Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Cada noche contigo por Korosensei86

[Reviews - 53]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

En Barcelona, Pau intenta sobrevivir a los exámenes, el invierno y la pérdida de Soo Jin. Para ello, necesitará abrirse a la gente que le quiere y le puede aconsejar.

En la ventana de esta lúgubre aula de vez en cuando golpea la nieve arrastrada en torbellinos. Al otro lado del vidrio, los copos caen en silencio, como un vídeo silenciado de YouTube o más bien como una imagen surgida de otro universo, una dimensión extraña de frío y ventisca de la que solo me separa una ligera barrera de cristal. Hoy nadie, ni siquiera los del Tiempo, han podido prever esta nevada de invierno rebelde y anarquista con pocas ganas de abandonar sus heladas barricadas. Nadie lo habría imaginado y menos yo, que ahora mendigo radiador, mientras retuerzo los dedos de mis pies dentro de los calcetines mojados.

Dentro, el silencio intenta sobrevivir a duras penas, lacerado cada dos por tes por susurros nerviosos de última hora, toses inoportunas, papeles rasgados y puntas de boli flagelando el papel. Yo, al igual que esta tempestad sorpresiva, estoy aquí sin parecerlo.

 

Hoy mismo se cumple una semana desde que Soo Jin desapareció de mis sueños. Desde entonces, la vida se ha vuelto cada vez más irreal. Mis noches han regresado a la ordinariez de siempre: un pozo negro en el que caigo con la pesadez de un pedrusco y del que reboto pesadamente cada vez que suena el despertador. Solo una nada negra, sin colores vidriosos, ni árboles centenarios, sin un par de labios de cereza que me aguarden al otro lado.

Por el día, la situación no es mucho mejor. Llevo todo este tiempo con la sensación de estar inmerso en un videojuego que va de la vida de otra persona, en formato de primera persona insulso. Ninguna de las cosas que me ocurren parecen tocarme realmente. Las clases pasan una detrás de otra, en una suerte de tiovivo de asignaturas que me importan cada una menos que la anterior. Los días terminan antes de que me dé cuenta de que se me han escurrido de las manos como el agua del lavabo. Pero ni siquiera siento un atisbo de rabia cuando me percato de lo que me pasa: eso sería estar demasiado despierto. Tal vez haya de gelidez también en mí, tal vez por eso mismo la nieve lejos de mojarme, vibra en mí como el eco de un gong lejano. La tristeza se ha vuelto una especie de hipotermia anestésica.

Y no hay nada que hacer, nada ya que me importe. Soo Jin se fue para no volver jamás. Jordi me echó del dojang como castigo por liarla tan pardamente. Mis padres me castigaron sin salir y, aunque sigo viendo a Jaume en los pasillos, no tengo fuerzas para hacer el mongolo por los pasillos como antaño. Hasta mi colega se ha ido alejando un poco de mí, como si, sin necesidad de una explicación, intuyese que debe dejarme en cuarentena, con mi agónico corazón conservado en nitrógeno.


Al final, estudiar terminó siendo lo único que podía hacer para sobrevivir al día. Estudié, por puro aburrimiento. Estudié para no pensar. Estudié para apaciguar esta úlcera que lleva todos estos días carcomiéndome las entrañas. Estudié, de pura vergüenza, por no haber sabido hacerlo antes, cuando todo era mucho más fácil, aunque yo lo supiera. Estudié por no recordar lo poco que tenía para ofrecerle, porque nunca me digne a desear ser alguien. Estudié de pura rabia. Estudié como única tabla de salvación, para que el llanto recluido dentro de mí no termine por anegarme. Estudié, porque era lo único que quedaba por hacer.

Y por eso, aquí estoy, en la sala de estudio, previo al último examen de la segunda evaluación, con la mente inmersa en la puñetera Desamortización de Mendizabal, que no podría importarme menos pero que devoro de forma casi bulímica. Es mejor este coñazo, gris y anodino de casi cien años y pico de antigüedad, que seguir atisbando por el rabillo del ojo, el brillo lacado de su flequillo o el remate nacarado de su nariz contra mi mejilla. Pensar en Soo Jin se ha vuelto una droga, cuyo síndrome de abstinencia amenaza con doblarme las rodillas cada dos por tres.

Oigo un rumor de sillas arrastradas. Alguien se sienta a mi lado y yo, agotado y hasta los huevos, le ignoro.

—¿Pau? —pregunta la persona de al lado.

No tengo ni un átomo de ganas de volverme, no tengo ni putas ganas de hablar con otro ser humano, pero si que no soy lo suficientemente capullo como para entender que ese alguien no tiene la culpa de mis movidas. Así que me giro, para comprobar mi error de cálculo solo cuando ya es demasiado tarde. Ahí está la susodicha, la famosa reportera instagramera del corazón: con su estúpido e innecesariamente largo pelazo castaño cayéndole por la frente como una cascada otoñal, su raya del ojo desdibujada, sus uñas pintadas sobresaliendo del jersey de punto y su cara perruna de “Yo no he sido”. Señores y señoras, con ustedes, la puñetera Sandra.

—¿Qué coño quieres? —rebuzno lo más bajo que puedo.

—Na, nada —tartamudea ella, incómoda por una hostilidad que no sé por qué le sorprende—. Esto... ¿Qué pusiste en el examen en el comentario de texto? ¿La estructura era inductiva o deductiva?

—¿Qué más te da, joder? —mascullo yo — No sé, ni para qué me preguntas...Como si fuera a tenerlo bien...

—Es que, bueno, yo —insiste ella, como un conejillo contra la ventisca— … puse que era estructura inductiva, pero ahora estoy rallada por la introducción y bueno, mucha gente me ha dicho que igual era encuadrada. Y me preguntaba si...

—Ey, tía, tengo una idea —la interrumpo yo de pronto— ¿Qué tal si lo preguntas en Instagram? Últimamente tienes muchos followers, igual se hace viral y te responde alguien que sabe. ¿Eh? ¿Qué te parece?

Sandra se queda con la cara parada, como si acabase de recibir un balonazo en toda la jeta. Es este momento de parálisis, en el que aprovecho para volver a contraatacar.

—En serio, Sandra. ¿Qué coño quieres? —escupo.

Sandra baja la mirada, ocultándome su rostro arrugado y juguetea nerviosa con algunos mechones de pelo.

—Yo... he oído que terminaste muy mal en el cumpleaños de Jaume —susurra— ¿Estás, estás bien?

—Sí, ya ves —ratifico yo—. Mientras tú estabas rajando con todo el instituto sobre lo flácida y lo enana que la tengo, yo estaba vomitando en mi casa, hecho mierda. Pero, oye, tú a tu rollo. ¿Quieres que te mande una foto de lo mucho que me la suda todo para ilustrar tus stories?

El rostro de Sandra se arruga como un papel de cebolla.

—Joder, Pau... yo....¡Lo siento! —gimotea.

Para cuando el lloro empieza a brotar de su cuerpo convulsionado, todo el aula nos está mirando. Lo que me faltaba.

—Salgamos de esta cárcel —le pido.

Recojo mis cosas lo más rápidamente que puedo y nos vamos al pasillo. Escucho con alivio como todos los rumores se acallan con el bramido del portazo tras de mí. Cuando por fin, estamos fuera lo único que persigue son los sollozos de Sandra rebotando contra las lejanas paredes. Yo me paso la mano por la cara hasta estirarme la piel, agotado de toda esta mierda. La paciencia, en mí, brilla por su ausencia. Es más, ver a otro ser humano llorando patéticamente me produce más ira que compasión, además de una profunda envidia cuyas raíces no logro localizar. La marea que hay dentro de mí amenaza con tragarme.

—A ver, te me tranquilizas, ¿vale? —la apremio.

—Joder, es que yo.... —gimotea ella.

—Que sí, que sí, que lo que tú digas...—me exaspero yo—, pero te me calmas.


—Es que yo lo siento mucho...

—¿No? —me burlo yo— ¿En serio? ¿Pues sabes lo que pasa? ¡Que me importa una puta mierda lo mucho que lo sientas!

Sandra redobla su llantina.

—No, tía, no —continúo—. Esto no va así. ¿Qué te pensabas? ¿Que puedes echar mierda sobre mí en Instagram y luego pedirme perdón como si eso lo arreglara todo? ¿Y todo por qué? ¿Por qué no se me empalmó cuando te enrollaste conmigo?

La boca de Sandra se tensa por una ráfaga de rabia repentina, como una goma a punto de ser disparada. Se atreve a pegarme un puñetazo que apenas siento, la muy desgraciada.

—¡Tú me llamaste guarra! Dijiste que yo me enrollo con cualquiera en los baños. ¡Me humillaste, joder! ¡Me hiciste sentir como una puta mierda!

Yo no cedo ni un centímetro.

—¡Ah! ¡Usted disculpe! ¡Que yo recuerde no te llamé nada!—me río irónico— Y además, ¿no es cierto o qué? Porque eres tú la que empezó a meterme ficha como si no hubiera un mañana, eres tú la que me metió en el baño...

La cara de Sandra está tan roja que ya no puedo diferenciar sus venas del colorete.

