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For the Kingdom por canneloni

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Circe siempre se dijo que Obsidian era demasiado arisco para ser un omega, los cuales usualmente eran mucho más sensibles y dóciles. Hablaba por su personalidad, pues físicamente era un omega de toda la regla. Lo asemejó siempre a una muñeca de porcelana, de enormes ojos de iris y pupila completamente blancos, pareciéndose a los ojos de alguien ciego. Dicho rasgo peculiar era único de la familia real de vampiros, pues el resto de su especie poseía ojos rojos cual sangre. Era algo hermoso pero extraño, pues al mirarlos a los ojos, sentías que ellos no te veían.

El chiquillo parecía vivir con el ceño fruncido, lo cual desentonaba con sus ojos de expresión lastimera. Circe ya se había acostumbrarlo a verlo refunfuñar y despotricar contra su padre cuando creía que no lo veían. Usaba palabras que ella en su vida había visto salir de la boca de un omega.

Por lo cual, ella no se hallaba preparada para verlo en ese estado tan vulnerable y patético típico de omega. Lloriqueando de dolor y necesidad, cosa que ella nunca entendería. Entró en pánico y no supo cómo reaccionar y deseó que su señora apareciera. Parecía que habían escuchado sus pedidos, pues Enigma apareció para calmar la situación.

Ahora ella se encontraba trenzando la larga cabellera negra de su señorito, mientras su Reina entonaba una melodía relajante para su hijo. El chico había dejado de quejarse tanto, ahora se limitaba a hacer pequeñas muecas y dejó de sudar tanto. El calmante era en realidad efectivo, aunque el baño de agua helada había contribuido.

— Obsidian, querido. — Llamó la pelinegra mujer al terminar su canto, el chico la miró rápidamente. — Será mejor que tomes tu copa de sangre ahora.

El pequeño asintió y procedió a sujetar la grande y decorada copa de cristal con sus dos manos. Circe desvió a mirada a un punto de la pared incómoda, pues se consideraba de mala educación mirar a un vampiro mientras éste se alimenta. Obsidian tardó un poco, pero cuando terminó con su copa, unas ligeras gotas carmín caían por sus labios teñidos.

— Maravilloso, ahora recuéstate y no olvides lo que te dije. — Dijo ella y el niño se limitó a asentir perezosamente. — Circe, hazme el favor de retirarte.

Torpemente salió del espacioso recinto y trancó la puerta como le habían ordenado. Se lamentó por el joven príncipe y le deseó que pronto sus malestares se acabaran, aunque sabía que eso no iba a pasar.



Ya su celo había cesado, dejándole la posibilidad de salir de su cuarto. Su amada madre lo había ayudado en todo lo que pudo y él se lo agradecía eternamente. Mierda, estaba seguro que no existía cosa más desagradable e incómoda, por no decir dolorosa, que el celo. Quizás el parto, pero pensar en eso le causaba escalofríos.

Él siempre odió sentirse débil y dependiente, saber que terminaría atado a alguien sin lugar a opinión lo asustaba y frustraba al mismo tiempo. Le dejaba una sensación de impotencia que odiaba. Pero él no era idiota, sabía que poco y nada tenía para hacer al respecto. Y aunque le avergonzaba, hubo veces que envidiaba a su gemela por su condición de beta.

No es que despreciara ser omega ni mucho menos, le maravillaba la idea de ser capaz de albergar vida en su vientre y le llenaba de una ilusión que se esforzaba en ocultar. No, lo que envidiaba de los betas era la libertad que poseían. No se veían aquejados por la necesidad casi mortal de una jodida pareja que tuviera total poder sobre ellos, no, ellos podían disfrutar libremente de su vida sexual sin estar preocupados por perder el control y terminar atados a alguien para siempre.

