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Cada noche contigo por Korosensei86

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Notas del capitulo:

Soo Jin ya se ha despedido a esa fantasía llamada Pau, si bien su viaje por los sueños no termina todavía.  Aún queda una última revelación que le permitirá volver a tomar el control de su vida. 

Noto mis músculos destensarse, casi evaporarse como si yo no fuera más que un holograma de humo. Partes infinitas de mi conciencia se desmigan para viajar como dientes de león en una brisa primaveral, como una bandada de pájaros perfectamente coreografiada. El paisaje se tiñe de pétalos azules. Es el final. Ahora despertaré en mi cama y regresaré a mi vida tal y como la dejé al dormir. Puede que se trate de una realidad ajada y rota, imposible de reensamblar, como un espejo roto, pero es la única que conozco, la única que tengo. En mi vuelo de regreso, aún atesoro unos segundos la última imagen que conservo de Pau: su cara estropeada como un trapo demasiado usado brilla en el destello onírico satinada de llanto. Nunca pensé que nadie podría llorarme tan sinceramente. Me sonrío ante mi propia tenacidad: técnicamente nadie lo ha hecho. Pero no es tiempo para sentimentalismos, he tomado una decisión, así que dejo escapar este último recuerdo como una parte desgajada de mí que ya no necesito: un diente de león que se separa del resto y se pierde en el limbo de la memoria. Debería despertar pronto en mi cama. Es el final.

Pero no lo hago. El zumbido atronador de un yo descompuesto va desvaneciéndose poco a poco. Efectivamente, cuando abro los ojos solo quedo yo. Y una enorme oscuridad.


Pese a todo, no tengo miedo. No es una oscuridad amenazante, he aprendido a no tenerle miedo a los recovecos escondidos de mi mente. Fuerzo mi mirada interior para intentar ver y tengo paciencia con el dolor de aguantar dicha mirada. Poco a poco mi paciencia se ve recompensada, la imagen empieza a ajustarse como un proyector que alguien hubiera desenfocado por error. Mis pupilas se abren de par en par para poder absorber la imagen en su toda su intensidad, como una boca hambrienta al vacío. Hay una familiaridad aterradora en el rostro joven y femenino que se me presenta. Casi puedo redescubrir un trazado nostálgico en la línea curva de la barbilla, la misma que me responde cada vez que me atrevo a mirarme al espejo.

Las mejillas pomposas y aporcelanadas refulgen como pétalos de lirio, cubiertos de un colorete bien administrado, tirantes sobre la armoniosa estructura ósea de un rostro ovalado. Inmersa en ese valle de piel nevada, la nariz alargada en el nacimiento y finamente curva en su punta parece una leve duna, graciosa en su discreción. El anticuado gloss de sus labios pequeños y redondeados resulta lo más atrevido de ese rostro cuya belleza se ve achicada por el temor de resultar demasiado exhuberante. Una flor cuyo tallo parece haber sido guiado por la mano humana, ese rostro carece todavía de todas las arrugas que lo fueron cuarteando mientras crecía. Mi madre siempre fue una mujer hermosa.

Mi joven madre está sentada sobre la silla enguantada de blanco, naufraga involuntaria en un océano de lujo pulcro. Sola en la inmensidad, se agita nerviosa los pies sudados en los tortuosos zapatos de tacón, se achica en el amplio cuello de un vestido de señorita bien meticulosamente elegido. En el bolso, laten los amuletos que le han mandado por correo sus padres, mis abuelos, y el resto de la numerosa familia del pueblo, aquellos que yo jamás llegaré a conocer. Se muerde el labio con impaciencia, un hábito que ha intentado erradicar en mí, pero que se apodera de ella cuando cree que nadie la ve. No es para menos. Ella sabe que está en un momento importante, un episodio con el que lleva fantaseando toda la vida: el día que conozca a su futuro marido. Más tarde, cuando revisite este recuerdo con la lejanía de los años, como quien sostiene con ternura un vergonzoso souvenir de recuerdos veraniegos, será consciente de que si bien este instante tiene su peso en el resto de la historia no será tan determinante como le habían hecho imaginar. Pero ella todavía no lo sabe. Por eso, reprime su torbellino interior asentada en esa tela engalonada y densa de su vestidito malva que jamás le volveré a ver puesto, oculta su vulnerabilidad en el fondo de su espejito de mano. Solo un retoque más, una revisión de última hora más y todo perfecto. De pronto, el discreto crujido de una puerta abriéndose la sobrecoge como a un animalillo del bosque expuesto en un claro. Tensa su columna como si de un alambre sagrado se tratara. Su mirada se maquilla con una mezcla de candidez y firmeza que no hace más que esconder su miedo al ser juzgada, medida y expuesta. Mi madre en aquel salón suntuoso no es más que la carne de res más bella y mejor educada del mundo. Un grupo de mediana edad entran todos ataviados con trajes adecuados para la ocasión. Reconozco al hombre que destaca entre ellos, el que avanza el primero de todos. Tiene una redondez en la papada que resulta inconfundible: es el abuelo de Jung-sunbae. Es curioso como una cara o unos rasgos similares pueden resultar tan distintos en este señor y en su nieto como si la tintura del alma que los habita influyera en su belleza. Nunca esa sonrisa bobalicona y pagada de sí mismo que han heredado todos los Jung me resultó tan afable como cuando ese señor mira a mi madre.

—¡Señorita Choi Eun Mi! —la saluda eufórico y paternal— ¡Está usted bellísima! ¡Déjeme verla bien!

Mi madre esgrime una brillante y rectada sonrisa mientras se levanta para saludar y obsequiar con un delicada reverencia a los hombres que la reciben. Se coloca timidamente un mechón de pelo tras la oreja.

—Es usted muy amable, señor Presidente —le agradece ella con modestia.

—No lo creo, me temo que me he equivocado —ríe simpático el hombre maduro—. Usted no está bellísima, ES bellísima.

Mi madre se tapa la boca con recato, gesto que le sirve para ocultar su incomodidad.


—¡Señor Presidente! —se sonroja—. No merezco sus elogios.

—¡Claro que sí, querida! —vuelve a reír el poderoso empresario— ¡Pero no olvidemos para qué hemos venido hoy aquí! ¡Lee-ssi! ¿Dónde demonios está?

—Estoy aquí, señor.

Y mi padre aparece detrás de la puerta, como un conejillo pardo en el bosque de sillas blancas, el último de la procesión encabezada por el presidente. Lleva un enorme y profuso ramo de flores que empequeñece su figura desgarbada.

—¡Ah, Lee Min Hyung! ¡No seas tímido, hombre! ¡Ven que os presento! —le invita el presidente.