—¿Que yo te arrastré? ¡Serás cabrón! —me grita como si deseara quedarse afónica en cuestión de segundos—. ¡No oí que te quejaras!

Otro puñetazo en todo el pecho. Este podría haber escocido un poco más, pero tengo una placa de frío protector alrededor de mí.

—Tampoco es que pudiera sentir gran cosa —me burlo.

Touché. La cara de Sandra se descompone como un helado derretido. Pero no me contento con ello. No es suficiente. El sabor de la bilis me amarga la lengua.

—¿Sabes lo puto peor de todo, Sandra? Que en mi opinión, lo único que te cabrea es que por una puta vez haya habido un tío, un solo tío, que no quería acostarse contigo. Seguro que te petó la cabeza solo de pensarlo.

De pronto, Sandra deja de llorar histéricamente. Deja de sollozar, moquear y resoplar. Me mira muy calladita y quieta, como un puñetero cadáver.

—No tienes ni idea, ¿verdad? —sentencia con una calma siniestra—. Gilipollas, tú me gustabas.

A otro imbécil con ese cuento.

—Seguro que eso se lo dices a todos.

—No, Pau, no se lo digo a nadie. Ni siquiera se lo he contado a mis amigas —me cuenta con una voz tranquila y letal, como una tormenta de nieve en la lejanía—. Tú me gustabas. Mucho.

—¡Venga ya! —me río, negándome a creer.

—Pues es verdad. Me gustas desde 2º ESO —susurra ella.

Lo dice tan convencida que no puedo más que parpadear como un ciervo antes los faros de un coche.

—¿Crees que no sé lo que los tíos pensáis de mí? ¿Crees que no me he dado cuenta de cómo me mira el Jaume, por ejemplo? —se queja ella.

—Oye, no te perdono que me mentes al Jaume, que es un tío legal y nunca te ha dicho nada —la interrumpo.

Sandra se limpia con los dedos por debajo de las ojeras un rastro de lágrimas, sal y rímel.

—Sí —me concede ella—, por lo menos se limita a babear desde lejos. Si yo ya lo sé... tengo tetas y culo y eso es lo que soy. ¿No? Solo un puto cacho de carne... Pero tú... Tú eras distinto, tú me tratabas como Sandra. Nunca me miraste así, ni me decías mamonadas sobre mis tetas. Ni nada... Y me gustó, ¿sabes? Supongo, que debería haberme dado cuenta de que si no eras un salido conmigo es porque no estabas interesado. Está claro que los tíos solo podéis actuar de una manera. Y encima me sueltas que si yo me lo monto con cualquiera. Pues, oh, sorpresa: No. Eres el primer tío con el que voy a saco, de estas maneras, porque luego nos graduaremos y yo me meteré a estudiar Periodismo donde me admitan y tú a saber qué coño vas a hacer o dónde vas a ir a parar. Por eso, estaba desesperada Pau. No soy una guarra. Solo quiero que me quieran.

Esa última frase se me clava como una astilla en mitad de mi helado corazón. Solo quiero que me quieran, que me correspondan. En mi memoria, la imagen de Soo Jin con su sonrisa salada de lágrimas aprovecha la bajada de defensas. Aún intento atrapar esa mano que se desvanece en la nada. Me sacudo los rizos. No, no puedo flaquear por un burdo sentimentalismo barato. No siento nada. Me niego a sentir nada.

—Eso no te da derecho a decir mierdas sobre mí en Internet —replico.

—Lo sé —solloza—. He sido una idiota y lo siento. Es solo que... Me sentía tan ridícula, que solo pensaba en hacer que tú te sintieras igual de ridículo que yo. No me paré a pensar en lo que estaba haciendo. Solo necesitaba hacer algo para, no sé, salvar lo poco que quedaba de mi orgullo...

La confesión de Sandra me pilla como un viento helado que me roba el poco calor que me quedaba. El recuerdo de mí mismo de rodillas, desesperado por probar mi existencia, rogando a Soo Jin que me escuche, quedándome sin argumentos me atosiga... Soo Jin, mi precioso, delicado y vulnerable chico de porcelana. Me habría amputado la mano antes de hacerle nada que lo dañara. Respiro hondo antes de soltar la verdad que late en mi pecho endurecido.

—Lo siento, pero lo que tú sentías por mí no era amor —le digo con solemnidad improvisada—. Si me hubieras querido de verdad, nunca habrías deseado hacerme daño. No era más que un enamoramiento de niña. No estabas enamorada de mí, si no de la idea que tenías de mí y eso es una puta farsa.

Lejos de cabrearse, Sandra cabecea reflexiva.

—Lo único que sé es que para un tío que me hace gracia, resulta ser gay —claudica.

—¡Venga, no me jodas! —rujo yo—. ¿De verdad te lo tienes tan creído que piensas que si a un tío no se le levanta contigo es porque es gay?

Sandra se limita a levantar una ceja interrogativa. Me rindo.

—No se lo digas a Jaume —espeto yo—. Le daría un chungazo.

—Eso lo respeto. Entonces, ¿amigos? —propone ofreciéndome la mano.

—No te odio del todo —reconozco—. Vamos a dejarlo ahí, que con la que has liado ya puedes estar contenta.

—Me parece justo —reconoce Sandra en un esbozo de sonrisa.

—Ejem.


Nos damos la vuelta para toparnos con nuestra tutora, obsequiándonos una mirada de paternalismo, ternura e incomodidad.

—Pau, ¿después del examen de Historia de España, puedes pasarte por despacho del Jefe de Estudios? Es importante —me pide.

—¡Otra vez! —me quejo— ¡¿Y ahora qué he hecho?!

—No te preocupes, no es nada malo. Tú ven...—Cristina mira la hora en el reloj— y.... os aviso de que os quedan unos diez minutos para entrar al examen, así que yo os recomendaría que aprovechaseis el tiempo que os queda para repasar.

Ambos asentimos con la cabeza, mientras mi tutora se va canturreando una melodía viejuna al ritmo de sus tacones:

“Y tú, ¿quién vienes a buscaaaaaaar? ¡A ti! ¡Ya es taaaaaaaaaaaaaaaaarde! ¿Por quéeee? ¡Porque ahora soy yo la que quiere estar sin tiiiiiiiii.”

Los dos nos descojonamos ahí mismo.

—¡Dios, qué corte! —exclama Sandra— ¿Cuánto tiempo llevaba ahí?

—¡A saber! —calibro yo.

—Esto... será mejor que entremos, ¿no? —propone Sandra.

—Va a ser que sí.

Envuelto en una humedad que la calefacción mal acompasada de los pasillos no puede contrarrestar, me dirijo a Jefatura. No es como si tuviera ganas de ir. De hecho, no tengo ganas de nada. En estos momentos, la única sensación que permanece en mí es el hormigueo latente de hora y media de escritura apresurada y forzada. Lo único que quiero es irme a casa, meterme en la cama y morirme ahí. No hace falta que el Jefe de Estudios reahonde en el tema de que soy un fracasado sin futuro. Eso ya es algo que me quedó lacerantemente claro cuando Soo Jin me abandonó. Pero aún así, voy. Seguramente si me escaqueo se va a montar una más gorda y solo quiero que dejen en paz. Así que, como un esclavo que está demasiado agotado de resistirse sin remedio, me adentro en las fauces de esta bestia devorada adolescentes que es mi instituto.

Llamo a la puerta. El Jefe de Estudios me hace pasar.

Cuando le obedezco, una deslumbrante sonrisa de sincera satisfacción me deja medio ciego en mi estupor. ¿Ese hombre podía sonreír? No lo recordaba y ahora se me hace casi siniestro. Dos figuras sentadas frente a su escritorio se giran para mirarme. En el momento en que reconozco a mis padres y a mi tutora, sé que estoy sitiado... pero por alguna razón no parecen enfadados. ¿Qué demonios está pasando aquí?

—¡Hombre! ¡Hablando del diablo, por la puerta asoma! —ríe el Jefe de Estudios, como si se creyese el nuevo humorista de moda—. ¿Qué tal estás, Pau?

—Buenos días, Don Ramón— saludo yo con el tono más modoso que se me ocurre—. Me dijo Cristina que quería verme.

—Así es —confirma él— ¡No te quedes ahí embobado! Pasa y siéntate.


Yo decido hacer caso a su recomendación, sin dejar de mirar a los lados por si diviso la posible cámara oculta.

—Le estaba diciendo a tus padres, lo impresionados que estamos con tu cambio de actitud —explica.

—Exacto —le apoya Cristina—. Señores Núñez Ríquer, no les puedo garantizar nada porque todavía no tenemos todas las notas de la segunda evaluación, pero los comentarios de los profesores de Pau son muy alentadores. Ha empezado a asistir a más clases. Ha entregado todos los trabajos requeridos a tiempo. Los profesores de Lengua Castellana y Literatura y Matemáticas dicen que incluso pregunta dudas. Es un cambio de ciento ochenta grados con lo que hemos estado viendo hasta ahora. Si Pau continúa en esta línea, podrá no solo terminar el Bachillerato, sino presentarse a la Evau con una media algo más decente.

—¡Vaya, eso es maravilloso! —exclama mi madre.

