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Los demonios de la noche. por Seiken

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Shura guardo silencio, sin comprender en un principio las palabras de Aioros, que sostenía su propia arma junto a su cuello y podía sentir como aspiraba su cabello al mismo tiempo, con demasiado placer, la clase de actitud que mostro Aioria varias veces, cuando Radamanthys lograba liberarlo.

—Tienes una oportunidad única, Shura, acepta mi ayuda y hare que todo el mundo regrese a ser como era antes de que esos dementes despertaran.

Shura se mantuvo quieto, sintiendo que Aioros giraba su cuerpo, empujándolo contra la pared, tratando de recibir alguna respuesta suya, la que no vino, el siempre lograba controlar sus sentimientos, sin importar lo que pasara, era casi tan frio como el filo de una espada.

—O niégate y conviérteme en tu enemigo, la decisión es tuya.

Pronuncio, separándose, sin tocarle más, pensando que le dejaría marcharse, así como si nada, después de amenazarlo de aquella forma, a él y supuso que, a sus protegidos, a quienes aun deseaba proteger, por las razones obvias, una vez que alcanzaran la madures, que fueran demonios completos, serían invencibles, no podían dejarlos en las manos de los gemelos vampiro.

—¿Quién diablos eres tú?

Aioros no se molestó en responderle, recargándose en la ventana, escuchando los susurros en la habitación de Radamanthys, los pasos en la de Minos y a lo lejos, sentía la presencia de los dos gemelos moviéndose, con un rumbo fijo, estaban reorganizándose.

—Un amigo, o un enemigo, tú decides.

*****

Aldebaran despertó en un cuarto oscuro, deseando que sus recuerdos fueran tan solo un terrible error, una pesadilla, pero no lo eran, Mu lo había mordido, en contra de su voluntad, después de traicionar a unos muchachos inocentes.

A los que el también condenó con sus actos cobardes, no sabía en donde estaban, pero sí que estaban lejos de aquellos inocentes, que nunca podría recuperar su honor y la única forma de hacerlo, era abrazando la muerte, bañarse con los purificadores rayos de sol o, ignorar las ordenes de su maestro e intentar ayudarles, escapar de esa prisión.

—Veo que, al fin despiertas, no te tardaste demasiado, es cierto lo que dice mi maestro, eres muy fuerte, como un toro.

Pronuncio un lemuriano, lo supo debido a las características que compartía con su maestro, quien parecía sonreír con amabilidad, cruzado de brazos, sentado en una silla, esperando por que despertara, para poder hablar con él, compartir sus conocimientos, los que eran muchos y demasiado importantes, para confiárselos a cualquiera.

Los que Camus desconocía, pero no así su maestro, su amante y también su alumna, todos aquellos que sabía eran de fiar, aquellos que, si bien eran vampiros, no buscaban la forma de regresar a ser aquellos que dominaran a los humanos, únicamente, la manera de evitar lo que bien podría ser el fin del mundo.

—Casi tan fuerte como mi toro, Harbinger.

Y esperaba que Aldebaran no fuera un necio, que comprendiera que su maestro lo único que deseaba era protegerle, tal vez, que al permitirle a esas criaturas beber su sangre, esclavizarlos, sería la única forma de mantenerlos vivos, pero controlados, como ya lo había dicho antes, ellos estaban perdidos, desde el momento de su gestación.

—El peleo conmigo, como lo intento, quiso encontrar la libertad en los rayos de sol, en la muerte de cualquier forma, hasta que entendió, que no me detendría y que él, su mera existencia es lo único que me mantiene cercano a la humanidad.

Y era cierto, su amor por su toro, el de cabello lila y mirada fiera, era lo que aun conservaba su humanidad intacta, que le evito diezmar a cada uno de los bastiones, cuando aun confiaban en él, su sangre aquello que lo alimento tanto tiempo que pudo fingir ser un humano.