Mi padre obedece y avanza a trancas y barrancas por un pasillo que apenas puede ver, cargando el enorme y fastidioso ramo. Mientras mi madre lo ve esforzarse de tal manera por mantener las formas, no puede más que adivinar una cierta ternura subyacente en su torpeza. ¿Cómo podría ver más allá? No hay nada en esa mirada de herbívoro desvalido que preludie la contundente ira que afilará sus facciones con los años. Cuando por fin consigue alcanzar al resto de los presentes, el presidente hace los honores.

—Señorita Choi Eun Mi, este es Lee Min Hyung. Es un joven trabajador muy prometedor de la sección de finanzas. Señor Lee, esta es la señorita Choi Eun Mi de la que tanto le he hablado. Es mi mejor secretaria: una joven educada, trabajadora y, como usted mismo puede observar, toda una belleza.

Mi madre se apresura en cumplir el protocolo. Después de todo lleva toda una vida ensayando este momento. Se inclina con la gracia de una garza en una leve y elegante reverencia.

—Encantada de conocerle, señor Lee —saluda con voz de seda.

—En-encantado igualmente, señorita Choi —le responde mi padre en un carraspeo.

Me dan ganas de reír, no solo por descubrir que mi padre, el mismo que se comporta como si hubiera nacido con un manual de buenas formas tatuado en el cerebro fue en otro tiempo un jovencito tan azorado y superado por la situación que llegaba a conmover. Entiendo que soy un priviligiado: debo de ser el único en la historia de la humanidad que asiste al primer encuentro entre sus padres. Sin embargo, en cierto modo no así del todo, pues hace muchos años que esos jóvenes ya no son mis padres.

El presidente carraspea impaciente.

—Señor Lee, ¿no tenía usted algo que darle a la señorita Choi?

—¿Qué? —pregunta mi padre nervioso— ¡Ah, sí! —mi padre placa a mi madre con el asfixiante ramo— Esto es para usted.

Mi madre recoloca el ramo en su regazo en un intento de comerse algún pétalo por error.

—¡Son muy bonitas! —agradece mi madre— No tenía usted porqué molestarse...

—¡No tan bonitas como usted! —asegura mi padre con una contundencia fuera de lugar.

—En fin, en fin —comenta el presidente —Me parece que los viejos no somos más que una molestia aquí. Debemos dejar que los jóvenes se conozca. Venga, amigos, vamos a beber...

El presidente se lleva al resto de su corte con él, para dejar a mis padres a solas. No abandona la sala sin dedicarle una sonrisa paternal a la nueva pareja.

Eun Mi, la joven que luego será mi madre, no recuerda el resto de la velada, tan solo algunas preguntas de rigor sobre familia y estudios y observaciones de cortesía. Con el tiempo se da cuenta: Min Hyung no es un mal tipo. Es amable, considerado y correcto. No es excesivamente guapo , pero sí es lo suficientemente agradable como para que se le pueda encontrar atractivo. Y, aunque Min Hyung no se parece en nada al príncipe galante y protector que tantos cuentos y películas le prometieron de niña, en él hay un algo que le hace querer seguir a su lado, tal vez la conciencia latente de que sin ella para sostenerle de la mano, Min Hyung se tambalearía bajo el peso de su propia candidez.

Así que, Eun Mi aprende a valorar los pequeños encantos ocultos de Min Hyung, se acostumbra a los interludios de silencios introspectivos en las citas, sintiéndose acompañada desde lejos, memoriza sus temas de conversión favoritos abandonando poco a pocos los suyos, observa enternecida cómo esa sincera torpeza, esa ilusión desbaratada que en ocasiones le embarga, se solidifica poco a poco bajo el molde de una disciplinada entrega al trabajo. A veces se encuentra preguntándose: ¿Cuándo se volvió Min Hyung tan serio? ¿Cuándo dejó sonreír de soslayo como si temiese que alguien fuera a llamarle la atención por alegrarse sin permiso? Tal vez en aquellas semanas tan largas en las que ambos dormían en la misma cama sin encontrarse, en las que volvía a casa en unas horas en las que ella ya no podía esperarle despierta.

Pasan los meses, un sin fin de citas aburridas pero agradables, reconfortantes en su trazada previsibilidad se suceden, y de pronto Eun Mi se encuentra a sí misma vestida de blanco. Sentada a su lado en la habitación privada y vestida con un hanbok negro y púrpura en el que no ha reparado en gastos, a mi abuela se les escapan los lagrimones por las ajadas mejillas. Pero Eun Mi se siente tan ajena a la alegría de su madre, como su vestido de satén color marfil lo es a la cultura de su país. Lejos de vigilar la caída de su velo y el frígido y soberano equilibrio de su moño alto, en el espejo Eun Mi busca algún jirón perdido de sus sueños de infancia, la posibilidad de poder sentir alguna vez ese amor verdadero del que tanto le habían hablado, ese del que cantan las canciones de los doramas y que tan poco se parece a la simpatía cómplice que siente por Min Hyung.

Durante meses, casi años, Eun Mi se resignó. Después de todo, las niñas deben crecer y los cuentos de hadas solo sirven para convertirlas en esposas. No hay tiempo para las dudas, hay promesas que cumplir. Eun Mi ya no se permite tener deseos ni pensar en sí misma, menos aún con esta nueva vida, diminuta pero tenaz, abriéndose paso entre su carne.

No fue hasta más tarde cuando Eun Mi se dio cuenta de su error de interpretación. Siempre le dijeron que el amor verdadero, ese mazazo de sentimientos y locura que solo puede impactarte una vez en la vida, ese reguero de colorida acuarela en su mundo monocrome, llegaría de manos de un hombre. Lo que pasaba es que se había equivocado de hombre: era más que obvio que el soso Min Hyung nunca fue el indicado. Así, cuando después de las horas más largas, sangrientas y dolorosas de su vida, las enfermeras le depositaron aquella masita gritona en el regazo, Eun Mi supo al fin lo que era estar enamorada. Su vida se llenó de luz y lo llamó como a esa emoción que la había embargado de pronto al ver su carita de espejo arrugada: Soo Jin, el precioso y raro tesoro de Mamá.

Soo Jin tiene dos años. Arruga su naricita, ese insignificante pegotito en su cara y ríe mientras persigue mariposas en el parque. Seducido por su propia danza, Soo Jin se da la vuelta para buscar con la mirada el único ancla que le ha dado la vida. Entonces, la ve a ella, a su madre, y le sonríe con la devoción de que la que solo un niño de su edad es capaz. Su carita se abre como las mismas mariposas que intenta alcanzar sin lograrlo.

¡Eonma! —llama esforzándose por construir bien cada sílaba con su boquita de barro.