Mi padre me da una palmada en la espalda de la que apenas soy consciente.

—¿Lo ves, campeón? Si te pones a ello, lo consigues. ¡Muy bien, joder!

Yo sigo vigilando por el rabillo del ojo, por si consigo descubrir algún indicio de que todo esto es falso. Es demasiado sospechoso. El director se da cuenta de mi cara de empanado y se ríe.

—¡Vamos, chico! ¡Tranquilízate! Solo queríamos felicitarte en persona. Eso es todo.

—¿En serio? —pregunto yo todavía incrédulo— ¿Eso es todo?

—¡Claro que sí! —ríe el buen hombre— Ibas por muy mal camino pero has sabido reaccionar a tiempo y le has puesto remedio. ¡Rectificar es de sabios y eso es algo que debe reconocerse! Pau, felicidades. Sigue así.

—¡Me alegra tanto que Pau haya recapacitado! —confiesa mi madre con ojos brillantes—. Nunca fue buen estudiante, ni de pequeño, así que no esperábamos que fuera el más aplicado, pero sí que al menos se sacara el Bachillerato. Cuando empezó a suspender, intentamos de todo para hacerle entrar en razón: motivación positiva, charlas en familia...

—Castigos —interviene mi padre orgulloso— ¡Que sepan que lleva dos semanas castigado! ¡Sin Taekwondo y sin salir!

—Esoes —continúa mi madre —¿Qué han hecho exactamente para reencuazar su energía?


—Lo cierto es que nosotros no hemos hecho nada en concreto —admite Cristina—, Más allá de intentar aconsejarle como supongo que ustedes habrán hecho también en casa, claro está. Muchas veces es así de simple: son los mismos alumnos los que de pronto se centran. Es como una fase natural en su maduración. Supongo que verle las orejas a la Evau es lo que ha forzado a ponerse las pilas. Aunque...—un rápido destello de reflexión surcó su astuta mirada—. Pau, ¿hay algo que tengas pensado hacer cuando termines? La orientadora me ha comentado que no has pasado a preguntarle por posibles opciones de carreras.


La pregunta me sienta como un balde de hielo cayéndome sobre la cabeza, una sensación que transciende la frigidez de mi corazón. Lo cierto es que llevo tiempo dándole vueltas a algo, algo que empezó a germinar en mi mente desde que Soo Jin y yo peleamos juntos, algo que empezó a gestarse cuando perdí el Taekwondo y los primeros días me revolvía en mi cuarto como un demonio de Tasmania enjaulado, algo que de lo que ni siquiera he hablado con Jaume, menos aun con mi familia. Una idea que está tan desdibujada todavía que me da vergüenza identificarla como tal. Hago un esfuerzo para plasmar el esbozo de datos que hay en mi cabeza en palabras.

—Bueno... —intento comenzar.

—Hemos hablado varias veces sobre que haga una ingeniería —me interrumpe mi padre, ignorando mi turbación.

—Es una buena carrera —observa el Jefe de Estudios—,Tiene salidas muy estables. Incluso habiendo recesión, con un adecuado perfil internacional, Pau podría llegar muy lejos.

—Eso le digo yo —se jacta mi padre— Pero él...¡Como quien oye llover!

—Papá —le interrumpo yo de nuevo—, en realidad, hay algo en lo que he estado pensando...

Un silencio incómodo invade el despacho. Mis padres se miran extrañados. Al final, es mi madre la que toma la iniciativa. Coloca su mano derecha, llena de anillos con diversas gemas de poder engarzadas y no sé cuántas pulseras tibetanas, encima de mis piernas para trasmitirme su apoyo.

—Adelante, amor —me apremia— compártelo con nosotros.

—He visto que hay un Grado de Ciencias de la Actividad Física y el Deporte —me atrevo a decir por fin—. He estado mirándolo y está en la Pompeu Fabra. También lo tienen en Valencia y en Huesca en universidades públicas. Lo he investigado porque me imagino que no podréis permitiros pagar una uni privada si aun le estáis pagando la carrera a Neus. La nota de corte es algo alta, pero he visto que tiene muchas salidas: podría sacarme oposiciones para dar Educación Física en un colegio o instituto, podría hacer un grado doble de Fisioterapia...¡Podría trabajar en mi propio gimnasio como instructor! Y bueno, si este año no me llega la nota, estoy dispuesto a volver a presentarme para subir nota. No sé, ya sé que tú querrías que hiciera algo más seguro, pero sería una forma de mantenerme en contacto con el Taekwondo... Lo siento, papá, pero ya sabes que es lo quiero hacer. Sé que para ti debe ser decepcionante.

Mi padre coge aire y expira con fuerza. Se mesa su cabeza con entradas en un gesto meditativo.

—Para nada —replica—. Pau, nosotros lo que queríamos es que tuvieras un objetivo, que vinieras a nosotros con un plan real, que fueras consciente de los pasos a seguir y que tuvieras la fuerza de voluntad para llevarlos a cabo. Por lo que cuentas te lo has pensado muy bien y has tenido en cuenta cada detalle. Si esto es lo que quieres hacer, ¡a por ello!

—Tienes todo nuestro apoyo, cariño —coincide mi madre.

—Vaya, les confieso que es difícil encontrarse hoy en día con un joven que tenga las ideas tan claras —comenta el Jefe de Estudios—. Felicidades una vez más, Pau. Y bueno, con esto terminamos la reunión. Les acompaño a la salida.

—No olviden que estamos a su disposición. Pueden consultarnos cualquier duda que les surja con respecto al proceso de la Evau —se despide Cristina, inusualmente pelota.

—Gracias, pero ya estamos muy aprendidos por mi hija mayor —responde mi padre, acompañando a mi madre con el hombro en su espalda—. Muchas gracias por recibirnos y darnos tan buenas noticias.

—Gracias a ustedes —replica Cristina.

Como arrastrado por los acontecimientos, termino en el hall del instituto junto con mis padres y el Jefe de Estudios. Cuando este termina de agasajarles, mi padre se vuelve hacia mí.

—Bueno, ya era hora de que tus profesores nos llamaran para darnos algo más que malas noticias —se burla mi padre— No está mal para variar.

—Lo que tu padre quiere decirte es que estamos muy orgullosos de ti —le traduce mi madre.

El abrazo de mi madre se siente algo reconfortante, pero ahora que todo aquello ha terminado: el estrés de los exámenes, la insospechada felicitación y reconocimiento... solo vuelve a haber un páramo helado en mi interior. Mis padres orgullosos son solo una pequeña fogata que la nieve amenaza con tragar. Darme cuenta de ello logra que me enfade conmigo mismo.

—Gracias —musito indiferente.

—Y una cosa —recuerda mi padre—. No te lo tomes literal porque todavía hay que ver las notas, pero si cumples, da el castigo por terminado. En cuanto tengamos el boletín, podrás volver a ir a Taekwondo.

Mi silencio inquieta a mis padres. Mi madre intenta hacerme reaccionar.

—Cielo, son buenas noticias, alégrate.

—Estoy contento, mamá —procuro tranquilizarla—. Y significa mucho que queráis volver a confiar en mí, pero es que estoy muy cansado por los globales...

Mis padres se miran extrañados. No es para menos, hasta yo me sorprendo de las palabras que salen de mi boca, como alguien las hubiera pensado para que yo las pronunciara.

—Amor, ahora tenemos que volver al trabajo. ¿Quieres que te acerquemos a casa? Si no tienes más exámenes...

—No, el último era el de hoy, el de Historia —contesto con un tono de voz tan neutro que parece artificial— pero no hace falta que os molestéis. Ya vuelvo yo solo.

—¡Pero vamos a ver, Pau! —se irrita mi padre— ¡Que está cayendo la mundial! ¡No nos digas que no te acerquemos cuando igual pillas una pulmonía por ir de chulo!

—Es que... no sé —divago— Me apetece pasear. Eso es todo.

Una expresión de tranquila resignación y profunda comprensión invade el rostro de mi madre. Tira de mi padre hacia la salida.

—De acuerdo, cariño, pero abrígate bien.

Sin mediar más despedidas, con la indiferencia automatizada que me posee últimamente, vuelvo a mi clase. En los pasillos mis compañeros gritan cuál coro de aves exóticas sus impresiones acerca de cómo les ha ido e intercambian nerviosos las posibles respuestas correctas. Yo entro cual fantasma, recojo mis cosas y me voy. Sentado en uno de estos incómodos pupitres con mesa incorporada, Jaume, genio de las Letras nunca lo suficientemente reconocido, da las últimas puntadas a otro examen de sobresaliente. No me ve y eso es algo que agradezco. En estos momentos no quiero hablar ni con él.

Abro las puertas del instituto, para toparme con la glacial nevada. El drástico cambio de temperatura debería hacerme tiritar, pero, una vez más, no me afecta. Mi corazón, al igual que la naturaleza invernal, está en hibernación, esperando a la primavera para poder renacer. Paseo entre los parques llenos de nieve sucia y embarrada, salpicado por multitud de diminutos copos de nieve que apenas noto, intentando recordar qué se sentía cuando todavía podía sentir algo, cuando todavía me sentía vivo. Entre las trémulas ramas desnudas, cubiertas a penas por unos dedos de nieve, como un espectro sin perdón, vuelve a resurgir la pálida estampa de Soo Jin.