— Desgraciados suertudos, que se jodan ellos y su vida tranquila. — Despotricó bajito y frunció sus labios. Estaba allí sentado en el blanco jardín, ocupando su mente en hacer muñecos deformes con nieve. Tan concentrado en eso que estaba, que casi se asustó cuando unas botas negras entraron en su campo de visión. Levantó la mirada y se encontró con la varonil cara de su mejor amigo, Alabaster Lefèvre. Él era un caballero de su padre, se especializaba en la estrategia, pero eso no quitaba que fuera un poderoso soldado. El muchacho poseía una corta cabellera rubia peinada hacia atrás, en su barbilla se presentaba una ligera barba que le daba un toque aún más masculino y rudo. Mandíbula cuadrada y hombros anchos, ni hablar de sus músculos. Era visualmente intimidante pero apuesto.

Eran amigos desde que Obsidian tenía memoria. Alabaster siempre lo vio como alguien maduro, a pesar de su irascible personalidad. Contrario a sí mismo, que era alguien de actuar elegante y recto, asemejándose más a un noble que a un caballero.

— ¿No te parece un lenguaje algo fuerte? — Pregunta en evidente broma, sentándose junto al chico. Obsidian lo siguió con la mirada, pero rápidamente continuó con su labor de hacer muñequitos de nieve. — Oye, me enteré de lo de tu celo, ¿quieres hablar de eso? — Preguntó ahora serio, sonando algo preocupado. El pelinegro, alarmado, le gritó.

— ¿Cómo te enteraste? ¿Alguien te lo dijo? ¿Quién fue? — Preguntó tan rápido, que Alabaster tardó un poco en entenderle. Él le explicó que había sirvientas cuchicheando sobre ello, que supuestamente lo habían escuchado del mayor de los Le Boursier. — ¡¿Qué?! ¡¿Ese maldito cómo se enteró?! ¡Hijo de perra! — Bramó furioso, agitando sus delgadas manos en el aire agresivamente y con indignación. El rubio, en un intento de calmarlo, envolvió suavemente con sus palmas las finas muñecas. Por el tamaño de sus manos, terminaba cubriendo buena parte de los pálidos antebrazos.

— Relájate, Obsidian. Sí, tu hermano se enteró de alguna forma, no sé cómo. No te alteres, eso no cambiará nada. — Le habló en un tono que intentaba inspirarle tranquilidad. Obsidian pareció calmarse, así que el agarre de Alabaster se volvió aún más suave, pero no lo soltó. — Escucha, sé que todo esto debe de sentirse horrible y más que la gente se entere. Pero no te preocupes, ya les pedí a esas sirvientas que no hablaran de eso.

El de cabello largo suspiró con alivio, pero seguía con el entrecejo fruncido. Le agradeció a su amigo por preocuparse por él. Acariciando levemente con sus pulgares la tierna y blanca piel del menor, el alto hombre le pidió que hablara con él.

— Es que... era tan incómodo. Me dolía, goteaba y era desagradable. Tenía mucho calor y... Mierda, fue horrible. Lo peor es que tendré que pasar por esto cada dos meses hasta que alguien me tome. ¿Entiendes eso? Solamente vendrá alguien por mí y me usará, no podré decir que no a nada porque no tendré control de mí mismo. Esto me aterra de verdad y siempre lo supe, pero siempre lo vi como algo lejano. Pasó tan de repente que se sintió como un golpe.

A Alabaster se le movió el corazón dolorosamente. Él sabía que la vida de los omegas no era la más justa o sencilla, pero nunca quiso pensar que su Obsidian sufría tanto por esto. Se prometió a sí mismo que nunca dejaría que algún alpha abusador lastimara a su pequeño.

El musculoso joven acarició el cabello del más bajo, enterrando sus dedos en la media floja trenza de lado. Acariciando. Pero el de ojos blancos sostuvo con su pequeña mano la del contrario y la llevó a su mejilla, donde con su cara la frotó casi superficialmente y cerró sus ojos. Una pequeña sonrisa se presentó en ambos rostros, los ojos rojos de Alabaster brillaron con cariño.

— Gracias por escucharme, amigo mío. — Murmuró el menor, abriendo sus ojos lentamente y mirando directo a las carmesí orbes del mayor.

— Estaré siempre aquí para cuidarte, Obsidian.


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