Sus patitas de pollito corretean hacia la falda de Eun Mi. Nadie se ha asido con tanta fuerza y desamparo a Eun Mi como lo hace Soo Jin. Es su niño y ella vive por él, en ese pequeño universo sonrosado que parece abarcarlos solo a ellos dos. Lo abraza como al dulce peluchito que es, y sin temor a miradas ruines, lo besa en sus rollizas mejillitas de melocotón.

Pero, entonces al atardecer su marido vuelve a casa del trabajo. Eun Mi se esfuerza por cocinar una cena nutritiva y reconfortante que Min Hyung engulle de forma robótica sin cambiar un ápice su sombría e ilegible expresión de besugo moribundo. En el salón, Soo Jin remolonea antes de irse a bañar. Está jugando con un camión de juguete al que hacer rodar por la alfombra mientras sus labios retumban imitando el sonido del motor. De pronto, ese niño al que apenas se ha dignado a saludar a su llegada se vuelve demasiado ruidoso. Su antes correcto y amable marido estalla y grita a su hijo para que se calle. El pequeño Soo Jin parpadea unos instantes antes de que su boca se contraiga en un puchero y potentes lágrimas saladas rueden por las colinitas de sus pómulos regordetes. Es demasiado pequeño para saber qué ha hecho mal, pero no lo suficiente como para pensar que en ese momento su padre no le quiere. Irritado, Min Hyung se dirige al baño sin agradecer la dedicación culinaria de su esposa ni molestarse en enfrentarse al disguto de su hijo. Eun Mi frunce el ceño preocupada. Es en estas pequeñas cosas en las que Min Hyung empieza a alejarse de ella. ¿Por qué ignora la belleza intrínseca de Soo Jin? ¿Cómo puede pasar al lado de un niño tan hermoso, verlo y no mirarlo? ¿Cómo puede no temblarle el corazón de dicha?

Por desgracia, las ideas de lo que Min Hyung considera un buen hijo, esas ideas extrañas que Eun Mi nunca supo de dónde diantres había sacado, nunca parecen encajar del todo con Soo Jin. Y Eun Mi siente como Soo Jin empieza a sufrir bajo el cincel de Min Hyung, como una hermosa y pura gema que nunca pidió ser tallada. Poco a poco, hay un residuo de tristeza que se va a acumulando en el rabillo del ojo de Soo Jin, un polvillo gris que le pesa en la mirada. Pero Soo Jin no se queja, es un buen chico y acata cada orden y requerimiento sin rechistar.

Con el tiempo, también Soo Jin empieza a llegar tarde a casa, acosado por el rumor de exámenes venideros y ejércitos de deberes y tareas. Se pasa las horas en la academia de repaso y cuando llega, se encierra sin mediar saludo en su habitación, hasta que Eun Mi lo saca a rastras de su encierro para darle de cenar. Ahora él también engulle los platos de su madre con esa expresión muerta, demasiado cansado como para hablar o disfrutar de la calidez de la comida casera.

Pero Eun Mi no está preocupada, al menos no del todo, pues las pocas veces que consigue ver a Soo Jin se cerciona de que está creciendo bien. Como si de un cuadro que va transformándose ante sus ojos se tratara, Eun Mi se contenta con presenciar cómo las formas redondas y tiernas de su hijo se van afilando en el filo de la adolescencia. ¡Ah, tiene las cejas gruesas y firmes de su padre! Prácticamente el resto es de ella: su rostro ovalado, su nariz larga y delicada, su mirada soñadora y los labios diminutos y coquetos como un lazo de regalo. Su hijo que tanto se le parece no puede ser más bello, se dice.

Su marido, por contra, chasquea la lengua inquieto con una irritación casi senil y reaccionaria que pilla a Eun Mi de improviso: ¡Es demasiado femenino! Eun Mi no lo entiende. ¿Acaso esos mismos rasgos no fueron tanto de su agrado cuando los vio en ella? ¿De qué se queja su marido de pronto? Parece que eso de refunfuñar por todo se ha vuelto un hábito de hombre maduro para Min Hyung, bien podría haberle dado por el golf. Eun Mi finge no escucharle: ¡Qué guapo está Soo Jin en la graduación del instituto! Se ha convertido en un joven educado y respetuoso, con pocos pero leales amigos; reservado y sensible pero también sensato e inteligente. Y aunque él también parece irse alejando paulatinamente de ella, Eun Mi no teme: por mucho que él siga su propio camino, ella siempre estará ahí para él. Después de todo, Soo Jin es quien le da sentido a todo, la razón por la que Eun Mi se levanta cada mañana a hacer el desayuno y limpiar la casa, ocupándose de todas las cosas molestas que necesitan ser hechas para que los demás puedan progresar. ¡Qué guapo está Soo Jin con el uniforme del ejército! Su pequeño, aquel niño adorable que perseguía mariposas imposibles y se aferraba a su falda como a una tabla de salvación se ha convertido en un hombre.

Pero ahora su pequeño está roto. La llamada de madrugada fue como una puñalada, verlo en aquella lúgubre camilla con la cara hinchada y el cuerpo estampado a moratones, un disparo en el pecho de Eun Mi. ¿Qué había podido pasar? ¿En qué había fallado para que su hijo terminara así? ¿Por qué no había podido protegerle? Sin embargo, el diagnóstico del doctor es como arsénico corriendo por su garganta. Alguien le ha hecho cosas indecibles a Soo Jin, alguien ha ultrajado el cuerpo que ella y su marido le dieron, aquel que había crecido tan bien. Eun Mi está paralizada por el horror, quiere gritar pero su garganta es demasiado endeble como para soportar el grito que la embarga. En un segundo, todo el sentido que había construido en torno a su vida, todo lo que había valido la pena, ese asidero en la avalancha de sinsentido que era su rutina se había hecho añicos ante ella, sin darle tiempo ni a respirar. Pero no es momento de lamentaciones. Si ella está devastada, no quiere ni imaginarse cómo debe encontrarse su niño en este momento. ¿Podrá un joven como él recuperarse de algo así? ¿Podrá alguna vez volver a ser feliz? Eun Mi lo duda, no cree que ella misma pudiera, pero no puede permitirse pensar en esas cosas. Debe ser la fuerza que a su hijo le ha sido arrebatada. Esa es la resolución que toma cuando ella y un enfermero lo cargan en la silla de ruedas con la que lo sacarán del hospital y lo meterán en un taxi. De vuelta a casa. Min Hyung, en pleno berrinche, apenas si se ha pasado por el hospital para ver a su hijo. Se ha tomado toda esta desgracia como una afrenta personal sin que Eun Mi pueda comprender muy bien por qué. Min Hyung dice que Soo Jin es una vergüenza. Eun Mi no tiene energías ni tiempo para lidiar con el súbito y nefasto temperamento de su marido, pero sí sabe una cosa: que jamás podría avergonzarse de Soo Jin, porque él es su tesoro y va a hacer lo posible por recuperarlo.