Te echo de menos

En realidad nunca se ha ido. Siempre está ahí, en segundo plano, esperando un descuido por mi parte para arremeter contra mí. Es como una herida que no sana, que se abre a cada movimiento descuidado por mi parte. Un peso de continua acidez en mi estómago: la certeza irrefutable de que nunca más lo volveré a ver. Mi primer amor abortado, que muere antes de haber llegado a nacer.

Decir esto me hacerte echarte más de menos

Esto es lo que ocurre cuando das algo por sentado, cuando no te esfuerzas por retenerlo, por mantenerlo a tu lado. Yo nunca hice nada para ganarme a Soo Jin. Nunca fui digno de él. Hubiera sido tan fácil pedirle el maldito whatssapp, un puto skype, algo... Por lo menos hacer algo. ¿Llegó a entender lo mucho que me había enamorado de él antes de que fuera demasiado tarde? Supongo que no, y gracias a mi falta de huevos, ahora lo único que me queda de él, es su agridulce recuerdo: sus ojos hermosos e inteligentes, sus hoyuelos, el peso de su cuerpo contra el mío, su risa... Daría cualquier cosa para que saliera de pronto de detrás de algunos de estos tristes árboles y se burlara de mí. Que me llamara idiota una vez más. Pero ya no importa, ¿ verdad? Porque nunca me moleste en conseguir que él creyera en mí cuando yo ya era devoto suyo.

Estoy mirando tu fotografía
Pero aún te echo de menos
El tiempo es muy cruel
Nos odia
Incluso ahora se nos hace difícil ver la cara del otro

Un arrebato de brisa helada me corta las mejillas. El dolor de mi piel irritada resulta casi un alivio con la úlcera de lividez que se empeña en destrozarme las entrañas. Miro al cielo deprimentemente gris. ¿Qué estará haciendo él en estos momentos? ¿Estará animado? ¿Qué tiempo hará ahora en Corea? Supongo que a estas horas, estará volviendo a su casa de la universidad o incluso durmiendo. Me pregunto si habrá pasado el día con su amiga, si ella le estará dando las fuerzas que no me atreví a brindarle. A veces, se me olvida que ocho usos horarias, casi diez mil kilómetros y toda la indiferencia del mundo me separan de él. No, Soo Jin no piensa en mí. Seguro que ha seguido con su vida sin mí. No es que me dé rabia, espero que sea feliz. Solo me mortifica no tener la certeza de que así sea. Saber que es feliz, incluso si al lado de alguien que no sea yo, me tranquilizaría. Mientras tanto, sigo anhelando una luz al final del túnel, un atisbo de sol.

Solo es invierno aquí
Incluso en agosto el inverno ha llegado
Mi corazón hace que el tiempo corra
Como un snowpiercer abandonado
Quiero ir al otro lado del mundo
para poner fin a este invierno
¿Cuánta nieve tiene que caer
para que los días de primavera vengan?
Amigo...

Sí, al menos verlo por una última vez, una última oportunidad. Solo desearle lo mejor, decirle que él siempre será mi primer amor, que siempre lo recordaré. Porque él significo para mí un mundo y un despertar, aunque yo para él no fuera más que un juego y una ilusión. Alzo las manos hacia el cielo como si creyera que un gesto tan tonto fuera a transportarme. Cuando los copos se deshacen entre mis dedos enrojecidos, me doy cuenta de la terrible verdad: la distancia física es insoportable, pero esta no es nada en comparación a la distancia que hay entre nuestras almas. Antes era tan fácil pero , ¿de verdad ya no tengo forma de llegar a él? Los copos bailan a mi alrededor, ligeros y burlones, ajenas a mi sufrimiento. Verlos así acrecienta mi impotencia y siembra en mi pecho raíces de una envidia tan estúpida como venenosa. Ocho usos horarios, casi diez miel kilómetros y un mundo de distancia...

Como una pequeña partícula de polvo, de polvo
que flota en el aire
Si yo fuera la nieve volando
podría llegar a ti un poco más rápido

De pronto, el lago helado que encapsula el llanto en mi interior empieza a resquebrajarse. La rabia que me había negado a reconocer ha provocado una cierta ebullición en mí. Corro para exorcizarla. No sé si presa del esfuerzo físico o de una ansiedad que al fin siento, mi pecho comienza arder. Como un fuelle que aviva las brasas que han empezado a quemar mis entrañas, sube y baja descontrolado. A mi lado, ráfagas de viento helado me empujan hacia atrás, me golpean, se ríen de mí. Pero yo no las oigo, estoy demasiado ocupado poniéndome al día con todas las dudas que he estado postergando.

Copos de nieve caen
Cada vez están más lejos
Te echo de menos (te echo de menos)
Te echo de menos (te echo de menos)
¿Cuánto más tengo que esperar?
¿Cuántas noches más tengo que quedarme despierto?
Hasta que pueda verte (hasta que pueda conocerte)
Hasta que pueda verte (hasta que pueda conocerte)

Nada puede detener el engranaje interno que me ha puesto en movimiento hasta que, como era de esperar por el suelo mojado y resbaladizo, me resbalo y caigo de la manera más patética. Doy gracias por que no haya nadie en esta parte del parque. El revigorizante dolor físico también es una sensación. Sí, todavía quedan pedazos de Pau intactos aunque ahora estén jodidos.
Aquí estoy, cubierto de nieve marrón, hecho una mierda y dándole vueltas sin parar a una situación que no tiene solución. Pensándolo fríamente, ¿lo tuvo desde el principio? ¿Desde cuando una relación que inicias con alguien que no conoces de nada, con el que solo puedes contactar en unas condiciones muy concretas tiene futuro? Tal vez solo fui un iluso desde el principio. Puede que, por mucho que me mortifique admitirlo, Soo Jin haya sido el único cuerdo de los dos. ¿Cómo hemos llegado a esta situación?

¿Has cambiado?
¿O yo he cambiado?
Odio incluso este momento que está pasando
Supongo que cambiamos
Supongo que es así como está todo

Como un anormal, golpeo la nieve que me ha amortiguado la caída. Hay una lucha en mi mente con la que no puedo lidiar de otra manera. La parte más madura y racional de mí mismo, si es que esta se puede etiquetar así, insiste en que la decisión de Soo Jin fue la mejor. Pero la parte infantil y egoísta insiste en rebelarse: Soo Jin debería haber sido mío. Toda la pasión, todo el cariño, todo el deseo, el amor que él me hacía sentir tiene que haber significado algo. Quiero que sea feliz, me cortaría una mano o pie o los dos si eso sirviera para unir todos los fragmentos quebrados de su alma, pero al mismo tiempo la idea de que lo consiga al lado de alguien que no sea ya me arde como ortigas ponzoñosas. ¿De verdad era necesario que me abandonara para cambiar de vida? ¿Realmente es esta una decisión tan lógica y madura? ¿O solo una forma de justificar su propia cobardía? Puede que Soo Jin no quisiera apostar por esta locura que es el que nos hayamos encontrado contra todo designio...pero yo solo lo quería a él. ¿Era tanto, tanto pedir?


Joder, no soy tan distinto a Sandra, ¿verdad?

Sí, te odio
No ha habido un solo día en el que te haya olvidado
Honestamente, te echo de menos
Porque eso duele menos que resentirte

No, debo aceptarlo, por mucho que duela hasta quitarme el aliento. Yo no quiero ser ese tipo de persona. ¿Qué derecho tendría entonces a quejarme? De ese modo, nunca seré lo suficientemente bueno para él. Recuerdo cómo se reía de lo chulito que era, cómo me motivaba para que me esforzara. Ni Jordi, ni mis padres han conseguido bajarme los humos como él, hacer que me enfrente a realidades de mí mismo que, como un niño pequeño y asustado, tenía miedo de reconocer. Gracias a él soy un poco mejor de lo que era antes de conocerlo y eso es algo que debería agradecerle toda la vida. Apoyándome en un tronco de árbol, duro, infértil y comatoso, me reincorporo. Ahora que he recuperado la sensibilidad, puedo percatarme de que me estoy muriendo de frío y esta sensación es la que me hace actuar. Sin embargo, no es hasta después de un rato que me doy cuenta de que he estado llorando todo este rato. Por fin. El hielo se ha deshecho.

Tú lo sabes todo
Eres mi mejor amigo
La mañana vendrá otra vez
Porque no hay oscuridad
No hay estaciones
Puede durar para siempre

Ahora me doy cuenta. Esa cuarentena de mortandad, de insensibilidad que me había autoimpuesto no era más que una medida defensiva ante unos sentimientos que no era capaz de asimilar en su toda su intensidad. Ni siquiera tenía el valor de confrontar lo que me estaba pasando y ahora esa verdad que me negaba a aceptar me ha terminado de desbordar como una crecida de deshielo. El sol aparece entre las nubes de pronto, como burlándose de mi súbita revelación.
Pese a todo, hay un reclamo primitivo que no está dispuesto a acallarse. Es inútil, lo sé. Estaba todo perdido, posiblemente de antemano. Es mejor así, para los dos. Todo eso es verdad. Pero simplemente no puedo renunciar a él, no del todo. Todavía hay una esperanza resistiendo como un fuego a punto de apagarse en la ventisca. Una promesa de primavera latiendo en la adversidad que me implora que me aferre a ella. Mientras tanto, la falta de Soo Jin, aunque sea el sueño de Soo Jin, me quema la garganta como nitrógeno líquido.

