, eres precioso!

—¡Date prisa y haz lo que tengas que hacer! —rujo yo impaciente.

Pero ese chico, lejos de disculparse, opta por reír.

—Vaya —observa él— Eres un poquito borde, ¿no?

Inmediatamente después, y sin dejarme la oportunidad de protestar, se coloca justo en mi oído para susurrarme y terminar de engullirme con el abrazo de su potente y masculina voz.

—Pero así me gustas más, ¿sabes?

Entonces, una espada ardiente y punzante se abre paso en mis entrañas, quemándolas, arrasándolas, y yo me petrifico en ese extraña marea de dolor y placer entremezclados.

Sí, puede que sea un poco peligroso
Como un chico que te conduce con una flauta
Me pones a prueba
Me meto en ti conscientemente como
el fruto del árbol de la sabiduría

—¡Argh! —exclama él—. Estás apretadísimo.

—¿De quién es la culpa? —le increpo— ¡Esto pasa por no avisar y jugar sucio!

—¡Oh! —se burla él— ¡Creía que te gustaba que fuera un poco malo!

Y acto seguido, una cachetada, violenta pero igualmente erótica, totalmente descarada, impacta contra mis indefensas nalgas. El calor emana de ella hasta el resto de mis erizadas células. Mi boca se abre en un sonoro gorjeo.

—¡Serás...! —intento rebelarme, antes de que él me sacuda con todo lo que tiene y yo ceda ante él. Ahí está de nuevo, esa sensación de sentirse colmado, completado cuando no te sabías incompleto, de una forma tan rotunda y pavorosa que no podías ni sospechar. Me inunda con cada nueva riada, cíclica e inexorable—. ¡Dios, es tan grande! ¡No puedo..! —jadeo.

De pronto, me siento desconectado de aquel prodigioso vaivén, como si me hubieran desconectado, y es que él se ha parado en seco.

—¿Ah, sí? —ríe él bobalicón— ¿Es muy grande? Je, je ¿Te gusta?

Se me escapa un bufido de exasperación. ¿En serio necesita tanta aprobación? Me incorporo y me giro para golpearle en la frente.

—Céntrate en lo que estás haciendo —le riño.

-¡Aysh! ¡Sí, perdona! Je, je. Lo siento. ¡Culpa mía!

Poco después, él retoma su ritmo frenético y yo me divierto, ofreciendo solo un poco de resistencia. Él brama de placer, cuando nuestro cuerpos entran en fricción. Quizá en un intento por subir la apuesta, de pronto, sus dedos se ciñen a mis muslos interiores y me atraen hacia él. Caigo sobre su regazo, empalándome sobre él.

Un latigazo de placer fustiga mi espalda. Durante un segundo lo veo todo blanco. Los sentidos se me atolondran, con demasiadas percepciones en cola como para ser procesadas de una vez. Y cuando siento que vuelvo a mi ser, él me remata con un tierno beso en mi nuca.

—Tranquilo —me pide con la voz entrecortada— Tranquilo. No me aprietes tan fuerte, o vas a hacer que me corra.

Esa misma palabra sirve de disparador para mi mente.

Mi flauta hace que todo despierte
Su sonido hace que te preocupes más
Reacciones porque estás sumergida en él
Toco la flauta sin parar
Soy tu placer inconfesable
Jamás saldrás de esta
Jamás

—¡Más!

Empiezo a mover mis caderas sobre él, frenéticamente, como si me hubiera vuelto adicto a aquella maldita danza en que nos hemos enredado y pretendiera continuarla aunque sea yo él único. Utilizo mis rodillas y mis muslos para levantarme y deslizarme sobre él. Él bufa, aúlla, ruega.

—¡Más! —comando yo—. ¡Oh, Dios! ¡No pares ahora! ¡Me gusta mucho!

Sí, soy un poco peligroso
Yo tampoco puedo controlarlo
No te preocupes, mis manos son cálidas solo para ti

Y él, toma de nuevo mis muslos, ajustándose a mi ritmo, mientras me mordisquea y besa el cuello, palpándolos con sus pulgares curiosos. De pronto, deja una mano libre para asirse a mi torturada extensión, proyectando una rabiosa descarga eléctrica sólo con rozara, hasta tal punto llega mi excitación.

—Quería durar más tiempo —se explica—, pero eres demasiado sexy. Perdóname, pero tenemos que darnos prisa.