Pero Soo Jin no come. Es como si su cuerpo se negase a recibir nada de ella. Como si le echase en cara lo mucho que ha fracasado como madre. ¿Qué cosas no vio de él mientras crecía? ¿Qué oscuros presagios se ocultaron detrás de la puerta de su habitación, escondidos entre sus apuntes como virus corruptores esperando una brecha en las defensas? Eun Mi contempla apesadumbrada la expresión mortecina y lejana del Soo Jin convaleciente. Se esfuerza por reconocerle pero no puede. ¿Dónde está el niño con sonrisa de mariposa que brillaba más que cualquier alhaja? ¿A dónde se fue todo ese torrente de vida y ternura? Es como si su hijo se hubiera marchado a galaxias de distancia, dejándola sola en ese microuniverso que una vez construyeron entre los dos.

Pese a todo, Eun Mi no decae en su esfuerzo. Toma algo de caldo y arroz con la cuchara. Sopla el humillo caliente y vigoroso que la comida desprende para que Soo Jin no se queme y fuerza la entrada del líquido entre las comisuras de las labios con la esperanza de que este sea tragado. Al principio, Soo Jin malogra su tarea, tosiendo o regurjitando como un bebé malcomedor. Luego, la mayoría de las veces la comida permanecen en el cuerpo de Soo Jin durante una media o una hora antes de que sea rechazada y evacuada por medio del vómito. Pero, con el pasar de los días, el estómago de Soo Jin parece fortalecerse y las visitas de Park Ha Neul son una bendición. Esa maravillosa joven, en la que Eun Mi siempre creyó ver a su futura nuera, la releva de su misión de tanto en tanto y se asegura de recuperar con cada charla un fragmento perdido de Soo Jin. Mientras tanto, su marido emprende también una cruzada propia: la de salvar su honra. Empieza a soltar grandilocuentes arengas sin venir a cuento: sobre lo mucho que ha hecho por ellos todos estos años y lo mucho que Soo Jin se lo ha cargado de un plomazo. Eun Mi suspira agotada. No tiene tiempo para ocuparse de su iracundo marido, pero este busca a un montón de expertos que intentan convencerla de que hay algo horrible, trágicamente torcido en el alma de su hijo. Por mucho que lo intente, Eun Mi no puede creerlo, no quiere. ¿Qué es exactamente aquello que está tan mal en Soo Jin? ¿Cómo puede creer Min Hyung que sabe algo sobre ese muchacho que ya no admite como su hijo, cuando hace años que no se digna a mirarlo? Por suerte, Soo Jin demuestra que se equivocan, que es fuerte de una forma en la que su padre jamás podrá serlo. Se recupera y vuelve a la universidad. Eun Mi confía en que con el tiempo todo volverá a su cauce. Será duro, seguro que sí. Puede que Soo Jin nunca se recupere del todo, pero sí lo suficiente como para volver a tener una oportunidad. Es un buen chico, un chico bueno, guapo y listo. Puede conseguirlo.

Pero entonces todo se tuerce otra vez. Un portazo violento anuncia la llegada de su marido esa tarde , como el trueno que se adelanta a la tormenta. Tanto es así, que Eun Mi deja caer los palillos con los que estaba cocinando del puro susto. Todo pasa demasiado rápido, su marido avanza por la casa como un tifón y empieza a gritar cosas que Eun Mi no tiene el tiempo de empezar a comprender. Eun Mi ha estado muchos meses dejando pasar el mal genio de su marido. Eran pequeñas cosas sin importancia con las que no valía la pena enfrentarse, pequeñas piedras en el camino que era más fácil sortear que patear. No merecía la pena tener un quebradero de cabeza con alguien que casi nunca estaba en casa y que solo estaba muy cansado de trabajar. Sí, es el cansancio el que habla por él. Seguro que él no piensa realmente esas barbaridades sobre ellos y su pequeño....¿Verdad? Y sin embargo, ahora, todo lo que Eun Mi lleva años obviando amenaza con derramarse sobre ella como un río embravecido detrás de un dique roto. Intenta calmar a su marido como puede, pero es demasiado tarde y él es demasiado fuerte. ¡Quién lo iba a decir con lo enclenque que parecía cuando lo conoció! ¡Aquel jovencito encantador con actitud de roedor temeroso! ¿Qué fue de él con el correr de los años? Pues ahora está empujándola contra el armario del salón, cercándola como una manada de lobos con su presa. Sin escapatoria. Eun Mi se resigna, una vez más, acepta el destino que se ha ido mereciendo por tanto tiempo de negligencia. Cierra los ojos, como un carnero a punto de ser sacrificado, pero el clic de una cerradura electrónica resuena.

¡Soo Jin! Tiene que protegerlo de él...pero, ¿Cómo? Al final no puede hacer nada, se limita a observar cómo Min Hyung atenta contra la seguridad de su hijo, lanzándole un jarrón. Afortunadamente, el destino se apiada un poco de ella y Soo Jin, y no le consigue dar. Min Hyung no ha tenido suficiente y coge un estatuilla para volver a lanzarla contra su hijo. Con la rapidez animal propia de una madre, el brazo de Eun Mi se adelanta a ella misma y es capaz de retener a Min Hyung. En todos estos años, esta es la primera vez que se atreve a contradecirle y lo paga con su cuerpo. Min Hyung no consigue acertarle a Soo Jin, pero Eun Mi termina de bruces contra el suelo, golpeada como un saco de basura. Reprime el llanto, lo que cual se le hace fácil por tanta práctica. Lleva mucho tiempo sin vivir en ella. Era un lujo que no se podía permitir.

Así que Eun Mi se levanta y hace lo de siempre: la cena. A lo largo de todos estos años, sabe que su mente se disciplina si es a través de sus habilidades. Con agudez insólita, fuerza sus pensamientos a ordenarse, recuerda los ingredientes de los que dispone en la nevera y elabora un menú saludable y nutritivo que levante el ánimo una vez más destrozado de su hijo. Sí, no hay que dudar. Soo Jin volverá a levantarse del mismo modo que ya lo hizo antes. Es solo cuestión de tiempo y cariño. O al menos eso es lo que piensa mientras sus manos temblorosas pero decididas se aferran a la bandeja. Pero ni toda la resolución ni entereza del universo, ni siquiera todo lo que ha vivido ya, han podido prepararla para la escena que se agazapa detrás de la puerta.