Los cerezos están floreciendo
El invierno se acaba
Si espero un poco más
Si me quedo despierto algunas noches más
Iré a verte (Iré a verte)
Iré a recogerte (Iré a recogerte)

Pero a pesar de ello, tengo que empezar a andar. No es solo porque a este paso voy a pillar una pulmonía, como decía mi padre, si no porque fue Soo Jin quien empezó a hacerlo, aun con todo lo que había sufrido. No puedo ser el único que se quede atrás. Yo también debo luchar por alcanzar mi propia primavera. El recuerdo de todo lo que compartí con Soo Jin: las conversaciones, las confesiones, el amor, todo ello será la muleta en la que apoyarme para seguir adelante. Y tal vez un día, deje de doler. Echo a andar hacia mi camisa, mientras las lágrimas ruedan sobre mis mejillas como un torrente primaveral, sin que ni yo mismo pueda detenerlas.

Pasando el final de este frío invierno
hasta que llegue la primavera otra vez
hasta que las flores florezcan otra vez
permanece allí un poco más

Llego a mi casa sorprendentemente rápido, como si el tiempo que había sido detenido se hubiera vuelto a acelerar. Cuando estoy en el descansillo de mi piso, corro hacia la puerta de mi casa que abro de un bandazo. A penas tengo tiempo de ver a mi abuela sentada a la mesa de la cocina.

— Jesú, María y José —exclama cuando me observa surcar el pasillo como un rayo en un cielo de tormenta.

Pero me da igual asustarla. Es mi yaya y sé que puede con ello. En este momento, solo necesito una cosa. Hay solo una persona con la que puede hablar, la única que podría comprenderme. Casi arranco el manillar de la puerta del despacho de mi madre cuando irrumpo en él como un demente.

—¡MAMÁ! —grito.

Mi madre parpadea detrás de sus gafas. Está sentada en una silla de ruedas, con un ordenador delante del que de pronto brota una voz humana pasada por el filtro electrónico de un micrófono.

— ¿Ocurre algo, Montse? —pregunta el extraño al otro lado de la webcam.

—Oh, no te preocupes, Luis —le tranquiliza mi afable madre—. Es mi hijo, Pau—. mi madre se gira del todo hacia mí para hablarme entre susurros —. Cariño, me pillas en pleno directo.

—¡Vaya! —ríe el tipo— ¿Por qué no nos lo presentas a mí y a todo la audiencia de El Cetro de Hermes?

—¡Claro! —sonríe mi madre forzada— Si me disculpas un momento...

Mi madre se levanta apurada y me coge de las muñecas, nerviosa.

—¿Se puede saber qué demonios te ha ocurrido? —me susurra a gritos— ¡Estás completamente empapado!

—Me he caído en la nieve —le explico— Mamá, tengo que contarte una cosa...

—Ahora, no —me chista mi madre—. Estoy en pleno vídeoprograma. Ven un momento, saludas y te vas corriendo a ducharte. Te pones el pijama y que tu abuela te prepare algo caliente. ¿De acuerdo?

Yo asiento mientras mi madre me peina el húmedo cabello y me sienta a su lado delante del monitor.

—Luis, te presento a mi hijo Pau —me presenta mi madre.

—¡Vaya, vaya! —vuelve a reír el hombre. La verdad es que no tengo ni idea de qué es lo que le hace tanta gracia y eso me está cabreando un poco—. No sabía que tuvieras un hijo tan alto y tan guapo. ¡Con lo joven que eres!

Hay algo que falla aquí. Es la primera vez que veo a este individuo regordete y paliducho, pero trata a mi madre como si la conociera de toda la vida. ¿De qué coño va?

—¡Qué dices! Pero si este es el pequeño —mi madre también ríe, adulada— La mayor ya está en la universidad.

—Mira, así nuestros espectadores pueden ver in situ el efecto rejuvenecedor que tienen la práctica de terapias alternativas y el pensamiento positivo. Por cierto, ¿qué le ha pasado al pobre? Parece un pollo mojado —y el hombre se vuelve a descojonar solo.

Vale, este tío debe ser uno de los amiguitos raritos de mi madre, de los que creen en todos esos cuentos de hadas engañabobos del New Age. Eso tiene más sentido.

—Dice que se ha caído en la nieve...—explica mi madre sin dejarme ni abrir la boca—.


—¡Vaya! Nuestros espectadores en Latinoamérica, que cada vez son más, tal vez no sepan que hoy está nevando en toda España. Es una nevada muy sorprendente, en algunos sitios, como Barcelona, donde estamos Montse y yo, hacía años que no ocurría.

—¡Y qué lo digas, Luis! —continúa mi madre— Nos ha pillado a todos de sorpresa, incluido mi pobre hijo. ¿Te importa que nos deje para ir a secarse?

—En absoluto. Esperemos que el chico no haya pillado un pasmo. ¡Encantado de hablar contigo, Pau!

—Igualmente —musito, mientras mi madre me indica que me vaya.

—Muy bien, Luis —prosigue mi madre— ¿Por dónde íbamos? ¡Ah, sí! ¡La terapia con gemas! Como te iba diciendo algunos cuarzos como la amatista, pueden ayudarnos a elevar nuestra vibración, protegiéndonos de malas energías...

Anonadado por el descubrimiento fugaz de esta fama secreta de mi madre, cierro la puerta al salir y me dirijo a mi cuarto a por mi pijama. Mi confesión tendrá que esperar.

El agua caliente de la ducha baja por mi espalda destensando mis músculos, abrazando mi piel como una tupida manta. Una sensación de alivio me envuelve como vapor de agua, invitándome a bajar la guardia, el susurro de bienvenida a mi propio refugio. Y sin embargo, en el momento en que el agua deja de correr, el frío intenta morderme, con el apretado filo del contraste. Soo Jin nunca se fue, continúa ahí, como una rumia constante. Un depredador incansable atento a cualquier indicio de debilidad para venir a por mí. Me visto como si quisiera armarme contra él y salgo hacia la cocina.

Al principio me cuesta encontrarla y tengo que salir casi hasta el balcón que da al patio interior para verla. Al igual que yo en la ducha, ella está envuelto en su propio vapor de alivio, aunque en su caso se trate más bien de un piti. Me sonrío al percatarme de que no ha notado mi presencia.

—¿Qué pasa, yaya? ¿Otra vez fumando? —le pregunto irónico.

Ella da un vuelco y se gira rápidamente hacia mí.

—¡Jesú, María y José! —exclama ella, santiguándose— ¡Pero niño! ¡Es que me quieréh matá de un suhto!

—No, yaya, ya te bastas tú sola para ello —me burlo yo.

Mi abuela se apresura a apagar el cigarrillo e intentar espantar el humo como si pudiera controlar el aire con una sola mano, para poder darme una colleja más tranquila.

—¡Tira pa' la cocina! —me ordena— Y a tu padre, de ehto, ná de ná.

—Vale, vale —río.

—Ay, de verdad. ¡Qué disguhto! Me queréih matar en vida —se sigue quejando—. Yo ya fumaba cuando tu padre no era máh que un shiquillo y ahora me dise a mí lo que tengo que hasé.

—Bueno, siempre te quedará fumar en sueños —observo yo.

—Ay, pues sí. ¿Te hago una tila? —me ofrece ella— Niño, ayúdame con ehte cashivashe del demonio, que nunca sé cómo va —dice refriéndose al microondas.

—Ahora, yaya —la obedezco.

—Ahora que lo pienso —reflexiona ella—, Hace tiempo que no os veo por ahí. A ti y a tu amiguito...¿Habéis aprendido a esconderos mejor? —se burla.

—No, yaya. Él ya no quiere verme—. confieso por primera vez.

Decirlo en voz alta es extraño: duele como si una cuchilla me rasgara la garganta, pero cuando esas palabras por fin salen de mi, un poco de peso se van con ellas. Mi abuela, que se había girado para buscar una taza, se gira hacia mí con una expresión de desolada empatía.

—¡Vaya! ¡Qué láhtima! ¡Con la buena pareja que hasíais!

—Al parecer, él no pensaba lo mismo —comento yo con cinismo.

Mi abuela agita la cabeza mientras chasquea la lengua.

—¡Aysh! —maldice— ¡Venga, arriba los corasones! ¡Que ya vendrán otros!

—Yo no quiero otros —suelto lacónico— Lo quería a él.

Mi abuela no puede evitar sonreírse con paternalismo.

—Uy, uy, uy —ríe ella— ¿No me diga? ¡Ay, qué trihtesa! ¡Qué dehgrasia! ¡Venga, a tomarse la tila y a animarse, que mi nieto é demasiado guapo para ehtar trihte!

