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Consecuencias. por Akudo

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Nuestro beso dejó de ser intenso, forzado, y pasa a ser insípido, sin gracia y muy sincero de mi parte, pues demostraba lo que sentía, o más bien lo que había dejado de sentir hacia mi pareja. Sé que él también lo había notado, por eso sacó su lengua de mi boca y me miró con la misma tristeza con la que yo lo veía a él.

— No… aún no. —me imploró con sus ojos aguándose— Si tenemos un bebé todo se arreglará y seremos felices.

Puede que en algún momento esa idea sonara tentadora en mis oídos, queriendo darle una oportunidad, pero la verdad es que no me sentía emocionalmente preparado, y Yuuri tampoco lo estaba. Recién se acababa de graduar de la universidad y estaba a prueba en el trabajo antes de que le dieran un puesto fijo, además, no quería ni imaginarme que en uno de sus arranques pudiera lastimar a ese niño nuestro. No deseo amarrarme de esa forma a una persona que ya no me inspira confianza ni seguridad.

No obstante, eso no era lo único que impedía que mi vientre se inflara para dar vida, pues Yuuri ya lo había intentado varias veces incluso sin mi consentimiento. La primera vez que lo discutimos no le di una respuesta certera, era mucha responsabilidad y siendo honesto no quería abandonar mi trabajo para tener un hijo. Es decir, ¿cuánto tiempo tendría que dedicarme a esa criatura antes de poder regresar a lo que me apasiona?

No sé si estaba dispuesto a eso, pero lo que descubrí esa misma noche es que Yuuri no estaba dispuesto a esperar mi aprobación. En medio de la madrugada fui sacado de mi descanso bruscamente, solo para darme cuenta de que estaba bocabajo en la cama tal como me había dormido, con la ropa interior bajada y Yuuri encima de mi espalda, gimiendo mientras su pene me laceraba.

En ese momento no pude creer lo que me estaba haciendo, debía ser un mal sueño nada más. Sin embargo esa era la realidad, y cuando quise reaccionar él me aprisionó contra el colchón haciendo más poderosas sus embestidas, provocando en mí un llanto impotente que se acrecentó en cuanto lo sentí eyacular.

Yuuri se recostó sobre mí sin soltarme, recuperando el aliento mientras el pánico me invadía. Este no podía ser el mismo hombre que tomó mi virginidad amablemente y me hizo sentir amado, valorado; no podía ser el mismo que ahora me irrespetaba y quería obligarme a darle un bebé.

— ¿Por qué…? ¿Por qué haces esto, Yuuri? Tú no eres así.

— Aahh, aah… es tu culpa por ser tan egoísta. —me jadeó en la oreja con resentimiento.

Si yo era egoísta, ¿entonces qué palabra lo describía a él?

Mi cuerpo se tensó entero cuando Yuuri movió su cadera un poco hacia atrás, volviendo a empujar en mí como si quisiera adentrar su esperma lo más profundo posible, y me obligó a permanecer así hasta que amaneció, como si fuera alguna clase de animal dominado por el instinto de perpetuar su especie. Luego de eso finalmente me liberó, y a pesar de que estuvo como media hora disculpándose por lo que me hizo antes de prepararse para ir a trabajar, se despidió con un beso en la mejilla a la vez que acariciaba mi vientre con felicidad.

Ese día llegué tarde a la academia y de inmediato Otabek notó que algo me pasaba. Cuando me preguntó no pude idear una excusa creíble y solo le mostré con temor la píldora roja que había comprado.

Yuuri nunca lo supo, y cada vez que estábamos juntos en casa no hacía más que hablar ilusionado sobre lo perfecta que sería nuestra vida con ese hijo que él no sabía que no iba a existir, y tontamente me sentí culpable por negárselo.

En ese tiempo dejó de celarme tanto y casi no peleábamos, pero sí debí soportar sus ataques de frustración cuando le decían algo en el trabajo o la más pequeña cosa le salía mal, como por ejemplo que se le quemaran las tostadas o que no encontrara la corbata que se quería poner. Situaciones tan simples que no deberían ser para tanto provocaban que Yuuri soltara improperios y rompiera nuestras cosas, incluyendo varios trofeos que me había ganado en competencias de baile, y si intentaba controlarlo solo conseguía que me tratara peor que a la mierda aún si no me llegaba a pegar.