Una vez más, su cuerpo responde antes que ella misma. El estallido de la cerámica contra el suelo y el calor ardiente y pegajoso de la salsa le avisan de que ha tirado la cena. Sus brazos se habían quedado momentáneamente sin fuerzas cuando intentaba dilucidar de dónde podía provenir tanto rojo. Así, en cuestión de segundo Eun Mi puede empezar a entender lo que está viendo: hay una cuchilla surcando la muñeca izquierda de su hijo. ¿Cómo ha llegado allí?

En su búsqueda masoquista de respuestas, Eun Mi otea la mirada de su hijo y la encuentra enfermiza, febril. Los ojos de su pequeño, otrora rebosantes de sonrisas infantiles y estrellas felices, se han vuelto huecos. Son como oscuros pozos por los que acechan terribles fantasmas que Eun Mi nunca creyó que podrían poseerle. Los labios de Soo Jin, los mismos labios tiernos de barro que se esforzaban en llamarla con cuidado y mimo, ahora se cuartean dolorosamente al hablar, como arcilla quebradiza y mal tratada.

—Mamá...

Eun Mi se lleva las manos al rostro en un intento miserable y patético por negar la realidad. Su hijo ha intentado hacerse algo irreparable. Ha despreciado la vida que le dio. Su pequeño, su tesoro, su razón para vivir no quiere seguir vivo. Al final, solo hay una pregunta que se abre en su alma como un corte mal cosido:


—¿Por qué?

Eun Mi casi se repugna a sí misma ante su pregunta. “¿Por qué? ¿En serio no lo sabes?”, se dice a sí misma mientras marca el teléfono de urgencias. La respuesta es tan obvia como un escupitajo en la cara. Porque le has fallado. Porque has fracasado. Min Hyung tiene razón: tenías una sola misión y la has malogrado. ¿A dónde miraste cuando a Soo Jin le empezaron a gustar los hombres? ¿Acaso no fuiste tú la que se convenció de que Soo Jin terminaría casado con Park Ha Neul? ¿Le preguntaste alguna vez por qué o por quién lloraba en las madrugadas de sus últimos años de instituto? ¿De verdad no te diste cuenta de cómo miraba a Yoon Jun Seok? ¿O quisiste no darte cuenta? ¿Alguna vez hablaste de chicas con él? ¿O de amor en general? ¿Te aseguraste de dotarle de herramientas para poder ser feliz y crear una vida que le valiera la pena conservar? ¿O solo diste por hecho que ya lo era porque sacaba buenas notas y hacía lo que un buen chico se suponía que tenía que hacer? Todo parecía funcionar bien... ¿Entonces quién es el que se está intentando matar delante tuyo? ¿Te molestaste en conocer a tu hijo mientras lo vigilabas en la lejanía? ¿Quién es el chico que se desangra en el cuarto?


Y conforme las preguntas acumuladas van atascando su mente como una pila demasiada llena de restos de comida y agua enjabonada, las esperanzas de Eun Mi van escabulléndose entre suspiros como la sangre de su hijo intenta escapar de las venas. Nunca es fácil admitir que, al final y en el mundo real, todos los amores verdaderos de los cuentos de hadas siempre terminan siendo mentira.

 

Me despierto sobresaltado como si me hubieran echado una jarra de agua fría encima. El aire casi se atasca en mi laringe en mi garganta al ser expulsado. Mis globos oculares empiezan a rodar, caóticos como la bola de un ratón obsoleto y sucio, con el objetivo visceral de intentar precisar dónde me encuentro. Bien, estoy en mi cuarto. Una vez más. Pero esta vez el sueño ha terminado. Y sin embargo, ¿qué demonios fue eso último que vi? Era... ¿mi madre? ¿Toda esa vorágine... era ella? Hay una pena que me sobrecoge de improviso, como si de pronto fuera obligado a tragarme un océano. Esta es la vez que con más fuerza me levanto de la cama en los últimos años. Mis músculos normalmente adormecidos son capaces de responder eficazmente a mis demandas. Me apresuro a correr en busca de una sola y única persona. Encontrarla ahora mismo es mi prioridad número uno, lo único que importa. Hay demasiados enredos que deshacer y estos son intrincados.

Mi madre se encuentra donde siempre: en la cocina. Está preparando su remesa mensual de kimchi. Lleva las manos protegidas con guantes de plástico con los que evita contaminar los ingredientes que amasa y mezcla, con los que no se mancha de sangriento chile rojo y del líquido que empieza a rezumar la col. Es una escena que he presenciado tantas veces durante mi infancia que nunca fui capaz de valorar: el silencio humilde del servidor en las sombras. Mi madre me oye llegar, tan frenético es mi paso, pero sigue dándome la espalda, demasiado concentrada en sus acciones.

—¡Oh, Soo Jin! —saluda— ¿Ya te has despertado? Espera a que termine con esto y enseguida…

Yo me amarro a su espalda como una concha a la roca, empeñado a aguantar así las mareas de emociones que me azotan. Bajo mis brazos, noto como los hombros de mi madre se relajan. ¿Cuándo se volvió mi madre tan pequeña y blanda?

—Cariño... —intenta preguntar ella desconcertada— ¿Qué ocurre?

Entonces, las mareas me impactan de lleno y me quiebro bajo la presión. Las lágrimas surcan mi rostro.

—Lo siento —gimoteo—. Lo siento tanto...

—Soo Jin, ¿Estás bien? ¿Qué sucede?

—Yo, lo siento mucho, mamá —intento explicarme entre sollozos—. Yo no quería preocuparte...Lo siento mucho.

Ella se da la vuelta y me mira a los ojos por primera vez desde que era niño. Dios, había olvidado sus ojos, ese brillo de confianza absoluta que parece leerte el alma y perdonarte al mismo tiempo. Ese amor... ¿Cuánto llevo sin ser consciente de ese amor? Me acaricia las mejillas y me limpia la cara.

—Lo sé, Mamá lo sabe todo —me consuela—. Siempre lo he sabido.

—Mamá, nunca fue culpa tuya —insisto—. Quiero que lo sepas. Fui yo... yo...

Pero mi madre me interrumpe con un abrazo. Yo me dejo llevar por la calidez de ese cuerpo en el que una vez nadé. Me dejo mimar sin remordimientos durante los segundos en los que volvemos a ser uno. Cuando nos separemos, es mi madre la que ha empezado a llorar. Tan solo un poco. Un par de lágrimillas escapistas se intentan colar por sus pestañas. Ella las detiene parpadeando con elegancia.

—Gracias —me dice antes de moquear.

Tengo el pijama manchado de kimchi pero no me importa.