Acto seguido, mi yaya se sienta a mi lado para atacar con una repetición de besos, momento que escoge mi madre para entrar en la cocina.

—Ja he acabat (ya he terminado) —anuncia ella—. Ho sentim, però no puc deixar la transmissió a meitat (Perdona, pero no puedo dejar la transmisión a mitad) —mi madre se para en seco, al verme resistirme al opresor cariño de mi abuela—. ¿Qué pasa aquí?

—Montse, hija, ¿Te preparo algo? —se ofrece mi yaya— Iba a hacerle una tila al nene.


—No se preocupe, Hortensia. Ya pongo yo el agua a hervir, que es más sano. Y bueno, cielo, ¿de qué querías hablarme?

Siento como el suelo de losa se va desdibujando bajo la goma de mis zapatillas. Mis pies sienten un vacío de vértigo. En cierto modo, contarle a mi madre acerca de lo que me ha estado ocurriendo estas últimas semanas es como lanzarse al vacío. Pero ella es la única capaz de entenderlo sin tacharme de loco, ella y mi abuela. Aún así, pensarlo es más fácil que hacerlo. Al final, mis propias palabras se me hacen bola en la faringe. En vez de ella, una nueva marea de llanto arremete contra mí.

—Mare, ell no m'estima (Mamá, él no me quiere) —termino escupiendo a duras penas.

Y una vez más, vuelvo a llorar. De forma incontrolable, las lágrimas brotan de mí. Me irritan y me convulsionan. Mi madre deja lo que está haciendo y va hacia mí para abrazarme.

—Ya, ya, mi amor —me susurra, meciéndome como si de una nana se tratara—. Explica-m'ho tot. Qui és ell? (Cuéntamelo todo. ¿Quién es él?)

Entonces, se lo cuento todo. Empiezo por su pregunta. Le hablo del chico que apreció en mis sueños, de su pelo oscuro, de sus insondables ojos rasgados, de su risa. Le admito, no sin apuro, lo mucho que deseaba que llegara la noche para tenerle otra vez en mis brazos. Le hablo del gran árbol y del enorme país del Egregor, de la criatura de la que me salvó la abuela y de cómo en ese mundo todos los deseos se hacían realidad. Finalmente, le cuento acerca de las puertas, de como lo vi a él de niño y lo que le ocurrió. Obviamente, me dejo algunos detalles: paso de puntillas por el tema del sexo y prefiero no recrearme en la aberración que le dijeron. Tampoco menciono las fiestas de jubiladas que se pega mi yaya, un trato es un trato. Mi madre me escucha en silencio, concentrada, como si estuviera masticando cuidadosamente mi relato, intentando sacarle todo el jugo.

—¿Y dices que en el momento en el que él dijo que quería terminar con vuestros encuentros, ya no volviste a verle? —pregunta de pronto.

—Así es— admito yo.

—¿No lo has visto en otra parte estando despierto? ¿No te recordaba a nadie que hubieras visto antes? Fíjate que se te ha podido pegar de tu hermana...

—No, mamá —le contesto—. Nunca he conocido a nadie como él.

Mi madre se sorprende por mi ímpetu, para después sonreír con ternura.

—Me lo imagino, cariño. Solo intento descartar que no se trate de un sueño muy vívido.

—Nunca he tenido un sueño tan vívido como estos —protesto.

—Me imagino, amor —mi madre me acaricia la mano suavemente—. ¿Eran sensaciones muy reales?

—Era como estar despierto, pero no del todo —intento precisar— Mejor dicho, era como estar muy despierto, pero te sentías más ligero.

—Eso es porque son sensaciones del alma y no del cuerpo físico —concluye ella—. De acuerdo, eso tiene sentido. Por lo que dices, has estado viviendo experiencias dentro del plano astral.

—¡Eso ya se lo he disho yo! —protesta mi abuela.

—De hecho, me sorprende que usted conozca ese concepto —confiesa mi madre.

—Mira, hija, hay mushah cosah que no sabé de mí —se jacta mi abuela—. Una tiene sus secretó.

—Eso concuerda con las otras vivencias —prosigue mi madre, ignorándola—. Que el árbol y la plaza cambiaran de aspecto podría ser un efecto del cambio de plano por entrar en consonancia con una vibración más o menos densa... La criatura que te atacó sería un ser del bajo astral. Se alimentan de las malas energías psíquicas de los humanos. Por eso, hay que tener cuidado antes de realizar un viaje astral. Si lo haces sin un aura fuerte y limpia, se lo pones más fácil a estos seres. Es como ir con un cartel de “Por favor, cómeme”. Y el alcohol daña mucho la barrera protectora del cuerpo aúrico. Muchos de mis pacientes me vienen con larvas y otros parásitos del bajo astral que les impiden avanzar, pero el ente con el que te encontraste parecía tener más conciencia. Seguramente se trataría de un incubo o incluso algún tipo de demonio menor. Si se hubiera pegado a ti, te podría haber destrozado la vida, cariño. Es una suerte que tu abuela estuviera ahí para ayudarte.

Mi madre ha soltado toda esa parrafada con la impasibilidad de quién habla de botánica, sin que su lengua vacile enredándose en cada uno de estos términos raros que suelta.

—¿Y lo de las puertas? —tercio yo, mareado por el aluvión de información.

Ella se sonroja un poco antes de continuar, disimulando una sonrisa pícara.

—¿Sabías que hay muchos ritos paganos basados en el sexo? Incluso hoy en día, el tantrismo se basa en que durante el momento del éxtasis, las energías pueden llegar a mezclarse. Es posible que eso os ocurriera a vosotros y más teniendo en cuenta que eran relaciones vividas con vuestros cuerpos áuricos y no con los físicos. Sería mucho más fácil que vuestras conciencias se conectaran. De esta forma, pudisteis entrelazarlas y acceder a los sentimientos y recuerdos del otro.

Noto como arden mis mejillas. ¡Genial! Acabo de admitir indirectamente a mi madre que me he estado acostando con un chico en sueños. Joder, nunca pensé que tendría que pasar por esto, pero mi madre ha sido capaz de leer entre líneas toda la información que yo quería ocultarle. Carraspeo nervioso. Entonces, una pequeña espinita clavada hasta el fondo de mi cerebro llama mi atención con un destello de dolor: un pensamiento intermitente que no me abandona desde que Soo Jin decidió que yo no existía.

—Hay algo que me está matando —admito—. No termino de entenderlo. Si todo tiene tanto sentido como dices, ¿por qué ya no puedo verle más? ¿No se supone que esto tiene que ver con mis deseos? ¿Es porque mi voluntad no es lo suficientemente fuerte? Si yo lo quiero tanto, ¿por qué no llega a mí, a través de la ley de la atracción esa de la que tanto hablas?

—Ay, cielo —se lamenta mi madre— En realidad es mucho más complejo que eso.

—No me digas —suspiro yo escéptico.

Qué curioso que el tema se complique justo cuando encuentro un agujero en el planteamiento de mi madre. Ella nota mi enfado y me acaricia el pelo para calmarme.
Verás, estoy seguro de que hubo una razón por la cual tú y él llegasteis a conoceros. Precisamente, porque entonces os necesitabais vuestras almas se llamaron la una a la otra, a través de la conexión espiritual del Planeta. En aquel momento, vuestras energías se complementaban, por lo que para ascender a un estado de mayor armonía vital, debíais ayudaros. ¡Y lo hicisteis! ¿O no has empezado a responsabilizarte de tu vida porque lo conociste?

—¡Entonces tiene todavía menos sentido que me haya abandonado! ¡No es justo! —me quejo yo—.Yo le traté bien. Todo lo que hice, lo hice por él. Y de pronto, va y me dice que no existo y que es mejor para él que deje de soñar conmigo. ¿Y yo qué?


Mi madre niega con la cabeza.

—Al contrario, amor. A veces, las relaciones son ciclos que tienen que terminarse. Antes has hablado de los deseos. Permíteme decirte que el Universo no solo responde a los tuyos. Los suyos son igual de importantes. Sinceramente, es normal porque todavía estás muy afectado, pero ahora mismo tu actitud es muy egoísta. Estás imponiendo tu deseo de volver a verlo por encima de su propio desarrollo personal. Si realmente ese chico se está recuperando, deberías apoyarle. Solo si le dejas ir, el Universo podrá mandarte lo que realmente te corresponde para tu misión de vida.

Justo cuando voy a quejarme, la puerta de la cocina se abre de par en par. Es tan súbito que me trago el aire que iba a expirar.

—Mare! On has posat els meus mitjons de gatet? ( Mamá, ¿dónde has puesto mis calcetines de gatito?) —chilla la inoportuna de mi hermana—. Els necessito per a un cosplay (Los necesito para un cosplay) —de pronto mi hermana se para en seco y nos mira ojiplática. Tal vez, con un poco de suerte, se dé cuenta de que sobra—. ¿Qué hacéis todos aquí? ¿Y esa cara? ¿Qué pasa, germanet, que te deprime haberlas aprobado todas por una vez en tu vida?

En serio, sé que es mi hermana, pero ¡qué ganas de tocar los huevos tiene siempre!

—Tu hermano estaba contándonos algo importante para él —le explica mi madre—. No seas mala con él y déjale tranquilo.