Pero al mismo tiempo, no podía concebir la mera idea de perderlo, así que lo transformo en un vampiro, a él y a cada una de las personas que amaba, para concederles la inmortalidad, nunca perderlos.

Encontrando que la inmortalidad acompañado de las personas que quería, de su amante, era mucho mas llevadera, que una plagada por la soledad, sintiéndose dichoso, de ser merecedor de semejante gozo.

—Como ves, yo he intentado proteger a mis seres queridos de aquello que viene, del fin de los tiempos.

Pronuncio de pronto, antes de que Aldebaran pudiera decir algo, quien le miraba fijamente, con una interrogación escrita en su rostro, lo escuchaba, pero dudaba de todo lo dicho por él, encontrándolo un farsante tal vez, pero si le hacia ver su error, en ese caso, no odiaría a su maestro, a quien amaba y quien lo amaba.

—Un fin que llegara en las manos de aquellos muchachos, que tanto deseas proteger.

Le advirtió, una verdad que aprendió mucho antes de ser derrotado por Camus, antes de recibir el beso de la inmortalidad, de las manos de los gemelos de Lemuria, Sage y Hakurei, quienes entrenaron a Manigoldo, enseñándole todo lo que sabía.

Como contener a seres como esos, pero parecía, que se había olvidado de su deber al dejarse capturar por Thanatos, el lobo negro del bosque, hermano de Hypnos, el que protegía al único ángel con vida, un medio ángel, que de igual forma terminaría por despertar, si Camus no lograba encontrarlo.

Un ente que, si debían proteger, a diferencia de los otros dos, que destruirían todo aquello que se topara en su camino, una vez que maduraran, Milo tendría el poder para sanarlo, pero nadie se lo había dicho, nadie lo comprendía como ellos.

El único problema radicaba, en la obsesión que Camus tenía por él, en su deseo de transformarlo en un vampiro completo, una vez que bebiera su sangre, acto que no había hecho, únicamente transformado a medias, al beber de su cuerpo como lo hizo.

Un acto que en un humano común se vería reflejado en un vampiro muerto, en seres del poder de los hermanos Walden o de Milo, se convertía en una conversión a medias, necesitaba beber sangre, pero su corazón aun latía, aun podía madurar.

—Son demonios, son herederos de la noche y nada los detendrá de traer las sombras a este mundo.

No cuando su padre despertara y se abrieran las puertas al Inframundo, dejando salir a las tempestades, a demonios menores, furias y pestes, todo con su terrible despertar, uno que aun estaban a tiempo de detener.

Que los gemelos podían evitar manteniéndolos vivos, pero de no lograrlo, ellos debían destruirlos, para mantener la tierra como hasta ese momento, hasta podrían decir, que su obsesión les concedía piedad, salvaba su vida condenada desde antes de su nacimiento.

—Y aunque parezcan humanos, aunque sientas piedad por ellos, lo mejor es tenerlos controlados, porque una vez que los tres abran los ojos, también lo hará su padre.

Uno de ellos lo hizo en su niñez, cuando intentaron matarlo hermanos de su orden, pero las sombras le salvaron, ese fue el primero, que huyo al Inframundo, en donde Youma decía que ya gobernaba uno de los tronos de hierro y roca, de sangre, al que adoraba su propia legión de bestias infernales.

Faltaban dos, Minos y Radamanthys, pero se acercaban al día en que por fin despertaran, con ellos, otra puerta se abriría, otra hueste de criaturas infernales abriría los ojos, para que al final, con el despertar de su padre, las puertas que separan el inframundo de la tierra, del mundo de los mortales, al fin, se abrirían, destruyendo todo cuanto conocían.

—No habías pensado en eso, en la falta de piedad que tu maestro les mostraba, pensando que él estaba equivocado al buscar la única forma de resistir el Inframundo, manteniéndolos al mismo tiempo vivos.