—Mamá —la llamo, como en mis recuerdos de infancia.

Ella también lo recuerda y por eso sonríe.

—¿Sí, mi cielo?

—Me gustaría un poco de tu bimbap para desayunar. ¿Crees que podrás hacerlo? Si es por tiempo, puedo perderme la primera hora.

—¡Por Dios! —exclama mi madre ofendida— ¿Crees que voy a dejar que llegues tarde a clase? ¿Con quién crees que estás hablando? Vete a duchar y a prepararte y enseguida comemos juntos.

—Muchas gracias, mamá. Te quiero.

Mi madre no responde, solo afirma con la cabeza, respirando hondamente, mientras me ve alejarme hacia el baño. Ese va a ser mi primer desayuno en condiciones en meses. Conforme me voy desnudando para la ducha, me percato de todas las ganas de comer que he silenciado durante eones, algo que se triplica cuando salgo, pues el olor de las especias caseras lo invade todo. Tengo mucha, mucha hambre y es un gustazo volver a casa.

 

Hay una cierta harmonía en el rechinar de una cadena de saco de arena cuando este es golpeado. Hay una orquestación peregrina en el ruido de los pies que caen sobre una colchoneta, en la tensión de cuerdas cuando un oponente cae. La percusión secreta la sirven un par de guantes chocando como asteroides inconscientes, el disparo de algodón en la patada alta. El sudor y la goma son detalles que en vez de restarle encanto le aportan un romanticismo rústico, raramente apreciado, al ambiente. Son pequeños detalles que creía haber olvidado, tal vez porque nunca los aprecié mientras solo pensaba en ser lo suficientemente bueno, y sin embargo, ahora creo que los siento con una intensidad renovada. La vida tiene estas ironías: no he empezado a disfrutar del Taekwondo hasta que no me he visto forzado a dejarlo. Por alguna razón, la idea de que esto era algo que se hacía por diversión y no como una mera extensión de la disciplina que forja nuestras vidas desde antes de que tengamos edad para poder quejarnos de ello. Ahora, la deslumbrante y franca sonrisa de Pau, tan abierta que parece el hocico de un Golden Retriever en su búsqueda de frisbees, se ha soldado para siempre en mente, dando lugar a una idea nueva del Taekwondo.

Pau.

Ya han pasado dos noches desde que le dije adiós a esa enfermiza pero encantadora fantasía mía y siento que lo echo de menos como el mal hábito que siempre fue. Pensar en él es como estar a dieta: sabes que no deberías desear comerte un donuts, o una tarta o una hamburguesa, que te sentirás mucho mejor si solo comes cosas sanas y haces ejercicios: pero de pronto toda esa comida basura se ve tan apetitosa en el mostrador que te preguntas si realmente es tan malo dejarte llevar tan solo una vez. Y caes. Eso son mis pensamientos sobre Pau: comida basura. Sé que es solo cuestión de tener paciencia conmigo mismo. Por eso, me enfoco en dominar mi mente asilvestrada mientras doblo los uniformes recién lavados, concentrándola en cada uno de los pasos que voy dando al tiempo que el olor a exagerada dosis de suavizante cosquillea mi nariz.

Siento un codazo suave y cómplice, llamándome más allá de mi propio ensimismamiento. A mi izquierda, un rayo de luz vespertina impacta en los ojos negros y almendrados de mi Noona, haciéndome creer durante unos segundos que en realidad solo los tiene profundamente castaños. Me sonríe dulcemente.

—¿Qué tal vas de tu trabajo de Economía Política? —me susurra.

—Bien —aseguro yo sin miedo—. Ya tengo casi todo el texto escrito y maquetado. Me falta empezar con la presentación en Power Point.

—¿Quieres que vayamos a estudiar a la Biblioteca después de esto? —propone ella.

—No, gracias, Noona —le respondo yo—. Creo que prefiero hacerlo en casa que es donde tengo todo el material.

—¡Jo, no veas la suerte que tienes de poder hacer un trabajo individual! —repone ella— En mi carrera, no hacemos más que trabajos grupales y estoy harta de tener que quedar con todo el mundo.

—Bueno, siempre puedes dejar Humanidades y cambiarte a la mía- sugiero yo irónico.

“Ni-muer-ta”, esboza ella con los labios. Ambos nos reímos, solos en ese rinconcito de donjang que nos pertenece solo a nosotros, los sobrantes que ya no tienen permitido luchar. Pero incluso desde aquí, a veces sufrimos visitas que son como abruptos cortes publicitarios en la mejor escena.

—Soo Jin, ¿podrías pasarme una toalla limpia, por favor?— me pide Hyung de pronto.

Me giro un momento hacia él para topármelo respirando todavía ruidosamente, con el cuello del uniforme dado de sí, dejando ver alguna gota perlada de sudor recorriendo su cuerpo. Hace ya demasiados meses esta imagen me hubiera turbado. Ahora me sorprende lo poco que me afecta. Sonrío educadamente, mientras cojo la primera toalla que encuentro.

—Claro que sí, Sunbae —le digo antes de ofrecérsela.

Él se para frente a mí con las manos en la cintura, tras lo cual me echa un largo vistazo de rabia reprimida y chasquea la lengua irritado. Creo que sigue molesto por tener que mantener a su alrededor a pesar de la vergüenza y el escándalo, pero esa certeza cada vez me pesa menos. Ya no me importa tanto las cosas horribles que pueda pensar sobre mí, fue él quien decidió creer a otras personas. Ahora lo veo claro. Por su parte, Ha Neul-noona acompaña mi indiferente cortesía, con una risilla irónica.

No nos importa. Sabemos que poco después terminará la clase y con ella la larga procesión de compañeros abandonando la sala, dejándola, sin percatarse de ella en nuestras taimadas manos. Poco a poco, el silencio va instaurándose en el lugar donde antes imperaba un caótico concierto de voces y golpes. Nosotros aguardamos fingiendo servir a nuestro cometido encomendado, conspirando en la complicidad de nuestra soledad compartida. Solo cuando el anochecer viste al crepúsculo de galas violáceas, cuando las luces del polideportivo se encienden solas, podemos volver a reclamar el dojang como territorio propio. Y así queda inaugurado cuando Noona me lanza los guantes y los protectores.

Su mero tacto se siente como un hormigueo revitalizador bajo mi piel. Es como si mis manos se me hubieran adormecido y empezaran a despertarse con él. Tras el taciturno imperio del silencio vespertino, surge una nueva línea de bajo, un beat que se desprende de mi corazón embravecido. Entonces, como si de una confirmación final se tratara, una luna nueva atraviesa las ventas y nos acaricia con su luz plateada y pura.