—Joder, lo siento —se disculpa Neus— ¿Me marcho?

—Sí, cariño, déjanos un rato solos. Haznos el favor— le pide mi madre.

—Tu hermano s'a eshao novio —suelta de pronto mi abuela.

Los ojos de mi hermana se llena de estrellitas, como si de una muñequita japonesa se tratara. Se da prisa en sentarse delante de mi abuela.

—NO JODAS. ¿ Y CÓMO ES? ¿DÓNDE LO HAS CONOCIDO? —pregunta, hambrienta de chismes.

—No es mi novio —repongo yo, aunque nadie me escuche.

—Pues coreano y una auténtica lindura de mushasho —contesta mi abuela antes de dar un digno trago a la infusión que sí se ha hecho.

Una tormenta de arco iris inunda la mirada de mi loquísima hermana. Se pone a dar golpetazos en la mesa de puro hype.

—¡¡¡AYSSSSH, QUÉ ILU!!! ¡QUÉ CALLADO TE LO TENÍAS, GERMANET! —chilla— ¡ME LO TIENES QUE PRESENTARRRRR!

—Lo dudo. Ahora pasa de mí —respondo malhumorado.

—¿Y eso? —se extraña Neus.

Al parecer, tuvieron una discusión y ha dejado de ponerse en contacto con él- explica mi madre lo más discretamente posible.

—¡Si es que siempre tienes que cagarla, Pau! —bufa mi hermana— ¡A saber qué le harías!

—Yo nada —escupo yo.

—Pues igual sí, porque cuando hablas con gente de otros países tienes que tener cuidado con el choque cultural. ¡Y con lo bruto que eres!

—¡Déjame en paz, coño! —protesto yo.

—Le habrás pedido perdón, ¿no? —sigue mi hermana a su rollo.

—Pues no. Me tiene “bloqueado”—replico yo.

—¿Y no se te ha ocurrido mandarle un mail? Eso es más difícil que te lo bloqueen —señala Neus.

—Yo me limito a parpadear frente a ella, como un conejillo deslumbrado por los foros de un coche en una carretera comarcal de madrugada. Neus adivina mis pensamientos con un solo vistazo a mi cara de alelado.

—¿NO TIENES SU MAIL? —grita indignada.

—De nuevo, mi silencio es más elocuente.

—¡PERO TÚ ESTÁS TONTO!

Ya es la segunda persona que me echa en cara lo mismo. La humillación empieza a escocerme.

—¡Dejadme en paz todos, joder! ¡No creía que me fuera a hacer falta! ¿Vale?

—¿Y no se te ha ocurrido buscarlo? —propone mi enfadada hermana, mientras saca el móvil de colorida carcasa del bolsillo— A ver, ¿cómo se llama?

—Lee Soo Jin —respondo— Tú inténtalo, pero con la cantidad de gente que hay en Corea, dudo que...

—Lee Soo Jin, estudiante de Bussiness and Management en la Universidad Nacional de Seúl ¿Es este? Porque acabo de encontrar su perfil de alumno —me interrumpe mi hermana, avasallándome con la pantalla de su móvil.

La foto es algo antigua, pero los ojos de tinta y los hoyuelos escondidos en las comisuras de unos labios rosáceos son inconfundibles. Siento un poco de mareo: es la primera vez que una imagen de mis sueños se me muestra en la realidad y no al revés.

—Es él —musito, indefenso.

La cara de triunfo de Neus es inaguantable.

—¡Es verdad que es muy mono! —comenta mi hermana, gratamente sorprendida.

—¿A ver? —pregunta mi madre.

— Ufff, ha sido tan difícil de encontrar —presume Neus sarcástica— Casi me tengo que meter en la Deep Web. Esto es algo solo posible para genios como yo.

—Muy graciosa —replico yo, irritado.

—Pues mira, aquí abajo tienes una dirección. Seguramente será su mail de la universidad, pero algo es algo. De nadaaaa —prosigue ella.

Yo me quedo parado un momento, pensando. Entiendo y agradezco el entusiasmo de mi hermana, pero ella no ha estado escuchando lo que yo. No conoce a Soo Jin como yo. No ha vivido lo que yo he vivido. Me vuelvo hacia mi madre y mi abuela.

—¿Creéis que debería intentarlo? —les pregunto.

—No lo sé, amor —admite mi madre preocupada—. Esa decisión es solo tuya. Pero si yo fuera tú, no me parecería una buena idea insistir. Él ya te ha dicho que no está interesado y deberías respetar eso. ¿Lo entiendes?

Yo bajo el rostro, intentando reprimir las lágrimas que emergen traviesas entre mis pestañas. Dejar ir lo que amas para que sea tuyo... Uno nunca entiende las frases moñas del cine hasta que son escritas en el guión de su propia vida. Y a pesar de ello, no duele menos.

—Lo entiendo.

Entonces, cuando mi madre me da unos toquecitos cariñosos en el brazo y me dio cuenta de que tanto mi hermana y mi abuela, prácticamente toda mi familia, me mira con pena y compasión, se me ocurre que sin haberlo pretendido, he dado un paso adelante en una dirección que no me creía capaz de emprender.

—Pero una cosa —cambio de tema—. ¿Os dais cuenta de que soy gay, no?

Mi madre pestañea indiferente.

—Sí, ¿y? —replica.

—Pues eso, que soy gay —insisto ante la falta de reacción.

—¿Y qué pasa con eso? —pregunta mi hermana.

—¿No... os sorprende? Nunca se lo había contado a nadie...

En ese momento, las mujeres de mi vida se miran con complicidad antes de echarse a reír a carcajadas.

—¡Ay, pero qué mono! —ríe mi hermana.

—Perdona, cielo, lo siento mucho —se disculpa mi madre, a pesar de estar doblándose de la risa.

Mi abuela, por su parte, está demasiado ocupada descojonándose viva, como para avergonzarse de algo. Yo me limito a fliparlo muy fuerte. Cuando mi familia se calma y se da cuenta de mi confusión, intentan hacerme entender la situación.

—Tú no te acuerdas del Guillemsito, ¿verdad?—me pregunta mi abuela con cara de marisabidilla.

—¿De quién? —contesto yo, cada vez más confundido.

—El Guillemsito, hombre...¡Qué lindo que era ese shiquillo! Con su batita asul, su pelito rubio. Paresía un angelote —exclama mi abuela, dando por sentado que yo sé de qué habla.

—Reconócelo. Siempre te han gustado cuquis y pequeñitos, en plan uke definitivo— sentencia mi hermana.

—Eras muy pequeño, creo que ibas todavía a Infantil —expone mi madre—. El caso es que un día que fuimos yo y tu abuela a recogerte, saliste de clase de la mano de tu amiguito Guillem. Pues bien, con la sutileza que te caracteriza, te plantaste delante de todo el mundo y proclamaste que tú y él eráis novios y que de mayores os ibais a casar. Al pobre padre de Guillem casi le da un patatús. Su cara era un poema... Un poema vanguardista.


Los engranajes de mi mente no tan lógica empiezan a moverse lentamente. Lejos de venir a mí tan encapsulado recuerdo, me llevan a una conclusión inevitable.

—Entonces, ¿siempre lo habéis sabido? —adivino al fin.

—¡Pues claro! —ríe mi hermana— Eres súper obvio. Se te ve venir antes que a un zombi en un capítulo de The Walking Dead.

—Pues el Jaume aún no se ha pispado. Me ha intentado liar con tías y todo.... —sopeso yo.

—¡Puff! ¡Otro igual! —desprecia Neus— A ese le sacas del Barça y es más empanao que tú.

Un sentimiento que no sé nombrar, mezcla de vergüenza y de decepción me obliga a bajar la cabeza atolondrado. Mi madre lo nota y una vez más, me toma de la mano.

—Sentimos que por este malentendido hayas tenido que pasar por tantas cosas tú solo —me consuela—. Pero espero que todo este te enseñe que no tienes que guardarte nada con nosotros. Siempre te querremos, de hecho, ya te queremos tal y como eres. Seguro que Jaume reaccionará igual cuando estés preparado para compartir esto con él.

—Gracias, mamá —murmuro yo, antes de darle un beso en la mejilla.

—De nada, amor —mi madre se gira hacia mi hermana— ¡Y usted, señorita! A ver cuando traes a Germán a casa para que lo conozcamos en condiciones. ¡Se va a pensar que somos unos ogros!

— Síiiiii- contesta mi hermana con cara de agobio.

La puerta de la cocina vuelve a abrirse. Esta vez es mi padre el que entra.

—¡Madre! ¿Dónde está? Es hora de su medicación... —llama él, antes de pararse a mirar la escena en la que nos ha pillado a todos— ¿Qué ocurre que estáis aquí todos tan serios y en familia? ¿Me he perdido algo?

—Nada importante, cariño —disimula mi madre—. Estaba contándoles a tu madre y a Neus lo orgullosos que estamos del cambio que ha dado Pau.

—Ah sí, eso —balbucea mi padre, hasta que empieza a olfatear— ¡Madre! ¡Ha vuelto usted a fumar! ¿Qué le tengo dicho?