Sabía que sus reacciones desmedidas no podían ser algo normal, sin embargo, yo solo procuraba no causarle molestias como si él no tuviera la culpa de que todo lo alterara, porque cuando se comportaba como el Yuuri del que me enamoré compensaba cualquier mal y era la mejor persona que podría tener a mi lado.

A veces me cegaba como un completo imbécil y me dejaba convencer cuando me trataba con exagerado cariño, entregándole mi cuerpo para que me impregnara a pesar de que después siempre me arrepentía. Pero para sorpresa de ambos ninguna de esas situaciones llegó a dar frutos y Yuuri decidió echarme la culpa a mí, sin querer tomar en consideración una revisión médica y sacarnos la duda de quién de los dos era el estéril.

Y esto es a lo que hemos llegado.

— Si seguimos intentando, seguro…

— Eso no funcionará, ambos lo sabemos. —digo lo que él no quiere oír y niego levemente con la cabeza, mostrándole una sonrisa rota.

Lo nuestro ya era irreparable, pero había sido demasiado ingenuo pensar que Yuuri lo dejaría así. En cuestión de segundos su tristeza mutó a un profundo odio y antes de pudiera hacer nada fui estampado de nuevo contra el piso, con Yuuri encima de mí desvistiéndome a la fuerza y lastimándome con sus uñas en el proceso. Grito intentando defenderme, y él solo vuelve a golpearme y me jala del pelo con tanta brutalidad que me desarma la cola con la que suelo recoger la mitad de mi cabello, arrancándome de raíz varios mechones castaños.

Mientras seguimos luchando y la sangre tibia corre fuera de mi nariz partida, la angustia me invade cuando siento la cabeza de su pene punzando entre mis nalgas y el miedo hace que mis músculos se contraigan, intentando formar una muralla anal. Sin embargo, eso no evita que Yuuri me penetre forzosamente, haciéndome llorar de dolor.

Y es ahora cuando pienso que de verdad me encantaría perder la consciencia, pero mi mente se empeña en mantenerse activa obligándome a soportar este sufrimiento, a grabar en mis penosas memorias el rostro desfigurado de este monstruo sobre mí que ya no es Yuuri. Solo puedo gimotear con los dientes apretados, con mis manos presionando sus brazos para separarlo de mí, pero sus caderas siguen chocando las mías con rabia, haciéndome botar en el suelo con cada embestida.

— ¡No! Ya… ¡a-aah, ah, ahh! No te muevas más, ¡duele! —entonces siento que mi ano se calienta y mis nalgas se humedecen— N-… basta. ¡Detente, Yuuri! ¡¡Estoy sangrando!!

Sin hacerme caso acerca su rostro al mío y escucho sus jadeos ahogados al mantener los labios apretados, soltando su respiración agitada por la nariz.

— Me alegro… porque esto es lo que te mereces. ¡Mmh! Ngh, diablos. —él arremete con mayor ensañamiento en mi contra y me cubre la boca cuando en respuesta lloro más fuerte, a la vez que de sus ojos también empiezan a correr las lágrimas— Eres un maldito, no tienes derecho a llorar. ¿Crees que no sé que has matado a cada uno de mis bebés? ¡Vi las pastillas que guardas en tu bolso! ¡Haahh!

Dominado por la irracionalidad y sin despegar su mano de mi boca donde rebotan mis intentos por pedir ayuda, con su brazo libre levanta una de mis piernas montándosela al hombro y así obtiene mayor libertad para lastimarme más profundamente. Siento su vello púbico aplastándose contra mis testículos al golpearme en intervalos salvajes y acelerados, haciendo que mi miembro se balancee completamente lacio con su pequeño tamaño, pues no había manera de que se endureciera ni siquiera de forma involuntaria, y entre nuestras respiraciones sofocadas puedo escuchar mi sangre chapoteando donde ambos cuerpos se unen con violencia.