Mismo día
Mismo luna
24/7, cada momento se repite.
Mi vida está entre
desempleados veinteañeros que tienen miedo al mañana.

Es cierto, desde que volví las cosas parecen no haber cambiado mucho. Hago lo mismo todos los días: estudio y vengo a ayudar al dojang. La gente me sigue señalando, mis compañeros me siguen ignorando. Incluso se puede decir que mi padre se esfuerza por odiarme cada día con mayor ahínco. Mi vida ha sido embadurnada con un rotulador imborrable, ya nunca podrá ser la misma que antes, y eso es algo que sin darme cuenta he empezado a aceptar lentamente en estas semanas.


Es divertido, piensas que cualquier cosa es posible cuando eres un niño
Cuando tú sientas lo difícil que es pasar un día
Sintiéndote como el ritmo del “CONTROL”
Sigue descargándolo
Cada día es un repetición de CTROL+C, CTROL+V

Ahora mismo mi vida es esta. Ya nunca volveré a gozar del supuesto respeto de aquellos que me rodeaban, aquel por el que trabajé tanto tiempo y que con tanta facilidad se evaporó: como el rocío en una mañana calurosa. Pero, por alguna razón, algo dentro de mí me dice que realmente las cosas no están tan mal. Se me ocurre que la existencia que tengo ahora, la que me he visto a llevar desde que todo aquello ocurrió, no es sí mismo tan falsa. Sí, es dura. Mucho. Tengo momentos en que siento las miradas de asco de los otros clavárseme en la nuca como agujas en un muñequito vudú. Hay momentos en que el Mundo me pesa tanto que creo que voy a desfallecer, que el día es un fiero villano lejano al que reconquistar cada minuto de oxígeno. Pero si hay algo distinto a cuando canjeaba mi tiempo por complacer el resto, algo que agradezco, esa es la autenticidad. Aunque solo sea porque ya sé lo que todos piensan de mí de verdad, todo lo que se ocultaba tras ese desfile de sonrisas huecas, siento que mi vida se ha vuelto más real. Y es que las cosas parecen no haber cambiado, al menos en el exterior, y sin embargo...

Tengo un largo camino por recorrer, pero...
¿Por qué estoy corriendo en el mismo lugar?
Grito de frustración pero el aire vacío hace eco
Espero que mañana sea diferente a partir de hoy
Solo estoy deseando...

… hay sabia nueva corriendo por mis venas. Una nueva forma de ver las cosas nunca antes contemplada, un reverdecer tal vez promulgado por esa anunciada primavera que parece estar acechando bajo tierra, se abre paso a través de mi adormecido espíritu, de un modo que antes no habría sido posible. Después de todo, ese Pau bocazas e ingenuo, que no tenía miedo de proclamar lo que deseaba y se atrevía a ir a por ello, había salido de mi propia mente. ¿Qué facetas de mí mismo han estado latentes todos esto años en los que me empeñaba en vivir una vida que no era mía? ¿Qué vida podría construir ahora que la ilusión se ha hecho añicos? No lo sé, aún hay mucho sobre mí mismo que desconozco. Solo sé una cosa: quiero estar bien, voy a luchar por estar bien. Solo entonces podré reclamar el derecho de construir una vida que sea solo mía. Por el Pau inventado en mis sueños, por mí. Golpeo el saco de arena que hay ante mí, notando como mis músculos se entrelazan uno con otros para hacerlo. Un torrente de energía recorre mi brazo desde el hombro a la muñeca, ocasionando una cosquillosa y plancentera sensación de placer. Es la adrenalina recorriendo mi corriente sanguíneo, como la sabia en las ramas invernales. Había olvidado lo que se sentía, había olvidado lo que era estar vivo.

Sigue tus sueños como un...
luchador.
Incluso si se rompen
Oh, mejor.
Sigue tus sueños como un...
luchador.
Incluso si se rompen
Nunca corras hacia atrás, nunca.

Observo como el saco de arena realiza un movimiento pendular de regreso, amenazando con impactarme en su camino. Como un niño que recuerda como ir en bicicleta, mi cuerpo evoca la memoria de los pasos. Me apoyo en el pie izquierdo para que mis caderas puedan rotar hacia el saco y así mis piernas le enseñan quién manda. El choque contra esa superficie dura y blanda a partes iguales termina de revigorizarme. Oigo mi propio respiración irrumpiendo en mis agitados pulmones y lo agradezco profundamente. Durante años, mi vida fue una balsa infecta que había ido llenándose poco a poco de basura y cosas peores. Había sido duro, muy duro. Tanto que creí que me moría, que casi era más soportable acabar con todo, pero por fin las cosas empiezan a fluir. Todo esto ha tenido un sentido, incluso mi falsa renuncia a amores que nunca tuve. Hay una nueva actitud, una nueva luz con la que observar un nuevo mundo apenas amanecido. Toda esta oscuridad solo ha sido un largo preludio.

Porque el amanecer justo antes de que salga el sol es más oscuro
Incluso en un futuro nunca olvides el “tú” de ahora
Dondequiera que estés ahora mismo, solo estás tomando un descanso
No te rindas
No te alejes demasiado
Mañana...

Dejo de masacrar el saco de arena a patadas, para encontrarme a mí mismo jadeando sudoroso. Agotado pero al borde de una carcajada eufórica. Mis bronquios acostumbrados a los largos suspiros me piden una pausa, pero mis extremidades están en plena ebullición de energía, como un volcán reactivado. Pronto y casi por instintos empiezo a dar saltitos nerviosos sobre los dedos de mis pies. Mi mente hierve de ideas alocadas y nuevas. Empiezo a practicar las posturas que se han ido almacenando entre mis articulaciones durante. Es como si mi cuerpo cantara una vieja y querida canción que creía perdida. Todo vuelve a mí con una facilidad tan natural que me alarma. Sí, Pau, aquel fantasma de mi cabeza tenía razón: el Taekwondo es realmente divertido y yo, sin saberlo, había ostentado el privilegio de ser muy bueno en ello. Mi cuerpo disfruta cada movimiento que le permito, pero... ¿Es esto lo que quiero hacer ahora? ¿Limitarme a practicar a escondidas? ¿Qué va a pasar de ahora en adelante?

El mañana por el que todos hemos estado esperando
se convertirá en el nombre del ayer en cierto punto
Mañana se convierte en hoy, hoy se convierte en ayer.
Mañana se convierte en ayer y está detrás de mí.
La vida no se trata de vivir sino de resistir
Mientras vivas así desparecerás algún día.
Si sigues apartándote, desaparecerás
Si no tienes las agallas, confía.