—¡Ay, Señor! —se lamenta mi yaya, poniendo los ojos en blanco— ¡Llévame pronto!

 

Volver es algo extraño. Es como en esa canción tristona de Hora de Aventuras: las cosas están donde las dejaste pero no dejan de haber cambiado un poco porque tú hayas regresado a por ellas. Parece que hayan pasado años desde que estuve en este gimnasio, así de raro se me hace volver. Todo es igual que siempre: me voy al vestuario y me pongo el uniforme por primera vez en semanas, pero este gesto tan normal se me carga de importancia. Es lo que pasa cuando recuperas algo que creías haber perdido para siempre. Supongo que todo pasa. Tal vez con un poco de suerte, Soo Jin pueda pasarseme también.


O al menos eso es lo que prometió mi madre.

De pronto, una fuerte palmada me saca de mis melancólicos pensamientos. La risotada burlona que la sigue es única e intransferible.

—Has vuelto, nen —me saluda Jaume, enfatizando lo obvio.

—Ya te vale, tío —me quejo yo—. Ni que quisieras lesionarme antes de empezar.

—Coño, compadre —se burla él— Antes no eras tan delicadito. Se ve que estás en baja forma. ¿O tiene que ver con lo que te provoca cara de lechuga últimamente?

—Te voy a dar yo a ti cara de lechuga —arremeto contra él.

—Joder, tronco, que yo no tengo la culpa de que estés amargado, mejor dicho, mustio. ¿Sigues a pan y agua con la pava esa?

—Pues mira, me ha mandado a la mierda —respondo yo con la brutalidad de un bofetón.

Jaume se queda unos segundos sin habla mientras lo asimila.

—No jodas, nen —responde consternado—. Hostia, tío, me podrías haber dicho algo...

—¿Y eso que habría cambiado? —continúo yo con mi fachada de tío duro y profundamente borde.

—Pues nada, pero... —intenta replicar Jaume apesadumbrado.

—Ya te da igual. No te des mal —lo tranquilizo—. Ahora solo quiero darle de hostias a algo.

—Bueno, si es así, estás en el lugar adecuado —responde Jaume disimulando su tristeza.

—¡A ver, todos en formación que tengo algo que comentaros! —anuncia de pronto Jordi—. Por cierto, Núñez, bienvenido de vuelta.

—¡Gracias, Sabon-nim! —respondo.

—Espero que te hagas cargo del tremendo privilegio que es estar aquí entrenando con nosotros. Ya sabes de qué va: tus notas lo primero, el Taekwondo lo segundo.

—¡Por supuesto, Sabon-nim!

—Muy bien —dictamina Jordi—, Ahora que estáis todos reunidos, os tengo que contar algo importante. ¿Recordáis aquel programa de la WTF? ¿El de intercambio?

Algunos de mis compañeros cabecean pesadamente. Yo, sí soy sincero, me suena el tema a duras penas. Con la cantidad de cosas que me han pasado, no he tenido tiempo ni de pensar en ello.

—Vamos, gente. Os he hablado varias veces de ello... —insiste él.

De pronto, soy testigo de cómo la coraza de tipo duro de Jordi se resquebraja antes mis ojos.

—Pues...—titubea él— Nos lo han concedido. Contra todo pronóstico.

Un revuelo de risas y celebraciones escandalosos recorre el dojang.

—Así que, ya sabéis, los mayores de edad tenéis un mes para renovar el pasaporte. ¡Nos vamos a Corea!

Mis compañeros rugen enloquecidos. Mientras mis escasas y atolondradas neuronas se empeñan en ponerse a trabajar.

—Disculpa, Jordi. ¿Has dicho Corea? —le pregunto.

—Así es, Núñez —confirma él con tono triunfal—. Nos enfrentamos ni más ni menos que contra el club de Taekwondo de la Universidad Nacional de Seúl.

Mi cerebro destella de júbilo como la pantalla de un videojuego con un logro desbloqueado. No hay espacio para los pensamientos racionales y sosegados. Es mi instinto quien me guía.

—TENGO QUE IR —proclamo.

—Lo siento, Núñez, pero esto es solo para los mayores de edad.

—No seas rata, Jordi...—insisto.

—Jordi, no, Sabon-nim —me corrige él.

—¡Pues Sabon-nim! ¿Para cuándo es el viaje? —prosigo.

—Para finales de marzo y, si de mí depende, tú...

—¡Sabes que cumplo años para entonces! ¡Prácticamente ya seré mayor de edad!

—Me gustaría recordar que, de hecho, yo ya lo soy —comenta Jaume.

—¿A qué viene eso de pronto, Martorell? —interroga Jordi, visiblemente cabreado.

—A que si él no va, yo tampoco —afirma Jaume con tono cantarín.

Jordi se masajea las sienes, agotado.

—Dios, la sola idea de teneros a vosotros dos juntos dando tumbos en un país extranjero...

—¡Venga, Jordi! ¡No seas así! —implora Jaume— Ni te enterarás de que estamos ahí.

—¡Eso espero! ¡Porque si me la liéis delante de los coreanos, os mando a Barcelona de una patada en el culo! ¿HE SIDO CLARO?

—¡Mucho, Sabon-nim! —respondemos los dos, a coro.

—¡Muy bien! Núñez, necesito permiso firmado de tus padres y que te acompañe un adulto responsable.

—¿Qué? ¿Hasta cuándo se piensa la gente que voy a necesitar niñera?

Pero yo mismo soy capaz de darme cuenta de que no me conviene jugar con la paciencia, delicada cuan nitroglicerina, de Jordi, así que me callo.

Como de costumbre, eso es bastante más difícil para Jaume.

—¿Qué pasa? ¿Que yo no sirvo como adulto o qué?

—¡HE DICHO ADULTO RESPONSABLE! —ruge Jordi— ¡TÚ ERES TODO LO CONTRARIO AL CONCEPTO QUE TENGO DE ESO!

—Usted manda, Sabon-nim —tiembla Jaume—. De todas maneras, tenemos a una candidata maravillosa para acompañarnos, una auténtica experta en cultura asiática que hasta sabe hablar algo de coreano y todo. Y su inglés es de nivel traductor...

—Vaya, eso sería útil —sopesa Jordi.

—Por favor, dime que no estás hablado de mi hermana —susurro.

—Piénsalo, tío, es perfecto. Neus siempre se puede pillar una semana de vacaciones en la uni. Justo antes de Semana Santa, no le afectará para el semestre y tus padres te dejan ir seguros. Además, así tiene una deuda contigo para toda la vida. ¡Es un plan sin fisuras!

Quiero a Jaume, pero la última vez que me fié de uno de sus planes sin fisuras terminé con una resaca épica y castigado. Pero los detalles son nimiedades cuando tienes una misión que cumplir. Me giro hacia Jordi. Cuando me enfrento a él, la sangre me bulle de determinación.

—De acuerdo. Hablaré con mi hermana para que nos acompañe.

—Está bien. Si ella viene, tú también. Comentaré tu caso con la WTF. Esperemos que no nos pongan pegas.

—TOMA YA ¡¿Has oído, nen?! —grita Jaume, entusiasmado—¡Nos vamos a Corea! ¡Dios, ya me estoy imaginando a las coreanitas que nos vamos a ligar!

A estas alturas ya me dan igual las ansias sexuales de mi amigo y su manía por dar por sentado que soy igual. Solo hay una cosa clara en mi mente. Tal y como me explicó mi madre, si el Universo quiere, volveré a estar con Jin. Puede que atreverme a pensar que es posible solo por compartir país y ciudad sea infantil por mi parte, pero ya es más de lo que jamás tuve. Mi cabeza me dice que es una locura, pero mi corazón me anima a seguir cualquier esperanza que esté a mi alcance. Simplemente, tengo que ir o me arrepentiré toda mi vida.

Notas finales:

¡Hola! ¡No estaba muerta, estaba escribiendo 27 páginas de capítulo!
¡Sé que es un cap enorme, pero esta vez no quería partirlo por nada del mundo! 
 
Parte de este cap tiene que ver con mi propia experiencia. Este año, a finales de Febrero, creo que fue el 28, cayó una fuerte nevada en mi ciudad, algo que no pasaba hacía 10 años. Por lo que tengo entendido, en Barcelona también estaba nevando mucho.  La nevada que aparece en el cap es esa misma.  Así mismo, la canción que utilizo "Spring day" se basa en la metáfora del invierno que se alarga y la espera a la primavera como una suerte de recuperación emocional al duelo. 
También me gustaría aclarar algunas cosas: 
- 2º ESO corresponde a la edad de 13-14 años. La ESO es la Educación Secundaria Obligatoria y son 4 años, de los 11 o 12 a los 15 o 16. Luego le sigue el Bachillerato de dos años, que es lo que está cursando Pau. 
- La Evau es el nombre más actualizado para la Selectividad, es decir, la prueba de acceso a la Universidad. 
 
Y bueno, creo que eso es todo. 
Espero poder escribir y corregir un poco más estas vacaciones, pero, una vez más, no prometo nada. Espero que el fic siga siendo decente. Muchas gracias por leer y por vuestro apoyo. 
 
¡Hasta la próxima y felices fiestas! 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).