Si te arruino,
¿me perdonarás?
Porque no puedo vivir sin ti
Porque sé que te estoy controlando
Te estoy controlando

Así, empieza a arremeter contra mí, sin piedad alguna, haciendo reverberar cada una de mis cuerdas internas, tocando todo lo que sea pueda tocar en mi, elevándome a unas alturas que sólo él me descubre. Mi razón explosiona en mil pedazos, y como si él quisiera apagar el fuego que el ha contribuido a alimentar, riega mi interior con su tórrida esencia.

 

Asentados entre las sólidas raíces del árbol que nos ampara, terminamos por yacer él uno apoyado en el otro, contando con nuestros histéricos cuerpos como único colchón, agotados pero sonrientes.

—Vaya —musita él.

—Lo sé —replico yo entre risas, colando mi cuerpo en el hueco entre su pecho y su axila. Mi piel todavía no se ha hecho a la idea de estar separada de la suya, necesito sentirlo cerca de mi.

—Ha estado genial —insiste él.

—Lo sé —repito, aunque yo mismo sigo sin terminar de entender todo por lo que acabamos de pasar—. Gracias por lo de hoy. Lo necesitaba.

—¡Tú eres genial!— barrunta él en otro de sus graciosos ataques de entusiasmo desmedido, mi gran perrazo bobo, obediente y fiel.

—¡Tonto! —río.

—No, en serio —reitera—. Eres una pasada. Eres precioso, dulce y muy, muy sexy.

—Y tú eres un bocazas demasiado guapo—. le interrumpo tras besarle la nariz y la mejilla.

Por su parte, la brisa que sacude sibilante las hojas del árbol

—Oye —dice él de improviso—. ¡Todavía estás aquí!

—No me digas —me burlo tiernamente de él, sin parar de masajearle el cuero cabelludo.

—Podríamos ir a por la segunda ronda —propone él con chispas esmeraldinas en los ojos.

—¡Por favor! ¿Nunca te cansas?— me quejo falsamente.

—¿No quieres? —se lamenta él, con ese tono de perrito triste que tanto me atenaza el corazón.

Es un chico desconcertantemente inocente, ¿no? ¿Es que no ha notado la ironía en mi tono? Definitivamente, hay algo infantil en él, y eso le aporta una ternura que, en contraste con su aspecto adulto y desarrollado, se me hace muy excitante.

—¡Claro que quiero, tontito! —afirmo, al tiempo que aspiro el sensual y viril aroma que él rezuma—. Déjame, sólo un segundo para descansar...

Pero, no puedo ni terminar la frase, porque en ese preciso momento, mis células empiezan a burbujear, como si me hubiera convertido en sopa hirviendo.

—¡Jin! —intenta retenerme él— ¡Espera, no te vayas! ¡Por favor!

¿Estoy empezando a desvanecerme otra vez? Puede que sea así, porque de pronto me siento ligero... y en caída libre. Así, conforme la molesta llamada del despertador se va haciendo más y más clara, recuerdo que no sufriré daño: sólo caeré sobre mi cama.

Lentamente, comienzo a sentir este cuerpo real mío. Voy a tensando torpemente los músculos del brazo, con el único fin de estampar el maldito cacharro cantarín contra la pared. Una vez, silenciado el maldito trasto que me ha privado de otro encuentro cósmico, intento girarme perezosamente sobre mí mismo, en una especia de prórroga que me concede hasta que mis sentidos regresen nuevamente a su funcionalidad. Entonces, una sensación de irritación desciende por mis muslos. Es algo pegajoso, irritante y molesto, que va brotando de mi. Un momento... ¿hay semen en mi interior? Ante semejante conclusión, solo una exótica palabra escapa de mi boca, como si de un temido tabú se tratara.

—¿Pau...?

Notas finales:

Bueno, he vuelto a la carga esta semana, aunque no estoy segura de si para bien. Espero no haberles estropeado el hard... 

 

En cuanto a la canción "Pied piper", sé que es una canción muy querida para las armys porque BTS se la dedicó a ellas. Aún así, me gusta mucho la sensación de seducción y manipulación que emana de ella y por eso la cambié un poco para usarla con Soo Jin. Espero no haber ofendido a nadie...

 

La cosa todavía está empezando, poco a poco iré desarrollando la relación entre estos dos. Mientras tanto, les agradezco mucho las lecturas y el apoyo. 

 

Espero que estén muy bien y nos vemos en la próxima ocasión. 

¡Gracias por todo y un saludo! 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).