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For the Kingdom por canneloni

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Imperia dirigió sus blancos ojos a su hermano mayor, mirándolo con incredulidad. Él, con una gran sonrisa que destilaba arrogancia asintió con la cabeza repetidamente.

— ¿Hablas enserio, hermano? — Inquirió la del elaborado peinado de trenzas. El alto y fornido hombre hizo su sonrisa más grande y volvió a agitar su cabeza, acariciando con su callosa mano su corta barba de dos días.

— Hablo con la completa verdad, hermana. Nuestro gruñón hermanito ha entrado en celo. Pude olerlo cuando crucé cerca de su habitación. — Mirando por sus costados y asegurándose que nadie escuchara, le susurró a Imperia. — Debo admitir que, aunque sea mi hermano, su aroma es delicioso. Igual que él.

Ella, indignada, le empujó y se alejó tres pasos de él. — ¡Cerdo! — Le escupió asqueada.

Demetrius levantó burlonamente sus manos en señal de evitar una pelea. — Oye, cálmate. Sólo bromeaba. — Arrastró las palabras con burla, Imperia entrecerró los ojos y negó con la cabeza.

La beta se quedó mirando el piso unos segundos para después, sin levantar la mirada y con una preocupación bien escondida, preguntar. — ¿Crees que padre ahora le busque algún alpha para que lo marque y lo preñe?

Demetrius, algo descolocado, le contestó. — Sinceramente, no lo creo. Obsidian es muy joven aún. — Él la miró un rato hasta sonreír con un poco de malicia. — ¿Por qué la repentina pregunta, Imperia? ¿Acaso estás... preocupada por Obsidian?

La chica levantó la mirada alarmada, algo raro para su siempre fría personalidad, y bramó disgustada. — ¡Ya quisiera él! ¿Cómo podría estar preocupada por ese... omega?

Demetrius se limitó a lanzar una socarrona risita e irse, entrelazando sus manos tras su nuca.

— Maldito... — Murmuró entre dientes Imperia, para luego tomar una dirección contraria e ir a encontrarse con su amiga beta Valerie.

Valerie era hija de un caballero amigo de su padre. Ella era una pelirroja muchacha de rulos que siempre optaba por las más provocativas ropas que pudiera conseguir. Era sabido por todas las especies de bestias que las mujeres y los omegas vampiros eran conocidos por sus siempre sensuales y escazas vestimentas. Imperia prefería sólo revelar un pronunciado escote y sus blancas piernas, no se animaba a llevar su vientre al aire ni mucho menos, aún no se sentía lista.

Encontró a Valerie en uno de los hermosos jardines, arrodillada admirando una solitaria rosa. Ella se agachó a su altura y le preguntó qué tanto miraba.

— Un muchacho me dijo que ésta rosa le recordaba a mis ojos. — Con su voz angelical sonando maravillada, ella acarició la dichosa rosa, pero por un movimiento en falso ella se enterró una espina en el dedo. Apenas pudo caer una gotita de sangre antes de que la herida se cerrara por su naturaleza vampira. La pelirroja no quitó la sonrisa de su rostro por ningún motivo.

Tanto a Imperia como a Obsidian siempre les fascinó como les intrigó el hecho de que los vampiros no sintieran nada por la sangre de sus iguales, pero con la de otras especies podían a llegar a enloquecer si no habían consumido en mucho tiempo. Era algo vital, podían ingerir comida normal perfectamente, pero para sobrevivir necesitaban todos los días una buena copa de sangre fresca. Personalmente, se prefería la humana por ser mucho más deliciosa y por otorgar mucha más energía. Aunque era peligroso conseguirla sin levantar sospechas, con el esfuerzo de los recolectores se lograba.

Valerie la trajo de vuelta de sus divagaciones al empezar a hablar de forma soñadora. — ¡Oh, amiga mía! Él era tan caballeroso y guapo, su cabello era tan negro como el carbón y sus ojos rojos eran pequeños y sensuales. Debiste verlo, tan alto y varonil, todo un alfa. — Suspiró y pestaño repetidas veces, sus largas y maquilladas pestañas moviendo los diminutos copos de nieve. — Amiga, creo que me enamoré.

— Valerie, de seguro sólo te parece lindo. ¿Hace cuánto que conoces a este galante muchacho? — Habló con tranquilidad y sin cambiar su seria expresión.

— Oh, desde hoy.

Imperia negó suavemente, su amiga era muy enamoradiza. Ella agradeció no ser así.

— Ay, Imperia. No seas amargada, que aún recuerdo cuando estabas tan enamorada de aquel chico beta que viste detrás de aquel árbol. — Las mejillas de la pelinegra de coloraron de un intenso carmín cual sangre y Valerie sólo río.

— Eso no cuenta, Valerie. Yo era una niña pequeña y él tenía como quince. Me pasó sólo aquella vez y el chico ya tenía novia. — Se defendió, Valerie terminó carcajeándose de forma elegante y se enganchó de su brazo, llevándola al interior del castillo.

Pero Imperia en lo más hondo de su joven corazón de adolescente, quería un novio. Uno guapo que la amara y respetara como ella sabía merecía.

Y quién sabe, puede que su pequeño deseo se cumpliera.

Notas finales:

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