Por primera vez, no tengo pistas. Donde había un camino trazado y predecible que seguir, como las flechas en el suelo que llevan a la salida de emergencia, ahora se esboza un cruce de caminos. He circulado con ruedines durante demasiado tiempo y ahora un mar de incertidumbre, pero también de nuevas posibilidades. Entiendo que debo ir en su búsqueda, reclamarlas, pero...¿Cómo? Y cuando pregunto, un gran eco se abre en mi mente. Pero ahora que la nieve que apresaba mi corazón está empezando a derretirse, me doy cuenta de que ante la duda solo hay una respuesta posible: ir hacia delante.

Todo se convertirá en el ayer de todos modos, ¿de qué sirve?
Quería ser feliz, ser fuerte pero, ¿por qué estoy haciéndome más débil?
¿Dónde estoy yendo?
Voy de aquí para allá, pero siempre vuelvo aquí
Sí, probablemente fluya hacia alguna parte
¿Hay un final en este laberinto?

Al otro lado de la sala, Ha Neul-noona me observa orgullosa. Me indica con un gesto de la mano que me acerque y me reta a pelear como cuando eramos unos niños. El deporte nacional y serio en el que nuestro padres insistieron en dejarnos adiestrar se torna en un juego secreto entre ambos. Y Ha Neul-noona no ha perdido un pizca de su pericia. Como siempre, es una luchadora inquisitiva que sabe cómo buscarme las cosquillas. Se defiende astutamente de cada una de una de mis iniciativas, evitando mis trampas y reemplazándolas por tácticas sorpresivas. Sin embargo, en ellas subyace una idéntica ambición: intenta llevarme a su terreno, deshaciendo de paso el mío. De pronto, Noona baja su cadera y pone todo el peso de su cuerpo en el lado derecho. Lo veo claramente: quiere hacer un barrido de pies. Yo aprovecho el tiempo que tarda en colocarse para dejar de retroceder y colocarme a su izquierda, el lado que está desprotegiendo. Ella se ve obligada a levantarse para no trastabillar. Yo la espero a sus espaldas y consigo encajarle una patada media mientras todavía no ha tenido tiempo de reparar en donde me encuentro. La pobre cae de bruces contra el suelo, algo enfadada por la desagradable sorpresa. Ella me mira irritada desde el suelo pero yo no puedo borrar la sonrisa de mi boca, ni siquiera para consolar su ego herido. Creo que es la primera vez en todo este tiempo que vuelvo a pelear... y he ganado. Es una victoria tonta, pero ayuda a caldearme el corazón, o por lo menos así me siento cuando, como un caballero, me dispongo a ofrecer mi mano a la damisela en apuros que Noona odia ser.

Mañana... sigue caminando
Somos muy jóvenes para detenernos
Mañana... abre la puerta
Vemos demasiado para cerrarla

Es también ese momento en el que me percato de un detalle pequeño pero poderoso, una pista que yo, enmarañado en mis propios pesares, he sido incapaz de percibir. Durante todo este viaje por mis propios abismos oscuros, nunca estuve solo, había luces guiándome. Muchas de ellas procedían de mi Noona, quien nunca dudó de mí, nunca se separó de mi lado, evitó que me matara lentamente de hambre. Me ayudó a levantarme como yo lo hago ahora con ella, tantas veces que no puedo contarlas, y puede que le deba también esta oportunidad tan grande de empezar de cero. Sin embargo, también había otras luces, más pequeñas, tímidas, opocadas por la negrura que me envolvía y me presionaba, pero igualmente significativas. Esa no eran más que mi pulsión de vida, mis ganas de sobrevivir, tal vez amordazadas por la culpa, el miedo y la vergüenza pero todavía existentes, insurgentes. Y ahora, esa energía latente recorre cada partícula de mi ser como un grito eléctrico.

Noona y yo vamos a cambiarnos. Nadie puede vernos tan sudados o empezarán a atar hilos, descubriendo de paso nuestra travesura. Salimos del dojang discretamente, como una extraña mezcla entre discretos conserjes cansados y pícaros cómplices. A estas horas, la noche se ha adueñado completamente del cielo, pero la oscuridad no es total. He aprendido que nunca lo es. Hay estrellas sobre nosotros que cuidarán de nosotros para que no perdamos nuestro camino, el único y verdadero, el que vamos fraguando en nuestras almas con con cada paso. Tal y como venía suponiendo, hay un anuncio de primavera en la brisa más cálida y ligera que nos acaricia las mejillas. Siempre hay una primavera tras el largo invierno, del mismo modo que siempre hay luces en la noche.

Cuando la noche oscura pase, una brillante mañana vendrá
Cuando llegue el mañana, la luz brillará fuerte,
así que no te preocupes.
Esto no es una parada, solo una pausa en tu vida por un descanso.
Sube tus pulgares y presiona "play", para que todos lo puedan ver.

Así, en medio de unas tinieblas perecederas, voy avanzando de vuelta a mi hogar, mientras el viento que trae la primavera susurra esperanzas en mis oídos, una que se hace llamar... Mañana.

Notas finales:

Ante todo, aclaro que Eonma significa mamá en coreano, algo que seguro que los aficionados a los k-dorama sabrán. Sin embargo, yo he estado a punto de escribir Ohma, porque es lo que escucho XD Menos mal que lo busqué...

Luego, por una parte me gustaría disculparme por haber tardado mucho tiempo en actualizar, pero es que he estado muy cansada... 

Tanto que necesitaba dejar de escribir incluso. Tampoco pude escribir en Todos los Santos porque tuve que trabajar. La vida real vuelve a fastidiarme con sus exigencias XD. Pese a ello, noté que me vino bien el descanso, ya que estoy bastante contenta de la primera parte del cap. 

No lo estoy tanto de la segunda, porque una vez más estoy agotada.  Y me duele especialmente la sospecha de no haber marcado bien ese momento, porque Tomorrow es una canción que para mí tiene un peso emocional importante. Me ayudó a transitar mejor por una época un tanto oscura y quería rendirle tributo en agradecimiento. 

Y bueno, esto va a ser un "sorry, no sorry" por la tardanza. Realmente creo que, desde el egoísmo, escribo ante todo porque me gusta y quiero escribir siendo fiel a ese sentimiento de disfrute. De hecho, sé que cuando estoy descansada y puedo disfrutar bien del proceso de escritura me salen cosas que me parecen mejores. Supongo que es mejor esperar un mes por un capítulo decente que no tener uno mediocre cada dos semanas???

Por lo demás, espero que les siga gustando el fic y lo disfruten mucho. Yo, por mi parte, me voy a cenar que ya es casi media noche en España. 

Muchos besos y muchas gracias por todo su apoyo en forma de lecturas y reservas


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