Mu sabía que eran demonios y aun así no pudo matarlos, no tuvo el corazón para hacerlo, al verlos tan humanos como seguramente lo hacían, pero únicamente se trataba de una ilusión, como la ternura que te generaban las crías de los carnívoros, que siempre maduraban para probar la sangre de sus presas.

Así ellos se veían como dos muchachos perdidos, que, con el paso del tiempo, terminarían cumpliendo su misión, despertarían para ser lo que eran, algo peor que un licántropo, mucho peor que un vampiro o cualquier criatura de la tierra, menos, tal vez, aquellos que moraban en la tierra antes de que los propios demonios nacieran.

Pero estos seres habían dejado de existir, estaban atrapados en las fosas abisales o dormidos en los eones oscuros lejos del tiempo, para el bien de la humanidad, dejando únicamente a los tres herederos, los demonios de la noche, como su enemigo.

—Destruyendo su humanidad, ha protegido la tuya, te ha dado inmortalidad, como yo se las he otorgado a mis amigos, a cada uno de aquellos que me importan.

Kiki estaba seguro de lo que decía, de la nobleza detrás de sus actos ruines, esperando que Aldebaran le creyera, quien parecía confundido, aparentemente no creía que dos demonios, nacidos del señor del Inframundo, fueran una amenaza semejante.

—Pero, aun hay una forma de salvarnos, condenándolos a la esclavitud, eso es cierto, pero al menos no terminaran de madurar.

De lo contrario debían matarlos, era la esclavitud o la muerte, un destino espantoso, del que no podían escapar, sin importar lo mucho que se esforzaran.

—Mu sabe que no confiaras en él, después de una vida protegiéndote, procurándote, tú has decidido que no es alguien digno, no eres más que un malagradecido.

Finalizo, sin mostrar su enojo, esperando que Aldebaran recapacitara, fuera tan noble como su toro y creyera en sus palabras, en la bondad del hombre que hasta ese momento no había hecho nada en su contra, nada más, que amarlo.

—Youma es el único que sabe la verdad y nos la ha confiado, no por su bondad, sino, porque desea la conquista de todo cuanto fue creado, pero no lograra obtener nada, ni regresar al Inframundo, si los herederos, los demonios de la noche, maduran.

Aldebaran no se movió, pero Kiki estaba seguro de que comprendía sus palabras, el verdadero peligro y quienes eran en verdad, sus enemigos, esos dos muchachos, que eran poderosos, pero debían ser controlados, o destruidos, no podían ser tibios, ni piadosos con ellos, no en ese momento que la misma tierra estaba en juego.

—Piénsalo, son demonios, no han sido creados para nada más que eso.

*****

Kanon le ayudo a Radamanthys a regresar a su cama, actuando como todo un caballero lo haría, atendiendo a su petición de no ver a su hermano todavía, porque su pequeño se lo había pedido y porque deseaba estar a su lado un poco mas de tiempo, antes de que otro más quisiera separarlo de su musa.

Que cerrando los ojos trato de dormir un poco, estaba demasiado cansado, demasiado aturdido por verse de aquella forma que consideraba monstruosa, pero para él no era más que perfección.

Probablemente estaba loco, probablemente no comprendía lo que era su pequeño, pero no, eso no era cierto, el entendía que era y quien era su padre, sus salvadores se lo habían dicho, aquellos que fueron a él cuándo sentía que ya no soportaría mas de aquella tortura en las manos de esos vampiros.

Aquellas criaturas que destruyeron a los no muertos con saña, salvando su vida, para después hablarle, no con sus bocas, porque los sonidos que pronunciaban eran grotescos, nada parecidos a los pronunciados por cualquier cuerda vocal de ese mundo.

Y supuso, que cualquier otro, habría perdido la razón de tan solo verlos retorcerse en el espacio, despedazar a los vampiros, bañando aquel calabozo con la sangre de los presentes, de todos, menos la suya.

A él lo liberaron, recordándole las promesas que hicieron los suyos, su familia, de la cual algunos miembros aun moraban las profundidades, comprendiendo que eran tan humanos como los Walden.