Por inercia desvío mi mirada llorosa hacia donde mi bolso quedó tirado luego del primer puñetazo. Algunas cosas se habían desparramado afuera, incluyendo el cd que Otabek me grabó esta tarde para crear una nueva coreografía con su música, y mi teléfono que estaba demasiado lejos como para alcanzarlo estirando mi brazo.

Pude ver el pequeño bolsillo interior donde guardaba con recelo esas pastillas, abierto y saqueado sin que yo lo hubiese notado. Era imposible depender de la píldora del día después repetidas veces sin sufrir consecuencias, así que luego de la primera vez simplemente guardé otra en caso de emergencia junto con una cajita de pastillas abortivas; no obstante, aunque esa emergencia se presentó en varias ocasiones no las saqué de mi bolso y eventualmente, como nunca quedé embarazado, las olvidé.

Quise pensar que era aterrador que mi novio revisara mis cosas, pero llegados a este punto nada resultaba lo bastante descabellado.

La palma de Yuuri sobre mi cara no me dejaba respirar bien, cada vez que intentaba jalar algo de aire sentía que me quemaban las costillas donde él me había pegado, el dolor me envenenaba y lo último que vi fue la luz de mi celular titilando cuando cayó una llamada entrante de Otabek que no pude contestar. Mi cerebro finalmente se rindió y mi cuerpo se apagó.

Ojalá hubiese permitido que Otabek se quedara conmigo, ojalá me hubiese dejado convencer por él y no por las promesas de Yuuri que nunca trajeron de vuelta mi felicidad.

Ojalá, ojalá…

Cuando mis párpados pesados y enrojecidos vuelven a abrirse, puedo ver apenas borrosamente la figura de Yuuri frente a mí, y poco a poco mis oídos dejan de estar tapados para empezar a escuchar sus gimoteos y disculpas.

Me encuentro desnudo en la tina, Yuuri solloza sobre mí diciéndome que esta no era su intención, que en realidad no quería lastimarme pero no pudo evitarlo, y como siempre me juró que no volvería a suceder. Él tiene la esponja de baño en una mano y con ella lava mi piel herida; puedo sentir su tacto y mis nervios se estimulan levemente, pero aún no soy capaz de mover un dedo, y cuando lucho para que mis ojos observen mi propio cuerpo, a través de algunos mechones mojados que me caen sobre la cara puedo ver que el agua en la que estoy sumergido no es cristalina, sino que un repugnante tono rojizo tiñe su superficie.

El dolor vuelve a palpitar por todas partes atormentándome, el culo me escuece desgarrado y me pregunto cuánto tiempo estuvo Yuuri violándome antes de acordarse de que soy un ser humano que puede morir si se le pasa (aún más) la mano.

Ahora me trata con tanta devoción y cuidado que en verdad pareciera que me amara. Quita el tapón para que el agua sucia se vaya, y con la regadera de mano me lava por última vez hasta que ya no hay rastros de jabón ni sangre. Me recoge dentro de una toalla y me lleva a la habitación para depositarme suavemente en la cama, que incluso con lo mullida que es lastima mi cuerpo destrozado en cuanto mi peso reposa sobre ella.

Suelto un quejido lastimero que hace que Yuuri me mire preocupado, arrepentido. Con sus dedos recoge mis mechones de pelo y en el proceso roza la piel de mi cara que puedo notar inflamada y palpitante por sus puñetazos. De seguro luzco fatal y solo puedo pensar que Yuuri tiene razón y en verdad me merezco esto, por estúpido.

— Por favor, perdóname. —él se recuesta a mi lado, susurrándome tan bajito como si temiera que incluso su voz me pudiera lastimar— Por favor, por favor, Leo. Te amo, así que ya no hagas que vuelva a herirte.

Me pasa un brazo por encima y se acurruca contra mí sucumbiendo al llanto, e incluso en estas circunstancias me hace ver a mí como el detonante de todos nuestros males. Mis ojos se humedecen y hasta llorar duele demasiado.

Soy tan patético.

Pero el mundo de las pesadillas todavía no acababa conmigo.


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