Cuando estos pactaron con demonios, los suyos lo hicieron con los otros, con algo mucho más oscuro tal vez, si estos seres podían medirse con esos enfoques tan triviales, no eran buenos, no eran malos, eran algo más.

Podría decirse que, el bien y el mal estarían en un lado de la moneda, sus benefactores del otro, de quienes había obtenido su poder, su belleza y su intelecto, belleza inhumana, creada por un ser superior, moldeándolo para poder seducir a quien deseara, él y su hermano que tanto luchaba contra su verdadera naturaleza, el no, el decidió aceptarla, no ganaba nada con negar de donde venia, que podía lograr.

Tal vez, perder a su musa en los brazos de alguien más, de un vampiro demente que deseaba romperlo, transformarlo en algo más o en los brazos de aquel que decía llamarse Shura, pero en cuyos ojos podía ver la eternidad.

No era rico, lo sabía bien, pero su ejercito en las profundidades podía buscarle riquezas que ofrecerle a su musa, las que encontraría como por arte de magia, de buques o navíos, de fosas, perlas, oro, joyas, lo que fuera que le ayudara a comprar la mano de su amado diablillo.

Junto al que se sentó, sujetando su mano para besarla, llamando su atención, siendo observado por esas joyas amarillas, seguro de que se sentía solo, una criatura deforme, en ese momento, necesitaba de su compañía, de alguien que le enseñara que tan bello lo encontraba de verdad, de alguien como él.

—No creo que pueda dormir si estoy solo, podrías, acostarte a mi lado… no quiero soñarle, y se que aun me busca, que no dejara de hacerlo.

Kanon sonrió, asintiendo, acostándose a lado de Radamanthys, que trataba de enfocarse en sus recuerdos de esa hermosa semana, los mejores días de su vida, antes de iniciar su lucha por mantenerse vivo en el ejercito y su regreso a la mansión, momentos que únicamente sobrevivió gracias a Shura, pero el era su amigo, nada más que eso.

—Sería un honor para mi compartir tu lecho de nuevo, aunque solo sea para dormir, mi musa, mi pequeño Radamanthys.

Radamanthys sonrió, buscando la forma de acostarse a su lado, de recargar su cabeza en el pecho de Kanon, pero no pudo, así que fue el quien se recargo en su pecho, rodeando su cintura con fuerza, agradeciéndole a su buena suerte, el que su musa quisiera compañía, el salvarlo de esos aldeanos, el poseer algo que esos dos no tenían, una semana a su lado, cuando aún era joven e inocente, el tener su pureza, un regalo poderoso, que siempre atesoraría.

—Trata de dormir, que un Gemini velara tu sueño, mi pequeño diablillo.

*****

Lo que hacían los soldados de Aioria era imposible de describir, muchachos, niños, mujeres, ancianos, todo lo que se cruzaba en su camino moría, ya fueran licántropos o humanos, quien fuera que se aliara con su enemigo debía pagarlo, morir bajo el filo de su plata.

Saga no había disparado ni una sola vez, pero no podía dejar de mirar esa masacre, tenía que huir, alejarse, eso sería lo mejor, no tenía el estomago para seguir viendo esa locura, era demasiado para el.

Tal vez, lo mejor sería escapar, advertirles a los dioses gemelos de cual era su meta, esperando que lo escucharan, nunca más volvería a llenarse las manos de sangre inocente, se lo debía a su hermano, a Kanon, que intento proteger a los muchachos que el condeno, únicamente para ser torturado hasta la muerte.

Alejándose a pie, corriendo, llamando la atención de Aioria, que decidió seguirlo, suponiendo que el buen doctor no tenía corazón para salvar a la humanidad, como no tuvo corazón para proteger a su hermano menor.

Pues bien, ya era momento de que tomara una decisión, la humanidad o sus enemigos, si decidía lo segundo, lo pagaría con la muerte.


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